viernes, 24 de junio de 2016

El arte de quedarse solo: Cumpleaños lejos de casa


Viernes, 17 de junio
MADRUGAR Y CUMPLIR AÑOS

Al contrario que a la mayoría de la gente, a mí madrugar y cumplir años son cosas que me ponen de buen humor. Y los viajes cortos en avión que me dejan en otro país, también. Aprovecho las dos horas de vuelo para hacer listas, una de mis ocupaciones favoritas. La primera, gente a la que quiero, con nombre y apellidos. Y no vale salirse por la tangente –que es lo que haría si esta lista fuera a hacerse pública– y citar a Cervantes y a Horacio entre mis mejores amigos. Dejo de lado a los muertos, que no es día de tristezas.
            A la media docena llego de un tirón, pero luego me cuesta más y más encontrar algún nombre. Qué vergüenza, me digo. Para no deprimirme, cambio “gente a la que quiero” por “gente que me cae bien”, que viene a ser lo mismo, aunque no sea lo mismo, y llego hasta cuarenta y tres, lo que no está del todo mal, pero que no me deja como una persona demasiado sociable.
            La otra lista es la de gente que me quiere: seguros, encuentro dieciocho; dudosos, siete. Si no he sido demasiado optimista, no puedo quejarme.
            Paso luego a la lista de amigos que he perdido durante el último año y resulta que solo son dos y medio. Uno se enfadó mucho porque le llamé en broma “facha”; el otro, porque consideré una buena idea, pero mal realizada, su versión moderna del Quijote; de la otra, prefiero no hablar… En cambio, recuperé alguna vieja amistad, como la de Juan Manuel de Prada, a quien conocí como niño prodigio y por quien siempre he tenido una cierta debilidad, a pesar de que en todos los asuntos importantes pienso exactamente lo contrario que él.
            Me gusta llegar al hotel de siempre como si llegara a casa, dejar las maletas y comenzar el paseo de costumbre. El hotel es un antiguo convento, una isla de silencio en medio del continúo ajetreo que hay en torno a la estación. Se encuentra en una calle estrecha, que casi pasa inadvertida, frente al puente, al comienzo mismo de Lista de Spagna. Las habitaciones dan a una especie de claustro ajardinado al que se asoma el campanile de Santa Maria dei Scalzi. Me gusta que me despierten sus campanadas y el canto de las aves, como en la oda de Fray Luis.
            Comienzo el pasero, pero en lugar de tirar hacia la derecha, hacia el campo de San Geremia y el Ponte delle Guglie, como hago siempre, voy hacia la izquierda, hoy me siento aventurero. Me encuentro con otra ciudad, nada espectacular: casas de barriada, canales sin glamour, nada de góndolas ni de pintoresquismos, lo que no suele verse. Salgo al canal del Canaregio, cerca del Ponte dei Trei Archi, y ya me encuentro en la querida postal de siempre.
            Siempre he dicho que mi ocupación favorita es ser peatón en Venecia, caminar sin prisa y sin rumbo, dejarse sorprender por un reflejo, un sottoportego, el brocal historiado de un pozo en medio de un campo minúsculo, la ventana gótica de un caserón en ruinas tras las que se vislumbra un techo con frescos mitológicos… Hay sitios a los que vuelvo siempre, como Madonna del Orto, donde me esperan mis Tintorettos preferidos, y la iglesia dei Frari, con su rojo manchón de Tiziano en el centro, iluminándolo todo, y otros a los que llego por primera vez. Hoy descubro el Palazzo Fontana, que siempre he admirado desde el vaporetto, y en el que entro por azar. Caminando por la Strada Nova, veo que anuncian uno de esos eventos paralelos, Divided Waters, que nos sorprenden en cualquier esquina. Entro en un callejón, tuerzo a un lado y de pronto el deslumbramiento, entro en el palacio por la entrada de tierra, la entrada del servicio; al fondo, la puerta del agua, sobre el canal. Subo hasta el piano nobile. La exposición, obras de arte hechas con palabras árabes, judías y latinas, conmemora los quinientos años del gueto, el primero del mundo. Un libro de artista que ilustra los textos cabalísticos de Borges, algunos ingeniosos artilugios… Pero a mí, como en tantas exposiciones venecianas, me interesa más el continente que el contenido. Me asomo a la gran balconada, frente al Mercado de Rialto, y voy poco a poco reconociendo palacios y campaniles. Me asomo luego a una de las ventanas laterales, que da sobre un jardín, uno de esos mágicos y secretos jardines venecianos. Está muy cuidado, pero solo pasean por él –me dice la encargada de la exposición– un anciano y un perro, todos los días a la misma hora. Y yo en seguida me imagino, a la manera de Henry James, la historia de ese anciano, un viejo escritor olvidado, y del joven poeta ambicioso que un día le visita con la aparente intención de escribir una tesis sobre él y de la relación complicada, vencido el inicial rechazo, que se va estableciendo entre ellos.


