domingo, 25 de enero de 2015

Nadie lo diría: El cotidiano folletín


Viernes, 16 de enero
LAVORO TUTTO IL GIORNO

Al volver a casa, me vienen a la memoria unos versos de Pasolini que leí hace años: “Lavoro tutto il giorno come un monaco / e la notte in giro, como un gattacio / in cerca d’amore…”
            Trabajo todo el día como un monje y por la noche doy vueltas y más vueltas “in cerca d’amore”. O de algo que se le parezca.


Lunes, 19 de enero
LLAMAN A LA PUERTA

Una avería me deja sin calefacción y sin agua caliente en uno de los días más fríos del año. Me envuelvo en una manta y comienzo a leer El imperio de Yegorov, de Manuel Moyano. Me imagino que estoy en una casa de campo, rodeado de nieve, sin leña para encender fuego. Pronto dejo la novela, que finge ser una investigación sobre un medicamento que garantiza la eterna juventud, y fantaseo yo otra en la que estoy solo en una casa aislada en medio del campo y de pronto llaman a la puerta.
            Y de pronto, cuando son ya casi las doce de la noche, llaman a la puerta…


Martes, 20 de enero
CRIMEN EN LA HABITACIÓN CERRADA

Edgar Allan Poe, John Dickson Carr o Ellery sabrían sin duda resolver el misterio. Copio del periódico: “Pidió el sábado a varios de sus diez escoltas que lo recogieran al día siguiente en su casa a las 11.30. Vivía en el piso 13 de un edificio con cámaras de seguridad y vigilancia privada en el barrio de Puerto Madero, uno de los más caros y seguros de Buenos Aires. Los guardaespaldas encontraron la puerta cerrada. Llamaron a su teléfono y nadie contestó. Localizaron a su madre y la llevaron al edificio. Ella y un escolta debieron llamar a un cerrajero para abrir la puerta ya que las llaves estaban puestas por dentro. Hallaron al fiscal en el baño con un balazo en la sien, dos centímetros por encima de la oreja. Su cuerpo bloqueaba la puerta. La bala estaba dentro de la cabeza. A su lado, una pistola del calibre 22 y un casquillo”.
            Difícil imaginar otra hipótesis que no sea un suicidio. Pero el muerto era Alfredo Nisman, encargado de investigar un brutal atentado antisemita en el que murieron 85 personas y que lleva décadas sin esclarecer. Hacía menos de una semana había acusado a la presidenta argentina de pactar con el gobierno iraní la impunidad de los autores. El lunes tenía previsto acudir al parlamento para dar más detalles de su acusación. Y el domingo se pegó un tiro. Pero esa es la versión oficial, afirma Martín Caparrós, que pocos creen. En Argentina, como en todas partes, están acostumbrados a no creer la versión oficial.
            En una buena novela policial las cosas no son nunca como parecen. En la realidad, a menudo sí. De no ser un suicidio, a Alfredo Nisman solo pudo matarle alguien que entrara y saliera por la ventana del cuarto de baño, en un piso trece, sin que nadie le viera escalar ni quedara registrado en ninguna cámara. Alguien a quien el fiscal conociera y estuviera acostumbrado a verle entrar y salir de esa manera, puesto que no escapó del baño ni se enfrentó a él; simplemente, se recostó contra la puerta, cerró los ojos y dejo que le disparara un tiro, un solo tiro, en la sien.
            Demasiado inverosímil, incluso para Argentina.  Pero la pasión política impide razonar incluso a los cronistas más inteligentes, como Martín Caparrós. Los adversarios de Cristina Fernández confían en que se descubra a un robot de última generación, quizá un robot invisible (por eso no aparece en las cámaras de vigilancia), capaz de hacer tal cosa. Lo curioso es que nadie se interesó por las presuntas pruebas que el fiscal podía tener sobre la implicación de la presidenta en el pacto para lograr la impunidad de los autores del atentado. Esas pruebas, de existir, seguirían ahí. Y matar al fiscal solo serviría para acentuar su carga probatoria.
            Al contrario que en una buena novela policial las cosas en la realidad a veces son lo que parecen, aunque fastidien a los enemigos de Cristina Fernández.


