sábado, 28 de noviembre de 2020

Después y todavía: Reír por no llorar

 


Sábado, 21 de noviembre
COMPARTO
 

Si el mayor de los pecados que un hombre puede cometer es no haber sido feliz, según afirma Borges en un famoso soneto (pero no hay que hacer demasiado caso a lo que dicen los poetas), yo no he cometido ese pecado. Habré cometido otros muchos, pero otros no. He sido feliz y apenas hay día que no lo sea, al menos durante un rato, incluso en estos tristes tiempos.

            Soy feliz cuando salgo a pasear, solo o en buena compañía, y me entretengo en saludar y fotografiar a las florecillas del campo y a las nubes que pasan. Nunca me imaginé que un árbol, con el ramaje traspasado por el sol otoñal, pudiera ser más hermoso que los poemas que lo cantan. Yo era el príncipe que todo lo aprendió en los libros, para decirlo con el título de Benavente, Ahora mi libro favorito es el libro de la naturaleza.

            Mi libro favorito, pero no el único que leo. Solo he cambiado de rincón en esta inmensa biblioteca que es para mí el vario mundo. Antes leía un libro recién llegado en Los Porches, ahora lo hago –mientras el tiempo lo permite-- sentado en un banco ante la iglesia de la Tenderina (el café para llevar lo compro en Noor) o junto a la ermita de Santa Ana de Abuli. ¿Qué mejor lugar para leer los versos de Nietzsche o de Eloy Sánchez Rosillo, los aforismos de Ramón Eder o las cartas de Elena Fortún a su amiga Inés Field?

            También tomo nota de las casas en venta, muchas de ellas en ruinas, y me entretengo pensando en cómo restaurarlas. Mi favorita, pero no sé si está en venta, es el caserón, rodeado de un alto muro, frente a la ermita de Abuli. Muchas noches, mientras llega el sueño, me entretengo trazando los planos de su interior, arreglando el jardín. Habilitaría como vivienda uno de los lados y en el otro pondría una biblioteca de uso público, con cafetería, como la de Avilés, y con vistas al jardín. Sería un lugar de reunión para toda la gente dispersa de los alrededores que así no tendría, para socializar un poco, que coger el coche e irse al parque Principado (ahora no pueden ir, cosas de Barbón, porque está al lado, pero en otro municipio).

            De los malos momentos, prefiero no hablar. ¿A qué amargar a los demás con secretas amarguras para las que ellos no tienen remedio? Mejor tratar de compartir felicidad.

 

Domingo, 22 de noviembre
RENTABLE VICTIMISMO
 

¿Cuántos insultos y amenazas habré recibido yo en las redes sociales? Y eso que no soy famoso ni he ocupado nunca cargos políticos que me permitieran llevar a la ruina con mis descerebradas o interesadas decisiones a docenas y docenas de familias. Únicamente he arañado la vanidad de algunos poetillas o he dicho lo que pensaba sobre esto y aquello. ¿Qué hice en esos casos? Hasta un cierto límite, si eran comentarios a mi blog, los daba de paso y aparecían publicados para vergüenza de sus cobardones autores. Si contenían insultos para terceras personas, los borraba. Nunca les di tanta importancia como para denunciarlos a la policía, que por muy anónimos que fueran siempre podría encontrar al autor. Ni siquiera me preocupé cuando un anciano (más o menos de mi edad), se entrometió en la charla que mantenía con una amiga en una terraza y comenzó a insultarme y amenazarme, ante el asombro de todos, por las obviedades que me oía sobre las dañinas ridiculeces que Adrián Barbón dice y hace con el pretexto de combatir la pandemia. Simplemente, nos levantamos y nos fuimos mientras el camarero recriminaba a ese pobre hombre envenenado por la propaganda oficial, como en otros tiempos de triste memoria,

            Pero Adrián Barbón tiene la piel más fina o está bien aconsejado sobre lo que le conviene políticamente. Al parecer, según cuenta hoy en la prensa (no sigo su actividad tuitera ni sus intervenciones –Alló, presidente-- en la televisión autonómica), recibió un mensaje amenazante para su familia y en lugar de denunciarlo a la policía, como sería lo lógico si le pareció que iba en serio y no era el desahogo de un desequilibrado, lo publicó, dando a conocer datos privados de sus familiares, y se hizo la víctima. La jugada le resultó rentable. Todo el mundo se solidarizó con él, incluso sus rivales políticos. Un momento de gloria. Su partido, que casualmente es el mío (quién lo iba a decir), aprovechó para echarle la culpa “a las estrategias de acoso y derribo, los tsunamis de fake news y las operaciones de desinformación que son el caldo de cultivo que acaba de desembocar en odio y acoso, algo intolerable ante la lucha contra la mayor pandemia de los últimos años”.

            Vaya por Dios. Ahora va a resultar de que de esas amenazas privadas en la red (que el afectado hace públicas, con el riesgo del efecto contagio), tengo yo la culpa –y no sé si también Donald Trump-- por reírme públicamente, y me seguiré carcajeando mientras la democracia no naufrague del todo, de un dirigente que para combatir la pandemia permite que compremos sartenes, pero no calcetines, charlemos con un café en la mano frente a una cafetería pero no sentados en una terraza, se junten en un aula los alumnos de primaria, pero no los universitarios. Y no sigo con sus disparates, que sería el cuento de nunca acabar.

             

Lunes, 23 de noviembre
RIVERSIDE CHURCH

En mi rincón soleado de costumbre, leo Trascender, una antología de poemas de Gonzalo Sobejano. No sabia que el gran estudioso de la literatura española era poeta. Creo que pocos lo sabían. Le conocí en enero de 2002, en un Nueva York traumatizado por la caída de la Torres Gemelas. Desde la ventana de mi hotel, el Roger Smith, veía Lexington Avenue como ocupada militarmente, con sacos terreros en las aceras, grupos de policías cada pocos pasos y vehículos blindados. Gonzalo Sobejano, al final de mi conferencia, me regaló una separata en la que comentaba un poema de Cernuda. Ahora leo, entre el asombro y la emoción, sus propios poemas. No son una dedicación ocasional al margen del trabajo de profesor y estudioso. A mi entender, no desmerece junto a los otros poetas de su generación, la del cincuenta, pero dudo que le hagan un sitio en los manuales. Los poemas abarcan toda una vida, están escritos a lo largo de más de medio siglo, en la Alemania donde tuvo sus primeros destinos de profesor, en los Estados Unidos donde desarrolló la mayor parte de su vida laboral, en la España recuperada de las vacaciones; son varios los que evocan su infancia en Murcia. No faltan los juegos de ingenio, pero son más aquellos en los que la emoción borra lo que pueda haber de ejercicio retórico. A mí me llama la atención, por mi maniática devoción neoyorquina, el poema que dedica a la iglesia neogótica que se alza en Columbia, frente al Hudson; él la tenía enfrente de su casa y la observa “con la torva torre como el cuello tenso, / con las orejas cortas, / de un caballo que ve la muerte vasta. / El caballo de Troya”. Yo recuerdo una tarde de paseo por Riverside Park en que la doraba el sol y aquel templo ecuménico no me pareció entonces una “pétrea colmena de órbitas vacías” ni un “templo abismal, poblado de vacío”, sino una hoguera que ardía en honor de este Dios que en ella se venera, un Dios que es todos los dioses, cristianos o no, y que solo se nos descubre como ausencia.

