Sábado, 8 de enero
MUERTE DE UN PERIODISTA, DETENCIÓN DE UN DIPUTADO
El diputado de Unión Republicana, señor Casas, interpela al ministro de Estado y Marina: Habiendo sido llevado a un calabozo oscuro el señor Sirval, cierto día, a las cuatro de la tarde, entraron en la estancia, en tropel, tres oficiales; uno de ellos era Dimitri Ivanof, oficial del Tercio, de nacionalidad rusa. Este preguntó a Luis: “¿Quién eres?”, “Soy Sirval, periodista”, “Tú eres un asesino y desde ahora no vas a matar a nadie”, “Me confunden ustedes, me confunden. Soy un hombre honrado. Soy un periodista”. No hicieron caso de estas palabras de protesta los recién llegados. A empellones sacaron al patio a Luis de Sirval y allí el oficial Ivanov le descerrajó seis tiros con una pistola. Abrieron una maleta que llevaba el reportero, sacaron de ella unos papeles, taparon el cuerpo con unas tablas y se ausentaron. De unas casas próximas fueron oídos los gritos de Luis de Sirval antes de morir.
Sigue hablando el señor Casas. Dice que hasta se ha negado a la familia el derecho a rescatar el cadáver. Lee una carta conmovedora dirigida por el padre de Luis Sirval a don Eduardo Ortega y Gasset.
El ministro de Estado y Marina responde que hay que tener más cuidado en la expresión, sobre todo cuando se trata de hechos no demostrados. Lo único que tengo que decir –concluye− es que todo el que viste uniforme es incapaz de hechos semejantes.
En el Caffè di Roma, al lado mismo de casa, hojeo el periódico y tomo un café. El periódico es un viejo número del Heraldo de Madrid (22 de noviembre de 1934); luego entraré a ver La Fanciulla del West, la más pintoresca ópera de Puccini, retransmitida desde Nueva York. Soy un hombre poco ambicioso: no necesito más para ser feliz.
Y todavía, antes de que comience la función, tengo tiempo para hojear otro número, de unos días después.
Apenas llegaron a Ablaña las fuerzas de la guardia civil de Oviedo, Mieres y Aller y una sección de guardias de Asalto, cercaron el pueblo y se aproximaron a un edificio propiedad de la señora viuda de Montoto, dueña de un almacén de vinos, que rodearon. El jefe de las fuerzas llamó a las puertas y le abrieron. Cuando subía por las escaleras, González Peña abrió un balcón y se asomó a él en camiseta, siendo encañonado por los guardias civiles. Volviose rápidamente, entró y se encontró con el jefe, que le apuntaba con una pistola y le conminaba a que se entregara. No opuso la menor resistencia. Se aseó, se vistió y se puso a disposición de las autoridades. Inmediatamente el diputado socialista fue conducido a Oviedo. En la casa de la señora viuda de Montoto vivían personas de derechas; a pesar de todo eran amigas del señor González Valle. El vecindario de Ablaña se ha visto sorprendido con la detención del jefe revolucionario. Nadie le vio entrar en el pueblo ni en el domicilio de la señora viuda de Montoto. Se supone que aprovechó la noche para entrar en el pueblo y refugiarse en la casa donde ha sido encontrado por el comandante Doval. El señor González Peña tuvo que cruzar media región para poder esconderse en el pueblecito minero citado. Su detención es el motivo de todas las conversaciones en Oviedo.
Domingo, 9 de enero
OTRA EQUIVOCACIÓN
Estoy estos días un poco desilusionado conmigo mismo. Siempre he tenido la tendencia a considerarme más listo que nadie y siempre la realidad se ha empeñado en demostrarme lo contrario. A pesar de haber tomado todas las precauciones posibles, he vuelto a equivocarme. “Es como si de un día para otro te hubieran cambiado por otra persona”, le digo. “No, no me han cambiado. Es que por primera vez te has fijado en mí y te has dado cuenta de que soy una persona real y no una de tus fantasías”.
Una vez más recuerdo la frase que escuché en una de las películas de Batman: “¿Para qué caemos? Para aprender a levantarnos”.
La verdad es que, con los años, he ido aprendiendo a mirarme con cierto distanciamiento e ironía. Un amigo me repite siempre que yo no trabajo, juego a que trabajo. Me temo que también juego a otras muchas cosas, por ejemplo, a enamorarme. Y que, en el fondo, a pesar de lo mal que lo paso, nada me gusta más que el ser rechazado antes de adquirir compromisos serios y tener que dejar de jugar.
Me he enamorado infinitas veces, pero nunca del todo, salvo quizá de mí mismo.
