viernes, 27 de septiembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Personal y político

 

  

Sábado, 21 de septiembre
LA CENA DE LAS BURLAS
 

---¿Qué tal el premio de ayer?, me pregunta un amigo en el Atrio, donde tomo un café como todos los sábados desde hace exactamente treinta y cuatro años.

            ---Una pesadilla. Bueno, el premio no. Fue como todos los premios: no ganó el mejor, pero sí el que obtuvo más votos. Lo malo fue la cena posterior, que duró tres horas o tres semanas, no sé bien. Me sentí como en el tren de la bruja y recibiendo todos los escobazos. No siempre metafóricos, al final me lanzaron la escoba a la cara en forma de servilleta. También recibió lo suyo algún amigo ausente al que yo me esforcé en defender. Los escobazos que me daban a mí me dolían poco. Incluso a veces sonreía, para asombro del poeta Sergio Fernández Salvador y su mujer, Sara, los únicos que asistían por primera vez al espectáculo. A Carlos Marzal y a Aurora Luque hasta les hacían gracia. Entre escobazo va y escobazo viene, recordé un párrafo de Andrés Trapiello. Decía que mi lucha contra la impostura no es indiscriminada, que sé distinguir entre popes y popes: “Y así lo comprobé el día en que compartí una cena en Oviedo con una jefa suya de departamento, cargante y medio loca, cuyas extravagancias y ridiculeces quedaron reflejadas a los pocos días en su diario con un ‘la buena de Menganita’; ¿habría sido igual de piadoso con otra persona que no fuera su jefe?”. Qué perspicacia la suya.

Pero el peor escobazo lo acabo de recibir hace un minuto, poco antes de que llegarais. Para los poetas, en cuanto tienen un cierto nombre, “los libros son productos que hay que promocionar y las reseñas deben ser una especie gratuita de publicidad. Quien antes nos ayudó a crecer, ahora no es más que un incordio”, escrito en la más reciente entrada de mi Café Arcadia, y para demostrarme que no soy un incordio, uno de esos escritores que conocí de jóvenes y a los que, si no ayudé a crecer, si traté de ayudar, me envía un indignado WhatsApp en el que, entre otras lindezas, me manda a la mierda porque “ya es tarde para otro tipo de terapias”.

            ---¿Pero quién es ese chiflado?

            ---No es un chiflado y prefiero no decir su nombre. 

Martes, 24 de septiembre
EL HOMBRE INVISIBLE

De los tres libros publicados en estas fechas sobre el atentado de la calle del Correo, me quedaba por leer Dinamita, tuercas y mentiras. Lo compré ayer, lo termino hoy. Se centra en las víctimas. Nos describe minuciosamente los momentos anteriores a la explosión y los estragos posteriores. Conocemos los nombres, las ilusiones, las vidas truncadas de los que murieron, de los supervivientes, de sus familiares. Un libro necesario, que se lee con lágrimas y con indignación, no solo hacia los autores de esos asesinatos, sino hacia quienes permitieron la impunidad de los asesinos y que triunfaran sus mentiras hasta ser considerados como mártires de la libertad. Los autores no lo dicen, quizá no se atreven siquiera a pensarlo, pero algún día –esperemos que no pasen otros cincuenta años-- habrá que investigar el papel que tuvo la justicia militar de entonces en el ocultamiento de la verdad sobre los hechos y en que los asesinos pudieran llevar una vida apacible (algunos todavía la llevan) sin la más mínima molestia. Ni siquiera los GAL, asesinos financiados con dinero público, se ocuparon de procurarles la más mínima molestia.

            Pero estos aplicados historiadores, que tanto insisten en reivindicar a las víctimas, se olvidan de una. Tras enumerar a los que fueron detenidos a raíz del atentado, añaden que no mencionan “en la lista a los familiares, amigos y compañeros de los imputados, cuya inocencia era tan evidente que recobraron la libertad en poco tiempo”.

            Uno de los que ni siquiera merece ser mencionado soy yo. Estar nueve días con su ocho noches incomunicado en una celda de la Dirección General de Seguridad ¿es poco tiempo? Estar tres meses en la prisión de Carabanchel y en condiciones particularmente penosas, no como el resto de los procesados (salvo Mariluz Fernández), ¿es poco tiempo? Pasar seis meses en libertad provisional y bajo fianza, teniendo que presentarse todas las semanas en el Gobierno Militar, primero en Madrid y luego en Oviedo, ¿es poco tiempo? Nueve meses en suspensión de empleo y sueldo ¿es poco tiempo?

