Sábado, 24 de
febrero
NO ES LO QUE OS
CUENTAN
---Tú
que lo sabes todo –se burla un amigo--, cuéntanos cómo va a acabar la guerra de
Ucrania, que parece el cuento de nunca acabar.
---No me gusta presumir de profeta,
pero ya escribí, a poco del comienzo, cuando a Zelenski se le subió la ayuda de
la OTAN a la cabeza y,
negándose a cualquier negociación, dijo que lucharía hasta la victoria final,
hasta la recuperación de Crimea y la derrota humillante de Rusia, ya escribí entonces
que esta podría ser la guerra de los treinta años, tirando por lo bajo.
Mientras siga de testaferro de la OTAN, Rusia no va a ser capaz de obligar a
Ucrania a que acepte formalmente la decisión de las zonas prorrusas y, con OTAN o sin ella, Zelenski
no va a ser capaz de recuperarlas. O sea, que tenemos guerra para rato, hasta
que quienes financian a Zelenski –quien paga manda—le obliguen a negociar.
---Me escandalizas, Martín. ¿Pero es
que para ti no hubo una invasión ilegal de un país soberano?
---Hubo y no hubo. Hubo el apoyo a
una de las partes en una guerra civil, a la más débil, a la de las repúblicas
del Donbás.
---¡Bombardearon Kiev!
---Como la OTAN bombardeó
Belgrado, aunque creo que los rusos causaron menos muertos y menos daño. Unos
querían ayudar a la independencia de Kosovo –ilegal, por cierto, parece que
España no la reconoce porque supondría un precedente para Cataluña-- y otros a
la de las repúblicas de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia. De Crimea ni
hablamos porque su pertenencia a Ucrania fue una decisión meramente
administrativa de los tiempos de Jrushchov, cuando esas cosas no importaban porque
todo era la Unión Soviética.
Domingo, 25 de
febrero
FERIA DE
ANTIGÜEDADES
Feria
de Antigüedades en el mamotreto de Calatrava, ese aparatoso crustáceo gigante
que representa bien lo peor de una época en arquitectura y en política. Hacía
tiempo que no pasaba por allí. Hay algunos puestos de libros. Pocos de interés.
No soy coleccionista ni bibliófilo. Hace
tiempo que no compro nada que no vaya a leer esa misma mañana o esa tarde. Y
nunca busco nada concreto, me dejo seducir. Me guiñan primero los ojos las Poesías completas de Luis Carrillo y Sotomayor, editadas por Dámaso Alonso en 1936.
Una bella edición de Signo, la editorial de antología de Gerardo Diego. La
colección tiene un bonito título, “Primavera y flor”, y el colofón lleva la
fecha del 8 de abril cuando aún nadie imaginaba –aunque ya se afilaba la
guadaña-- que la República iba a ser “antes de tiempo y casi en flor cortada”.
También murió antes de tiempo, a los 27 años, Luis Carrillo y Sotomayor. Lo leo
por la tarde, antes de entrar a ver una desasosegante película, Desconocidos,
de Andrew Haigh, sobre la familia y otras soledades. Como el protagonista, que
regresa a su casa familiar y la encuentra tal como era hace treinta años con
sus padres vivos y jóvenes, como el poeta barroco –del que deslumbra algún
endecasílabo entre la retórica epocal--, yo también siento “en agua y fuego el
corazón deshecho”. En el agua y el fuego del tiempo que ni vuelve ni tropieza.
Lunes, 26 de
febrero
CON BAROJA
Releo
hoy el otro libro que compré ayer, Los amores tardíos de Pío Baroja.
Recuerdo que cuando lo leí hace mucho tiempo, en la colección Austral –debía yo
de tener veinte años-- solo me interesaron las prosas descriptivas y líricas
que aparecen al comienzo de los capítulos. Pensé entonces, y lo pienso ahora,
que deberían editarse aparte (y así creo que se hizo con una de las series,
“Las estampas iluminadas”). La novela propiamente dicha –que no es una novela
independiente, sino parte de la trilogía Agonías de nuestro tiempo--, me aburrió un poco: dos personajes, José Larrañaga y su prima Pepita, que se
encuentran en sus viajes por Europa y charlan de esto y aquello, sin que falten
los tópicos antisemitas.
El dibujo de la cubierta, una noria con la
leyenda “Los llenos de dolor y los vazíos de esperanza”, es probablemente del
propio Baroja, que esbozó el retrato alguno de los personajes en
el manuscrito de la novela (el del protagonista es un autorretrato). Me
apasiona ahora la relación entre los dos primos, esa “tensión sexual no resuelta”,
como en tantas series de televisión, que se resuelve con una elegante elipsis.
A medianoche –termina uno de los capítulos--, Pepita “subió la escalera y entró
en el cuarto de José”. El capítulo
siguiente comienza con que, al despertar, “él la estrechó en sus brazos con
toda su fuerza”. Si la novela se llevara al cine, el director no podría evitar
dedicar buena parte del metraje a mostrarnos lo que hicieron en la cama esa
noche y las siguientes. Son las convenciones de la época.
Tenía esta novela en uno de los
gruesos tomos de las obras completas, pero ahí no me apetecía leerla. Prefiero
hacerlo mientras tomo un café. La comienzo en Noor, la continúo en Atípiko y la
termino, conmovido, en Los Prados. Soy un lector itinerante. Cada libro tiene
su lugar y su momento. Qué placer pasear por Rotterdam y alrededores esta
mañana de lluvia y sol.
