domingo, 2 de enero de 2011

Al otro lado: Lo que queda del día

Lunes, 27 de diciembre
UN PASEO

La primera vez que vine a Sevilla fue allá por 1977 o 1978. Llamé a Fernando Ortiz, que era la única persona que conocía en la ciudad, y nada más intercambiar los saludos, me dijo: “Te voy a presentar al mejor poeta joven que hay en España. Tú, que has leído a todos, a él todavía no le conoces porque no ha publicado nada. Pero ya verás qué maravilla, qué perfección técnica”. Y me llevó hasta una casa de la plaza de la catedral. Allí, en una terraza desde la que casi se tocaba la Giralda, me leyó Abelardo Linares los poemas mecanografiados de Mitos, un libro que aparecería poco después.
Fernando Ortiz hace tiempo que ha dejado de ser mi amigo. Abelardo también dejó de serlo por no sé qué presunta infidencia que cometí en algún tomo de estos diarios, pero nos hemos reconciliado y nada me alegra más que encontrarlo trabajando en su nave llena de libros –casi siempre está de viaje— y que acepte cenar conmigo esta noche. Ya me froto las manos de placer ante otra discusión de las nuestras, de esas que duran dos o tres horas, y en las que el único acuerdo al que llegamos es que no estamos de acuerdo en nada.
Antes doy un paseo por los alrededores del hotel y el azar de los pasos –calle Santiago, plaza del Cristo de Burgos, calle María Coronel— me deja ante una calle oscura cuyo nombre me resulta familiar: Dueñas. Camino unos pasos y veo un historiado portalón con un colorista escudo rodeado de banderas. Efectivamente, aquí es. Este es el palacio de las Dueñas donde nació Antonio Machado. Tantas veces que pasé por Sevilla y nunca me había acercado a este lugar. Así de noche, no resulta en exceso llamativo. Un caserón con la fachada cubierta de hiedra. Más parece una casa de campo inglesa que un palacio sevillano. Dos gigantescas palmeras le hacen la guardia.
Antonio Machado fue el primer poeta al que leí completo, en uno de los primeros libros que compré: un tomo de la colección Austral que todavía conservo. Me lo sé casi entero de memoria: “Está en la sala familiar, sombría, / y entre nosotros el querido hermano / que en la tarde infantil de un claro día / vimos partir hacia un país lejano”. Es para mí más que un poeta. Siento que su sombra benévola me acompaña mientras deambulo solitario y sin rumbo por calles y por plazas.


Martes, 28 de diciembre
DIATRIBAS

La cena de ayer resultó tan divertida como en los viejos tiempos. Claro que parece que he recuperado al amigo, pero no al admirador: “¿No crees que hablas demasiado de viajes en tus diarios? Eso tenía algún interés otros tiempos, pero hoy todo el mundo viaja. La verdad es que cansa un poco oírte contar tus paseos por Portugal o Italia. Y luego esas historias de fantasmas, caserones y bibliotecas, que no se cree nadie. Me parece que cada vez haces más literatura, que no eres sincero. No te veo en lo que escribes, me parece todo impostado y falso. Antes tenías más interés: hablabas de libros, de vida verdadera. Un diario debe ser un registro de la vida cotidiana, aunque resulte monótono a ratos, como los de González Ruano, que me he leído muchas veces. Tampoco eres ya el crítico agresivo, incisivo de antes”.


Durante una o dos horas estuvo el bueno de Abelardo reprochándome mi decadencia. Yo me divertía con sus diatribas: nada me gusta más que ser el centro de la conversación (aunque procure disimularlo) y sabía además que todo aquello ocultaba un resquemor reciente. Solo lo sentía por Nery, su mujer, que estaba allí como convidada de piedra. Traté de cambiar de conversación para que ella interviniera (comprendo que soy un tema fascinante, pero me temo que solo para mí mismo). “Por mí no te preocupes”, me respondió. “Crecí escuchando los discursos de Fidel Castro, así que estoy acostumbrada a las tabarras. Y comparadas con aquellas las vuestras son de lo más ameno”. “Nery ha sido profesora de filosofía marxista en la Universidad de la Habana”, me dijo Abelardo. E inmediatamente siguió con su tema: “No eres el crítico de antes. Y para una vez que quieres serlo ¿con quién te metes? Pues con Ricardo Defarges, que tiene ochenta años, nadie habla de él y no tiene ningún poder. En cambio, con Gamoneda no te metes. Claro como es el favorito de Zapatero”.
“Defarges era solo un pretexto en mi artículo del Abc”, le digo. “Fue un poeta de obra breve y valiosa, hace años. Ahora no es poeta ni mayor ni menor, pero escribe más que nunca, como todos los que dejan de ser poetas. Yo me metía con su editor, que en lugar de aconsejarle, como cualquier buen amigo haría, que guarde esas cositas en un cajón se las publica en una colección prestigiosa, engañando así a los lectores”.
Ese editor es el propio Abelardo. Que escucha sonriente la pormenorizada clase magistral –la ha escuchado cien veces— que le doy a continuación sobre cuáles deben ser las funciones de un buen editor.
“Pues deberías estar contento, amigo García Martín, de que todavía haya malos editores en el mundo, editores sin ninguna profesionalidad, como yo o tus amigos de Llibros del Pexe o de Trabe, porque somos los únicos que publicamos tus libros”.


Miércoles, 29 de diciembre
ME DEJO ACARICIAR

Me levanto temprano, como de costumbre, y hasta las doce no tengo nada que hacer. Pienso que un buen masaje me vendría bien. Leo divertido las ofertas del hotel, que ofrece “un universo de elementos naturales para la relajación, el despertar y los sentidos”. Dudo entre el masaje ayurvédico, que “usa una combinación de movimientos rápidos y lentos para relajar la tensión, devolver la energía al cuerpo y dar vitalidad a la mente”, y el masaje balinés con “sus manipulaciones suaves para aliviar los músculos”. No me decido por ninguno, prefiero pasear y dejar que la ciudad me acaricie.
Mi tiempo libre se ha visto muy limitado últimamente, y ahora si viajo es solo por motivos de trabajo. Un trabajo breve y gustoso, debo reconocerlo. En media hora lo despachamos. Resulta que todos los miembros del jurado, sin hablar unos con otros, hemos seleccionado el mismo par de libros. Uno lo firma Juan Peña, y tiene poemas memorables, pero también algún fárrago, y el otro, Pablo Moreno, uno de esos poetas de los que mi amigo Martín López-Vega se burla diciendo que son los monaguillos de Miguel d’Ors. El premio lo convoca una benemérita fundación privada y en el jurado me alegra encontrarme con viejos amigos, como Rafael Adolfo Téllez, un buen poeta algo llorón. No me alegra tanto descubrir que yo soy el más viejo de todos. “Con muy pocas excepciones, si prescindimos de la obra escrita después de los sesenta años, el lugar de un escritor en la historia de la literatura no varía. O sea que quien a los sesenta no ha escrito nada que valga la pena no lo escribirá nunca. Vosotros todavía tenéis esperanza, pero a mí ya no me queda ninguna”, les digo con mi falsa modestia habitual. Porque yo, aunque este año he cumplido sesenta años, todavía no he perdido la esperanza de escribir algo que quede ahí, en la memoria del mundo, por los siglos de los siglos.



Jueves, 30 de diciembre
CORRAL DEL CONDE

Nada me gusta más que pasear por Sevilla acompañado de mi guía favorito. Juan Lamillar se lo sabe todo de su ciudad y pausadamente me va señalando secretos y maravillas.


En la iglesia del Cristo de Burgos, un Zurbarán encaramado en lo alto junto a un ángel saltarín. En la de santa Inés, la del becqueriano Maese Pérez, el rostro quemado y el cuerpo incorrupto de la fundadora, doña María Coronel, y también las reliquias de las once mil vírgenes y la imagen de un santo que es mi santo patrón. San Expedito, un santo, como yo, molto accelerato: alza una cruz con la inscripción “hodie” (hoy) y pisotea un cuervo que grazna “cras, cras” (mañana, mañana). En el Hospital de los Venerables, las arquitecturas fingidas y los ángeles triunfantes que Valdés Leal pintó en el techo de la sacristía, un barroco, deslumbrante trampantojo. En la iglesia de Santiago, al lado mismo del hotel, me muestra la capa imperial de Carlos V, con su brocado de plata y sus sedas de varios colores… Muy cerca, junto al palacio del marqués de Torreblanca, me muestra una de esas ciudades dentro de la ciudad que tanto me fascinan. Toda una inmensa manzana está cerrada por un alto muro blanco con estrechos ventanucos. Solo hay una puerta, en la calle de Santiago, y al lado una inscripción dorada: Corral del Conde. Muchas veces he pasado por allí sin prestarle atención. Ahora Juan Lamillar pulsa un timbre. Y la puerta se abre con metálico chirrido y lo que encuentro detrás es el ambiente mágico de los cuentos: una inmensa plaza ajardinada, altas palmeras, un pueblo de casas blancas con corredores de madera que parece fuera del mundo. Solo se escucha el rumor de una fuente. “Aquí vivían los criados del conde-duque de Olivares”, me dice. “Pues si me vengo a vivir a Sevilla que no me busquen en ningún palacio, que me busquen aquí”. Seguro que allí dentro, protegido por los altos muros ciegos, se me hará más llevadero el paso del tiempo que ni vuelve ni tropieza.



Viernes, 31 de diciembre

REGALOS

Para dejar de pensar en lo que no puedo dejar de pensar, me entretengo con el recuento de recientes regalos.
El palacio de las Dueñas, temeroso en la noche, recortándose luego en un intenso azul, como en el soneto de Machado que prefiero (“Esta luz de Sevilla. Es el palacio / donde nací, con su rumor de fuente…”). “Yo lo visité una vez –me cuenta un amigo—. Por dentro es más suntuoso de lo que parece. Fue cuando Jesús Aguirre quería publicar su libro de versos eróticos. Vine a escuchárselos leer con Abelardo. Jesús Aguirre se tomó muy en serio lo de duque de Alba, de eso se burlaban sus amigos. Una cocinera del palacio, Lourdes, me contaba que le gustaban mucho los platos de cuchara, que la duquesa detestaba, y que por eso cuando preparaban alguno para el servicio le decía: Hoy tengo un potaje de chícharos, señor duque… Y él pedía que le llevaran una cazuelita de barro que se comía medio a escondidas mientras la duquesa bailaba; luego decía que no tenía hambre. Murió solo, oculto en su palacio, mientras la duquesa seguía bailando de acá para allá”.
El torno del convento de Santa Inés, que descubro en mi primer paseo nocturno, y cuyo dulce olor a vainilla y a pestiños me devuelve de pronto la infancia.
A infancia, a infancia remota y quizá inventada, comienza a saberme todo lo que trae felicidad. El olor del incienso, por ejemplo, cuando entro en la iglesia de San Esteban y escucho el final de la misa solemne, con el cura y los acólitos revestidos de gala y el coro de niños que se pone a cantar de pronto…
Termina el año y recuerdo una vez más a Vicente Gaos: “La vida es dura / y no hay consuelo…”. Pero me quedan la luz de Sevilla, los dulces de las monjas y el olor del incienso.

16 comentarios:

  1. Qué paciencia, qué flema la suya , Martín. Si el bueno(?) de Abelardo fuese amigo (?) mío y osara despacharse conmigo del modo que usted refiere más arriba, tenga por seguro que le plantaba una escarapela de boquerones en la solapa.
    Claro que habría que conocer la "infidencia" en cuestión, que a lo mejor era tan hiriente que justificaba la resentida saña linarense.
    Pero que le llamen a uno mal editor está a años luz de que le mienten la bicha de la insolvencia intelectual..., que eso sí hace pupa.
    En cuanto a que sea el género de viajes cosa trasnochada, nanay: urge salir de la ciénaga, siquiera sea por cuenta ajena.

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  2. Para mí es muy llamativo que el mayor elogio poético a Sevilla se contenga en dos palabras, las del poema "Andalucía" de Manuel Machado:

    "Y Sevilla".

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  4. Lo de "Un trabajo breve y gustoso [...]. En media hora lo despachamos" me recuerda lo que se decía antes del trabajo de los curas: "media hora y con vino". Pero ahí la liturgia no era la de la misa, sino la de la concesión de un premio de poesía. Hace unos años te dediqué (es un decir: nadie se enteró, exceptuada mi mujer) un soneto que escribí. Creo que ahora puede venir a cuento, y lo copio:
    Premio

    A José Luis García Martín

    Se ha convocado un premio de poesía,
    otro más entre mil de estos eventos.
    Hombres que de las letras son portentos,
    el Jurado: probado en bonhomía.