Gaizca Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza parecen pensar que sí. O quizá es que no sabían nada. Tampoco parecen haber leído (no lo citan en la bibliografía) Testimonios de lucha y resistencia, de Eva Forest, publicado en 1977, donde recoge testimonios de las presas encarceladas en Yeserías que han sufrido torturas. Una de ellas, la madre de Mariluz, cuenta cómo desde su celda en la DGS me oyó gritar. Mi nombre lleva una nota y, a pie de página: “No sabemos qué habrá sido de él”.

            No se me volvió a mencionar hasta que, medio siglo después, Xuan Cándano publicó Operación Caperucita. Culpa mía, quizá. ¿Por qué no reivindiqué mi papel de víctima? La carrera política (e incluso literaria) de más de uno debe mucho al hecho de haber sido amenazado.

            Todavía me cuesta hablar del asunto. Pero debería hacerlo para completar la historia. No fue un error el que me tuvieran tanto tiempo encerrado y lejos del resto. Yo era la pieza necesaria para llevar a Mariluz a la hoguera. Si ella era la autora del atentado (según su hermano, que Dios le tenga en su gloria, en una cena familiar, la misma noche del 13, afirmó haber colocado la bomba), yo tenía que ser su acompañante: ese día, a esa hora, comíamos juntos. 

Miércoles, 25 de septiembre
MISTERIO SIN RESOLVER

Nunca quise hablar de mi experiencia carcelaria, pero una vez lo hice. Fue en Jerusalén, allá por el 2003. Asistía a un curso sobre el Holocausto en el Yad Vasem, el museo de la memoria, que conmemoraba su cincuenta aniversario.

Escuché a varios supervivientes de los campos de concentración, con el número tatuado sobre el brazo. Contaron que, al principio, no se atrevían a hablar de lo que les había pasado, tampoco nadie tenía especial interés en escucharlos. Todos querían olvidar. Uno de los historiadores que intervenían en aquel curso nos dijo que su padre nunca les refirió su experiencia en el campo de exterminio. Solo empezó a contar algo cuando el nieto, muchos años después, se interesó por ello. ¿Por qué no hablaban? Quizá se avergonzaban de haber sobrevivido, quizá no querían hacer sufrir a sus seres queridos con esos recuerdos.

A mí me vino entonces a la memoria aquella experiencia tenazmente silenciada. Se la conté allí mismo a una amiga, Juana Salabert, y luego en Leña al fuego, publicado hace ahora exactamente veinte años, en 2004. Pero el secreto sigue siendo secreto, porque nadie parece haber leído esas páginas. Incluso yo las había olvidado.

Busco el libro en mi biblioteca y no doy con él. En una página de Internet lo venden por 190 euros, pero acabo encontrándolo por solo 14. No sé si me atreverá a releer ese testimonio cuando lo reciba. Otros son quienes tienen la obligación de hacerlo, si quieren escribir la historia con un poco de rigor. Como otros son los que tienen la obligación de hacer justicia en ese execrable crimen sin castigo.

 Aún están a tiempo. ¿No se anularon en Argentina las leyes de amnistía? ¿No se reabren viejos sumarios, en esta España nuestra, por el testimonio de etarras arrepentidos? También se les pregunta por atentados que ocurrieron antes de la ley de amnistía: uno en 1973 y otro en 1976.

Si esos sumarios siguen abiertos, ¿por qué no reabrir el de la calle del Correo? En este caso, para aclarar los hechos no hace falta recurrir a ningún arrepentido, todo está ya claro en el sumario: a finales del 74, se había identificado ya a los culpables, unos en la cárcel y otros huidos a Francia. Lo que no está claro es por qué se decidió dejar en libertad a los presos (antes de la ley de amnistía, por cierto) y no insistir –como se insiste con Puigdemont, no precisamente un asesino-- en la solicitud de extradición de los huidos a Francia.

Este sí que es un misterio sin resolver.

Jueves, 26 de septiembre
NADA ES PARA SIEMPRE

No valgo yo para enfadarme con nadie, aunque muchos se enfaden conmigo. Un susceptible amigo, al que leo desde sus balbuceantes primeros versos, tiene la mala costumbre de escribirme una irritada carta cada vez que reseño alguno de sus libros y le pongo algún reparo. No tomo sus exabruptos demasiado en serio. Es buena persona y pronto se le pasan. Pero la protesta del sábado pasado, la más absurda de todas, venía tras haber estado más de una hora defendiéndole en la cena en Casa Amparo que algo tuvo de disparatado reality show televisivo.