 

Martes, 24 de noviembre
EN LAS PELAYAS

“El domingo pasado fui a misa”, le digo a mi amiga Eugenia, que sigue con su buena costumbre de llamar de vez en cuando a los ancianos que vivimos solos para interesarse por su salud y estado de ánimo. “¡No me digas! Qué alegría me das”. “Como no podía ir al cine, que es lo que hago los domingos por la tarde, salí a dar una vuelta por el centro, aunque deprime bastante ver las calles tan sin vida. Al pasar por delante de las Pelayas me sorprendió, en el silencio del atardecer, un distante canto de sirenas. Sin pensar, subí la escalinata de piedra y entré en la iglesia. Apenas había media docena de personas. Me senté tímidamente en uno de los bancos últimos pensando quedarme solo un momento, pero me quedé hasta el final, fascinado por la música, el olor del incienso y el ir y venir fantasmal de las monjas tras las rejas. Recordé Ángel Guerra, la novela de Galdós, y también alguna página de las leyendas de Bécquer. Fui feliz. Marañón decía que era un trapero del tiempo, que aprovechaba cualquier instante. Yo soy un trapero de la felicidad, un bien cada vez más escaso, pero del que yo no dejo escapar ni una brizna”.

 

Miércoles, 25 de noviembre
SI LOS VIRUS HABLARAN

Hoy vuelven a dejar abrir a las tiendas “no esenciales” y las razones para abrirlas son las mismas que hubo para cerrarlas: ninguna. Paseo por el centro de Oviedo y compruebo lo poco que se nota esa medida en las calles, que siguen tan tristonas como de costumbre. Las tiendas que de nuevo pueden abrir están vacías y algunas, ahora que pueden, no han abierto, quizá han cerrado para siempre. Ante algunos bares hay grupos que toman café o un pincho de pie o apoyándose donde pueden. Me detengo ante uno de esos carteles de la propaganda oficial en los que se lee “el virus no piensa, tú sí”. Cierto, yo sí pienso, al contrario que el Gobierno de Asturias, y solo me vale para deprimirme y que me entren ganas de llorar al ver lo que están haciendo con nosotros (y eso que no es nada comparado con el infierno de las residencias). Para no deprimirme del todo, me imagino el diálogo entre un virus experto y otro que está empezando a andar por el mundo. El experto ha seguido un cursillo sobre cómo actúan los virus y trata de educar al segundo.

            ----Hay que actuar de acuerdo con las normas de la Consejería de Sanidad, jovencito, no de cualquier manera. Vamos a suponer que tú andas por el aire, recién salido de un asintomático,  y ves a una persona que se pone a tiro, ¿la infectarías?

            ----Hombre, claro, es mi naturaleza.

            ----Pues no, no, y no. Primero tienes que ver si el recinto cerrado en que está es una tienda esencial o no esencial. Si es esencial, por ejemplo, una administración de lotería o un estanco, ni se te ocurra, aunque en ellas se apelotone la gente; ahora si es no esencial, como una zapatería, pues a ello, aunque lo tengas difícil porque los clientes entran de uno en uno. Ahora, eso sí, si en medio de un parque, lejos de todo el mundo, ves a una persona que se quita la mascarilla, raudo a por ella, como si fueras de la policía. Ya sé, que si no hay nadie cerca, lo vas a tener difícil, pero es lo que manda la Consejería de Sanidad. Y si entras en un local con varias personas, sentadas bien separadas unas de otras, fíjate bien si están en una iglesia o en una sala de conciertos. Si es lo primero, como se trata de una actividad esencial, ni se te ocurra contagiar a nadie; si es lo segundo, como se trata de una actividad no esencial, puedes hacer de las tuyas.

            ---¿Y qué actividades son esenciales y cuáles no, maestro?

            ---No intentes entenderlo porque ni Kant ni Zubiri serían capaces de hacerlo. Tú limítate a leer el BOPA.

            ----¿De veras es así como me dices, maestro?

            ----De veras. Hay que ser formales y comportarse con arreglo a las normas de la consejería de Sanidad. Si te paseas por Oviedo, no puedes infectar a nadie que sea de Oviedo, ahora si ves a alguno que ha venido aquí desde Gijón o Avilés, a por él sin compasión, que se ha saltado los límites perimetrales..

            ----O sea que para comportarme como Barbón manda debo estar pendiente de esos requisitos administrativos, de si esta tienda es esencial o no, de si este individuo está domiciliado en Avilés y sin embargo anda por Oviedo, de si este establecimiento comercial tiene más de trescientos metros cuadrados y por lo tanto puedo infectar a quien entre en él y sin embargo este otro tiene menos de trescientos y por eso no hay peligro.

            ---Exacto, exacto. Eres un virus, no pienses, deja que Adrián Barbón piense por ti.

           

Jueves, 26 de noviembre
LA PEOR DE LAS ALERGIAS

La alergia a la estupidez es la peor de las alergias. No se libra uno de ella en ningún sitio ni en ninguna de las época del año.

Viernes, 27 de noviembre
LO QUE YO HARÍA

“Siempre criticando, Martín, siempre criticando. A ti te querría ver yo en el puesto de Adrián Barbón, a ver qué harías”.

“En primer lugar, procuraría no hacer el ridículo. Y me esforzaría mucho, si no soy capaz de arreglar la situación, por lo menos en no empeorarla”.



 

sábado, 21 de noviembre de 2020

Después y todavía: Los malhechores del bien

 

 

