Domingo, 16 de noviembre
INVITACIÓN AL VIAJE
La ciudad desde el barco
es una mancha blanca, una sábana al sol. El teatro Cervantes, el café París en
el Bulevard Pasteur, la librería Des Colonnes, la casa de Paul Bowles, la de
Ángel Vázquez y Juanita Narboni, las enredadas calles que vuelven sobre sí
mismas, el alboroto de los tenderos, el olor penetrante del mercado, las
manchas de humedad en las fachadas, las cicatrices de la historia…
Calles sin salida, muros y parapetos de metal que te
obligan constantemente a volver sobre tus pasos. Al pasar por un pequeño puente
por encima de la École del Affaires, un edificio en medio de la oscuridad con
todas las ventanas abiertas, escupiendo a la calle la vida íntima de sus
habitantes: hombres que salen de la ducha, mujeres en la cocina, televisores
encendidos de los que manan, incesantes, las aleyas del Corán; niños que bajan
a la calle a corretear… En La Corniche, la caída del sol sume a su `población
en una inquietud y en una desesperación tales que pasan la noche asomados a la
playa, llenando las horas de oscuridad de una fiesta enloquecida, con la música
ensordecedora que sale de los coches aparcados, envueltos en nubes de Narguile,
esperando, como en los ritos paganos que viajan desde Egipto hasta aquí, a que
la luz emerja cada mañana por la cordillera del monte Líbano.
Caminamos de noche por el barrio medieval que sube al
centro desde el Arco Etrusco: paredones de piedra fosca horadados de mínimas
troneras que no parecen suficientes para que nadie viva tras ellas, arcos que
vuelan de un lado a otro de la calle sin que se sepa bien si están aquí para
apuntalar las altas paredes o por el contrario son sostenidos por ellas,
fachadas que se pliegan a cada tanto sobre sí mismas… Ciudad en la que todo es
piel, más ilusionista que dramática, que busca la sorpresa, el birlibirloque,
el deslumbramiento instantáneo, en la que el derecho y el revés están del mismo
lado y se confunden el arriba y el abajo.
Tres ciudades, tres, recorridas en el mismo día. Vuelvo a
Tánger con Álvaro Valverde (Más allá,
Tánger se titula su último libro de poemas), acompaño a Amador Vega (que es
catalán, aunque tenga nombre de cantaor flamenco) mientras da un curso sobre
Ramón Llull y la mística en la Université Saint Joseph de Beirut, me encuentro
súbitamente con Perugia hojeando el repertorio de ciudades de Ignacio Jáuregui.
Tres ciudades, tres libros, tres viajes sin fatiga en un domingo en el que no
pasa nada. Y como colofón la habitación de un hotel de lujo, el Meurice, en el
París de 1944, una habitación en la que dos hombres deciden el destino de la
ciudad.
Tres libros, una película, Diplomacia, en este domingo en el que no pasa nada. Y aún me queda
tiempo para aburrirme (para mí, sin un poco de aburrimiento, no hay día
completo) y para garabatear unos versos: “Cuando estoy solo, a nadie echo de
menos. / Pero si estoy contigo, danza el mundo / y viene Dios a hacerme
compañía / con su corte de arcángeles y de bestias felices”.
Lunes, 17 de noviembre
AYER Y HOY
El misterio del espacio,
el enigma del tiempo. En 1979 presenté el primer libro de Víctor Botas en la
antigua biblioteca Bances Candamo, tan cerca de Correos, hoy presento el último,
Carta a un amigo, frente a Correos en
la calle de la Ferrería. Treinta y cinco años han pasado en un abrir y cerrar
de ojos.
La ilusión de que todo cambia, salvo yo, siempre en los
mismos sitios, siempre manteniendo las mismas tercas costumbres. Si diera esos
pocos pasos esta tarde aquí en Avilés y volviera a la sala de la biblioteca
donde me inclino ávidamente sobre un libro, ¿me reconocería en el que fui?
¿Reconocería el que fui al que soy?
Pero el tiempo ni vuelve ni tropieza. Tropezaré yo
cualquier día, pronto o tarde, y caeré por el negro escotillón.