El lunes se presentaba el libro Las mejores palabras, antología del premio Alarcos que yo he coordinado y a la que puse título, sin que en ella, supongo que por descuido, figure mi nombre. Al susceptible poeta –que leía versos en ese acto-- le dije que no iba a la presentación porque no tenía ganas de verlo, aunque había otras razones. Y era verdad cuando lo dije, pero el enfado se me había pasado al día siguiente. Lo cierto es que seguiré leyéndole y admirándole en lo mucho que tiene que admirar, pero no en todo lo demás.



 

sábado, 21 de septiembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Yo mi me conmigo

 

Sábado, 14 de septiembre
ESFINGE SIN SECRETO

Me he pasado la vida hablando de mí mismo, pero hay muchas cosas de las que nunca he hablado, algunas ni siquiera a mí mismo. Soy como un viejo caserón en el que se hace la vida y se recibe a las visitas en unas pocas habitaciones (mi preferida es la biblioteca con altos techos pintados al fresco y grandes ventanales que dan al jardín), mientras que en las otras nadie entra desde hace años (quizá desde que era niño). Algunos días me entra la tentación, si no de hacer limpieza (¿para qué?), al menos de armarme de valor y adentrarme en el desván y en los cuartos oscuros como quien se adentra en la jungla, pero siempre acabo venciéndola.

            ---¿Para qué hablas tanto de ti?, me preguntan a veces.

            ---Para ocultarme mejor, suelo responder.

            Pero sospecho que lo único que tengo que ocultar es que nada tengo que ocultar. Hay quien es capaz de hacerse hasta sospechoso de un crimen con tal de disimular la absoluta insignificancia de su vida.

Domingo, 15 de septiembre
VISITA AL DOCTOR

El placer de entrar por primera vez en la casa de alguien que admiramos desde hace muchos años. Es amplia, confortable, llena de luz. Apenas se entra en ella, nos encontramos con un espacioso recibidor: gran chimenea, dos bargueños de época y un retrato del propietario pintado por Zuloaga.

 A la derecha, la salita de espera, con una escultura de Julio Antonio, un soberbio reloj de mesa y un magnífico Sorolla. Hay también un gran espejo antiguo y tres óleos de Gutiérrez Solana.

La consulta tiene tres grandes ventanales que dan a la Castellana. En dos estantes, se apretujan unos cuatrocientos volúmenes con todos los libros, monografías, discursos, colaboraciones que ha publicado el dueño de la casa. Tres magníficos Grecos presiden el despacho, entre ellos, “un Crucificado sobre una tormenta admirable, pintado en su cuarto de hora de mayor inspiración, cuando el rayo y el trueno más fuertes le abrieron más el cielo y vio mejor su fondo”, según escribió Ramón Gómez de la Serna.

 El despacho se comunica, por medio de unas puertas corredizas, con otras dos piezas. La  central la preside un cuadro de Goya y en la siguiente se encuentra instalada la biblioteca de viajes, una de las cuatro que posee mi admirado amigo, en Madrid y en Toledo. La biblioteca de viajes la comenzó cuando todavía era casi un niño y Galdós le regaló la colección de Viajes publicada por Fabié en 1886. Ahora tiene más de tres mil volúmenes y es quizá la mejor del mundo en su género.

            Compro en el Fontán el libro de Francisco Javier Almodóvar y Enrique Warleta Marañón o una vida fecunda, publicado en 1952, que lleva prólogo, naturalmente, del propio doctor Marañón. Lo abro y es como si me abriera sonriente las puertas de su casa. Conozco no solo a su familia, sino también al servicio: Ramón Arana, “amable, con una leve sonrisa, sabiendo ver, oír y callar, las grandes virtudes de los hombres de confianza”; María Luisa, la doncella, una asturiana que regala salud; Carmen, la cocinera, y Rita, una gallega criada en Portugal, “atenta a esas mil minucias que reclaman en la casa la atención constante”.

            ¡Cuánta gente detrás de un gran hombre! Su mujer, sus hijos, sus colaboradores, la servidumbre, todos viven pendientes “del pensamiento y la actitud del que allí es padre, jefe, amigo y hermano, disputándose el privilegio de estar en primera línea en esa difícil y callada estrategia de cooperación sin darse cuenta apenas de que son también parte esencial de la obra realizada”.

            Detrás de mí, ayudándome, no hay nadie. ¿Justifica eso que no haya hecho nada importante? Quizá sí o quizá no, importa poco. Marañón –el único prócer durante la monarquía que lo siguió siendo durante la república y el franquismo-- está muerto y yo estoy vivo. Salgo de su casa en la Castellana y paseo feliz por el Campillín al sol de esta espléndida mañana de otoño.

