Sábado, 21 de noviembre
COMPARTO
Si el mayor de los
pecados que un hombre puede cometer es no haber sido feliz, según afirma Borges
en un famoso soneto (pero no hay que hacer demasiado caso a lo que dicen los
poetas), yo no he cometido ese pecado. Habré cometido otros muchos, pero otros no.
He sido feliz y apenas hay día que no lo sea, al menos durante un rato, incluso
en estos tristes tiempos.
Soy feliz cuando salgo a pasear,
solo o en buena compañía, y me entretengo en saludar y fotografiar a las
florecillas del campo y a las nubes que pasan. Nunca me imaginé que un árbol,
con el ramaje traspasado por el sol otoñal, pudiera ser más hermoso que los
poemas que lo cantan. Yo era el príncipe que todo lo aprendió en los libros,
para decirlo con el título de Benavente, Ahora mi libro favorito es el libro de
la naturaleza.
Mi libro favorito, pero no el único
que leo. Solo he cambiado de rincón en esta inmensa biblioteca que es para mí
el vario mundo. Antes leía un libro recién llegado en Los Porches, ahora lo
hago –mientras el tiempo lo permite-- sentado en un banco ante la iglesia de la
Tenderina (el café para llevar lo compro en Noor) o junto a la ermita de Santa
Ana de Abuli. ¿Qué mejor lugar para leer los versos de Nietzsche o de Eloy
Sánchez Rosillo, los aforismos de Ramón Eder o las cartas de Elena Fortún a su
amiga Inés Field?
También tomo nota de las casas en
venta, muchas de ellas en ruinas, y me entretengo pensando en cómo
restaurarlas. Mi favorita, pero no sé si está en venta, es el caserón, rodeado
de un alto muro, frente a la ermita de Abuli. Muchas noches, mientras llega el
sueño, me entretengo trazando los planos de su interior, arreglando el jardín.
Habilitaría como vivienda uno de los lados y en el otro pondría una biblioteca
de uso público, con cafetería, como la de Avilés, y con vistas al jardín. Sería
un lugar de reunión para toda la gente dispersa de los alrededores que así no
tendría, para socializar un poco, que coger el coche e irse al parque
Principado (ahora no pueden ir, cosas de Barbón, porque está al lado, pero en
otro municipio).
De los malos momentos, prefiero no
hablar. ¿A qué amargar a los demás con secretas amarguras para las que ellos no
tienen remedio? Mejor tratar de compartir felicidad.
Domingo, 22 de noviembre
RENTABLE VICTIMISMO
¿Cuántos insultos y
amenazas habré recibido yo en las redes sociales? Y eso que no soy famoso ni he
ocupado nunca cargos políticos que me permitieran llevar a la ruina con mis descerebradas
o interesadas decisiones a docenas y docenas de familias. Únicamente he arañado
la vanidad de algunos poetillas o he dicho lo que pensaba sobre esto y aquello.
¿Qué hice en esos casos? Hasta un cierto límite, si eran comentarios a mi blog,
los daba de paso y aparecían publicados para vergüenza de sus cobardones
autores. Si contenían insultos para terceras personas, los borraba. Nunca les
di tanta importancia como para denunciarlos a la policía, que por muy anónimos
que fueran siempre podría encontrar al autor. Ni siquiera me preocupé cuando un
anciano (más o menos de mi edad), se entrometió en la charla que mantenía con
una amiga en una terraza y comenzó a insultarme y amenazarme, ante el asombro
de todos, por las obviedades que me oía sobre las dañinas ridiculeces que Adrián
Barbón dice y hace con el pretexto de combatir la pandemia. Simplemente, nos
levantamos y nos fuimos mientras el camarero recriminaba a ese pobre hombre
envenenado por la propaganda oficial, como en otros tiempos de triste memoria,
Pero Adrián Barbón tiene la piel más
fina o está bien aconsejado sobre lo que le conviene políticamente. Al parecer,
según cuenta hoy en la prensa (no sigo su actividad tuitera ni sus
intervenciones –Alló, presidente-- en la televisión autonómica), recibió un
mensaje amenazante para su familia y en lugar de denunciarlo a la policía, como
sería lo lógico si le pareció que iba en serio y no era el desahogo de un
desequilibrado, lo publicó, dando a conocer datos privados de sus familiares, y
se hizo la víctima. La jugada le resultó rentable. Todo el mundo se solidarizó
con él, incluso sus rivales políticos. Un momento de gloria. Su partido, que
casualmente es el mío (quién lo iba a decir), aprovechó para echarle la culpa
“a las estrategias de acoso y derribo, los tsunamis de fake news y las operaciones de desinformación que son el caldo de cultivo que
acaba de desembocar en odio y acoso, algo intolerable ante la lucha contra la
mayor pandemia de los últimos años”.