Miércoles, 21 de enero
TUMBAS DE LEOPARDI Y DE VIRGILIO

Como soy una persona muy racionalista, procuro encontrarle una explicación a todo y, cuando no se la encuentro, no pensar que no la tiene, sino eso, que yo no se la he encontrado. Pero a veces no se trata de hechos aislados, sino de toda una serie de acontecimientos.
            La última historia ocurrió en Nápoles, donde pasé unos días a comienzos de año. Una mañana, fresca y más bien desapacible, decidí, nada más salir del hotel, visitar las tumbas de Virgilio y Leopardi. Caminé a lo largo del Lungomare hasta el puerto de Mergellina y luego callejeé hacia la estación del mismo nombre. Ante la iglesia de Santa Maria de Piedigrotta había un mendigo que me pidió limosna llamándome por mi nombre. Me sorprendió que me conociera. Le dejé un euro y se lo pregunté, primero en espontáneo español, luego en italiano. No parecía entender ninguna de las dos lenguas y se limitó a mirarme con extrañeza. Pensé que sería una casualidad. Tras visitar la iglesia, por una estrecha acera llegué hasta la entrada del parque virgiliano. Lo acababan de abrir, no había nadie. Ascendí lentamente, leyendo las cartelas con fragmentos de Virgilio que hablaban de las plantas que allí había y al llegar hasta el recodo donde está el busto del poeta encontré de nuevo al mendigo, como esperándome. Me dio un poco de miedo. Tenía un aspecto nada tranquilizador. Y no podía ser él. Lo dejé ante la iglesia y no había ningún atajo para llegar hasta allí. No me detuve. Seguí caminando con cierto temor, volviendo de vez en cuando la cabeza para ver si me seguía. Pero continuaba inmóvil, con los ojos fijos en mí y una sonrisa que me pareció burlona, como si le hiciera gracia mi evidente temor. Llegué hasta la tumba de Leopardi, majestuosa y mussolinianamente excavada en la roca, y me acordé de la película de Mario Martone, Il giovane favoloso, que vi en Venecia y que me gustaría volver a ver. En uno de sus poemas, “Il sogno”, cuando entreabre los ojos una mañana encuentra ante sí “il simulacro de colei che amore / prima insegnommi, e poi lasciommi in pianto”, el fantasma de quien primero le enseñó a amar y luego le abandonó entre lágrimas. No parecía muerta, sino triste, continúa el poema. Se acercó a él, le puso la mano en la frente y le preguntó “¿Aún vives? ¿Aún te acuerdas de mí?”. Y de pronto se me contagió la tristeza del poema y de la aparición  y sentí que los ojos se me humedecían. Me sentí solo, lo cual no era de extrañar porque estaba solo, pero solo de otra manera, como si de pronto me hubiera abandonado todo lo que hacía valiosa mi vida, cualquier vida. Seguí ascendiendo hasta la tumba de Virgilio, en realidad una tumba romana en la que no es probable que esté enterrado el poeta. Antes de llegar a ella, me entretuve contemplando la hermosa vista de la ciudad, con el Vesubio dominándolo todo. Abajo, muy cerca, la estación y los trenes pasaban alterando la tranquilidad del lugar. Entré en la tumba, una especie de torreón de piedra con un pebetero en el centro y una corona de reseco laurel. Allí dentro estaba el mendigo y esta vez no me extrañó encontrarle. No había amenaza, sino piedad en sus ojos. Me alargó la botella de la que bebía y yo, sin asco ninguno, bebí un largo trago de aquel mal vino. Me sentí mejor, reconfortado. Y recordé el verso de Virgilio que siempre se cita como ejemplo de hipálage: “Ibant obscuri sola sub nocte per umbram”. Iban oscuros en la noche sola. Pero al salir el día había cambiado, el cielo estaba azul, lucía un sol espléndido. Al mendigo lo volví a encontrar frente a la iglesia, de donde es probable que ni siquiera se hubiera movido.


Jueves, 22 de enero
EL MISTERIO CONTINÚA

Ahora resulta que la muerte del fiscal argentino parece que fue un crimen y no un suicidio. Hasta Cristina Fernández señala en su Facebook que se inclina por la hipótesis del asesinato. Al parecer, el cerrajero que abrió la puerta dijo que estaba puesta la llave, pero que no le habían dado la vuelta, que cualquiera podía haber salido y haberla dejado así, que no había ninguna dificultad para entrar. ¿Y entonces por qué, si se podía abrir tan fácilmente, la madre del fiscal y su escolta llamaron al cerrajero? ¿Y qué pasa con el que el cadáver apareciera en el cuarto de baño bloqueando la puerta? Otra presunta prueba que apunta al crimen es que, según dicen, la pistola con la que se mató se la había prestado un vecino el día anterior, aunque él tenía dos armas. ¿Y el asesino estaba tan escaso de recursos que tuvo que buscar precisamente esa pistola que le habían prestado el día anterior? ¿Y cómo se las arregló para entrar y salir del cuarto de baño a buscarla?
            Claro que si el narrador es no fiable, si los periodistas no cumplen con su obligación, todo es posible. A lo mejor ni la puerta estaba cerrada ni el cadáver apareció en el cuarto de baño.
            Cuando la pasión política entra en escena, el buen hacer periodístico sale por la ventana. Sea o no la ventana del cuarto de baño. Y quien lo dude que invente cualquier patraña denigratoria sobre Nicolás Maduro y la haga circular por las redes sociales. Al día siguiente la verá en la portada de El País.