Sábado, 18 de junio
ART  NIGHT

Mi cumpleaños fue ayer, pero es esta noche cuando Venecia me ha preparado su regalo más especial.  Abre para mí todos sus tesoros, los más famosos y los más recónditos.
            Para mí, claro, y para todo el mundo, pero a mí no me importa nada no ser el único destinatario. Dejo que el azar me guíe en esta Art Night que organiza un año más la Universitá Ca’Foscari y al volver al hotel, bastante más tarde que de costumbre, hago recuento de mis regalos favoritos.
            De la exposición sobre Aldo Manuzio, que hizo del libro la más útil de las joyas, me quedo con el “Ritratto de donna”, de Bartolomeo Veneto, que le sirve de emblema y nos mira insinuante desde todos los rincones de la ciudad; me traído también, para mi colección particular, la “Rosa Bruciata”, de Michelangelo Pistoletto, que encontré en el museo de Peggy Guggenhein; añado la vista nocturna de la ciudad desde el campanile de San Giorgio y los cipreses de la isla recortados frente a las estrellas, protagonistas luego de la muestra del Maggazino del Sale, astronomía y magia, que es una inagotable enciclopedia y que yo apenas si tengo tiempo de saborear.
            En la Ponta della Dogana, admiro la sucesión de ventanas –a un lado el canal de la Giudecca, al otro el de San Marcos– y escucho a varios grupos de rock adolescente –Hund, Impero Arrugginito, Tequila for Kids– entre los inmensos grafismos negros de Sol Lewitt que llenan las paredes.
            ¿Demasiado para un sola noche? En realidad, me bastaría como regalo la gran luna que acompaña durante todo el zigzagueante viaje nocturno por el Gran Canal: Salute, S. M. del Giglio, Accademia, Ca’Rezzonico, S. Tomá, S. Angelo, S. Silvestro, Rialto, Ca’ d’Oro, S. Stae, S. Marcuola, Riva de Biasio, Ferrovia.


Domingo, 19 de junio
BIENNALE

Tomo un café en el Campo de santa Margherita con mi amigo el poeta Ángel Pernía, que trabaja en la Biennale. Me pregunta si ya la he visitado y qué me ha parecido. Estuve el viernes en Giardini y el sábado en Arsenale. Yo dividiría a los pabellones en tres grupos –le digo–, en primer lugar están los serios y aburridos, los que son para profesionales, los que nos ofrecen maquetas, planos, todo lo necesario para entender determinados proyectos, de construcción de viviendas sociales, de reconversión de viejos edificios en ruinas en centros culturales; en este sentido el pabellón de España es ejemplar y el de Venezuela, el más sobrio de todos, un reflejo país (me recordó unos versos de Machado: “con esa humildad que cede / solo a la ley de la vida / que es vivir como se puede”). Luego están los que confunden la Bienal con un parque de atracciones (abundan más cuando es de arte). Un ejemplo, el de Suiza con una especie de montículo hueco en el que se puede entrar para encaramarse por las paredes. O el de Australia, con una piscina. De los que son una simple tontería, se lleva la palma el de Uruguay, aunque el de Serbia le hacía competencia: fingía ser la quilla de una barca (“El diluvio está en marcha. / De la barca, cueva de rebelión, rescata la esperanza”); dentro había cargadores para el teléfono, y eso era lo que detenía más de un minuto a algunos visitantes. Al pabellón de Uruguay, “Dos lecciones de arquitectura”, lo dividía una cortina: a un lado, un hueco en el suelo y un montón de escombros; al otro, pintados en la pared, unos guerrilleros en un zulo y un texto: “Nadie sabe lo que es la arquitectura hasta que no le va la vida en ello”.
            Mi pabellón favorito es el de Rusia, una reivindicación sin complejos de la Unión Soviética con el pretexto de la reconstrucción del recinto de una especie de feria de muestras (“Exposición de los logros de la economía nacional”) creada en 1938. Sorprendente el bajorrelieve inicial, con la marcha de los parias de la tierra capitaneados por Lenin, espectaculares las imágenes panorámicas en torno a la gran escalera, el cambiante calidoscopio sobre el ópalo del techo y esas estatuas en que una juvenil pareja alza sus brazos con la hoz y el martillo mientras avanzan jubilosos hacia el porvenir. Arte kitsch, de luego, pero que a mí siempre me ha fascinado (no la ideología que hay detrás).


Lunes, 20 de junio
SABOREAR EL DÍA

Salgo a la laguna por el canal del Canaregio y veo la otra Venecia, su cara oculta, la que no suele aparecer en las postales y sin embargo está siempre a un paso, de la otra. Pensaba ir hasta San Michele, la isla de los muertos, pero me detengo en Fondamente Nove. Hoy el día está gris, llovizneante, y predispone a dejarse atropellar por la melancolía.        
            “¿Qué cambiarías de tu vida si tuvieras la oportunidad de hacerlo?”, me pregunto como en uno de esos malos libros de autoayuda que tanto me gustan.
            “No sé, la verdad es que hubo muchos errores, pero al parecer ninguno demasiado grave porque al final lo que soy se parece bastante a lo que quise ser. ¿Me gustaría haber tenido más éxito? ¿Haber ganado más dinero? Sí y no. Ando siempre presumiendo de vanidoso, uno siempre presume de lo que carece. La verdad es que nunca he necesitado demasiado los elogios (aunque no me molesten) ni tampoco el dinero, más allá de lo imprescindible. Pero me gusta el poder, me gusta mandar y nunca he mandado sobre nada ni sobre nadie. Esa es una de mis frustraciones. ¡Tanto como me gusta mandar y solo he conseguido mandar sobre mí mismo! Claro que esa no es una pequeña hazaña, ya que soy la persona a la que menos le gusta obedecer del mundo.
            Entro en el batiburrillo de la librería Alta Acqua, salen a recibirme sus dos gatos y de inmediato me cambia el humor.
            Cumpleaños lejos de casa, pero en casa. Soy de los que se conforman con poco y de los que han tenido la suerte de tener ese poco –un libro nuevo cada día, un café en el que charlar con los amigos, un periódico en el que escribir cotidianamente– y además, como propina, Venecia y Nueva York. No me puedo quejar.
            Y para que no me aburra y caiga en la tentación de minusvalorar lo que tengo, la constante conciencia de que cada día puede ser el último. Por eso procuro saborearlos como al mejor helado, como el que compro en Grom, Campo de San Barnaba.


