lunes, 30 de diciembre de 2013

A buen entendedor: Qué poco me va quedando


Domingo, 22 de diciembre
VOCACIÓN Y HOMENAJE

Algo tengo de periodista, sin serlo. Para escribir no necesito un lugar aislado, sin ruidos, sin nadie que me moleste. Soy una persona tranquila y solitaria por eso no me hacen falta encontrar tranquilidad ni soledad. Las llevo puestas.
            Puedo escribir perfectamente en cualquier parte, siempre que tenga algo de qué escribir, naturalmente. Mis problemas vienen porque con demasiada frecuencia no se me ocurre nada. En cuanto se me ocurre de qué hablar, lo demás viene solo. No soy un purista ni un estilista. Tampoco me preocupa la corrección gramatical, como nunca le ha preocupado a un verdadero escritor ni a un hablante de su lengua materna. “La gramática soy yo”, podría decir parafraseando a Luis XIV.
            ·Escribo estas líneas, casi por inercia, en el Caffè di Roma, del centro comercial Los Prados –entre el barullo de las conversaciones, y el ir y venir de los niños en medio de las mesas, y el llanto cuando se caen al suelo, y el grito de las madres que les llaman la atención–, después de redactar mi colaboración para el homenaje a Ana de Valle que se celebrará en enero.
            Hace ya treinta años de su muerte, en Bélgica, donde vivían sus hijas, y alguno más desde que dejamos de verla, miope y minúscula, ir de un lado para otro por las calles de Avilés.
            Yo sentía más afecto por la persona que admiración por sus versos, y ella lo sabía y no le importaba. Representante de una España que pudo ser, la de la República, antes de tiempo y casi en flor cortada, autodidacta, luchadora, única mujer en un mundo de hombres, el de la intelectualidad avilesina de preguerra, conoció el exilio, la separación de sus hijas (que acabaron adoptadas por otra familia), la vuelta temerosa con todas las alas cortadas. Vivió austeramente de su taller de encuadernación, al comienzo de la calle Galiana, se olvidó de todos sus ideales políticos y reivindicativos, siguió escribiendo para sí misma. Fue descubierta en los setenta por los poetas más jóvenes, volvió a publicar, se creó un premio con su nombre.
            Su recuerdo me lleva a otro, del que nunca hablo, del que todavía no puedo hablar, y escribo un posible epitafio: “No me lloréis. / Solo he cambiado de casa. / Sigo viva en vuestro corazón”.
            Sigue viva en mi corazón. Si estuviera solo, se me llenarían ahora los ojos de lágrimas. Pero soy incapaz de llorar en público, salvo en el cine.
            Guardo el iPad, pago mi café y voy a sacar la entrada para Doce años de esclavitud. Me gusta ser fiel a mis costumbres y la de los domingos, desde que tenía diez o doce años, incluye la sala oscura y la magia de la pantalla grande (las otras pantallas no son menos mágicas, por cierto).
            Sí, seguro que yo tengo bastante de periodista. El desdén por las florituras estilísticas y la falta de imaginación, por ejemplo. Podría haber sido un perfecto cronista municipal.


Lunes, 23 de diciembre
UNA FELICIDAD

Cuando no tengo nada que hacer, hago frases.
            Si no tuviera defectos, ¿quién me iba a querer?
            Si no dijera de vez en cuando alguna solemne tontería, ¿quién me iba a aplaudir?
            Qué deprimente comprobar, tras una larga vida laboriosa, que nadie nos odia.
            Morir es una tragedia; estar muerto, una felicidad.


Martes, 24 de diciembre
CONTRA EL TIEMPO

No me gustan estos días especiales, tan propicios a la melancolía. Creo que a nadie le gustan, pero todos disimulamos como podemos.
            El tiempo y yo libramos un combate desde siempre. Él se empeña en que todo cambie; yo, en que todo siga igual.
            Ganará él, por supuesto, pero yo todavía no me doy por vencido.
            Sigo cenando, como cada año desde hace ya más de medio siglo, en Avilés. Y aún sigue habiendo niños en casa. Aún la navidad sigue siendo navidad.
            Y luego, bajo los solitarios soportales de Rivero, me voy a dormir al hotel Ferrera. Un rito que me he inventado. Ya se sabe que, como escribió Ortega, el hombre es el único animal para el que lo superfluo resulta imprescindible.