Viernes, 23 de enero
NUNCA ME DEFRAUDA


Mi fantasiosa novela de aventuras favorita se llama realidad. Nunca me defrauda. Con qué impaciencia espero la nueva entrega de cada mañana.


domingo, 18 de enero de 2015

Nadie lo diría: Aún estoy a tiempo


Viernes, 9 de enero
CRIMEN Y RESPETO

Abro al azar Les pensées, el libro de George Wolinski, uno de los periodistas y dibujantes franceses asesinados el pasado martes, que mi amigo Erland ha traído hoy a la tertulia: Las noches de amor suelen durar un cuarto de hora”. Sonrío. Otras de sus ocurrencias (“Pensées sexistes”, “Pensées natioanalistes”, “Pensées xénophobes” se titulan algunos de los capítulos) me hacen sentir, en cambio, algo incómodo: “Cuando uno sabe que el comunismo es una invención de los judíos, no puede dejar de ser antisemita”.
            Le gustaba, como a sus compañeros, poner el dedo en la llaga, tocar las narices, burlarse en la cara de quienes no tienen ningún sentido del humor, caminar por el borde del precipicio.
            –-¡Parece que intentas encontrar razones para el asesinato!
            –-No, no lo intento. Pero recuerdo aquella vez que en Cuadernos del Norte apareció una frase de Camilo José Cela (que no decía él sino un personaje) referida a la virgen de Covadonga. Recuerdo bien los feroces ataques de los periódicos. Las cartas al director amenazadoras. Los ayuntamientos que le declararon persona non grata. Estuvo años sin poder volver a Asturias; no se garantizaba su seguridad. ¿Pasaría ahora lo mismo si alguien se burlara públicamente de la virgen de Covadonga? En cualquier caso, mejor no probarlo, y no ya por el posible riesgo, sino por no ofender gratuitamente a la mayoría de los asturianos.
            –-No sé si te das cuenta de que estás tratando de justificar el crimen.
            –-Pues me explico muy mal si parece eso. Lo que quiero decir, y es algo que quizá no parece conveniente repetir ahora, es que la libertad de expresión, así en abstracto, abarca también las burlas ofensivas a Mahoma o a la virgen de Covadonga, pero que yo estoy en contra de ellas por respeto, no a los terroristas ni a los fanáticos, sino a las buenas gentes que veneran a uno o a otra.


Sábado, 10 de enero
MENOS SOLO

Le doy dinero para el taxi y cuando cierro la puerta y me quedo solo, estoy menos solo.


Domingo, 11 de enero
LA ILUSIÓN DE SUPERIORIDAD

“No sería tan listo como me creo si no supiera que no soy tan listo como me creo” me gusta repetir, es una de mis paradojas favoritas. En un suplemento dominical comenta hoy Eduardo Punset las investigaciones de Tali Sharot sobre las “tres ilusiones” en que vivimos inmersos los humanos: la ilusión de superioridad, la ilusión introspectiva y una tercera a la que denomina “sesgo optimista”.
            La primera es la que hace, por ejemplo, que en todas las encuestas cerca del noventa por ciento de los conductores declaren conducir mejor que el promedio, cosa evidentemente imposible; la segunda nos hace encontrar razones para nuestros motivos, aunque sean irracionales; la tercera nos lleva a recordar lo positivo de la experiencia y a olvidar o poner en segundo lugar lo negativo.
            Me considero un tipo raro y resulta que coincido en todo con el hombre común. O sea que, como la mayoría de la gente, me creo más listo que los demás. Pero a mí no me gusta engañarme, aunque sea por mi propio bien. Y por eso he hecho mis cálculos y gracias a diversos algoritmos he descubierto que soy exactamente un 17’5 % menos listo de lo que me creo, y un 8,4 % peor escritor. No me puedo quejar. Me temía unos resultados aún menos favorables.


Lunes, 12 de enero
EL ENEMIGO EN CASA

La presentación de la revista Maremagnum se convierte en un homenaje a Ángel González, de cuyo fallecimiento se cumplen hoy siete años. Nadie lo ha recordado, salvo estos jóvenes poetas que no le conocieron personalmente, que tenían poco más de diez años cuando él murió.
            “No le temo a lo que hay después de la muerte, sino a lo que hay antes”, solía repetir. Si supiera lo que le esperaba, algo habría temido.
            Pero hay cosas de las que es mejor no hablar. El absurdo enfrentamiento entre su viuda y los amigos que él más quería le llenaría de tristeza, como nos llena cuantos le conocimos. Todo lo que él dispuso se ha ido al garete por decisión personal de su única heredera. Pero de estas cosas, ya lo dije, es mejor no hablar.
            Afortunadamente, los jóvenes poetas de Maremagnum –Rocío Acebal, Mario Vega, Lorenzo Roal– no saben de los feos cruces de acusaciones entre Susana Rivera y Luis García Montero, por citar solo un ejemplo. Ellos solo conocen al poeta por su poesía. Otros, en cambio, todavía tenemos que hacer un esfuerzo para leer sus versos sin imaginarnos la tristeza de Ángel González ante el deplorable espectáculo que vino después.


Martes, 13 de enero
JUGAR CON FUEGO

En el catálogo de una librería de viejo encuentro uno de los números de la revista Jugar con fuego, que yo comencé a editar allá por 1975, hace ahora exactamente cuarenta años. A veces me da por pensar que no he cambiado nada, que no he aprendido nada en todo ese tiempo. Vivía entonces en Avilés, ahora lo hago en Oviedo: en cuarenta años me he movido menos de cuarenta kilómetros. Ya entonces me ganaba la vida dando clases, como ahora, y la literatura no era para mí más que un juego, aunque con fuego. No sé si salí chamuscado. El número que anuncian en el catálogo incluye supuestamente poemas de Francisco Brines, de Ángel González, de Luis Antonio de Villena y de no sé cuántos poetas más. Todos apócrifos, todos escritos por mí. Tenía entonces la mala costumbre de la parodia y el pastiche, aparte del pessoano (aunque aún no conocía a Pessoa) juego de los heterónimos. Me temo que no he abandonado esa costumbre. Soy muy fiel a mis costumbres. Sobre todo si son malas.


