sábado, 23 de septiembre de 2023

Coraje y alegría: Por malos que nos parezcan

 

 

Sábado, 16 septiembre
EL REGALO DEL FANTASMA

Ayer encontré un tesoro, y no metafórico. Paso por la librería del centro Reto que está al lado de mi casa, en Bermúdez de Castro, y en un rincón, entre manoseados bestsellers, saldos y títulos sin mayor interés, me estaban esperando la tercera edición de La realidad y el deseo, la última que preparó su autor, la que leyeron y admiraron Brines, Valente y los otros poetas que le homenajearon en La caña gris, y a su lado Sombra del paraíso, de Aleixandre, en la edición de Adán, de 1944, y Todo más claro y otros poemas, el último libro que publicó en vida Pedro Salinas, y siguen las sorpresas. Una sensación mareante.

            En todos los volúmenes, la misma firma: José Vega Merino. Busco su nombre en Internet y no encuentro más datos que un libro suyo, Lo que a mí me pasa, publicado en la colección Provincia, de León, en 1980. Por entonces, yo estaba suscrito a esa colección, así que pensé que probablemente lo tenía en Avilés. Y aquí estaba. Es un primer libro y una especie de poesía completa, lleva el subtítulo de 1949-1979. Miro la contracubierta para conocer algunos datos de ese poeta que era tan buen lector y que parece no volvió a publicar más, pero, redactada en primera persona, no ofrece ningún dato concreto: "No creo que tenga demasiada importancia para el hipotético lector de estos poemas saber si fue en este o en aquel lugar del vasto mundo donde los hados decidieron un día que yo apareciera, pues a mí me parece que tanto monta uno como otro. Tampoco creo que interese a nadie conocer la fecha en que se produjo tan fausto acontecimiento. Mayor peso sin duda que este par de anécdotas para la vida de cada uno tienen otras muchas circunstancia que sería farragoso e impúdico enumerar".

            ONU fantasma, un auténtico fantasma desvanecido en el tiempo es quien ayer viernes me hizo tan maravilloso regalo. Lo único cierto que sé de su vida es que una tarde de noviembre de 1954 visitó a Vicente Aleixandre y le leyó su versos, según consta en la dedicatoria de Nacimiento último, el único de estos libros que está dedicado. También sé que era un buen lector y no solo por las sutiles marcas que ponía en el índice señalando, sin duda, los poemas que más le había gustado, y que suelen ser los mejores (o al menos los que yo también prefiero), sino porque el ejemplar de En un vasto dominio, el libro en que Aleixandre se convierte en abanderado del realismo y la poesía social, está intonso a partir de la página 89 (y tiene 250); parece que no necesitó más para saber que no merecía la pena seguir leyendo.

Domingo, 17 de septiembre
OTRO REGALO

El viernes un regalo mayor, hoy un regalo menor. Desde tiempo inmemorial, tengo la costumbre de ir al cine los domingos, una buena costumbre que espero no perder. Hoy toca Misterio en Venecia y, por al azar de los puntos de la tarjeta Yelmo, resulta que la entrada me sale gratis. Lo considero un regalo de Poirot, con quien tengo algunas cosas en común, como la vanidad y la confianza en las células grises.

            La película recrea una historia de Agatha Christie, como las dos anteriores de Kenneth Branagh, pero lo hace, afortunadamente, con muchas libertades, aproximándola a Henry James. El palacio en que transcurre la historia es un personaje más, como en Los papeles de Aspern, y algo tiene que ver la atmósfera con la de Otra vuelta de tuerca. También está Poe, a quien lee un niño sabihondo que da un poco de miedo. Y luego está la altana del palazzo en que se aloja Poirot, con sus vistas sobre el Gran Canal y el de la Giudecca. Y qué maravilla el plano aéreo final, al que se sobreponen los títulos de crédito, que parece acariciar minuciosamente la ciudad. Mientras los más apresurados abandonan la sala, yo voy poniendo nombre a las cúpulas, los Campaniles, Los Campi.

Lunes, 18 de septiembre
LEER PARA VER

No soy un fetichista ni un fanático de las primeras ediciones. Me gusta leer los libros en la mejor edición, pero a menudo, sobre todo cuando es una edición anotada o está incluida en la poesía completa, la mejor es la primera.

            Releo Sombra del paraíso y me deslumbra casi tanto como cuando lo descubrí en la adolescencia. Todo más claro creía haberlo leído, pero algunos poemas me suenan ahora como nuevos. Quizá los pasé por alto –son extensos y algo divagatorios-- en las poesía completas.

            Me detengo sobre todo en los poemas neoyorquinos. Con “Pasajero en museo” recorro el Met. Me imagino una edición ilustrada de este poema. Sería la mejor guía del museo. Se detiene ante los retratos de Al Fayum: “Tú, mozo egipcio con mirar de brasa, / tan joven consumido en pura llama / que no sabrás jamás de tu ceniza”. Y a continuación ante un Vermeer: “Tú, en pie, dama holandesa, alma en los ojos / --que no se ven-- leyendo / una carta, esa hoja amarillenta / suelta de un indeciso continente, / detrás, en la pared, mapa de octubre”. Luego un ángel flamígero, el timbre de las cinco, le expulsa del edén y sale al mundo, descendiendo un escalón tras otro hasta la Quinta Avenida el primer sábado de otoño. Alza los ojos, como yo los alzo ahora del libro, y contempla –contemplo-- las nubes doradas que acuden a ofrecerle su marco a la hermosura celeste de la tarde para invitarla a que se quede.