Miércoles, 25 de diciembre
CUMPLIR SUEÑOS

Ese fenómeno meteorológico de llamativo título, la ciclogénesis explosiva, sin quisiera asomar por Avilés, me ha hecho un inesperado regalo. Me despierto temprano, como cada día, desayuno solo en el comedor del hotel (me gusta este silencio en días de barullo) y luego salgo a pasear por el parque Ferrera, ya iluminado por un fresco sol. Me sorprende no ver a ninguno de los habituales madrugadores haciendo ejercicio. Pronto compruebo la razón. No han abierto las puertas. El parque inmenso, como en los días de infancia, es un espacio misterioso que a mí solo se me entrega.
            Los lugares no significan lo mismo para todo el mundo. Este parque, antes de ser municipal y abierto a todos, era propiedad de los marqueses de Ferrera y, cuando yo era niño, tenía que bordearlo todos los días, por la llamada calleja del Marqués, para ir al Instituto. Sus altos muros eran una tentación. Alguno de mis compañeros se atrevió a escalarlos, saltar al otro lado, volver luego contando peligros y maravillas. Yo soñé muchas veces con hacer lo mismo, y a veces he creído que lo hice, pero nunca me atreví. Ahora, gracias a la ciclogénesis explosiva, cumplo ese sueño, tengo el parque para mí solo. Soy un hombre paciente y afortunado. Con tal de que se cumplan, no me importa el tiempo que mis sueños tarden en cumplirse.


Jueves, 26 de diciembre
PSICOANÁLISIS

Una de las lecturas más apasionantes de mi adolescencia fueron las obras completas de Sigmund Freud en la edición de Biblioteca Nueva. De ellas me viene mi afición al psicoanálisis. Me gusta psicoanalizarme y lo hago con cierta frecuencia. Cuando mi reacción ante un acontecimiento resulta desproporcionada, trato de averiguar la escondida razón.
            Esta mañana me enteré de la muerte de mi amigo Pendás. Hacía tiempo que había dejado de tener trato con él, pero me afectó como un inesperado mazazo. Al darle la noticia por teléfono a una amiga común no podía contener las lágrimas, la voz se me quebraba por los sollozos. Y no soy yo persona que guste de mostrar sus sentimientos en público, salvo que se trate de sentimientos poco recomendables, como el sarcasmo.
            A Juan Manuel Pendás Benito le conocí cuando yo estudiaba tercero de bachillerato y él cuarto. Luego repitió curso y ya no fue capaz de seguir los estudios. Era muy inteligente, pero había comenzado a manifestarse su enfermedad. Lo leía todo, lo sabía todo y desde que nos conocimos me demostró una admiración tan incómoda como halagadora. Salvo cuando el agravamiento de su enfermedad le hacía desaparecer por un tiempo, me lo encontraba a todas horas y en todas partes. Así, durante veinticinco o treinta años. Escribía continuamente artículos sobre los más variados temas (y yo era uno de sus temas preferidos) que mandaba a los periódicos y que solían publicarle en la sección de cartas al director. Creo que solo Francisco Umbral escribió más artículos. Entre los muchos que me dedicó a mí, todavía conservo uno que comienza de manera espectacular: “Es la figura literaria más cotizada y más solicitada. Su verbo maravilloso, su claridad mental, sus frases certeras, sus comentarios divertidos, amén de otras grandes cualidades, atraen irresistiblemente al contertulio”. Pero pronto incurre en el humorismo, no sé si involuntario: “Comentaba yo con este genio, no hace mucho, que si en lugar de apellidarse tan vulgarmente –García Martín–  se hubiese apellidado más rutilantemente –por ejemplo, Pendás Benito–, su nombre, su talento refulgirían mucho más alto. Pero llamarse de tal modo es prácticamente, en el cotarro nacional, estar condenado al anonimato”. El artículo termina con una pregunta que Víctor Botas, con el que yo discutía de política a menudo, me repetía luego con frecuencia: “Tiene 37 años, pero su obra es frondosa y dilatada. Aunque su ideología es profundamente liberal, simpatiza con el socialismo y disputa en vano, pese a su dialéctica sutil y maravillosa, defendiendo la política de los socialistas. Me pregunto: ¿cómo un hombre tan inteligente y tan discutidor puede comulgar con semejante credo? ¿Cómo puede un hombre inteligente ser socialista?” 
            Y de pronto, de la noche a la mañana, este amigo que no me dejaba ni a sol ni a sombra, dejó se saludarme, no quiso tener nada más que ver conmigo. Y así durante los veinte años últimos. En cuanto le veía por las calles de Avilés, me esquivaba. A veces se asomaba al café donde yo estaba, pero en lugar de entrar a saludarme y charlar, como hacía antes, observaba un rato y luego desaparecía. “¿Qué le has hecho a Pendás?”, me preguntaban mis amigos. “Nada”, respondía yo sinceramente extrañado.
            Si hacía tiempo que había dejado de tratarle, si hacía tiempo que había dejado de ser mi amigo, ¿por qué me ha afectado tanto su muerte? ¿Por qué varias veces, a lo largo del día, me he puesto a llorar?
            Me he tendido en el sofá, he cerrado los ojos, y he dejado que los pensamientos vaguen libremente. Siempre, cuando alguien cercano muere, se nos despiertan los sentimientos de culpa. ¿Qué le hice yo a Pendás para que de un día para otro dejara de saludarme? No puedo recordarlo. Le diría alguna verdad poco amable, según mi estilo, pero a eso debería estar acostumbrado, como todos los que me conocen.
            Y de pronto, en el ir y venir de los pensamientos, en este divagar sin ataduras lógicas, recuerdo que había algo en Pendás que me hacía sentir incómodo. Nuevo Funes el Memorioso, contaba minuciosas anécdotas que yo había olvidado o que no me apetecía recordar. Repetía también el argumento de mis primeros relatos, fantasiosamente autobiográficos. A mí me avergonzaban aquellas historias y siempre trataba de cambiar de conversación. Pero Víctor Botas o Felicísimo Blanco le incitaban a seguir y le decían que algún día debía escribir mi biografía.
            Ahora sé que en el fondo me alegré de su alejamiento. Me comporté como un político que tiene algo que ocultar y se libra de un testigo incómodo. Él debió de notar que, aunque dijera lo contrario, no sentía demasiado que se hubiera enfadado conmigo, que hubiera dejado de frecuentarme. Su alejamiento fue solo una muestra de afecto.
            Eso es lo que me hace llorar ahora. Traté mal –desdeñando su pertinaz devoción– a quien la vida no trató bien. Y con él desaparece para siempre una etapa de mi vida. “Qué poco me va quedando, / de lo poco que tenía…”