Miércoles, 14 de enero
ESCRIBO VERSOS

Anda uno siempre deseando tener tiempo para todo y cuando lo tiene, como estos días en que ya se ha terminado el ajetreo de las vacaciones pero aún no han comenzado las clases (es tiempo de exámenes), lo único que hace es no hacer nada y dejarse asaltar por la melancolía.
            Hojeo unos libros, recién comprados, en el café Vetusta. Tan deseables en la librería y ahora aquí, no sé por qué, han dejado de interesarme. Como hago siempre que no tengo nada que hacer, escribo versos.

Detente un poco más, día perdido
como todos los días de mi vida,
donde cualquier llegada fue partida
y en no ser se convierte el haber sido.

Si lo que tuve nunca lo he tenido,
si vida y muerte son la misma herida,
si amar y estar son formas de la huida
y el recuerdo otra forma del olvido,

¿a qué ponerse triste en esta hora
en que todo sonríe y se demora
como un niño feliz sobre la arena?

Tú que me sueñas eres solo un sueño
de este esclavo que es también tu dueño
y tiene de tu nada el alma llena.


Jueves, 15 de enero
MEJOR NO

“¿Cómo ves la situación política, amigo Martín? ¿Tan deprimente como la vemos todos?”, me pregunta un amigo.
            ––Ah, no, yo la veo apasionante. La impunidad del anterior jefe del Estado comienza a resquebrajarse, los catalanes siguen con la cabeza alta dispuestos a decidir su destino (como español, me siento orgulloso de ellos), en Grecia puede comenzar a cambiar la historia de Europa…
            ––No te imaginaba tan radical.
            ––¿Tan radical? Vivimos en un momento crucial de la historia del mundo (quizá todos lo son) y lo único que lamento es tener que limitarme a ser solo espectador.
            ––Entra en política. Aún estás a tiempo.
            ––Mejor no. Ya sabes que yo, en política, el único cargo que podría desempeñar con alguna garantía de éxito, el único para el que tengo condiciones, es el de dictador.


domingo, 11 de enero de 2015

Nadie lo diría: Caleidoscopio napolitano


Viernes, 2 de enero
ATARDECER

Desde una de las terrazas del Castell dell’Ovo contemplo cómo el sol se pone sobre la bahía y Posillipo. Ahí, tras el puerto de Mergellina, encaramadas en lo alto, está las tumbas de Virgilio y Leopardi. Aquella es la silueta de Capri. En ese hotel de ahí enfrente, el Vesuvio, se alojaron Oscar Wilde y Lord Douglas en los que quizá fueron sus últimos días felices.
            La belleza abriga, pienso. Y la historia también. Es difícil sentirse solo en este lugar. Pero recuerdo la leyenda del castillo: hay un huevo frágil y encantado escondido en alguna parte; si se rompe, y podría ocurrir al más mínimo descuido, esta fortaleza y la ciudad entera se vendrían abajo.
            A gusto conmigo mismo, dejo que oscurezca. He llegado a esta ciudad en una luminosa tarde que parecía de verano, la gente se paseada feliz y despreocupada a lo largo del Lungomare, que yo recordaba con un tráfico caótica, como toda la ciudad, y ahora es peatonal.
            La noche llega con puntualidad descortés. Comienza a hacer frío. Benedetto Croce, citando un dicho antiguo, decía que Nápoles era un paraíso habitado por diablos. Entre las calles llenas de gente que hace sus compras de Navidad, yo busco, tras el atardecer feliz en lo alto del castillo, a alguno de esos diablos. Y lo encuentro.