Sábado, 14 de noviembre
SOMBRAS EN MI PASADO
 

“O paga usted quinientos euros o difundo la información que obra en mi poder”, leo en el correo electrónico. ¿Una broma o un nuevo intento de chantaje? Si es lo primero, no tiene gracia; si es lo segundo, me hace ilusión. Como he vivido una vida roma y rutinaria, aburridamente gris, nada me molestaría que de pronto comenzaran a descubrirse zonas de sombra en mi pasado, algo así como que fui espía de la Unión Soviética, agente de la CIA o que me dediqué al tráfico de obras de arte falsificadas.
            Pregunto de qué va esa información que tanto me podría perjudicar. Al parecer se trata de mi pasado falangista. “Bueno --le respondo a mi anónimo comunicante--, eso no vale quinientos euros, a fin de cuentas muchos ilustres demócratas del franquismo y del posfranquismo fueron antes falangistas, comenzando por quien da nombre al aeropuerto de Barajas”.
            Al final, resulta que todo se basaba en que en una librería de viejo había encontrado el libro Poemas falangistas, de Alfonso López Gradolí, con esta dedicatoria: “a José Luis García Martín con la cordialidad de varios años con preocupaciones comunes”. El libro, cuando lo hojeé al recibirlo, me pareció que no valía nada y por eso salió de casa, como tantos otros, dedicados o no.
            A Alfonso López Gradolí le conocí en Burgos allá por 1971, cuando fui a recoger el premio de la revista Artesa a Marineros perdidos en los puertos. Era un premio para poetas jóvenes; había otro, no para libros sino para poemas, que había ganado López Gradolí. El director de la revista, Antonio L. Bouza, un militar ilustrado que había sido compañero del rey Juan Carlos en la Academia, me lo enseñó. “¿Qué te parece?”, “Me parece muy bien. Pero no cumple las bases, no es un poema inédito. Se ha publicado en la revista Papeles de son Armadans”. “¿De veras? Pues calla, calla, no digas nada”.
            Alfonso López Gradolí no era mal poeta, al menos en sus primeros libros, prologados muy elogiosamente por José Hierro y Claudio Rodríguez. En los años setenta ganaba todos los premios y estaba en todas las revistas. Luego se fue difuminando, aunque tuvo un cierto reconocimiento en el campo de la poesía experimental. Uno de sus libros-collage, Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche, sigue teniendo cierta gracia. Yo no supe de su trasnochada militancia hasta que recibí este libro, no tan desdeñable como me pareció al principio.
            “Quinientos euros me parece demasiado; te doy diez. De sobra, teniendo en cuenta que a ti no te costaría más que tres o cuatro”. Después de regatear un tiempo, me lo dejó en cincuenta. Hay algún poema que no está mal, como el titulado “Rafael de León, poeta”.
            ¿Yo falangista? ¡Qué cosas! Aunque tampoco sería tan disparatado: a fin de cuentas en la escuela me hicieron cantar el “Cara al sol” y gritar “Arriba España” y levantar el brazo (yo a menudo me equivocaba y levantaba el izquierdo y el maestro tenía que llamarme la atención). También recuerdo el amarillo queso de bola y la leche en polvo, regalo de los americanos, que nos daban en el recreo.

 


Domingo, 15 de noviembre
ELOGIO DE LA CODICIA


Un amigo, que sabe de estas cosas, me pide que invierta en bolsa, que compre acciones de no sé industria farmacéutica. “Están subiendo como la espuma y van a subir más, mucho más. Las farmacéuticas son el nuevo el dorado, más que Google o Amazon. Los que saben –te asombrarías de los nombres-- ya están poniendo ahí todo su dinero. Un negocio redondo el de las vacunas. Durante años será mayor la demanda que la oferta. Ni siquiera será necesario hacerla obligatoria: no habrá vacunas para todos los que quieran ponérsela. Se incluirá en la Seguridad Social, pero las esperas serán de meses. Los que puedan acudirán a la medicina privada donde los precios serán libres, o incluso al mercado negro. Un negocio redondo, ya te digo. La industria farmacéutica será la dueña del mundo. ¿Dónde crees que irán a dar tantos políticos que ahora solo son eficaces en propagar el miedo y hundir la economía? Las puertas giratorias los colocarán como consejeros de alguna gran empresa productora de vacunas en agradecimiento a los servicios prestados.”
           “Eso son teorías conspiratorias”, le respondo.
           “Fáciles de comprobar a muy corto plazo. No como las afirmaciones de nuestro presidente autonómico que dice que si no hubiera tomado las medidas que ha tomado (permitir comprar sartenes, pero no zapatos, por ejemplo, o impedir que la gente se beba un café sentada en una terraza, pero no que se lo beba de pie) han impedido miles de muertes. Pensamiento mágico se llama esa figura”.
            “Negocio o no, ¿tú crees que las vacunas nos permitirán volver a la vida normal, evitarán que Garzón consiga su propósito de encerrarnos en casa y cerrar las escuelas?”
            “Sin duda. Para unos pocos serán el negocio del siglo, pero beneficiarán a la mayoría. La codicia de unos cuantos va a salvarnos de la estulticia de nuestros politiquillos. La economía tiene que volver a ponerse en marcha.. Si quiebra la Seguridad Social, el negocio de la industria farmacéutica se tambalea, aunque la gente se arruine para comprar vacunas a cualquier precio como ahora lo hace para comprar droga. Así que la consigna es clara: vacúnate y haz lo que quieras y, si esta vacuna falla, no te preocupes que periódicos no le darán importancia, por la cuenta que les tiene (sobrevivirán gracias a nuestra publicidad) y además ya inventaremos otra”.


Lunes, 16 de noviembre
A TI, FIEL CAMARADA
 

Pues va a resultar que el anónimo chantajista estaba en lo cierto y que yo tengo un pasado falangista. Me vuelve a la memoria al leer Capital de tercer orden, de Ángel María Pascual, un libro esperpéntico, feísta, una sucesión de estampas solanescas de las que se despega por su tono el soneto final. Comienzo a leerlo e imágenes olvidadas se levantan en mi memoria: “A ti, fiel camarada, que padeces / el cerco del olvido atormentado. / A ti que gimes sin oír al lado / aquella voz segura de otras veces…”
            Tenía yo dieciocho años, estudiaba Magisterio y para obtener el título debíamos hacer durante el verano un curso de monitores de aire libre, o algo así, organizado por el Frente de Juventudes. Tiendas de campaña, fuegos de campamento, izado de banderas, consignas y gritos de rigor, toda la parafernalia del falangismo o del fascismo un tanto diluido. Una de las canciones que allí cantábamos era precisamente “A ti, fiel camarada, que padeces / el cerco del olvido atormentado”. La vuelvo a escuchar ahora en una página de Internet. Tenía yo dieciocho años y ese coro de voces viriles, con su lento empaque tan arriba España, fue la banda sonora de una historia que prefiero no recordar.
            Recuerdo otra, de muy distinto tono. Habíamos regresado ya del campamento y nos alojábamos en un colegio mayor. Recibíamos las clases, más bien charlas doctrinales, en el salón de actos. Estábamos allí unos cien alumnos cuando de pronto entró el profesor gritando “Franco, hijoputa”. Quedamos todos aterrados. Tambaleándose y farfullando se subió a la tarima y allí le oímos incrédulos seguir despotricando: “¡Vuelven otra vez los reyes felones! ¡De nuevo tendremos el Conde de la Real Bacinilla y el Marqués del Besapiés! ¡Nos has traicionado, cabrón!”
            Pasaron unos inmensos minutos hasta que otros profesores entraron en el salón y se lo llevaron de allí a empellones mientras seguía farfullando incoherencias. Aquel día se había dado la noticia de que Franco había nombrado a Juan Carlos de Borbón sucesor a título de rey. Parece que a algunos viejos falangistas no les había sentado muy bien.
            No volvimos a ver a aquel profesor de Formación del Espíritu Nacional. No volvimos a saber nada de él. Entre nosotros corrió el rumor de que lo habían fusilado.

