Sábado, 10 de
febrero
MEJOR DE LO QUE
MEREZCO
El
amor dice mucho de quien ama, poco de quien se ama. Durante cerca de veinte
años, por San Valentín, he venido recibiendo anónimamente un ramo de flores. Me
lo enviaban a mi despacho del Milán y el año pasado, cuando había dejado la
Universidad, allí siguió llegando. O sea, que es de alguien que me conoce poco,
que no está muy al tanto de mis circunstancias personales. También me lee poco,
porque quien lo hace sabe todo de mí, desde la hora en que me levanto hasta
dónde tomo café cada mañana y cada tarde y dónde paso los sábados. Al
principio, tomaba un poco a broma esos ramos de flores, pero luego me fui
acostumbrando y, si este miércoles no me llega, me sentiré un poco triste. ¿Se
habrá cansado de mí? ¿Me conocerá mejor y habrá dejado de quererme, como suele
ser habitual?
También el odio suele ser sin
razones, aunque en mi caso haya más razones que para el amor. He escrito sobre
muchos libros y casi siempre pongo el dedo en la llaga. Tengo esa maldita
puntería. Recuerdo aquella vez que fui a Madrid con Víctor Botas que acababa de
publicar su primer libro, y con Paulina. Quedamos a comer con Francisco Brines,
al que yo entonces admiraba bastante. Luego le admiré menos, pero esa es otra
historia. "¿Y a qué te dedicas? ¿Eres también profesor?", le preguntó
amablemente el autor de Insistencias en Luzbel (era entonces su último
libro) al de Las cosas que me acechan. Y a mí, siempre tan oportuno, se
me ocurrió decir: "No se dedica a nada. Vive de las rentas". Brines tomó
aquella broma como una ofensa personal: "¿Cómo que no se dedica a nada?
¿Escribir poemas no es un trabajo? ¿Acaso piensas como Fidel Castro que a los
poetas hay que enviarlos a cortar caña para que hagan algo útil?". Y por ese
estilo estuvo perorando largo rato. Paulina, Botas y yo nos mirábamos sin
entender nada. Lo entendimos más tarde cuando supimos por Villena –entonces amigo
nuestro-- que Brines ni necesitaba trabajar ni trabajó nunca y que sin duda eso
le creó cierta mala conciencia en los tiempos del compromiso y la poesía
social. Pero Brines no me odiaba, era incapaz de ello, solo que no le caía
bien. Los que odian suelen ser poetas sin éxito, o con menos éxito del que les
gustaría.
No les tengo miedo a los que te hacen ver que no te quieren bien, sino a los otros, a los hipócritas, o a los que ni siquiera conoces. Tampoco debería quejarme mucho. De haber vivido hace cien años, cuando Clarín, ya habría tenido que batirme en duelo media docena de veces por lo menos y habría sufrido alguna agresión. Llevo comentando un libro todas las semanas desde 1988. Si mis cálculos no fallan, son unos mil setecientos cincuenta libros, o sea que habré puesto reparos, calculando por lo bajo, a unos trescientos escritores españoles contemporáneos. He tenido suerte, no he dado con ninguno particularmente agresivo. Y hay quien me envía –o me enviaba-- flores por San Valentín. La verdad es que no me puedo quejar. La vida me trata mejor de lo que merezco.
Domingo, 11 de
febrero
SIN ARGUMENTOS
"A partir de cierta edad, la vida deja de tener argumento", escucho decir a alguien mientras vuelvo del cine. Me encojo de hombros. Yo desde siempre he tenido que inventarle argumentos a la mía. Y no se me da del todo mal.
Lunes, 12 de
febrero
MILAGROS DE
BOLSILLO
Voy
camino de la cafetería Noor, como cada mañana, y de pronto me fijo en una placa
que no había visto antes: "Ministerio de Trabajo / esta casa está acogida a los
/ beneficios de la Ley de Paro / de 25 de junio de 1935".
Quedo extrañado ante esa pervivencia
republicana. ¿Qué ley es esa? ¿Por qué el franquismo no hizo desaparecer la
placa? Antes de diez minutos, como por arte de magia, ya lo sé todo sobre el
asunto. He consultado la ley en la Gaceta de Madrid; me he enterado de
la triste historia de Federico Salmón Amorín, el ministro que la promulgó (solo
fue ministro durante unos pocos meses y con dos presidentes, Lerroux y
Chapaprieta), asesinado en Paracuellos a los 36 años; he visto imágenes de
algunos de los edificios que se construyeron al amparo de esa ley (fueron cerca
de tres mil), las llamadas casas Salmón, todas con un elegante estilo
racionalista, y lo que más me ha sorprendido es que esa placa no se colocó
durante la República, no hubo tiempo y el gobierno del Frente Popular tenía
otros intereses, sino que ordenó colocarlas en 1941 otro ministro de trabajo, José
Antonio Girón de Velasco. No me imaginaba yo al franquismo homenajeando una ley
republicana, aunque fuera de la República buena, la que muchos de los que se
sublevaron apoyaban, al menos en los primeros días de la guerra.
