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TESTIGOS DE LA
HISTORIA
Cumplir
años tiene algunos inconvenientes que no necesito mencionar, pero también
ciertas ventajas. Una de ellas, haber sido testigo de acontecimientos que hoy
ya son historia o de haber escuchado de viva voz la versión de quienes fueron
testigos de ellos. Yo nací a mediados del siglo XX, exactamente en 1950, pero
mi abuelo paterno nació en el siglo XIX y participó en la guerra de Marruecos.
Por
la tertulia a la que asisto todos los viernes, pasó un curioso personaje que
presumía de haber sido el primero que había entrado en el búnker de Hitler,
tras la toma de Berlín por los rusos, y que se había quedado con el teléfono del
Fhürer, que tuvo que vender en un caso de apuro. Decía que estaba allí
como periodista y que mandaba sus crónicas a los diarios de la cadena del
Movimiento. Yo nunca encontré entonces ninguno de sus artículos y ahora no
puedo buscarlos porque he olvidado su nombre.
De
otro periodista jubilado que pasó fugazmente por la tertulia a comienzos de los
ochenta, sí recuerdo el nombre, Paco, pero no los apellidos, si alguna vez los
supe. Paco había asistido al entierro de Baroja y había entrevistado a
Hemingway, entre otros personajes importantes. Me he acordado hoy de él al leer
una entrevista que aparece en un viejo número de El Español, la revista
de Juan Aparicio. Se publicó en mayo de 1954, cuando faltaban pocos meses para
que le dieran el Premio Nobel, pero ya era un autor famoso. Amigo de Luis
Miguel Dominguín y de Antonio Ordóñez había venido a España para seguir la
temporada taurina.
¿Es el F. Costa Torro que firma esta entrevista aquel fugaz contertulio? Pudiera ser. Las cosas que leo ahora en esta entrevista son, en su mayor parte, las mismas que le oímos contar. El novelista se sentó en el suelo de una lujosa habitación del Palace y habló en un lenguaje directo que no desdeñaba las palabras malsonantes, aunque en la entrevista publicada, por supuesto, no se reproducen.
2
HABLA HEMINGWAY
---Me
gustan las corridas de toros porque dan una oportunidad de defensa al animal.
Por esa misma razón, si en la selva africana yo me enfado con un portador
negro, jamás le pegaría sin haberle entregado primero unos guantes de boxeo tan
buenos como los que yo me pueda poner. Preparo ahora un libro sobre el Mau-Mau,
pero no simpatizo con el salvajismo de esos negros fanáticos. Los Mau-Mau
pretenden regresar a los lugares de los que fueron desplazados y volver a las
costumbres de su tribu. Forman un ejército de fanáticos juramentados que
destripan a los prisioneros, queman chiquillos vivos y son capaces de las
mayores muestras de crueldad. El primer juramento del Mau-Mau le compromete a
matar a un blanco en el momento en que reciba la orden, aunque se trate del amo
y este se haya portado con él como un padre. Y luego están las mujeres que
sirven de enlace a los comandos del taparrabos. Son astutas y se valen de su
instinto femenino para infiltrarse en las tribus que aún no se han sublevado.
Yo no le tengo miedo ni a los negros ni a las negras, que a veces son peores.
No me importaría mucho tener la suerte del toro, que muere defendiéndose. Hay
quien dice que me paso la vida buscando la muerte, pero lo cierto es que amo la
vida, aunque no puedo negar que me gusta mucho “arrimarme al toro”, al toro o a
los rinocerontes de Kenia. Me preocupa que el mundo llegue a civilizarse tan
completamente que desaparezcan los lugares de emociones fuertes. Aunque, al
paso que vamos, puede que pronto no haya ni siquiera mundo. ¿No bebe usted?
Beba, beba, si quiere llegar a ser alguien. ¿Conoce a algún escritor o
periodista que no beba? Ya sé que andan diciendo por ahí que mis últimos
accidentes aéreos en la selva africana fueron un montaje de propaganda. ¿Quiere
ver las heridas? Me irrita mucho que haya quien sea capaz de pensar que me puse
a punto de morir solo para que hablaran de ello los periódicos y fuera más
fácil que me dieran el Premio Nobel. Otros lo merecen más que yo, como el poeta
Carl Sandburg o la prodigiosa Isak Dinesen.
Lo
que nos contaba Paco en la tertulia es más o menos lo que cuenta Hemingway en
la entrevista con Costa Torro. Pero él nos refirió algo más, de enorme interés,
aunque yo entonces no le diera mayor importancia. En la entrevista se alude a
la novela en que Hemingway quiso interpretar el alma de España y “oyó campanas
sin saber exactamente dónde”. Se habló luego de su intervención en la guerra de
España, un tema al que el novelista le costaba referirse. También de la ruptura
de su amistad con Dos Passos. Y en relación con ese asunto Paco nos contó algo
que yo no he visto referido en ninguna parte. Primero traté de confirmar sus
palabras, luego me olvidé del asunto. Esto, más o menos, fue lo que nos contó
Paco un día de 1983 o 1984 en el antiguo Óliver de la Avenida de Galicia. En
ese momento, estábamos solamente en la tertulia Víctor Botas, que ya no puede
corroborar lo que digo, un jovencísimo Xuan Bello y yo.
