Viernes, 19 de noviembre
UNA CITA PARA EL 2050
Hago un alto en
Burgos, y al ver las torres de la catedral asomándose por encima del Arco de
Santa María de pronto me viene a la memoria mi primera visita a esta ciudad en
el verano de 1971, hace ya medio siglo. Fue mi primer viaje literario. El grupo
Artesa había concedido un premio a mi libro Marineros perdidos en los puerto. Otro premio, no para libros sino para poemas inéditos, lo recibió
Alfonso López Gradolí, por entonces un poeta en alza. Nada más llegar, el
organizador, Antonio L. Bouza, me enseñó el poema premiado y yo nada más verlo
dije: “Pero este poema no es inédito. Se ha publicado en Papeles de Son Armadans”, “¿Seguro?”. “¡Segurísimo!”,. “Calla,
calla, no digas nada”. No dije nada, por supuesto, pero ya entonces empecé a
desconfiar de la chapuza de los premios. Luego Gradolí ganó otro, el González
de Lama, con un libro que ya estaba publicado en la colección Hontanar de
Valencia.
Sentado en un banco del paseo del
Espolón, cierro un momento los ojos y cuando los abro encuentro junto a mí,
como en el cuento de Borges, al jovencito de entonces.
----Imagínate que no soy yo el que
te sueña, sino tú el que me entrevés medio siglo más tarde. ¿Te alegrarías o te
entristecerías al ver en qué te has convertido?
----Hombre, podías haberte casado,
podías tener una casa en la playa o en la montaña, podías ser académico de la
Lengua, tener el Cervantes…
----¿Ese era el futuro que deseabas?
----Te tomo el pelo, parece mentira que no me conozcas. La verdad es que no me imagino un futuro mejor que el de volver a estar aquí sentado, cincuenta años después, cincuenta años más viejo, pero igual de joven e igual de impertinente. A ver si cuando cumplas cien años, aunque no sean de vida literaria, sino solo de vida a secas, pasas de nuevo por Burgos y volvemos a celebrarlo juntos.
Sábado, 20 de noviembre
ELOGIO DE LA ARQUITECTURA
Cada uno tiene sus
fobias y a veces da un poco de vergüenza confesar las propias. Llego a Logroño,
poco después de las cuatro de la tarde, dejo la maleta en la habitación, salgo
a la calle y me invade una irracional sensación de angustia. ¿Qué hago desde ahora
hasta que llegue la hora de acostarme? Pero doblo la esquina y lo primero que
me encuentro es Portales, la calle de Calle mayor, y a dos pasos
la catedral. Brilla todavía el hermoso sol de la tarde, pero yo sigo
sintiéndome desamparado e inerme sin la armadura de costumbres. Camino entre la
gente, algo reconfortado por la animación crepuscular (“lo malo será cuando oscurezca”,
pienso). De pronto, me sorprende una plaza triangular como un compás abierto
hacia la avenida, una plaza que me recuerda no sé por qué a Giorgio de Chirico. Lorca habló de geometría
y angustia. Aquí encuentro geometría sin angustia y comienzo a volver a
sentirme en casa. La plaza abierta esconde otra plaza cubierta y, tras ella, un
auditorio, el más discreto que haya visto nunca, y un poco más allá, el Ebro.
El río, que primero fue una cantilena infantil (“el Ebro nace en Fontibre, provincia
de Santander…”), se despereza bajo los últimos rayos de sol. Camino por su
orilla hasta un puente de piedra. Contemplo desde él el borde armonioso de la
ciudad y luego vuelvo a adentrarme en ella por una calle de hermoso nombre, Rúa
Vieja. Mi desasosiego de gato doméstico ha desaparecido. Ya estoy de nuevo en casa. Frente al portal, tengo una
cafetería que abre temprano y desayuno en ella la primera vez como si lo
hiciera desde siempre, hojeando el diario La Rioja como hojearía El Comercio en el Dindurra En cuando termino, otra vez Portales adelante (entro en
la catedral, me detengo en los escaparates, admiro sus caserones) hasta llegar
a la plaza que me reconfortó a mi llegada, la del Ayuntamiento, obra de Rafael
Moneo, según me ha enterado la sabia Wikipedia. Algún día me gustaría escribir
sobre el valor terapéutico del urbanismo y la arquitectura.
Domingo, 21 de noviembre
LA HOSPITALIDAD DE ARNEDO
Nunca antes había
estado en Arnedo, pero tuve el mejor guía. Unos conocidos de Logroño, que iban
a hacer una ruta por los alrededores de Arnedillo, me dejaron junto a la
estación de autobuses a las diez de la mañana para pasar a recogerme a las dos.
