sábado, 26 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Insomnio y confesiones

 

 

Domingo, 20 de octubre
A QUÉ CARTA QUEDARSE

Si cuento mi vida desde un día feliz, como este atardecer de otoño en que el sol se resiste a desaparecer, como si quisiera acompañarme un rato más, encuentro que ha sido como un cómodo viaje en tren, con solo algunas pequeñas averías, sin ningún accidente importante; si me la cuento desde un mal día, un largo viaje en el que ha ido teniendo uno que despedirse de demasiada gente, con muchas noches de insomnio, inútiles propósitos de enmienda y dolor del corazón. No sé a qué carta quedarme.

            ---Las dos están en la baraja de vivir y no se puede descartar ninguna. En cualquier caso, feliz o tedioso, ese tren se acerca cada vez más a la estación Términi.

            ---¿Y te querrás creer que no siempre lo lamento? 

Lunes, 21 de octubre
PUNTERÍA

Si tuviera tan buena vista para detectar los fallos propios como los ajenos, sería perfecto. Leo El joven Borges, de Carlos García, un investigador que vive en Hamburgo y que lo sabe todo sobre la literatura de vanguardia de los años veinte. Lo suyo es la historia menuda, los datos precisos, desmontar vaguedades y generalidades.

Asombran las páginas que dedica a Fervor de Buenos Aires, el primer libro de Borges, del que poco ha sobrevivido en las reediciones: lo sabe todo sobre él, hasta el número de ejemplares que se conservan y a quién están dedicados.

Abro yo, sin embargo, su libro al azar y lo primero que me encuentro es un párrafo de poco más de cuatro líneas que sale casi a error por línea: “Desde Lisboa, Borges, Torre y el poeta portugués Antonio Ferro (1895-1955, editor de la revista Orpheu y, más tarde, Ministro de Cultura y Secretario de Propaganda de la dictadura, autor de Salazar, le Portugal et son chef, París; Grasset, 1934, con prólogo de Valery Larbaud), remiten a Ramón una postal, cuyo paradero ignoro”.

Solo el envío de la postal es cierto. Ferro no era poeta, sino periodista, ensayista y autor de greguerías en la estela de Gómez de la Serna; no fue el editor, en ninguna de las acepciones de la palabra, de Orpheu, aunque figurara como tal en el primer número por una broma de Sá Carneiro (con dieciocho años entonces ni siquiera podía legalmente asumir ese cargo, como le indicó Pessoa); tampoco fue ministro de Cultura en la dictadura de Salazar (ese ministerio no existió hasta los años ochenta), sino director del Secretariado de Propaganda Nacional, que él fundó; el libro de entrevistas con Salazar no lo prologó en su edición francesa Valery Larbaud, sino Paul Valery (la edición española lleva prólogo de Eugenio d’Ors).

Qué puntería. Abro cualquier libro, como sabe muy bien mi amigo Abelardo, y encuentro un gazapo (o dos). Salvo que el libro sea mío.

Martes, 22 de octubre
LO BUENO DE NO SER NADIE

Sonrío al leer un párrafo del investigador de Hamburgo que tanto sabe de la vanguardia española y tan poco de la portuguesa: “En los últimos decenios de su vida, Borges intentó suscitar la impresión de que poco le importaban la fama y el reconocimiento, pero, de joven, hizo todo lo posible por lograrlos”.

            Algo tiene de bueno el no ser, no ya un escritor mítico como Borges o Lorca, sino ni siquiera una gloria local: ningún investigador se va a empeñar en descubrir todos los pequeños o grandes secretos que uno se ha esforzado tanto por esconder.  

            Me he pasado la vida hablando de mí, pero solo para esconder mejor lo que no quiero que se sepa de mí.

Miércoles, 23 de octubre
LA VIDA ES EL AYER

En una ringlera de libros de versos, cubiertos de polvo en un rincón de la librería, casi todos ediciones de autor que no apetece ni siquiera hojear, encuentro Con los brazos cargados de nostalgia, de Darío Caparrós, en cuya portada se indica: prólogo de Víctor Botas.

Sonrío. A la memoria me viene de pronto una vieja historia. Un viernes llegó Botas desesperado a la tertulia. “Tienes que ayudarme, Martín, estoy en un lío. No sé cómo me enredó Darío Caparrós para que prologara su próximo libro. Insistió tanto que tuve que decirle que sí, y ahora resulta que el libro va a la imprenta y tengo que entregarlo ya. Escríbeme tú cuatro chorradas, por favor, que a ti se te da bien eso”, “Hombre, muchas gracias, escríbelas tú”.

Y entonces uno de los jóvenes contertulios, Antón García (que aún se llamaba Antonio), dijo: “Puedo escribirlas yo”. “¿Me harías ese favor, me harías ese favor? Tú sí que eres un amigo”, “¿Para cuándo lo necesitas?”, “Lo más pronto posible, que parece que el libro ya está en imprenta”, “Pues en dos días tienes dos folios y ni siquiera hace falta que me pases los poemas de Caparrós, le escuché una vez recitar y me los imagino”, “Gracias, gracias”. “Y no te preocupes, te haré un precio de amigo”, “¿Un precio de amigo? ¿Pero me vas a cobrar?”, “Un precio de amigo, quinientas pesetas”. “¡Quinientas pesetas!”. A Botas, que era un poco tacaño, se le vio palidecer. Hizo todo lo posible por lograr una rebaja, pero tuvo que abonar el precio íntegro y creo que por anticipado, con harto dolor de su corazón.

            Antón (o Antonio) García hizo un trabajo muy profesional: “Con los cotidianos utensilios de la vida, con la luz amarillenta de un crepúsculo urbano, con el aire que mueve la veleta del vivir, Darío Caparrós dibuja en el papel la historia de nuestros días”. El libro lo presentó un catedrático de la universidad, no recuerdo ahora el nombre, y lo que más elogió fue el prólogo. Dijo que estaba entre lo mejor que había escrito Víctor Botas y con esa frase le tomamos el pelo durante bastante tiempo en la tertulia.

            Releo los poemas y el prólogo en la cafetería Noor, mi primera oficina matinal. El libro, la verdad, no hay por dónde cogerlo. El poema dedicado a García Lorca se titula “Muerte del lirio hecho clavel”, con eso está dicho todo. Pero yo me esfuerzo en encontrar algunos versos citables y acabo quedándome con el comienzo de un poema: “La vida es el ayer. / Así es de corta, / igual que un sueño breve; / como un ocaso que se desplomara / antes de llegar a mediodía”.

            De pronto recuerdo que Víctor Botas murió en octubre y me da por mirar en la Wikipedia la fecha: un 23 de octubre de 1994, hace exactamente treinta años. ¿Cómo no citar (una vez más) a Borges, el autor que más admiraba? “Algo que no se nombra con la palabra azar / rige estas cosas”.