3
LA DESAPARICIÓN DE
JOSÉ ROBLES
---Yo
llevé la conversación al tema de la guerra y de la ruptura de su amistad con John
Dos Passos. Iban a filmar juntos una película propagandista La tierra
española que luego se quedó en nada. A Dos Passos le afectó mucho la
desaparición de su amigo José Robles, a quien había conocido durante un viaje a
Toledo, cuando ambos aún no habían cumplido veinte años, y que había traducido
varias de sus obras. Era profesor en Estados Unidos, pero al comenzar la guerra
estaba de vacaciones en España. Decidió quedarse aquí para ayudar a la causa
republicana. Como sabía ruso, servía de traductor e intérprete de los asesores soviéticos
en el Ministerio de la Guerra. Un día, ya el gobierno en Valencia, desapareció.
Y de él nunca más se supo. Corrió el rumor de que era un espía fascista. Dos
Passos hizo todo lo posible por encontrarlo. Hemingway no le dio ninguna
importancia a tal hecho. “La guerra es la guerra, no se puede andar con
escrúpulos legalistas. Era un espía, de eso no hay ninguna duda”, dijo
encogiéndose de hombros ante las peticiones de ayuda de su amigo.
Noté
que ese tema le incomodaba. Y más cuando le hablé de que un cuñado mío, que
había estado con los rojos y había escapado a América, había dejado unos
papeles que yo encontré casualmente y que tenían que ver con la detención de
José Robles. De pronto, perdió el control y me echó de la habitación a
empujones y poco faltó para que nos enredáramos a puñetazos. Los dos habíamos
bebido mucho, esa es la verdad. ¿Pero os imagináis el escándalo si un joven
periodista acaba a puñetazos con el novelista más famoso del mundo? No me
habrían vuelto a dar trabajo en ningún periódico.
Lo
que yo había encontrado fue la denuncia que llevó a la detención y a la
desaparición de José Robles. No la firmaba Hemingway, pero en ella figuraba su
nombre como la persona que había facilitado la información. Al parecer, había
sido testigo de cómo se entrevistaba con Carlos Morla Lynch, encargado de la
embajada de Chile, en la que estaban refugiados docenas de quintacolumnistas.
Por entonces, un ataque republicano fue desbaratado por los sublevados, que
parecía que estaban esperándolo. Ese ataque se había decidido entre el general
soviético Vladimir Gorev y Enrique Líster, jefe del Quinto Regimiento. El
intérprete había sido José Robles. Hemingway, al hacer la denuncia del contacto
de Robles con posibles quintacolumnistas, firmó la sentencia de muerte del
traductor de Dos Passos.
Seguramente
ya había olvidado tal hecho y nunca supo que había quedado constancia escrita
de ello. No volvimos a vernos, pero a los pocos días Luis Miguel Dominguín, el
famoso torero, el padre del cantante Miguel Bosé, me concedió una entrevista y
me invitó a su próxima corrida. Al final de la entrevista, cuando ya se había
ido el fotógrafo, mientras tomábamos unas copas, me dijo: “Creo que has
encontrado unos papeles que tienen que ver con la guerra y con mi amigo don
Ernesto, que entonces anduvo por aquí mezclado con los rojos. No es un asunto
del que está orgulloso, quiere olvidar todo lo que pasó entonces. Mejor que los
destruyas y que no volvamos a sacar a relucir los feos asuntos de entonces.
Ahora es el momento de la reconciliación. Mírame a mí, que lo mismo toreo para
el Caudillo que para Picasso”.
Le prometí hacerlo, por supuesto. Pero yo rompí todos los papeles que dejó mi cuñado en la casa de Madrid, y que podían comprometerme, menos el folio de la denuncia. A fin de cuentas, le acababan de dar el Nobel al nombre que figuraba allí como delator. Algún día escribiría yo un reportaje sobre el asunto, que me haría famoso y hasta reproduciría The New York Times. Nunca lo hice, sin embargo. Ya nadie recordaba ni a nadie interesaba el caso de José Robles. Y no sé por dónde andará ese papel.
Yo a Hemingway no le fiaría ni un real. Sin más comentarios.
ResponderEliminarLe gustaría este artículo real o ficción a Ignacio Martínez de Pisón
ResponderEliminar¿Hemingway delator? Es posible. Sin olvidar la tendencia a la indiscreción o al cotilleo de los periodistas de cualquier origen y en cualquier momento, que muchas veces es una forma de obtener información. Sobre lo que escribía en los días de la guerra hay dos maravillosas antologías la de Jackson (1978) y la de Preston (2007), sin olvidarme del "Mito.." de Southworth (1963). Sobre las campanas (en general), el ensayo de Carpenter "Genios reunidos en Paris", nos ayuda a comprender al personaje (aquel que fue capaz de acompañar a E. Pound a Rapallo). Para mantener distancias, la lectura de Orwell ayuda bastante.
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