“¿Has traído lectura? Te vas a aburrir. Es el pueblo más feo de La Rioja”, me
dijeron. Pero no me aburrí, Ya dije que tuve el mejor guía. Un amigo que estuvo
aquí como profesor el curso pasado me trajo de regalo unos zapatos y dejé que
fueran ellos los que me llevaran de un lado a otro. La primera sorpresa fue
encontrarme, junto a la iglesia de Santo Tomás, una hermosa estela de esa
arenisca dorada tan característica de la zona en recuerdo de las víctimas del
genocidio armenio. La inscripción nos dice que fue inaugurado “en tiempo del
Catolikos Supremo de todos los armenios Garegin II” y que es una muestra del
agradecimiento de la comunidad armenia a la hospitalidad de Arnedo. La última
sorpresa fue averiguar, ya de regreso, consultando su nombre en el teléfono,
quién era ese Leopoldo Alas Mínguez a quien se dedica la biblioteca municipal y
cuyo nombre aparece en el inmenso trampantojo libresco que cubre las paredes
del edificio frente a ella. Se trata de Leopoldo Alas, el poeta postnovísimo a
quien conocí en un congreso canario de 1989 y que murió de sida a los 45 años.
Pronto dejó la poesía para dedicarse a la novela, al ensayo y al activismo gay.
En un cuaderno de autógrafos que comencé a preparar por entonces me escribió un
poema, “Claro de sol”, que no sé si está incluido en alguno de sus libros: “Con
este sol que me descansa el alma / (la luz, la nitidez del cielo, / esos aromas
naturales / que de un tiempo a esta parte he desdeñado), / me es fácil olvidar
que el mal resiste / en los días que obscenamente pasan”.
Con un hermoso sol que me descansa
el alma deambulo por todos los rincones y paseo por la arbolada orilla del
Cidacos y cuando mis amigos que no han querido pisar Arnedo me recogen en la
estación de autobuses, llevo conmigo un puñado de imágenes: el alto castillo
roquero con ecos de la última carlistada, la crucería gótica de Santo Tomás y
la silueta barroca de San Cosme y San Damián, la algarabía de los niños que
juegan en el jardín de la Baronesa, la silueta protectora de Peña Isasa y las
cuevas que se abren como una invitación a descubrir tesoros en las colinas
rojizas que rodean el caserío.
Llegué con Arnedo en los pies y salgo con Arnedo en el corazón.
Martes, 23 de noviembre
ALEMANES EN PELIGRO
----¿No tienes
miedo, Martín? ¡Yo estaría aterrado! Que un ministro te amenace de muerte no es
cualquier cosa.
----¿Pero qué ministro me ha amenazado a mí de muerte? De alguno me
temo lo peor, pero no hasta ese extremo.
----Lee, lee las declaraciones del ministro de Sanidad alemán que trae en
portada El País: “Todo el mundo en Alemania estará al final
del verano vacunado, recuperado o muerto”.
----Menos mal que no soy alemán. Parece que en Alemania hay al menos quince
millones de personas no vacunadas; si hemos de dar alguna validez a las
estadísticas, no se contagiarán más de medio millón, pongamos un millón, o sea
que para que se cumpla la profecía del ministro y al final del invierno todos
los alemanes estén o vacunados o recuperados o muertos habrá que proceder a la
exterminación masiva de al menos catorce millones de personas. Si yo fuera
alemán, estaría ciertamente muy preocupado, pero soy español y aquí aún no se
piensa en eso.
----Dices bien: aún. A ver qué hace Sánchez si se extiende por aquí una
nueva variante del virus y le desinfla sus triunfalismos vacunatorios.
-----Le quedan los niños para seguir haciendo caja. Ya dijo la Ministra
de la Tercera Dosis que comenzarán en diciembre (la aprobación por las
autoridades sanitarias, una vez que Pfizer las da de paso, es puro trámite). Pero
al menos no hay que temer a Barbón, que el tribunal constitucional le impide seguir
con tan ineptas ocurrencias como esos cierres perimetrales que prohibían a los avilesinos
pasear a solas por la playa, aunque la tuvieran a dos pasos, porque era de otro
concejo.
Miércoles, 24 de noviembre
LUCE EL SOL
El de Arnedo fue el
último día de sol. Bastó cruzar el túnel del Negrón para que comenzara una
lluvia que aún no ha terminado. Pero también tienen su encanto estos días que
invitan a encerrarse en casa, encender el fuego de la chimenea y abrir una
novela policíaca de las de antes, de esas en las que el cadáver era solo un
pretexto para los ejercicios de la inteligencia.
Llueve en la ciudad, pero no llueve
en mi corazón. Ahí sigue luciendo un sol que me descansa el alma.