YO, DICTADOR
Si yo fuera algo más sincero de lo que suelo ser,
reconocería que la democracia es solo el segundo de los regímenes políticos que
prefiero. El primero es el despotismo ilustrado. Siempre que yo ocupe el lugar
del déspota, por supuesto.
Domingo, 11 de
noviembre
CONTAR LA VIDA
El cine y las aulas siempre se han llevado bien. En la casa, de François Ozon, nos cuenta
las relaciones entre un profesor de literatura cascarrabias y tontorrón y un
adolescente, “el alumno de la última fila” (así se titula la obra de Juan
Mayorga en la que está basada), inteligente y perverso. Desde el principio me
identifico con el alumno, no con el profesor.
Los jóvenes
de hoy no saben escribir, están todo el día colgados del móvil, no les interesa
Madame Bovary (la acción transcurre
en el instituto Gustave Flaubert) ni ninguno de los grandes clásicos de la
literatura. Ese es el discurso del profesor, del que tan fácil es encontrar
equivalente en cualquier otro de nuestros profesores.
Claude, el
brillante alumno, seduce al profesor con su talento para contar historias, como
una nueva Sherezade. Termina cada una de sus redacciones con un “continuará”
que deja al profesor enganchado. Pero lo que cuenta no son fantásticas
historias de las mil y una noches, sino la vida de una familia normal y
trivial, la familia de uno de sus compañeros, escogido al azar. El astuto
Claude se las arregla para entrar en la casa del amigo, para seducir a todos,
para burlarse y caricaturizar lo que ve. Y el profesor, un escritor frustrado,
y su mujer, una galerista de arte contemporáneo, no pueden dejar de seguir
mirando, de seguir leyendo, como atrapados y algo avergonzados espectadores de
uno de esos tóxicos y fascinantes programas de la telebasura.
Ese Claude,
angelical demonio, es el Truman Capote de Plegarias
atendidas, soy yo también de alguna manera, somos todos los que jugamos a convertir
la vida en literatura, la literatura en vida, sin preocuparnos demasiado de los
daños colaterales que nuestro lúdico divertimento puede causar a los que nos
rodean.
Lunes, 12 de noviembre
YO, PROFESOR
¿Qué pueden aprender quienes solo se dedican a estudiar?,
les reprocho hoy a mis mejores alumnos, los que vienen a clase (porque yo, a
pesar de que ahora la asistencia universitaria sea obligatoria, como la del
parvulario, no soporto tener público cautivo y le incito a no asistir si creen
que tienen algo mejor que hacer).
Estudiar
está bien, pero con criterio, sabiendo que la mayor parte de lo que estudiamos
son tonterías que conviene olvidar en cuanto pasemos el examen. Y que lo más
importante, tanto vital como intelectualmente, se aprende siempre fuera de
clase.
Esto es lo
que yo pensaba cuando era estudiante y esto es lo que pienso cuando soy
profesor. Ya sé que ahora no conviene que lo diga, ya que, como en la rima de
Bécquer, “voy contra mi interés al confesarlo”. Pero soy de esas personas que,
por mucho que se empeñen (y yo me empeño bastante) no pueden ser hipócritas:
siempre se nota lo que piensan.
Quien sabe
hace; quien no sabe enseña. Gran verdad. Pero no conviene que yo la repita:
llevo más de cuarenta años enseñando.
Enseñando
que nada que valga la pena aprender puede ser enseñado. Cada uno ha de aprenderlo
por sí mismo.
Martes, 13 de
noviembre
PODEMOS OÍRLO
Para el escritor de verdad no hay géneros mayores ni
menores. De pronto en una reseña, ese
subgénero literario donde toda banalidad tiene su asiento (y que yo llevo
pertinazmente cultivando desde hace casi cuarenta años), me encuentro con un
relato breve que es además un poema y una parábola sobre el arte de los viejos
maestros. El autor es Eduardo Jordá; el libro reseñado, Una relación perfecta, de William Trevor: “En estos relatos, Trevor
se comporta como un viejo cantante de época, ya retirado, que un día, mientras
da un paseo, se mete por casualidad en una taberna. En un rincón hay un grupo
de borrachos que cantan canciones populares. Cuando llega la hora de cerrar,
los borrachos se callan, pero justo entonces ese hombre se pone a cantar una de
aquellas canciones. En el bar nadie le conoce, el hombre sabe que ya no tiene
que demostrarle nada a nadie. Canta por gusto, porque le apetece, ante un grupo
de borrachos que ni siquiera le escuchan. Pero en su canto están encerrados
todos los secretos y todos los misterios del gran arte. Y por fortuna, aunque
no estamos con él en ese bar, nosotros podemos oírlo”.
Miércoles, 14 de
noviembre
YO, DELATOR
Mientras recorro con la manifestación que cierra este día de
huelga general las calles de Oviedo, no puedo impedir que la memoria me juegue
una mala pasada. Vuelvo a aquella tarde
de 1970 –se había declarado el estado de excepción con motivo del juicio de
Burgos contra militantes de ETA– en que
caminaba por el pasillo de la
Escuela de Magisterio cuando de pronto pasó corriendo junto a
mí uno de mis compañeros y al cruzarse conmigo dejó caer al suelo los papeles
que llevaba. Cogí uno de ellos y vi que no eran apuntes: estaba adornado con la
hoz y el martillo. En ese mismo momento aparecieron dos policías, dos “grises”
que perseguían al subversivo propagandista.
El curso anterior se había hecho
huelga en la escuela de Magisterio por primera vez desde la guerra. Detuvieron
por unos días al delegado de curso, que era mayor que el resto de los alumnos
(había trabajado en la mina), y al poco tiempo de que lo soltaran murió de un
infarto. En voz baja se decía que las palizas que le dieron en comisaría
tuvieron algo que ver con ello.
Y allí estaba yo, en el pasillo
de la Escuela ,
con un panfleto en la mano y muchos más esparcidos a mi alrededor. Aterrado, a
punto de echarme a llorar, a punto de gritar: “No he sido yo, no he sido yo, ha
sido….”
Pero no me dio tiempo a decir el
nombre de mi compañero (todavía lo recuerdo). Los policías me dieron un empujón
y entraron en una de las aulas en su busca. Lo curioso es que no recuerdo que
lo encontraran. No sé dónde pudo esconderse.
Me salvé por muy poco de ser un
delator. Descubrí entonces que no tenía madera de héroe. En lo que a la
resistencia antifranquista se refiere tengo pocas medallas que colgarme. Y sin
embargo…
Pero esa es otra historia. Algo
bueno tiene llegar a viejo: queriendo o sin querer, uno tiene muchas historias
que contar, aunque no las cuente porque a nadie le interesen las batallitas de
otro tiempo.
Jueves, 15 de
noviembre
TRAMPOSO INGENIO
Escribir todos los días tiene sus riesgos. Cuando uno quiere
ser ingenioso sin interrupción se arriesga a hacer el ridículo. Podría
ejemplificarlo conmigo mismo, pero prefiero hacerlo con Juan José Millás.
En El País Semanal acostumbra a comentar una fotografía. En la del
pasado domingo aparece Felix Baumgartner saludando sonriente, con su traje de
astronauta, tras su salto estratosférico. “La hazañas físicas tienen más
repercusión mediática que las intelectuales”, comienza Millás. Y a continuación
se dedica a caricaturizar a lo que en su opinión no fue más que un
entretenimiento para pasar el rato una tarde de domingo: “De haberse arrojado
un miércoles o un jueves no habría tenido tanta gente deseando que se matara
para romper la rutina de esas horas mortales”. Y añade luego, ya en el
disparadero del disparate: “Si no se hubiera abierto el paracaídas, quizá el
domingo se habría convertido en un martes, y eso sí que habría sido un salto:
pasar del domingo por la tarde al martes a la hora del gin-tonic”.
¡Cuántas tonterías leemos sin
prestarles mayor atención! Pero como yo ahora explico “Literatura y publicidad”,
llevo fotocopiado a clase el artículo de Millás y los alumnos lo desmenuzan
despiadadamente.
“¿Qué quiere decir que el domingo
se convierte en martes?”, me pregunta uno. “¿La gente de la edad de Millás se
entretiene los martes tomándose un gin-tonic
y esperando que alguien se estrelle?”, me pregunta otro. Se sorprenden cuando
les digo que hubo un tiempo en que el domingo era el día más aburrido de la
semana: la única diversión era ir a misa. Millás –como las personas que cuentan
en pesetas– todavía parece vivir en ese tiempo.
La frase final es también de antología:
“Pero lo que queríamos decir es que hay gente que un festivo cualquiera se sube
a una idea, se arroja desde ella al vacío y le sale la Crítica de la razón pura, aunque lo más
frecuente es que se estrelle. Pero eso no sale en la tele. Mondo cane”.
Pues no, amigo Millás, la Crítica de la razón pura no es la brillante
ocurrencia de una tarde de domingo, no es uno de tus artículos, pero es que
tampoco es una ocurrencia para aumentar la audiencia el salto de Baumgartner.
Un muy preciso artículo de Andrés Montes, “Física tras el gran salto”, publicado
en La Nueva
España, nos informó de que su hazaña no fue solo una cabezonería de
saltimbanqui, sino que requirió una minuciosa y costosa preparación técnica.
¿Una hazaña inútil? No más ni
menos inútil que las Olimpiadas. ¿Un negocio publicitario? No más ni tampoco
menos que la llegada de los primeros hombres a la luna (en un caso se
promocionaba una bebida energética y en el otro un país y un modo de vida al
que por entonces parecía pisarle los talones la competencia, la Unión Soviética ).
