Sábado,
23 de abril
VAYA SEMANITA
El miércoles comí
con Luis García Montero, Jon Juaristi y Darío Villanueva; el jueves, con los
reyes y con un centenar de políticos, poetas, novelistas y pintorescas
estrellas mediáticas, como Paz Padilla; hoy sábado acompaño en La Corte
ovetense a Luis Alberto de Cuenca. Una semanita entretenida, ciertamente.
A Luis Alberto de Cuenca le conozco
desde hace medio siglo. Al principio formaba pareja —literaria se entiende— con Luis Antonio de Villena
y ambos eran los dos poetas jóvenes que desde Madrid se incorporaban a la
nómina novísima de Castellet. En un principio, a mí me interesaba más el
segundo que el primero, que me parecía en exceso libresco y pedantesco. Pero
luego, más o menos a mediados de los ochenta, Villena dejó de entusiasmarme y
mi admiración se desplazó hacia Luis Alberto. En 1988, vino por primera vez a
Oviedo y leyó sus versos en la Biblioteca del Fontán en un acto organizado por
Eduardo Errasti, de tan errática y desdichada peripecia vital. He coincidido
con él muchas veces y en muchos sitios (recuerdo, especialmente, un encuentro
en Sofía) y he hablado bien y mal de sus libros. Él se lo ha tomado todo con su
caballerosidad habitual y ha seguido siendo buen amigo mío, como lo es de todo
el mundo. Yo admiro en él todo aquello en lo que no se parece a mí.
Como los
anfitriones ovetenses le han dejado a su aire, sin hotel en el que cobijarse en
este día lluvioso, me acompaña a casa. Le advierto de que es más revuelta
leonera de estudiante, con libros amontonados por todas partes, hasta en la
cocina que lugar para recibir visitas. “¡Cuánto has escrito! —me dice al ver
la media docena de estanterías con mis publicaciones—¡Más que yo, pero no tanto
como Trapiello!”
Pasamos un rato divertido entremezclando a Calímaco con Colinas, a Alfonso de Valdés con Alfonso López Gradolí, hasta que nos llega la hora de acudir al palacio del Conde de Toreno, aquel prócer al que tan poco quería Espronceda, para hablar de la poesía de Emilio Alarcos. Intervenían también, además de su hijo Miguel, Ricardo Labra y Javier Almuzara. El primero todavía no me ha perdonado los reparos que puse a su obra magna sobre Ángel González (tampoco era para tanto, teniendo en cuenta que yo le pongo peros al lucero del alba); le regalé un ejemplar de mi libro Casual, en un intento de hacer las paces; no dijo ni gracias, pero por lo menos se lo quedó (a lo mejor lo tiró al salir a la papelera, como hizo García Montero con las obras completas de no sé qué vate local). Almuzara estuvo tan brillante como de costumbre y ya parece haber aprendido a callarse a tiempo y no alargarse con propinas que acaban fatigando. Al final del acto, se le acercó una de las asistentes. “Ha sido el mejor de todos”, le dijo en voz muy alta de manera que nos enteráramos todos. Y tenía razón
Domingo,
24 de abril
CARTA Y PARÁBOLAS
En un número de la
revista El hogar, “ilustración
semanal argentina para la mujer, la casa y el niño”, correspondiente a mayo de
1940, encuentro un texto desconocido de Borges —o eso me parece:
no lleva firma— y “Una carta del
doctor Fritz Thysssen, miembro del Reichstag, a Hitler”. La carta está fechada
en Locarno el 28 de diciembre de 1939, poco después de conocer que le han
desposeído de todos sus bienes: “Mi conciencia está limpia. Me siento libre de
toda culpa. Mi único error ha sido el de haber creído en usted, el Führer
Adolfo Hitler, y en el movimiento dirigido por usted, en el que creí con el
corazón ardiente de un alemán apasionado. Desde el año 1923 me he empeñado con
los mayores sacrificios por el movimiento nacionalsocialista, he hecho prosélitos
y he luchado por usted, sin desear o pedir nada para mí, animado exclusivamente
por la esperanza de ayudar con ello a nuestro desgraciado pueblo alemán”.
Parece que Thyssen y Hitler, antes
de ser enemigos mortales, fueron los mejores amigos. Leo esa carta, hoy un
documento histórico, como cuando era un arma de combate. Hitler en 1940 era el
futuro; estar con él era estar con los vencedores. Las viejas revistas son el
mejor modo de viajar en el tiempo, volver a un pasado que el presente siempre
simplifica. Y la propina, en este número de El
hogar, una revista para
la mujer que no trataba a la mujer como si fuera menor de edad intelectual, de
tres parábolas arameas, que a mí me gusta pensar que Borges escribió o
reescribió.
Un leopardo encontró a una oveja
muerta de frío. “Ven —le dijo— que yo
te arroparé con mi piel”. Y la arropó tan bien en su interior que la oveja no
volvió a sentir frío.
Un oso hambriento se acercó a un
rebaño de corderos. “Si me entregáis uno, os dejaré en paz”. Le dieron al más
débil y le gustó tanto que a partir de entonces
volvió todos los días a por otro hasta que no quedó ninguno.
El dios sol, cansado de rodar por el cielo, se hizo hombre y se enamoró de una pastora. Tuvieron siete hijos como siete soles.