Jueves, 24 de octubre
DON NICETO, GRAMÁTICO

No sabía yo que Niceto Alcalá-Zamora, del que no tenía muy buena opinión por los diarios de Azaña, la Pequeña historia de Lerroux y tanto periodismo republicano, había publicado en su exilio argentino Dudas y temas gramaticales, una especie de libro de texto, para ganarse la vida. Bajo su nombre figura la indicación “de la Academia Española de la Lengua”. No se indica su condición de expresidente, que entonces le serviría de poco. ¿Se imagina alguien a otro exjefe del Estado español, de cuyo nombre prefiero no acordarme, escribiendo un manual sobre regatas tras dejar el cargo para ganarse los euros que necesita para vivir?

            Comienzo a leer y veo que tras el gramático se transparenta el político: “Las partes de la oración viven y se relacionan, formando como una sociedad más o menos regular y correctamente constitucional”. Sigo leyendo y, junto al político, encuentro al lector de Gómez de la Serna: “El artículo ordena la circulación y clasifica la estadística; el adjetivo es servidor, a la vez sumiso y presuntuoso; el pronombre, tras su vanidad de poder personal, se aviene a ejercer función representativa; el participio, sin firmes convicciones y hostil solo a la división del trabajo, cambia de filiación y sirve para todo; la preposición es aya, dueña o rectora oscurecida y caprichosa…”

Viernes, 25 de octubre
SÍSIFO

El Sísifo que yo conozco no sube a la montaña cargado con una roca, sino que desciende hacia el abismo y yo le tiendo la mano a riesgo de caer con él hasta el fondo. Unas veces se aferra a mi mano y otras le sujeto yo por la ropa mientras él hace todo lo posible por desasirse.

            Debería dejarlo a su aire, mirar para otro lado, seguir mi camino. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Pierdo dinero, que no importa nada, y salud, que importa algo más, en el empeño, pero no soy capaz de abandonar por fin y para siempre esta ingrata labor de buen samaritano.

            De sobra sé que todos los elogios que uno hace de sí mismo son condecoraciones falsas. Pero yo no soy capaz de renunciar a esa mala costumbre y siempre ando por ahí vanagloriándome de mi inteligencia (dime de qué presumes…), cuando mi único mérito es otro bastante menos glamuroso. Si yo tuviera escudo de armas, “Semper fidelis” sería su lema.




viernes, 18 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Ganar y perder

 

Domingo, 13 de octubre
PERO SIGUE SIENDO EL REY

¿Todavía el anterior jefe del Estado tiene quien le defienda? Parece que sí. Leo la última columna de Manuel Vicent y siento vergüenza ajena. Un ciudadano cualquiera puede ir a casa de su amante y “ponerse la gorra del revés para hacer una paella seguida de una siesta del fauno”. Pero ese derecho elemental, se le niega al rey: si le pillan, no tendrá el pueblo mejor espectáculo.

            O no se ha enterado de nada el bueno de Vicent o no quiere enterarse. No le conviene: fue uno de los que con más ardor puso su galanura estilística al servicio de la peor causa, la de hacer presentable al ciudadano español más impresentable (y en la cuenta entran desde el olvidado Roldán hasta el reciente Ábalos).

En Daguerrotipos, publicado hace ahora exactamente cuarenta años, retrata a los artífices de la transición. La clave del arco la ocupa el héroe de aquella gloriosa etapa de la historia de España, “Juan Carlos o el rey”.

Qué mal han resistido el tiempo esos laudatorios preciosismos estilísticos. La literatura puesta al servicio de las peores causas. Era la época del “yo no soy monárquico, pero soy juancarlista”. El último párrafo resume la patraña mayor: “Juan Carlos se proclamó a sí mismo rey de los españoles a la una de la madrugada del 24 de febrero de 1981. De entonces le viene la auténtica legitimidad. A partir de ese momento fue coronado por intelectuales, artistas, políticos y el pueblo llano, el de la bota de vino. Desde esta fecha, el mármol más sólido que lo sostiene es también el descrédito de algunos antidemócratas”.

            ¿Leerá todavía Vicent los periódicos, estará al tanto de los secretitos que ese hombre del mármol más sólido, al que tanto admira, ha ido largando por ahí?

            ---Palabra de honor, cariño, que me río del bueno de Alfonso Armada. Ha pasado siete años en la cárcel, se ha ido luego a su pazo de Galicia y no ha dicho ni mu. En cambio, ese otro anda por ahí largando, largando…

            Ese otro, Sabino Fernández Campos, le contó a José Bono, que el rey, el 23-F, no esperaba tiros, porque Alfonso Armada le había presentado un escrito de un famoso catedrático constitucional que proponía que se presentara en el Congreso y, después de un discurso sobre la mala situación de España, propusiera un gobierno presidido por un independiente de prestigio: el propio Alfonso Armada.

Con tiros y todo, se intentó que esa solución saliera adelante. Y allá fue Armada con la lista del gobierno que había consensuado con los principales partidos. Pero Tejero dijo que nones. Si alguien salvó entonces la democracia, fue Tejero. El rey no tuvo más remedio que llamar a su fiel servidor, Milans del Bosch, y pedirle que enfundara los tanques. ¡Cómo se nos engañó a partir de entonces convirtiendo al alevoso en héroe! Pero hace tiempo que su papel en ese tejemaneje está claro.

            Como está claro el chantaje al que sometió una de las amantes del rey, no al rey (que no pagaba ni los cafés que tomaba con ella), sino al Estado español. Parece que le abonaron, en cómodos plazos, unos cuatro millones de euros. Esos dineros salieron de los fondos reservados del Ministerio de Defensa o del CNI. Alguien tuvo que autorizar esa entrega, el ministro correspondiente (con el conocimiento del presidente del gobierno de turno) y esa persona, no el rey, según la constitución, es el responsable, como lo fueron Vera y Barrionuevo cuando el saqueo con el pretexto de la guerra sucia.

            El pago de ese chantaje es una malversación de libro. No es necesario, como hacen ahora los jueces anti independistas, retorcer el espíritu y la letra de la ley para considerarla como tal. ¿A nadie se le ocurrió presentar una denuncia cuando se tuvieron las primeras noticias del pago?

            Hay quien dice, catedráticos de derecho constitucional incluidos (¡santa Lucía les conserve la cátedra!), que el jefe del Estado español, como un sátrapa oriental, puede en su vida privada robar, estafar, asesinar impunemente, porque la constitución le protege ante la justicia. Aunque aceptásemos esa barbaridad (que ya es aceptar), resulta que buena parte de sus presuntos delitos –como el pago del chantaje o los negocios de la mano de Corina en viajes oficiales-- se cometieron con la autorización, tácita o expresa, del gobierno correspondiente. Y los políticos que dieron el visto bueno, o miraron para otro lado, sí son responsables ante la ley sin excusa alguna.