    Irán a este parnaso en romería
    miles y miles, cientos y más cientos,
    nublado de poetas macilentos,
    plaga devoradora de acedía.

    Uno solo obtendrá la zanahoria:
    los euros, la entrevista con su foto;
    y ver sus versos en la inmensa gloria

    de un volumen entre un millón ignoto;
    porque no pasará de aquí la historia:
    un libro sin lector, un sueño roto.

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  5. José Luis García Martín3 de enero de 2011, 10:36

    Amigo F., reproduje las diatribas de Abelardo contra mí, pero no las mías contra él: quedamos en paz. Y todo fue dicho con buen humor. Él sabe que le admiro y yo sé que el también me aprecia (aunque aprecie más lo que escribía antes, o eso dice).
    Amigo Antonio, excelente soneto. Gracias por la dedicatoria. Y que nadie se tome a mal lo de la media hora: los libros habían sido leídos previamente, y anotados, por cada miembro del jurado. Si bastó media hora, fue porque coincidimos en los dos libros más valiosos.

    JLGM

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  6. Pues, la verdad, yo no entiendo que actualmente un poeta se dedique a presentar sus versos a concursos literarios. Tal vez antes esto era necesario para obtener el "privilegio" de la edición: de la luz, de la publicación y la publicidad de la obra. Pero, ahora que -gracias a Internet- cualquiera puede publicar sus poemas (incluso gratuitamente) en una web o en un blog, no entiendo que aún haya poetas rebajándose a fotocopiar y enviar por correo (en plica cerrada) sus versos, y -sobre todo- a que éstos sean puntuados como si fuera el festival de Eurovisión. Por otro lado, la motivación económica (sí, por desgracia los poetas comen, se visten, se calzan...) no es justificativa, pues la dotación económica de esos concursos es muy parca. Así que, por favor: un poco de respeto, de autorrespeto, de los poetas a sí mismos.

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  7. Pero es que colgar las cosas en la Red está al alcance de cualquier desesperado...
    Ya se sabe: unos cuantos posts más y el poema quedará enterrado por los que aprietan desde arriba.
    Y en poco tiempo no será más que cascarilla digital.


    Papel, divino papel; todos parecen conjurados contra tí...
    Los peores, los ecologistas radicales.

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  8. Pues F., a mí también me da pena que el papel desaparezca. Imagino lo que será leer sin pasar físicamente las hojas; sin poder comparar el volumen de las páginas ya leídas con las que aún quedan por leer; sin distinguir entre las hojas ya arrugadas y las aún flamantes; sin ver cómo el lomo del libro, a medida que lo voy leyendo, se va curvando y deformando... Será, sin duda, otra manera de leer.

    Pero me temo que el papel tiene los días contados. Ya hay mucha gente que no compra el periódico, sino que lo lee en Internet. Y con los libros probablemente va a pasar lo mismo.

    Yo aún me resisto, y para Reyes me he pedido varios libros-libros. Pero cruzo los dedos para que mañana los Reyes Magos, además de libros en papel, no me traigan un e-book.

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  9. F. se disculpa (a medias)5 de enero de 2011, 16:29

    ¿Por qué demonios caeré siempre en el error de ponerle tilde a ti?
    Lo cierto es que si uno pudiese elegir una ortografía solo (esta vez véase que la omito) para sí (ahora sí, si no me equivoco), creo que iba a ser muy peculiar. Porque hay palabras que apetece colocarles el arponcillo para enfatizarlas y te quedas con las ganas.

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  10. Pues tengo el honor de comunicar a toda la preocupada audiencia de este distinguido blog que, para gran alegría de quien suscribe, SSMM los RRMM de Oriente no me han traído el e-book.

    Decid conmigo: ¡¡¡¡¡¡ Olé, Albricias, Eureka, Hosanna, Aleluya, Alirón alirón el Athletic campeón.... !!!!!!