Lunes, 16 de septiembre
 FALTA Y SOBRA

Como “trapero del tiempo” se definía Marañón, que no desperdiciaba ni un minuto de su día a día. “Trapero del talento”, podría definirme yo, que no desperdicio ni una brizna del poco o mucho que me ha sido concedido.

            A veces me vergüenza pensar que soy la única persona del mundo a la que, para hacer algo que valga la pena, le sobra tiempo y le falta talento. Pero enseguida se me pasa: solo soy el único que lo dice, no el único al que le ocurre.

Martes, 17 de septiembre
POR QUÉ SOY TAN MAL AMIGO

Soy un amigo incómodo, lleno de espinas, lo sé, y por eso valoro más a los viejos amigos, los que lo son desde años y lo siguen siendo. José Cereijo lo es desde hace exactamente treinta años. Poco después de que yo comentara su primer libro, de 1994, vino por primera vez a Oviedo y participó en nuestra tertulia. En ella conoció a Víctor Botas, que le dedicó la primera edición de sus poesías completas. Ya de regreso a Madrid, a los pocos días le escribió una carta comentándoselas, pero Víctor Botas no llegó a recibir esa carta.

Ayer le escuché a Cereijo leer sus versos en Avilés llevado de la mano entusiasta de Isabel Marina; hoy dialogo con él en la presentación de su último libro, Lecturas de riesgo. Y como soy persona que puede hacer dos cosas al mismo tiempo (que siempre hace dos cosas al mismo tiempo, y así me va), mientras charlamos se me ocurre pensar que todo tiene dos caras y que yo soy a la vez un mal amigo y un buen amigo.

            Un mal amigo nada confortable, sobre todo para los amigos escritores: no dejo a nadie dormirse sobre sus laureles, siempre encuentro el punto flaco del libro que acaban de publicar y no me lo callo, ni se lo comento en privado, sino que lo aireo en mi reseña semanal. Los escritores jóvenes, si son inteligentes, aceptan los reparos, aunque no estén de acuerdo, y siguen siendo amigos. Hasta que triunfan, o eso creen ellos, y entran en el mercado o mercadillo de la literatura. Ya los libros son productos que hay que promocionar y las reseñas deben ser una especie gratuita de publicidad. Quien antes nos ayudó a crecer, ahora no es más que un incordio.

            Pero, si bien se mira, no soy un amigo tan malo: impertinente, sí, pero que no traiciona, ni pone zancadillas, ni lucha por escalar cucañas. Y fiel. En medio siglo de vida literaria, más de un amigo habrá dejado de serlo –y seguramente con razón--, pero yo no he dejado de serlo de nadie. En el amor me pasa, me pasaba, lo mismo: me abandonan, no abandono. Y no lo digo en son de queja: se cansan antes de que yo me canse y me dejan algo de tristeza, que se cura pronto (un clavo saca otro clavo), pero no remordimiento ni mala conciencia, que es lo que peor llevo.

            En estas cosas pienso mientras dialogo sobre la poesía y sus alrededores con José Cereijo y la presencia de Paulina entre el público me trae a la memoria a Víctor Botas, quien fue mi amigo durante quince años en vida y ya lo lleva siendo el doble de años desde esa otra vida a la que se mudó un día tan inesperadamente.

            Yo seré un mal amigo, al menos tal como se entiende la amistad entre los escritores, pero nunca dejaré de serlo de nadie porque ponga todos los razonados reparos que quiera a un libro mío. Incluso los no razonados me hacen gracia. Me gusta repetir aquello que leí en no sé qué revistilla: “Las opiniones sobre la poesía de José Luis García Martín están divididas. Unos piensan que es un pésimo poeta. Otros que no es un poeta”.

            Un mal amigo, pero que tiene la suerte de contar con los mejores amigos: gracias, Cereijo; gracias, Paulina; y gracias, querido Botas por seguir asistiendo, un viernes sí y otro también, a nuestra tertulia. 

Jueves, 19 de septiembre
MARÍA LUISA EN EL JARDÍN

Javier Barón presenta en el Bellas Artes, la última adquisición del museo: “María Luisa en el jardín”, de Mariano Fortuny. Yo pienso en Yara, que tiene la edad que entonces tenía María Luisa; en Martín, que hoy cumple ocho años, y en que soy un hombre afortunado: vivo rodeado de gente que quiero y también, como mi admirado Marañón, de obras de arte, pero yo no las guardo en casa –no cabrían--, sino en tres espléndidos edificios por los que me paseo como Pedro por su casa.