Los amores tardíos de José Larrañaga tienen lugar a sus cincuenta y cuatro años. Me identifico con él, pero en mi caso, más que tardíos, son ya póstumos.
Martes, 27 de
febrero
APROVECHO PARA
PRESUMIR
---Dime,
oh Kalikatres sapientísimo, qué opinas del caso Koldo.
---Pues que no me sorprende, tras el ejemplo de quien fue jefe del Estado durante cuarenta años, que haya quien se sienta tentado por imitarle y cobre sustanciosas comisiones siempre que pueda. “Si ayudo a hacer negocios a otros –filosofaba el refugiado de Abu Dabi--, ¿por qué no voy a llevarme yo una parte?”. Allá ellos con la justicia, que paguen lo que tengan que pagar y que caiga quien caiga. Lo que me extraña es que nadie se sorprenda de que hubo un tiempo en que las mascarillas –que no servían para nada en buena parte de los casos en que las hicieron obligatorias, por ejemplo, paseando al aire libre-- se convirtieron en el Santo Grial que había que conseguir a cualquier precio. Si las autoridades, que perdieron la cabeza después (o antes, no sé bien) de hacérsela perder al resto de la población, le daban lo que pidiera, sin preguntar nada, sin control ninguno, ni siquiera de calidad, a quien les trajera mascarillas, ¿a qué sorprenderse de que las cobraran a un alto precio? El doble o el triple deberían haber pedido.
---Deduzco, oh Kalikatres
sapientísimo, que en tiempos de la pandemia, que en tu opinión vino acompañada
de una más dañina tontemia, solo tú conservaste en su sitio la cabeza.
---Algunos más habría, me imagino,
pero entonces callaban. Yo dejé pública constancia, semana a semana, de tanto ridículo
o criminal disparate, y ahí están las hemerotecas para el que quiera
comprobarlo.
Miércoles, 28 de
febrero
UN MAL DÍA
“Al
diario hay que venir ya llorado”, me comentó un amigo tras leer La vida y
sus desatinos, última entrega del diario de José Luna Borge. “¿A qué
entristecer a los demás con las triviales miserias de cualquier vida?”
Lo recuerdo hoy, al final de un mal
día, apenas atenuado por la animada tertulia en torno a la traducción de los
sonetos de Shakespeare y la peculiar ortografía de Emily Dickinson. Las penas
de amor, desde esta distancia, me parecen más llevaderas que el desengaño de
ahora.
Cuando la caída de la Unión Soviética,
circulaba por Rusia una humorada: “¿En qué se convierte un comunista de toda la
vida cuando deja de serlo? En un anticomunista de toda la vida”.
A mí ahora se me ocurre una
variación: “¿En qué se convierte un amigo de toda la vida cuando deja de serlo?
En un enemigo de toda la vida”.
Amigos de los que Facebook llama “amigos”
tengo muchos, exactamente cinco mil. Amigos de verdad, media docena. Amigos
sobre cuyo hombro podía llorar a cualquier hora del día o de la noche creía
tener uno. Ahora sé que no tengo ninguno. Y quizá siempre lo supe, aunque
hiciera todo lo posible por engañarme a mí mismo. A la memoria me vienen los
versos de Víctor Botas: “Algunas veces / ponemos dulces máscaras a aquellos /
que están en nuestras vidas / para seguir queriéndolos”.
Jueves, 29 de
febrero
REMEDIOS
Llovió
durante la mayor parte del día, pero a primera hora de la mañana el regalo de
unas horas de sol. Antes, a las diez en punto, cruzaba el parque para ir hasta
Noor; ahora, tras el derribo del puente sobre la autopista, atravieso la plaza
de Santullano, frente a la iglesia, y creo que no pierdo mucho con el cambio.
Como a los niños pequeños, nada me gusta
más que la repetición. Ya me he acostumbrado a la nueva ruta y creo que hasta
doy exactamente el mismo número de pasos y me detengo en los mismos sitios a
hacer algunas fotos. Remedios contra la desesperanza, más eficaces, al menos
para mí, que cualquier medicina.
El azul del cielo disuelve las negruras de
la noche. Quizá todo fue un malentendido. Y, en cualquier caso, tampoco importa
tanto. Si el hombre más fuerte es el que está más solo, como decía Ibsen en Un
enemigo del pueblo, yo muy fuerte debo ser.
Puede que su interlocutor sea ficticio pero para el caso es lo mismo: abunda tanto ese espécimen que bastaría con que cualquiera provocara la discusión sobre el conflicto de Ucrania con el primer conocido (importaría poco el estatus y la cultura que poseyera) para que topara con un clon de esa manera de razonar tan generalizada que nos describe usted en esta entrada. Yo, que opino de idéntica manera, he llegado a salir del trance con una pegatina en el lomo que me definía como "amigo de Putin"; ya no de amigo de Rusia, sino del ínclito Vladimir Putin: casi nada. Los estragos hechos en los últimos tiempos en la mente de la gente me dejan pasmado.
ResponderEliminarQuizá vivimos demasiado tiempo y, pese a lo que poetizaba Eliot, el tiempo pasado pesa.
ResponderEliminarEl ingenio carbayon ha bautizado al Calatrava "el centollo", y sí lo parece sobre todo si se mira desde el Naranco. Ahora que para llamarlo así hay que pasar muchas horas en una sidreria contemplando la fisiología de ese bicho cocido.
"Fisonomía" mejor dicho, que aquí los hay muy atentos.
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