Miércoles, 20 de septiembre
ARMANDO GUERRA

Como un dinosaurio escapado del parque Jurásico, reaparece un político al que admiré hace tiempo, en otro siglo. Presumía entonces de no dejar espacio para nadie a su izquierda, ahora se esfuerza en no dejarlo a su derecha.

             “Qué difícil es, cuando todo baja, no bajar también”, que diría nuestro común Antonio Machado. 

Jueves, 21 de septiembre
EL INNOMBRABLE

Hay curiosas coincidencias. Ayer aburrí en la tertulia contando mis actuales desventuras con Felipe Benítez Reyes, que últimamente la ha tomado conmigo y, cuando menos me lo espero, me fulmina un desabrido correo que me amarga el día. Hoy, mientras tomo  el café habitual de la mañana, se me acerca un conocido con un libro que acaba de conseguir por Amazon y que quiere le dedique. Es Poesía española 1982-1983, un anuario que no tendría continuación y que armó cierto revuelo en su momento. Voy al índice y veo que el primero de la sección “Los que se incorporan” es mi Némesis actual, Felipe Benítez Reyes. Termino afirmando que, tras este su primer libro, Paraíso manuscrito, “no podrá ser excluido de ningún recuento de la joven poesía española”. Parece que acerté. Hoy sigue siendo válida esa afirmación si prescindimos de la palabra “joven”. Y en los cuarenta años que han pasado desde entonces he reseñado la mayor parte de sus obras, le he antologado, le he citado en incontables artículos sobre poesía, le he publicado en todas las revistas que he dirigido o editado, he comentado sus poemas en clase. Es uno de mis clásicos contemporáneos.

            ---¿Y por qué crees tú que te odia?, me preguntaron en la tertulia.

            ---Ni idea. Siempre le he admirado y elogiado, aunque con matices que tienen que ver con las novelas (que me interesan menos) y con un dejarse llevar a veces por ciertas virguerías estilísticas.

            ---Es mejor escritor que tú. ¿No será que le tienes envidia?

            ---Pues entonces debería ser yo el que me metiera con él, no él conmigo. A veces leo un artículo de los que publica en los periódicos de Vocento y no puedo evitar ponerle un mensaje felicitándole. Benítez Reyes es grande incluso en lo pequeño, en lo más circunstancial. Es el Ramón Gómez de la Serna de su generación, pero con menos prescindible aturullamiento.

            ---¿Y por qué no le dices a él lo mucho que le admiras en lugar de decírnoslo a nosotros?

            ---Mi admiración la considera la peor de las amenazas. Eso al menos es lo que me dice en la última carta. En una anterior, más amenazadora, me prohibió terminantemente que mencionara su nombre.

            ---¿Puede hacerlo? Si uno publica un libro, ¿cómo va a prohibir a nadie que hable de ese libro?

            ---Afortunadamente vive en Rota y hace años, siglos, que no nos vemos.

            ---Afortunadamente, porque yo en tu caso no estaría tranquilo si me topo con él en un lugar solitario.

Viernes, 22 de septiembre
YO PREGUNTO

En el artículo de Eliot sobre Milton que inicia el número 10 de Realidad, la revista que en los años cuarenta publicaron en Argentina Guillermo de Torre y Francisco Ayala --lo encuentro en Reto (¿otro regalo de Vega Merino?) --, aparece, subrayada, una frase: "Yo pregunto si alguna guerra civil seria ha concluido jamás".

            La política, a veces, parece la continuación de la guerra por otros medios. Mucho mejores, por malos que nos parezcan.



 

sábado, 16 de septiembre de 2023

Coraje y alegría: Nada nuevo, todo distinto

 

Sábado, 9 de Septiembre
MAESTRO SUPERIOR

"Era uno de los más elocuentes ejemplos de que el arte de la vida no estriba ni en el desorden ni en la irregularidad".

            Ayer, día de fiesta, encontré en un puestecillo de libros que no suele ser habitual, un tomo de las obras completas de Pereda, autor que tengo arrumbado en el desván de los trastos viejos. Lo compré porque llevaba un sello del anterior propietario, "Augusto Vázquez, maestro superior" y una fecha escrita a mano: 11-4-27.

            ¿Quién sería este "maestro superior" que en los años de las vanguardias seguía leyendo a Pereda. En Internet encuentro a otro Augusto Vázquez, "que formó parte de la guerrilla como internacionalista mexicano durante el conflicto salvadoreño de los años ochenta". En agosto de 2022, publicó en Puebla un libro, Huellas de la conciencia, con las fotografías que tomó entonces. También hay otro Augusto Vázquez, director de comunicación corporativa de una empresa petrolífera.

No hay nombre que no esté repetido, no solo el mío (hubo un tiempo en que coleccionaba "José Luis García Martín"), tan vulgar, tan poco hecho para la fama. ¿Se repetirán también las vidas? En la edición de 1922 de la obras de Pereda, la que yo he encontrado, al ultimo tomo se le añaden unos apuntes biográficos escritos a raíz de su muerte por varios amigos y publicados en un número especial del Diario Montañés, y ahí encuentro, para mi sorpresa, que teníamos mucho en común.

            "Sumamente ordenado, puede decirse que, en circunstancias normales y desde hace muchos años, hacía todos los días las mismas cosas, y que las hacía (sin mirar el reloj) a las mismas horas".

            Madrugaba, escribía, paseaba, leía, charlaba con los amigos, se acostaba pronto: "Y esto bastaba a aquel soberano artista, que por tan mansa manera sabía extraer a la vida su jugo poético, sin necesidad de buscarlo a sangre y fuego corriendo medio mundo o soltando el freno a pasiones que envilecen".