Es lo que hago esta tarde, en cuanto me canso de escuchar a Barón, que es un poco Bonet, y qué placer saludar de nuevo, en las salas vacías –la gente ha preferido aburrirse con el conferenciante--, a los hijos de Sánchez, a la dama de las camelias en el palco del Real, al inocente Emaús, a tantos amigos como tengo por aquí, siempre a mi espera.




 

sábado, 14 de septiembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Comienza el curso

 

Sábado, 7 de septiembre
DUELO A PRIMERA SANGRE

“A ti lo que te gusta no es conversar, a ti lo que te gusta es que te escuchen”, me han reprochado más de una vez. Y no diré yo que no, pero me parece que no soy el único.

“No dejas hablar a nadie, siempre sabes lo que uno va a decir y le replicas antes de que termine de decirlo”, se queja Abelardo Linares, con quien llevo debatiendo sobre cuestiones varias, especialmente la decadencia de la literatura contemporánea, desde los años setenta. En alguna ocasión, hemos conversado en vivo y en directo, en Oviedo o en Madrid, en Sevilla o en Nueva York, pero la mayor parte de las veces ha sido por teléfono. Casi siempre me llama él y las conversaciones nunca duran menos de una hora. Le interrumpo, claro, pero pocas veces antes de los primeros tres cuartos de hora. Hay conferencias que duran menos tiempo. Y a los conferenciantes tampoco les gusta que les interrumpan. El coloquio, si lo hay, debe quedar para el final.

“Deberías escribir eso que me cuentas”, le digo a menudo. “Yo no soy escritor, fui poeta y soy editor, eso es todo”. “Pues entonces deberías crear un podcast para que todos puedan escucharte sin interrumpirte”.

            No ha grabado sus charlas, pero yo he logrado que escriba un libro. Bueno, que lo escribamos a medias. Durante este verano, casi cada día, él me mandaba una carta sobre los asuntos que le obsesionan y yo le replicaba a vuelta de correo.

 Al resultado, que se publicará pronto, le he puesto el título de El juego del gato y el ratón, que no sé si conservará. A él, por supuesto, le he reservado el papel de gato y de protagonista; yo soy el ratón de los dibujos animados que se burla siempre del gato que trata de darle caza. De Abelardo no me burlaba, por supuesto (en su editorial aparecerá el libro), o lo hacía sin que se notara demasiado. Me limitaba a ponerle el anzuelo (casi siempre picaba) y a dejarle la última palabra. De sobra sé que el que dice la última palabra sobre un asunto no es el que habla el último, como creen los políticos y los publicistas, sino el más certero. En cualquier caso, aquí la última palabra la tendrán los lectores. Ellos pronto podrán decidir quién ha ganado este duelo a primera sangre por ver quién es el más listo.

            Abelardo piensa que ha quedado claro que es él; yo tengo otra opinión y espero que pronto los lectores la compartan.

Domingo, 8 de septiembre
FAMILIA NUMEROSA

A partir de cierta edad, no hacemos más que repetir las mismas bromas y contar las mismas anécdotas. ¿Cuántas veces habré dicho yo aquello de que “no comprendo cómo hay gente que pueda vivir sola, yo llevo viviendo solo más de cincuenta años y aún no me he acostumbrado”?

            Vivo solo, pero tengo mucha familia y quizá eso haga que no lo note. Y no me refiero únicamente a la familia legal, sino a la otra sin papeles que yo me he ido tejiendo poco a poco. Tengo bastantes más hermanos de los que tengo (yo siempre el hermano mayor) y también hijos y nietos.

Mi familia la forman aquellos cuya felicidad me importa tanto como la mía, aunque la mía no le importe a ellos (pero eso pasa en las mejores familias).

Martes, 10 de septiembre
LO PRIMERO ES LO PRIMERO

A Arthur Miller no le dieron el premio Príncipe de Asturias el primer año en que era el principal candidato porque no podía asistir a la entrega, y la asistencia es condición indispensable, ya que en esa fecha tenía una audiencia con el emperador del Japón.

            Si yo hoy tuviera una audiencia, no ya con el emperador del Japón (respetable señor que a mí me interesa poco), sino con el rey de Inglaterra, con el que simpatizo bastante más (con él, como le escuché decir una vez a Jacobo Siruela, se puede hablar de cualquier cosa, del cambio climático o de la proporción áurea, de la poesía de Eliot o de la homeopatía), la rechazaría sin duda alguna. Hoy tengo algo más importante que hacer.