jueves, 16 de junio de 2016

El arte de quedarse solo: Pequeñas maldades y medias verdades


Sábado, 11 de junio
AUTOAYUDA Y TERROR

Me envían las pruebas de un libro que se pone a la venta la próxima semana, Razones para seguir viviendo, de Matt Haig, una de esas obras que ya han sido superventas en no sé cuantos países.
            ¿Un libro más de autoayuda? Lo abro al azar y encuentro una especie de poema: “Para detener el tiempo: besar. / Para viajar en el tiempo: leer. / Para escapar del tiempo: escuchar música. / Para sentir el tiempo: escribir. / Para liberar el tiempo: respirar”.
            ¡Cuánta bien intencionada banalidad! Pero tengo la curiosidad de seguir leyendo y muy pronto el recetario rosa se convierte en historia de terror. El título completo debería ser Razones para seguir viviendo cuando no hay razones para seguir viviendo. Matt Haig nos cuenta, con las palabras precisas, la historia de una depresión. Y es como un viaje a ese infierno que todos tenemos dentro, camuflado en una esquina del cerebro. Caminamos felices, silbando una canción y de pronto el suelo se abre bajo nuestros pies… Yo, hasta ahora, siempre he logrado agarrarme a alguna rama y no caer al pozo. ¿Hasta cuándo me acompañará la buena suerte?
            Termino el libro de Haig aterrado, sudoroso y lleno de mala conciencia. En el infierno que me muestra Razones para seguir viviendo he tenido, y tengo, algún amigo y no siempre me he tomado en serio sus problemas, alguna vez he visto un poco de cuento, una excusa para la desidia.
            Todo el mundo compadece a la víctima, pero no cuando no se ve al verdugo por ninguna parte, cuando está dentro, cuando somos nosotros mismos, cuando no parece que hay otra manera de librarse de él que morir matándole, matándonos.


Domingo, 12 de junio
LA LECCIÓN DE NIETZSCHE

La falta de compasión nos vuelve invulnerables.
            Hay que practicar el bien, pero procurando que nadie lo note.
            Ser uno mismo está al alcance de cualquiera; ser mejor que uno mismo, solo al de unos pocos.
            Detrás de cualquier catástrofe histórica siempre hay un hombre providencial.
            Dios es el mayor asesino en serie.
            Una mujer perfecta es algo tan difícil de encontrar como un hombre perfecto.
            El verdadero sabio dice cosas que todo el mundo podría haber dicho, pero que a nadie se le habían ocurrido antes.
            Quienes nos ayudaron en los malos tiempos nos traen malos recuerdos.
            Quien solo ha amado una vez en la vida no sabe lo que es el amor.
            El odio agudiza el entendimiento, al contrario que el amor.
            No has vivido de verdad si no encuentras en tu vida nada de que avergonzarte.
            Como el caballo de Troya, todos llevamos dentro a nuestro peor enemigo.
            Cuanto mayor el premio, mayor la humillación.
            El buen maestro pone en guardia a los discípulos primero contra ellos mismos, después contra sí mismo.


Lunes, 13 de junio
OTRO CUMPLEAÑOS

Hay escritores que son como de la familia y por eso uno recuerda siempre la fecha de su cumpleaños. Uno de ellos es Antonio Machado, al que conocí a principios de los sesenta con aquel volumen de la colección Austral que compré en una librería de la calle Rivero y que todavía conservo; el otro es Fernando Pessoa, que me sorprendió cn sus heterónimos poco después de que yo, a mi manera, intentara hacer lo mismo en la revista Jugar con fuego.
            Hoy celebro el cumpleaños de Pessoa, que sigue siendo mi maestro y mi amigo, a pesar de que hace tiempo se ha convertido en una especie de figurón institucional del que se comercializa todo. Me imagino la desilusión del lector que se acerque ahora a él y se encuentra con cualquiera de esos libros llenos de cotas, corchetes, puntos suspensivos y fragmentos ininteligibles. También se puede morir de éxito. Fernando Pessoa ha muerto por segunda vez a manos de los Jerónimos Pizarros de este mundo.
            Pero no, no ha muerto, sigue vivo en las viejas ediciones, mejores cuanto más imperfectas y menos críticas, en las que no emborronan el poema con los tanteos que llevan al poema.
            Durante un tiempo, cuando hablaba de Pessoa, hablaba en realidad de mí, trazaba un poco disimulado autorretrato. Quizá eso es lo que hacemos siempre al hablar de quienes admiramos.
            “Pasé, como viento en la noche, desconocido y solo” escribí en un epitafio que le dediqué en 1982. Terminaba con un verso no menos desolador: “Ahora estoy muerto, como siempre estuve”. Así le veía a él, así me veía a mí por esas fechas.
            Me equivocaba en los dos casos. O quizá en ninguno.