            En 1906, cuando murió, era una gloria nacional; hoy es una meritoria, y poco leída, si no poco legible, figura local. Me temo –me digo sonriendo—que yo no seré nunca ni lo uno ni lo otro. 

            Disfruto leyendo este minucioso panegírico por el que me entero de que escribía –literalmente—"con plumas de oro y brillantes en un mango de madera oscura, redondo y muy pesado"; también de que en su despacho tenía dos marinas y un dibujo de Galdós.

            Pequeños detalles de una vida, tan semejante y tan opuesta a la mía, quizá como cualquier otra vida.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

Domingo, 10 de Septiembre
YO, TRANQUILO

Tengo la buena costumbre de no escuchar noticias ni en la radio ni en la televisión, tampoco atiendo a las que se difunden en las redes sociales. Dos o tres diarios impresos, leídos con más o menos atención, me bastan para estar informado. Por supuesto, descreo de los titulares, casi siempre cuestionados por el cuerpo de la noticia, y en los artículos de opinión, antes de nada miro a ver quién es el que opina y la credibilidad que me merece. La mayoría de los escritores, cuando no hablan de literatura, y a veces incluso cuando hablan, ninguna. O sea que miro lo que está pasando con bastante distanciamiento, sin dejarme contagiar por el histerismo colectivo.

            Algún amigo quiere contagiarme su alarma ante esta España partida en dos mitades y parece que a punto de llegar a las manos. Yo no me preocupo demasiado. Es lo bueno de haber vivido.

            No ya a Rodríguez Zapatero, sino al propio Adolfo Suárez, le trataron peor que ahora tratan a Pedro Sánchez. Y no digamos a ese viejecito catastrofista que es hoy Alfonso Guerra. Escuchando sus últimas declaraciones, pienso con un poco de vergüenza en aquellos tiempos en que todos estaban contra él y yo era casi el único que le defendía públicamente. Pero tampoco tengo por qué avergonzarme. Con la edad, todos evolucionamos, aunque no todos para peor. 

Lunes, 11 de Septiembre
EN PRIMERA PERSONA

De los tres acontecimientos históricos que se conmemoran hoy, dos –el golpe de Estado contra Allende, el derribo de la Torres Gemelas-- los viví en primera persona. El otro no, porque la caída de Barcelona en manos de las tropas borbónicas allá por 1714 ya me queda un poco lejos.

            Qué extraña sensación esta de comprobar cómo lo que fue nuestro presente se va diluyendo en las páginas de la historia.

Martes, 12 de Septiembre
TRASLADO

Me pregunta Paulina Cervero, que quiere hablar conmigo de un homenaje que se prepara a Víctor Botas, si a las doce estaré, como de costumbre, en Los Porches. Le digo que ya no voy por allí, que ahora estoy muy cerca, en Atípiko. "¿Cómo es eso?", me responde no menos sorprendida que los vecinos de Kant si un día le vieran cambiar de trayecto en su paseo habitual.

            ---Nada, que me echaron.

            ---No me lo creo.

            ---Pues créetelo. Dejaron de saludarme, soltaban bruscamente la consumición sobre la mesa sin siquiera mirarme, cosas así. Bueno, eso lo hacía el dueño, no los otros camareros, Íñigo y Jose, pero últimamente era el que me atendía (lo de "atendía" es un decir).

            ---¡Y yo que creía que te iban a poner una placa en el lugar en que te sentabas. ¿Cuánto tiempo llevabas yendo por allí?

            ---Cuarenta años. Pero la cafetería ha cambiado varias veces de dueño.

            ---La echarás de menos.

            ---En absoluto. El único inconveniente es que todavía hay quienes me buscan en las Salesas y al no encontrarme piensan que no estoy en Oviedo. Pensé en dejar una tarjeta con mi nueva dirección, pero no creo que les hiciera mucha gracia.

            ---Últimamente has perdido muchas rutinas: Los Porches, el despacho del Milán, la revista Clarín. Para alguien como tú, no debe ser fácil.

            ---Al contrario, soy tan rutinario que no tardo ni dos días en sustituir unas rutinas por otras.

Miércoles, 13 de septiembre
SOY ASÍ

Al finalizar la tertulia, más agradable ahora que ciertos veteranos cascarrabias han perdido la costumbre de asistir, tras horas de encendido debate, yo contra todos como es habitual, me despido con esta frase:

            ---Pido disculpas por ser tan listo, pero no lo puedo evitar. Soy así.

            Y luego, tras una pausa:

            ---Hablo en broma, por supuesto

            Pero me temo que la mayoría piensa que no hay tal broma, que eso es en el fondo, y en la superficie, lo que pienso.


Jueves, 14 de Septiembre
POR EL MOMENTO

Afirmaba Romanones que él, cuando en el congreso decía "¡nunca, jamás!", lo decía siempre por el momento. En eso era como todos los políticos.

Viernes, 15 de Septiembre
CAMBIO, LUEGO EXISTO

Me levanto y antes de ponerme a escribir riego las plantas. Es una nueva costumbre. Ahora creo que no podría vivir sin ese pequeño jardín que tengo en la terraza; antes me bastaba con las flores de papel de los poemas.

            Algo he cambiado, si no en lo esencial, sí en todo los demás. Creo que poco a poco me voy haciendo más contemporáneo y menos robot. Pero me temo que soy de desarrollo demasiado lento: necesitaría vivir unos ciento veinte años para llegar a ser completamente humano. Ya he aprendido a cambiar de opinión cuando tengo buenas razones para hacerlo. Algo es algo. Y cambio con cierta frecuencia, para sorpresa de alguno, en cuanto me percato de que estoy equivocado..