Vaya por Dios. Ahora va a resultar
de que de esas amenazas privadas en la red (que el afectado hace públicas, con
el riesgo del efecto contagio), tengo yo la culpa –y no sé si también Donald
Trump-- por reírme públicamente, y me seguiré carcajeando mientras la
democracia no naufrague del todo, de un dirigente que para combatir la pandemia
permite que compremos sartenes, pero no calcetines, charlemos con un café en la
mano frente a una cafetería pero no sentados en una terraza, se junten en un
aula los alumnos de primaria, pero no los universitarios. Y no sigo con sus
disparates, que sería el cuento de nunca acabar.
Lunes, 23 de noviembre
RIVERSIDE CHURCH
En mi rincón
soleado de costumbre, leo Trascender,
una antología de poemas de Gonzalo
Sobejano. No sabia que el gran estudioso de la literatura española era poeta.
Creo que pocos lo sabían. Le conocí en enero de 2002, en un Nueva York
traumatizado por la caída de la Torres Gemelas. Desde la ventana de mi hotel,
el Roger Smith, veía Lexington Avenue como ocupada militarmente, con sacos
terreros en las aceras, grupos de policías cada pocos pasos y vehículos blindados.
Gonzalo Sobejano, al final de mi conferencia, me regaló una separata en la que
comentaba un poema de Cernuda. Ahora leo, entre el asombro y la emoción, sus
propios poemas. No son una dedicación ocasional al margen del trabajo de
profesor y estudioso. A mi entender, no desmerece junto a los otros poetas de
su generación, la del cincuenta, pero dudo que le hagan un sitio en los
manuales. Los poemas abarcan toda una vida, están escritos a lo largo de más de
medio siglo, en la Alemania donde tuvo sus primeros destinos de profesor, en
los Estados Unidos donde desarrolló la mayor parte de su vida laboral, en la
España recuperada de las vacaciones; son varios los que evocan su infancia en
Murcia. No faltan los juegos de ingenio, pero son más aquellos en los que la
emoción borra lo que pueda haber de ejercicio retórico. A mí me llama la
atención, por mi maniática devoción neoyorquina, el poema que dedica a la
iglesia neogótica que se alza en Columbia, frente al Hudson; él la tenía
enfrente de su casa y la observa “con la torva torre como el cuello tenso, /
con las orejas cortas, / de un caballo que ve la muerte vasta. / El caballo de
Troya”. Yo recuerdo una tarde de paseo por Riverside Park en que la doraba el
sol y aquel templo ecuménico no me pareció entonces una “pétrea colmena de
órbitas vacías” ni un “templo abismal, poblado de vacío”, sino una hoguera que
ardía en honor de este Dios que en ella se venera, un Dios que es todos los
dioses, cristianos o no, y que solo se nos descubre como ausencia.
Martes, 24 de noviembre
EN LAS PELAYAS
“El domingo pasado fui a misa”, le digo a mi amiga Eugenia, que sigue con su buena costumbre de llamar de vez en cuando a los ancianos que vivimos solos para interesarse por su salud y estado de ánimo. “¡No me digas! Qué alegría me das”. “Como no podía ir al cine, que es lo que hago los domingos por la tarde, salí a dar una vuelta por el centro, aunque deprime bastante ver las calles tan sin vida. Al pasar por delante de las Pelayas me sorprendió, en el silencio del atardecer, un distante canto de sirenas. Sin pensar, subí la escalinata de piedra y entré en la iglesia. Apenas había media docena de personas. Me senté tímidamente en uno de los bancos últimos pensando quedarme solo un momento, pero me quedé hasta el final, fascinado por la música, el olor del incienso y el ir y venir fantasmal de las monjas tras las rejas. Recordé Ángel Guerra, la novela de Galdós, y también alguna página de las leyendas de Bécquer. Fui feliz. Marañón decía que era un trapero del tiempo, que aprovechaba cualquier instante. Yo soy un trapero de la felicidad, un bien cada vez más escaso, pero del que yo no dejo escapar ni una brizna”.
