Sábado, 25 de enero
PURA ENVIDIA
Camino de Francia, voy
escuchando en el coche la presentación que ayer hizo Ana Blanco del libro de
Enrique Bueres Lo propio y lo ajeno. El libro recopila crónicas
culturales de hace más de veinte años publicadas muchas de ellas en la revista Clarín.
Una obra así normalmente no habría merecido ni una mención de pocas líneas en
los medios habituales, pero Bueres se las ha arreglado para que en todas partes
hablen de él.
“Qué
envidia”, les digo a mis compañeros de viaje. Y les recito la coplilla anónima
que he puesto a circular por el ciberespacio: “Enrique, para ser célebre, / no
me escribas buenos libros. / Mejor cultivar el trato / con influyentes amigos”.
Todo el lobby asturiano estaba ayer en la
presentación de la Telefónica y a todos y cada uno les dedicaba el autor una
cariñosa salutación. Bueno, todos no, faltaba Víctor Manuel, pero había
prometido asistir y solo falló por un inconveniente de última hora. También
Letizia Ortiz, pero nadie más.
“Deberías tomar buena nota para promocionar así tus
libros”, me dice Sánchez Torreño, que me acompaña en este viaje. “Debería. Pero
yo soy el antibueres. Él es el amigo de todo el mundo y todo el mundo que me
conoce se empeña en ser enemigo mío sin que yo haga nada para ello”, digo con
ironía.
La charla de Bueres con Ana Blanco, en la que se me
menciona varias veces, y no siempre para bien, nos entretiene durante un buen
trecho del viaje. La verdad es que Bueres, con su hipocondría y sus manías,
tiene la gracia de un personaje de Woody Allen. Después de escucharle, me
entretengo en imaginar el guion de una comedia urbana, por el estilo de las que
se rodaban en los ochenta, en la que él –un personaje inspirado en él, también
con algunos rasgos de Víctor Botas-- sería protagonista. La dirigiría, por
supuesto, David Trueba, prologuista del libro y haría un cameo Marta Reyero,
cuya foto llena la portada de un libro con el que no tiene nada más que ver que
estar casada con el autor.
“Ya
sabes –me dice Julia, otra compañera de viaje—que hay dos tipos de personas:
los erizos y los peluches. Tú eres un erizo. Incluso cuando quieres acariciar
pinchas”. “Y mi amigo Bueres, ya lo sé, es todo lo contrario: incluso cuando
quiere pinchar acaricia. Tendré que conformarme con vender poco y que nadie
hable de mí”. “De eso no te preocupes que hablar, hablar, sí hablan, aunque no
sé si a ti te gustaría escuchar lo que dicen”.
Domingo, 26 de enero
DICHOSO EL QUE NO
ENCUENTRA
En una tienda de antigüedades
que es también librería de viejo de la Pequeña Bayona encuentro Une amitie
de Rainer Maria Rilke, el libro en el que Elya Maria Nevar reúne la
correspondencia que tuvo con el poeta a partir de un fugaz encuentro en el
caótico Múnich de 1918, recién acabada la Gran Guerra. Al final, se enumeran
las direcciones a las que envió las cartas: son más de veinte. Y pocas
correspondían a un domicilio propio: Rilke pasó la vida de un castillo a otro
invitado por alguna gentil admiradora. No es precisamente la vida que a mí me
habría gustado llevar. Siempre que puedo, evito dormir fuera de casa. Y si no
tengo más remedio, porque me apetece darme una vuelta por un lugar algo
distante, procuro que sean solo dos o tres noches. Claro que mi casa se va
ampliando y le voy añadiendo lugares que ya forman parte de ella, como esta
habitación que se asoma al Adur, al puente del Santo Espíritu y al perfil de la
Gran Bayona, con las torres de la catedral, el teatro que es también
ayuntamiento y la noria que se refleja en las aguas del río.
¿Qué
he venido a hacer aquí? Nada en especial. El amor, como la rosa de Ángelus
Silesius, es sin porqué. Camino por la orilla del Nive y me dejo embriagar por
la melancolía del atardecer, los últimos rayos de sol apareciendo para
despedirse tras un desapacible día de viento y lluvia. A la memoria me vienen unos
versos que no sé si leí o escuché cantar alguna vez: “Me basta un poco de sol /
para sentirme feliz, / tan solo un poco de sol / y no acordarme de ti”.
A mí me gustaría escribir media docena o docena y media
de poemas memorables, como Rilke (el resto es envejecida literatura), pero no
llevar vida de poeta como Rilke, ser un parásito que vive, no de los derechos
de autor, sino de la admiración y de la generosidad ajenas.
