sábado, 28 de diciembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: En la perfecta edad

 

 

Sábado, 21 de diciembre
EL CIELO, ESE INFIERNO

Cuando era niño, trataban de aterrarme con los castigos del infierno. A mi edad, me parece más siniestra la promesa del cielo. ¿Cómo podría yo ser feliz en la otra vida contemplando las desdichas de la gente que quiero sin poder ayudarles? No me imagino tormento mayor. 

Domingo, 22 de diciembre
LOS PEQUEÑOS DETALLES

En un nutrido montón de libros a un euro, me sorprende Crónica del crimen, de Luis Jiménez de Asúa. Publicado en 1929, lleva el sello de la librería Martínez, o sea que lo compraron aquí cerca, en la misma librería, ahora con otro nombre, que frecuentaba Clarín y frecuento yo.

            Me siento en una cafetería y comienzo a leer de inmediato. Ya las primeras líneas del prólogo retratan a un personaje ejemplar en un tiempo sombrío: “Un hombre sin fortuna personal y sin vocación de tránsfuga, si a mayor abundamiento es rebelde, no solo halla dificultades para sobrevivir en medios de Dictadura, sino que su cargo oficial de Catedrático está en continuo riesgo”. Tuvo que renunciar cuando “los agravios inferidos por un sedicente gobierno” lo hicieron “incompatible con la dignidad”. Era en la época del destierro de Unamuno, del que Asúa fue uno de los primeros defensores. Tuvo entonces que ganarse la vida demostrando en la prensa que sus doctos estudios de penalista resultaban válidos para comentar la realidad cotidiana.

Comienzo estas crónicas de sucesos por la titulada “Un crimen misterioso (La muerte de Pablo Casado)”, que no habla del defenestrado dirigente de cierto partido político, por supuesto, sino del hallazgo de un cadáver en un cajón facturado desde Barcelona y que nadie pasó a recoger en la estación de Atocha. Lo habían descuartizado y no habían incluido la cabeza.

Hoy el misterio de ese crimen se puede aclarar con una consulta a Internet (incluso se dramatiza en una serie televisiva). Más interesante resulta lo que escribe a propósito de la supuesta homosexualidad de la víctima, sugerida por su “atildamiento”. El catedrático no está de acuerdo: “Lejos de mí hacerme secuaz de la aldeana creencia que recela de todo hombre pulcro, afeitado y cuidadoso de su físico. Gregorio Marañón puso en guardia al reportero del Heraldo contra esas suspicacias, relatando una anécdota acaecida en la cárcel, cuando ambos estuvimos detenidos en julio de 1926. Unos ladrones profesionales que pasaban por nuestra galería con rumbo a la oficina identificadora, al vernos de mañana envueltos en batas de baño, o cubiertos con pijamas, nos tomaron por una ‘partida’ de invertidos, cuando estábamos allí, precisamente, por ser muy hombres”.

            Parece que las cárceles de aquella dictadura no eran como la que conocí yo en la siguiente y que Asúa, pese a su mentalidad avanzada, creía que el valor y la dignidad eran cualidades propias de varones heterosexuales.

            De los viejos libros, lo que más me interesa son los pequeños detalles que ayudan a reconstruir una época, ya tan distante, pero que también fue la mía.

Lunes, 23 de diciembre
VIVIR CON MIEDO

El miedo a perder la felicidad me impide ser feliz incluso cuando más feliz soy. 

Martes, 24 de diciembre
ACERCA DE LA AMISTAD

¿Es posible la amistad entre escritores? Parece que sí. Pero los escritores son amigos, como el resto de los seres humanos, cuando sus intereses confluyen. Cuando resultan contrarios, la amistad salta por los aires.

            Alfonso García Morales escribe en la revista Mediodía sobre la peculiar amistad que unió a dos escritores modernistas, y yo me doy por aludido: “Las implicaciones profundas de la relación que unió a Darío y Gómez Carrillo son muy difíciles de dilucidar, pero de lo que no hay duda es de que fue una relación extraña, problemática, seguramente enfermiza, hoy diríamos tóxica, menos basada en el compañerismo que en la dependencia y en la rivalidad. Es cierto que Darío quiso por momentos romper con esa ‘amistad’, pero también que no dejó de entrar continuamente en un juego del que solía salir escaldado, pues era Carrillo, falto de escrúpulos y violento, quien parece dominar la situación, complaciéndose en lanzar más que ‘chinitas’, como él las llamaba, ataques malévolos y amenazas directas que terminaban por amedrantar o desestabilizar al poeta”.

