Sábado, 28 de diciembre
RECUENTO
“Mi vida no sé en qué se ha
sostenido”, escribió Garcilaso. Yo si sé en qué se ha sostenido la mía y en qué
se sostiene la mía y cuando llegan estas fechas del fin de año me gusta pasar
recuento.
Hace más de cuarenta años que dejé de vivir en Avilés,
pero nunca he dejado de vivir en Avilés, vuelvo todos los sábados. Allí tengo
una de las vigas maestras que sostienen mi vida, Coral, cuatro años, la más
joven de la familia.
Ver
crecer a un niño, ayudarle a descubrir el mundo, es una de las experiencia más
fascinantes que existen. Hasta que nació Coral, el más joven era Alejandro, que
ya tiene veinte años, y que siempre fue el segundo más listo y ocurrente de la
familia (nunca digo quién es el primero, por diplomacia, aunque todos saben de
sobra en quién estoy pensando). Hoy está en Avilés y yo cumplo con la costumbre
de hacerle una foto junto a otra de cuando tenía dos años que está colgada en
el salón de la casa de Rivero.
Junto a la familia, los amigos. Casi todas las semanas,
como con lo que va quedando del grupo “Jueves Literario”, aquella tertulia de
los ochenta que publicaba una página en La Voz de Avilés y creó el
concurso Ana de Valle (el primero en ganarlo, recuerdo ahora, fue un
jovencísimo Felipe Benítez Reyes). Víctor Botas y yo participamos desde un
cierto distanciamiento irónico.
Ya
voy siendo el único superviviente de aquellos tiempos, pero raro es el sábado
en que comiendo con José Manuel Gómez Feito, con Deli, con María Eugenia no
salen a relucir, y a hacernos compañía en la sobremesa, José Manuel Feito,
Marian Suárez y Eugenio Bueno. Nunca se irán del todo.
A veces como solo y solo sigo haciéndolo en buena
compañía. Rivero, Galiana, el parque de Ferrera, el paseo de la ría, “soñadero
feliz de mi costumbre”, que diría Unamuno, agradecen mi fidelidad y siempre me
reciben con una sonrisa.
Domingo, 29 de diciembre
DÍAS DE CINE
Sigo haciendo recuento de las
cosas que sostienen mi vida. A las diez suele terminar mi jornada laboral
(nunca escribo más de una hora al día) y los domingos toca paseo por el Fontán.
Antes siempre encontraba un libro raro o curioso que hojear mientras tomaba un
café. Ahora, con la casa más que llena, compro menos libros, pero curioseo, me
fijo en la gente, hago alguna foto. Ya necesito menos libros, hasta creo que
podría pasarme algún día sin leer ninguno (nunca ha ocurrido, pero podría
ocurrir); ahora estoy más atento a la naturaleza (hago colección de árboles y
de sendas) y a la gente.
Por la tarde, que no me quiten mi hora de lectura en el
McDonald’s de Los Prados, y luego el cine. He leído más libros allí que en
ninguna biblioteca. Y en ninguna cafetería me tratan mejor. En cuanto me ven
acercarme, se ponen a preparar mi café y cuando termino de pagar ya lo tengo
listo, sin esperar cola. Hay empleados que llevan años, pero otros van
cambiando. No deja de ser un milagro que los nuevos aprendan en seguida a
reconocerme y a tratarme como parte de la familia.
Hace años que me aburre ver películas en el televisor
(duran demasiado y en seguida acabo traicionándolas con un libro), así que mi
ración de cine se reduce, como cuando era niño, a la sesión dominical en Los
Prados. Hoy le ha tocado el turno a Parthenope, de Paolo Sorrentino, que
esperaba con ilusión, menos por el director que porque trataba de Nápoles, una
de esas ciudades, como Nueva York, de las que uno se enamora antes de
conocerlas.
¡Qué desilusión! ¡Qué pretencioso bodrio! La mitad de la
película es un anuncio de perfumes con chica guapa (y algún chico guapo)
haciendo posturitas ante paisajes de tarjeta postal. La otra mitad, fellinianos
esperpentos. La estampa del encuentro erótico entre el cardenal que custodia el
tesoro de San Genaro y la joven tesinanda (porque la guapa protagonista acabará
de catedrática universitaria) parece digna de Aretino y tendría cierta gracia
como un corto independiente. En la película es un pegote, como el de la
consumación de la boda entre los herederos de dos familias de la camorra ante
un selecto grupo de invitados.
Un horror, ya digo, pero yo me entretengo, no tanto
imaginando un guion que deje constancia de la magia de Nápoles (¿una adaptación
de las novelas de Elena Ferrante?), sino tratando de arreglar, por encargo del
productor ejecutivo, este descosido disparate que le ha presentado Paolo
Sorrentino, que se cree un genio y es solo una especie de Almodóvar, en el peor
sentido de la palabra.
Lunes, 30 de diciembre
COMIDA FAMILIAR
Son días de comidas
familiares y hoy, imprevista e improvisamente, como con Martín y Yara y mi otra
familia. No me he casado, no he tenido hijos, debería ser un triste solitario
que se lamenta de la decadencia de la lectura, de las redes sociales y que se
aterra ante la llegada de la Inteligencia Artificial. Pero, nacido en la
escasez, soy un hombre de recursos y me he las he apañado para tener hijos y
nietos al margen del registro civil, con la sola ley del corazón.
