Domingo, 23 de enero
HABRÍA QUERIDO
Nadie está contento con su suerte. Ni siquiera yo, que soy el hombre más conformista del mundo. Si algún día escribiera la historia de todos los que he querido ser (de todos mis “exfuturos”, que diría Unamuno), resultaría un libro curioso.
Habría querido ser matemático, no tratar con vagas palabras y viscosos sentimientos, sino con limpias abstracciones. Habría querido ser vagabundo, no estar anclado a un lugar y un oficio, dejarme ir de un lugar a otro, a donde el viento me lleve.
Habría querido también –pero esto nunca se lo confesaría a nadie— no practicar la errabundia del corazón, envejecer junto a alguien que no es perfecto (porque ni siquiera yo lo soy), pero que me quiere y me sostiene cuando todo parece derrumbarse, como ahora, en torno mío.
Lunes, 24 de enero
VILLA BELZA
En sueños sigo siendo lo que nunca seré, y de vez en cuando me gusta jugar a hacer realidad alguna de mis fantasías. Anoche soñé con Villa Belza, la Villa Negra, una alta mansión misteriosa que se alza sobre el Atlántico. No había pensado en ella desde hacía quizá treinta años. Iba a ser el escenario de mi primera novela, porque yo, como todo el mundo, también quise ser novelista, eso que ahora aborrezco tanto. En esa villa que en las noches de tormenta parece a punto de naufragar tuvieron lugar suntuosas mascaradas y siniestros rituales allá por los años veinte; en esa villa, que era propiedad de un pariente de Stravinsky, una pertinaz malcasada, Wallis Simpson, agarró por la nariz (para no hacer mención de otros apéndices) a un regio tarambana y le hizo bailar desde entonces al son que ella tocaba. Allí hubo un cabaret ruso y un restaurante, Le Château Basque, y algún jerarca nazi la escogió para sus pardos rituales.
Todo lo que yo sé de Villa Belza me lo contó un viejo borracho que solía frecuentar la biblioteca de Avilés, allá por los años setenta, y al que acabaron no dejándole entrar porque se dedicaba a molestar a las estudiantes. Decía que había sido camarero en Le Château Basque. Por alguna parte deben andar todavía las notas que tomé de sus farfullantes charlas para mi nonata novela.
Soñé que había soñado muchas veces con que llegaba a la puerta de Villa Belza, llamaba y llamaba y nadie salía a abrirme. Desperté, metí en la mochila las cuatro cosas imprescindibles, y me fui en su busca, a ver si en la realidad tenía más suerte que en los sueños.
Martes, 25 de enero
LAS PÁGINAS DE UN LIBRO
Las ciudades que viven sobre todo del verano tienen en invierno un encanto especial. Me asomo a la ventana y veo el faro que separa la costa rocosa del País Vasco de la arenosa de las Landas, veo la playa vacía, la melancolía que entra y sale en el casino, deambula por las calles, se detiene a contemplar el horizonte en la Place Bellevie… Llego por primera vez a Biarritz, pero no llego por primera vez: ya estuve aquí en las páginas –para mí más verdaderas que la vida— de tanta ociosa novelería finisecular.
Camino al azar y voy dando nombre a lugares que nunca había visto, pero que me resultan familiares. Sí, ese palacio aparatoso, rodeado de jardines, es Villa Eugenia, donde veraneaba la emperatriz. Cerca están las cúpulas de la iglesia ortodoxa: en 1909 asistió en ella Baroja a la boda de su amigo Paul Schmitz, su maestro en Nietzsche y en el camino de perfección del anarquismo. Al lado mismo del hotel tengo el antiguo casino, con su suntuosidad fin de siglo, que parece mirar por encima del hombro al actual, a pie de playa, despojadamente art decó. Como aplastado bajo el peso de la neobizantina mole catedralicia está el Port des Pécheurs, que parece a punto de ser sepultado por las olas.
Anochece en las calles solitarias. Tras la playa del Port Vieux, una violenta curva me deja en lo que parece un tramo de carretera al borde mismo de las aguas. No me he fijado al pasar, pero de pronto me vuelvo y ahí está, encaramada sobre sí misma, la Villa Belza.