 


Martes, 17 de noviembre
AMARGA NAVIDAD
 


----Martín, ya te veo pasando la Nochebuena solo en casa. Parece que Barbón ha dicho que no le temblará la mano si tenemos que pasar la Nochebuena y la Nochevieja con toque de queda y confinamientos perimetrales y todo lo que se ocurra de aquí a entonces. No podrás desplazarte hasta Avilés como todos los años. ¿Por qué no te vienes a mi casa y la pasas con nosotros? Eso sí, tendrás que quedarte a dormir porque aunque vivamos a dos calles ya ha advertido que será especialmente riguroso y no le temblará la mano con quienes se atrevan a asomar la nariz después de las diez.
            ----No creo que ocurra, Xuan, pero si ocurriera sería mi segunda Nochebuena solitaria. Una fue allá por 1974, en las postrimerías de la dictadura militar; esta otra tendría lugar en los primeros meses de la dictadura sanitaria.

 


Miércoles, 18 de noviembre
LA MANO AL CUELLO


Benavente tituló una de sus comedias Los malhechores del bien y yo pienso que se adecúa perfectamente a las autoridades político-sanitarias que nos han puesto la mano al cuello y aprietan y aprietan y no tienen intención de soltarla. “Al menos hasta que baje la curva”, farfullan. Sin duda –es un decir--, quieren hacer el bien, librarnos de la enfermedad con mayúscula, la estrella de los telediarios, aunque para ello nos hagan la pascua y nos vuelvan más vulnerables a ella y a otras enfermedades bastante peores.

 


Jueves, 19 de noviembre
NUEVAS COSTUMBRES


Tengo ahora, cerradas las cafeterías en Asturias por capricho caligulesco y sin esperanza de que vuelvan a abrir pronto, una nueva costumbre para las tardes. El café lo tomo en una máquina cercana al antiguo colegio Hispania, frente al Campillín. Hay soportales para cuando llueve y una repisa en que apoyar el vaso y los libros que siempre llevo conmigo. Suelo coincidir con la salida de clase de la academia de inglés. Me alegran las voces infantiles y las correrías antes de que los padres consigan poner un poco de orden. “Disfrutad, disfrutad, pequeños, que Calígula no duerme en su palacio maquinando la manera de encerraros en casa. Cerró la Universidad, pero no le han dejado cerrar las escuelas y le entran temblores de rabia cuando ve por la mañana a los niños de la mano de sus padres camino del colegio. Si yo lo cierro todo –se dice--, de las zapaterías a las salas de conciertos, ¿cómo es que no puedo cerrar las aulas? Y no me digan que toman todas las medidas de seguridad, que yo he visto como durante el recreo en el patio del colegio los niños corretean y se empujan unos a otros. Eso no puede ser, no puede ser, que me fastidian las estadísticas. Todos a casita con el bozal bien puesto y la puerta bien trancada”.
            Yo escucho abajo las risas de los niños, tomo un trago de café, respiro el aire libre de la noche –esto es salud-- sin trapo interpuesto, sonrío y tarareo una canción de Hombres G. Con qué placer alzo la voz en el estribillo: “¡Sufre, Barbón!”
            Paronomasia in absentia
se llama esa figura.

 


Viernes, 20 de noviembre
PODÍA SER PEOR


Como no hay mal que por bien no venga, disfruto esta soleada mañana de otoño en mi nuevo rincón de lectura, en los altos de Santa Ana de Abuli, sentado junto a la ermita o ante el palaciego caserón, rodeado de verdes campos y con el perfil de la ciudad a lo lejos. Leo el nuevo número de la revista El Ciervo, que cumple setenta años y yo sigo desde hace ya medio siglo, desde que la hojeaba cada mes en la biblioteca Bances Candamo. Una buena parte la dedica a la poesía y a mí me sorprende el escaso interés que suelen tener los poetas cuando hablan de poesía: solo se salvan Guillermo Carnero, que acierta a subrayar la importancia que “el pensamiento reflexivo” tiene en la práctica poética (como en todas las actividades humanas) y Olga Novo con “La pequeña poeta y el papagayo de Humbolt” donde cuenta una historia que vale como parábola y hace autobiografía: “Yo fui una niña sin libros criada en una casa humilde de labriegos del fin del mundo, con el quejido lanar de siete ovejas debajo de mi cuarto y el bramido de una vaca a punto de parir”.

            De regreso a la ciudad por el solitario y sombreado camino, se me ocurre pensar que si puedo disfrutar de este rincón de paz es porque alguien –el alcalde de esta ciudad-- fue capaz de hacerle torcer el brazo a Calígula. Cuando se le ocurrió confinarnos perimetral e ilegalmente (solo dos días después el estado de alarma le permitía hacerlo), decidió que el límite debería estar en el casco urbano, sin posibilidad de salir a pasear o a correr, a respirar aire puro por los alrededores; vetado incluso, con retenes policiales en los accesos, el monte Naranco, el llamado “pulmón de Oviedo”.
             Alguien fue capaz de parar semejante disparate, tan contrario a nuestra salud, y yo por eso puedo respirar y leer libremente en Santa María de Abuli. Pero nadie parece capaz de impedir que Calígula siga haciendo de las suyas. El miedo que difunden todos los medios de comunicación es como el veneno que ciertas arañas inoculan a sus víctimas para dejarlas inermes. Ahora me dicen que un partido político va a presentar una demanda contra el cierre de los bares por carecer de justificación sanitaria. ¿Pero hay alguna ocurrencia de Adrián Barbón que tenga justificación sanitaria? Cuando nos obligó a usar la mascarilla incluso cuando no servía para nada, al aire libre y con distancia de seguridad, lo justificó diciendo que es que alguna gente la llevaba “en la barbilla”. Yo me reí públicamente de semejante estupidez y me imaginaba que esa disposición de la consejería de Sanidad del gobierno de Asturias –menudo papelón están haciendo-- sería recurrida de inmediato. Pero nadie lo hizo. Y así estamos, con la barbarie al cuello, sin posibilidad de escapatoria. Seguiremos por mucho tiempo a merced de los caprichos de Calígula. Y encima habrá quien le dé las gracias por lo bien que nos maltrata.  



 

sábado, 14 de noviembre de 2020

Después y todavía: El síndrome de Calígula

  


Sábado, 7 de noviembre
POR QUÉ SOY MONÁRQUICO
 

Siempre he tenido simpatía por los que defienden causas perdidas. Sergio Vila-Sanjuán, director del suplemento cultural de La Vanguardia, publica un libro de desafiante título: ¿Por qué soy monárquico? Lo leo de un tirón y puedo adelantar que no da pie para ningún debate intelectual de cierta altura sobre las formas de gobierno. Sergio Vila-Sanjuán es monárquico porque lo fue su abuelo, porque lo fue su padre y porque él trabaja desde 1987 en un diario monárquico y es invitado habitual a los eventos culturales que tienen relación con la casa real e incluso ha conversado más de una vez con Felipe VI y a doña Letizia solo le debe gratitud: cuando algún ejecutivo cuestionaba Cultura/s, dijo que era lo que más le interesaba del periódico.