Hijos que acaban hartos de mí –soy un padre
sobreprotector y algo controlador--y que no me dejan mimar a los nietos, pero
eso ocurre en las mejores familias.
He admirado en mis brazos a un recién nacido, lo he
acompañado en su primer día de escuela, lo he visto entrar en la Universidad,
he llorado (sin que nadie me viera) en su boda… Me las he arreglado para tener
una familia –también con quien da un disgusto tras otro-- y eso, amigo
Garcilaso, sostiene cualquier vida.
Martes, 31 de diciembre
UNA ORACIÓN
Mientras paseo por el Campo
de San Francisco, iluminado y bullicioso, dejándome contagiar por la alegría de
los otros, a la memoria me viene, como si alguien me la susurrara, una especie
de oración que voy dictando al teléfono:
“Para
el año que empieza / yo nada pediría / que no me hubiera dado / el año que
termina. / Guarda, Dios, para otros / tu bondad infinita, / arregla un poco el
mundo, / que bien lo necesita. / A mí me basta el libro / nuevo de cada día, /
un vaso de agua clara, / alguna compañía, / el café bien cargado / y caminar
sin prisa / por calles bulliciosas / o por sendas perdidas / pensando en esas
cosas / que a nadie le diría / (pero les digo a todos, / añadiéndoles rima). /
Dame otro año igual, / déjame con mi vida, / atiende, atiende a los que / a
gritos solicitan / un poco de tu amor / mientras tú ni los miras”.
Miércoles, 1 de enero
LA VIDA QUE LLEVO
Como regalo de fin de año, me
llegan los ejemplares de mi edición de los Poemas arábigoandaluces, de
Emilio García Gómez, y las primeras pruebas de mi caleidoscopio personal sobre
Aldeanueva del Camino, el pueblo en el que nací, con el que no siempre me he
llevado bien y con el que ahora me he reconciliado.
No
me puedo quejar. Para mí el éxito literario es eso: que en el mismo día te
llegue un libro recién publicado y la pruebas de otro mientras ya estés
trabajando en el siguiente. Y luego, por la tarde, reunirse con amigos
dispersos por el mundo que ni siquiera quieren descansar de la tertulia en este
día de fiesta. Para mí, no hay mejor fiesta que jugar a desarmar el complejo
reloj de un poema y volver a armarlo y que siga dando la hora o volver del
revés una idea tópica. Lo malo es que a menudo me dejo llevar por la vehemencia
sin demasiada atención a las reglas de cortesía y algunos se sienten
aplastados.
Qué
paciencia la de mi buen amigo José Cereijo (que es de los que prefieren
equivocarse con las reglas de la gramática que acertar con vilipendio de ella)
ante mis intuitivas estocadas casi siempre certeras.
La
tertulia de los miércoles y los viernes, las llamadas de Abelardo con vocación
de Podcast (siempre le digo que me mande un audio de WhatsApp si no quiere que
interrumpa su eruditas disertaciones), los libros que he de comentar en público,
donde nunca miento, o en privado, donde lo hago a menudo… La verdad es que la
vida que llevo se parece bastante a la que siempre he querido llevar.
Jueves, 2 de enero
PROBLEMAS SIN
SOLUCIÓN
Demasiado bonito todo para
que pudiera durar. Entre los familiares sobrevenidos, no podía faltar el
desvalido y problemático. Se ha vuelto a quedar sin casa, ha tenido otra
crisis, ha pasado por urgencias, le han dado una pastilla y le han mandado a la
calle. En ella piensa dormir, dice que conoce un buen sitio, me pide una manta
para resguardarse del frío. Se niega a quedarse en la habitación que le
ofrezco, pero me despierta a las cinco de mañana empapado de lluvia. Y yo hago
lo que puedo por ayudar, que no es poco, aunque sirva para poco.
Hermosa tu oración de fin de año, José Luis. Gracias.
ResponderEliminarVaya por la mano de dios, José Luis... ¿Tan mala es Parthenope? Después de la celebrada, y algo aparatosa, La gran belleza, creí que Sorrentino había levantado cabeza volviendo al intimismo de sus comienzos con la espléndida La juventud y el retrato a su modo también intimista de Berlusconi... Por una vez te haré caso, espero entonces que la echen en Filmin y no acabar traicionándola con un libro de García Martín... Feliz 2025 a todo el mundo.
ResponderEliminarManuel Vilas la pone por las nubes en el Babelia de hoy: "Un himno descomunal a Nápoles". Yo también esperaré a Filmin; "La grande belleza" me pareció un bluf pretencioso.
EliminarSi el sabio no aplaude, malo;
ResponderEliminarsi Manuel Vilas aplaude,
qué horror.
En Parthenope todo suena a falso, salvo alguna cosa, como diría M. Rajoy. Pero qué bonito final en la vía Partenope, con Stefania Sandrelli en la puerta del hotel Excelsior y con la cercana Fontana del Gigante en segundo plano.
ResponderEliminarEse final es lo más hermoso de la película. Ahí se alojó Ruano (y tanta gente ilustre); yo, en uno de los hoteles que le siguen en el Lungomare, con el Castell dell'Ovo enfrente, la maravillosa bahía y la silueta de la isla de Capri.
ResponderEliminarUn placer leerte como siempre. Respecto a lo que comentas de que estás deseando ver una película que haga justicia a Nápoles, te recomiendo la serie de MAX "La amiga estupenda", que es una fiel recreación de los libros de Elena Ferrante y a mi parecer es fantástica
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