Lunes, 14 de octubre
GOTAS DE SANGRE

Ayer en el Fontán me encontré con dos gotas de la sangre de Larra. Cuando el encuentro final con Dolores Armijo (“Adiós”, dijo secamente. “¿Adiós para siempre?”. “Sí”, respondió ella sin volverse), Larra tiene sobre la mesa un ejemplar del Macías, que estaba releyendo. Tras pegarse un tiro –todavía bajaban por la escalera Dolores y su amiga, que oyeron el disparo--, se tambalea antes de caer al suelo y dos gotas de sangre salpican el libro abierto. Alguien intentó borrarlas, pero solo logró extenderlas.

En la anteportada aparece manuscrito el siguiente texto: “Este ejemplar de Macías se hallaba sobre la mesa del desgraciado Fígaro cuando se suicidó. Suyas son las dos gotas de sangre que tiene en la página 28. El ejemplar se hallaba en rama, cosa entonces más frecuente que hoy, y me fue regalado por Luis Mariano de Larra con otros recuerdos de su padre en tiempos de mis amores con su hermana Baldomera”.

No lleva firma este texto, pero sí el que aparece debajo: “Letra de mi padre, Vicente Barrantes, a quien he oído referir esto muchas veces. Madrid, 13 mayo 1904”. Firma y rúbrica: Barrantes. De este Barrantes hijo no sé nada, pero sí del padre, un escritor y bibliófilo extremeño que nació en 1829 y murió en 1898 y que, al parecer, tuvo una ajetreada vida amorosa.

            Ignoro cómo fue a parar este ejemplar de las manos del hijo de Barrantes a las de Javier de Salas Bosch, historiador del arte que dirigió el Museo del Prado entre 1970 y 1978. Tenía poco más de veinte años cuando se lo pasó a Joaquín de Entrambasaguas, un joven erudito que pronto sería catedrático y uno de los más destacados representes del mundo académico durante el franquismo. Habla de él, y de otras sugerentes minucias de la época, en Reliquias románticas, una separata de la Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid publicada en 1932. La encontré este domingo en el mercadillo del Fontán, no el libro con la sangre de Larra, que a saber dónde estará. Pero no es un ejemplar cualquiera, ya que lleva la siguiente dedicatoria manuscrita. “Para Javier de Salas, causante de esto, con el mayor afecto y la gratitud de Joaquín”. Incluye además un recorte periodístico en el que se reseña. Y quien firma es Jenaro Artiles, ilustre latinista y paleógrafo que entonces era archivero del Ayuntamiento de Madrid y durante la guerra sería representante de la España republicana en Berna.

            La guerra civil separaría a estos tres jóvenes eruditos. Fervoroso militante franquista, Joaquín de Entrambasaguas fue quien ordenó la destrucción de los miles de ejemplares impresos de El hombre acecha, el último libro de Miguel Hernández, aún no distribuido. Raro trabajo de Torquemada para un estudioso de la literatura. Nunca pudo librarse de ese lastre.

            ¿Por qué manos habrá pasado esta separata hasta llegar a mí en el Fontán? ¿Dónde habrá ido a parar el ejemplar del Macías con la sangre de Larra? La vida se entremezcla con la literatura en un inacabable folletín.

Martes, 15 de octubre
OTRA VEZ, CON SENTIMIENTO

Dos titulares y un comentario: “El PP busca retrasar la ley  que beneficia a presos etarras tras el rechazo del Senado”, “Condenado un agente de la Stasi que mató en 1974 a un hombre que cruzaba el Muro”.

            ¿Y cómo es que dos etarras que mataron a una docena de personas e hirieron a más de ochenta siguen sin ser ni siquiera molestados en los alrededores de Bayona con el pretexto de que eso ocurrió hace mucho tiempo? Pues porque no hay, ni hubo nunca, interés en resolver el asunto. En cuanto no se pudo sacar rédito político del atentado de la calle Correo, la jefa a la calle a seguir con su papel de revolucionaria profesional y los autores materiales a casita, a seguir con su vida. Y las víctimas, calladitas, bien calladitas, no nos vayan a echar abajo los sacrosantos consensos de la transición.   

Viernes, 18 de octubre
TODAVÍA

Los años dan y quitan. A mí, quitar, quitar, solo me ha quitado el pelo. A los 74 hago más o menos lo mismo que hacía a los 24.

            ---¡Es que tú a los 24 ya eras un viejo!

            ---Puede ser. Me han quitado el pelo y me han dado algo de sabiduría. Tampoco mucha, para qué nos vamos a engañar. Todavía sigo metiendo la pata más de la cuenta y haciendo daño sin querer a la gente que quiero.

 


sábado, 12 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Los regalos del azar

  

Miércoles, 9 de octubre
EL MEJOR GUÍA

¿Cuántas veces habré repetido aquello de que el azar es el mejor guía? Pues tendré que repetirlo una vez más. Llego a una Roma toda en obras --al parecer le están lavando la cara para el jubileo del próximo año--, pero tan llena de gente como siempre, y un error en la gestión de reservas hace que solo pueda quedarme una noche en el hotel que tenía reservado, junto al Foro.

Ignacio Peyró, con quien había quedado para cenar el lunes pasado (y no pude hacerlo por razones ajenas a su voluntad), me recomienda el Fiume, aunque duda de que encontremos habitación. No solo la encontramos, gracias a la gentileza de Carlos, el gerente ítalo-argentino, sino que di con la casa que me estaba esperando en Roma sin yo saberlo.

Nunca había estado en este barrio, pero enseguida me parece mi barrio de siempre. Salgo, y a dos pasos, doy con el Mercado Nomentano. Una placa recuerda que es obra de Elena Luzzato, la primera mujer que en Italia obtuvo el título de arquitecto. Se inauguró en 1926 y el tiempo no le ha añadido ni una arruga. Mussolini, que vivía por aquí cerca, no iba nunca al mercado; en caso contrario, no le habría dicho a Emil Ludwig lo que le dijo: “La mujer tiene que ser pasiva. Su espíritu es analítico, no sintético. ¿Se conoce alguna obra arquitectónica suya a través de los siglos? Dígale que construya una choza, no un templo. No puede”.

En la placa conmemorativa se lee que este “mirabile edificio” es, desde hace cien años, “cuore del quartiere”. Parece especializado en frutas y verduras y cuando lo atravieso cada mañana le añade un toque de rural felicidad.

Un poco más allá está Porta Pía, donde comienza la historia moderna de Italia. Fue aquí donde el veinte de septiembre de 1870 se libró la batalla que acabó con el poder del papa. Aquí se abrió la primera brecha en la muralla aureliana.

La puerta monumental es un diseño de Miguel Ángel, su última obra. Ahora no da paso a la ciudad, sino a un museo dedicado a los bersaglieri. Sonrío al leer el decálogo de su fundador, el capitán Alessandro La Marmora. Aparte de obediencia y respeto, es necesario el conocimiento absoluto de la carabina, “gimnasia hasta el frenesí” y “confianza en sí mismo hasta la presunción”. En este último punto, creo que a mí no me pondría ningún reparo.