            El libro vale poco, ya digo, es como un artículo cortesano muy estirado. Pero en la primera parte, donde nos cuenta la historia de su abuelo, gentilhombre de Alfonso XIII y partidario de Eduardo Dato, no deja de haber alguna anécdota de interés.

            Se rumoreaba que cierta cantante francesa, que actuaba en el Teatro Real representando primero Salomé y luego Manon, tenía amores con el rey. Y un día, como para confirmarlos, salió a cantar con “un enorme medallón de brillantes sujeto al lindo cuello con cadena de oro” –la frase textual es del abuelo, no de Vila-Sanjuán-- que llevaba en su centro la efigie del rey. Ante el escándalo consiguiente, Eduardo Dato le pidió al abuelo del autor que se encargase de conducir “a la célebre diva a la frontera”, ya que él “no la podía expulsar, ni mucho menos detener oficialmente, pero que dado el escándalo producido por su impertinencia y los comentarios de la prensa, no podía permanecer ni un día más en Madrid”.

            La amante orgullosa no tenía intención de desaparecer y le dio una bofetada al emisario oficioso gritando: “Pour votre patron”. A pesar de ello, según cuenta en un artículo de 1971 que su nieto reproduce, pudo dejar “a la preciosa francesa en Irún y desaparecieron rumores y chismes”. Lo que no nos cuenta este gentilhombre, tan devoto de Dato, es cómo lo consiguió si carecía de autoridad para ello. ¿Ofreciendo dinero a la gentil dama? ¿Apuntándola con una pistola? Tampoco nos cuenta que le pareció al rey aquella expulsión. Lo que sí nos dice es que “el amor no se cancela con un viaje obligado” y que pronto supo que “el idilio clandestino había seguido en Biarritz y Arcachon”.

            La anécdota, como indica Sergio Vila Sanjuán, tiene todo el encanto de la belle époque y no le falta un melodramático final, como de libreto de ópera: arruinada, casi convertida en mendiga, la un tiempo famosa cantante conserva entre sus escasas pertenencias el medallón, pero ya sin brillantes y sin cadena de esmeraldas. Pablo Vila San-Juan, el servicial gentilhombre, se hace con él –iba “imprudentemente firmado al dorso”-- y lo envía “a un hotel de Roma”.

            Hubo un tiempo en que estas anécdotas tenían gracia, eran como una versión veraz de “Un escándalo en Bohemia” y otras historias de Conan Doyle, pero nunca tuvieron tanta como para incluirlas en un alegato en favor de la monarquía.

            ¿Y quién pagó el importe de ese lujoso medallón? Quizá Alfonso XIII de su fortuna privada (se lucraba con los barcos que llevaban  a los españoles a luchar a Marruecos y con las minas del Rif que defendían). Pero su nieto parece que tiene otras costumbres: la fortuna propia es sagrada y ni se toca. A las Bárbaras y a las Corinas de su biografía, que les ponga pisos patrimonio nacional y escoltas el gobierno, y si hay que evitar chantajes, o chantajear para evitar que ciertas cosas salgan a la luz, pues que se ocupe el CNI, que para eso está. Pero no vamos a entrar ahora en esa cuestión. Ni en si esa ahorrativa costumbre la tenían los otros miembros de la familia real (parece que la esposa del anterior jefe del Estado, que trabajaba en España pero vivía en Londres, pagaba sus viajes privados con una tarjeta que no estaba a su nombre, aunque cobre un nada despreciable sueldo por sus labores representativas). Termina el volumen con un capítulo titulado “Mis razones para ser monárquicos”. Y una de ellas es de índole económica: “La aportación del rey al Estado es muy superior a lo que cuesta al contribuyente”.

            Cuando lo leí me puse a reír y todavía me estoy riendo. Creía que me iba a encontrar con un debate intelectual sobre las formas de gobierno y resulta que se trata de un libro de humor.

 


Domingo, 8 de noviembre
SIN COMENTARIOS
 

“Perdona que te moleste a estas horas, Martín. Ya sé qué estarás escribiendo, pero es que necesito contarle a alguien lo que me ha pasado. Salía yo de casa esta mañana, a primera hora, cuando no había nadie en la calle y, a dos pasos de la puerta, apenas llego a la esquina, de un coche negro salen varios individuos que me rodean y me increpan: ‘¿Por qué no lleva usted mascarilla?’. Me dicen que son policías, aunque no llevan uniforme. Yo les respondo: ‘Porque acabo de salir de casa, no hay nadie en la calle, voy al trabajo y en el trabajo he de llevarla durante ocho horas seguidas y tengo la piel irritada y dañada, como pueden ver’. ‘No es excusa. A ver, documentación. ¿Dónde nació usted? Porque usted no nació en España. ¿verdad?’. Y me estuvieron haciendo preguntas, algunas bastante molestas, durante bastante rato. Llegué tarde al trabajo. A lo mejor ellos querían que me fuera de allí llorando asustada, pero me fui indignada. ¿Tú crees que hay derecho a tratar así a una trabajadora que va a casa de una persona que vive sola y que necesita su asistencia para levantarse y que le obliguen a llegar tarde?”

 


Lunes, 9 de noviembre
NO TE FÍES DE LOS ERUDITOS

Siempre me ha gustado la novela de la erudición, hacer de Sherlock Holmes entre viejos papeles. Leo Sangre de octubre: UHP, una novela sobre la revolución del 34 que acaba de reeditar Renacimiento y enseguida me doy cuenta de que el autor que figura en la cubierta, Manuel Navarro Ballesteros, no puede ser su autor. Navarro Ballesteros fue un militante del partido comunista, periodista autodidacta, que llegó a dirigir Mundo Obrero. Al final de la guerra civil fue detenido, condenado a muerte y fusilado en 1940. Antonio Plaza –doctor en Historia-- reconstruye en el prólogo lo poco que se sabe de su vida. Sangre de octubre apareció en 1936 firmada por Maximiliano Álvarez Suárez y fue saludada como ejemplo de novela proletaria. En la nota editorial a la primera edición, se incluye una autobiografía de Álvarez Suárez escrita a pedido de los editores. Pero nunca más se supo de este minero que antes había tenido otros muchos oficios y que decidió contarnos su experiencia de la revolución para exaltar la postura de los comunistas y denigrar a los socialistas. Probablemente se trataba de un autor ficticio creado por un escritor o varios próximos al partido comunista. Al parecer Víctor Alba, en una obra de 1979, señala que el verdadero autor es Manuel Navarro Ballesteros y eso le basta a Antonio Plaza, sin más averiguaciones, para atribuírsela y contarnos en el prólogo todo lo que ha averiguado sobre ese autor. Pero la primera parte de la novela se titula “Avilés” y en Avilés transcurre: se habla de la plaza del Ayuntamiento, denominada el Parche, del muelle, del barrio de Sabugo, de la carretera de San Juan, del chalet de Pedregal, de San Cristóbal, de Miranda. Con informaciones de segunda mano (Navarro Ballesteros, por lo que de él sabemos, nunca estuvo en Asturias), no se podría tener un conocimiento tan preciso de la toponimia urbana. El autor, si no es de Avilés, ha vivido en la ciudad. Y es asturiano. “Picamos a la puerta y nos colocamos con precaución alrededor de ella”, escribe. Ese “picamos”, por “llamamos”, es característico del castellano de Asturias. El autor conoce Avilés, pero no es de Avilés. En la segunda parte, cuando dejan la villa camino de Trubia, habla del Gorfolí, el monte totémico de Avilés, como si fueran los picos de Europa: “Llegamos a la cordillera del Gorfolí, donde no hay un mal camino de herradura, y al adentrarnos en ella comienza la tragedia de la jornada. Se suceden los tropezones; las caídas menudean con inminente peligro de rodar al precipicio. Del fondo del barranco, a nuestra derecha,  surge un sordo rumor, según doblamos una loma de la cordillera, en medio de la oscuridad, en las entrañas del abismo”.