Sábado, 3 de enero
PENDIENTE DE UN HILO

Antes de embarcarme para Capri, me he entretenido leyendo la Guida inutile que le dedicó Edwin Cerio. El prólogo no puede resultar más soprendente: aconseja, con múltiples argumentos, a quien quiere visitar la isla que no lo haga. El clima, nos dice, es un desastre: “Basta recordar que la eterna primavera caprese de la que tanto hablan los escritores mercenarios se reduce a pocos días de un tiempo caracterizado por rabiosos chubascos, ráfagas impetuosas y furibundas granizadas”. Edwin Cerio que nació y murió en Capri, se comporta como un amante celoso que quiere conservar la isla para él solo y unos pocos privilegiados, a salvo de las hordas de bárbaros de los turistas.
            Mientras asciendo en autobús hasta Anacapri por la retorcida carretera contemplo las villas, encaramadas como cabras a los ásperos riscos. ¿Me gustaría vivir en una de ellas? Creo que no, por muy hermosas que sean sus vistas. Me parecen lujosas cárceles; no estoy lejos de tomarme en serio las advertencias de la Guida inutile.
            Pero poco a poco me reconcilio con la isla. Sí, yo podría vivir aquí, como Neruda y tantos otros, un largo, largo tiempo, incluso hasta una semana. Más no, a no ser que se trate de un destierro. ¿Qué hacer en los duros días de invierno en estas cuatro calles, ocho si sumamos las de Capri con su piazzeta, y en los empinados y resbaladizos caminos? La casa de Axel Munthe es, ciertamente muy hermosa, pero para admirar, no para vivir en ella. Desde el gran ventanal al que se asoma la esfinge, contemplo Marina Grande a mis pies y la azul inmensidad. Uno no se cansaría nunca de admirar este panorama, pienso al llegar. Pero, como todo el mundo, me cansa a los pocos minutos.
            No sé si subir a pie al monte Solaro o hacerlo, más cómodamente, en teleférico. Me da un poco de miedo la procesión de sus sillas, que van y vienen vacías. Subo a una de ellas y me parece que estoy una eternidad balanceándome en soledad sobre la isla, con el monótono chirrido de los cables como banda sonora que acentúa el silencio. De tarde en tarde, me cruzo con otro solitario que desciende. Estar a solas y pendiente de un hilo, una metáfora de mi vida, de cualquier vida.


