miércoles, 16 de julio de 2014

Teología en Pillarno


Comí el sábado pasado en Pillarno, en casa Pepón, con mi amigo José Manuel Feito, párroco de Miranda desde hace medio siglo, y como siempre en estos casos hablamos de todo lo humano y lo divino. Me dejó leer su sermón del domingo, lleno de citas eruditas como es habitual en él (comienza con Virgilio y sigue con Columela), y como es habitual en mí le puse reparos no a la oportunidad o exactitud de algunas de las referencias literarias, sino de las evangélicas: “Desde los primeros capítulos del Génesis vemos al hombre, dedicado al campo en dos de las más viejas ocupaciones: Caín agricultor y Abel pastor, ambas escogidas por Jesús en su mensaje: Mi Padre es agricultor, Yo soy el buen pastor”.
            “Pero ¿dónde dice Jesús que su padre es agricultor?”, pregunto extrañado. “¿Dónde va a ser? En el Evangelio”. Y en seguida nos ponemos los dos a buscar la referencia exacta en el teléfono móvil (esa prodigiosa enciclopedia portátil). Yo sonrío triunfal al encontrar un pasaje del evangelio de San Juan: “Yo soy la vid verdadera / y mi Padre es el viñador”.
            “Hombre, Feito, eso es como si Tagore escribe que su amada es un jardín y el es el jardinero y de ahí deducimos que Tagore afirma que es jardinero”.
            Nada me gusta más que discutir (y acabar teniendo razón, por supuesto) y a mi amigo Feito le divierte encontrarse con un descreído con el que poder enredarse en bizantinas cuestiones teológicas. Nada me divierte más, salvo escuchar historias.
            Como la de don Porfirio y la Virgen. Don Porfirio fue cura de Pillarno durante muchos años. En los cuarenta construyó su iglesia, un curioso templo neorrománico, rodeado de una huerta hoy un tanto descuidada y en tiempos un espléndido jardín.
            “Cuando en los sesenta se apareció la Virgen en San Sebastian de Garabandal, él fue uno de los que desde el principio creyeron en la verdad de las apariciones. Más de una vez le acompañé hasta allí e incluso grabé una película en la que entrevisto a una de las videntes, Conchita González, y registro algunos fenómenos, no sé si milagrosos, pero sí paranormales, como los que se muestran en ese programa de televisión, Cuarto milenio. En uno de los viajes se nos estropeó el coche, avanzada ya la noche, en un lugar deshabitado, y era un tiempo en que no había teléfono móvil. Por la carretera no pasaba un alma. Y entonces don Porfirio me dijo: No te preocupes, que he pedido ayuda a la Virgen, en seguida nos sacará de aquí. Y no había pasado ni dos minutos cuando vi, a lo lejos, las luces de un coche. No tuvimos que hacerle señas para que parara. Se detuvo a nuestro lado y de él bajo un mecánico, vestido con el mono de trabajo, como si poco antes estuviera en su taller y hubiera salido de prisa para atender a una llamada urgente. Levantó el capó, trasteó acá y allá, y al poco el coche funcionaba perfectamente. Yo estaba asombrado. ¿Qué se le debe?, pregunté. Y él, muy serio, respondió: Tres padrenuestros. Luego subió a su coche y desapareció. A mí aquello me dejó muy extrañado, pero a don Porfirio le pareció lo más natural del mundo. Luego la Virgen le mandó abandonar su parroquia, a pesar de lo mucho que quería a sus feligreses,  e irse al Palmar de Troya, con el papa Clemente. La verdad es que a mí los milagros me dan muy mala espina; no me imagino yo a Dios haciendo trucos de magia con las leyes de la física. Pero lo de la avería fue verdadero, una de esas casualidades que uno no sabe cómo explicar”.
            Fuimos los primeros en sentarnos en el comedor de casa Pepón, pero al poco rato se llenaron todas las mesas. Señal de que allí se come bien. Pero a mí, en cualquier comida, lo que me interesa en primer lugar es la buena compañía; en segundo, que el sitio sea agradable, y en último, el menú.
            Miré por los ventanales de casa Pepón, en Pillarno, a dos pasos de Avilés, pero donde nunca había estado (el hórreo, los verdes prados, los caminos sin nadie), y pensé que el milagro, el único milagro, es esta rara y efímera floración entre dos nadas, el Universo. Y que yo y tú, amigo lector, estemos aquí para verlo.


5 comentarios:

  1. Mecánico del Vallés (jubilado).17 de julio de 2014, 0:33

    Soy el hijo de un mecánico que tuvo la novelista catalana Mercedes Sali...(mejor no digo el nombre completo). Le oí contar a mi padre que hace bastantes años, con ocasión de la estancia de la escritora en un pueblito del municipio cántabro de Rionansa (creía firmemente que la virgen se les había aparecido a las cuatro niñas de Garabandal y debido a tal sugestión hacían frecuentes viajes a aquellos parajes), estando -digo- la señora asomada a la ventana -bien entrada la noche- de la casa que había alquilado a las afueras del pueblo, se dio el caso de que notó que un coche se había detenido cerca de una curva muy pronunciada que hay poco antes de los molinos de Arce (me acuerdo del nombre, qué cosa).
    Como doña Mercedes era mujer muy caritativa, mandó a mi padre que se acercara hasta allí por si podía de ser de alguna ayuda a aquellos pobres que se hallarían seguramente en una situación bien apurada. Mi padre así lo hizo y me contó que los náufragos resultaron ser un cura y un señor aún joven, con una curiosa cabeza esférica y que llevaba unos lentes que le daban un aire a seminarista o sacristán... Venían muchos así a Garabandal por aquellas fechas.
    He leído el post del señor Martín y le hago llegar estos datos tan curiosos por si le son de alguna utilidad.

    Salute.

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  2. El bueno de García Martín parece empeñarse en dar cuerpo a cuanto para mí formaba parte del mundo onírico... Primero fue con la librería de Valdés, que durante mucho tiempo ha sido sueño recurrente en el ansia de buscarla en un Oviedo reconstruido ad hoc, para no hallarla jamás...Ahora con Caces, ese lugar que asocié al mundo de lo irreal, por más que una foto de su estación de tren de hace más de veinte años se obstine en testimoniar un olvidado paseo de verano...

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    1. De Caces se habla en otra entrega de este folletín veraniego.

      JLGM

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  3. En efecto, es que me he equivocado de lugar a la hora de poner el comentario. Un despiste.

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