Lunes, 17 de junio
EL MEJOR REGALO
Hay quienes ocultan su edad como una especie de secreto
inconfesable. Yo no hago más que hablar de ella. ¡Sesenta y tres años ya! No
acabo de creérmelo. La verdad es que cumplir un año más me parece el mejor
regalo que me pueden hacer cada año.
Martes, 18 de junio
El mal sabor de boca que le deja a uno el pabellón de España
en la Biennale
de Venecia, lo compensa el de Cataluña. El primero está a la entrada de los
Giardini, en el mejor lugar para atraer la atención de los visitantes, aún no
fatigados de recorrer bajo el calor aquel inagotable laberinto. Pero nadie se
detiene en él más de medio minuto. Se asoma uno a la puerta y ya está visto todo.
Lara Almarcegui, la artista invitada, ha tenido la brillante idea de llenarlo
de escombros, de la misma cantidad de escombros en que se convertiría el
pabellón si fuera derribado.
La
participación de Cataluña está fuera de los dos recintos oficiales de la Biennale , en la isla de
San Pietro, uno de los lugares más solitarios y fascinantes de Venecia. Allí se
encuentra la antigua catedral, con su blanco campanile inclinado y el antiguo
palacio episcopal convertido en casa de vecinos. En las aventuras venecianas de
Corto Maltese apaarece más de una vez. A mí me gusta el desvencijado claustro,
con su pozo en el centro y las dos columnas a las que abrazan un rosal y un
jazminero.
La muestra de Cataluña ocupa la
amplia nave de los “cantieri navali”. Se titula “25 %”, que es la proporción de
parados que hay en la comunidad, más o menos la misma que en el resto de España.
La
ocurrencia de Lara Almarcegui cabe en medio folio, se ve en medio minuto, pero
su realización, que no añade nada a su simple verbalización, costó, según
parece, cerca de medio millón de euros. No sé lo que habrá costado la muestra
catalana, pero parece un dinero algo mejor empleado. Ocho parados han sido
fotografiados por Francesc Torres, filmados por Mercedes Álvarez, han escogido
un objeto que tiene para ellos un significado especial, han seleccionado una
obra del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, explican las razones de su
selección.
Los parados
son emigrantes y no emigrantes, catalanes y no catalanes, pero todos ciudadanos
de Cataluña. Hay un senegalés, una arquitecta, una empleada doméstica, un
metalúrgico. El fotógrafo ha convivido con ellos durante una o dos semanas y
nos ofrece, junto a un gran retrato de cada uno, el relato en imágenes de su
cotidianidad. Mercedes Álvarez –la autora del documental El cielo gira sobre su aldea natal, Aldeaseñor, en la provincia de
Soria– les lleva al museo y allí les hace hablar de su vida y del arte. Aura
Jovita González, ecuatoriana, escoge del museo una obra de Esther Ferrer, Cadira Zaj, una silla con un cartel que
dice algo así como “siéntate aquí hasta que la muerte nos separe”; ella,
señalándola a través de la vidrieras del museo junto a otra casi idéntica, nos
dice: “En esa silla no me puedo sentar porque es una obra de arte; esta no puede
entrar en el museo porque la encontré en la basura”.
Colección
de vidas, reflexión sobre el arte y sobre su papel en la sociedad, obra
colectiva –los parados también cobraron por su participación–, la muestra
catalana, que nos vuelve más lúcidos y más tolerantes. Símbolo del pretencioso
despilfarro de una época que nos ha dejado llenos de deudas, vergüenza y
escombros, el pabellón nacional.
Menos mal
que, si la Marca España
no pasa por el mejor momento, todavía podemos enorgullecernos de la Marca Hispánica.
Miércoles, 19 de junio
ANIMAL DOMÉSTICO
Soy un animal doméstico, como los gatos, frecuento siempre
los mismos lugares y en ellos tengo mis rincones favoritos. Cuanto vuelvo a
esta ciudad, me gusta sentarme a leer el periódico en la cafetería que hace
esquina en el campo de Santa Sofía, frente al traghetto que lleva al mercado de
Rialto. Allí siempre sopla una brisa fresca, por mucho que el calor parezca
aplastar a quienes van y vienen por la Strade
Nuove.
Y me gusta el campo de San
Giacomo del Orio, con sus canteros de flores y sus frescos árboles; allí me
siento a escuchar música y a ver pasar la gente que por aquí camina sin prisas
y nunca en apelmazado grupo tras un imperioso guía.