Toda la melancolía de la hora se derrumba de pronto sobre mí. ¿Qué he venido a hacer? No lo sé. No sé qué he venido a buscar, no sé cuál es mi lugar en el mundo. Ojalá pudiera refugiarse en las páginas de algún libro y no salir nunca de ellas.
En la habitación del hotel, cierro las cortinas para no ver el faro que me hace insistentes guiños, que parece querer decirme algo que no acierto a entender, y abro un libro: “La niebla avanzada viene por encima del mar recorriendo leguas y leguas, pasa sobre el Bidasoa, entre el monte Larrún y la peña de Aya, y se detiene en los hayedos del puerto de Velate. Juega en las barrancas desnudadas por el invierno, se agarra a los ingentes picachos y sumerge en mares de bruma los robledales donde nacieron las libertades vascas y el muérdago sagrado. Acaricia con sus cendales azules a la noche serena, y se tiende amorosamente sobre las aguas del río. Cuando asoma el sol, comienza a deshacer lentamente en el aire luminoso de la mañana”.
Miércoles, 26 de enero
DE RÍOS Y REFUGIOS
Sentado en el café del Teatro, frente al espolón donde se juntan L’Adour y la Nive, los dos ríos de Bayona, recuerdo, o reinvento, el epitalamio que Baroja les dedicó: “El Adour, río gascón, es gruñidor, petulante, malhumorado, de color bilioso y aire de amenaza; la Nive es tranquila, humilde, recogida, no domina a nadie y marcha por donde le dejan paso. El Adour desde los campos donde nace lleva una marcha de mozo cínico y vagabundo, paseando su onda turbia y malsana por pueblos donde se hablan dialectos alborotadores; la Nive viene de pequeños montes frondosos, cubiertos de césped, y salta por las peñas, escondiéndose silenciosa y modesta entre las colinas...”
Muy cerca, a mi derecha, tengo la Rue del Port Neuf, con sus soportales, pastelerías, tiendas de antigüedades y, al fondo, las torres de la catedral, como una antigua estampa iluminada. A Baroja, que la conoció a finales del XIX, le pareció que cuando la volvió a ver, en la turbia primavera de 1940, ya había perdido todo su carácter. Pero sigue siendo la más hermosa de esta ciudad de otro tiempo.
Si Biarritz me maltrató con su melancolía, aquí me siento mimado y arropado. En la Grand Bayonne, a mi derecha, he encontrado refugio. Frente a la catedral, hay una pequeña plaza ajardinada donde aguardan la primavera azaleas del Japón, camelias, hortensias y un inmenso magnolio; a la derecha, tras cemento y cristal, otro jardín: la biblioteca pública. Entro, paseo entre los estantes, abro un libro al azar: “Hincarse sobre la tierra como una flecha que vibra, retener la dulzura del mundo en las manos”. Miro el nombre del autor, Jean Sulivan.
También en la Petit Bayonne, al otro lado del río Nive, he encontrado refugio. Está en el patio del Castillo Nuevo, parece una rara cabaña de troncos cubiertos por la nieve: es la biblioteca de la Universidad.
No estoy hecho para vivir a la intemperie. No soy nadie sin un libro en las manos. El mundo –como la grande o la pequeña Bayona— es para mí una inagotable biblioteca ilustrada.
Jueves, 27 de enero
AQUELLA NOCHE
Pierre Loti, después de mil y una exóticas singladuras, se refugió en Hendaya. Desde su casa, bañada por el Bidasoa, tenía la tierra española casi al alcance de la mano. Un día en que estaba asomado a la ventana le sorprendió una inesperada agitación en las iglesias y conventos de Fuenterrabía, cuyas campanas tocan y tocan con el repique de las grandes festividades. Luego una gran bandera roja y gualda es izada rápidamente en lo alto del fosco Castillo, brillando sobre las montañas oscuras. Y el río se llena de barcas francesas que se apresuran a ir hacia la orilla opuesta. “¿Qué ocurre?”, pregunta. “Es la reina, la reina de España, que viene desde San Sebastián”.