Domingo, 4 de enero
DOLCE FAR NIENTE

No hacer nada es para mi ocupación bastante, como para el indolente Cernuda. Un regalo, un espléndido regalo, el mejor que puedo recibir, me parece este soleado primer domingo del año, sin nada que hacer, sin ningún deber que cumplir. Comienzo el paseo, vía Partenope adelante, hacia el parque. Saludo a las estatuas que asustaron con su mitológica indecencia a Gómez de la Serna. Cruzo hacia Riviera di Chiaia. Me sorprende, tras las rejas y el verdor, la columnata neoclásica de la villa Pignatelli. Nunca había entrado, hoy me decido a hacerlo. Solitario recorro sus salones, escucho el eco de fiestas y educadas conversaciones belle époque, admiro el juego de luz y sombra de las columnas que dan al jardín. A la entrada del museo de carruajes, unas palabras de Chateaubriand (“no os podéis creer como, viajando, se convierte uno de pronto en un extraño a todo cuando sucede sobre la tierra”) y un dibujo de Picasso, sobre papel con membrete del hotel Victoria, en el que refleja su paseo en calesa por el Vómero. Salgo y un gato me mira curioso. Cuando trato de hacerle una foto, escapa. Le sigo. Entra en un portal. Según leo en lápida de la fachada, es la casa en la que Gómez de la Serna vivió durante un tiempo y escribió La mujer de ámbar. Me lo imagino observando el mar desde uno de los ventanales, con el gato acurrucado en el regazo. Busco la plaza Amedeo. Calles solemnes y callejas oscuras. Escaleras. Pintadas. Palacios encaramados en lo alto, a los que no se adivina cómo se podría llegar. Una iglesia de colorista cúpula. Por fin la plaza, con los edificios unos encima de otros, como en los belenes napolitanos. Funiculare al Vomero. Piazza Fuga, con su recuerdo de aquella noche de un verano feliz, vía Cimarrosa. Busco el castillo de Sant' Elmo. En sus muros, una lápida señala el lugar donde fueron fusilados los patriotas de la república Partenopea en 1799. Sigo hasta la Cartuja. Antes de entrar, contemplo el manchón verde de santa Clara destacando entre el caserío del casco antiguo. De la inmensa Cartuja –qué buen negocio hizo San Martín al compartir su capa con un pobre—me quedo con las estancias del prior y los jardines. Paseo por ellos, la ciudad entera a mis pies, el puerto, el Vesubio, el laberinto de las calles, el azul del mar. No me importaría quedarme para siempre. En otro tiempo, yo habría sido fraile, sin duda. Y de los tres votos el único me habría costado cumplir sería el de obediencia. Desciendo por la escalonada e interminable vía Pedamontina, tan hermosa, tan descuidada. Me deja en el corso Vittorio Emanuele, que parece abrazar a la colina por la cintura. Creo que voy a llegar a la Via Toledo, pero aparezco en un mercadillo entre callejuelas desonocidas. Sigo caminando, haciendo fotos, admirando cada detalle de la arquitectura, las pequeñas tiendas, los grupos que trapichean en medio de la calle. La estación del funicular de Montesanto: ya sé más o menos dónde estoy. Más o menos. Sigo callejeando, dejándome guiar por el azar. No llevo plano. No pregunto a nadie. Cada recodo, una iglesia, el portón de un palacio, una llamativa pintada, algo que admirar. A las doce en punto, a la hora en que cada domingo doy una vuelta por el Fontán y luego me siento a tomar café, aparezco en la Piazza Dante. En una de sus esquinas está Port’ Alba donde se concentran buena parte de las librerías de viejo napolitanas. Compro el periódico (Il Mattino, como siempre que estoy aquí, La Voz de Avilés napolitana) y un libro para acompañar el café. Se trata de la antología de poesía italiana preparada por Vittorio Gassman. Al libro le acompañan varios CDs con la voz del actor leyendo los poemas. Y todo por cinco euros. Releo a Leopardi, a Montale, a Saba: “Nulla riposa de la vita come / la vita”. Suena el teléfono. Es Silvia, que pasa por Dos de Azúcar y se extraña de no verme. "¿Ya has tomado el café, tan pronto?", "Lo estoy tomando ahora, pero no en el Fontán, sino en Piazza Dante, ya sabes que me gusta respetar mis costumbres". Cuando termino café, periódico y libro, sigo mi paseo de la mano del azar. Y el azar me lleva hasta el Museo Archeologico Nazionale, donde precisamente hoy se clausura la exposición sobre Augusto y la Campania. Cuántas maravillas. Las reliquias de Pompeya, el Salón de la Meridiana, que antes fue biblioteca, con el reloj de sol más grande del mundo, los mármoles de la colecciòn Farnese. Cuántos amigos. Antinoo, en figura de Dionisos, me mira serio, abrumado por su condiciòn de dios. Pizza y agua en el café del Príncipe, frente al museo, junto a las galerías, que están cerradas, y luego sigue el paseo, el inagotable domingo. La iglesia de Santa María de la Sabiduría (“Sapientia aedificavit sibi domun”, se lee en la inscripción de la fachada), la plaza Bellini, con los restos de las murallas griegas, el  oonservatorio de San Pietro a Maiella.  En Via dei Tribunali, Santa Maria delle Anime del Purgatorio, con su llamativa calavera. Había estado muchas veces en ella, pero nunca había bajado a la iglesia subterránea, a la que se arrojaban directamente desde la calle los cuerpos de los muertos por la peste. La historia fascinanante de Lucía, una calavera adornada con el tocado nupcial y rodeada de exvotos de novias felices, las otras calaveras a las que los napolitanos adopaban, daban nombre, cuidadaban como si fueran de la familia. Salgo de la helada cripta, con el frío en los huesos, y a dos pasos, junto a San Paolo Maggiore, donde estuvo el templo de Marte, me encuentro con la entrada al Nápoles subterráneo. No resisto la tentación y durante hora y media las cisternas romanas, el acueducto subterráneo que fue refugio durante la segunda guerra mundial. A veces hay que caminar de lado y de uno en uno, alumbrados con velas, por estrechos pasadizos. Una experiencia que no me gustaría repetir. Los restos del teatro de Nerón se encuentran entremezclados con las casas vecinas. Entramos en un típico “basso” napolitano (esas viviendas sin más abertura que la puerta de entrada), retiramos la cama y bajo ella aparecen unas bodegas que en realidad son el corredor de acceso al proscenio. Entré con hermosa luz, salgo de noche del subsuelo. La vía de San Gregorio Armeno con los puestos y los talleres de belenes. La plaza del Gesù Nuovo, con la barroca columna de la Inmaculada; Via Toledo, difícil de recorrer por el gentío festivo, lo mismo ocurre en Chiaia, que me lleva hasta la librería Feltrinelli, acogedoramente abierta. Vuelvo hasta la plaza del Plebiscito, desciento hasta el Lungomare, en una plazoleta la estatua formidable de Umberto I, que parece custodiar el Cervantes (o el club de striptease que hay a su lado).. Cuando llego al hotel, miro el reloj: son las ocho de la noche, hace exactamente doce horas que comencé el paseo. En ese preciso momento, comienza a llover. Desde la ventana de la habitación, contemplo la súbita tormenta, los rayos que iluminan el mar, el castillo, la silueta de Capri. Sonrío. Este plácido domingo, en que me he dedicado a no hacer nada, mi deporte favorito, quiere despedirse de la mejor manera, con una función de fuegos artificiales.
            Primer domingo del año, primer regalo inmerecido. Como todos los que yo recibo, por otra parte.


Lunes, 5 de enero
RISPETTARE LA SCUOLA

Camino por Via Medina, una de las amplias avenidas decimonónicas que parten de la Piazza de Municipio, y de pronto me sorprende un oscuro pasadizo en el que no había reparado. Me adentro en él y estoy en otro mundo: un resto del antiguo barrio del puerto, con las calles estrechas llena de basura, con edificios deteriorados en los que parece hacer años que no vive gente. Pero vive. Me conmueve el cartel escrito a mano que hay sobre una de las fachadas: “Rispettare / la scuola / e di tutti / non butare / spazzatura”. Unos pasos más allá, otra amplia avenida. Y en medio este resto de otro mundo que, por alguna razón, resulta invisible para los servicios municipales.
            Y pienso que yo también, como Nápoles, soy una ciudad en la que, a dos pasos de los palacios y las plazas luminosas, hay rincones en los que ni yo mismo me atrevo a entrar. Pero a veces doy un mal paso y entro. Y temo no volver a salir. Dentro de mí se agita una multitud de desconocidos. Algunos son, sin duda, buena gente. Pero de otros me fío poco.


