sábado, 4 de enero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Estos son mis poderes

 

Sábado, 28 de diciembre
RECUENTO
 

“Mi vida no sé en qué se ha sostenido”, escribió Garcilaso. Yo si sé en qué se ha sostenido la mía y en qué se sostiene la mía y cuando llegan estas fechas del fin de año me gusta pasar recuento.

            Hace más de cuarenta años que dejé de vivir en Avilés, pero nunca he dejado de vivir en Avilés, vuelvo todos los sábados. Allí tengo una de las vigas maestras que sostienen mi vida, Coral, cuatro años, la más joven de la familia.

Ver crecer a un niño, ayudarle a descubrir el mundo, es una de las experiencia más fascinantes que existen. Hasta que nació Coral, el más joven era Alejandro, que ya tiene veinte años, y que siempre fue el segundo más listo y ocurrente de la familia (nunca digo quién es el primero, por diplomacia, aunque todos saben de sobra en quién estoy pensando). Hoy está en Avilés y yo cumplo con la costumbre de hacerle una foto junto a otra de cuando tenía dos años que está colgada en el salón de la casa de Rivero.

            Junto a la familia, los amigos. Casi todas las semanas, como con lo que va quedando del grupo “Jueves Literario”, aquella tertulia de los ochenta que publicaba una página en La Voz de Avilés y creó el concurso Ana de Valle (el primero en ganarlo, recuerdo ahora, fue un jovencísimo Felipe Benítez Reyes). Víctor Botas y yo participamos desde un cierto distanciamiento irónico.

Ya voy siendo el único superviviente de aquellos tiempos, pero raro es el sábado en que comiendo con José Manuel Gómez Feito, con Deli, con María Eugenia no salen a relucir, y a hacernos compañía en la sobremesa, José Manuel Feito, Marian Suárez y Eugenio Bueno. Nunca se irán del todo.

            A veces como solo y solo sigo haciéndolo en buena compañía. Rivero, Galiana, el parque de Ferrera, el paseo de la ría, “soñadero feliz de mi costumbre”, que diría Unamuno, agradecen mi fidelidad y siempre me reciben con una sonrisa.

Domingo, 29 de diciembre
DÍAS DE CINE

Sigo haciendo recuento de las cosas que sostienen mi vida. A las diez suele terminar mi jornada laboral (nunca escribo más de una hora al día) y los domingos toca paseo por el Fontán. Antes siempre encontraba un libro raro o curioso que hojear mientras tomaba un café. Ahora, con la casa más que llena, compro menos libros, pero curioseo, me fijo en la gente, hago alguna foto. Ya necesito menos libros, hasta creo que podría pasarme algún día sin leer ninguno (nunca ha ocurrido, pero podría ocurrir); ahora estoy más atento a la naturaleza (hago colección de árboles y de sendas) y a la gente.

            Por la tarde, que no me quiten mi hora de lectura en el McDonald’s de Los Prados, y luego el cine. He leído más libros allí que en ninguna biblioteca. Y en ninguna cafetería me tratan mejor. En cuanto me ven acercarme, se ponen a preparar mi café y cuando termino de pagar ya lo tengo listo, sin esperar cola. Hay empleados que llevan años, pero otros van cambiando. No deja de ser un milagro que los nuevos aprendan en seguida a reconocerme y a tratarme como parte de la familia.

            Hace años que me aburre ver películas en el televisor (duran demasiado y en seguida acabo traicionándolas con un libro), así que mi ración de cine se reduce, como cuando era niño, a la sesión dominical en Los Prados. Hoy le ha tocado el turno a Parthenope, de Paolo Sorrentino, que esperaba con ilusión, menos por el director que porque trataba de Nápoles, una de esas ciudades, como Nueva York, de las que uno se enamora antes de conocerlas.

            ¡Qué desilusión! ¡Qué pretencioso bodrio! La mitad de la película es un anuncio de perfumes con chica guapa (y algún chico guapo) haciendo posturitas ante paisajes de tarjeta postal. La otra mitad, fellinianos esperpentos. La estampa del encuentro erótico entre el cardenal que custodia el tesoro de San Genaro y la joven tesinanda (porque la guapa protagonista acabará de catedrática universitaria) parece digna de Aretino y tendría cierta gracia como un corto independiente. En la película es un pegote, como el de la consumación de la boda entre los herederos de dos familias de la camorra ante un selecto grupo de invitados.

            Un horror, ya digo, pero yo me entretengo, no tanto imaginando un guion que deje constancia de la magia de Nápoles (¿una adaptación de las novelas de Elena Ferrante?), sino tratando de arreglar, por encargo del productor ejecutivo, este descosido disparate que le ha presentado Paolo Sorrentino, que se cree un genio y es solo una especie de Almodóvar, en el peor sentido de la palabra. 

Lunes, 30 de diciembre
COMIDA FAMILIAR

Son días de comidas familiares y hoy, imprevista e improvisamente, como con Martín y Yara y mi otra familia. No me he casado, no he tenido hijos, debería ser un triste solitario que se lamenta de la decadencia de la lectura, de las redes sociales y que se aterra ante la llegada de la Inteligencia Artificial. Pero, nacido en la escasez, soy un hombre de recursos y me he las he apañado para tener hijos y nietos al margen del registro civil, con la sola ley del corazón.