            A un lado del hotel, Porta Pía, al otro, Piazza Fiume, nada espectacular en apariencia, pero que a mí me enamora desde el primer momento. En ella está la librería Minerva, inaugurada en 1923, y parte de la cual ocupa un pasaje subterráneo interrumpido por los restos de una antigua muralla, y está también la Porta Salario y el túmulo funerario del más joven y desdichado de los poetas romanos, Quinto Sulpicio Massimo, que murió a los once años, pero que a esa edad ya había ganado un certamen con un poema escrito en griego. Dicen que murió por excesiva afición al estudio.

           También por este lugar, un 24 de agosto del 410 entraron las huestes de Alarico y saquearon la ciudad durante tres días mientras el emperador Onorio se dedicaba en Ravenna a cuidar de sus gallinas.

            De Piazza Fiume parte la Via Salario; de Porta Pía, la Vía Nomentana. Suelo alternar por ellas mis paseos, Ninguna de las dos parece tener fin ni dejar de ofrecerme a cada paso ocasión para el asombro.

            Buscas en Roma a Roma, oh peregrino, y a Roma misma en Roma no la hallas, porque está toda vallada y en obras --hasta los ángeles del Ponte de Sant’Angelo gimen enjaulados--, pero yo la encontré en el barrio de Salario, del que hace unos pocos días ni siquiera había oído hablar. 

Jueves, 10 de octubre
LO QUE MÁS ME ESCANDALIZA

En el cruce de Via Salaria con Via Po, me encuentro con una placa conmemorativa: “En este lugar / cerca de su casa / el profesor Massimo D’Antona / insigne estudioso del Derecho del Trabajo / fue asesinado / por mano terrorista”. El asesinato ocurrió el 20 de mayo de 1999. La placa fue colocada “en el primer aniversario del trágico evento”.

Ese día sale de su casa como cualquier otro día. No sube al coche, prefiere hacer a pie el breve trecho que lo separa del despacho, es un bello día de primavera. Había caminado pocos pasos cuando un hombre y una mujer, los dos jóvenes, se le acercan. Le preguntan algo y al poco, suenan los disparos. El profesor alzó la cartera hasta el pecho en un vano intento de protección.

El autor de los disparos a quemarropa huye hacia Via Basento, donde le espera una motocicleta. La mujer escapa a pie por Via Salaria, donde se cruza con un transeúnte que luego la describirá a la policía. Se llama Nadia Desdemona Lioce; su compañero, Mario Galassi.

El presidente del Consejo era Massimo D’Alema. El acto fue reivindicado por las BR-PCC, esto es, por las Brigadas Rojas y el Partido Comunista Combatiente. El delito de Massimo D’Antona fue buscar un pacto entre gobierno y sindicatos. El gran enemigo de aquellos iluminados de izquierda era la izquierda reformista, no la derecha. Cometerían otro crimen, en 2002, y acabarían siendo abatidos por la policía  en 2003, tras un encuentro casual en un control rutinario.

            No tuvieron la suerte de otros asesinos, como los de aquella masacre de hace cincuenta años, en la que me involucraron con premeditación y alevosía. La justicia española, a los principales responsables, parece que les dio una palmadita en la espalda y les dijo: “No lo volváis a hacer más, ¿eh?, que poner bombas en una cafetería está muy feo. A partir de ahora a vivir tranquilitos en Francia”.

            Y ahí siguen, felices y comiendo perdices, sin que a nadie parezca escandalizarle salvo a mí. Y eso es lo que más me escandaliza.

Viernes, 11 de octubre
PASEOS POR EL BARRIO

En Via Nomentana, mi rincón favorito es Villa Torlonia. Al cruzar por primera vez la majestuosa entrada al parque, no pude por menos de recordar unas palabras de su más célebre inquilino: “Cuando quiero aislarme, me encierro en el jardín de Villa Torlonia, donde vivo; allí tengo un hermoso caballo, y esa es la única ventaja que el poder ha tenido para mi vida privada”.

Pocas huellas quedan de ese okupa de lujo durante veinte años; solo la discreta entrada al búnker, que no llegó a utilizar, le recuerda. Ahora es un tranquilo lugar con altas palmeras y obeliscos, un dieciochesco edificio principal y fantasías arquitectónicas como Serra Moresca, con su torre y su gruta y sus luminosas vidrieras coloreadas.

Es mi lugar favorito para pasear, leer, escribir versos. Aquí está también la biblioteca de Accademia Nazionale delle Scienze, fundada en 1782, donde una mañana escuché una charla sobre astronomía.

            Y qué sorpresa cuando me encontré, al otro lado de la avenida, con Santa Inés Extramuros, construida sobre las catacumbas en las que martirizaron a la joven virgen. Entra uno desde la calle al recinto conventual (se escucha la algarabía de los niños en un colegio próximo) y entra en un laberinto. A la iglesia hay que descender por una amplia escalinata adornada con restos arqueológicos; hay un jardín secreto y un sendero que lleva al panteón de Santa Constanza. El gran portón está cerrado, pero me acerco y en un papelito me indican que está abierto. Parece que lo han puesto para mí. Dentro no hay nadie. Una doble columnata sostiene la cúpula. En la bóveda de la nave que la rodea hay mosaicos azules sobre fondo blanco con símbolos funerarios y símbolos de la vendimia.

            La emoción que no encontré en el Panteón, tan lleno de gente y tan estragado de mármoles y colorines, la encuentro aquí, en este mausoleo de Constanza y Helena, las hijas del emperador Constantino.

            Si en Via Nomentana tengo a Villa Torlonia, en Vía Salaria tengo a Villa Ada, la antigua Villa Saboya, más dilatada y boscosa, donde uno puede perderse y creerse lejos de la civilización, y en las dos la prodigiosa sucesión de mansiones residenciales convertidas en embajadas. No todas son suntuosas (la de Canadá, frente a la de Sri Lanka, en Vía Salaria, parece la casa del guardabosques), pero todas están llenas de encanto. La más misteriosa me pareció la de Afganistán, Villa Amanullah, un palacete blanco de 1914, en Via Nomentana. Una de las veces que pasé ante ella, a una de las ventanas del piso alto se asomó un instante un rostro de mujer y cerca, semi escondido tras un árbol, parecía acechar un joven moreno, elegante, de aire oriental. Me pareció el comienzo de una historia de Kipling o de las nuevas mil y unas noches de Stevenson.

Sábado. 12 de octubre
LAS DOS ROMAS

Hay una Roma –la de la Fontana de Trevi, el Coliseo, el Vaticano, la de la perpetua aglomeración y barullo-- para ver una vez y nunca más volver, y hay otra, como la que yo acabo de descubrir en torno al hotel Fiume, a la que me gustaría volver al menos una vez al año.