Martes, 14 de junio
NIÑOS, NO SIGÁIS MI EJEMPLO

Mis amigos se ríen de mí porque dicen que soy la única persona que celebra su cumpleaños durante todo un mes. Más se reirían si supieran que en realidad lo celebro durante todo el año todos los años: cada día un regalo, el presente sigue siendo todavía –¿por cuánto tiempo?-- el mejor presente.
            El regalo de hoy fue la presentación de Inventario de lugares propicios a la felicidad en la librería Santa Teresa. Hace poco más de un mes ni siquiera conocía yo al editor. Me escribió por Messenger, presentándose, enviándome alguno de sus libros y diciendo que le gustaría publicar algo mío. Me gustó la colección, admiro mucho a uno de los autores que edita, Hilario J. Rodríguez, y yo tenía inédito un recuento de lugares felices que me había entretenido en anotar durante los meses de un largo verano. Poco después el pequeño y hermoso volumen estaba en mis manos como por arte de magia. Y aprovechando que Rosa Navarro Durán venía a Oviedo al jurado de los premios Princesa de Asturias me permití abusar una vez más de su amabilidad y pedirle que fuera la presentadora. Lo hizo muy bien, como siempre. Pero yo soy de esas personas ególatras que prefieren hablar ellas a que hablen de ellas. Resulta curioso que alguien tan vanidoso como yo se sienta siempre incómodo escuchando elogios. Yo prefiero los reproches que me incitan a la discusión y a la réplica, que es lo que de verdad me gusta. Los elogios siempre huelen un poco a flores del cementerio. Pero el regalo de hoy no terminaba con el libro y la presentadora. Buena parte del jurado del premio tuvo la amabilidad de venir a escucharme. Ahí estaba, en primera fila, Darío Villanueva, que nació también en junio y en 1950, que es como yo, pero en todo lo contrario y en triunfador. Un poco más allá mi jefa en El Cultural durante algunos años, Blanca Berasátegui y los directores de otros suplementos culturales y los amigos habituales y otros que habitualmente andan por esos mundos. Yo exhibí me repertorio habitual de medias verdades y enteras maldades y presumí de marginado, que es de lo que nos gusta presumir a todos. O sea, que lo pasé muy bien, incluso no faltó alguna pregunta presuntamente impertinente para darme ocasión de lucirme. Soplé las velas de la simbólica tarta y los amigos me dejaron lucir las garras de quien se cree un tigre (aunque de papel) y es solo un atrabiliario cascarrabias.
            Pero el mejor regalo había ocurrido antes, durante la primera reunión del jurado. Se votaba qué candidatos pasaban la criba inicial para ser debatidos en serio, y quiénes se quedaban fuera junto a una especie de pequeño Nicolás que siempre se cuela entre las candidaturas no se sabe bien por qué. Los votos son secretos pero yo el mío quise enseñárselo a Fernando Sánchez Dragó, al que tenía al lado. “¿No votas a Andrés Trapiello?”, “No”, “¿Pero no erais amigos?”. “Éramos”. Y el azar quiso que por un voto, el mío, no pasara la criba. “Como se entere, no te lo va a perdonar nunca”, me dijo Dragó. “Para eso te enseñé mi papeleta, para que se lo contaras”, “¿Me autorizas a que se lo cuente?”, “Por supuesto. Si no, qué gracia tendría”.
            “¿Pero tú eras de los que presumías de tratar a los amigos y a los enemigos con la misma imparcialidad?”, me pregunta Xuan Bello cuando se entera.
            “Y espero seguir haciéndolo. Yo soy muy respetuoso con mis ex, sean amigos o amantes. Pero ser un poco cabroncete de vez en cuando, estará mal (niños y poetas jóvenes, no sigáis mi ejemplo), pero relaja bastante.


Miércoles, 15 de junio
EL FIN DEL MUNDO

Teresa Sanjurjo me ha insistido mucho, dada mi merecida mala fama, en que todo lo relativo al premio es secreto, no solo las deliberaciones, como resulta comprensible, sino incluso quienes son los candidatos y los finalistas. Yo no entiendo ese secretismo, pero no me queda más remedio que acatarlo y por eso callo que Adam Zagajewski, a quien por primera vez tradujo al español Martín López-Vega, era mi favorito ni que obtuvo casi la mitad de los votos.
            Como no puedo hablar de eso ni de lo que me cuenta Sánchez Dragó, me dedico a glosar una entrevista suya, más desatinada que cualquier artículo, no ya de Juan Manuel de Prada, sino hasta de Javier Marías.
            “Internet es el fin del mundo”, afirma.  Pero él se pasa todo el tiempo que estamos reunidos escribiendo una de sus columnas, contestando a una entrevista, respondiendo a su correo electrónico. Quizá no se le ha ocurrido pensar que eso también es Internet, no solo las redes sociales.
            “En 1998, veraneando en Alicante, encendí la tele en un momento tonto y apareció el Anticristo o sea Bill Gates. Anunciaba las autopistas de la información, lo contrario de la información”. Sin comentarios.
            “Ahora cualquiera puede ser escritor y autoeditarse un libro”. Ahora y desde que se inventó la imprenta. De los libros pagados por los autores han vivido desde siempre muchos editores.
            “Según las editoriales americanas, en 2017 habrá en Estados Unidos más escritores que lectores. La literatura no tiene porvenir”. Una afirmación falsamente documentada, una conclusión que no se deduce de ella. La réplica mejor la dio Umbral: “No es que haya pocos lectores, es que siempre nos leen a los mismos”.
            “El mundo será una bola de cemento o plásticos derivados petróleo, del agua del  infierno, que decían en la Edad Media y no crecerá ni una lechuga”. ¿Cuándo será eso, amigo Rappel Sánchez Dragó? ¿Dentro de mil, dos mil, tres mil millones de años? Ya puestos a imaginar pesadillas, seguro que para entonces Amenofis IV todavía sigue allí de presidente en funciones.
            Entre dos estrellas mediáticas como Jorge Javier Vázquez y Fernando Sánchez Dragó apenas hay más diferencia que la inteligencia y el sentido común de uno de ellos. No diré de cuál.





domingo, 12 de junio de 2016

El arte de quedarse solo: Desde el centro del mundo


Sábado, 4 de junio
MORIR DE AMOR

Una breve entrevista en una programa de radio. Me llaman por teléfono. Respondo mientras camino por la calle. Me entretengo luego, mientras tomo un café, apuntando las preguntas y respuestas que recuerdo.
            ––¿A qué personaje histórico le gustaría parecerse?
            ––A Sócrates y a Sherlock Holmes.
            ––¿Cree en el amor eterno?
            ––Por supuesto y por experiencia. Yo ya he tenido tres o cuatro.
            ––¿Qué opina de la situación política actual?
            ––Que es manifiestamente empeorable.
            ––¿Le gustaría ser eterno?
            ––Me conformo con vivir cien o doscientos años con buena salud.
            ––¿Un libro que le habría gustado escribir?
            ––La Biblia.
            ––Su personaje literario favorito.
            ––Dios.
            ––-¿Un político que sentaría a su mesa?
            –-Al jefe del Estado y a la alcaldesa de mi pueblo.
            ––¿Un político al que nunca daría la mano?
            ––Al anterior jefe del Estado.
            ––¿Cree que es posible morir de amor?
            ––Lo creo. A mí mismo me ha ocurrido más de una vez.
            ––¿Dónde le gustaría vivir?
            ––En el centro del mundo, que es más o menos donde vivo, pero lo preferiría un poco mejor comunicado con el resto del mundo.


Domingo, 5 de junio
HACIENDO PRÁCTICAS

Aunque no debería decirlo, porque da mala imagen de mi, soy de esas personas que tienen previsto con todo detalle lo que han de hacer en cada hora del día y que, si no pueden hacerlo, se quedan en blanco, sin saber qué decisión tomar, en una angustiosa perplejidad.
            Esta tarde, el rincón habitual de Los Prados,  termino de trabajar (o de lo que yo llamo trabajar: escribir un poema, redactar una reseña, leer uno o dos libros) un poco antes de las ocho, sin que haya en el cine a esa hora ninguna película que me interese. Pero a casa no suelo volver sino después de las nueve. ¿Qué hacer hasta entonces?
            Como pronto me llegará la hora de la jubilación (exactamente el uno de septiembre de 2020), y los jubilados se dedican a caminar varias horas al día, se me ocurre que estaría bien que comenzara a practicar. Y eso es lo que hago.
            Salto del centro comercial a las ocho en punto, a las diez en punto estoy en casa. A esta hora del domingo, la ciudad desierta es una ciudad distinta. Disfruto con la última luz que se demora en las fachadas; me fijo en una inscripción sobre el Oviedo judío que no había visto nunca; leo la placa que anuncia un centro de "Medicina Energética y Holistica, Reiki y Conexión Celta", sorprendido de la credulidad humana; subo hasta San Pedro de los Arcos por una escalinata sombreada de árboles que yo mismo contribuí a plantar cuando trabajaba en el colegio cercano, allá por 1970; sigo ascendiendo, dejando atrás la ciudad, escuchando sorprendido el silencio, hasta Santa María del Naranco... Y a la vez que hago fotos me dejo enredar en las roussonianas ensoñaciones de un paseante solitario.
            Camino a buen paso, como siempre, y no necesito detenerme más que unos segundos para hacer una foto (no soy fotógrafo: solo guardo lo que veo, casi instintivamente, cuando me gusta o me intriga lo que veo), pero al entrar en casa, a las diez en punto, me siento un poco cansado. Eso quiere decir que todavía no estoy listo para jubilarme, que aún deberé hacer un poco más de ejercicio.
            A las diez y diez ceno, como todos los días, y luego veo un poco la televisión (ahora las series que me gustan son las del médico forense Rosewood y la de la familia Golberg) mientras hojeo un libro y pienso en lo que he de escribir al día siguiente.
            No me gustan los imprevistos, me llenan de perplejidad, pero como cada día tengo que enfrentarme a alguno, voy aprendiendo a torearlos relativamente bien.


