Sábado, 15 de febrero
EL MISTERIO CONTINÚA
“¿Pero de verdad es cierta
esa historia del ramo de flores que te envían anónimamente todos los años,
desde hace no sé cuántos, el día de San Valentín?”, me pregunta mi amigo Saúl,
que pasa hoy a saludarme por el Atrio. “¿No te la habrás inventado tú para
hacerte el interesante?”
---Para hacer el ridículo, querrás decir. Como no me lo
envían a casa, sino a la Universidad, ya me dirás lo que pensarán quiénes lo
reciben y las vueltas que da hasta que alguien encuentra mi teléfono y me llama
para que pase a recogerlo. Y ahí me ves a mí pasando ante las miradas curiosas
de los alumnos que esperan clase con mi ramo de flores.
---A mí esa historia, si es verdad, que no acabo de
creérmela, me recuerda la novela de Stefan Zweig Carta de una desconocida y
la película de Max Ophüls. Ya sabes, tras unos días de ausencia, un novelista
célebre regresa a su domicilio…
---¡Yo no soy novelista!
---Tampoco eres célebre, pero eso no importa. Regresa a
casa y se encuentra, entre la correspondencia, con un abultado sobre y la larga
carta de una desconocida que sabe que va a morir y quiere confesarle su amor.
---Espero no recibir yo ninguna carta así, casi prefiero
los anónimos amenazantes de algún poetastro. Pero lo que no puedo negar es que
esta historia es bastante novelera, como de película. Le he dado vueltas y más
vueltas a ver quién podría ser la autora…
---O el autor.
---Yo pienso más bien en una mujer, y de cierta edad. Y
la que me parece más verosímil lleva ya más de dos años muerta.
---Habrá dejado una manda en su testamento, como en las
novelas de Agatha Christie.
---Hubo una época en que me mandaba largas cartas, una
especie de diario escrito a vuela pluma, que yo terminé rompiendo sin abrir y
también me llamaba mucho por teléfono. Yo no quería ser descortés, ella era muy
amable, pero hablaba y hablaba sin parar sin dejarte meter baza. Te obligaba a
interrumpirla y colgar. Vivía en Gijón y hubo una época en que venía mucho por
la tertulia. Luego aparecía esporádicamente –venía en un taxi que quedaba
esperándola-- para entregarnos uno de los libros de poemas que publicaba por su
cuenta. ¡Pobre! Cuando más quería que la tuviéramos en cuenta, más agobiante
resultaba y más tratábamos de esquivarla.
---Y tú la tratarías con tu crueldad habitual, me
imagino.
---Reconozco que a veces me impacientaba un poco ante su
insistencia y su pesadez.
---¿Y crees que a pesar de eso te mandaba anónimamente ramos
de flores por San Valentín y que te los sigue mandando después de muerta?
---También hubo otra poeta, que vivía en México, y vive
todavía según creo, a la que bloqueé en Facebook después de que me enviara una
foto de su cuarto todo él empapelado con fotos mías muy ampliadas que había
sacado de las redes sociales.
---¡Pues vaya don Juan que estás tú hecho, amigo Martín!
Nadie lo diría.
---Me temo que soy un imán para los chiflados y eso me da
un poco de miedo. Lo del ramo de flores me desagradaba al principio. Ahora ya
no. Si alguien me las manda es porque me quiere y quiere molestarme lo menos
posible. No parece que me lea, pero si me lee, sea en este mundo o en el otro,
que sepa que me gustaría darle las gracias.
---Pero que no sea personalmente, por si acaso.
Domingo, 16 de febrero
EL PRESIDENTE EN EL
TEJADO
Como sigo viendo el cine en
las salas de cine, igual que cuando era niño, conservo una cierta debilidad por
las películas que son pirotecnia y magia, circense “más difícil todavía”.
Disfruto
con la nueva aventura del Capitán América, que lleva el mismo título, Brave New
World, que la famosa utopía de Aldous Huxley, y no puede dejar de sentirme
defraudado con la pretenciosa The Brutalist, engañosa ya desde el
título, historia de un arquitecto escrita por alguien que parece saber poco de
arquitectura. El epílogo transcurre en Venecia durante la primera bienal de
arquitectura. celebrada en 1980, pero en lugar de ofrecernos alguna imagen de
los espacios expositivos de la bienal –los Giardini con sus pabellones
nacionales, las impactantes naves del Arsenal--. nos presenta un anuncio de la
oficina de turismo: la proa de una góndola recorriendo los canales, la plaza de
San Marcos, la piazzetta, puestas de sol y revuelo de palomas. Y luego
el discursito glosando los méritos del mastodóntico edificio cuya construcción
centra la película: su estructura interior recuerda la del campo de
concentración en el que estuvo el protagonista. Pues vaya gracia.