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  11. José Luis García Martín6 de enero de 2011, 13:52

    QUITA MIEDOS PARA EMILIA ALARCÓN

    Resulta fácil profetizar que, por muchos años que vivamos, ninguno de los que hoy vivimos vamos a ver la desaparición del libro de papel.
    El libro electrónico no es un enemigo, sino un maravilloso complemento. ¡La de árboles del Amazonas que se van a salvar cuando podamos leer y borrar tantos best-seller que solo sirven para pasar el rato (lo que no es poco)!
    ¡Y qué bien que ocupen tan poco enciclopedias y diccionarios!
    Los periódicos ejemplifican exactamente lo contrario de lo que se pretende demostrar. ¿Pudiendo leerlos gratis en internet --dijeron los agoreros de entonces-- quien iba a comprarlos en papel? Pues mucha gente, y basta darse una vuelta por cualquier quiosco para comprobarlo. Una cosa no quita la otra. Somos muchos los que paladeamos el diario habitual en papel (y a ser posible ante un café) y damos un vistazo a los titulares (o a un artículo interesante) de los otros en internet.
    Este "Café Arcadia" aparece en papel (en "La Nueva España", de Oviedo) puntualmente todos los domingos, y no ha perdido un solo lector por aparecer también en internet. Ha ganado lectores que viven fuera de Asturias.
    O sea que ¡viva el papel! y ¡viva el libro electrónico! Y que, de una u otra forma, nunca nos falte la buena literatura.

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  12. Si no fuese por los periódicos digitales de qué iba a tener uno interlocución con los escritores...
    Gracias a este de Martín, descubrí el excelente blog "Zumo de Poesía", que comanda mi admirada Emilia Alarcón. Y me fue tan grato el descubrimiento que a punto estuve de pasarme de rosca con mis torrenciales comentarios; de manera que he optado por tomarme unas vacaciones lejos (lejos no) de aquel oasis, en el que te desayunan con zumos tan refrescantes. Torneró.
    Esta plasticidad de las publicaciones digitales, que están cambiado constantemente en los contenidos, y que tienen el enorme atractivo de que pueda dar el lector su opinión y verla, negro sobre blanco, en la pantalla, enriquece de tal modo el ocio de las personas amantes de lo culto que marca un antes y un después sustantivo.
    Pero acabo de leer unos cuentos de Pirandello en pasta de árbol prensado y, desde la postura en la butaca; la luz lateral que ilumina las páginas del libro, pero que deja mi cabeza en la penumbra; la flexión adecuada del cuello; el rincón amable en que los leo; el café que humea a unos centímetros; la caricia en las yemas de las hojas al pasarlas; el canto del ruiseñor (eso no)...; todo ello conforma un "estar" ante el hecho trascendente que significa la lectura que, vive dios, ni por asomo te regala el artilugio electrónico.
    Por lo demás, bien.

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  13. El nombre íntegro y correcto de la calle que menciona en su crónica es Doña María Coronel y no María Coronel. Este heróica y valerosa religiosa que desfiguró su rostro echándose aceite hirviendo para detener el acoso del Rey Pedro I de Castilla tiene derecho, creo, a que usted no le apee el tratamiento.

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  14. ¿Dónde está la plaza de la catedral?
    En el Corral del Conde había comadres y vivía mi compadre Manolo.
    Me voy a hacer un fervoroso viajero.

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  15. Fabio (con esperanzas cortesanas)7 de enero de 2011, 15:33

    También tiene derecho a formar parte de la antología del esperpento celtibérico; de la negrura patria; de la cerrilidad fanática; del oscurantismo religioso...
    Si el "don" y la fama dependieran de tales cosas; si cortándose un dedo se alcanzara una diplomatura; si una mano, una licenciatura; si una pierna, cierta canongía; si las dos, un escudo nobiliario; si cegando, una embajada..., nobilísimo y reverendísimo país iba a ser este, plagado de tullidos y minusválidos por vocación; porque es tal el afán de medro y el ansia de beneficio y relumbrón indígenas que doy por seguro que muchos se iban a mutilar con diligencia. Pretextos "elevados" iban a sobrar.
    Probablemente yo estaría aporreando ahora el teclado con los muñones.

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  16. Hermosa palmera junto a la torre, cual fuego de artificio congelado.

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