domingo, 26 de diciembre de 2010

Al otro lado: Leo, vivo, sueño

Miércoles, 15 de diciembre
CRUZAR UN PUENTE

Siempre anoto los días en que cruzo por primera vez un puente, cualquier puente. El que inauguro hoy, recién nacido, tiene para mí un valor especial. Alza su extraña caligrafía sobre el escenario de mi adolescencia: se detiene en medio de la ría, como un tembloroso trampolín para suicidas; me permite contemplar entera la calle donde estaba (“Jovellanos, 3” era su dirección y así titulé un poema) la que durante tantos años fue mi verdadera casa y mi única patria, la Biblioteca Pública de Avilés, y la blancura impoluta del Centro Niemeyer sobre un fondo de grúas, chimeneas y desperdigados restos de la antigua Ensidesa… Tras tantas idas y venidas entre el ayer y el hoy, este nuevo puente me deja ante otro puente.
Es de verdad y acero y es solo un símbolo de ese otro puente que cruzo cada día: “su frágil armazón de inseguros instantes / permite ver el agua, honda, quieta, aguardando”.



Jueves, 16 de diciembre
POBRES DIABLOS

Hay noches en que uno acepta cualquier compañía, aunque sea la del mismísimo diablo. Me apoyaba como podía en la barra del bar cuando se me acercó para invitarme a otra copa. Iban a cerrar, éramos los últimos clientes. El camarero nos la sirvió de malísima gana. A poco salimos los dos a dar tumbos por la calle en busca de otro garito. Farfullábamos a la vez, sin escucharnos, contentos con la compañía. De vez en cuando nos deteníamos a darnos un tambaleante abrazo. Aunque mi acompañante, pelirrojo, más bajo que yo, bizqueante y mal vestido, parecía un pobre diablo era realmente el mismísimo diablo. De pronto se serenó, como si hasta entonces hubiera estado fingiendo, sacó de entre las ropas una pistola y me dijo: “Sé que te quieres matar, pero no te atreves. Yo estoy aquí para ayudarte”. Apoyó el cañón contra mi pecho. A mí también se me pasó de golpe la borrachera. Estábamos en la calle de la Luna, frente al colegio. Serían las cuatro o las cinco de la madrugada. No había un alma en la calle, salvo la mía y la de aquel desalmado. “Eh –le dije—, que yo no quiero morir todavía. Apunta a otra parte”. Con una mano me apuntaba y con la otra tanteó mis bolsillos. Me quitó la cartera, el teléfono, las llaves. “En el infierno no vas a necesitar nada de esto”. Una figura solitaria apareció entonces en lo alto de la calle. Alto, desgarbado, vestido de negro, tenía un vago parecido con Jean Cocteau. Me pareció reconocerlo. “No te hagas ilusiones”, me dijo el atracador, “es otro diablo”. Luis Cruz –me pareció que era él— pasó a nuestro lado con andar vacilante, sin vernos, o fingiendo no vernos. Mi acompañante guardó la pistola, me entregó mis cosas, y se fue tras él. “Era una broma”, gritó entre carcajadas. “Pero cuándo quieras vender tu alma al diablo, acuérdate de mí”. Pensé también en seguir a mi filarmónico amigo (si es que era él). Cualquier lugar, incluso el infierno, me parecía preferible a mi casa. Pero volví a mi casa y a mi vida. “Mañana no recordaré nada”, pensé mientras trataba de meter la llave en la cerradura. Caí sobre la cama como si me hubieran dado un golpe. Me desperté con la ropa puesta y mal sabor de boca y recordándolo todo.



Sábado, 18 de diciembre
POR ESO ESTOY TAN SOLO

Puedo calcular lo que he perdido confiando en los demás; lo que he ganado de la misma manera es incalculable.

Todas las personas importantes de mi vida aparecieron en mis sueños antes que en mi vida.

Puedo mirar al suelo desde la torre más alta, sin temor ni temblor, pero siento vértigo si alzo los ojos al cielo en la noche estrellada.

Cuando me preguntan por alguno de mis libros siempre digo lo mismo: “No sé qué contestar. Lo he escrito, pero no lo he leído”.

Nada me gusta más que asomarme al mundo desde unos ojos distintos de los míos.

Aquellos poetas eran todos tan originales que no había manera de distinguirlos a unos de otros.

Me fastidia que no me den los premios que me gustaría rechazar.

Los enemigos del hombre son tres: presente, pasado y futuro.