 

viernes, 4 de octubre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Qué difícil acertar

 

Sábado, 28 de septiembre
LEÑA AL FUEGO

Han estado estos días en Oviedo dos viejos amigos, Abelardo Linares y Manuel Neila. El motivo era la presentación de la biografía que Benito Fernández le ha dedicado a Juan Benet, un bien intencionado disparate de muchas páginas.

            Después del autor, creo que debí de ser el primero en leerla. Según contó en la presentación, se la habían rechazado varios editores cuando a Neila, tras hojearla, se le ocurrió proponérsela a Abelardo, quien recordando su juvenil admiración por Benet la aceptó de inmediato. Yo la habría rechazado.

            Ahora me alegra que esté publicada. No es un libro para leer de la primera a la última página (yo hice esa hazaña, no se la recomiendo a nadie), pero sí entretenido para picotear, ayudado por el índice onomástico, pescar chismes y entender mejor la historia (no solo literaria) de tiempos recientes.

            El protagonista no sale bien parado: era (entre otras muchas cosas) un señorito que maltrataba a los de abajo (los periodistas, por ejemplo) y adulaba a los poderosos (Felipe González sin ir más lejos). Como personaje público, otro Cela. Con el inconveniente, de además hacer pantanos.

            Algo bueno tiene no ser escritor de éxito ni personaje mediático. A nadie le dará por escribir mi biografía ni habría Abelardo que la publicara. Respiro con alivio. Y recuerdo una cita de Oscar Wilde que figura al frente de uno de esos libros en los que conté cosas que preferiría no haber contado (afortunadamente, pocos lo han leído): “A debida distancia, cualquier hombre no es más que un pobre hombre. Por ello, la primera obligación de un caballero es no dejar que los demás se acerquen a esa distancia y distraerles echando leña al fuego de su mala reputación”.

Martes, 1 de octubre
IMPUNIDAD

---¿Vienes de la presentación del libro de Xuan Cándano? ¿Qué tal estuvo? Siento no haber podido ir.

            ---No te preocupes. Hubo bastante gente. Pero no habría venido mal algún otro amigo mío. Me sentí como si jugara en campo contrario. En algún momento, temí que fueran a silbarme y a tirarme encendedores, como a Thibaut Courtois, el portero del Madrid. No me parece que sea vanidad mía, el pensar que allí el que más tenía que decir era yo. A fin de cuentas, había estado en Madrid el mismo día del atentado de la calle del Correo y acompañando a una de las principales sospechosas. Había estado en la cárcel. Había leído y anotado los tres libros que se acaban de publicar sobre la masacre. También todo lo que se había publicado anteriormente. Y había llegado a una conclusión que una vez formulada parece obvia, pero que a nadie, al parecer, se le había ocurrido antes. A finales de 1974, la policía tenía todos los datos e identificados a los culpables directos y a sus cómplices. No había llegado a ello por medio de torturas, aunque las hubiera en más de un caso, sino por las declaraciones de la principal responsable, Eva Forest. Y a partir de esas declaraciones había encontrado las suficientes pruebas. Acabada la fase de instrucción, debía comenzar el juicio. Pero pasaron los años y ese juicio nunca se celebró. Eva Forest al principio estaba orgullosa de lo que había hecho (también Netanyahu está orgulloso de los miles y miles de víctimas inocentes que ha causado), según el testimonio de Lidia Falcón. Pero luego, cuando ETA no asumió el atentado (tenía mayores escrúpulos morales que ella), cambió su opinión, se declaró inocente, atribuyó el crimen a la extrema derecha o a provocadores del propio régimen, y la creímos. Hubo una ola de solidaridad internacional, encabezada por Jean Paul-Sartre. Todos la creímos porque los únicos que tenían las pruebas de que era una asesina callaron y callaron y callaron y en junio de 1977, antes de que hubiera ninguna amnistía, la pusieron en la calle, donde fue recibida como una heroína. ¿A qué se debió esa complicidad entre la justicia militar y los que pusieron una bomba en una cafetería para matar indiscriminadamente y cuantos más mejor? No lo sabemos. Pero ese hecho no lo puede negar nadie y algún historiador debería investigarlo. Pero no parece que Xuan Cándano esté por la labor. Ninguna curiosidad sintió por lo que yo decía ni por saber lo que había contado en un libro, Leña al fuego, que no había leído cuando escribió el suyo y que llevaba conmigo para prestárselo si le interesaba. Ninguna curiosidad. Me pidió que le dejara hablar a él, “cinco minutos al menos”, y yo le dejé, claro, era el protagonista y el público venía por él, no por mí. Quedó claro en el coloquio final: nadie me preguntó nada. Solo Cruz, la mujer de Xuan, me reprochó que yo parecía minimizar las torturas. Haberlas las había, cierto, y algo podría contar yo de eso, pero ninguna policía de ningún país democrático habría sido, entonces o ahora, menos dura que lo fue la policía franquista. No se investigaba la difusión de propaganda ilegal ni la afiliación a un partido político clandestino, sino una matanza como la de Bataclan –otro viernes 13-- o los trenes de Atocha.

            ---Lo que te molestó es que no fueras el protagonista, que nadie te hiciera caso.

            ---Puede ser. Pero callé y no caí en la tentación de contar anécdotas carcelarias, que entonces sería el cuento de nunca acabar. Nada más que salí al patio, después de los quince días preceptivos de aislamiento (cuatro en una celda minúscula, con un lavabo y la taza del váter bien a la vista, los otros tres delincuentes comunes), se me acercó un recluso y me dijo: “¿Tú eres el de la calle del Correo? Pues camina a mi lado que los de ETA quieren conocerte”. En el piso bajo de la galería, en celdas individuales, estaban los presos vascos que se habían declarado en huelga de hambre. Todos se asomaron a las ventanas para verme. Luego me tocó ir con el carro de comida. Nos acompañaba un médico. Se negaron a comer. Estaban tumbados, pero cuando me reconocían se levantaban de la cama para estrecharme la mano. Pero te dejo, que soy un pesado, que empiezo y no acabo con mis batallitas, que no interesan a nadie, y menos que a nadie a los historiadores como el bueno de Gaizca Fernández Soldevilla, que no me menciona en su libro reivindicativo de las víctimas porque (según se justificó) salí pronto de la cárcel –solo me maltrataron durante cien días—y además era inocente. Qué cosas.

Miércoles, 2 de octubre
NO APRENDO

Comentamos en la tertulia un poema de Lola Tórtola, “Propofol”. No hay por dónde cogerlo. La idea es equivocada y no habría aprobado un examen de redacción. La primera parte dice así: “Yo temía al olvido. / Componer historias, montar álbumes, / llenar escritorios de archivos, construir / palacios para la memoria, / hacer atlas, / increíbles atlas del cuerpo, intentar / retener el tiempo”.