Alzo los ojos mientras leo uno de los poemas (“pasa /
anónima galera entre la bruma / la soledad del hombre) y creo ver a mi amigo
Víctor Botas mirándome sonriente desde el fondo de la sala.
Martes, 18 de noviembre
NUNCA RECUERDO NADA
Después de entretenerme un
rato, mientras tomo un café, con el último libro de Javier Cercas y sus
jugueteos con la impostura, doy un paseo por las calles anochecidas, sin pensar
en nada, dejándome llevar por el azar. Al final de la calle Campomanes, cerca
del Campillín, se me acerca un vagabundo, o eso me parece, a pedirme limosna y
yo acelero el paso. Me sorprende oírle llamarme por mi nombre: “Eh, Martín, ¿ya
no te acuerdas de mí?” Me detengo y le miro. No, la verdad es que no acuerdo,
pero eso no quiere decir nada, tengo bastante mala memoria según para qué
cosas. Se acercó a mí y olía a alcohol y tenía todo el aspecto de ser lo que a
mí me había parecido: un pedigüeño. “Todavía guardo un poema tuyo que me
regalaste”. Y sacó del bolsillo un folio arrugado y sucio con un poema
manuscrito en una letra tan ilegible y desgarbada que podía ser mía. Se sabía
de memoria los versos y recitó dos o tres: eran tan espantosamente mediocres
que podían ser míos o de cualquiera. “Pero ¿dónde nos conocimos? ¿En la Facultad?”.
Sonrío con tristeza, o eso me pareció. “Ya veo que no te acuerdas. O que no
quieres acordarte. Pasaste casi entero un verano y en mi casa y algunas veces
nos levantábamos muy temprano e íbamos juntos a nadar a la playa. El agua
estaba muy fría, pero no nos importaba”. Supe entonces que estaba en un error;
nadar no se encuentra entre mis costumbres; creo que solo he nadado, de niño,
en el río de mi pueblo. Yo buscaba excusas para escapar de aquel encuentro. El
desconocido volvió a sonreír. “¿Tampoco recordarás entonces que me dedicaste tu
primer libro, Marineros perdidos en los
puertos?” Y sacó un ejemplar de entre sus ropas. “Te lo vendo por cincuenta
euros.” Le ofrecí cinco. Él los cogió de un manotazo y se alejó rápidamente sin
darme el libro y mascullando lo que me parecieron insultos. Quizá le había
conocido en algún otro tiempo, en alguna otra vida. Pero la verdad es que no
recordaba nada. Tengo buena memoria: nunca recuerdo nada que no quiera
recordar.
Jueves, 20 de noviembre
COSAS DE LA FISCALÍA
A veces pienso que me
gusta meter los dedos en el enchufe, en cualquier enchufe. Soy como esos niños
a los que les basta ver un cartel de prohibido tocar para sentir la
irresistible tentación de hacer exactamente lo contrario.
He decidido no hablar más ni de Cataluña ni del anterior
Jefe del Estado y, en realidad, no hablo de otra cosa. Soy como esos viejos
llenos de manías que no pueden leer el periódico sin indignarse. Hoy me
encuentro con que la fiscalía ha solicitado que no se admitan las demandas de
paternidad que se han presentado contra don Juan Carlos. Cierto que ya es un
aforado más, uno de tantos miles como hay en España, pero resulta que la “inviolabilidad” que al parecer le otorgaba
la constitución a sus desafueros privados sigue amparando sus actos anteriores,
incluso aunque se cometieran antes de ser rey. Y eso lo dicen, sin ruborizarse,
unos señores que son fiscales y han estudiado para ello una carrera. Qué cosas.
Si les entiendo bien, el Jefe del Estado español, el anterior y el actual,
pueden ir teniendo hijos por ahí, practicando alegremente el derecho de pernada,
y nadie podrá obligarles a reconocerlos ni a exigir que les pasen una pensión.
Esos fiscales son en realidad unos intrigantes republicanos encubiertos.