17 comentarios:

  1. el submarinista ingenuo30 de diciembre de 2013, 1:02

    Emocionante entrada. No, si en el fondo...

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  2. Dice el autor (unos días atrás) que hubiera servido para "cronista municipal". No lo creo. Los cronistas oficiales jamás lloran en el cine y bajo ningún concepto se aventuran con una introspección tan dolorosa. Todos hemos tenido un Benigno -o varios- y lo fácil es echarle la culpa a los tiempos, a las prisas, al ya sabes lo que pasa. Eso haría un cronista: subrayar todos los sucesos que impidieron cumplir una agenda ya muy apretada... Pero los que lloramos en el cine, por ejemplo con ET diciendo "estaré aquí mismo", esbarbamos más hondo y, claro, nos topamos con ese ser extraño que nos habita y tiene malos modales.

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  3. De Ángel González: Se refiere a alguien que llora por lo que lee, pero también sería aplicable a quien llora en el cine. Lágrimas reales de dolor y aguasal por historias que, a fin de cuentas, se las ha inventado alguien.

    Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas,
    y una voz cariñosa le susurró al oído:
    -¿Por qué lloras, si todo
    en ese libro es mentira?
    Y él le respondió:
    -Lo sé;
    pero lo que siento es verdad.

    (Un cordial saludo y los mejores deseos míos y de mi hermano Aitor para el 2014.)

    SANDRA SUÁREZ

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  4. Gracias, Sandra. Y también mis mejores deseos para todos.

    JLGM

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  5. Me hago un lío, ¿queda poco cuando cumplimos años, es año viejo?... :)

    ¡qué desconcierto!

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  6. Qué fácilmente se hace algunos un lío. Sí, cada vez nos queda menos.... Los versos son de Bergamín:

    Qué poco me va quedando
    de lo poco que tenía.
    Todo se me va acabando
    menos la melancolía.

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  7. José Luis, alguno tiene su nombre: Lourdes.
    Y sí, me hago un lío, no soy tan lista como otros.

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  8. Soy consciente de que queda poco siempre, desde el momento en que nacemos somos presa de la muerte. Era sólo ironía para escapar del tiempo. Al fin y al cabo ¿quién pone fecha a nuestra existencia?: sólo nosotros.

    Me alegra saber que haya personas que se hagan líos de ningún tipo.

    L.N.J

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  9. Todos nos hacemos líos, pero unos más fácilmente que otros, Lourdes. Y no era mi intención molestar, por supuesto. Disculpa.

    JLGM

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  10. Creo que mi buena amiga Lourdes da demasiada importancia al hecho de que JLGM no se dirigiese a ella por su nombre al contestarle; no debe ver en ello, pienso, ninguna intención de menosprecio. Y para todos la vida es cosa complicada: el que diga que no lo es, no sólo se engaña, a mi parecer, sino que con seguridad se está perdiendo algo, y algo muy importante. Como decía Machado ("Juan de Mairena, VI"), quienes "están siempre de vuelta en todas las cosas, son los que no han ido nunca a ninguna parte. Porque ya es mucho ir; volver, ¡nadie ha vuelto!". Así que todos nos hacemos líos alguna vez, y no es malo que nos lo digan. No hay que ver en ello, repito, ninguna intención de menosprecio, que estoy convencido de que no existe aquí.