            ---Si de sabios es rectificar, yo muy sabio debo ser.

            ---Pero todavía no tanto como Pedro Sánchez.



sábado, 9 de septiembre de 2023

Coraje y alegría: Justicia poética

 

Sábado, 2 de septiembre
TE VAS A ENTERAR

El odio, como el amor, es sin porqué. Quizá no siempre, pero siempre en los casos más graves. Yo debería tener muchos enemigos, y quizá los tenga, más entre los viejos que entre los jóvenes, por mi mala costumbre de no dejar a ningún santón dormirse sobre sus laureles. Pero, en la mayor parte de los casos, es gente a la que no trato y por eso no me entero de su malquerencia. Si yo quisiera obtener alguna sinecura literaria, un premio, una subvención, una invitación para hacer turismo a costa del Cervantes, o simplemente ser entrevistado o reseñado, me esperarían con la vara del castigo en la mano. Y no es que a mí no me importe el éxito. Me gusta tanto como el chocolate, los helados o la música. Lo que pasa es que puedo pasarme perfectamente sin esas cosas.

            Por eso me sorprendió tanto la carta de uno de los escritores más destacados de la generación siguiente a la mía, a quien leo desde que publicó su primer cuaderno y del que he reseñado casi todos los libros. Elogiosamente, por supuesto, aunque siempre con algún reparo, marca de la casa. Con un vago pretexto (cité una carta suya que aparecía en la exposición sobre Clarín), me envío un correo lleno de amenazas. Ningún temor me inspiraron, aunque no tenían nada de broma. Nunca habíamos sido muy amigos, solo nos vimos personalmente en algún encuentro literario. Comprendo la ruptura o la antipatía, pero no ese odio tan visceral, como de ruptura de pareja. Tras darle algunas vueltas, renuncio a buscar una razón. El odio, como el amor, es sin porqué. Le prometí, para tranquilizarle, no volver a reseñar ninguno de sus libros y ni siquiera a mencionar su nombre. A lo que no puede renunciar es a seguir admirándole.

Lunes, 4 de septiembre
CONFIDENCIAS DE MEDIA NOCHE

Cuando no puedo dormir, me levanto de la cama, me tiendo en el sofá, cierro los ojos y charlo con mi psicoanalista favorito.

            ---¿Eres feliz?

            --- A ratos.

            ---¿Cambiarías algo de tu vida si pudieras hacerlo?

            ---Unos días lo cambiaría todo y otros nada.

            ---¿Volverías un enamorarte?

            ---Si no queda otro remedio, pero preferiría no hacerlo.

            ---¿Te han defraudado mucho los amigos?

            ---Me temo que, como persona que no se hace demasiadas ilusiones, soy más de defraudar que de ser defraudado.

            ---Has dedicado tu vida a la literatura, ¿te arrepientes?

            ---No, por supuesto, pero el día tiene 24 horas. Creo que también debería haberme dedicado a otras cosas.

            ---¿Por ejemplo?

            ---A la política. He descubierto que me gusta mandar. Cambiar el mundo. Y para eso nada como la política. Sentir que el futuro de un país está en tus manos debe de ser muy emocionante.

            ---¿Hablas en serio? Es una gran responsabilidad.

            ---Y yo he sido siempre un irresponsable sin nadie a mi cargo, ni perro ni gato, haciendo siempre lo que me da la gana.

            ---Y hubieras preferido no tener tiempo para nada, sentir sobre tus hombros el peso del mundo.

            ---Exacto.

            ---No te creo.

            ---Y hace bien. La verdad es que de no me molesta ser quien soy. Tengo muchos problemas, pero ninguno –de momento, pronto empezarán las pejigueras de la edad-- personal, todos por empeñarme en hacer de buen samaritano. Presumo de egoísta, pero me temo que es una presunción vana.

            ---Te gustaría ser Dios.

            ---Exacto, pero un Dios mejor, más atento al día a día, a evitar el sufrimiento.

            ---Teológico estáis.

            ---Es que no duermo.

 

Martes, 5 de septiembre
NADA NUEVO

Estoy con mi café y mi libro en Atípiko, que parece ha sustituido definitivamente a la mesa redonda de Las Salesas, cuando alguien, de quien no recuerdo el nombre, me ve al pasar y entra a saludarme.

            ---Estará contento, ¿no? Se habrá alegrado al ver a Yolanda Díaz sonriendo junto a Carles Puigdemont, el huido de la justicia, allá en su escondite, la sede del Parlamento Europeo.

            ---Mentiría si dijera lo contrario.

            ---¿Y no le indigna que el futuro gobierno dependa de un presunto delincuente?

            ---Ironías de la historia. Recuerdo la crisis política de febrero del 31, la última de la Monarquía anterior. Tras intentarlo con Santiago Alba, exiliado en París como Puigdemont en Bruselas (Primo de Rivera le había acusado incluso de robar el coche oficial con el que huyó a Francia), Alfonso XIII encargó formar gobierno a Sánchez Guerra. ¿Y qué fue lo que hizo? Pues antes de hablar con ningún político afín, fue y se presentó en la Cárcel Modelo, donde estaba preso el Comité Republicano desde la sublevación de Jaca, que había llevado a la ejecución sumarísima de Galán y Hernández. En la tarde del 15, estaban los presos en la galería cuando se presentó ante ellos el director de la prisión, vistiendo el uniforme de gala, y con voz grave y ademán solemne les dijo: "Señores, acabo de recibir la orden de comunicarles que, dentro de breves instantes, el señor Sánchez Guerra, encargado por su majestad de formar gobierno, vendrá a la cárcel para hablar con los señores Alcalá Zamora, Largo Caballero, De los Ríos y Maura. Siento que el reglamento no me permita autorizarles comunicar en la sala de abogados en lugar de a través de la reja". Y a través de la reja dijeron que ni por activa ni por pasiva apoyarían un gobierno de la monarquía, aunque fuera para convocar inmediatamente elecciones generales. Dos meses después esos señores que estaban en la cárcel estaban en el gobierno y el rey en el exilio.