Jueves, 20 de junio
SUEÑOS Y RESURRECCIONES
Soñé que era yo quien estaba en esas celdas de plomo con que
Ai Weiwei ha llenado la iglesia de Sant’Antonin, muy cerca de donde el San
Giorgio de Carpaccio sigue dando muerte al dragón.
Seis
contenedores, seis inmensos sarcófagos llenan la nave central del templo
barroco. En lo alto y en uno de los lados tienen una pequeñas ventanitas. Nos
asomamos a ellas y vemos al disidente chino en su estrecha celda comiendo,
durmiendo, sentado en la taza del retrete, duchándose, caminando, y siempre a
su lado dos uniformados vigilando impasibles.
Recrea Ai
Weiwi su estancia de casi tres meses en una prisión secreta, incomunicado, sin
un instante de intimidad. Y esta especie de juego de muñecos nos hace
partícipes de toda la angustia del momento.
Después de
mirar por dos o tres de estas diminutas ventanas, tengo que salir a la calle a
respirar hondo, a sentirme libre.
Estas
celdas de Sant’Antonin, esta brillante idea de Ai Weiwei, me traen el recuerdo
de otras celdas que recordar no quiero.
La del
sótano de la Dirección General
de Seguridad no tenía más ventanas que la de la puerta. Siempre estaba la luz
encendida. Recuerdo que distinguía el día de la noche por el distante rumor del
tráfico en la Puerta
del Sol.
A veces uno
viene a la Biennale
como quien va al circo, a divertirse, sorprenderse, asombrarse con los extremos
a que ha llegado el arte contemporáneo.
Este año es
distinto. Massimiliano Gioni, en Il
Palazzo Enciclopedico, ha reunido una colección de obsesiones y fantasías
de las que resulta imposible salir indemne.
Kohei
Yoshiyuki, fotógrafo publicitario, mientras paseaba una noche por un parque de
Tokio se encontró con una pareja haciendo el amor y con un furtivo espectador
escondido tras los arbustos. Era en los años setenta. Decidió fotografiar a
esas parejas clandestinas y a los que las miraban. Lo hizo durante una década.
Tuvo que probar con lentes ultrasensibles para no usar el flash y pasar
inadvertido. La primera exposición, en 1980, fue un escándalo y resultó
prohibida. Las fotografías eran de tamaño natural, estaban en una sala a
oscuras y los visitantes entraban provistos de una pequeña linterna, convertidos
ellos también en voyeurs.
Junto a la
sexualidad furtiva de Kohei Yoshiyuki, las fantasías adolescentes de Evgenij
Kovlov en su álbum de Leningrado, doscientos dibujos a tinta realizados entre
los doce y los dieciocho años. “De niño –leemos en el cartel adjunto–, Korlov
fue introducido en el mundo femenino de la madre, que a menudo le llevaba con
ella a la zona reservada a las mujeres en la sauna o a la sala adjunta donde
las mujeres se vestían y se preparaban para salir. A su erotismo ardiente e
inocente contribuyó también la promiscuidad obligada del Kommunalka, los apartamentos
típicos de la Unión Soviética
en que creció Kovlov”.
El sexo y
sus fantasmas nos acompañan de una sala a otra, y también otros fantasmas: las
sombras que sostienen bebés en las fotografías coleccionadas por Linda Fregni
Nagler o los noventa venecianos –muertos con unos días de permiso, como afirma
el epigrama de la Antología palatina– que Pawel Althamer ha reunido
en una sala o la mujer que espera un tranvía desde 1983.
Fantasmas,
fantasmas, o imágenes, imágenes, como tituló Roger Caillois uno de sus libros,
que yo compré hace años en Buenos Aires, y en el que nos habla de “la belleza
de las piedras, tales como se las encuentra en las cuevas o a veces pulidas
sobre una de sus facetas para que brillen en todo su esplendor, para que sus
matices aparezcan más vivos o se vuelva más visible su granulación o su
dibujo”.
Entre todas
esas piedras destaca el ágata de Pirro, de la que nos habla Plinio en su Historia natural, en la que se
reconocía, sin ninguna intervención humana, a Apolo tocando la lira en medio de
la nueve musas.