Martes, 6 de enero
NAPULE È

Ayer, durante un concierto en la iglesia del Jesù Nuovo, se guardo un minuto de silencio por la muerte de Pino Daniele. Hoy la noticia ocupa casi todas las páginas de Il Mattino, que leo en Piazza Dante, y las paredes aparecen llenas de carteles con su rostro. Era algo más que un cantante, como Maradona es aquí algo más que un futbolista. Su opinión se recoge tras la de Napolitano y Renzi: “Ciao, Pino, resterai sempre nei nostri cuore”. Nápoles venera y endiosa: las cenizas de Pino Daniele se expondrán en el Castell Novo. Su canción a Nápoles suena hoy en todas partes: “Napule è mille culure / Napule è mille paure / Napule è a voce de’ criatura / e tu sai ca nun si solo”.
            Sí, Nápoles es mil colores y mil temores, un sol amargo y olor a mar, un paseo por los callejones, entre la gente, el canto de los niños que asciende poco a poco y saber que nunca se está solo.
            Que nunca se está solo. Ciao, Pino. Ciao, Napule.






domingo, 4 de enero de 2015

Nadie lo diría: Fuera de casa


Viernes, 26 de diciembre
HACER BALANCE

El cambio de año es un buen momento para hacer balance.
            Cosas que detesto a estas alturas de la edad: perder el tiempo, hablar de política, desayunar solo, mi país, cumplir años, escribir versos, madrugar, pasar la noche fuera de casa, hacerme ilusiones.
            Cosas que amo en esta etapa de la vida: hacerme ilusiones, pasar la noche fuera de casa, madrugar, escribir versos, cumplir años, mi país, desayunar solo, hablar de política, perder el tiempo.


Sábado, 27 de diciembre
HACIA BILBAO

Cádiz y Nueva York me han recordado a Venecia, pero Rafael Sánchez Mazas, cuyo libro Vaga memoria de cien años releo durante el viaje, la encuentra parecida a Bilbao: “Fuimos siempre, como los hombres de aquella próspera república, libres y ciudadanos. Lo que Oriente fue para la Señoría fue para nosotros el Atlántico: Burdeos, El Havre, Brujas, Amberes, Rotterdam, Hamburgo, Liverpool, las Indias… Con los extranjeros, y con los circunvecinos, tuvimos aquel modo ateniense y veneciano de acoger, de tomar costumbres ajenas, de convivir, de comerciar en lanas, en vinos, en oro y en espíritu”.
            Frente a quienes veían en la ría “una cloaca navegable”, Sánchez Mazas la encuentra semejante al Gran Canal: “Nuestro consejo de cónsules remontando la ría en una falúa engalanada con cendales de púrpura me ha hecho pensar, más de una vez, en el Bucentauro. En el siglo XVI había en la ribera de nuestro río siete palacios juntos, de las siete casas nobles de la villa, y aquel trozo de ciudad bien parecería en los albores del siglo XIV un auténtico Canale Grande del Cantábrico”.
            Mi Bilbao es el de Unamuno y Blas de Otero, también el obrerista y combativo de Indalecio Prieto. Le añado ahora el insólitamente preciosista de Sánchez Mazas: “Bajo las constelaciones, es otra constelación de oro. Nuestra ría es otra vía láctea surcadora. Las estrellas continúan floreciendo hasta la raya del mar, que se alcanza desde la cumbre. Las luces de Bilbao se prolongan también, encendiéndose, en un espacio de tres leguas, hasta la misma raya del mar. Y hay allá lejos, hacia el rompeolas, un punto de luz verde, que no se sabe si es un faro alto o un astro bajo. Entonces Bilbao nos parece agigantado hasta lo enorme, casi confundido con el Zodiaco”.


Domingo, 28 de diciembre
UN PARTIDO DE FÚTBOL

Las ciudades, como las personas, tienen muchas caras. La apacible calma de este último domingo de fin de año, con puestos de libros en la Plaza Nueva (compro la Antología poética de Ramón de Basterra) y familias con niños en el parque de doña Casilda, alterna con los grupos que llevan sobre los hombros, a manera de capa, las banderas de Euskadi o Cataluña. Me cuentan que esta tarde hay un partido en que se enfrentan ambas comunidades, que Artur Mas anda por estas tierras, que en el hotel en que me alojo sesenta deportistas vascos se reúnen para pedir la oficialidad de su selección.
            Delante del hotel, comienza la manifestación que lleva hasta el estadio de San Mamés. Más tarde me encuentro, en el Casco Viejo, con los hinchas de uno y otro equipo haciendo causa común: grupos que bailan y beben, las banderas entremezcladas, también los himnos patrióticos. Un caso único en la historia del fútbol, sospecho. Claro que el rival no era el equipo contrario, sino alguien que se fumaba un puro en Madrid o Pontevedra. Naturalmente, el resultado del partido fue un empate.
          