            ---Tiene buena memoria. ¿Cree que este rey acabará en un exilio más o menos dorado como los anteriores, el padre repudiado y el perjuro bisabuelo?

            ---No cultivo el género de la profecía.

   

Miércoles, 6 de septiembre
LO QUE MÁS ME IMPORTA

De todos los elogios que se ha dicho de mí (no muchos, la verdad, denuestos sí, en abundancia), el que yo prefiero, aunque no sé si muy exacto, es el que Enrique Bueres puso en la dedicatoria de su libro sobre la música de los ochenta: "El más duro, el más sincero, el mejor".

           De sobra sé que ni los dos primeros calificativos son muy exactos: la dureza es más bien rudeza  y la sinceridad, fingida. Callo lo que más me importa.

Jueves, 7 de septiembre
ENSAYO DE AUTOCRITICA
 

De vez en cuando, en este año de su centenario, pienso en Carlos Bousoño, a quien pasé de admirar a ser uno de sus más incisivos críticos. Muy humano ese comportamiento. "Al maestro, cuchillada" constata la sabiduría popular.

            Tenía yo catorce o quince años cuando, en la biblioteca Bances Candamo (para mí entonces la más exacta representación del paraíso), encontré dos libros que me enseñaron a leer poesía. Uno de Dámaso Alonso, Poesía española. Ensayo de métodos y límites estilísticos; el otro, de Bousoño, Teoría de la expresión poética. Con Dámaso Alonso aprendí a desentrañar la poesía del Siglo de Oro (todavía recuerdo casi todo los versos que citaba: "Infame turba de nocturnas aves / gimiendo tristes y volando graves"); con Carlos Bousoño, la poesía contemporánea.

            Con qué lucidez iba describiendo, clasificando, nombrando los recursos retóricos de los nuevos poetas: el desplazamiento calificativo (que era y no era la hipálage de los clásicos), las superposiciones temporales, las rupturas de sistema, comunes a la poesía y al chiste.

            Luego, en los setenta, tuve la suerte de conocerle personalmente (ya habíamos intercambiado libros y cartas), cuando vino como profesor a los cursos de verano de la Universidad de Oviedo. Sus clases eran tan deslumbrantes como sus libros. Muchos días, al final de ellas, varios alumnos le acompañábamos a tomar un café y luego hasta la puerta de su hotel, que estaba en el edificio de La Jirafa. No se cansaba nunca de hablar ni nosotros de escucharle.

            No le admiraba solo como estudioso. Su poesía primera, la publicada en los años cuarenta, quedaba un poco lejos, pero había sabido evolucionar y dos libros suyos le convertían en maestro de la poesía más joven, la de los novísimos: Oda en la ceniza y Las monedas contra la losa.

             Tras Teoría de la expresión poética se dedicó a corregir y a ampliar ese libro. Décadas después comenzó a desarrollar su pensamiento literario y se fue perdiendo en abstractas vaguedades. El mismo rumbo equivocado pareció seguir su poesía a partir de Metáfora del desafuero. No era yo el único que pensaba así: los nuevos poetas y los lectores se alejaban cada vez más de él.

            Acabé denostándole tanto como antes le había admirado. Ahora, en más de una ocasión, me maltrata a mí quien me admiraba. Justicia poética. No me quejo

Viernes, 8 de septiembre
ESOS ERRORES

De vez en cuando, me vienen a la memoria unos versos de Juan Gil-Albert: "Vivir es cometer esos errores / que humanamente nunca se reparan".



sábado, 2 de septiembre de 2023

Coraje y alegría: Baile en el mercado

 


Sábado, 26 de agosto
ANTIGUOS ALIENÍGENAS

¡Qué tiempos aquellos en los que el mundo se iba de vacaciones durante unos meses y los periódicos no tenían más remedio que llenar sus páginas con alguna que otra serpiente de verano! Ahora ahí siguen los políticos con sus trifulcas.

            Yo aprovecho para andar a mi aire y viajar por otros mundos, pero no faltan amigos que me manden mensajes alarmistas. "¿Pero cómo no dices nada? ¿No te preocupa que vuelvan los fachas?"

            No, no me preocupa demasiado, la verdad, porque nunca se han ido.

            "¿Tú crees que puedes estar callado cuando España peligra? ¿No te aterra que entren en el gobierno de España quienes quieren romper España?"

            Hombre, pues teniendo en cuenta que en las últimas elecciones voté a Pedro Sánchez y en las europeas a Puigdemont, no parece que lo que se avecina me asuste demasiado, más bien lo contrario. Pero he decidido no hablar por un tiempo de política, tomarme mis vacaciones, y una fascinante serpiente de verano ha venido a ayudarme a ello.

            ¿Estamos solos en el universo? ¿Nos han visitado antiguos astronautas que ayudaron a construir las pirámides y Machu Picchu y a convertir en homo sapiens al hombre de Cro-Magnon? Todos los días, antes de irme a la cama, para desconectar, escucho a Giorgio Tsoukalos repitiendo estas preguntas y visitando los más exóticos yacimientos arqueológicos. Duermo luego tan plácidamente como un bebé.