Recuerdo que el primer enfado de Brines conmigo fue en
una comida en la que nos acompañaban Víctor Botas y Paulina. “¿También eres
profesor?”, le preguntó Brines a Botas. Y yo dije: “¡Qué va! Se dedica a no
hacer nada, tiene esa suerte”.
Parece
que a Brines esa observación le tocó algún punto sensible: “¿Cómo que a no
hacer nada? ¿Es que para ti escribir poemas no es hacer nada? ¿Es que quieres
como Fidel Castro enviar a los poetas a cortar caña para que hagan algo útil?”.
Y así siguió durante largos minutos. Víctor,
Paulina y yo nos mirábamos extrañados. Luego se calmó y la conversación continuó
por cauces normales. No sabía yo entonces que Brines no había trabajado
nunca y que vivía –indiscreto Villena-- del dinero que le pasaban sus padres.
Yo en eso soy más machadiano: “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el
traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho
en donde yago”.
La vida es una red de triviales miserias. Dichoso el que
no encuentra un aplicado biógrafo que se dedica a rescatarlas del olvido y a
avergonzarnos para toda la eternidad con la complicidad de nuestros mejores
amigos.
Lunes, 27 de enero
MACHADO Y YO
Con José María Sánchez Torreño, presento la edición que hemos preparado de las Poesías completas de
Antonio Machado en una librería de San Sebastián. El acto lo organiza el Ateneo
Guipuzcoano y yo me he entretenido en averiguar su historia. Se fundó en 1870,
el año en que murió Bécquer y asesinaron a Prim. Poco después comenzaría el
reinado de Amadeo de Saboya.
Comenzó
como una tertulia que se reunía tres veces por semana, los lunes, los miércoles
y los viernes de seis y media a ocho y media. Un poco como nuestra tertulia que
se reúne, desde 1980, los miércoles y los viernes de siete a diez. No organizamos
conferencias, pero hemos discutido de todo y publicado bastantes cosas.
La
época de esplendor del Ateneo Guipuzcoano, que ahora me parece que se
sobrevive, como los otros ateneos, incluido el de Madrid, fue el final de los
años veinte y en los primeros treinta. Por entonces, pasaron por él todas las
primeras figuras de la literatura española. El 23 de diciembre de 1935, la
víspera de Nochebuena, el joven dramaturgo Alejandro Casona habló, no de
teatro, como se podría esperar, sino de la nueva poesía. Según él, una de las
características del arte nuevo es la guerra al adorno, el dominio de la línea
recta, el prescindir del amontonamiento ornamental. En poesía eso se traduce en
la vuelta al cantar popular, al folclore, al canto llano del pueblo.
Ejemplificó “con versos de Machado, Giménez Caballero, Alberti y García Lorca
la tendencia a confeccionar poemas partiendo de ideas populares”.
¿Giménez
Caballero? Mejor podría haber citado sus propios versos de La flauta del
sapo. Tampoco citó, y fueron los iniciadores, a Juan Ramón Jiménez ni a Manuel Machado,
porque Machado a secas, entonces y ahora, era Antonio, no Manuel.
De Antonio Machado fue el primer libro de un poeta que yo compré y el primero que me leí de la primera a la última página, entendiera o no entendiera lo que leía. Ocurrió hace más de sesenta años. Desde entonces me acompaña en la memoria. Hablo de él hoy en San Sebastián como quien habla de alguien de la familia, el padre y maestro mágico.
Miércoles, 29 de enero
BUEN MAESTRO
Presento a Lorenzo Oliván en
la cátedra Alarcos, más de treinta años después de que en la tertulia Óliver
editáramos su primer libro, Cuatro trazos.
Cuánto
tiempo ha pasado desde aquellas juveniles discusiones con José Luis Piquero,
Pelayo Fueyo, Javier Almuzara, todos grandes lectores pero pésimos estudiantes.
Lorenzo Oliván era la excepción: siempre bien peinado y con aspecto de primero
de la clase. Se veía que iba a llegar lejos, a recibir todos los premios.
Termino
la presentación con un aforismo de Eugenio d’Ors: “Mal maestro el que no es
superado por alguno de sus discípulos”. Y añado: “En el caso de Oliván, no hay
duda de que, en ese sentido, he sido un buen maestro”.
La verdad es que no me importa que los poetas jóvenes,
cuando dejan de serlo, me superen. También es cierto que me esfuerzo para que
no les resulte demasiado fácil.
Viernes, 31 de enero
EINSTEIN Y YO
Sonrío al leer en una página
de Internet una frase de Einstein: “El que lo sabe todo no es un sabio, sino
todo lo contrario: un sabelotodo”. Y sonrío porque esa frase, como tantas que
se le atribuyen, no la escribió Einstein. La escribí yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario