Sábado, 21 de diciembre
EL CIELO, ESE
INFIERNO
Cuando era niño, trataban de
aterrarme con los castigos del infierno. A mi edad, me parece más siniestra la
promesa del cielo. ¿Cómo podría yo ser feliz en la otra vida contemplando las
desdichas de la gente que quiero sin poder ayudarles? No me imagino tormento
mayor.
Domingo, 22 de diciembre
LOS PEQUEÑOS DETALLES
En un nutrido montón de
libros a un euro, me sorprende Crónica del crimen, de Luis Jiménez de
Asúa. Publicado en 1929, lleva el sello de la librería Martínez, o sea que lo
compraron aquí cerca, en la misma librería, ahora con otro nombre, que
frecuentaba Clarín y frecuento yo.
Me siento en una cafetería y comienzo a leer de
inmediato. Ya las primeras líneas del prólogo retratan a un personaje ejemplar
en un tiempo sombrío: “Un hombre sin fortuna personal y sin vocación de
tránsfuga, si a mayor abundamiento es rebelde, no solo halla dificultades para
sobrevivir en medios de Dictadura, sino que su cargo oficial de Catedrático
está en continuo riesgo”. Tuvo que renunciar cuando “los agravios inferidos por
un sedicente gobierno” lo hicieron “incompatible con la dignidad”. Era en la
época del destierro de Unamuno, del que Asúa fue uno de los primeros
defensores. Tuvo entonces que ganarse la vida demostrando en la prensa que sus
doctos estudios de penalista resultaban válidos para comentar la realidad
cotidiana.
Comienzo
estas crónicas de sucesos por la titulada “Un crimen misterioso (La muerte de
Pablo Casado)”, que no habla del defenestrado dirigente de cierto partido
político, por supuesto, sino del hallazgo de un cadáver en un cajón facturado
desde Barcelona y que nadie pasó a recoger en la estación de Atocha. Lo habían
descuartizado y no habían incluido la cabeza.
Hoy
el misterio de ese crimen se puede aclarar con una consulta a Internet (incluso
se dramatiza en una serie televisiva). Más interesante resulta lo que escribe a
propósito de la supuesta homosexualidad de la víctima, sugerida por su
“atildamiento”. El catedrático no está de acuerdo: “Lejos de mí hacerme secuaz
de la aldeana creencia que recela de todo hombre pulcro, afeitado y cuidadoso
de su físico. Gregorio Marañón puso en guardia al reportero del Heraldo contra
esas suspicacias, relatando una anécdota acaecida en la cárcel, cuando ambos
estuvimos detenidos en julio de 1926. Unos ladrones profesionales que pasaban
por nuestra galería con rumbo a la oficina identificadora, al vernos de mañana
envueltos en batas de baño, o cubiertos con pijamas, nos tomaron por una
‘partida’ de invertidos, cuando estábamos allí, precisamente, por ser muy
hombres”.
Parece que las cárceles de aquella dictadura no eran como
la que conocí yo en la siguiente y que Asúa, pese a su mentalidad avanzada, creía
que el valor y la dignidad eran cualidades propias de varones heterosexuales.
De los viejos libros, lo que más me interesa son los
pequeños detalles que ayudan a reconstruir una época, ya tan distante, pero que
también fue la mía.
Lunes, 23 de diciembre
VIVIR CON MIEDO
El miedo a perder la
felicidad me impide ser feliz incluso cuando más feliz soy.
Martes, 24 de diciembre
ACERCA DE LA AMISTAD
¿Es posible la amistad entre
escritores? Parece que sí. Pero los escritores son amigos, como el resto de los
seres humanos, cuando sus intereses confluyen. Cuando resultan contrarios, la
amistad salta por los aires.
Alfonso García Morales escribe en la revista Mediodía
sobre la peculiar amistad que unió a dos escritores modernistas, y yo me doy
por aludido: “Las implicaciones profundas de la relación que unió a Darío y
Gómez Carrillo son muy difíciles de dilucidar, pero de lo que no hay duda es de
que fue una relación extraña, problemática, seguramente enfermiza, hoy diríamos
tóxica, menos basada en el compañerismo que en la dependencia y en la
rivalidad. Es cierto que Darío quiso por momentos romper con esa ‘amistad’,
pero también que no dejó de entrar continuamente en un juego del que solía
salir escaldado, pues era Carrillo, falto de escrúpulos y violento, quien
parece dominar la situación, complaciéndose en lanzar más que ‘chinitas’, como
él las llamaba, ataques malévolos y amenazas directas que terminaban por
amedrantar o desestabilizar al poeta”.
De mis relaciones literarias, la que de manera más triste
para mí ha acabado es la que tuve con Felipe Benítez Reyes, uno de los
escritores con más talento, en la prosa y en el verso, de su generación. Como
soy mayor que él, le conozco desde sus primeros escritos y le he ido siguiendo
a lo largo de los años. He reseñado casi todos sus libros y me temo que a
veces, según mi estilo, poniendo más énfasis en los reparos que en los elogios.