Lunes, 6 de junio
SAVATER Y LA DESFACHATEZ

––¿Has visto con qué elegancia respondió Savater a la andanada que le lanzó Ignacio Sánchez-Cuenca en su panfleto  La desfachatez intelectual?
            ––Lo he visto, lo he visto, y confirma con creces lo que allí se le reprocha. Todo muy gracioso, muy en su estilo: “Cuando alguien me grita ¡fascista! por la calle, lo mismo que cuando mi madre me llamaba guapo de pequeño (luego no se atrevía ni ella) lo tomo como un desbordamiento de entusiasmo”. Pero Sánchez-Cuenca no le llama fascista por la calle ni en letra impresa. Se limita a analizar su comportamiento intelectual, siempre con las citas, las fechas y las fichas adecuadas. Si no es cierto que Savater afirmó que cualquier parado estaría muy contento de ser tratado tan bien como un toro de lidia (aunque luego lo mataran en público, tras una sesión de tortura, para regocijo de los espectadores), pues que lo diga o que indique que ha sido malinterpretado. Pero no, las estrellas no se rebajan a dar explicaciones ni a dar nombres, no sea que su réplica (escriben en los periódicos de referencia) sirva de publicidad a los detractores.
            ––No sé qué te ha hecho Savater. Antes le admirabas mucho.
            ––Cierto, y sigo admirando buena parte de sus obras, contagiadoras de entusiasmo. Pero los años le han ido convirtiendo en un venal sofista, en un publicista no siempre de las mejores causas.
            ––Creo que también le condenas, al igual que Sánchez-Cuenca, por opinar que el separatismo es el peor problema de España. Como simpatizas con el separatismo…
            ––Simpatizo con España, no admito que nadie la valore tan poco que piense que hay que obligar a millones de ciudadanos a serlo contra su voluntad.
            ––¿Y a no serlo?
            ––Por supuesto que tampoco. A ningún español se le puede retirar la nacionalidad española contra su voluntad.
            ––Pero un territorio sí podría dejar de serlo. Te enredas en tus propios sofismas, Martín, y luego llamas sofista a Savater.
            ––No es esa la cuestión ahora. Fernando Savater replica a los razonados argumentos de Sánchez-Cuenca en una sección de El País Semanal titulada “Carta blanca”. Ahí publicó Muñoz-Molina una maravillosa carta dedicada al maestro que decidió su destino (todavía vive y se lo agradeció en una emocionante respuesta). Savater desprecia a sus lectores, habla para entendidos, da alfilerazos escondiendo la mano. Todo el artículo es una venganza privada que le retrata moralmente.
            ––¿Solo para entendidos? ¿No está clara la alusión a Luis García Montero y a su mujer, “torrencial novelista y también columnista del periódico de referencia”?  
            ––Clarísima. Este artículo debería incluirlo Sánchez-Cuenca como apéndice en la segunda edición de su libro. Es el mejor ejemplo de la “desfachatez del intelectual” que él trató de poner en evidencia.


Martes, 7 de junio
MEA CULPA

"No hay buena acción que no reciba su merecido" se lee en no sé qué evangelio apócrifo y es una gran verdad. Me llama el editor de Renacimiento para contarme lo disgustado que ha quedado todo el mundo con la presentación en Madrid de la última antología de poesía joven, Nacer en otro tiempo.
            Las peripecias resultarían divertidas si no fuera porque yo le envié el original y fui el avalista del proyecto. "De la librería me han dicho que no les vuelva a mandar más autores así, llegaron tarde, se dedicaron a pelearse entre ellos, también en un programa de radio, dejaron una impresión deplorable, no ayudaron a vender ejemplares. A algunos no les cabía el ego en el cuerpo, me dijo mi hija. Uno de ellos, Unai Velasco, me ha escrito una carta quejándose de que los antólogos se habían puesto en contacto con él, pero no la editorial. Nunca me había ocurrido algo así y he editado docenas y docenas de libros colectivos..."
            Yo no digo nada, un tanto abochornado por la parte que me toca. Por discreción me ocupé solo de la parte material de la antología: corregir erratas, unificar notas biográficas, redactar paratextos, jugando a anónimo empleado editorial. Debería haber escrito yo el prólogo, haber estado presente en cada presentación, haber puesto un poco de orden entre los gallitos del corral. Ahora solo me queda la mala conciencia de haber embarcado al editor en una aventura menos ruidosa que ruinosa.
            ––¡Y yo que pensaba que iba a ser un gran éxito promocional y comercial!
            ––Pues si pensabas eso, sospecho que como empresario tendrías el mismo éxito que como analista político: no darías pie con bola.


Jueves, 9 de junio
FIN DE CURSO

Celebración del fin de curso en el Instituto de Salinas. Me invitan a hablar de poesía. Cumplo lo mejor que puedo, pero lo mejor viene después. Los alumnos que se gradúan han preparado un vídeo (“Quince años no es nada”) en el que los ve desde que cumplen tres años hasta que están a punto de ir a la Universidad. Recuerda a la película Boyhood, rodada a lo largo de años por un mismo actor que se va haciendo mayor. Pocas veces he visto tan clara la emoción del tiempo que se acelera cada vez más y está a punto de atropellarme. Luego, en breves intervenciones, los alumnos recuerdan su paso por el centro; algunos dicen las esperadas palabras convencionales, pero la mayoría se muestran como consumados artistas dispuestos a arrasar en youtube.
            La melancolía del tiempo que pasa y que nos va dejando poco a poco en la orilla, pero también la reconfortante sensación de que no vamos a peor, de que hay recambio, de que el mundo quedará en mejores manos.