No sé por qué recuerdo eso ahora, cuando asciendo por las oscuras calles de la Parte Vieja de Fuenterrabía. El castillo de Carlos V, con sus negros muros sin apenas ventanas, más parece prisión que castillo. No tengo memoria ninguna de mis versos, pero de pronto recuerdo versos de hace treinta años: “Solo, y con vergüenza de estar solo, / aquella noche en Fuenterrabía, / cuando alguien se fue y se llevó consigo / todo lo que hacía a la vida / digna de ser vivida”.
No había vuelto a esta ciudad desde entonces, pero no le tengo miedo a ese fantasma. Algo he aprendido: ya no tengo vergüenza de estar solo y sé que hay cosas que nadie me puede arrebatar. Y muchas –sonrío— que no puedo contar.
Viernes, 28 de enero
DE PASO
¿Qué me traigo de San Juan de Luz? El recuerdo de Unamuno, que aquí esperaba la caída de Primo de Rivera mientras inundaba España de agresivos panfletos contra aquel Martes de carnaval y el Rey felón; algunas tranquilas y bonachonas calles, con aleros desbordantes; fachadas blanqueadas que entrecruzan traviesas verdes y rojas; grandes árboles que rebasan las tapias de un jardín; rompientes que dan al mar azul o a los pardos Pirineos; un café sin prisa en la plaza de Luis XIV; el veneciano palacio de la Infanta, que mira por encima del hombro los lanchones viejos que se balancean en el agua oscura; paz y silencio entre muros blancos; un pavimento de cantos rodados; la torre cubista de André Pavlovsky que hace señales a la entrada del puerto…
Sábado, 29 de enero
OTRA NOCHE
No podía dormir, como tantas veces me ocurre, y salí a dar una vuelta. La noche era desapacible, soplaba un viento helado, no había un alma en la calle. Cuando me quise dar cuenta, estaba frente a Villa Belza. Había muchos timbres: el lujurioso caserón, con sus fantasmas de brujas y de reyes, tras años de ruina, era ahora un edificio de apartamentos. Sin que yo llamara a ninguno, sonó un clic y el portón de entrada se abrió. Busqué el interruptor, no lo encontré, comencé a subir unas escaleras oscuras… Al fondo de un pasillo, una rendija de luz.
Desde la cama, podía verse el cielo lleno de estrellas y la blanca imagen de la Virgen, sobre un roquedo que batía el mar, iluminada por la luna.
Cuando uno se cansa de buscar, da el nombre de lo que buscaba a aquello que ha encontrado.
Yo no diría tanto como que "no soy nadie sin un libro en las manos", pero un libro es el ansiolítico perfecto. Cuando hay que hacer la cola (en el supermercado, en la administración, en la sala de espera...), cuando viajo en transporte público, y en general en cualquier situación en que haya "tiempos muertos" siempre tengo a mano un libro, en el bolso o en el bolsillo, para leer: Y así la espera se me hace llevadera, y a veces incluso gozosa.
ResponderEliminarJLGM con chistera, es igualito que el muñequito de una tarta de Novios.
ResponderEliminarUn detalle, la villa de Biarritz es Beltza, negro en euskera.
ResponderEliminarY Peñas de Aya o Aia es en plural.
JMT, apasionado de esa costa.
Cierto, pero en la puerta de entrada pone "Villa Belza" y las referencias en francés siempre la nombran de esa manera.
ResponderEliminarGracias por la indicación
JLGM
"Mari Belcha", María la Negra, se titula uno de los más hermosos cuentos de Baroja.
A mí me gustaría saber si Rixar es un fotógrafo local. La fotografía vale por mil palabras.
ResponderEliminarBellas fotografias, muy amena la conversa, muy ilustrada con pasajes que nos lleva a imaginaros con grata postura, cuando no somos lo que deseamos, no le llamamos conformismo, es aceptacion, quizas los numeros te hubieran encerrado en un lugar sombrio, mas solitario que el universo de las palabras, los numeros y sus conjuntos te llevaron por episodios de calles, reconciliaciones, trama del acontecer de la gente, un proposito interesante y le transmite a los demas el saber contar la historia.
ResponderEliminarOye, Chinca (?), no te mosquees, pero qué demonios es eso de "imaginaros con grata postura?, ¿y aquello de "los números, los conjuntos y los lugares sombríos"?
ResponderEliminarMe lo expliques.