Viernes, 6 de diciembre
CANTO Y CUENTO
Canta Amancio Prada en La
Laboral, esa fascinante ciudadela que nunca se acaba de descubrir y que por fin
parece haber superado su franquista pecado original. Canta y cuenta. Vestido de
negro, solo en el escenario ante la inmensa sala, parece estar susurrando
historias para un puñado de amigos reunidos en torno a una hoguera, una noche
de invierno, o en la terraza de cualquier bar con unas cervezas o unos vasos de
vino. De vez en cuando, entre historias campesinas de su infancia o andanzas
por el París del 68, una canción, y siempre enmarcada en precisas palabras. De
pronto, en mitad de la actuación, lo más inesperado para mí: “Ahora voy a
cantar unos versos de un poeta de Aldeanueva del Camino”.
Últimamente
pienso mucho en mi pueblo porque estoy preparando un libro que lleva ese
título, Aldeanueva del Camino, y en el que reúno una parte de lo mucho
que he escrito sobre él y que, en gran medida, ni siquiera haberlo
escrito. Por eso me sorprende y a la vez
no me sorprende escuchar su nombre, como una continuación de mis pensamientos,
donde menos lo esperaba. Continúa Amancio: “Pronto se vino a vivir a Avilés
este poeta asturiano. Él dice que estas coplas que voy a cantar, en las que no
falta algún toque irónico, son anónimas. A eso aspiramos todos, a escribir
versos anónimos, a cantar canciones que son de todos y de nadie, como dice una
de estas coplas, y que siguen resonando cuando ya no se recuerden nuestros
nombres”.
Había olvidado esas coplas que él canta con una melodía
que se parece mucho a la que yo les habría puesto sí supiera componer. Para mí
son ya verdaderamente anónimas, y una de ellas (me moriría de vergüenza si
alguien me viera) me llena los ojos de lágrimas: “Oyó a su madre cantar / allá
en el fondo del sueño / y no quiso despertar”. Otra, la última, me parece una
prodigiosa nadería que parece venir del fondo de los siglos y que quizá ya se
la escuchó cantar Garcilaso a un campesino cuando paseaba por las orillas del
Ambroz, allá en Abadía, huésped del duque de Alba: “Las cosas que más importan
/ son de todos y de nadie, / la luz del amanecer y esa estrellita en la tarde”.
Domingo, 8 de diciembre
PERO FUNCIONA
¿Cómo pudieron imaginarse los
productores a los que se presentó el proyecto que este cóctel tan disparatado
iba a funcionar? El jefe de un cartel mexicano de la droga, casado felizmente y
con dos hijos, se siente mujer y contrata a una abogada para le ayude a llevar
discretamente los trámites los trámites del cambio de sexo.
La
película es un musical: todo el mundo, cuando menos se espera, comienza a
cantar, hasta los médicos cuando están operando. Y no es una comedia. Y tiene
mucho de documental que denuncia el drama de los desaparecidos en el
enfrentamiento entre los distintos clanes del narcotráfico, ante la
indiferencia, o con la colaboración, de la policía.
Y sin embargo Emilia Pérez, la película de Jacques
Audiard, funciona. Tiene la lógica de los cuentos tradicionales: el ogro
Manitas se convierte, por arte de birlibirloque, en la hermosa y poderosa
Emilia que trata de remediar el daño que aquel ha provocado, sin renunciar por
eso al dinero que aquellas malas artes le han proporcionado.
No dejo de notar las inverisimilitudes, pero no me
molestan, al contrario que en el infatuado Almodóvar. ¿Cómo es posible que ese
padre amantísimo, para proteger mejor su cambio de identidad, deje de ver durante
cuatro años a sus hijos? “No analices, muchacho, no analices”, me digo con
Bartrina. Mejor dejarse llevar por la emoción durante el entierro de Emilia
Pérez, una impactante Karla Sofía Gascón.
Lunes, 9 de diciembre
GRACIAS, GRACIAS
Hojeo las novedades
literarias, como casi cada mañana, en la librería Cervantes, y el azar, que me
quiere bien, me pone la sonrisa en los labios. Abro El arpa y el viento,
de José Luis Rey, un poeta cordobés muy valorado por Pere Gimferrer, a quien
dedicó su tesis doctoral, y lo primero que leo es el relato de un viaje a
Oviedo. Vino invitado a no sé qué encuentro literario y comienza agradeciéndoselo
a sus anfitriones, “poetas que viven al margen de García Martín”. Vaya elogio
involuntario. Es como cuando en México se indicaba que un escritor era poco
conocido porque “vivía al margen de Octavio Paz”. El bueno de José Luis Rey,
fiándose de sus amigos asturianos, me da una importancia que yo no diría que no
merezco, pero de la que sin duda carezco.
