sábado, 1 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Un sabelotodo

 

Sábado, 25 de enero
PURA ENVIDIA

Camino de Francia, voy escuchando en el coche la presentación que ayer hizo Ana Blanco del libro de Enrique Bueres Lo propio y lo ajeno. El libro recopila crónicas culturales de hace más de veinte años publicadas muchas de ellas en la revista Clarín. Una obra así normalmente no habría merecido ni una mención de pocas líneas en los medios habituales, pero Bueres se las ha arreglado para que en todas partes hablen de él.

“Qué envidia”, les digo a mis compañeros de viaje. Y les recito la coplilla anónima que he puesto a circular por el ciberespacio: “Enrique, para ser célebre, / no me escribas buenos libros. / Mejor cultivar el trato / con influyentes amigos”.

 Todo el lobby asturiano estaba ayer en la presentación de la Telefónica y a todos y cada uno les dedicaba el autor una cariñosa salutación. Bueno, todos no, faltaba Víctor Manuel, pero había prometido asistir y solo falló por un inconveniente de última hora. También Letizia Ortiz, pero nadie más.

            “Deberías tomar buena nota para promocionar así tus libros”, me dice Sánchez Torreño, que me acompaña en este viaje. “Debería. Pero yo soy el antibueres. Él es el amigo de todo el mundo y todo el mundo que me conoce se empeña en ser enemigo mío sin que yo haga nada para ello”, digo con ironía.

            La charla de Bueres con Ana Blanco, en la que se me menciona varias veces, y no siempre para bien, nos entretiene durante un buen trecho del viaje. La verdad es que Bueres, con su hipocondría y sus manías, tiene la gracia de un personaje de Woody Allen. Después de escucharle, me entretengo en imaginar el guion de una comedia urbana, por el estilo de las que se rodaban en los ochenta, en la que él –un personaje inspirado en él, también con algunos rasgos de Víctor Botas-- sería protagonista. La dirigiría, por supuesto, David Trueba, prologuista del libro y haría un cameo Marta Reyero, cuya foto llena la portada de un libro con el que no tiene nada más que ver que estar casada con el autor.

“Ya sabes –me dice Julia, otra compañera de viaje—que hay dos tipos de personas: los erizos y los peluches. Tú eres un erizo. Incluso cuando quieres acariciar pinchas”. “Y mi amigo Bueres, ya lo sé, es todo lo contrario: incluso cuando quiere pinchar acaricia. Tendré que conformarme con vender poco y que nadie hable de mí”. “De eso no te preocupes que hablar, hablar, sí hablan, aunque no sé si a ti te gustaría escuchar lo que dicen”.

Domingo, 26 de enero
DICHOSO EL QUE NO ENCUENTRA

En una tienda de antigüedades que es también librería de viejo de la Pequeña Bayona encuentro Une amitie de Rainer Maria Rilke, el libro en el que Elya Maria Nevar reúne la correspondencia que tuvo con el poeta a partir de un fugaz encuentro en el caótico Múnich de 1918, recién acabada la Gran Guerra. Al final, se enumeran las direcciones a las que envió las cartas: son más de veinte. Y pocas correspondían a un domicilio propio: Rilke pasó la vida de un castillo a otro invitado por alguna gentil admiradora. No es precisamente la vida que a mí me habría gustado llevar. Siempre que puedo, evito dormir fuera de casa. Y si no tengo más remedio, porque me apetece darme una vuelta por un lugar algo distante, procuro que sean solo dos o tres noches. Claro que mi casa se va ampliando y le voy añadiendo lugares que ya forman parte de ella, como esta habitación que se asoma al Adur, al puente del Santo Espíritu y al perfil de la Gran Bayona, con las torres de la catedral, el teatro que es también ayuntamiento y la noria que se refleja en las aguas del río.

¿Qué he venido a hacer aquí? Nada en especial. El amor, como la rosa de Ángelus Silesius, es sin porqué. Camino por la orilla del Nive y me dejo embriagar por la melancolía del atardecer, los últimos rayos de sol apareciendo para despedirse tras un desapacible día de viento y lluvia. A la memoria me vienen unos versos que no sé si leí o escuché cantar alguna vez: “Me basta un poco de sol / para sentirme feliz, / tan solo un poco de sol / y no acordarme de ti”.

            A mí me gustaría escribir media docena o docena y media de poemas memorables, como Rilke (el resto es envejecida literatura), pero no llevar vida de poeta como Rilke, ser un parásito que vive, no de los derechos de autor, sino de la admiración y de la generosidad ajenas.

