domingo, 8 de abril de 2018

Acción de gracias: Matizar y atizar



Viernes, 30 de marzo
SOY UN DESAGRADECIDO

¿Se puede ser especialista en un tema y no tener ideas muy claras sobre el mismo? Difícil parece, pero Anna Caballé se esfuerza en demostrar que no resulta imposible.
            El do de pecho que dio con la reseña de El último pirata del Mediterráneo, el libro maldito de Manuel D. Benavides sobre Juan March, trata de superarlo hoy con el Diario de los Goncourt. No lo consigue, pero casi.
            De sus despectivas líneas sobre el libro de Benavides no pude decir nada porque yo soy el autor de la edición y parecería que respiraba por la herida. Coincidimos en Sevilla poco después y sobre la herida no quise echar sal. Quizá aquel desliz se debía a presiones de la todopoderosa Fundación March (otro habría sido el destino de Pablo Escobar si hubiera buscado buenos asesores y la hubiera tomado como modelo). Además había elogiado mucho El arte de quedarse solo y ya se sabe que, como dijo Oscar Wilde, para un escritor solo hay dos clases de críticos: los malos y los que te elogian. Me pareció además una persona culta y encantadora.
            La edición de El último pirata no parecía haberla hojeado siquiera (y, si lo había hecho, el caso era aún más grave). Le reprochaba –a una feroz diatriba publicada en 1934, cuando el contrabandista acababa de fugarse de la cárcel sobornando al director– no ser una biografía objetiva, como las que se estilan en Europa y no adivinar la trayectoria futura del prohombre. Al hecho de que se rescatara la edición definitiva del libro –publicada en 1937 y desconocida–, en la que aparecían los verdaderos nombres de los personajes no le dedicaba ni una línea; tampoco a que se incluyera una breve e impactante autobiografía de Benavides. No le dije en Sevilla lo que pensaba: que yo a quien me escribiera una reseña así para Clarín no le volvería a encargar ninguna más, pero parece que en Babelia son menos escrupulosos en lo que se refiere al rigor y al respeto a los lectores.
            Claro que estas cosas no las puedo decir en público porque yo soy el afectado y parecerían pataleta de autor. Por eso me froto hoy las manos: de su comentario al Diario de los Goncourt sí puedo hablar.
            Descalifica la más extensa de las traducciones realizadas hasta la fecha en español porque no traduce las tres mil quinientas páginas de la edición de 1956, la primera completa. Ni siquiera parece darse cuenta de que esta entrega abarca hasta 1870 y que el diario acaba en 1895.
            No se refiere, quizá lo ignore, a que desde 1887 Edmond de Goncourt fue publicando diversos tomos –hasta un total de nueve– y que fueron esos volúmenes, no la tardía edición completa, los que influyeron en Amiel y en el resto de los diaristas contemporáneos. Los nombres omitidos entonces –y ciertas expresiones consideradas obscenas– se incorporan a esta edición, hecha con excelente criterio. Termina la primera entrega precisamente cuando concluye el diario de Jules y Edmond de Goncourt; los más de veinte años siguientes serán solo el diario de Edmond, aunque por fidelidad fraternal su autor quisiera firmarlo con el nombre de los dos hermanos.
            “La historia de la traducción del diario al castellano es desdichada”, se lamenta Anna Caballé, no sin razón. Lo esperable sería que se alegrara de que comience a ponerse remedio con este volumen, acompañado de precisas notas informativas y con útil índice onomástico final. Pero eso a ella no le importa; lo que ella querría son las tres mil quinientas páginas de la edición de Ricatte. Lo curioso es que esa traducción completa no existe en ninguna lengua ni probablemente existirá nunca: tiene más interés para los estudiosos de la vida literaria francesa que para los lectores. Dice que esa edición es “la única que puede hacer justicia a la obra”, desdeñando la labor de Edmond con sus nueve impactantes y polémicas entregas. Y dando a entender que hasta 1956 –cuando ya los Goncourt eran solo el nombre de una academia– nadie había podido leer adecuadamente su diario (más cierto parece que nadie leyó –solo hojeó– esa edición exhaustiva de apuntes y borradores).
            Habrá quien diga que todo esto son opiniones. Pues no, no lo son. “Desde 1925, fecha de la primera y breve antología se han hecho varias tentativas que no logran captar el espíritu de aquella mordaz escritura: hay demasiada diferencia entre el volumen de texto real y el seleccionado”. Error, error, error. No en 1925, sino en 1932 se publicó en Ediciones Jasón una selección del diario; la traducción era apresurada y anónima, con numerosos errores; a pesar de ello se reprodujo facsimilarmente en 1988 y de ella se sacaron los capítulos para la monumental Antología de diarios íntimos publicada por la editorial Labor en 1963. Aparte de esa edición, solo tenemos la traducción de un año, el 1863, publicada en México en 2016.
            Podríamos seguir destrozando el comentario de Anna Caballé –se lo pone fácil a cualquiera que conozca la obra de los Goncourt y haya leído, dudo que ella lo haya hecho, la edición que reseña–, pero lo dejaremos aquí.
            ¡Uf! Qué tranquilo se queda uno cuando por fin puede decir lo que la amabilidad y el agradecimiento le obligaría a callar. Pero yo soy como Chus Lampreave en aquella película de Almodóvar: incapaz de mentir.
            ¡Ya me gustaría poder hacerlo como cualquier persona bien educada!