             He buscado la dirección electrónica del programa para enviarles una prueba de sus teorías que acabo de encontrar en Hervás.

            Los lugares, como las personas, nos acogen con indiferencia, con un gesto displicente o con una sonrisa. Hervás siempre sonríe al recién llegado, aunque venga, como yo, de Aldeanueva, el pueblo rival.

            A un lado de la carretera está el parque de las águilas, para airear a solas gratas melancolías, y enfrente una calle arbolada, con frescas terrazas para charlar de lo humano y lo divino. Yo sigo hasta los soportales de la Corredera, subo hasta la iglesia de Santa María, que fue castillo templario; bajo hasta la Fuente Chiquita y el puente sobre el Ambroz, el río de mi infancia, atravesando la Judería. Me llego después hasta la iglesia del Convento o, al otro lado del pueblo, si no estoy cansado, me voy una nueva vuelta por el museo de Pérez Comendador. Tengo mis rutinas, como en todos los lugares que visito, y Hervás nunca me defrauda.

            Esta vez me guardaba una sorpresa. No me había fijado hasta ahora en el friso bizantino, o neobizantino, que adorna la capilla bautismal de Santa María. A trechos está algo deteriorado, pero no así una imagen en la que no me había fijado antes: pecho como de paloma o de escarabajo, rostro humano, múltiples alas que se entrecruzan como en un torbellino y ojos, ojos en todas partes. Abajo la inscripción "Santo, Santo, Santo". ¿Una representación del Espíritu Santo? Es posible. Pero más bien parece la ingenua interpretación de un antiguo astronauta, un alienígena, que bajó del cielo entre hélices y múltiples focos, esos ojos que todo lo ven.

             A ver qué dice Giorgio. Seguro que le saca mucho partido a esta fascinante criatura. Contemplarla será un motivo que añadir a los muchos que tengo para volver siempre que puedo a Hervás.


Domingo, 27 de agosto
BAÑOS CON HISTORIA

Como ando ahora enfrascado en las memorias de los protagonistas de la Segunda República, al llegar a Baños de Montemayor, con sus termas abiertas desde el tiempo de los romanos, quien me viene a la memoria es Alejandro Lerroux, en su juventud emperador del Paralelo y luego patrón de los negocios raros.

            En 1920, no sabemos con qué dinero, alquiló este balneario por setenta y cinco años. Los habitantes del pueblo le llevaron a juicio, pero él maniobró colocando a simpatizantes del Partido Radical en puestos claves del municipio y el pleito se quedó en nada.

            Aquí veraneaba y aquí tuvo lugar su último momento de gloria. Fue en agosto de 1935. Por tercera vez era presidente del gobierno, había liquidado contundentemente la revolución de Asturias (y a sus enemigos de siempre, los independentistas catalanes); la República entraba en una etapa de consolidación conservadora gracias a la ayuda de Gil Robles; Azaña escondía la cabeza bajo el ala y Prieto se escondía en algún lugar para evitar la cárcel. Pronto culminaría la trayectoria política sustituyendo a Alcalá Zamora, su gran rival, en la presidencia de la República.

            Dos mil personas asistieron al banquete que se le ofreció, al otro lado de la carretera, en el parque que había donde ahora se levanta el nuevo balneario. Cierro los ojos, bajo la monumental verja de hierro que data de 1884, y creo escuchar el Rumor del gentío, acallado cuando el gran hombre comienza a hablar.

            Pero un mes después estalló el feo asunto de aquella ruleta inventada por Strauss, Perlowitz y Lowann que necesitaba la aprobación del gobierno. Para conseguirla entraron en contacto con elementos del Partido Radical. Parece que el acuerdo implicaba un veinticinco por ciento de los beneficios para Alejandro Lerroux y un diez por ciento para su hijo adoptivo, Aurelio Lerroux. Había otros beneficiarios.

            El asunto se frustró y Strauss pidió a Lerroux una indemnización; este no hizo caso considerándolo un chantaje. La denuncia llegó luego a Alcalá Zamora. En La pequeña historia, Lerroux cuenta el asunto a su manera. Tuvo que dejar la presidencia, pero siguió de ministro en el gobierno siguiente. Entonces llegó el escándalo Nombela. Una copiosa indemnización otorgada a un industrial por procedimientos irregulares. Abandonó el gobierno y luego, en las elecciones del 36, ni siquiera salió diputado.

            La mala fama de este eficaz comisionista venia de lejos. Cuenta Miguel Maura en sus memorias que, cuando se preparaba el gobierno provisional de la República, alguien propuso a Lerroux como ministro de Justicia y él replicó que "si se le adjudicaba dicha cartera, algunos de sus adláteres acabarían subastando las sentencias de los tribunales en la Puerta del Sol".

Lunes, 28 de agosto
CON AVIRANETA

El azar hace que en mi casa de Aldeanueva encuentre un tomo de Baroja, Los recursos de la astucia, en una de cuyas partes, "Los guerrilleros del Empecinado en 1823", se narra un viaje a Plasencia: "Zugasti había recomendado a Aviraneta que sin pérdida de tiempo se presentase en el palacio del marqués de Mirabel, con su escolta. Así lo hizo don Eugenio. El palacio del marqués de Mirabel era hermoso, grande, de piedra amarillo negruzca. Daba su fachada a una plaza que tenía en medio una fuente".

            Visitante ese palacio cien años después de Aviraneta. Como él, admiro el patio renacentista, recorro los salones, me detengo ante el busto del emperador, subo hasta el pensil, la terraza llena de flores que da sobre la plaza y tiene enfrente la fachada de la iglesia de San Nicolás; ya no está adornada con lápidas romanas y estatuas antiguas, pero sigue siendo igual de fascinante. Asciendo luego hasta la torre, que Aviraneta no pudo visitar, y contemplo la ciudad en torno mío, con las dos catedrales unidas, las torres doradas, los huertos escondidos, los montes cercanos y el Jerte "un largo lagarto verde", como en la canción.