Lunes, 29 de diciembre
LOS LIBROS Y LOS INGENIEROS

“No conocí otro lugar / más cerca del paraíso” dicen los versos iniciales de una décima que le dediqué a mi primera biblioteca. Me vienen de inmediato a la memoria al visitar la Alhóndiga bilbaína. Los tres inagotables pisos de su Mediateka bastarían para hacerme amar esta ciudad, que tantos motivos tiene para estar cerca de mi corazón (el principal, como siempre ocurre, no puedo contarlo). Todos los libros, todos los lectores, tiene aquí su sitio en un maravilloso silencio compartido. Incluso encuentro una estantería rotulada “Lectura fácil” con versiones abreviadas de Huckleberry Finn y de Ivanhoe. Miro a ver si encuentro alguno de mis libros. Y los encuentro y sonrío. Más de una vez he dicho, en broma claro, que el puesto que me gustaría ocupar en la historia de la poesía española es el mismo del orden alfabético: detrás de García Lorca, pero delante de García Montero. Y en el estante de poesía Mudanza sobresale claramente entre los libros de uno y otro poeta.
            Es una broma, ya digo. La verdad es que en esa historia yo me conformaría incluso con una nota a pie de página. El consuelo lo puso Borges en boca de un poeta menor: “La meta es el olvido. / Yo he llegado antes”.
            Visito luego el Museo de Bellas Artes y, antes de entrar en él, descubro otra de las caras de esta ciudad, muy española en eso (y no solo en el aguilucho franquista que corona uno de los edificios de la plaza Moyúa). Una placa dorada reproduce un texto de Unamuno: “Hubo árboles antes de que hubiera libros y acaso, cuando acaben los libros, continúen los árboles. Y tal vez llegue la humanidad a un grado tal de cultura que no necesite ya de libros, pero siempre necesitará árboles. Y entonces abonará los árboles con libros”. La placa la ha colocado, junto a un esmirriado roble, la penúltima promoción de Ingenieros de Montes, que no parece amar demasiado los libros.
            ¿Qué gente tan culta sería esa que no necesita leer a Horacio o a Cervantes, a Borges o a Virgilio? Quien mucho escribe, mucho yerra, amigo Unamuno. Lo sé por experiencia.


Martes, 30 de diciembre
SIN NINGÚN MOTIVO

Cené la noche del domingo con Iñaki Uriarte, en su ático con vistas neoyorquinas (a un lado el neogótico de la iglesia de los agustinos, al otro el rascacielos de Iberdrola), y hoy al abrir al azar Libros peligrosos, de Juan Tallón, me encuentro con que habla de él: “Uriarte es una fuente casera de felicidad”. No sé yo, eso habría que preguntárselo a María, su mujer, con la que es un placer hablar de las gentes y cosas de Avilés. Los libros de los que se ocupa Juan Tallón no son peligrosos, sino obras que, por una razón u otra, le han interesado. Muchas veces no tiene nada que decir del título elegido –quizá solo hojeado– y se limita a cuatro gracietas de periodista más o menos postmoderno. De los diarios de Iñaki Uriarte nos dice que “no son, digamos, los de Andrés Trapiello, de los que podría hablar mucho”. Lo repite en la conclusión: “Resulta evidente que Uriarte no es Andres Trapiello, que vive en sus diarios, y de vez en cuando sale a hacer un recado, pero rápido. Es como si viviese en sus papeles y, de vez en cuando, se airea”. ¿Quién vive en sus papeles?
            Yo miro con cierta envidia el éxito de los diarios de Iñaki Uriarte. No se puede conseguir más con menos. Se lo digo. Y él sonríe. Finge no darle importancia, pero le importan mucho –son su salvavidas– esas anotaciones hechas como al desgaire por un indolente vocacional.
            Dentro de poco saldrá la tercera entrega, apenas noventa páginas, con la que da por concluida una obra que cabe en un tomito. Y con eso basta para quedar. “Otros, en cambio, nos hundimos en el olvido abrumados con el peso de cien volúmenes”, le digo con mi falsa modestia habitual. Sabe que no soy del todo sincero. Y que, en cualquier caso, prefiero ser olvidado después de haber escrito miles de páginas a salvarme con un solo libro escrito después de los sesenta años.
            “Es que tú, digas lo que digas, no escribes para pasar a la historia de la literatura ni para ganar dinero. Tú escribes como viajas, sin ningún motivo, porque no puedes estar sin hacer nada”.


Miércoles, 31 de diciembre
PARA DESPEDIR EL AÑO

Cabe en un grano de arena
todo aquello que has vivido.
Mira sin ninguna pena
lo ganado y lo perdido.
¿De qué vale tu lamento?
El tiempo es solo un momento.
Un día es como otro día
y uno y otro suman cero.
Igual diciembre que enero,
el dolor que la alegría.


Jueves, 1 de enero
UN JUGUETE NUEVO

Me fui a la cama con la melancolía de los finales, del tiempo que pasa y no vuelve, y me despierto con la alegría del niño que se encuentra con un juguete nuevo. ¿Cuántos amores, libros, viajes, amaneceres, amigos, cafés, descubrimientos, inéditas maravillas caben en un año? Claro que también hay sierpes y trampas al acecho. Pero el azul del cielo es hoy tan hermoso que no puedo pensar en ello, solo salir a pasear, acariciar el día, el año recién nacido y luego, al volver a casa, preparar la maleta.
            Yo soy de esas personas que en ningún lugar están tan bien como en casa. Salvo fuera de casa.