            Recuerdo que el primer enfado de Brines conmigo fue en una comida en la que nos acompañaban Víctor Botas y Paulina. “¿También eres profesor?”, le preguntó Brines a Botas. Y yo dije: “¡Qué va! Se dedica a no hacer nada, tiene esa suerte”.

Parece que a Brines esa observación le tocó algún punto sensible: “¿Cómo que a no hacer nada? ¿Es que para ti escribir poemas no es hacer nada? ¿Es que quieres como Fidel Castro enviar a los poetas a cortar caña para que hagan algo útil?”.

 Y así siguió durante largos minutos. Víctor, Paulina y yo nos mirábamos extrañados. Luego se calmó y la conversación continuó por cauces normales. No sabía yo entonces que Brines no había trabajado nunca y que vivía –indiscreto Villena-- del dinero que le pasaban sus padres. Yo en eso soy más machadiano: “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.

            La vida es una red de triviales miserias. Dichoso el que no encuentra un aplicado biógrafo que se dedica a rescatarlas del olvido y a avergonzarnos para toda la eternidad con la complicidad de nuestros mejores amigos.

Lunes, 27 de enero
MACHADO Y YO

Con José María Sánchez Torreño, presento la edición que hemos preparado de las Poesías completas de Antonio Machado en una librería de San Sebastián. El acto lo organiza el Ateneo Guipuzcoano y yo me he entretenido en averiguar su historia. Se fundó en 1870, el año en que murió Bécquer y asesinaron a Prim. Poco después comenzaría el reinado de Amadeo de Saboya.

Comenzó como una tertulia que se reunía tres veces por semana, los lunes, los miércoles y los viernes de seis y media a ocho y media. Un poco como nuestra tertulia que se reúne, desde 1980, los miércoles y los viernes de siete a diez. No organizamos conferencias, pero hemos discutido de todo y publicado bastantes cosas.

La época de esplendor del Ateneo Guipuzcoano, que ahora me parece que se sobrevive, como los otros ateneos, incluido el de Madrid, fue el final de los años veinte y en los primeros treinta. Por entonces, pasaron por él todas las primeras figuras de la literatura española. El 23 de diciembre de 1935, la víspera de Nochebuena, el joven dramaturgo Alejandro Casona habló, no de teatro, como se podría esperar, sino de la nueva poesía. Según él, una de las características del arte nuevo es la guerra al adorno, el dominio de la línea recta, el prescindir del amontonamiento ornamental. En poesía eso se traduce en la vuelta al cantar popular, al folclore, al canto llano del pueblo. Ejemplificó “con versos de Machado, Giménez Caballero, Alberti y García Lorca la tendencia a confeccionar poemas partiendo de ideas populares”.

¿Giménez Caballero? Mejor podría haber citado sus propios versos de La flauta del sapo. Tampoco citó, y fueron los iniciadores, a  Juan Ramón Jiménez ni a Manuel Machado, porque Machado a secas, entonces y ahora, era Antonio, no Manuel.

            De Antonio Machado fue el primer libro de un poeta que yo compré y el primero que me leí de la primera a la última página, entendiera o no entendiera lo que leía. Ocurrió hace más de sesenta años. Desde entonces me acompaña en la memoria. Hablo de él hoy en San Sebastián como quien habla de alguien de la familia, el padre y maestro mágico.

Miércoles, 29 de enero
BUEN MAESTRO

Presento a Lorenzo Oliván en la cátedra Alarcos, más de treinta años después de que en la tertulia Óliver editáramos su primer libro, Cuatro trazos.

Cuánto tiempo ha pasado desde aquellas juveniles discusiones con José Luis Piquero, Pelayo Fueyo, Javier Almuzara, todos grandes lectores pero pésimos estudiantes. Lorenzo Oliván era la excepción: siempre bien peinado y con aspecto de primero de la clase. Se veía que iba a llegar lejos, a recibir todos los premios.

Termino la presentación con un aforismo de Eugenio d’Ors: “Mal maestro el que no es superado por alguno de sus discípulos”. Y añado: “En el caso de Oliván, no hay duda de que, en ese sentido, he sido un buen maestro”.

            La verdad es que no me importa que los poetas jóvenes, cuando dejan de serlo, me superen. También es cierto que me esfuerzo para que no les resulte demasiado fácil. 

Viernes, 31 de enero
EINSTEIN Y YO

Sonrío al leer en una página de Internet una frase de Einstein: “El que lo sabe todo no es un sabio, sino todo lo contrario: un sabelotodo”. Y sonrío porque esa frase, como tantas que se le atribuyen, no la escribió Einstein. La escribí yo.