Si la Constitución española dijera lo que
interesadamente, para proteger ya sabemos a quién, se dice que dice, yo me
avergonzaría de ser español.
Pero no me avergüenzo en absoluto. Solo me avergüenzo del
comportamiento de ciertos españoles, fiscales o no.
Viernes, 21 de noviembre
NÁPOLES, ESPAÑA
Los regalos de azar, que
tanto me gustan. Me envían desde Ginebra un libro que acaba de ser editado en
Nápoles, el Quaderno spagnolo, de
Lorenzo Giusso, un aristócrata napolitano (el palacio de su familia está en la
Port’Alba, rodeado de librerías de viejo y de pizzerías, entre ellas la más
antigua del mundo) enamorado de España. Fue discípulo de Ortega, amigo de
Unamuno, y estas páginas nos llevan a la España republicana y luego a la de los
años cuarenta y cincuenta. En 1932 clasifica a los madrileños por el café que
frecuentan. Visita Asturias dos veces, en el 32 y en el 49, y de los asturianos
subraya “la claridad de su inteligencia”.
Ginebra, Nápoles, la remota España de ayer mismo vista
por unos lúcidos ojos italianos. Cierro el volumen, tras leer cómo Giusto
intenta justificar el cambio de Unamuno (pasa de ser el presidente de la Liga
de los Derechos del Hombre a ofrecer cincuenta mil pesetas –-él, tan tacaño–
para ayudar al general Franco), cierro también los ojos, y vuelvo a pasear por
Nápoles: entro y salgo en las librerías de Port’Alba, cruzo la piazza Dante,
recorro Via Toledo hasta las galerías y el palacio real, a mi derecha las
empinadas y temerosas callejuelas del barrio de los españoles…
Con un libro en las manos, sigo siendo el rey del mundo, dueño
del tiempo y del espacio.
Se dice de Salvador Vega "(que es catalán, aunque tenga nombre de cantaor flamendo [sic] )". Cf. Domingo, 16 de noviembre. ¿Debería leerse flamenco por flamendo?
ResponderEliminarEfectivamente. Gracias.
EliminarJLGM
jajaja¡¡¡,el lapsus linguae y la venganza sapientisima del corrector
EliminarLos flaminaos romanos,el surtido culinario...don Mendo....la rumba...la gazapera....y el dicho "contento con mis errores"que me recordó un paseante en cortes. Al personaje de venta ambulante no le duraba un libro ni un euro en mano,buen traficante de sueños. Buen ful.Saludos.Nidia.
Me ha encantado la descripción de Tánger a través de los libros. Leí el Juanita Narboni de Ángel Vázquez y fue un libro impactante, creo recordar que los judios de aquella ciudad tenían un dialecto llamado algo así como yacutía, que mezclaba el sefardí, el francés y el árabe. Me gustan mucho las entradas de este Café Arcadia. Un saludo.
ResponderEliminar¿Llegaste a conocer, Martín, el semanal "España de Tánger"?
ResponderEliminarSolo por referencias.
EliminarJLGM
Don José Luis, he leído en varias fuentes que Chus Visor y su cuadrilla tienen colonizados muchos de los premios literarios. Hasta el punto de que, como en el caso de Manuel Vilas, hacen que retrase la publicación de un libro casi dos años para hacerlo como ganador de uno de estos premios. Había leído algo sobre esto en sus escritos, pero estos datos apuntan ya hacia la malversación generalizada de fondos públicos por parte de estos señores.
ResponderEliminarNo exactamente. Las instituciones que deciden que su premio lo publique Visor aceptan entre las condiciones que el editor forme parte del jurado, con voto, y si su opinión coincide con la de otros miembros del jurado (suele coincidir cuando se trata de Luis García Montero u otros autores de la casa), pues es perfectamente legal que gane quien ellos decidan (suelen tener mayoría en determinados jurados). La solución es que las instituciones traten con otra editorial, pero si no distribuye bien (si no es muy conocida) les interesa menos. O sea, que (salvo excepciones, que hay que denunciar) todo transcurre dentro de la legalidad, aunque no resulte muy estético.
EliminarJLGM