Inteligente y poco leído, era como un perro de raza mal alimentado.

A veces la excesiva felicidad incomoda como un traje demasiado grande.

“Tu lógica es siempre aplastante –me dice un amigo— y por eso estás solo: a nadie le gusta ser aplastado”.



Martes, 21 de diciembre
COSTUMBRES RECUPERADAS

También en lo malo hay algo bueno. Por razones de fuerza mayor, en estos últimos meses todas mis costumbres han sido alteradas. Qué sensación de felicidad cuando el azar me permite recuperar alguna. Pasar por la librería del Campillín, por ejemplo, y luego sentarme en el Rosal a hojear los hallazgos.
Mi librero favorito me dice que no le gustó demasiado lo que conté de mi estancia en Roma, pero me regala un libro con la continuación de aquella historia: La revolución de Roma y la expedición española a Italia en 1849. Lo escribió el teniente general Fernando Fernández de Córdova, marqués de Mendigorría, que estaba al mando de las tropas españolas. Llegaron en nueve buques, uno de los cuales era una fragata de hermoso nombre: Mozart. Al desembarcar en Gaeta, fue inmediatamente presentado al cardenal Antonelli. Qué personaje: “Vestía, con suprema elegancia, traje talar color púrpura, con guarniciones y riquísimos encajes de Flandes. Llevaba en el pectoral y en el anillo grandes y puros diamantes, y en la cabeza el vistoso birrete cardenalicio, cuyo vivo color hacía resaltar el negro cabello, y unos ojos de honda pupila que reflejaban la profundidad del pensamiento. Joven todavía, delgado, de figura esbelta y agradable, hablaba el francés con pureza, dándole mayor expresión la acción de los brazos y el mismo movimiento de las manos, que cruzaba abrazando sus rodillas con una elegancia propia de los salones más aristocráticos”. Eran los tiempos del Papa-Rey, tan admirablemente reflejados por Valle-Inclán en su Sonata de primavera. Como seductor de novicias, Antonelli podría haber sido un buen rival del marqués de Bradomín. Pero él prefería seducir generales, banqueros y políticos de varia condición.


Cuántos detalles exactos en esta crónica de una aventura que se le ocurrió a Narváez “una tarde, paseando por las solitarias alamedas del Buen Retiro” y en la que los españoles –a los que los franceses no dejaron intervenir en el aplastamiento de la república romana— no hicieron otra cosa que seguir a Garibaldi en su deambular de un lugar a otro hasta que se embarcó para América.


Miércoles, 22 de diciembre
UNA MODESTA PROPOSICIÓN

Doy mi aprobado a la barroca pasarela panorámica que une el centro histórico de Avilés con las voluptuosas curvas del Niemeyer, pero no a lo que han hecho con el viejo edificio de la Plaza del Pescado, sobre cuyo techo, como caído de los cielos, se ha posado el puente.
Lo han pintado todo de blanco, disimulando las antiguas puertas, molduras y ventanas. Quienes han ideado el puente dicen que así anticipa la blancura del Niemeyer, al que servirá como lugar de recepción. Menos mal que el arquitecto, a sus 103 años, está curado de espantos porque si no se llevaría las manos a la cabeza al ver que pretenden comparar sus nítidas, acariciadoras curvas con un caserón enjalbegado, y solo porque ambos son de color blanco.
“No han atendido a razones” –me dice Ramón Rodríguez, que es a quien más debe la renovada imagen de Avilés—, “incluso han eliminado las hélices de Saint-Nazaire para que no estropeen la imagen despojada que le han dado a la plaza”.


“Supongo que ese aspecto de cobertizo enjalbegado será provisional” –le digo a Román, el concejal de Cultura—. “Solo faltaría que el arquitecto se meta dentro de la casa y le diga a los propietarios cómo debe pintar las habitaciones. Aquí los propietarios son los avilesinos y ellos deben decidir si el edificio queda como lo han dejado tras tratarlo y maltratarlo; recupera su aspecto original (en armonía con el resto de los edificios de la plaza), o se le somete a una colorista y audaz intervención para que rime con el puente de San Sebastián, espléndido arco iris del nuevo Avilés. Para ello basta con preparar infográficamente las otras dos posibilidades, mostrarlas al público, y que los ciudadanos voten. Pueden hacerlo a lo largo de enero, y en marzo, cuando se inaugure el Niemeyer, ya el plinto del más raro puente del mundo estaría como debe estar”.