Lunes,
25 de abril
PARTE DE MI VIDA
No me había dado
cuenta del día que era hoy hasta que, inesperadamente, me llegó un intenso
aroma de felicidad. El 25 de abril, nunca del todo ajados los claveles, no es
solo una fiesta institucional portuguesa, es también un episodio de mi
biografía. Me enteré confusamente, cuando iba a tomar un tren esa mañana, y al
principio creí que los militares se sublevaban para reforzar la dictadura y evitar
la supuesta apertura de Marcelo Caetano. No hacía mucho que Pinochet había
hecho de las suyas en Chile. Pronto supe la verdad. La revolución podía ser
como una fiesta.
Cuando unos meses después me detuvieron, los policías se llevaron de mi casa todos los libros en portugués, aunque fueran Os Lusiadas, convertidos de pronto en materia subversiva y las cartas de un poeta de Braga con el que había iniciado correspondencia tras la publicación de Marineros perdidos en los puertos. Por breve tiempo, Portugal fue un país familiar y utópico. Recuerdo aquel puente de hierro tembloroso sobre el Miño, la primera frontera que crucé. Y todavía, cuando llega esta fecha, siento que queda algo de la fragancia de aquellos claveles en el fondo del vaso.
Martes,
26 de abril
NO SIMPLIFIQUÉIS
“Cómo te gusta
llevar la contraria”, me reprochan. Y tienen toda la razón. Las unanimidades
siempre me han resultado sospechosas. Basta que todos digan blanco para que yo
diga negro, y no porque crea que es negro, sino para llamar la atención de que
nada es tan blanco como parece.
“El que no está conmigo está contra mí”, dicen los enemigos de la equidistancia, del escuchar a ambas partes antes de tomar partido. Y, al menos en mi caso, tienen razón. Yo estoy en contra de todos los que piensan así.
Miércoles,
27 de abril
PARA NO REPETIR
Para no repetir lo que otros habían dicho, decidió leer
todos los libros antes de escribir alguno. Y no escribió ninguno.
Sus poemas eran tan buenos que no
le parecían suyos y, en efecto, no lo eran.
Aquel autor de best seller
hasta que no publicó un libro que vendió solo media docena de ejemplares no se
creyó un escritor de verdad.
Era un poeta tan hermético que
sus libros se vendían con un abrelatas.
Solo publicaba primeros versos,
esos que dicen que son regalos de los dioses.
Era tan elegante que, para tomar
partido, siempre esperaba a que estuviera claro quién iba a ser el perdedor.
No entender lo que no se quiere
entender, aunque se entienda, es todo un arte.
Se enamoraba siempre de la misma
mujer, aunque cada vez se enamorara de una mujer distinta.
¿Todo libro contiene algo bueno?
En ciertos casos, la palabra fin.
Hay libros de un solo uso.
La retórica es el arte de decir
bien lo que queremos decir y de callar mejor lo que no queremos decir.
El dolor hecho arte duele menos,
pero emociona más.
Callar a tiempo y hablar en el
momento justo, en eso radica el arte de la conversación.
Las novelas son para los que se aburren con la vida.
Jueves,
28 de abril
UN PEQUEÑO PASO
Esta mañana di mis últimas clases. Las primeras, lo recuerdo bien, tuvieron lugar en marzo de 1972. “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”, dijo Neil Armstrong al pisar la luna. En mi caso, es insignificante para la humanidad, pero nada desdeñable para un hombre. Algo de orgullo se mezcla con la melancolía propia de la ocasión.
Viernes,
29 de abril
SER Y NO SER
No hay un día en que al despertar no me asombre de la
existencia del mundo.
Hay muchas maneras de existir y Dios ha escogido la más cómoda.
Martín, no hace mucho vi un jilguero en la cornisa de un escaparate, atrapado tras una pequeña barra de metal a su altura. Daba saltitos inútiles para zafarse, sin entender que la podía salvar con un revoloteo fácilmente. Olvidó que tenía alas.
ResponderEliminarLe hice un trampolín con la patilla de mis gafas, y voló. Y la anécdota es verídica, conste, ocurrió junto a mi casa. No es retórica mía. Ni es poesía como tal, aunque lo parezca, como los malos libros que te llegan a veces.
No existen corderos, sino lobeznos (que no lobos) “abrigados” por leopardos. Lo que pasa es que el lobezno olvida que él (y no el lobo) sí puede morder sin desgarrar. Y a veces el leopardo le promete protección a secas (y no solo del frío) como los mafiosos. El miedo a la primera sangre sí nos mata. O nos ata las alas, que viene a ser lo mismo. Por eso a Joaquín (cuenta él) le costó escribir aquí.
En cuanto a la fragancia en el fondo del vaso, te regalo un aforismo. Es de mi cuño, pero no es de mi cuñado, él no escribe (chiste malo, perdón).
“El tiempo es como una flor seca sobre la página de un libro abierto. Recuerda la primavera que fue, pero la auténtica ciencia (la sabiduría) está debajo”.
Por cierto, la unaminidad en contra de uno es sospechosa de que la (mayor) razón la tiene uno, eso es verdad. Pero, como ya dije aquí una vez, la falta de unaminidad a su favor, también indica que no la tiene toda, no hay que olvidar eso. La independencia no es equidistancia, pero no está sola tampoco. Y a veces hay que buscar fuera.
Tus entradas reflexivamente emotivas (pues nunca son sensibleras) son las mejores, como esta misma. Al fin y al cabo, aparte de crítico, eres poeta. Y de los buenos.
El autor de best sellers no necesita vender escasas copias, tampoco, aunque hay lecciones de humildad que vienen bien. Lo que necesita es que haya más páginas en su mente que en su pluma. Y más verdad en su voz hablada que en la escrita, aunque la plasme en tinta alguna vez.