            Hijos que acaban hartos de mí –soy un padre sobreprotector y algo controlador--y que no me dejan mimar a los nietos, pero eso ocurre en las mejores familias.

            He admirado en mis brazos a un recién nacido, lo he acompañado en su primer día de escuela, lo he visto entrar en la Universidad, he llorado (sin que nadie me viera) en su boda… Me las he arreglado para tener una familia –también con quien da un disgusto tras otro-- y eso, amigo Garcilaso, sostiene cualquier vida.

Martes, 31 de diciembre
UNA ORACIÓN

Mientras paseo por el Campo de San Francisco, iluminado y bullicioso, dejándome contagiar por la alegría de los otros, a la memoria me viene, como si alguien me la susurrara, una especie de oración que voy dictando al teléfono:

“Para el año que empieza / yo nada pediría / que no me hubiera dado / el año que termina. / Guarda, Dios, para otros / tu bondad infinita, / arregla un poco el mundo, / que bien lo necesita. / A mí me basta el libro / nuevo de cada día, / un vaso de agua clara, / alguna compañía, / el café bien cargado / y caminar sin prisa / por calles bulliciosas / o por sendas perdidas / pensando en esas cosas / que a nadie le diría / (pero les digo a todos, / añadiéndoles rima). / Dame otro año igual, / déjame con mi vida, / atiende, atiende a los que / a gritos solicitan / un poco de tu amor / mientras tú ni los miras”.

Miércoles, 1 de enero
LA VIDA QUE LLEVO
 

Como regalo de fin de año, me llegan los ejemplares de mi edición de los Poemas arábigoandaluces, de Emilio García Gómez, y las primeras pruebas de mi caleidoscopio personal sobre Aldeanueva del Camino, el pueblo en el que nací, con el que no siempre me he llevado bien y con el que ahora me he reconciliado.

No me puedo quejar. Para mí el éxito literario es eso: que en el mismo día te llegue un libro recién publicado y la pruebas de otro mientras ya estés trabajando en el siguiente. Y luego, por la tarde, reunirse con amigos dispersos por el mundo que ni siquiera quieren descansar de la tertulia en este día de fiesta. Para mí, no hay mejor fiesta que jugar a desarmar el complejo reloj de un poema y volver a armarlo y que siga dando la hora o volver del revés una idea tópica. Lo malo es que a menudo me dejo llevar por la vehemencia sin demasiada atención a las reglas de cortesía y algunos se sienten aplastados.

Qué paciencia la de mi buen amigo José Cereijo (que es de los que prefieren equivocarse con las reglas de la gramática que acertar con vilipendio de ella) ante mis intuitivas estocadas casi siempre certeras.

La tertulia de los miércoles y los viernes, las llamadas de Abelardo con vocación de Podcast (siempre le digo que me mande un audio de WhatsApp si no quiere que interrumpa su eruditas disertaciones), los libros que he de comentar en público, donde nunca miento, o en privado, donde lo hago a menudo… La verdad es que la vida que llevo se parece bastante a la que siempre he querido llevar.

Jueves, 2 de enero
PROBLEMAS SIN SOLUCIÓN

Demasiado bonito todo para que pudiera durar. Entre los familiares sobrevenidos, no podía faltar el desvalido y problemático. Se ha vuelto a quedar sin casa, ha tenido otra crisis, ha pasado por urgencias, le han dado una pastilla y le han mandado a la calle. En ella piensa dormir, dice que conoce un buen sitio, me pide una manta para resguardarse del frío. Se niega a quedarse en la habitación que le ofrezco, pero me despierta a las cinco de mañana empapado de lluvia. Y yo hago lo que puedo por ayudar, que no es poco, aunque sirva para poco.



 

 

 

7 comentarios:

  1. Hermosa tu oración de fin de año, José Luis. Gracias.

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  2. Vaya por la mano de dios, José Luis... ¿Tan mala es Parthenope? Después de la celebrada, y algo aparatosa, La gran belleza, creí que Sorrentino había levantado cabeza volviendo al intimismo de sus comienzos con la espléndida La juventud y el retrato a su modo también intimista de Berlusconi... Por una vez te haré caso, espero entonces que la echen en Filmin y no acabar traicionándola con un libro de García Martín... Feliz 2025 a todo el mundo.


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    1. Manuel Vilas la pone por las nubes en el Babelia de hoy: "Un himno descomunal a Nápoles". Yo también esperaré a Filmin; "La grande belleza" me pareció un bluf pretencioso.

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  3. Si el sabio no aplaude, malo;
    si Manuel Vilas aplaude,
    qué horror.

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  4. En Parthenope todo suena a falso, salvo alguna cosa, como diría M. Rajoy. Pero qué bonito final en la vía Partenope, con Stefania Sandrelli en la puerta del hotel Excelsior y con la cercana Fontana del Gigante en segundo plano.

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  5. Ese final es lo más hermoso de la película. Ahí se alojó Ruano (y tanta gente ilustre); yo, en uno de los hoteles que le siguen en el Lungomare, con el Castell dell'Ovo enfrente, la maravillosa bahía y la silueta de la isla de Capri.

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  6. Un placer leerte como siempre. Respecto a lo que comentas de que estás deseando ver una película que haga justicia a Nápoles, te recomiendo la serie de MAX "La amiga estupenda", que es una fiel recreación de los libros de Elena Ferrante y a mi parecer es fantástica

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