Los segundos pronto los dio por consabidos y los primeros fue tolerándolos cada
vez peor. Desde hace tiempo, en cualquier mínima referencia veía segundas y
malas intenciones. Yo nunca entraba al trapo y prodigaba disculpas. Él parecía
aceptarlas, pero en seguida cambiaba de opinión y volvía con sus reproches.
Acabó
prohibiéndome que mencionara siquiera su nombre y amenazándome, si lo hacía,
con que publicaría un escrito contra mí que nada tendría que ver con las
habituales polémicas literarias que divierten al personal. ¿Qué terribles
secretos sabría de mí? Me asusté tanto que decidí dejar de disculparme y echar
el cierre definitivo a esa relación. Se había convertido en una relación
tóxica, como fue, según Alfonso García Morales, la que existió entre Rubén
Darío y Gómez Carrillo.
Rubén, el gran Rubén, es naturalmente Benítez Reyes. ¿Pero soy yo Gómez Carrillo? No estoy tan seguro. Puede que me dedique de vez en cuando a lanzar “chinitas” contra quienes, si no siempre valen más que yo, siempre valen al menos tanto como yo (con los otros, no me meto), pero no tengo su capacidad de influencia en los medios literarios. No soy alguien al que convenga adular interesadamente. Carezco de cualquier poder, y no sé si lo lamento o solo finjo (con mi habitual hipocresía) que lo lamento.
Miércoles, 25 de diciembre
EL MEJOR REGALO
No me gustan los cuentos de
Navidad, demasiado sensibleros, pero me temo que me ha tocado vivir uno de
ellos. Ayer, inesperadamente, apareció por casa un amigo que se ha quedado sin
casa, que había estado bebiendo y que me pedía una manta para pasar esa noche
de Nochebuena en la calle. Se marchó sin despedirse, antes de que se me
ocurriera cómo ayudarle, y le vi desde la terraza perderse tambaleante entre
las sombras.
Mal
dormí tratando de pensar que no era asunto mío, que ya había hecho todo lo
posible en estos últimos años, que cada uno es dueño de su destino. Me llama
hoy, inesperadamente, una asistenta social: le habían recogido de la calle, en
el HUCA, no quería que avisaran a su
familia, había dado mi teléfono. “Ya está bien, ha pasado la crisis, pero el
médico necesita que venga alguien a recogerlo para darle el alta”.
Fui
hasta el inmenso hospital, en el que solo había estado antes para saludar a un
recién llegado al mundo, y el médico no acababa de llegar para firmar el alta.
Y yo me puse nervioso porque hoy teníamos la tertulia virtual y yo tenía que
iniciarla. No era capaz de hacerlo desde el teléfono. Decidí volver a casa y
regresar lo más rápido posible. Pero al buscar la salida desde el box 10 en que
estaba amigo tan impaciente como yo, me perdí en un laberinto de pasillos sin
nadie. Esa es una pesadilla que me persigue desde hace años y que por fin se
hacía realidad. Estuve dando vueltas cada vez más nervioso, hasta que encontré
a quien preguntar, durante una eternidad, aunque quizá solo fueron cinco
minutos
Regresé
poco después, recogí a mi amigo, que volvía a ser el de sus mejores días, no el
espectro de ayer. Luego le busqué un hotel para que pasara la noche, y pude por
fin participar –nada me tranquiliza más que la rutina-- en la tertulia de los
miércoles, que no se suspende ni siquiera por Navidad.
Un amigo es alguien con quien podemos contar en la salud
y en la enfermedad. No sé si yo soy un buen amigo (casi todos los escritores
que me conocen afirman lo contrario), pero hay quien me considera así. Y eso me
parece el mejor regalo de Navidad.
Jueves, 26 de diciembre
AÚN NO
Existe una edad, y no me
parece mala edad, en que con salud, con el poco dinero que uno necesita, sin
ambición ninguna, los únicos problemas que uno tiene son los de la gente que
quiere. Y qué alegría cuando puede solucionarlos y qué angustia cuando no se
nos ocurre cómo.
Pero
el tiempo, que ni vuelve ni tropieza, no se detiene ahí y pronto, quien no
tiene más problemas que los problemas de quien quiere se convierte en un
problema, y cada vez más engorroso, para los que le quieren.
Pues felices fiestas. Coméntale a tu amigo bebido (yo no me lo creo) lo peligroso que puede ser pasar una noche a la intemperie, te matan para robarte el móvil.
ResponderEliminarNo llames a las trabajadoras sociales "asistentas", aunque sea correcto, lo toman por "chachas" y se mosquean.
Salud.
Gracias por los consejos, Víctor. Y por tu fidelidad lectora.
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