De todo esto me entero gracias a ese prodigio
cotidiano, el teléfono móvil, tan denostado. ¡Reduce nuestra capacidad de
atención!, dicen psicólogos y docentes. Reducirá la tuya, les respondo. Yo,
después de este paseo por la historia, me concentro perfectamente en el libro
que estoy leyendo, una novela de Luis García Jambrina que convierte a Unamuno
en émulo de Sherlock Holmes. Y no salen malparados ni el autor ni su criatura.
Miércoles, 14 de febrero
TODAS LAS CARTAS
DE AMOR
Me
llaman de la Facultad para decirme que acaba de llegar un ramo de flores a mi
nombre. Me alegra la noticia. Temía que el anónimo admirador se hubiera
olvidado de mí. ¿Quién será? Sigue sin enterarse de que ya no voy por el Milán,
no lee mi diario.
---¿No será aquella poeta que pasaba
por la tertulia y que te escribía tantas cartas y te llamaba tanto?
---¡Pero si ya se ha muerto!
---A lo mejor lo dejó dispuesto en
su testamento. Amor constante más allá de la muerte.
Y yo pienso con tristeza en aquella
mujer, algo mayor que yo, que se obsesionó conmigo. Una vez –el correo era
todavía el correo postal-- me llegaron al buzón unas declaraciones anónimas
amorosas. Lo comenté en la tertulia. Ella me llamó a los pocos días para
decirme que no era la autora, pero al final de la conversación añadió:
"Rómpelos, por favor, que me da mucha vergüenza".
Durante años, me escribió largas cartas,
que yo no leía, y que siempre llegaban por correo urgente. Más tarde fueron las
llamadas telefónicas. Por la tertulia seguía apareciendo de vez en cuando.
Venía en taxi desde Gijón y cuando ya tenía dificultades para caminar con una
acompañante. Entonces me pareció solo una historia un poco ridícula, ahora me
parece una historia triste. No siempre fui amable con ella. Lo que más me
irritaba era verme reflejado, aunque mis obsesiones quiero creer que nunca
llegaron a tanto. Como Unamuno, al que me divierte ver ahora convertido en
detective, yo también tuve mi Delfina Molina.
¿Se seguirá acordando de mí después
de muerta? Supongo que este ramo de flores, puntual por San Valentín, tendrá
otra explicación más racional, pero a mí no se me ocurre.
"Todas las cartas de amor son ridículas", escribió Álvaro de Campos. "Pero al final solo es ridículo el que nunca ha escrito cartas de amor". Todas las historias de amor son ridículas, diría yo. Y las mías –que no contaré nunca-- no menos que las de mi Delfina.
Jueves, 15 de
febrero
HOMENAJE
Hablo
con Paulina del homenaje a Víctor Botas que propone el grupo socialista del
Ayuntamiento. Lo de crear una cátedra, como las dedicadas a Alarcos o a Ángel
González, no parece que tenga mucho sentido. Mejor una placa en la casa en que
nació, aunque mejor redactada que las de Gamoneda o García Nieto.
---Por cierto, ese edificio en la
esquina de Uría con Milicias Nacionales lo construyó el abuelo de Víctor en los
primeros años de la República. Era todo de la familia. Fue el abuelo que le
regaló el áureo de Vespasiano, una de las piezas más valiosas de su colección
de monedas, que algún día te enseñaré. Como aquellos tiempos eran revueltos,
decidieron hacer un hueco en una columna para esconder las joyas. Cuando quisieron
recuperarlas después, no se acordaban de cuál era la columna. A punto
estuvieron de provocar un derrumbe cavando en una y en otra. Lo de la plaça me
parece una idea perfecta. Tendría que ser una inscripción sencilla.
A mí se me ocurre que podría ser algo así:
"En esta casa / nació el poeta / Víctor Botas / (1945-1994) / que iluminó la
vida cotidiana / con la luz del clasicismo".
Viernes, 16 de
febrero
ACERTAR LO
PRINCIPAL
Decía Luis Rosales, en un poema muy citado, que jamás se había equivocado en nada, "salvo en las cosas que más quería". Yo me he equivocado mucho, me equivoco todos los días, pero pocas veces en las cosas que de verdad me importan.
Puede ser. Y me las mando a mi antiguo lugar de trabajo para disimular y tener que andar dando explicaciones a la secretaria del Departamento.
ResponderEliminarTambién las canciones de amor son ridículas (dijo Lennon señalando a McCartney) y este le contestó con su estupenda "Silly love songs"...
ResponderEliminarhttps://youtu.be/HwKUaYBUYNc?si=Jp0RqaI-yoTB_TYs