El aplicado profesor de secundaria (o primaria) tacharía los infinitivos y los sustituiría por pretéritos imperfectos: componía, montaba, llenaba… Y qué torpeza en la expresión de las actividades para no olvidar: “llenar escritorios de archivos”.

            La segunda y última parte dice así: “Descuida, / no temas si te notas por dentro arder las venas, / el olvido es un pulso dulce y leve”. Pasa a hablar ahora de la anestesia (de ahí el título) y parece que lo que quiere decir es que no hay que temer al olvido porque, como la anestesia, no nos hace “por dentro arder las venas”, sino que es “un pulso dulce y leve”.

¿Qué tendrá que ver el temor, por ejemplo, al progresivo avance del Alzhéimer con el temor a no despertar de la anestesia?

            ¿Y por qué perdemos el tiempo comentando este borroso ejercicio en la tertulia? Pues porque forma parte del libro Los dioses destruidos con el que su autora acaba de obtener el Premio Nacional de Poesía Joven, dotado con treinta mil euros y otorgado al mejor libro de un poeta menor de 35 años publicado el año anterior. Si este fuera el mejor libro, mal futuro tiene la poesía española.

            Digo cosas obvias y todos están de acuerdo, salvo José Luis Piquero, que arremete contra mí. Y yo le respondo con la vehemencia acostumbrada (dialécticamente soy un poco bruto, lo reconozco). Tardo en caer en la cuenta de que él era miembro de ese jurado –que tiene la costumbre de no acertar: los poetas jóvenes que premian suelen acabar en adultos, no en poetas--  y que, para más inri, el libro de Tórtola fue seleccionado por él entre los cuatro mejores del año. No defiende al poema: ataca porque se siente personalmente atacado. Y yo –que debería tener experiencia en estas cuestiones-- entro al trapo. No aprendo.

Viernes, 4 de octubre
QUÉ DIFÍCIL

Qué difícil acertar. Cuántas veces hacemos el mal queriendo hacer el bien. Pero en otras, por miedo a equivocarnos, para evitar complicaciones, vemos cómo va creciendo y no hacemos nada para evitarlo.



viernes, 27 de septiembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Personal y político

 

  

Sábado, 21 de septiembre
LA CENA DE LAS BURLAS
 

---¿Qué tal el premio de ayer?, me pregunta un amigo en el Atrio, donde tomo un café como todos los sábados desde hace exactamente treinta y cuatro años.

            ---Una pesadilla. Bueno, el premio no. Fue como todos los premios: no ganó el mejor, pero sí el que obtuvo más votos. Lo malo fue la cena posterior, que duró tres horas o tres semanas, no sé bien. Me sentí como en el tren de la bruja y recibiendo todos los escobazos. No siempre metafóricos, al final me lanzaron la escoba a la cara en forma de servilleta. También recibió lo suyo algún amigo ausente al que yo me esforcé en defender. Los escobazos que me daban a mí me dolían poco. Incluso a veces sonreía, para asombro del poeta Sergio Fernández Salvador y su mujer, Sara, los únicos que asistían por primera vez al espectáculo. A Carlos Marzal y a Aurora Luque hasta les hacían gracia. Entre escobazo va y escobazo viene, recordé un párrafo de Andrés Trapiello. Decía que mi lucha contra la impostura no es indiscriminada, que sé distinguir entre popes y popes: “Y así lo comprobé el día en que compartí una cena en Oviedo con una jefa suya de departamento, cargante y medio loca, cuyas extravagancias y ridiculeces quedaron reflejadas a los pocos días en su diario con un ‘la buena de Menganita’; ¿habría sido igual de piadoso con otra persona que no fuera su jefe?”. Qué perspicacia la suya.

Pero el peor escobazo lo acabo de recibir hace un minuto, poco antes de que llegarais. Para los poetas, en cuanto tienen un cierto nombre, “los libros son productos que hay que promocionar y las reseñas deben ser una especie gratuita de publicidad. Quien antes nos ayudó a crecer, ahora no es más que un incordio”, escrito en la más reciente entrada de mi Café Arcadia, y para demostrarme que no soy un incordio, uno de esos escritores que conocí de jóvenes y a los que, si no ayudé a crecer, si traté de ayudar, me envía un indignado WhatsApp en el que, entre otras lindezas, me manda a la mierda porque “ya es tarde para otro tipo de terapias”.

            ---¿Pero quién es ese chiflado?

            ---No es un chiflado y prefiero no decir su nombre. 

Martes, 24 de septiembre
EL HOMBRE INVISIBLE

De los tres libros publicados en estas fechas sobre el atentado de la calle del Correo, me quedaba por leer Dinamita, tuercas y mentiras. Lo compré ayer, lo termino hoy. Se centra en las víctimas. Nos describe minuciosamente los momentos anteriores a la explosión y los estragos posteriores. Conocemos los nombres, las ilusiones, las vidas truncadas de los que murieron, de los supervivientes, de sus familiares. Un libro necesario, que se lee con lágrimas y con indignación, no solo hacia los autores de esos asesinatos, sino hacia quienes permitieron la impunidad de los asesinos y que triunfaran sus mentiras hasta ser considerados como mártires de la libertad. Los autores no lo dicen, quizá no se atreven siquiera a pensarlo, pero algún día –esperemos que no pasen otros cincuenta años-- habrá que investigar el papel que tuvo la justicia militar de entonces en el ocultamiento de la verdad sobre los hechos y en que los asesinos pudieran llevar una vida apacible (algunos todavía la llevan) sin la más mínima molestia. Ni siquiera los GAL, asesinos financiados con dinero público, se ocuparon de procurarles la más mínima molestia.

            Pero estos aplicados historiadores, que tanto insisten en reivindicar a las víctimas, se olvidan de una. Tras enumerar a los que fueron detenidos a raíz del atentado, añaden que no mencionan “en la lista a los familiares, amigos y compañeros de los imputados, cuya inocencia era tan evidente que recobraron la libertad en poco tiempo”.

            Uno de los que ni siquiera merece ser mencionado soy yo. Estar nueve días con su ocho noches incomunicado en una celda de la Dirección General de Seguridad ¿es poco tiempo? Estar tres meses en la prisión de Carabanchel y en condiciones particularmente penosas, no como el resto de los procesados (salvo Mariluz Fernández), ¿es poco tiempo? Pasar seis meses en libertad provisional y bajo fianza, teniendo que presentarse todas las semanas en el Gobierno Militar, primero en Madrid y luego en Oviedo, ¿es poco tiempo? Nueve meses en suspensión de empleo y sueldo ¿es poco tiempo?

Gaizca Fernández Soldevilla y Ana Escauriaza parecen pensar que sí. O quizá es que no sabían nada. Tampoco parecen haber leído (no lo citan en la bibliografía) Testimonios de lucha y resistencia, de Eva Forest, publicado en 1977, donde recoge testimonios de las presas encarceladas en Yeserías que han sufrido torturas. Una de ellas, la madre de Mariluz, cuenta cómo desde su celda en la DGS me oyó gritar. Mi nombre lleva una nota y, a pie de página: “No sabemos qué habrá sido de él”.

