sábado, 11 de enero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Vaya aventura

 

 

Sábado, 4 de enero
A RESGUARDO

Nada más natural y repetido que la muerte y nada debería sorprendernos menos cuando se trata de personas de cierta edad. Pero siempre la recibimos con el mismo asombro. En el fondo, y contra toda evidencia, tenemos una ciega creencia en la inmortalidad.

Hoy me entero de la muerte de José Luis Mediavilla, el perfecto interlocutor. No había día en que no me lo encontrara por la calle en que no me parara para charlar un rato. Algunas veces aparecía por la mesa redonda de Las Salesas con unos folios que quería que yo leyera. Había tratado, más que como psiquiatra como mentor, a buena parte de los poetas asturianos, empezando por Víctor Botas. Le fascinaba la relación entre genio y locura y tenía ideas propias al respecto que desarrollaba en estudios técnicos y en otros más ensayísticos. Yo se las rebatía a menudo, según costumbre. Lo que hay de valor en la poesía de Leopoldo María Panero, poco o mucho, no se debe a sus problemas psiquiátricos, sino todo lo contrario, aunque haber pasado por ellos, y haberlos superado, puede enriquecer el arte de ciertos creadores.

Parecía siempre más joven de lo que era. Tenía trece años más que yo. Si vivo lo que él, aún queda tiempo. La muerte de los que nos preceden en el escalafón es un aviso de la muerte propia, en la que preferimos no pensar. O al menos yo prefiero no pensar. 

Morir es una lata, ya se sabe. Pero muerto no se está tan mal. No se está, simplemente, que es la mejor manera de ponerse a resguardo del dolor y la muerte. 

Domingo, 5 de enero
VERGÜENZA AJENA

Me repito, ya lo sé. ¿Cuántas veces habré escrito aquello de que los periódicos viejos son la mejor manera de viajar en el tiempo? Hoy me encuentro, no con periódicos viejos, sino con el libro del diario ABC dedicado a 1994.

Tiene el acierto de no centrarse en las noticias (eran los tiempos del “váyase, señor González”), sino en las colaboraciones literarias, que en el ABC han abundado siempre más que en cualquier otro diario. El colaborador estrella es –horror de los horrores-- Camilo José Cela, ya por entonces menos un escritor que un infatuado fantoche con Nobel, utilizado por la derecha como destacado ariete en su lucha contra el “felipismo”.

 Aquí está su “Pavana para un doncel tontuelo”, respuesta a un artículo de Antonio Muñoz Molina. Pocas líneas retratan tan bien a quien las escribió, pocas producen tanta vergüenza ajena, a no ser otras escritas también por Cela e incluidas igualmente en esta selección: “El premio Planeta”, articulo dedicado a vanagloriarse de haberlo conseguido.

“Es esta la primera vez que me presentaba a un premio comercial y la verdad es que el éxito no ha podido ser más redondo, puesto que me lo llevé de calle”, escribe sin ruborizarse. Lo que no indica es que para presentarse tuvieron que garantizarle que se lo iban a conceder y por una novela que todavía ni siquiera estaba escrita. O al menos no por él. No sé yo en qué acabaría judicialmente aquella acusación de plagio, pero lo que parece cierto es que le pasaron el original de una novela cualquiera que había sido presentada al premio y que casualmente se ambientaba en Galicia y él se limitó a añadirle las galanuras de su estilo. Él, o según algunos, Mariano Tudela o algún otro de los secretarios que de vez en cuando le echaban una mano en algo más que las labores de documentación.

“En mi vida profesional, y quizá también en la otra, la corriente y moliente, la verdad es que yo hice casi siempre lo que quise”, escribe orgulloso. Hizo siempre lo que quiso y los españolitos de toda clase y condición siempre le jalearon y aplaudieron. A mí, no sé por qué, me recuerda al rey Juan Carlos, otro que se puso al mundo por montera, en la vida pública y en la privada, con la constitución como tapavergüenzas, y a quien todavía queda quien le siga aplaudiendo.

            Con ambición y sin escrúpulos y con algún talento (o una buena herencia, nada menos que todo un reino) se llega muy lejos. Pero no se llegaría sin la colaboración de mucha gente que se tiene por honorable. Aún más vergüenza ajena que las autoloas de Cela por obtener ese Planeta que tantos dolores de cabeza acabaría trayéndole, provoca la “tercera” que le dedica Gimferrer. Se titula “Camilo José Cela, hoy” y glosa los méritos de La cruz de San Andrés, una nueva obra maestra de un escritor siempre joven. La prostitución del talento, la crítica literaria convertida en la voz de su amo, no es ninguna rareza, abunda tanto hoy como hace treinta años. Lo que no sé si alguien se atrevería a escribir hoy es una afirmación tan clasista como que hay un realismo bueno, “el que emplea lo mimético como forma de diálogo con el pasado cultural” y otro malo, “el que es un puro y simple retorno naif a la narrativa tradicional”, practicado por escritores procedentes “de capas sociales de más reciente acceso a la cultura”.