            Primer día de clase. Yara, que aún no ha cumplido tres años, espera impaciente en el parque infantil al lado del colegio. Con su mochila y su mandilón, desdeña columpios y toboganes. Le entusiasma la idea de ir al colegio de los mayores, al Novo Mier (se ha aprendido el nombre), lo mismo que su hermano Martín.

 Este primer día, para que los que empiezan la escolaridad se vayan acostumbrando, entran en pequeños grupos y solo están menos de una hora. A Yara le toca a las doce y cuarto. Nada más abrirse la puerta, suelta la mano de su madre y entra decidida, la primera. Junto a la maestra, que trata de consolarlos, contempla extrañada al resto de sus compañeros –apenas media docena-- que lloran y patalean no queriendo abandonar los confortables brazos de padres o abuelos. Mientras camina hacia la clase, se acerca a uno de ellos para tratar de consolarlo.

            “Martín también lloró; Yara es distinta”, me dice el padre. Luego, a la salida, Yara sigue sonriendo feliz.

            “Lo siento mucho, majestad –le diría yo a Carlos III--. Nada me gustaría más que charlar un rato, en Buckingham Palace o en Balmoral, de la sucesión de Fibonacci o de arquitectura contemporánea, pero compréndame, por favor, hoy tenía cosas más importantes que hacer”.

Miércoles, 11 de septiembre
PROBLEMAS DE FAMILIA

Hay personas que sienten la tentación del abismo. Siempre caminan al borde del precipicio. Más de una vez me ha tocado ejercer de buen samaritano. Y como no hay buena acción que no reciba su merecido, yo a menudo he recibido el mío.

            A veces, no hay más remedio que soltar la mano y dejar que el amigo que tratamos de salvar siga su destino. De tarde en tarde alguien me contaba que le había visto vagando oscuro por la noche sola. Yo, por fin, aprendí a no sentirme responsable y ojos que no ven corazón indiferente.

            Ayer, tras pedir permiso, volvió a pasar por la cafetería habitual de los martes el atormentador de sí mismo y de todos los que tratan de ayudarle. Quien vino era el doctor Jekyll, no míster Hyde, una víctima más de su siniestro compañero de viaje.

Sé que la única manera de que no me vuelva a dar algún zarpazo sería seguir evitándolo. Pero el corazón tiene razones que la razón no comprende. Estaré alerta, sin embargo, para esquivarlo a tiempo.

Jueves, 12 de septiembre
UN RUMOR

Se reeditan en Cátedra los dos libros de poesía de Julio Llamazares. A propósito de su inclusión en mi antología Las voces y los ecos, allá por 1980, el prologuista escribe: “Puesto que Llamazares era un autor bastante desconocido, con un solo libro publicado en provincias, durante un tiempo circuló el rumor de que ese tal Julio Alonso Llamazares era un trasunto de José Luis García Martín”.

            ¡Vaya mala fama que tenía yo en aquellos años de Jugar con fuego! Parece que convertía en heterónimo todo lo que tocaba.

Viernes, 13 de septiembre
YO NO DIGO NADA

Hoy es una fecha señalada en mi historia particular y en la más negra historia de España. Otro viernes y trece de hace exactamente medio siglo, en la cafetería Rolando, estalló una bomba que se llevó por delante muchas vidas y dejó casi un centenar de heridos.

En su momento, como no podía ser de otra manera, ocupó muchas primeras páginas en los periódicos y acaparó el debate público. Pero pronto se olvidó a las víctimas, se dejó a los asesinos libres y nadie quiso ocuparse más de un asunto en el que ni la justicia militar, que primero llevó el caso, ni la policía política, que usó de sus malas artes habituales, estuvo a la altura de las circunstancias.

Yo fui una víctima más, pero no de la metralla, sino de una oscura estrategia que aún no se ha aclarado, que a nadie le interesa aclarar. Salvo ese asunto que me toca tan de cerca, el libro de Xuan Cándano Operación Caperucita deja pocos puntos oscuros. Es el único, de los varios que se han publicado sobre el atentado, que habla de mí.

Yo fui el oculto peón de una jugada maestra que se le ocurrió a alguna mente retorcida para hacer rápida justicia y escarmiento, sin importarle que las víctimas escogidas para el sacrificio fueran inocentes.

Por el libro de Xuan Cándano, me entero de que “a García Martín ni le pegaron ni torturaron”. Si él lo afirma tan rotundamente, habrá que creerle. Yo no digo nada.