Y al lado del libro de Rey está el voluminoso tomo 7 de
la Historia de la literatura española, que coordinan Jordi Gracia y
Domingo Ródenas y que acaba de ser reeditado. ¿Habrán suprimido la paginita que
me dedicaban y que me hizo tanta gracia? No, ahí sigue y se me continúa calificando
de chismoso, intrigante, maledicente, impúdico, delator, y cito solo algunas de
las flores que me dedican. Mucho deben valorar como escritor a esa prenda para
creerte obligado a incluirla en una historia de la literatura española. Ni
Quevedo era tan mala persona.
Benditos detractores los míos, que aún no han aprendido
que la mejor venganza contra un autor detestado es silenciar su nombre, como
hicieron en El Cultural cuando los dejé. Los romanos sabían bien que la damnatio
memoriae es el más cruel de los castigos.
Gracias, Rey; gracias, Gracia; gracias, Ródenas. Me habéis alegrado el día.
Miércoles, 11 de diciembre
REMIENDOS POÉTICOS
Comentamos en la tertulia un
soneto de Francisco Brines, el único que publicó, que sigue el esquema
tradicional, pero en el que rima singular con plural: losa, hermosa, rosas,
cosas. El texto es el de la primera edición de Ensayo de una despedida, de
1974, un libro que yo comenté en el primer número de Jugar con fuego.
José Cereijo, siempre tan atento al detalle, nos dice que en la versión que
aparece en Internet no hay ninguna irregularidad en la rima. Busco la edición
de 1997 y compruebo que el poema ha sido retocado, y no precisamente para
mejor. El verso inicial, “¿Quién yace aquí, debajo de esta losa?”, se convierte
en “¿Quién yace aquí debajo de estas losas?”. Y el que concluye el cuarteto, “la
humana luz, ni su pasión hermosa”; en “la humana luz ni su pasión, hermosas”
Harto,
sin duda, de que sus amigos le tomaran el pelo (“Hombre, Paco, para un soneto
que escribiste ni siquiera fuiste capas de utilizar adecuadamente la rima”, le
diría más de una vez Bousoño), decidió enmendar los desperfecto
Pero vaya remiendo
más ripioso. El muerto yace debajo de una losa, no de unas losas (salvo que sea
el cadáver de un asesinado oculto bajo las losas de un patio). Y luego ese
“hermosas” puesto como un piropo al final del verso.
Habría sido mejor tachar el soneto, que vale poco y que
disuena en el conjunto de su poesía.
Estas
inseguridades y torpezas me hacen más simpático a Brines, un poeta al que
admiré mucho, pero del que luego me distancié –pero no de su obra-- por motivos
personale
Jueves, 12 de diciembre
MI FRACASO MAYOR
Al psicoanalista le cuenta
uno cosas que no se contaría ni a sí mismo. Me tiendo en el diván y no necesita
decirme nada para que yo comience con la confesión.
---He cortado amarras, he hecho lo que tenía que hacer.
Es imposible salvar a quien no quiere ser salvado. Debería haberlo hecho mucho
antes. tengo la conciencia tranquila. ¿Por qué, entonces, me siento tan mal?
Porque en este asunto, aparte de la piedad peligrosa, de la que hablaba Stefan
Zweig, estaba en juego mi vanidad. ¿Cómo yo, tan inteligente, tan perseverante,
no voy a ser capaz de enderezar esta vida, de salvarla del abismo? Dediqué a
ello tiempo y dinero durante años, pero Doctor Jeckyll y mister Hyde no
es un relato fantástico, sino literatura hiperrealista. Aunque sientas amistad
y compasión por el bueno de Jeckill, tienes que romper con él si no quieres que
el agresivo e insultante Hyde te lleve por delante. Sus víctimas preferidas son
quiénes le muestran algún aprecio. He hecho lo que tenía que hacer y he
retirado la mano y le dejo deslizarse hacia el abismo tan temido, tan querido
por él, o solo por una parte de él que es la que manda. He hecho lo que
cualquiera habría hecho hace bastante tiempo. Pero me siento mal y lo que peor
me hace sentir es darme cuenta es de que si ayudé tanto o más de lo que nadie
haría no fue quizá por bondad, sino por vanidad. ¿Cómo voy a fracasar yo, que soy
tan listo, en resolver este problema? Me hace sentir a disgusto conmigo mismo
que esa sensación de fracaso sea para mí tan penosa como ver al amigo, ciego
por voluntad y por destino, adentrarse en el infierno.
---Nadie es tan buena persona ni tan listo como se cree.
---Y yo menos que nadie.
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