            No sabemos quién es el verdadero autor de esta obra que firma Maximiliano Álvarez Suárez –quizá intervinieran varios--, pero si podemos afirmar que no hay ninguna razón de peso para atribuírsela a Manuel Navarro Ballesteros, un esforzado personaje, de trágico final, pero cuya obra no parece presentar mayor interés.

 


Martes, 10 de noviembre
PASEOS DE OTOÑO

Aprovecho estos hermosos días de otoño para tomar mi café sentado en un banco frente a la iglesia de la Tenderina y luego subir tranquilamente hasta Santa Ana de Abuli. Allí me gusta sentarme en uno de los poyos de piedra del caserón que hay frente a la ermita y seguir leyendo o fantasear con historias ocurridas en aquellos lugares. Por aquí cerca estaban las trincheras mandadas construir por Javier Bueno y Jesús Ibáñez, según cuenta José Antonio Cabezas, tan cercanas a las de los sublevados, que por las noches se hablaban de trinchera a trinchera y llegaban a cambiarse cigarrillos, pan y periódicos: “A los soldados de una y otra parte les hacía gracia leer las propagandas exageradas de los contrarios. Algunos se conocían como vecinos del mismo barrio. Los  de fuera preguntaban el estado de sus familias encerradas en Oviedo y les enviaban recuerdos. Nos decían que al amanecer cada uno se retiraba a su puesto en las respectivas trincheras y comenzaba el fuego de posición a posición”.

            Mientras doy un paseo por estos bucólicos lugares, la silueta de Oviedo al fondo, pienso en aquellas trágicas historias de otro tiempo para no pensar en las de este tiempo cada vez más sombrío, aunque luce el sol, trinan los pájaros y en la verde hierba pastan mansas las vacas como en tiempos de Clarín o de Virgilio.

 



Miércoles, 11 de noviembre
GRACIAS, RECTOR

Me hace ilusión recibir, por correo e inesperadamente, la insignia de oro de la Universidad de Oviedo, como reconocimiento a la labor realizada durante casi medio siglo. No es nada personal: se otorga a todos los profesores que se jubilan tras más de treinta y cinco años en la institución. Pero yo, que hice mis estudios trabajando, que preparé mi tesis doctoral mientras trabajaba, no estaba destinado a ser profesor universitario. La Universidad es un mundo muy jerarquizado, lleno de reglas no siempre explícitas. Y yo nunca fui capaz de respetar las falsas jerarquías ni la burocracia descerebrada. Pero tuve suerte y resistí hasta el final y nunca tuve que doblegarme ni dejé de ir a mi aire. Por eso sonrío al recibir esta insignia de oro. Claro que el mejor premio es que se me permita seguir yendo todos los días, incluidos sábados y domingos, a mi despacho del Milán. ¿Cómo podría sobrellevar si no estos tristes tiempos en que parece haberse declarado la guerra a la inteligencia?

 


Jueves, 12 de noviembre
LOS PELIGROSOS ZAPATOS

Aumentan los contagios en las residencias de ancianos y, como consecuencia, yo no me puedo comprar zapatos: cerrar zapaterías (de las que venden zapatos, no de las que ponen medias suelas, que esas siguen abiertas) y tiendas de ropa es una de las medidas estrella del gobierno de Adrián Barbón para frenar la pandemia. Y así nos va.

No sé si el mundo se ha vuelto loco, pero quien manda  por estos lares parece que sí. Es lo que los expertos llaman el síndrome de Calígula. A Adrián Barbón no le han concedido, como a Calígula, el poder absoluto (hay un ministro que puede frenar algunos de sus desvaríos), pero sí el suficiente para hacerle perder la cabeza: por la mañana se le ocurre un disparate (que los avilesinos pueden aglomerarse en el paseo de la ría, pero que no puedan pasear junto al mar en Salinas, por ejemplo), por la tarde lo anuncia en un tuit y por la noche aparece en el BOPA y es de obligado cumplimiento. Pero lo más triste no son las ocurrencias del jefe, sino que haya gente –gente como tú y como yo, lector, gente de apariencia totalmente normal, honestos padres de familia, profesores, incluso amigos míos-- que las aplauda. “¡Es que muere mucha gente!”, me dicen. “¿Y va a dejar de morir porque uno pueda ir a comprar al Carrefour y no, unos minutos de coche más allá, al parque Principado? ¿Una arbitraria división administrativa, que lo sitúa en otro concejo, hace que aumente allí la posibilidad de contagio?”. El miedo inducido ha deteriorado por completo la capacidad de razonar de ciertas personas, una capacidad que, a juzgar por lo que estoy viendo, no parece haber sido nunca excesiva.

   


        

Viernes, 13 de noviembre
MÁS DE LO MISMO

La calle Murillo, en la que vivo, termina en un parque. En el final, junto a la hierba bajo los árboles, ponía su terraza Tres Tejos. Yo me sentaba allí cada mañana a tomar café y leer un libro. Me sentaba solo en una mesa lejos de las otras, respiraba el aire puro, era feliz. Ahora es imposible porque todas las cafeterías se han cerrado. La razón: aumentan los contagiados de Covid en las residencias de ancianos (las otras enfermedades, ni el maltrato que reciben, no cuentan). Subrayo el absurdo de tal comportamiento y una amiga –profesora, por cierto—me replica:

            ----Es que las normas tienen que ser generales, Martín. Tú cumples, pero hay bares donde se amontona la gente y hacen fiestas ilegales.

            ----¿Y no pueden cerrar esos bares y multar a sus dueños y dejar abiertos todos los demás, la inmensa mayoría?

            ----La policía no puede estar en todo.