Martes, 29 de agosto
UN DÍA, TODOS LOS DÍAS

Al atardecer, me gusta salir a pasear por los alrededores del pueblo. Nunca llevo conmigo un libro, por supuesto, hay demasiado que mirar y que soñar, pero no puedo dejar en casa la biblioteca que he ido acumulando desde la adolescencia. Y mientras el sol se pone me viene a la memoria el comienzo de un poema de Borges: "La vejez (tal es el nombre que otros le dan) / puede ser el tiempo de nuestra dicha". Cuando lo escribió, tenía tres años menos de los que yo tengo ahora. Miro luego, al fondo, sobre los tejados y los olivos, la torre de la iglesia en que me bautizaron y me repito una vez más los versos finales de uno de sus sonetos, aquel que habla de que en un día del hombre están todos los días y de que entre el alba y la noche cabe la historia universal: "Dame, Señor, coraje y alegría / para escalar la cumbre de este día".

Miércoles, 30 de agosto
LA MISMA TARDE
 

Tras visitar Segura de Toro --encaramada en la ladera de la sierra, con el toro prerromano que le da nombre viendo pasar los siglos en la plaza mayor, y admirar todo el valle del Ambroz desde el Canchal de la Cigüeña--, vuelvo a leer a Baroja: "Era una tarde espléndida, gloriosa: los campos verdes relucían frescos; el río venía crecido y alguna nubecilla blanca se miraba en su superficie como en un espejo azulado. En el aire pasaban las cigüeñas con ramas en el pico y quedaban en extrañas actitudes sobre sus nidos y los gorriones chillaban y una nube de cernícalos, que al transparentarse tenían un color morado, lanzaban un gripo agudo. Este silencio, lleno de ruidos, de ladridos de perros, de cacareo de gallos, de balidos de ovejas, del canto suave del abejaruco, tenía un gran encanto. Uno se sentía saturado de tranquilidad ante aquella majestuosa tarde que marchaba con su ritmo lento hacia el crepúsculo..."

            La tarde sigue siendo tan espléndida como en tiempos de Baroja, Aviraneta y Juan Martín el Empecinado. La misma tarde. Pasamos nosotros, pero no pasa el tiempo. 

Jueves, 31 de agosto
AMIGOS

En la plaza del Mercado de Aldeanueva del Camino, suena una música pachanguera que parece clausurar el verano y los días de fiesta. De pronto Yara, veinte meses, se pone a bailar, le sigue Martín, su hermano, luego la madre, luego el padre, la familia entera que me acompaña en la casa de la carretera espantando a los fantasmas baila feliz en medio de la pista y yo no puedo resistir la tentación y bailo también. Es como si súbitamente me reconciliara con este pueblo, en el que nací, pero en el que siempre me he sentido como un extraterrestre. Ahora, en esta hermosa noche de agosto, rebosante de estrellas, me alarga la mano con una sonrisa y yo se la estrecho, agradecido.



 

jueves, 24 de agosto de 2023

Otros mundos: Sirio

 

En un ámbito propicio a las confidencias, el jardín de la casa de un amigo una fresca noche de agosto, sin más luz que la de las estrellas, se me ocurrió contar una historia que me avergonzaba un poco. Una especie de experiencia mística, por decirlo de alguna manera, que a mí, tan racional y tan escéptico, me hacía sentir algo ridículo cuando la rememoraba.

            Me habían invitado a un encuentro sobre la poesía de Claudio Rodríguez en su natal Zamora. Lo organizaba Luis García Jambrina, el profesor salmantino que descubrió a Juan Manuel de Prada y al que tanto ayudó en sus inicios. Luego acabaron mal, como suele ocurrir en estos casos.

            A Claudio Rodríguez le conocí y le traté algo. Siempre me dio la impresión de un ser desvalido, maltratado por la vida. Quizá porque recordaba la anécdota que una vez me contó Carlos Bousoño. Cuando tenía diez u once años, se cayó de la bicicleta y se dio un fuerte golpe en la cabeza. Sus padres iban a asistir entonces a una corrida de toros. Decidieron dejarlo en casa, inconsciente en la cama, y se fueron a disfrutar del espectáculo. Lo llevaron al médico al regreso, y parece que ni siquiera se dieron mucha prisa en volver. El médico les dijo que podía haberse muerto. Tuvieron que hacerle una punción lumbar, bastante dolorosa, que recordaría toda la vida. Con esos antecedentes, no extraña nada que considerara su verdadero padre a Vicente Aleixandre, que le ayudó a publicar Don de la ebriedad.

            En la última jornada, los actos acabaron a primera hora de la tarde. Decidí aprovechar el resto del día para visitar Granja de Moreruela, un nombre con resonancias mágicas para mí desde que lo encontré en el capítulo inicial de Andanzas y visiones españolas, el primer libro de Unamuno que leí –estaba yo en quinto de bachillerato-- y que sigue siendo mi preferido entre los suyos.

            Busqué un taxi y me dirigí hasta allí. No encontré a nadie que quisiera acompañarme. Estaba demasiado lejos y no eran más que ruinas. En realidad, con los otros participantes no simpatizaba demasiado. Eran más de la cuerda de Miguel Casado y Gamoneda.