Lunes, 10 de enero
UN NIÑO QUE SUEÑA
Tengo mis refugios, lugares donde esconderme, como cuando era niño, de los ultrajes de la realidad. “Esta es la hermosa ciudad de Nápoles”, comienza la película que compré en la Feltrinelli de las galerías Alberto Sordi durante el último viaje a Roma. Y la cámara se detiene en el panorama fastuoso que se ha reproducido tantas veces. Reconozco los árboles de la Villa Comunale, el Castell del’Ovo a punto de deslizarse sobre las aguas, la doble silueta del Vesubio… Y luego un tren llega a la estación de Piazza Garibaldi y de él desciende un americano, Clark Gable, que en una de las callejuelas cercanas, se encuentra con una Sophia Loren disfrazada de reina. El resto de la acción transcurre en Capri (distante de Nápoles “dos horas de mareo”, según dice el protagonista). Me desentiendo pronto de la convencional peripecia y me invento otra historia, de la que soy protagonista, en los mismos escenarios. El hombre es una caña que piensa, decía Pascal. Yo no soy más que un niño que sueña.
Y me duermo feliz tras haberme contado un cuento.
Martes, 11 de enero
TEORÍA Y REALIDAD DE FRANCISCO RICO
Que el tabaco, al contrario de lo que quiere el tópico, no favorece la actividad intelectual es algo que estamos comprobando estos días. ¡Cuántos disparates, por parte de presuntos intelectuales, se están escribiendo a propósito de la presunta persecución contra los fumadores! Pero a todos los supera el que publica hoy, en la sección de opinión de El País, mi admirado Francisco Rico, nuestro primer petrarquista, el mejor editor de los clásicos. Comienza afirmando que los argumentos contra el tabaco carecen de rigor científico, que el tabaco es como el aceite de oliva, que antes se consideraba mala para el colesterol y hoy todos ponderan sus virtudes (es probable que, como ella, pronto forme parte de la “sana dieta mediterránea”). La ley que defiende a los no fumadores es un golpe bajo a la libertad, una muestra de estolidez y una vileza. Pero lo más divertido de la pataleta en forma de artículo no es eso, sino la apostilla final. Tras afirmar que esta ley “con absoluta desestima de los datos, de la voluntad y el sufrimiento ajenos, sacrifica al individuo cercano en el altar de un remoto ideal genérico”, añade la siguiente postdata: “En mi vida he fumado un solo cigarrillo”. Así da más fuerza a su argumento: no hay ningún interés particular en el ataque a esa nefasta ley que no tiene en cuenta “el sufrimiento ajeno, que sacrifica al individuo cercano” (y todo por decirle al que fuma que no fume donde moleste a los demás, donde dañe la salud ajena).
Pero las pocas veces que yo he visto al profesor Francisco Rico lo he visto con un cigarrillo en la mano: se puso a fumar en el Paraninfo mientras presentaba un libro de Emilio Alarcos (tuvo que llamarle la atención el Rector y salió a fumar fuera con muy malos modos); se puso a fumar luego en el restaurante sin que el dueño, por falso respeto al académico, se atreviera a pedirle que lo dejara.
¿Esa indicación final es una broma? ¿Hay en ella una sutileza de fino analista gramatical? ¿Quiere decir que nunca ha fumado un solo cigarrillo porque siempre los ha fumado por docenas? ¿O simplemente significa que el ilustre cervantista es también un irresponsable crío malcriado?
Miércoles, 12 de enero
TRES AÑOS
Me llaman de un programa de radio. ¿Cómo recuerda a Ángel González en este día en que se cumplen tres años de su muerte?, me preguntan. Con tristeza, respondo. Con la misma tristeza que él sentiría al ver el embrollo en que se han embarcado aquellos a los que más quería. “Siempre alguna mujer me llevó de la nariz”, escribió. Ahora una mujer le lleva de la nariz al purgatorio del amarillismo y el olvido. Pero nada borrará sus versos de mi memoria: “¿Sabes que un papel puede cortar como navaja? / Simple papel en blanco, / una carta no escrita / me hace hoy sangrar”.
Jueves, 13 de enero
NO ME HAS QUERIDO
Nada me gusta más que los regalos del azar. Y el azar, de la mano de mi amigo Almuzara, se muestra hoy generoso conmigo como un príncipe napolitano. Philippe Jaroussky y Mas Emanuel Cencic cantan para mí, solo para mí (o así lo siento yo) inéditas piezas de música barroca: “Chi d’Amor trà le catene / posse un giorno incauto el piè…” (Quien de amor entre cadenas / enrede un día incauto el pie /al abismo de las penas / desventurado ha de caer). En sus voces, virilmente femeninas, arde toda la angustia de estos días, se vuelve humo que se eleva al cielo y que del cielo vuelve convertida en caricia…
“No me has querido y huyes por tus años…”. Ojalá yo también fuera capaz de convertir este dolor en música.