Domingo, 1 de abril
SOY UN FRACASADO

He fracasado, lo reconozco. Aunque parezco una persona humilde y sin ambiciones (soy bastante bueno disimulando), en realidad siempre he preferido la admiración o el temor al afecto. Y cuando me acerco a la edad de los homenajes, las sopitas y el buen vino, compruebo que no he conseguido lo primero y apenas lo segundo, pero que hay más gente que me quiere de la que yo pensaba. He fracasado por completo. Cómo me alegro.


Martes, 3 de abril
ACEPTO UN BUEN CONSEJO

Comento con Abelardo Linares, el editor del Diario de los Goncourt seleccionado y traducido por José Havel, mi opinión sobre Anna Caballé. Sus palabras están llenas de buen sentido.
            ––Probablemente tienes razón. Yo no he leído su reseña. Lo que te aconsejaría es que lo dejaras pasar y no aludieras a ello públicamente. Ya sabes lo que decía Lara, que era el editor que más sabía de estas cosas: lo que importa es el espacio que dedican a un libro o a un autor, si lleva foto o no, si el titular es adecuado; eso es en lo que se fijan la mayoría de los lectores; lo que diga el crítico importa poco. Que a uno le dediquen dos columnas en Babelia es una publicidad gratuita que no se puede despreciar. Solo ahora, después de cuarenta años editando, han comenzado a ocuparse un poco de Renacimiento. No me lo eches tú a perder arremetiendo contra Anna Caballé, por otra parte la única persona que en ese periódico ha hablado bien de ti.
            Mi amigo Abelardo, como siempre, tiene toda la razón. Lo mejor es encogerse de hombros y dejarlo pasar.
            –¡Y cuántas injusticias no habrás cometido tú con libros valiosos!



Miércoles, 4 de abril
EL MEJOR TEATRO

Me entretengo viendo en el teléfono, más como una pieza teatral que como un debate político, la comparecencia de Cristina Cifuentes en la Asamblea de Madrid. Qué espléndidas intervenciones la suya y la de Lorena Ruiz-Huerta. Dos Españas frente a frente, la que se resiste a desaparecer y la que no acaba de nacer.
            Sobre el famoso máster de la Universidad Rey Juan Carlos (¡vaya nombre para una Universidad!) ya, en el momento del debate, lo sabemos todo: que la presidenta lo obtuvo fraudulentamente, pero que es completamente legal (en apariencia) porque quienes cometieron el fraude fueron profesores y funcionarios de esa Universidad. Y de la presteza con que el rector salió a defenderlos podemos deducir que no se trata de un caso aislado, sino de una práctica habitual.
            Cristina Cifuentes saltó al ruedo dispuesta a llevarse a todos por delante. Qué magnífica chulería, qué gran actriz haría falta para darle la réplica en el teatro o el cine. “No fui a clase, ¿y qué? No me examiné de ninguna asignatura, ¿y qué? Tenía el permiso de los profesores. Me matriculé tarde, ¿y qué? Nadie puso ninguna pega. No encuentro mi trabajo de fin de máster, ¿y qué? Me he cambiado tres veces de casa y ya se sabe que eso implica deshacerse de mucho papel inútil”.
            Uno la escucha, tan segura de sí misma, tan segura de que así se han hecho siempre las cosas en España y de que siempre se harán así, que no puede por menos de sentir admiración. Solo le faltó decir: “Me regalaron un máster, ¿iba yo a rechazarlo? Si alguien ha cometido una irregularidad, será la Universidad, allá ellos”.
            Tendría que ser otra Bette Davis quien interpretara a esta fascinante mujer en la pantalla.
            A Lorena Ruiz-Huerta no hace falta que nadie le regale ningún máster. Entre Shakespeare y Cicerón, un rosario de datos demoledores. La España que representa Lorena Ruiz-Huerta es la España en la que a uno le apetece vivir, de la que me siento orgulloso.
            Pero yo ahora no hablo de política, sino de teatro. Pocas piezas he visto más fascinantes. Ángel Gabilondo era el abuelito bueno, lleno de sentido común, pero sin garra. Al representante de Ciudadanos, Ignacio Aguado, le tocaba representar el papelón más ingrato, el de nadar y guardar la ropa. Parecía dejar a Cristina Cifuentes a los pies de los caballos –ellos lavan más blanco que nadie–, pero luego, en lugar de mandarla a casa a hacer los deberes del dichoso máster, le ponía de penitencia tres padrenuestros.
            Ver la política como un juego de estrategia, ese es uno de mis entretenimientos favoritos últimamente. Ya me he hecho cargo de que, como me repiten mis amigos, yo no valgo para político: voy siempre por derecho, caiga quien caiga, en defensa de lo que considero justo. Esta tarde acabo enamorado de Cristina Cifuentes. Una obra vale lo que valga el malo de la función. Y no me imagino a ningún villano, por villano que sea, capaz de mentir con tanta seguridad y tanto encanto –para los que gustan del cuero y la fusta– como ella.