            No se me volvió a mencionar hasta que, medio siglo después, Xuan Cándano publicó Operación Caperucita. Culpa mía, quizá. ¿Por qué no reivindiqué mi papel de víctima? La carrera política (e incluso literaria) de más de uno debe mucho al hecho de haber sido amenazado.

            Todavía me cuesta hablar del asunto. Pero debería hacerlo para completar la historia. No fue un error el que me tuvieran tanto tiempo encerrado y lejos del resto. Yo era la pieza necesaria para llevar a Mariluz a la hoguera. Si ella era la autora del atentado (según su hermano, que Dios le tenga en su gloria, en una cena familiar, la misma noche del 13, afirmó haber colocado la bomba), yo tenía que ser su acompañante: ese día, a esa hora, comíamos juntos. 

Miércoles, 25 de septiembre
MISTERIO SIN RESOLVER

Nunca quise hablar de mi experiencia carcelaria, pero una vez lo hice. Fue en Jerusalén, allá por el 2003. Asistía a un curso sobre el Holocausto en el Yad Vasem, el museo de la memoria, que conmemoraba su cincuenta aniversario.

Escuché a varios supervivientes de los campos de concentración, con el número tatuado sobre el brazo. Contaron que, al principio, no se atrevían a hablar de lo que les había pasado, tampoco nadie tenía especial interés en escucharlos. Todos querían olvidar. Uno de los historiadores que intervenían en aquel curso nos dijo que su padre nunca les refirió su experiencia en el campo de exterminio. Solo empezó a contar algo cuando el nieto, muchos años después, se interesó por ello. ¿Por qué no hablaban? Quizá se avergonzaban de haber sobrevivido, quizá no querían hacer sufrir a sus seres queridos con esos recuerdos.

A mí me vino entonces a la memoria aquella experiencia tenazmente silenciada. Se la conté allí mismo a una amiga, Juana Salabert, y luego en Leña al fuego, publicado hace ahora exactamente veinte años, en 2004. Pero el secreto sigue siendo secreto, porque nadie parece haber leído esas páginas. Incluso yo las había olvidado.

Busco el libro en mi biblioteca y no doy con él. En una página de Internet lo venden por 190 euros, pero acabo encontrándolo por solo 14. No sé si me atreverá a releer ese testimonio cuando lo reciba. Otros son quienes tienen la obligación de hacerlo, si quieren escribir la historia con un poco de rigor. Como otros son los que tienen la obligación de hacer justicia en ese execrable crimen sin castigo.

 Aún están a tiempo. ¿No se anularon en Argentina las leyes de amnistía? ¿No se reabren viejos sumarios, en esta España nuestra, por el testimonio de etarras arrepentidos? También se les pregunta por atentados que ocurrieron antes de la ley de amnistía: uno en 1973 y otro en 1976.

Si esos sumarios siguen abiertos, ¿por qué no reabrir el de la calle del Correo? En este caso, para aclarar los hechos no hace falta recurrir a ningún arrepentido, todo está ya claro en el sumario: a finales del 74, se había identificado ya a los culpables, unos en la cárcel y otros huidos a Francia. Lo que no está claro es por qué se decidió dejar en libertad a los presos (antes de la ley de amnistía, por cierto) y no insistir –como se insiste con Puigdemont, no precisamente un asesino-- en la solicitud de extradición de los huidos a Francia.

Este sí que es un misterio sin resolver.

Jueves, 26 de septiembre
NADA ES PARA SIEMPRE

No valgo yo para enfadarme con nadie, aunque muchos se enfaden conmigo. Un susceptible amigo, al que leo desde sus balbuceantes primeros versos, tiene la mala costumbre de escribirme una irritada carta cada vez que reseño alguno de sus libros y le pongo algún reparo. No tomo sus exabruptos demasiado en serio. Es buena persona y pronto se le pasan. Pero la protesta del sábado pasado, la más absurda de todas, venía tras haber estado más de una hora defendiéndole en la cena en Casa Amparo que algo tuvo de disparatado reality show televisivo.

El lunes se presentaba el libro Las mejores palabras, antología del premio Alarcos que yo he coordinado y a la que puse título, sin que en ella, supongo que por descuido, figure mi nombre. Al susceptible poeta –que leía versos en ese acto-- le dije que no iba a la presentación porque no tenía ganas de verlo, aunque había otras razones. Y era verdad cuando lo dije, pero el enfado se me había pasado al día siguiente. Lo cierto es que seguiré leyéndole y admirándole en lo mucho que tiene que admirar, pero no en todo lo demás.



 

sábado, 21 de septiembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Yo mi me conmigo

 

Sábado, 14 de septiembre
ESFINGE SIN SECRETO

Me he pasado la vida hablando de mí mismo, pero hay muchas cosas de las que nunca he hablado, algunas ni siquiera a mí mismo. Soy como un viejo caserón en el que se hace la vida y se recibe a las visitas en unas pocas habitaciones (mi preferida es la biblioteca con altos techos pintados al fresco y grandes ventanales que dan al jardín), mientras que en las otras nadie entra desde hace años (quizá desde que era niño). Algunos días me entra la tentación, si no de hacer limpieza (¿para qué?), al menos de armarme de valor y adentrarme en el desván y en los cuartos oscuros como quien se adentra en la jungla, pero siempre acabo venciéndola.

            ---¿Para qué hablas tanto de ti?, me preguntan a veces.

            ---Para ocultarme mejor, suelo responder.

            Pero sospecho que lo único que tengo que ocultar es que nada tengo que ocultar. Hay quien es capaz de hacerse hasta sospechoso de un crimen con tal de disimular la absoluta insignificancia de su vida.

Domingo, 15 de septiembre
VISITA AL DOCTOR

El placer de entrar por primera vez en la casa de alguien que admiramos desde hace muchos años. Es amplia, confortable, llena de luz. Apenas se entra en ella, nos encontramos con un espacioso recibidor: gran chimenea, dos bargueños de época y un retrato del propietario pintado por Zuloaga.

 A la derecha, la salita de espera, con una escultura de Julio Antonio, un soberbio reloj de mesa y un magnífico Sorolla. Hay también un gran espejo antiguo y tres óleos de Gutiérrez Solana.

La consulta tiene tres grandes ventanales que dan a la Castellana. En dos estantes, se apretujan unos cuatrocientos volúmenes con todos los libros, monografías, discursos, colaboraciones que ha publicado el dueño de la casa. Tres magníficos Grecos presiden el despacho, entre ellos, “un Crucificado sobre una tormenta admirable, pintado en su cuarto de hora de mayor inspiración, cuando el rayo y el trueno más fuertes le abrieron más el cielo y vio mejor su fondo”, según escribió Ramón Gómez de la Serna.