En cambio, en el irónico “brave new world” de Capitán
América, qué imágenes más impactantes –que cada cual las interprete como
quiera-- las del presidente de los Estados Unidos convertido en monstruo que se
encarama sobre la Casa Blanca, arranca el mástil de la bandera y comienza a
destruir a golpes el edificio.
Lunes, 17 de febrero
RECUERDOS Y OLVIDOS
Leo una biografía de Josefina
de la Torre, la poeta del 27 luego reconvertida en actriz y cantante, y
descubro con asombro que tenemos algunas relaciones comunes. Resulta que una de
sus hermanas se casó con Ramón Carande, el gran historiador de la economía, a
quien yo le oí referir en una entrevista su sorpresa cuando reconoció, en aquel
ruso exiliado y anónimo que jugaba con él al ajedrez en Ginebra, nada menos que
a Lenin, y yo fue amigo de su hijo, Bernardo Víctor Carande.
Dirigía
una revista, Capela, “boletín personal de un hombre que vive en el
campo”, luego convertida en Alor Novísimo, en la que mis colaboraciones
se cruzaron con las de Josefina. Capela era el nombre de una finca extremeña en
la que la escritora pasó algunas temporadas.
Algo
tenía que ver el empeño revisteril del sobrino con lo que yo hacía entonces en Jugar
con fuego. Simpático, culto, bien relacionado, no tenía mucho talento como
escritor. No tardé en darme cuenta y en decirlo en uno de los diálogos
inventados que mantenía con Víctor Botas. Me arrepentí pronto de esas palabras,
como de tantos juicios acres y certeros que podría haberme callado.
He
revisado ahora sus libros, y la colección de la revista, porque nada me
gustaría más que rectificar. La revista es un confuso batiburrillo, pero aquí y
allá se encuentran colaboraciones de interés: textos inéditos de Ramón Carande,
traducciones del latín de Mariano Roldán. O curiosidades, como unos versos en
alemán de Aquilino Duque. Pero la mayor parte la escribe el propio Bernardo
Víctor –se trata de su “boletín personal”-- y eso es lo que menos interesa.
Valía más como persona y como personaje que como
escritor, y sospecho que algo semejante le pasa a Josefina de la Torre, que
quiso jugar en la liga nacional –fue seleccionada por Gerardo Diego en su
antología-- y se quedó en figura local y en tema para reivindicaciones
feministas.
Se
casó por primera vez en 1954 y se arrepintió a los pocos días. Esto es lo que
escribe en su diario: “El 31, que hacía una semana que nos habíamos casado,
llegó completamente borracho”. Y así siguió durante los dos meses de
convivencia: “El 15 fue horroroso lo que sufrí y lloré. El 16 también se
emborrachó. Mi vida era un martirio. El 26, 27 y 28 vino borracho”. Un día supo “una cosa horrible, espantosa”,
que no nos aclara. Y decide abandonar la casa, pero sigue casada hasta que el
marido muere en 1977, y entonces por fin puede casarse con el hombre del que se
enamoró en 1956 y con el que clandestinamente convivía. Tenía ella setenta
años.
Un
amigo me dijo una vez que no hay mucha diferencia entre las biografías de
escritores que leemos los que nos la damos de cultos y los programas de
cotilleo con los que se entretiene la gente común. Puede que tenga razón. Con
un cierto morbo me entero de todos los detalles de la vida de esta escritora,
que como escritora no me interesa demasiado, y termino recordando los versos de
Borges que tanto me gusta citar: “Pero la vida es una red de triviales
miserias. / ¿Y habrá algo mejor que ser la ceniza / de que está hecho el
olvido?”
Martes, 18 de febrero
BUENA MEMORIA
A la memoria, a la mía al
menos, tan piadosa, no le gusta alardear de buena memoria cuando recuerda los
malos momentos. Procura recordar solo lo justo para que me libre de volver a
caer en ciertas trampas.
Miércoles, 19 de febrero
DOBLE RASERO
Uno de los reproches que más
he tenido que escuchar a lo largo de mi vida es el de lo mucho que me gusta
llevar la contraria. Y algo de cierto hay en ello. La verdad tiene dos caras, o
más de dos, y cuando todos parecen estar de acuerdo en una, yo me fijo en otra.
Me reí ante el unánime lamento porque Gran Bretaña
abandonaba Europa cuando solo quería dejar de estar afiliada a un costoso y
poco eficiente club (en Europa sigue, en la peor Europa incluso, y así se ve
con lo de Ucrania); me río cuando se acusa a Trump y a su administración de
tratar de influir con sus declaraciones en la política interior europea.
¿Y
por qué me río? Porque los que ahora se lamentan hicieron declaraciones, un día
sí y otro también, tratando de influir en la política interior de Estados
Unidos para que el “fascista” y “delincuente convicto” Trump --así lo
llamaban-- no volviera a la presidencia.
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