Jueves, 5 de abril
PORQUE SÍ

“Entre nosotros –leo en Vargas Vila, un modernista justamente olvidado–, la Crítica Literaria no es una Ciencia, sino una Industria; el único oficio que les queda a los mediocres inservibles; el único consuelo posible a los fracasados de las letras”.
            En mi caso, no será una ciencia, pero mucho menos una industria. Y tengo yo mis dudas de que haya más mediocres inservibles en la crítica que en la novela o en la poesía.  “¿Y por qué sigues escribiendo reseñas, esa actividad tan mal pagada como poco agradecida?”, me preguntan a veces. Y yo siempre respondo: porque sí y porque sé. O sea por lo mismo por lo que no hablo nunca de política.


7 comentarios:

  1. Menos mal que no hablas de política, porque si hablaras...

    ResponderEliminar
  2. Gracias por su sinceridad. En estos tiempos en que los suplementos culturales se han convertido en instrumentos propagandísticos y laudatorios al servicio de las editoriales, parece Vd. ser el único crítico sincero, confiable e intelectualmente honesto al que puede acudirse. Y esto aunque a veces una pueda discrepar de sus opiniones, sobre todo cuando no escribe de literatura.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues yo creo que JLGM (y me imagino que él no está de acuerdo) es -aun- mejor cronista político que reseñista literario

      Eliminar
  3. Quienes no están de acuerdo son mis lectores, Benito. A mí jamás se me ocurriría rechazar ningún elogio, que es como suplicar que lo repitan.

    ResponderEliminar
  4. Con respecto a lo que se comentaba la semana pasada sobre independentismos, añadir que, cuando el estado es un banco, normal que haya quienes quieran asaltarlo y quienes no deseen compartir su parte del botín. Por eso dudo mucho que en Estados Unidos surjan movimientos así, porque allí tienen perfectamente clara la diferencia entre un banco y un gobierno (y God).

    ResponderEliminar
  5. María, todos los Estados son un banco, incluso el sueco. Casi, casi, por definición. Lo que pasa es que los bancos pueden ser de buena y mala calidad. El Estado/Banco español es tramposo y estafador. Incumple la propia normativa que él mismo ha dictado.

    ResponderEliminar
  6. Miguel el Entrerriano11 de abril de 2018, 12:43

    Felicitaciones por el éxito quirúrgico y por la gran nitidez visual que habrá logrado con su nueva LIO -así abreviaban cuando fue mi turno.

    Y cierto que Cifuentes alcanza a Bette Davis en performance, una actuación que eleva el fraude a niveles sublimes. Entienda que son años de entrenamiento en un partido y un gobierno que adoptaron hace mucho el embuste como praxis (empezando por su triunfo electoral cuestionable, por irregularmente financiado). El rostro de Cifuentes, perdonavidas y burlón, entre impasible y momificado, expresa infinito desdén al ciudadano, al que viene a decir Yo estoy por encima del Bien y del Mal, de la Ley y del Reglamento Universitario. Hago lo que quiero. Soy Cifuentes y los míos me apoyan.

    Que aún esté en su puesto demuestra el firme compromiso del gobierno español actual con la más cutre obsolescencia. Yo les diría: Miren, no la ecuen por corrupta, ni por arrogante, ni por insultante. Pero échenla por feudal y por antigualla.

    Los españoles, y otros, permanecen como desde hace demasiado tiempo, con expresión de pasmo y ojos desorbitados, repitiendo Y NO PASA NADA!

    (Entre ellos, me consta, también muchos adinerados que costean carísimos másters para sus delfines, futuros capitanes de la empresa o las finanzas).

    ResponderEliminar