    José Cereijo

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  11. Leo ahora el último comentario de JLGM, que había pasado por alto. Ya ve mi amiga Lourdes que, como yo le decía, ninguna intención de menosprecio había en sus palabras. Y aprovecho para agradecer a JL su nota; yo sé lo mucho que Lourdes estima y admira a José Luis, y lo mucho que le va a alegrar lo que le dice.

    José Cereijo

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  12. Cuando empecé la carrera, en la Faculta de Filología, en Oviedo, hace ya veintisiete o veintiocho años, había un ritual que se repetía prácticamente cada día, en diversas clases. Un individuo de pelo blanco, evidentemente mayor que nosotros y evidentemente caótico, irrumpía en el aula en mitad de la clase, saludaba públicamente, se sentaba despistadamente en alguna mesa, rumiaba en voz alta algún pensamiento ininteligible y luego se marchaba por la puerta con la misma prisa con la que había entrado. Al principio todos nos quedábamos pasmados. Luego nos fuimos acostumbrando. Nos dijeron que era un alumno eterno y que estaba loco. Aunque interrumpía, ningún profesor le llamó nunca la atención o lo censuró de ningún modo. Se toleraba unánimemente esa ceremonia suya deslabazada, fugaz e inofensiva. Era parte del decorado de la vieja facultad de la plaza de Feijoo.
    No sabía que había muerto. Lo he sentido. Pero no por él, al que no traté, por suerte o por desgracia, sino por los recuerdos. Porque han pasado más años de los que yo tenía entonces. Ay, el tiempo.

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    1. Sí,. Piquero, esa una de las imágenes de Pendás. Y a veces, con su rara erudición, hacía preguntas comprometidas a los profesores.

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  13. José Luis, lo siento, se me hace daño fácilmente y he interpretado tu respuesta de forma negativa.
    Ya comentas lo de Ortega, el hombre es el único animal para el que lo superfluo resulta imprescindible. Siento haber caído en ello.
    Curiosamente digo en tu blog "Una imagen, cien palabras" haciendo referencia a una entrada de Manuel que prefiero ser "el monstruo en su laberinto que el tonto en su lío". Será de lo poco que me gustan.

    Como dice mi amigo y entrañable José Cereijo, le he dado demasiada importancia a tu respuesta. Él me conoce y sabe que me gusta aprender, que me enseñen y me corrijan. Lo llevo mucho mejor que los halagos.
    Sabe de mis exigencias y que los textos largos nunca los leo en internet(los llevo fatal) y ya ves J.Luis, leo los tuyos. Te entregas con sinceridad y humildad a tus palabras, además de escribir muy bien.

    Haces referencia al poco tiempo que te queda, ¿sabes?, a mi también me asusta un poco. Me gusta la vida y si algún día sintiera lo contrario, espero entenderla con el mejor humor posible.

    Que tus sueños se cumplan como deseas, además de ser un hombre afortunado, vas en busca de ellos; parte importante para conseguir esa fortuna.

    Muchas gracias a los dos.



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    1. Pues como no hay mal que por bien no venga, este malentendido me ha servido para saber que L.N.J. se llama Lourdes (son los problemas de no firmar con el nombre en Internet). No lo sabía. Gracias por leerme y por disculparme.

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  14. Gracias también a José Luis, por su comprensión, y a Lourdes por sus palabras. Y ya, que esto parece una de esas viejas "batallas de flores". Serán estas fiestas, ay. Feliz año nuevo a todos; que sea, al menos, un poco mejor que el viejo, lo que en general no parece demasiado difícil.

    JC

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  15. Pues yo, Kurtz, también suelo llorar en el cine. Quién lo diría de persona tan correosa, ¿eh? Pero -cosa chocante- lo hago solo por la comisura derecha del ojo derecho y sin que la emoción llegue a embargarme ni mucho menos: así, como un reflejo condicionado vaya usted a saber por qué condicionante. De modo que si presiento -siempre leo una somera sinopsis y una crítica de lo que voy a ver- que el asunto va de sentimentalismos, me coloco en la butaca a la derecha de mi compañera y así solo va a quedar al alcance de una furtiva mirada suya -sospecho que sabe de mi blandura de corazón cinematográfico- el ojo impasible a la desdicha virtual, quedando la eventual furtiva lágrima del otro lado. Ahora que va tan poca gente al cine de noche, es habitual que no haya vecino de butaca. Pero si lo hay -a mi diestra me refiero- he de tener mayor cuidado aún en el disimulo, porque he sido educado en el prejuicio de que llorar por fruslerías no es de hombres.

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