Lo mejor de
la colección de piedras de Roger Caillois se expone aquí, pero entre ellas no
se encuentra la fabulosa ágata de Pirro. No la echamos de menos. En otra
estancia está el Libro Rojo de Jung,
donde el psicoanalista fue dibujando minuciosamente sus fantasías, contando sus
sueños, que son también los nuestros. ¿Y cómo no reconocerse en el diablo que
Aleister Crowley mandó dibujar para una de sus cartas del Tarot?
Más
fantasmas, infinitos fantasmas al sol inclemente de este ya pleno verano en
Venecia. Lo que Bioy Casares soñó en La
invención de Morel (“una Odisea de prodigios que no parece admitir otra
clave que la alucinación o que el símbolo”, según Borges) se hace realidad en
el pabellón argentino. Eva Perón entra y sale, se mueve entre nosotros, se
desnuda en su dormitorio. Oímos sus pasos, abre de pronto una puerta, se asoma
a una ventana, saluda a la multitud, se sienta en un sofá y a su lado se sienta
ella misma más joven o demacrada por la enfermedad. Por un instante sentimos en
nuestra mano su mano de niebla. En otra sala se nos cuentas las glorias del peronismo,
pero qué nos importa toda esa palabrería oficial. Una hermosa mujer, gracias a
los prodigios técnicos que imaginó Bioy, sale de su tumba y nos hace compañía.
Cierro los ojos y sueño otras resurrecciones.
Viernes, 21 de junio
Tengo poca fantasía, pero alguna imaginación. Soy como el
paleontólogo al que un simple hueso le basta para reconstruir un animal
desaparecido hace miles de años. ¿Qué pasaría si hubiese hecho esto en lugar de
aquello otro, si me hubiera casado, si me dieran el premio Nobel?
Me gusta
jugar esas partidas de ajedrez, inventarme novelas de las que soy el
protagonista. Si me dieran el premio Nobel, se acabaría cualquier tranquilidad
en mi vida, homenajes, periodistas, viajes, no podría dar clases, todo serían
discursos protocolarios sobre esto y lo otro. Uf, qué lata. Lo único bueno es
lo que fastidiaría a la gente que me detesta. Pero me parece demasiado poco
para tanto engorro.
Me imagino
toda la novela del Nobel y luego respiro aliviado cuando veo que sigo disfrutando
del anonimato y del lujo de hacer lo que le da la gana.
Sábado, 22 de junio
NUNCA ME CANSO
Yo, que en seguida me canso de todo, hay lugares a los que
no me canso de volver nunca. Venecia, por ejemplo, donde nunca paso más de tres
días, pero donde nada más poner el pie en la calle ya me siento como si viviera
allí toda la vida. O Nueva York, que me aguarda sonriente, como la princesa de
los cuentos, tras su cerco de dragones aduaneros. O Avilés, donde entré por
primera vez en un Palazzo Enciclopedico como el que soñó Marino Auriti, como el
que intenta recrear Massimiliano Gioni en la Biennale. Un Palazzo del que
aún no he salido. Y que se llama la Biblioteca , o por otro nombre, el Universo.
Amenazan los cultos gestores de la Cosa con traer a Julio Iglesias al Niemeyer (¿¿¿!!!!!???).
ResponderEliminarUn servidor amenaza -de cumplirse el sabotaje- con pintar de negro marfil aquel blanquísimo centro que tanta cultura viene irradiando, una noche sin luna y sin testigos.
¿Quién comenta? ¿Mazuco?, ¿Arteta?, ¿otro nuevo? Si Julio Iglesias actúa en Avilés, a los que nos va la vida iremos a verle. Mira que los astures -lección de historia- no dejamos entrar a los musulmanes y asume, chaval, que un niño pijo del sur no va a quedarse conmigo. Ni en Asturias ni en ninguna otra parte.
ResponderEliminarPara el Anónimo 2º: no sé si el Anónimo 1º será quien él supone, ni conozco los motivos que tenga para suponerlo. En todo caso, no es "Mazuco", sino Manzuco. Y, para que no saque conclusiones apresuradas, quien esto escribe no es del sur, sino del norte; y, respecto a lo del "niño pijo", habría que ver lo que el dicho Anónimo 2º entiende por tal; mi padre, fallecido hace años, era un obrero, y sólo (y no por su culpa) me dejó deudas. En todo caso (¿seré yo insuficientemente "astur", a la manera que él lo entiende?), yo tiendo a juzgar las ideas la gente por ellas mismas, no por los orígenes sociales o geográficos de quien las propone.
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