Viernes, 24 de diciembre
UN REGALO DE NAVIDAD

Nunca he sabido distinguir entre la literatura y la vida, entre la realidad y los sueños. Creo que ya he contado la historia, pero no lo que hay tras ella. Un amigo editor me entregó el primer libro de un joven poeta. Lo hojeé y no me interesó gran cosa. Luego el autor apareció por la tertulia y de lo poco que hablé con él lo único que recuerdo es que le repetí mi broma habitual: que no escriba, que telefonee. Pasaron unas semanas. No pensé más en el asunto. Y una noche tuve un sueño. Unas mujeres lavaban la ropa en el río (como hacían las mujeres de mi pueblo cuando yo era niño) y de pronto llega flotando sobre las aguas una cesta en la que llora un bebé. La mujer más joven lo tomó en brazos, luego me lo ofreció a mí. Yo lo dejé en el suelo y salió corriendo hacia el bosque cercano: el bebé se había convertido en un adolescente. Al despertarme anoté el sueño (siempre lo hago desde que, a los catorce o quince años, leí a Freud) y aquella misma mañana se me ocurrió pedirle a José Ángel Gayol la dirección del joven poeta para comentarle su libro.
Desde entonces he hablado mucho con Cristian, he ido averiguando poco a poco su historia y la de la comunidad cristiana donde ha crecido, el Pueblo de Dios. También él, como Moisés, fue abandonado cuando niño; también, como Moisés, se siente llamado a grandes cosas. Me cuenta anécdotas de su infancia, y en todas ellas hay un sabor milenario y bíblico.
El lunes presenta su primer libro, ese que yo desdeñé y que ahora veo como algo más que un libro: como parte de una historia que se escribe derecha con renglones torcidos. Y que yo nunca sé si leo, vivo o sueño.

7 comentarios:

  1. Muy lindo, me gusta la frase: "Nada me gusta más que asomarme al mundo desde unos ojos distintos de los míos"

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  2. Nada me gusta más que asomarme al mundo desde unos ojos distintos de los míos; muy buena cita.

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  3. El micorelato pobres diablos no está mal, pero el final es un poco flojillo. Ya sé que nadie me pidió mi opinión, pero bueno la doy.

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  4. Todas las personas importantes de mi vida aparecieron en mis sueños antes que en mi vida.

    Antes soñaba contigo ahora no me dejas dormir.

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  5. Miner:
    No sé si te llamas Minervino o te apellidas Miner.
    El único ejemplar que he conocido con ese apellido era un periodista fachón y plasta, que alternaba con un pésimo presentador ultra, Fernando Gayo (con Y), en un programilla-estercolero de tele del tardofranquismo, donde se hacía "crítica" política de actualidad. Otro habitual era Ángel Palomino, periodista ultramontano que pretendía ser gracioso y que colaboraba en revistas de humor de la época.
    Ahora me acuerdo del segundo apellido: Otamendi.
    No creo que, con tu desparpajo, seas aquel fantasmón. Andarías por los ciento y pico.
    Tú dirás...

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  6. Yo soy un simple seguidor de José Luis García Martín. Me gustan sus diarios. Gracias a él me aficioné a la poesía. Yo no me
    oculto detrás de ninguna F. La verdad todo esto me desconcierta un poco. Por cierto, quedo a la espera de saber quién eres Tú. Yo estoy entre los seguidores del blog (no tengo ninguna necesidad de ocultarme detrás de un cobarde anonimato). Espero que el administrado del blog tenga algo que decir a todo esto.

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  7. Pues a mí lo que me desconcierta es lo idiota -llegado el caso- que puede llegar a ser el personal.
    Que Minerva sea la diosa de la sabiduría, parece un sarcasmo en este caso (¿belli?). Sólo un torpe hallaría ofensivo el recado que te mandé.
    Pues como no hay ocasión mala para impartir sentido común, y como yo me precio de tener bien abastecida la sentina de tal especie, te diré que el anonimato es elogiable si -pese a la impunidad que supone- no se usa para ofender al prójimo o para decir sandeces (que esas sí pudieran ser cobardes).
    Vuecencia no es menos anónimo, para mí y para el respetable en general, que lo es quien esto escribe.
    Así que menos globos de colores y más escrúpulo en lo que se escribe, que llamar cobarde a quien no lo es libera al imputado para que diga verbigracias del tenor de "bobo cuyo orgullo mejor empleado estaba en decir cosas ingeniosas, y no en remilgos de novicia (iletrada)".
    Que nos den.

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