Miércoles, 25 de noviembre
SI LOS VIRUS HABLARAN
Hoy vuelven a dejar
abrir a las tiendas “no esenciales” y las razones para abrirlas son las mismas
que hubo para cerrarlas: ninguna. Paseo por el centro de Oviedo y compruebo lo
poco que se nota esa medida en las calles, que siguen tan tristonas como de
costumbre. Las tiendas que de nuevo pueden abrir están vacías y algunas, ahora
que pueden, no han abierto, quizá han cerrado para siempre. Ante algunos bares
hay grupos que toman café o un pincho de pie o apoyándose donde pueden. Me
detengo ante uno de esos carteles de la propaganda oficial en los que se lee
“el virus no piensa, tú sí”. Cierto, yo sí pienso, al contrario que el Gobierno
de Asturias, y solo me vale para deprimirme y que me entren ganas de llorar al
ver lo que están haciendo con nosotros (y eso que no es nada comparado con el
infierno de las residencias). Para no deprimirme del todo, me imagino el
diálogo entre un virus experto y otro que está empezando a andar por el mundo. El
experto ha seguido un cursillo sobre cómo actúan los virus y trata de educar al
segundo.
----Hay que actuar de acuerdo con
las normas de la Consejería de Sanidad, jovencito, no de cualquier manera.
Vamos a suponer que tú andas por el aire, recién salido de un asintomático, y ves a una persona que se pone a tiro, ¿la
infectarías?
----Hombre, claro, es mi naturaleza.
----Pues no, no, y no. Primero
tienes que ver si el recinto cerrado en que está es una tienda esencial o no
esencial. Si es esencial, por ejemplo, una administración de lotería o un
estanco, ni se te ocurra, aunque en ellas se apelotone la gente; ahora si es no
esencial, como una zapatería, pues a ello, aunque lo tengas difícil porque los
clientes entran de uno en uno. Ahora, eso sí, si en medio de un parque, lejos
de todo el mundo, ves a una persona que se quita la mascarilla, raudo a por
ella, como si fueras de la policía. Ya sé, que si no hay nadie cerca, lo vas a
tener difícil, pero es lo que manda la Consejería de Sanidad. Y si entras en un
local con varias personas, sentadas bien separadas unas de otras, fíjate bien
si están en una iglesia o en una sala de conciertos. Si es lo primero, como se
trata de una actividad esencial, ni se te ocurra contagiar a nadie; si es lo
segundo, como se trata de una actividad no esencial, puedes hacer de las tuyas.
---¿Y qué actividades son esenciales
y cuáles no, maestro?
---No intentes entenderlo porque ni
Kant ni Zubiri serían capaces de hacerlo. Tú limítate a leer el BOPA.
----¿De veras es así como me dices,
maestro?
----De veras. Hay que ser formales y
comportarse con arreglo a las normas de la consejería de Sanidad. Si te paseas
por Oviedo, no puedes infectar a nadie que sea de Oviedo, ahora si ves a alguno
que ha venido aquí desde Gijón o Avilés, a por él sin compasión, que se ha
saltado los límites perimetrales..
----O sea que para comportarme como
Barbón manda debo estar pendiente de esos requisitos administrativos, de si
esta tienda es esencial o no, de si este individuo está domiciliado en Avilés y
sin embargo anda por Oviedo, de si este establecimiento comercial tiene más de
trescientos metros cuadrados y por lo tanto puedo infectar a quien entre en él
y sin embargo este otro tiene menos de trescientos y por eso no hay peligro.
---Exacto, exacto. Eres un virus, no
pienses, deja que Adrián Barbón piense por ti.
Jueves, 26 de noviembre
LA PEOR DE LAS ALERGIAS
La alergia a la estupidez es la peor de las alergias. No se libra uno de ella en ningún sitio ni en ninguna de las época del año.
Viernes, 27 de noviembre
LO QUE YO HARÍA
“Siempre
criticando, Martín, siempre criticando. A ti te querría ver yo en el puesto de
Adrián Barbón, a ver qué harías”.
“En primer lugar, procuraría no hacer el ridículo. Y me esforzaría
mucho, si no soy capaz de arreglar la situación, por lo menos en no
empeorarla”.