“La educación de un caballero comienza cien años antes de su nacimiento”, afirma un dicho inglés. Gimferrer parece pensar lo mismo respecto de los escritores: “Si tus padres no han ido a la universidad, nunca podrás escribir nada que valga la pena”.

Lunes, 6 de enero
MIENTRAS ESPERO

Mientras espero a unos amigos, me entretengo en reescribir un libro que he traído conmigo. Es de aforismos y como está maquetado a uno por página deja suficiente espacio en blanco para la reescritura.

            “En la mejor poesía habla una lengua ciega que hace ver”, escribe el autor. Y yo: “En la mejor poesía la luz es tanta que a veces nos ciega”.

            El original suele ser de imaginería muy rebuscada: “Al mar que se acerca algo a la tierra le salen pies, que se quieren ir del mar y que el propio mar cercena”. Parece que se refiere a las olas que avanzan en la playa y luego se retiran. Yo me salgo por la tangente: “Al mar le gustaría veranear en la montaña”.

            Cuando llegan mis amigos, José Luis Piquero y Bárbara Grande Gil, ya me ha dado tiempo a reescribir todos los aforismos (no es gran hazaña para un cuarto de hora, solo son cincuenta y cinco). Les leo algunos. “Aprender ante la desnudez a quedar sin argumentos” se convierte en “La desnudez gana mucho cuando la conociste con ropa”.

            ---Estoy muy de acuerdo, dice Piquero.

            ---Deberías enviarle el libro anotado al autor. Seguro que le gustaría mucho, dice Bárbara.

            ---Ni se te ocurra. Tú no conoces a Oliván, Bárbara, seguro que lo tomaría por la tremenda. ¡La que le armó a Martín cuando dijo en una reseña que era un poeta formal!

Martes, 7 de enero
DIONISIA

Dionisia García, que me llamó hace unos días para felicitarme las fiestas, me hace llegar su último libro, Ecos, un diario de 1999. Lo abro al azar y me encuentro con esta anotación: “Descuidar mis afectos, no. Es lo mejor que tengo”.

Solo la vi dos veces, hace años, una cuando fui a leer poemas a Murcia  y otra aquí en Oviedo, en un viaje familiar. Parco en los elogios, no me he ocupado especialmente de sus libros, que me ha ido enviando con puntualidad. Y sin embargo me aprecia y nunca se olvida de llamarme en fechas señaladas. Cumple años (si vivieran Valente y Gil de Biedma tendrían los mismos que ella tiene), pero no descuida ni un instante sus afectos, algunos tan inmerecidos como el que a mí me tiene.

Hablo con Dionisia y pienso que, por muy mal que vayan las cosas en el mundo, nunca estará del todo perdido mientras existan personas como ella.            

Miércoles, 8 de enero
NUEVAS EXPERIENCIAS

Llego tarde a todo, pero voy llegando, que es lo importante. Hasta ahora, siempre que viajaba en autobús con un bebé en su carrito me acompañaban el padre o la madre. Hoy por primera vez he tenido que ocuparme solo. Soy tan torpe que tuvieron que ayudarme a subirlo. Bajar fue más fácil. En una de las curvas en que temí irme para un lado, yo dije “¡Vaya aventura!” y Sofia, que pronto cumplirá tres años, se pasó todo el trayecto repitiendo entre sonrisas: “¡Vaya aventura!”

            Me ocupé de ella durante casi tres horas (acaba de llegar a Asturias y no encuentra plaza en la guardería), hasta que su madre salió del trabajo. Creo que no lo hice del todo mal. Un trabajo agotador, pero reconfortante. Yo no soy solo un abuelo honoris causa, ahora me siento un abuelo de verdad.

            Yo, que era el príncipe que todo lo aprendió en los libros, al final va a resultar que ninguna experiencia humana me va a resultar ajena.

            Incluso estoy pensando en casarme. No puede ser tan malo el matrimonio cuando todos mis amigos se han casado, la mayoría dos veces y algunos hasta tres o cuatro. Y además ahora todo son facilidades a la hora de elegir el género.

           

 

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