No hay hazaña física, amigo
Millás, que no sea también una hazaña intelectual.
Viernes, 16 de
noviembre
YO, JUGADOR
“Todo el mundo aspira a vivir sin trabajar –afirma Auden–. Para
eso, hay que disponer de una herencia o de dinero robado, o convencer a la
sociedad de la conveniencia de que nos pague por hacer lo que nos gusta, esto
es, por jugar”.
Ganarse la
vida jugando, y no en el casino, es lo que yo hago. Pero debo disimular y
ponerme serio y trascendente para que no se note lo mucho que disfruto.
Estas son cosas que no debo decir
o acabaré muriéndome de hambre. Por eso no las digo, o solo por escrito y un
poco en broma, como si no fuesen más que literatura, que es como digo yo todas
las verdades.
Hombre, haciendo el recorrido de la manifestación... Aún recuerdo la huelga contra la reforma laboral de Felipe González. Estabas totalmente en contra y ese día me dedicaste un libro escribiendo: "A José Luis Piquero, en este día de prepotencia sindical...". Aún lo conservo.
ResponderEliminarHubo muchas razones para ponerse en huelga este miércoles. No menos las había entonces y se consiguió que el gobierno diera marcha atrás. ¿Dónde estabas tú?
Un abrazo.
Sospecho que esta vez no se va a conseguir que el gobierno dé marcha atrás. Las huelgas solo son eficaces contra los gobiernos de izquierda (incluyen en sus votantes). La manifestación de entonces la apoyaron también los empresarios. Por eso no pude ni tomar un café para demostrar que no estaba en huelga. Esta vez se podía tomar un café en cualquier parte. Pero yo no lo tomé, muy a mi pesar.
ResponderEliminarJLGM
En las huelgas generales no se toman cafés fuera de casa, forastero. Hacerlo, es un gesto de insolidaridad para con quienes empieza a ser un lujo gastarse un euro veinte en tal brebaje.
ResponderEliminarAl paso de la manifestación, he visto abuchear la desfachatez de unos individuos sentados en la terraza de un bar, que mantenía abierto un hostelero sin complejos (y sin sentido solidario: si fuésemos un pueblo maduro, muchos parroquianos se lo pensarían antes de volver a pisar tal antro de perdición).
No es para estar orgulloso que, el día de la huelga, hayas tomado los churros y el café en casa ajena, Martín. Que lo cuentes, de mal gusto.
Yo me lo hubiese pensado más, forastero.
Madame Bobary? Es algún doble sentido que se me escapa o un suspenso automático en literatura?
ResponderEliminarApostilla.
ResponderEliminarCreo haber leído en la prensa que SÍ habías acudido al café durante esta huelga. ¿Estoy equivocado?
Boba parece que era un poquito la Bovary, pero no hay ningún juego de palabras, sino un error. Ya está corregido.
ResponderEliminarJLGM
Vaya churro que se arma con el café y los ídem el bueno de Fructuoso (su prosa me suena).
ResponderEliminarY ya me gustaría a mí que la prensa informara de mis actividades cotidianas. Pero solo cuenta lo que yo cuento.
JLGM
Kurtz, me refiero a tus propios artículos de prensa, no a que tu apreciada persona sea cebo de los paparazzi. No bromeo si digo que he creído entender que decías haberte ido de cafés (otros vamos de copas y luego desbarramos lo que es notorio) en la mañana del día de autos. Si dices que he metido la erradura (sic), pues que lo acepto.
ResponderEliminarPD.- Si mi prosa te suena será que frecuenta La Latina. Cerca de la parada de Ópera tengo mi tertulia y allí existe mucho fogueo.
¡Ah!, me gustaría que influyeras -dado tu indudable ascendiente sobre él- en el buen F., que es un tipo de mi cuerda, para que pasara por aquí a tomarse una absenta (o unas tortitas con nata y caramelo). Es un tipo majo con desparpajo..., y me dice una lagarterana que lo conoce que es bastante guapo.
Tenemos una deuda pública acumulada de 900.000 milones de euros y en 2013 habrá que pagar de intereses en torno a los 30.000 millones. ¿ Qué soluciones y alternativas se os ocurren?
ResponderEliminarJavier
Y una y otros seguirán creciendo. ¿Alternativas a qué? A mí solo se me ocurre que hay que ahorrar pero mirando mucho en qué se ahorra y en qué no para que el remedio no resulte peor que la enfermedad.
ResponderEliminarJLGM
Hola:
ResponderEliminarMe ha dicho Catarina Valdés que ha hablado con usted sobre el libro que he escrito acerca de Antonio Tovar. Si desea ponerse en contacto conmigo, mi correo es alvaroocariz@yahoo.es