            ----Claro, la policía no puede vigilar que no haya fiestas ilegales, está muy ocupada acechando a quien sale de madrugada para ir a su trabajo y camina unos pasos por la calle vacía sin llevar la mascarilla puesta.



 

sábado, 7 de noviembre de 2020

Después y todavía: El crimen fue en Oviedo

 

 


Domingo, 1 de noviembre
UN AUDIO DE WHATSAPP


Fui al cine con el tomo de Obras escogidas de Jean Cocteau publicado por Aguilar con espléndido prólogo de Gil-Albert. No quería releer “La voz humana” antes de ver la adaptación de Almodóvar. Claro que ya la había leído, pero hace tiempo, y no la recordaba más que en líneas generales. La releo luego, sentado en el McDonald’s con un café, aprovechando que esta película dura poquito.
            No cabe duda de que Almodóvar sabe decorar, escoger y vestir a las actrices, encargar la música a un buen compositor y los títulos de crédito al mejor. Algo queda de la fuerza del texto de Cocteau en su adaptación, pero sus pegotes son un poco ridículos. ¡Ese hacha para partir por la mitad un traje, ese bidón de gasolina para incendiar un apartamento sin pensar en los vecinos! Y lo más divertido, ese perro que añora a su amo (el amante de la mujer) y que de pronto, en la última secuencia, se vuelve feminista como su dueña y se larga con ella a vivir una nueva vida después de tanta desesperación.
            Me divierte ver la diferencia entre los teléfonos de antes y de ahora. En la obra de Cocteau, hay continuas interferencias de otras conversaciones: una mujer que quiere hablar con su médico, otra que escucha la conversación y recrimina al amante. Son el elemento cómico, que desaparece como el cable que la mujer , mientras habla, se enreda premonitoriamente al cuello. Tilda Swinton utiliza unos elegantes auriculares inalámbricos que le permiten moverse a su aire por el decorado como si el teléfono, abandonado en una mesa, no existiese..
            Pero hay algo de inverosímil, ya en el texto de Cocteau: esa larga conversación que el amante desertor escucha estoicamente. Corre el riesgo de sentirse conmovido, como nos sentimos nosotros los espectadores a poco talento que tenga la actriz (y Tilda Swinton tiene mucho). De haber adaptado yo la obra, habría hecho que el hombre colgara de inmediato el teléfono y luego todo lo que viene fuera un audio de WhatsApp. Lo descubrimos porque, en las últimas imágenes, un hombre sentado de espaldas en un restaurante, frente a una hermosa joven, mira su teléfono y borra el audio sin escucharlo.
            La mujer ha hablado al vacío. Eso me parece más impactante que el bidón y el hacha. Pero quién soy yo para enmendarle la plana a Almodóvar.

 


Lunes, 2 de noviembre
SALVADOS POR LA CAMPANA


Cuando todos los asturianos no despedíamos ya de familiares y amigos, de parques y saludables paseos al aire libre, cuando nos resignábamos como mansos corderitos a ser encerrados de nuevo por el mayoral que nos tiene a su cargo, resulta que de pronto comienza a circular la noticia de que un mandamás superior se lo ha impedido. Puedo confirmar el rumor de que en muchas casas se brindó con champán, como cuando la muerte de Franco, pero estoy en condiciones de desmentir y desmiento que la siguiente transcripción de una conversación telefónica responda, palabra por palabra, a la realidad.
            ----Presidente, Presidente, que tu ministro no me deja encerrar a los asturianos, que dice no sé qué de la purga de Benito.
            ----Tranquilo, Adrianín, tranquilo, que aquí está como siempre papá Sánchez para echarte una mano. Habla despacito, para que te entienda, y dime qué te pasa.
            ----Pues lo que pasa, Presidente, es que a esta gente no hay manera de meterla en cintura. Como me están fastidiando las estadísticas, con lo bonitas que me habían quedado este verano, que éramos la envidia de España, voy a encerrarlos en casita un mes o dos o tres a ver si aprenden. Y va el ministro y me dice que si he creído que las medidas contra la Covid son la purga de Benito. ¿Qué es la purga de Benito, Presidente?
            ----Te lo voy a explicar, Adrianín, que tú eres muy joven para conocer estas expresiones viejunas. La purga de Benito era un laxante que se decía que hacía efecto ya antes de tomarse.
            ----¡Como mis tuiters! ¡Como mis ruedas de prensa! Que es hablar yo y se agota el papel higiénico en todos los supermercados. ¡Voy a llamar así a ese programa diario que estoy preparando “La purga de Benito”! Arrasaré en audiencia.
            ----No te pases, Adrianín, que la gente es muy mala y luego pone motes. Probablemente lo que quería decir mi ministro, es que si acabas de tomar unas medidas, como impedir que la gente salga de Oviedo, de Gijón, de Avilés y no sé cuántas medidas restrictivas más (creo que incluso has cerrado la ópera, aunque hasta los cantantes llevaban mascarilla y se hacían  pruebas de PCR hasta a las ratas que alguna vez aparecían en el sótano), pues entonces debes esperar un tiempo prudencial, al menos quince días, antes de tomar otras.
            ----Pero la curva sigue subiendo, Presidente. ¡Déjame que los encierre desde ya! Presi, por fa, déjame que los meta en cintura.
            ----Calma, chiquillo, calma. El próximo lunes volvemos a evaluar la situación y decidimos.
            ----¡Y hasta entonces tendré que soportar ver a la gente caminar tranquilamente por la calle, sentarse en un banco del parque, subir al Naranco a respirar aire puro! Me pone frenético cuando me asomo a las ventanas de la Presidencia y veo atravesar tranquilamente el Campo de San Francisco! ¡Irresponsables!, me dan ganas de gritarles. ¿Pero es que no leéis los periódicos? ¿Es que no veis los telediarios? La curva sube y vosotros tan tranquilos. Menos mal que los hospitales me hacen caso y centran todos sus esfuerzos en que baje la curva. Si la gente enferma, allá ellos, que son unos irresponsables, y si mueren que se mueran, pero no de la Covid, que me arruinan las estadísticas.
            ---Calma, Adrianín, calma. A ver si el próximo lunes estamos en situación de darte ese caramelito.
            ---Por fa, Presi, por fa, que me muero de ganas.

 


Martes, 3 de noviembre
SIN CANSARSE NUNCA
 


Detesto la despedidas, por eso procuro que hoy sea un día como los otros y no pensar en el mañana. Me levanto, escribo hasta las diez y luego atravesando el parque desierto me acerco hasta la cafetería Noor. Allí, en la mesa de costumbre, leo La rama verde, de Eloy Sánchez Rosillo. Me envió ya dedicado su primer libro, Maneras de estar solo, de 1978. Desde entonces me ha hecho llegar todos los suyos y yo los he ido comentando puntualmente. De vez en cuando, le ponía algún reparo, como hago siempre (si no, no sería yo), y es el único poeta, de los muchos que he tratado, que jamás se lo ha tomado a mal, que ha mantenido sin altas y sin bajas su amistad desde entonces. Yo leo cada nuevo libro suyo con algún recelo. Lleva insistiendo en los mismos temas y en la misma manera de hacer desde hace más de cuarenta años; pocos poetas menos amigos de novedades y de buscar nuevos caminos. Comienzo, ya digo, sin demasiadas expectativas, dispuesto a encontrarme con lo mismo de siempre. Y poco a poco me va ganando la emoción. En dos o tres momentos, he de dejar la lectura con los ojos llenos de lágrimas. Pero la impresión final es de serenidad y aceptación y asombro ante la maravilla del mundo, porque por mucho que nos robe el tiempo es más lo que de nuevo nos entrega cada día sin cansarse nunca.