Viernes, 14 de enero
PARA SILVIA UGIDOS
En un amarillento número de Arriba encuentro, firmado por Eugenio d’Ors, un cuentecillo que me apetece copiar aquí y dedicar a mi amiga Silvia. Sobre la Tierra reinaba un día, por culpa de una atroz epidemia, mortandad tan grande que la tarea de San Pedro a las puertas del Paraíso resultaba agotadora. Rendido ya, decidió irse a descansar, cerrando la verja a las narices de las almas: que pasaran la noche al raso si querían; él no iba a descorrer la falleba por nadie. Un inmenso clamor se elevó entonces. Y cada cual para obtener, con la piedad, la excepción, alegaba el mérito de sus infortunios y sufrimientos. “Yo pasé, por error, media vida en la cárcel”, alegaba uno. “Yo he estado casado tres veces, y cada vez con suegra y cuñadas”, pujaba otro… El santo permanecía inflexible. Al fin, un alma de aire nostálgico, se acercó y dijo: “Yo, después de tres años en París, he pasado el resto de mi vida adulta en Oviedo”. “Entra”, consintió entonces San Pedro, compadecido.
..."todo el que viste uniforme es incapaz de hechos semejantes".
ResponderEliminarEsto hace que me acuerde de un tenientillo que sufrí siendo yo recluta en vías de "instrucción" en el C.I.R 16, de San Fernando de Cadiz.
El tal milico lucía una entallada guerrera y llevaba un poco ladeada la gorra sobre la oreja derecha. Le gustaba apretar en la diestra los guantes de cuero bien alineados, de modo que me recordaba a un oficial de opereta; sólo le faltaba la fusta en el sobaco para parecer un atildado oficial británico... de película. Ya.
Era moderado en el gesto y no hacía gala del bozarrón destemplado de otros jefes cuando mandaban hacer movimientos de orden cerrado a la tropa.
Hasta la tarde en que hubimos de marchar en formación por el camino flanqueado por pitas y chumberas que bajaba hasta la estación de San Fernando, rumbo a Algeciras y a la africana Ceuta.
Unos metros antes de entrar en el casco urbano, el atildado teniente mandó alto y nos dirigió una soflama enardecida. Ya no era la suya la voz contenida y un poco afectada que conocía: a voz en grito, ordenó que entrásemos en el pueblo marcando el paso con marcialidad y la cabeza alta, que "demostráramos a los "civiles" que éramos superiores a ellos, "porque teníamos disciplina (!)".
Vaya, vaya con el emperingotado tenientillo.
Son cosas que le ayudaron a uno a colocar las piezas en el tablero. Y hasta hoy, que me sigue moviendo el interés por saber lo que hay detrás de las figuras en su escaque.
Por si no lo habías visto este artículo de la defensora del lector de El Pais
ResponderEliminarhttp://www.elpais.com/articulo/opinion/impostura/fumador/elpepiopi/20110116elpepiopi_5/Tes
muestra que no eres el único que ha visto fumar a Rico. Su respuesta es impagable.
Lo que quería decir Paco Rico es “En mi vida he fumado un solo cigarrillo rubio”.
ResponderEliminarLos Ducados se los fuma de dos en dos, pero yo tampoco se lo pienso reprochar.
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Pues la verdad, lo de D. Francisco Rico me parece de una frivolidad inadmisible, indigna desde luego de una persona con su formación. Leí el artículo de la "defensora del lector" en El País del domingo pasado y me sorprendió la forma tan escurridiza de salirse por la tangente del profesor Rico cuando la periodista ("defensora del lector") le preguntó por los motivos de su mentira. Parecía un político pillado "in fraganti" yéndose por los cerros de Úbeda, usando la estrategia del calamar: echar tinta para confundir. En fin, como diría D. Fernando Lázaro Carreter, "el silencio le habría sentado mejor al Sr. Rico".
ResponderEliminarEs que, Emilia, es perfectamente compatible ser intelectual y -no obstante- reservar una buhardilla del cerebro para guardar memeces y ensayar despropósitos.
ResponderEliminarSe puede ser poeta y no tener escrúpulos éticos; ser muy leído e ignorar lo sustancial.
Se puede ser rico y ser avaro...
Pues sí, Anónimo. La inteligencia y la estupidez a menudo conviven dentro del mismo cerebro. Pero es que, en el caso del Sr. Rico, hacer una estupidez tan "a conciencia" raya en lo esperpéntico.
ResponderEliminarEMILIA ALARCÓN