Sábado, 14 de diciembre
PARA MATAR EL TIEMPO
Tras la presentación del
libro de José Manuel Feito Para tus claros árboles, en la iglesia
parroquial de Miranda, me quedo a escuchar, qué remedio, a los coros que cantan
villancicos. Me entretengo conversando conmigo mismo.
---¿Crees en Dios?
---Del mismo modo que en los extraterrestres. Son
fantasías muy extendidas en la cultura popular.
---¿No crees entonces que haya vida inteligente fuera del
planeta tierra?
---De momento, no ha dado señales de vida.
---Pero Dios sí ha dado señales de vida Hasta dicen que murió por nosotros.
---Hablemos de otra cosa, que hay que tener respeto a las
creencias ajenas. Por precaución, sobre todo. A Dios nunca hará daño, pero sí a
lo que pueda hacer un creyente airado.
---¿No crees en la inmortalidad del alma? ¿No crees que tu
amigo Feito está en alguna parte y te agradece lo que has hecho para publicar
su poesía?
---Está en alguna parte, cierto. Está en el corazón de
los que le recordamos. Y ahí sé que me sonríe agradecido. Tenía en mucho
aprecio sus versos y nada sentiría más que el que fueran olvidados.
---El olvido nos llega a todos, pero confiemos en que no
tenga demasiada prisa. Yo hablo mucho de la posteridad, de ser leído dentro de
dos o tres siglos. Hablo en broma, por supuesto. Nunca sabré si me leerán o no
entonces. Ni lo sabrá nadie que me haya conocido. La posteridad de verdad es la
inmediata. Que nos sigan apreciando literariamente, que nos sigan queriendo,
los que nos conocieron en vida.
---¡En qué elucubraciones pierdes el tiempo por no
escuchar los villancicos!
---Sí los escucho. Y me gustan. Ya no soy el mister Scrooge
que odiaba la navidad. Cada día que pasa me parezco más a todo el mundo.
---Siempre te has parecido más de lo que crees. Y eres
mejor persona de lo que das a entender.
---Todos tenemos nuestras debilidades, pero yo me
esfuerzo en no se noten.
Domingo, 15 de diciembre
HA NACIDO UNA
ESTRELLA
Si no quieres villancicos,
toma dos tazas. Me llama mi amiga Catarina para recordarme que esta tarde tengo
que entregar los premios del concurso Palabras Positivas, que ella organiza en
Laviana, y de cuyo jurado formo parte. Creí que con dar mi voto por correo,
había cumplido, pero parece que no. “Vamos a buscarte y, en cuanto leas el
fallo del jurado. te llevamos de nuevo a Oviedo”, me dice. Y voy solo por cumplir
un compromiso.
Pero cómo me alegro luego de haber ido. El ganador del
concurso tiene ocho años y está con su padre, que es profesor de literatura y
fue alumno mío.
---El cuento es muy bueno. ¿De verdad lo has escrito tú?
---Lo escribió mi madre.
---No digas eso, que te van a quitar el premio.
---Lo escribió mi madre, pero se lo dicté yo.
Y luego, cuando lee “Las tres pruebas mágicas”, con una
dicción perfecta, con las pausas y la entonación adecuadas, compruebo que es así.
Solo
por haber conocido a Juan, que más tarde volvió al escenario a cantar invitado
por Tina Gutiérrez, valió la pena ir hasta Laviana en esta fría noche de
diciembre.
Lunes, 16 de diciembre
CELEBRACIÓN Y ELEGÍA
Ni el café de la mañana ni el
de la tarde saben lo mismo sin un libro nuevo que hojear. Al de las siete, más
como curiosidad que como otra cosa, llevo Lo propio y lo ajeno, donde Enrique
Bueres recopila algunas de sus crónicas culturales de hace más de veinte años.
Yo le aconsejé que reuniera sus entrevistas de entonces, tan personales, pero
no me hizo caso.
Como
no es el libro que yo quería que publicara, sospecho que no valdrá demasiado la
pena. Pero lo abro, comienzo a leer, y enseguida quedo fascinado por su humor
gamberro, por su gusto por el detalle realista y la observación disparatada. Lo
leo entero de un tirón, en lo que dura el café de la tarde, y me digo que ojalá
tuviéramos hoy un cronista así de presentaciones, mesas redondas y congresos
literarios. Las páginas culturales se leerían con tanto interés como las
páginas deportivas. Claro que no duraría mucho en ninguna parte. Tendría que
decirle adiós a culturales y babelias y conformarse con algún blog marginal.
Tampoco
es mala solución. Me dan ganas de llamar a Bueres y proponerle que siga con su
tarea de provocador cultural. Pero en seguida me doy cuenta de que el Bueres
que escribió estas páginas ya no existe. Ahora es solo vacunas, cordialidad,
buenas palabras, el amigo de todos (incluso es amigo mío), el admirador de casi
todos (la excepción, por lo que yo sé, Elvira Sastre).
¿La receta para ser un buen cronista cultural? Mucha
curiosidad, buena información, suficiente talento, un chorrito de humor y unas
gotas de mala leche. Enrique Bueres tuvo todo eso y lo perdió en un recodo del
camino. Ahora es un santo barón al que me gustaría parecerme cuando sea viejo.
Pero como un regalo navideño nos entrega este libro para que añoremos lo que
fue, lo que debió haber seguido siendo..
Jueves, 19 de diciembre
POETA EN EL PARAÍSO
Las cafeterías que frecuento,
siempre las mismas y a las mismas horas, son rincones de mi biblioteca. Siempre
llevo lectura, cada día un libro distinto, y el de la mañana no suele ser el de
la tarde.
Hoy
le toca el turno a El gato y su cubanía, una investigación académica, en
el buen y en el mal sentido de la palabra, sobre José Agustín Goytisolo y su
relación con Cuba. Me temo que no sale demasiado bien parado, a pesar de las
buenas intenciones de su autora, Fernanda Bustamante Escalona. Su defensa de la
Revolución hasta el último momento, sin que le hiciera mella el caso Padilla ni
ningún otro percance posterior, no parece que fuera enteramente desinteresada.
Castro sabía de sobra que los intelectuales se venden por un plato de
alcohólicas o eróticas lentejas y por un puñado de adulación. Hoy no podemos
leer sin un cierto rubor algunas de las cartas que la autora publica, como la
que dirige a Fernández Retamar en 1968. “Hace unos días escribí a Marcia y a
alguna otra de las chicas de tu harén en esa santa casa. Diles a las chicas que
las amo, mi mujer lo sabe, comprende y se conforma”.
¿Era
meramente poético y platónico el amor de Goytisolo por las jóvenes que
trabajaban en la Casa de las Américas? Uno de sus estudiosos, García Mateos,
señala que “allí, el mimoso José Agustín Goytisolo hallaría la antesala del
paraíso, entre libros y discos y con el cuidado dulce y atento de las mujeres
que, mayoritariamente, dirigían el buen rumbo del centro”. Título del artículo
en que incluye esas palabras: “Entre las piernas de una mulata que le dicen
Pepa. José Agustín Goytisolo y Cuba”.
Platónicas
o no, resulta dudoso que las jóvenes trabajadoras de la Casa de las Américas
tuvieran la opción de rechazar las atenciones de tan ilustre (y tan frecuente)
invitado oficial.
Pero dejemos esos delicados temas y vayamos a lo político. Rescata la autora palabras que mejor habrían quedado en misericordioso olvido. En una charla pronunciada en Valencia el año 1971, elogió Goytisolo la capacidad de Fidel Castro para reconocer sus errores y rectificar. Cierto –afirma-- que en los sesenta hubo una etapa de dogmatismo, cuando la dirección del Partido estaba en manos de Aníbal Escalante, pero hoy ese exdirigente se encuentra en la cárcel “con una condena de treinta años por actividades ultradogmáticas y microfaccionales”. Curiosa manera de alabar un régimen político.
Viernes, 20 de diciembre
DISIMULO
Llego a esa edad en que la
mayoría de los escritores viven amargados por su falta de éxito y su ansia de
reconocimiento. Son muy pocos los que alcanzan la cima de los reconocimientos
institucionales o venden tanto, a lo Pérez Reverte, que no les importan
demasiado. Lo más frecuente es que éxito y reconocimientos, cuando los hay,
duren menos que la vida, a poco larga que sea.
¿Me
pasa a mí lo mismo? Pues si es así lo disimulo bastante bien. Algo bueno ha de
tener el ser tan vanidoso como yo soy: que no necesito los elogios ajenos, me
bastan los míos.
“Las pompas fúnebres y los homenajes
póstumos”, es mi lema. Pero de sobre sé que, si no te hacen caso ahora, menos
te van a hacer cuando ya no estés. Pero tampoco estaría mal tener tan poco
éxito póstumo como en vida, así ningún aplicado estudioso sacará a relucir mis
posibles aplausos a regímenes que condenan a treinta años de cárcel por
actividades ultradogmáticas y microfaccionales. Claro que yo, si me equivoqué
elogiando a este o a aquel, nunca fue a cambio de generosas invitaciones
oficiales.
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