Viernes, 10 de junio
SOY BUENO

“Soy bueno haciendo que la gente olvide las cosas malas que también tengo”, le escucho decir a mi admirado Rosewood (es como yo, pero en negro, en cachas y en cuarenta años más joven) y pienso que en eso discrepamos: yo solo soy bueno haciendo que la gente olvide las cosas buenas que también tengo.





domingo, 5 de junio de 2016

El arte de quedarse solo: Sheldon o Propercio y Víctor Botas



Sábado, 28 de mayo
YO, MÍ, ME…

“Yo, mí, me, conmigo… Deberías repasar la gramática de la lengua española para descubrir que existen otros pronombres personales”, leo en el mensaje que una amiga completamente desconocida –Facebook ha inventado esa rara especie– me envía por Messenger.
            “¿Cómo puedes vivir tan solo, sin siquiera un perro o un gato que te haga compañía?”, se pregunta compasivamente otra.
            Pero yo no vivo solo. Vivo conmigo, que es lo mismo que vivir con una multitud.



Domingo, 29 de mayo
ESTO SOY

Un edificio que se va deteriorando con los años mientras en él se suceden los diversos inquilinos. Ahora ya solo lo habita un anciano.
            Cuando tenía veinte años, me escribí una carta a mí mismo para abrir después de que cumpliera los sesenta. La encontré ayer, revolviendo entre viejos papeles. Y la rompí sin abrirla. Seguro que ahora podría responder a muchas de las preguntas de aquel joven, pero de qué serviría si ya no está aquí para escucharme..
            Todo lo que necesito en el mundo es media docena de rincones en media docena de ciudades. Y docena y media de amigos y todos los libros y toda la soledad del mundo.


Lunes, 30 de mayo
SI DIOS NO EXISTE

Retocar textos ajenos es una de mis malas costumbres. Hojeo Poesía esencial, de José Mateos, que acabo de recibir: “El libro sobre la mesa. / Le abro las alas, / y vuela”.
            ¿Y vuela? ¿Qué pasa, que es tan malo que lo lanzo por la ventana? El poemilla me parece que queda mejor así: “El libro sobre la mesa. / Le abro las alas, / y vuelo”.
            El libro nos pone alas, nos hace salir de nosotros mismos. Algunos libros, claro. Cada vez menos.
            Casi siempre que cito de memoria a mis poetas favoritos, cometo algunos pequeños fallos, que mi amigo José Cereijo (una especie de Funes el Memorioso) suele señalarme. Pero casi nunca son fallos involuntarios. Si me falta un verso en los versos finales del soneto de Vicente Gaos que tanto me gusta repetir (“Sálvame tú, mi amor apasionado, / mi única estrella, mi razón de vida, / en la noche sin Dios súbita y triste…·), no es por mi mala memoria, sino por mi suficiencia crítica: creo que sobra.
            “…Necesito vivir iluminado. / Existe al menos tú si Dios no existe”.


Martes, 31 de mayo
PROPERCIO Y YO

Me entrega Javier García Rodríguez el primer ejemplar de Mañana es hoy. Víctor Botas veinte años después y tengo la curiosa sensación de viajar no al pasado, sino al futuro. Rigurosos críticos académicos tratan la obra de Víctor Botas como si fuera un clásico y yo aparezco acá y allá como inevitable acompañante. Pero yo, al contrario que él, sigo aquí para confirmar o desmentir lo que se afirma.
            No lo hago, por supuesto. Que los papeles de entonces hablen por sí mismos. Me limito a sonreír cuando Carmen Morán encuentra en el circulo de Mecenas descrito en Rosa rosae un trasunto de la tertulia Óliver, a la que aplica las palabras de un conocido latinista: "aquella juventud dorada y sabia, amante de los refinamientos alejandrinos, del virtuosismo musical y de la vida amable".
            Si Carmen Morán leyera Viernes santos, el diario de unos meses de la tertulia llevado a cabo (o firmado) por Luis Salas, podría darse cuenta de a qué clase de "refinamientos alejandrinos" se dedicaba "aquella juventud dorada y sabia" (más bien impertinentemente machista y deslenguada).
            No puedo negar que halaga mi vanidad el que me vea reflejado en el "desastrado, burlón y casquivano" Sexto Propercio (yo creo que solo acertó en los dos primeros adjetivos). Pero eso de que Propercio solía pasar “por la casa de Cayo a buscarle silbando una cancioncilla como García Martín solía dar un timbrazo en la de Botas” no es enteramente cierto. Era él –bastante ocioso por aquellas fechas– quien venía a Avilés a sacarme de la biblioteca y llevarme a tomar un café o el que, cuando pasé a vivir a Oviedo, daba un timbrazo en mi casa de Melquíades Álvarez para enseñarme sus versos o discutir de política (su etapa de “compañero de viaje” de los comunistas ya era historia antigua cuando yo le conocí).
            Me divierten también los reparos que pone Rodrigo Olay, insinuados o expresos a mi labor como editor de Víctor Botas, que comenzó con su primer libro. Las poesías completas que él decidió publicar son las que aparecieron en 1999, con el añadido de Las rosas de Babilonia. Los poemillas que Rodrigo Olay echa en falta fue el propio Botas quien los dejó fuera, lo mismo que otros poemas dispersos en revistas. La edición reducida de 1994, la que él tuvo en sus manos, se decidió a última hora, con la promesa de publicar pronto una segunda edición aumentada. Recuerdo mi argumento: “Como dices que ya no vas a escribir más versos, será una manera de añadir novedad a la nueva edición”.
            La poesía completa de un escritor está formada por los poemas que él dio por válidos, no por todos los que escribió (aunque otra cosa piensen los investigadores minuciosamente acríticos que vuelven ilegible a un autor con la acumulación de borradores y variantes). Botas tenía una cierta variedad del síndrome de Diógenes: era incapaz de desprenderse de ningún papel. Eso me permite recordar que, en la primera versión del poema "Gato" (reproducida en el libro) se hablaba tópicamente de un gato; el poema se convirtió en lo que es, un poema de engaño-desengaño, cuando se puso en boca del propio animal, según nos descubre el verso último. Y yo recuerdo dónde ocurrió esa metamorfosis: en La Serrana, una de esas tardes en Botas venía a Avilés (aún no había aparecido la fobia que acabaría impidiéndole salir de casa solo) para acompañarme a tomar un café y enseñarme el poema o los poemas que estaba escribiendo. Y recuerdo también que fue mi insistencia ("Todo el mundo ha señalado la influencia de Borges en Las cosas que me acechan, no te conviene aparecer solo como un epígono") la que le llevó a cambiar el explícito título de un poema enumerativo (“A J. L. Borges”) por el más discreto de “Homenaje”, cuyo destinatario venía aludido por la fecha final: 24 de agosto de 1979, día en que el escritor argentino cumplía ochenta años. Recuerdo que fue en Salinas mientras esperábamos a Luis Antonio de Villena, que había venido a Avilés como jurado del premio Ana de Valle y se alojaba en el hotel Esperanza.
            Pero estas cosas no las diré nunca. Ya no tienen más apoyo que mi palabra. "Martín, Martín, tú nunca serás capaz de escribir lo que yo escribo, pero, maldita sea, cabronazo, a veces eres capaz de mejorarlo", me dijo Botas más de una vez tras aceptar alguna de mis sugerencias.
            Ahora ya solo soy un lector más de su poesía. Los secretos de taller que se queden en el taller. Ahora deben hablar los textos y que cada uno los interprete a su manera.