            Nada más bajar del coche, ya al atardecer, quedé deslumbrado. Recordé a Unamuno: “¡Qué majestad la de aquella columnata de la girola que se abre hoy al sol, al viento y a las lluvias! ¡Qué encanto el de aquel ábside! ¡Y qué intensa melancolía la de aquella nave tupida hoy de escombros sobre los que brota la verde maleza! Y todo ello se alza, añorando siglos que fueron, y quien sabe si siglos por venir, en un valle de sosiego y del olvido del mundo”.

            Todo seguía igual, salvo que ahora ya no había escombros y algunas partes habían sido restauradas. Un vigilante me dijo que cerraban a las ocho. El taxista se quedó esperando fuera y yo me adentré en el solitario recinto. Solo se escuchaba el silencio. Ni el canto de un pájaro ni el rumor de una hoja en los bosquecillos cercanos que parecían como el fondo de algún primitivo italiano.

            Había una escalera en el lado izquierdo de la nave y por ella subí hasta estancias sin techo que quizá fueron dormitorio de los monjes. De pronto, el cielo se oscureció. Primero cayeron unas gruesas gotas. Luego un relámpago, un trueno y el brusco latigazo del chaparrón. Me refugié como pude en una esquina. Las ruinas, alumbradas por los relámpagos, parecían la ilustración de alguna leyenda medieval. Si en ese momento hubiera aparecido un esqueleto vestido con hábito de monje, no me habría extrañado. Pero lo que apareció fue un perro. Y yo pensé en el perro de Aleixandre al que Claudio Rodríguez dedicó un poema, comentado aquella misma mañana en el curso: “Sirio, / buen amigo del hombre, compañero del poeta, / estrella que allá brillas / con encendidas fauces / en las que hoy meto al fin, sin miedo, entera, / esta mano mordida por tu recuerdo hermoso”.

            El perro se acercó a mí, me husmeó un rato, como reconociéndome, y luego comenzó a caminar por un pasillo oscuro en el que yo no me había fijado o que quizá no estaba antes allí. Sin pensarlo, fui tras él.

            Caminamos un rato entre tinieblas hasta dar con un jardín. La luz era tanta que tardé en acostumbrarme. Se oía el rumor de una fuente, sentí el olor penetrante de una higuera, una leve brisa agitaba las ramas de algunos árboles en flor.

            ---¿A dónde me has traído, Sirio? –dije asombrado.

            Me parecía encontrarme en alguna minuciosa miniatura medieval. Entre los árboles, al fondo, entreví una torre. Me acerqué. No tenía más que una ventana, muy en lo alto, y a ella se asomó una mujer joven con largas trenzas rubias. Por la derecha apareció otra, de más edad, que en una bandeja de plata me ofrecía una copa con un líquido verdoso. No quise beberlo. Me froté los ojos. Qué extraño todo.

            Pero se estaba bien allí. Me tendí a la sombra de un castaño y me quedé dormido.

            Ya sé que todo esto resulta increíble. Ni yo mismo me lo acabo de creer. Por eso nunca se lo he contado a nadie. Como nunca conté las razones del enfrentamiento entre Prada y su mentor primero, García Jambrina, que conozco en la versión de uno y de otro. “Como todos los enemigos mortales, comenzamos siendo los mejores amigos”, es frase que a mí me gusta repetir y que podría servir para iniciar muchas historias.

            En la vida de Claudio Rodríguez hay otra tragedia que dejó huella en el poema “Herida en cuatro tiempos”. De los escritores que admiramos no deberíamos conocer más biografía que la que se transparenta en su obra. Una de las ventajas de no ser un escritor famoso, me digo, es que nadie escribirá mi biografía: “La vida es una red de triviales miserias / y habrá algo mejor que ser la ceniza / de que está hecho el olvido”.

            Pero me estoy apartando de la historia que os contaba. Me quedé dormido en aquel jardín soñado que parecía de cuento y cuando desperté, no sé si después de minutos o de horas, no tenía ninguna gana de salir de allí. Sirio, a mi lado, me miraba con sus redondos ojos negros y parecía tan a gusto como yo.

            ---Nos quedaremos a vivir aquí, ¿verdad., Sirio? Aquí en el paraíso.

            Y allí me quedé, no sé si meses o años, alimentándome de frutas, bebiendo el agua de la fuente, durmiendo al raso bajo noches estrelladas tan hermosas como esta. Miré hacia el cielo y pareció que Sirio, el otro Sirio, me guiñaba un ojo.

            Pero una noche, muchas noches después, infinitas noches, noté algo raro al despertarme. No estaba en un jardín, sino entre las ruinas del monasterio de Moreruela. Busqué a Sirio y no lo encontré por ninguna parte. Me puse en pie y caminé hacia la salida.

            Volvía a lucir, como cuando llegué, una hermosa luz de atardecer. Ni rastro de la tormenta. La columnata de la girola seguía tan majestuosa como en la prosa de Unamuno que me había llevado a aquel lugar. No sabía lo que me iba a encontrar, cuánto tiempo había pasado. Pero allí estaba el vigilante, haciéndome señas, era la hora de cerrar. Miré el reloj: pasaban escasos minutos de las ocho. El taxista fumaba y no daba muestras de impaciencia.

            En la leyenda medieval, un fraile escucha absorto el canto de un ruiseñor y cuando cree que han transcurrido diez minutos han pasado trescientos años. A mí me ocurrió lo contrario.

            Dormí aquella noche en el parador, frente a la estatua de Viriato que aparecía reproducida en la enciclopedia Álvarez de mi infancia, y a la mañana siguiente regresé a Oviedo. Nunca había contado a nadie esta historia. Hasta ahora.

            Yo sé que el paraíso existe. Estuve en él.