            De mis relaciones literarias, la que de manera más triste para mí ha acabado es la que tuve con Felipe Benítez Reyes, uno de los escritores con más talento, en la prosa y en el verso, de su generación. Como soy mayor que él, le conozco desde sus primeros escritos y le he ido siguiendo a lo largo de los años. He reseñado casi todos sus libros y me temo que a veces, según mi estilo, poniendo más énfasis en los reparos que en los elogios. Los segundos pronto los dio por consabidos y los primeros fue tolerándolos cada vez peor. Desde hace tiempo, en cualquier mínima referencia veía segundas y malas intenciones. Yo nunca entraba al trapo y prodigaba disculpas. Él parecía aceptarlas, pero en seguida cambiaba de opinión y volvía con sus reproches.

Acabó prohibiéndome que mencionara siquiera su nombre y amenazándome, si lo hacía, con que publicaría un escrito contra mí que nada tendría que ver con las habituales polémicas literarias que divierten al personal. ¿Qué terribles secretos sabría de mí? Me asusté tanto que decidí dejar de disculparme y echar el cierre definitivo a esa relación. Se había convertido en una relación tóxica, como fue, según Alfonso García Morales, la que existió entre Rubén Darío y Gómez Carrillo.

Rubén, el gran Rubén, es naturalmente Benítez Reyes. ¿Pero soy yo Gómez Carrillo? No estoy tan seguro. Puede que me dedique de vez en cuando a lanzar “chinitas” contra quienes, si no siempre valen más que yo, siempre valen al menos tanto como yo (con los otros, no me meto), pero no tengo su capacidad de influencia en los medios literarios. No soy alguien al que convenga adular interesadamente. Carezco de cualquier poder, y no sé si lo lamento o solo finjo (con mi habitual hipocresía) que lo lamento.

Miércoles, 25 de diciembre
EL MEJOR REGALO

No me gustan los cuentos de Navidad, demasiado sensibleros, pero me temo que me ha tocado vivir uno de ellos. Ayer, inesperadamente, apareció por casa un amigo que se ha quedado sin casa, que había estado bebiendo y que me pedía una manta para pasar esa noche de Nochebuena en la calle. Se marchó sin despedirse, antes de que se me ocurriera cómo ayudarle, y le vi desde la terraza perderse tambaleante entre las sombras.

Mal dormí tratando de pensar que no era asunto mío, que ya había hecho todo lo posible en estos últimos años, que cada uno es dueño de su destino. Me llama hoy, inesperadamente, una asistenta social: le habían recogido de la calle, en el HUCA, no quería que avisaran a su familia, había dado mi teléfono. “Ya está bien, ha pasado la crisis, pero el médico necesita que venga alguien a recogerlo para darle el alta”.

Fui hasta el inmenso hospital, en el que solo había estado antes para saludar a un recién llegado al mundo, y el médico no acababa de llegar para firmar el alta. Y yo me puse nervioso porque hoy teníamos la tertulia virtual y yo tenía que iniciarla. No era capaz de hacerlo desde el teléfono. Decidí volver a casa y regresar lo más rápido posible. Pero al buscar la salida desde el box 10 en que estaba amigo tan impaciente como yo, me perdí en un laberinto de pasillos sin nadie. Esa es una pesadilla que me persigue desde hace años y que por fin se hacía realidad. Estuve dando vueltas cada vez más nervioso, hasta que encontré a quien preguntar, durante una eternidad, aunque quizá solo fueron cinco minutos

Regresé poco después, recogí a mi amigo, que volvía a ser el de sus mejores días, no el espectro de ayer. Luego le busqué un hotel para que pasara la noche, y pude por fin participar –nada me tranquiliza más que la rutina-- en la tertulia de los miércoles, que no se suspende ni siquiera por Navidad.

            Un amigo es alguien con quien podemos contar en la salud y en la enfermedad. No sé si yo soy un buen amigo (casi todos los escritores que me conocen afirman lo contrario), pero hay quien me considera así. Y eso me parece el mejor regalo de Navidad. 

Jueves, 26 de diciembre
AÚN NO

Existe una edad, y no me parece mala edad, en que con salud, con el poco dinero que uno necesita, sin ambición ninguna, los únicos problemas que uno tiene son los de la gente que quiere. Y qué alegría cuando puede solucionarlos y qué angustia cuando no se nos ocurre cómo.

Pero el tiempo, que ni vuelve ni tropieza, no se detiene ahí y pronto, quien no tiene más problemas que los problemas de quien quiere se convierte en un problema, y cada vez más engorroso, para los que le quieren.



 

2 comentarios:

  1. Pues felices fiestas. Coméntale a tu amigo bebido (yo no me lo creo) lo peligroso que puede ser pasar una noche a la intemperie, te matan para robarte el móvil.
    No llames a las trabajadoras sociales "asistentas", aunque sea correcto, lo toman por "chachas" y se mosquean.
    Salud.

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  2. Gracias por los consejos, Víctor. Y por tu fidelidad lectora.

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