 


Miércoles, 4 de noviembre
CERCANÍAS
 


Siempre creí yo que la naturaleza era una cosa un poco bárbara, lejos de la civilización, a la que había que acercarse en automóvil. Descubro ahora –no hay mal que por bien no venga-- que la Asturias rural está a dos pasos del centro de Oviedo. La cafetería Noor, como vende periódicos y pan, cierra solo a medias. Compro un café para llevar y lo voy bebiendo mientras salgo al campo (el primer sorbo lo doy, y con qué placer me quito la mascarilla, frente a un acechante vehículo de la policía nacional). La avenida de Torrelavega termina bruscamente en el campo. Sigo por un camino en cuesta y llego hasta una ermita que no había visto nunca dedicada a Santa Ana de Abuli. Hay un cruce de caminos: una flecha indica Cerdeño, otra Mercadín. En sentido contrario, están Nonín, Monterrey y San Cipriano de Pando. Salvo Cerdeño, nunca había oído ninguno de estos nombres, pero muy cerca, sobre los árboles, veo dibujarse el skyline de Oviedo. En un alto prado, pastan caballos; cerca del camino filosóficas vacas. Muy de tarde en tarde, me cruzo con un caminante. Se escucha el silencio.
            Si no puedo recorrer las callejuelas de Estambul, esas que todavía guardan un eco de Pierre Loti (qué digo las callejuelas de Estambul, ni siquiera puedo pisar el parque de Ferrera en Avilés), pues descubro Mercadín y Nonín y San Cipriano de Pando. El mundo es más hondo que extenso, como dijo Pessoa o le hice yo decir  yo en algún texto apócrifo, que ya no sé bien.



Jueves, 5 de noviembre
HISTORIA DE TERROR


Abelardo Linares me encarga la edición de Huellas de las Constituyentes, el único libro editado por Luis de Sirval. Quiere añadirle como apéndice el recurso de casación que Eduardo Ortega y Gasset interpuso contra la sentencia que condenó a su asesino a unos pocos meses de cárcel.
            Luis de Sirval era un periodista valenciano que vino a Asturias para informar de la Revolución de Octubre y de la represión posterior. Le dio tiempo a enviar dos crónicas. Iba a mandar la tercera cuando le detuvieron. Tras su asesinato, se la devolvieron a sus familiares con algunas páginas arrancadas. Sirval se alojaba en la Fonda de Flora, donde estaban también algunos huéspedes del Hotel Covadonga, incendiado por los revolucionarios. En la mesa comunal, intervino alguna vez para negar que ciertas atrocidades que se contaban de los mineros fueran ciertas: curas descuartizados y puestos en venta, hijos de guardias civiles con los ojos arrancados. El dudar de esas patrañas fue bastante para que uno de los contertulios le denunciara. Había cometido además otra imprudencia: en el café Peñalba dio a entender que unos legionarios le habían contado cómo habían muerto Aida La Fuente y otros revolucionarios en San Pedro de Los Arcos y que él lo referiría en su próxima crónica. Le detuvieron y cuando estaba en la comisaría de Oviedo, tres legionarios –Dimitri Ivanoff, Ramón Pando Caballero y Rafael Florit de Tagores-- fueron a buscarle sin orden judicial alguna, le sacaron al estrecho patio de la comisaria, le golpearon para que les dijera con qué legionarios había hablado y luego le acribillaron a tiros. A aquel patio daban varias ventanas de otros edificios, hubo testigos presenciales, pero ninguno fue aceptado en el juicio. Abelardo me envía también la sentencia contra la que se efectúa el recurso de casación. La firman los señores don Cayetano Álvarez Osorio, don Francisco García Ruiz y don José Fernández Ruiz. Queden aquí sus nombres para oprobio eterno. Su relato de los hechos es que el preso quiso huir, que los tres legionarios le siguieron, que uno de ellos –el búlgaro Dimitri Ivanoff-- disparó al aire para que se detuviera con el resultado imprevisto de que ocho balas impactaran en el cuerpo de Sirval –una en el corazón, otra en la frente, también es mala suerte-- y le causaran una muerte instantánea. Se le condenó por imprudencia temeraria (aunque con varios atenuantes) a seis meses y un día de cárcel. También al pago de quince mil pesetas a los herederos de la víctima, pago que no se llegaría a hacer por declararse el condenado insolvente.
            Hubo un gran escándalo con esa sentencia, acentuado cuando el tribunal supremo rechazó el recurso y la confirmó en todos sus términos. Luego llegó la guerra y aquella barbarie fue olvidada.
            Llamo a Abelardo para decirle que ya tengo el libro ¡Acusamos!, que se publicó en 1935 con textos de, entre otros, Manuel Azaña, Antonio Espina, Indalecio Prieto, Ramon J. Sender (me lo ha pasado, con su generosidad habitual, Antonio Insuela, que sigue trabajando en su despacho del Milán), y hablamos luego de la situación político-sanitaria de Asturias, que podrá ser grave, pero no es seria (como diría Karl Kraus), y de que yo soy casi la única voz que protesta públicamente ante el disparate generalizado.
            ---Pues cuidado con lo que dices, no te vaya a ocurrir lo que a Sirval.
            Y esa noche tengo una pesadilla. Sueño que me caigo, que tienen que llevarme al hospital y que una enfermera me reconoce y hace correr la voz: “Aquí está el negacionista ese que se burla de los esfuerzos de nuestro presidente para contener la pandemia impidiendo que los ovetenses vean el mar o pongan el pie en la calle después de las diez de la noche”. Un doctor con la cara tapada, al que todos miran con reverencia (se rumorea que es el más estrecho asesor sanitario del presidente), se acerca entonces empuñando una larga jeringuilla y dice: “Dejádmelo a mí”.

 


Viernes, 6 de noviembre
LA LECCIÓN DE GOEBBELS


“El virus no piensa, tú sí”, leo en los carteles que la propaganda oficial del Principado ha colocado por las calles. Ganas me dan de denunciarla por publicidad engañosa.
            Más adecuado sería que dijeran: “El virus no piensa, nosotros tampoco”. Y luego la firma: Gobierno del Principado de Asturias.
            También se podría personalizar el eslogan: “El virus no piensa, haz tú como él y deja que Adrián Barbón piense por ti”.