Miércoles, 1 de junio
EL OLOR DE LA FELICIDAD

A mí un día para celebrar el cumpleaños siempre me ha parecido poco. Yo lo festejo durante todo el mes. Y comienzo siempre recordando la cita de Miró que García Baena coloca al frente de uno de sus libros: “Es la felicidad la que tiene su olor, olor de mes de junio”.
            Cuando salgo temprano a la calle, y me recibe un espléndido azul como recién creado, como primer regalo, a la memoria me vienen algunos de sus versos: “Junio, paraíso entre muros que levantas la antorcha de tus árboles, / bajo tu sombra quiero ver madurar los frutos, / quiero oír el inquieto raudal de los torrentes, / el crujido de las ramas bajo el peso del nido / y el resonante silencio de las constelaciones”.
            El mejor regalo, el primer regalo, un nuevo mes de junio, y van ya sesenta y seis. Soy, sin duda, un hombre afortunado.



Jueves, 2 de junio
SHELDON Y YO

Soy bastante rutinario, la verdad. Y tan maniático como mi admirado Sheldon Cooper, el de Big Bang. Pero a todo hay quien gane. Cerraron la cafetería de Los Prados que había convertido en mi oficina de las tardes y enseguida encontré otra en una esquina del McDonald’s del mismo centro comercial, prácticamente desierto a esas horas.
            Mi rincón favorito está en un saliente, casi debajo de la cúpula, un tanto aislado del resto. Hoy, cuando me dirigía hacia allí con mi café en una mano y el iPad bajo el brazo, veo a una señora que corre hacia él, tropezando con las mesas, mientras otra que venía con ella va a hacer el pedido. Las reconozco: algunas veces, cuando llego un poco más tarde, las encuentro ocupando “mi sitio”. Que al parecer era el suyo antes de mi traslado. Soy bastante maniático, pero no se me ocurriría echar una carrera para ocupar un determinado sitio en una terraza completamente vacía. A todo hay quien gane.
            La verdad es que soy tan rutinario que no me importa cambiar de rutina. En seguida creo otras nuevas. El primer día que llego a una ciudad todo es incomodidad y caos; el segundo comienzo a encontrar mis sitios; al tercero ya es como si llevara allí toda la vida.


Viernes, 3 de junio
CUÁNTA AMISTAD

La lectura de Mañana es hoy me ha llevado a hojear de nuevo las primeras ediciones de Víctor Botas y en Poesía (1979-1992), el último libro suyo que tuvo en sus manos, quizá el que más ilusión le hizo, encuentro con una dedicatoria que había olvidado, que entonces seguramente me hizo sentir un tanto incómodo (falta el habitual tono burlón con que solíamos tratarnos), que algo tiene de emocionante despedida, como si ya adivinara que faltaban escasos meses para el último viaje: “Amigo Martín, cuántos consejos, cuántas discusiones, cuántos libros que me has recomendado, cuántas tardes en La Serrana, en las calles, paseando junto a la ría de Avilés, la ría de mi infancia. Cuántas complicidades en mis pequeños lances amorosos. Cuánta amistad, en fin, guarda este libro”.