 

sábado, 7 de septiembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Magia y confesiones

 

Sábado, 31 de agosto
ATARDECER EN FERROÑES

Evito, siempre que puedo, las lecturas poéticas. No me gusta leer mis versos en público; no me gusta demasiado que me lean los de los demás. La poesía es una criatura delicada, se esconde detrás de las palabras del poema y solo aparece en la ocasión propicia. El silencio y la soledad suele ser la compañía que prefiere. Al menos, la poesía que a mí más me interesa.

            Pero cómo me alegro de haber hecho esta tarde una excepción. La cita era en la casa-taller del escultor Benjamín Menéndez. Ya había estado allí una vez, con Marisa Fanjul, y no podía desaprovechar la ocasión de volver a uno de esos lugares en los que apetece quedarse para siempre.

            Atardecía cuando nos detuvimos junto a la iglesia de Ferroñes, situada en un alto, con el tejo de las leyendas a un lado y el cementerio al otro. Estaba llena de gente, rodeada de coches. Nos imaginamos un funeral, que es uno de los pocos motivos que suele reunir en la iglesia a la gente de los pueblos. Luego supimos que era un bautizo. ¿Un bautizo a esa hora? Formaba parte de la magia del momento, como el toro minoico que nos miró majestuoso tras su cerca de alambre, el altivo gallo rodeado de su corte, las esquilas de las vacas. Me acompañaban Javier Almuzara y Mercedes Polledo (siguen siendo una pareja feliz a pesar de haberse casado), con su rara conjunción de ingenio y cordialidad, de entusiasmo y sabiduría. Por su parte, Dios parecía haberse esmerado especialmente en dibujar, difuminar, colorear el escenario. Daban ganas de aplaudir. Qué maravilla de nubes, brumas, verdes y sugerentes manchones oscuros, qué dominio de la perspectiva.

            Benjamín Menéndez, que ha dado un toque maestro al perfil de la ría de Avilés, y por eso le estaré siempre agradecido, nos habló de su obra con la sensatez del artista que es también artesano, que hace lo que dice y dice lo que hace; las poetas leyeron sus versos y alguno ajeno; sonó la gaita y la voz de Socorro Gutiérrez Caño, con su pandereta y su pandero. No estaba la cantante en su mejor momento, o al menos eso dijo ella, pero qué importaba. Las flores son las joyas de los pobres, afirmó no sé quién. Y la música popular, esa voz que de pronto se alza en el crepúsculo y parece cantar solo para sí misma, es la que a mí más me llega al corazón, la que expresa mejor el alma de la tierra y la herida del tiempo que pasa y no vuelve, pero que en algún momento parece no pasar. “Como quieres que vaya, / que vaya a verte, / si la tu despedida / me da la muerte”.

            El sigilo del gato que aparecía y desaparecía entre los asistentes, el tintineo de alguna esquila y el murmullo mozárabe de una rústica acequia completaban la magia del momento; hasta el sol tardó en ponerse para no perderse ni una nota.                                                                                                           

Domingo, 1 de septiembre
POR QUÉ SOY TAN HIPÓCRITA

Me gusta presumir de defectos que no tengo para mejor ocultar aquellos que sí tengo y que me avergüenzan un poco. Aunque la saque a relucir a cada paso, y la exhiba como un pavo real, mi vanidad es la justa, quizá un poco por debajo de la media de los que se dedican a mi oficio.

El vanidoso necesita de la admiración ajena, yo a veces tengo la sensación de que me basta con la mía, no siempre fácil de conseguir. Hace falta ser muy humilde para ser vanidoso. Y yo, humilde no lo soy demasiado. Orgulloso, sí. Seguro de lo que valgo (que es bien poco si me comparo con quien suelo compararme: Virgilio, Goethe, Borges), también. No crecería mi autoestima si me dieran el Nobel (que en literatura no es más que un premio Planeta mejor considerado) ni descendería si vendo aún menos de lo que espera mi siempre poco optimista editor.

            Menos mal que estas cosas las callo con bien educada hipocresía. Si las confesara públicamente, perdería las escasas simpatías que aún tengo.

Martes, 3 de septiembre
LA ZORRA Y LAS UVAS

“Lo mires por donde lo mires, a tu edad, y como escritor, eres un fracasado. No has ganado dinero, no tienes premios, tampoco fama (si acaso, mala fama)”.

Me lo repito una y otra vez y también las palabras de Beckett: “Fracasaste. Da igual. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.

Me lo repito, pero no me lo acabo de creer. Si he fracasado, no creo que se pueda fracasar mejor. O al menos, más a mi gusto.