 El despacho se comunica, por medio de unas puertas corredizas, con otras dos piezas. La  central la preside un cuadro de Goya y en la siguiente se encuentra instalada la biblioteca de viajes, una de las cuatro que posee mi admirado amigo, en Madrid y en Toledo. La biblioteca de viajes la comenzó cuando todavía era casi un niño y Galdós le regaló la colección de Viajes publicada por Fabié en 1886. Ahora tiene más de tres mil volúmenes y es quizá la mejor del mundo en su género.

            Compro en el Fontán el libro de Francisco Javier Almodóvar y Enrique Warleta Marañón o una vida fecunda, publicado en 1952, que lleva prólogo, naturalmente, del propio doctor Marañón. Lo abro y es como si me abriera sonriente las puertas de su casa. Conozco no solo a su familia, sino también al servicio: Ramón Arana, “amable, con una leve sonrisa, sabiendo ver, oír y callar, las grandes virtudes de los hombres de confianza”; María Luisa, la doncella, una asturiana que regala salud; Carmen, la cocinera, y Rita, una gallega criada en Portugal, “atenta a esas mil minucias que reclaman en la casa la atención constante”.

            ¡Cuánta gente detrás de un gran hombre! Su mujer, sus hijos, sus colaboradores, la servidumbre, todos viven pendientes “del pensamiento y la actitud del que allí es padre, jefe, amigo y hermano, disputándose el privilegio de estar en primera línea en esa difícil y callada estrategia de cooperación sin darse cuenta apenas de que son también parte esencial de la obra realizada”.

            Detrás de mí, ayudándome, no hay nadie. ¿Justifica eso que no haya hecho nada importante? Quizá sí o quizá no, importa poco. Marañón –el único prócer durante la monarquía que lo siguió siendo durante la república y el franquismo-- está muerto y yo estoy vivo. Salgo de su casa en la Castellana y paseo feliz por el Campillín al sol de esta espléndida mañana de otoño.

Lunes, 16 de septiembre
 FALTA Y SOBRA

Como “trapero del tiempo” se definía Marañón, que no desperdiciaba ni un minuto de su día a día. “Trapero del talento”, podría definirme yo, que no desperdicio ni una brizna del poco o mucho que me ha sido concedido.

            A veces me vergüenza pensar que soy la única persona del mundo a la que, para hacer algo que valga la pena, le sobra tiempo y le falta talento. Pero enseguida se me pasa: solo soy el único que lo dice, no el único al que le ocurre.

Martes, 17 de septiembre
POR QUÉ SOY TAN MAL AMIGO

Soy un amigo incómodo, lleno de espinas, lo sé, y por eso valoro más a los viejos amigos, los que lo son desde años y lo siguen siendo. José Cereijo lo es desde hace exactamente treinta años. Poco después de que yo comentara su primer libro, de 1994, vino por primera vez a Oviedo y participó en nuestra tertulia. En ella conoció a Víctor Botas, que le dedicó la primera edición de sus poesías completas. Ya de regreso a Madrid, a los pocos días le escribió una carta comentándoselas, pero Víctor Botas no llegó a recibir esa carta.

Ayer le escuché a Cereijo leer sus versos en Avilés llevado de la mano entusiasta de Isabel Marina; hoy dialogo con él en la presentación de su último libro, Lecturas de riesgo. Y como soy persona que puede hacer dos cosas al mismo tiempo (que siempre hace dos cosas al mismo tiempo, y así me va), mientras charlamos se me ocurre pensar que todo tiene dos caras y que yo soy a la vez un mal amigo y un buen amigo.

            Un mal amigo nada confortable, sobre todo para los amigos escritores: no dejo a nadie dormirse sobre sus laureles, siempre encuentro el punto flaco del libro que acaban de publicar y no me lo callo, ni se lo comento en privado, sino que lo aireo en mi reseña semanal. Los escritores jóvenes, si son inteligentes, aceptan los reparos, aunque no estén de acuerdo, y siguen siendo amigos. Hasta que triunfan, o eso creen ellos, y entran en el mercado o mercadillo de la literatura. Ya los libros son productos que hay que promocionar y las reseñas deben ser una especie gratuita de publicidad. Quien antes nos ayudó a crecer, ahora no es más que un incordio.

            Pero, si bien se mira, no soy un amigo tan malo: impertinente, sí, pero que no traiciona, ni pone zancadillas, ni lucha por escalar cucañas. Y fiel. En medio siglo de vida literaria, más de un amigo habrá dejado de serlo –y seguramente con razón--, pero yo no he dejado de serlo de nadie. En el amor me pasa, me pasaba, lo mismo: me abandonan, no abandono. Y no lo digo en son de queja: se cansan antes de que yo me canse y me dejan algo de tristeza, que se cura pronto (un clavo saca otro clavo), pero no remordimiento ni mala conciencia, que es lo que peor llevo.

            En estas cosas pienso mientras dialogo sobre la poesía y sus alrededores con José Cereijo y la presencia de Paulina entre el público me trae a la memoria a Víctor Botas, quien fue mi amigo durante quince años en vida y ya lo lleva siendo el doble de años desde esa otra vida a la que se mudó un día tan inesperadamente.

            Yo seré un mal amigo, al menos tal como se entiende la amistad entre los escritores, pero nunca dejaré de serlo de nadie porque ponga todos los razonados reparos que quiera a un libro mío. Incluso los no razonados me hacen gracia. Me gusta repetir aquello que leí en no sé qué revistilla: “Las opiniones sobre la poesía de José Luis García Martín están divididas. Unos piensan que es un pésimo poeta. Otros que no es un poeta”.

            Un mal amigo, pero que tiene la suerte de contar con los mejores amigos: gracias, Cereijo; gracias, Paulina; y gracias, querido Botas por seguir asistiendo, un viernes sí y otro también, a nuestra tertulia. 

Jueves, 19 de septiembre
MARÍA LUISA EN EL JARDÍN

Javier Barón presenta en el Bellas Artes, la última adquisición del museo: “María Luisa en el jardín”, de Mariano Fortuny. Yo pienso en Yara, que tiene la edad que entonces tenía María Luisa; en Martín, que hoy cumple ocho años, y en que soy un hombre afortunado: vivo rodeado de gente que quiero y también, como mi admirado Marañón, de obras de arte, pero yo no las guardo en casa –no cabrían--, sino en tres espléndidos edificios por los que me paseo como Pedro por su casa.

Es lo que hago esta tarde, en cuanto me canso de escuchar a Barón, que es un poco Bonet, y qué placer saludar de nuevo, en las salas vacías –la gente ha preferido aburrirse con el conferenciante--, a los hijos de Sánchez, a la dama de las camelias en el palco del Real, al inocente Emaús, a tantos amigos como tengo por aquí, siempre a mi espera.