Miércoles, 4 de septiembre
OTRO PUIGDEMONT

Leo: “El chavismo ordena la captura de Edmundo González”. Bueno, ya tiene Venezuela su Puigdemont. A ver cómo le trata la prensa española. ¿Le calificarán de huido de la justicia, se burlarán de él tratándole de cobarde por no dejarse detener por la policía?

            ---No confundas, Martín, un país democrático, como es España, con una dictadura como Venezuela.

            ---¿O sea que en un país democrático, si uno desobedece al Tribunal Supremo, tiene que atenerse a las consecuencias, pero en una dictadura puede hacerlo todas las veces que quiera y sin que le pase nada, porque, si intentan aplicar la ley, todo “el mundo libre” se alza en su defensa?

            ---No me seas demagogo.

            ---Comparo y saco conclusiones. En España, como es un país democrático, los jueces pueden criticar públicamente las leyes antes de que se promulguen y después utilizar todos los argucias posibles para no aplicarlas si no son acordes con sus intereses políticos; en Venezuela, como es una dictatura, la oposición puede infringir cualquier ley sin atenerse a las consecuencias, que ahí están papá Estados Unidos y Su Seguro Servidor (la Unión Europea, por otro nombre) para proteger al infractor y castigar al gobierno, y de paso a los ciudadanos, por querer aplicar la ley.

            ---Ese infractor ganó las elecciones.

            ---Sí, como Trump según Trump, aunque los tribunales dijeran otra cosa. Pero yo de política no hablo, que de política no sé nada, que solo sé pensar por cuenta propia.

Jueves, 5 de septiembre
¿DE PROFESIÓN, POETA?

¿Puede la poesía convertirse en un oficio? Yolanda Castaño piensa que sí. Hoy, en la tertulia virtual de los miércoles, comentamos unas declaraciones suyas a favor de la profesionalización de los poetas. “Creo que hay muchos lastres, de herencia probablemente romántica, que asocian la poesía a una suerte de espiritualidad o misticismo, y que la separan de las condiciones materiales en que debe desarrollarse cualquier esfuerzo creativo”, dice. Y se pone ella, que lleva veinte años viviendo de la poesía, como ejemplo.

Viviendo de la poesía, pero no de los derechos de autor de sus libros de poesía ni de lo que cobra por sus lecturas poéticas, sino de sus actividades como gestora cultural: organiza un ciclo de poesía con poetas internacionales y de lengua gallega desde hace más de quince años, dirige un taller internacional de traducción en la isla de San Simón (por allí han pasado poetas asturianos como Antón García), ha creado una residencia internacional de escritores; todo ello financiado, por supuesto, con dinero público. No desaprovecha oportunidad de conseguirlo. Por eso, durante su estancia en Panamá en la Feria Internacional del Libro, en la que España es país invitado, intenta que Panamá se asocie a su proyecto y financie la estancia de algún escritor panameño. Ella vive de la poesía, pero de becas y ayudas y estancias no puede vivir nadie y menos mantener a una familia. “Las personas que nos dedicamos a la poesía también debemos ser remunerados por nuestro trabajo”, afirma. Cierto. ¿Pero cómo se hace esa remuneración? ¿Con una partida en los presupuestos generales del Estado? ¿Y quién tendría derecho a cobrarla? ¿Todos los que escriben poemas? ¿Todos los que han publicado algún libro? ¿Todos los que han ganado algún premio?

            ---Tú es que pareces creer que todos los ingresos de un escritor que no provengan de los derechos de autor son subvención, prebenda e incluso limosna.

            ---No diría yo tanto, pero casi. Incluso las lecturas poéticas, en las que no se cobra la entrada, pero sí cobra el autor, por muy escaso que sea el público, son una subvención y no un rendimiento propiamente profesional. Si quieres vivir de la literatura, tienes que aceptar las reglas del mercado literario. Las ayudas con dinero público son una ayuda, un complemento, no un modo de vida. Yo financiaría con dinero público escuelas y bibliotecas y pagaría a los escritores, como a los abogados, cuando se les hace algún encargo específico. Y como hay mucha más oferta que demanda, la mayoría –y no solo de los poetas, también de los novelistas o de los dramaturgos-- deberían tener, como tienen, otro oficio. También lo tiene Yolanda Novo, que no se gana la vida escribiendo versos. 

Viernes, 6 de septiembre
QUIZÁ

---¿No tienes la sensación, ahora que te acercas a la última vuelta del camino, de haberte equivocado?

            ---Quizá, pero tampoco importa mucho. Todos llevan al mismo sitio.