viernes, 22 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Porque sí y porque sé

 

Sábado, 16 de noviembre
VIVIR DEL CUENTO

---¡Siempre estás con eso de que te leerán dentro de cien, doscientos o quinientos años, Martín, como si entonces te fuera a importar algo! Debe de ser para compensar lo poco que te leen ahora.

            ---De que me lean poco, no creo que me hayas oído quejarme nunca. A mí me basta con media docena de buenos y fieles lectores conocidos y con otros tantos, o pocos más, desconocidos. Otra cosa son mis editores actuales. A ellos sí que no les hace ninguna gracia que, si yo alguna vez soy un best seller, lo sea dentro de un siglo o dos o tres. La verdad es que si hablo de la posteridad que me espera lo hago en broma. De sobra sé yo lo que me espera. Pero algo hay de verdad en esa broma. Cuando comencé a interesarme por la literatura (no por la lectura, leer leía, si no desde antes de nacer, yo creo que desde poco después), la literatura era Unamuno, era Galdós, era Antonio Machado, era Chejov o Shakespeare. Todos autores muertos. Cierto que también estaba Azorín, que aún vivía cuando me regalaron su novela El escritor, la primera obra suya que leí, pero la literatura, la gran literatura, había sido escrita por gente de otro tiempo para que la leyera yo y encontrara mi lugar en el mundo. Nadie de mi entorno leía (y menos escribía), nadie se imaginaba que escribir fuera un oficio al que uno pudiera dedicarse para ganarse la vida. Por muy absurdo que parezca, sigo siendo fiel a esas primeras impresiones. Tan fiel que nunca he escrito una línea para ganar dinero. Cierto que algún dinero he ganado escribiendo, pero era porque se trataba de lo habitual en ese medio. Y siempre me pareció como una propina que debía devolver a la literatura, contribuyendo a financiar una revista o el libro de algún amigo. Ya sé que estas cosas no debería decirlas, que la de escritor es una profesión como otra cualquiera y que los escritores deben asociarse y defender sus derechos laborales. ¿Una profesión como otra cualquiera?  Bueno, sí, lo es en parte, en la parte que se refiere a la literatura comercial: premios Planeta, sagas de ciencia ficción, crímenes en serie en el valle del Baztán o en California, cosas así. Cuando el dinero que cobra un escritor procede del tanto por ciento de sus derechos de autor, se puede decir que lo ha ganado con su trabajo, como un electricista o un médico. Pero la mayor parte de lo que cobran los escritores literarios (poetas, narradores más o menos experimentales) procede de premios oficiales y subvenciones, es dinero público. Que quizá estaría mejor empleado en otra cosa. Digo “quizás”, que yo de la economía no sé mucho. Pero eso de que la Unión Europea o el gobierno español financien a un poeta para que viva un tiempo en Roma o en Nápoles y escriba un libro de versos (Manuel Vilas o González Iglesias sin ir más lejos), la verdad es que a mí me parece una manera bastante tonta de tirar el dinero de los demás. Y no digo nada de lo de dar una beca a un principiante que de mayor será poeta o simplemente adulto para que escriba un libro de versos, como si la oferta en el género no fuera bastante superior a la demanda. Y sin que nadie compruebe la calidad final del producto. Yo, si quisiera ganarme la vida con la literatura, me atendería a la demanda del mercado. En caso contrario, prefiero subvencionarme yo el tiempo que dedico a ella, que es lo mejor de mi tiempo. Me parece, si no más correcto, al menos más elegante. Pero hay opiniones y no soy ya nadie para llevarle la contraria a los que viven o malviven del cuento cultureta.

Domingo, 17 de noviembre
EDADISMO

---¿Has oído hablar de edadismo, Martín? Ya sabes, la marginación por causa de la edad. Parece que va a prohibirse que nadie te pregunta tu edad para evitar que te rechacen de un trabajo por tener sesenta años en lugar de veinte o treinta. Me temo que, como sigamos así, pronto va a aprobarse una ley por la cual, lo mismo que puede uno escoger el sexo qué prefiere, pueda decidir a su conveniencia los años que tiene.

            ---¡Ojalá que se pudiera hacer algo así, escoger la edad!

            ---¿Y tú cual escogerías?

            ---Yo, como siempre, la que tengo. No me importaría nada seguir teniendo setenta y cuatro años durante los próximos veinte. Luego, a los noventa y cuatro, ya veré si me gusta esa edad o prefiero  otra. Está muy bien lo de evitar la marginación por la edad, pero me temo que no basta con no decirla para que no se note por mucho maquillaje y gimnasio que le echemos 

Miércoles, 20 de noviembre
LO BUENO DE TRUMP

---¡Qué lata tener que presentar un libro! Para mí, ser un triunfador, sería no tener que hacer promoción cuando uno publica. Pero me temo que no me libraría de ello ni aunque fuera un Pérez-Reverte o un López Otín, de quien me cuentan que en la última presentación se pasó cuatro horas firmando. Para mí sería la peor pesadilla.

            ---No te quejes, Martín, que tú solo presentas un libro una vez y lo habitual es presentarlo unas docenas de veces en todo lugar que se ponga a tiro.

            ---Me quejo, pero luego tampoco lo paso mal en las presentaciones. En la de hoy, lo pasé muy bien. Casi todos los que asistieron eran amigos. Allí estaban desde los más antiguos, desde quienes lo son desde los años de estudiante, allá por los sesenta, hasta los que nacieron ya en este siglo. A mi los amigos, si son escritores, me duran poco: hasta que comento uno de sus libros de manera no adecuadamente elogiosa. Y ya se sabe que yo soy algo cicatero en los elogios y muy certero en los reparos.

            ---Titulas el libro No sabe, no contesta, pero tú eres más bien un sabelotodo de esos que no dejan pregunta sin respuesta.

---Quizá por eso me gustó tanto la presentación porque mi periodista favorita, Pilar Rubiera, se dedicó a hacerme preguntas, como en tantas entrevistas para su periódico, pero esta vez de manera oral. Lo malo es que, cuando hablo, tiendo a decir más de lo que debería decir. Por escrito, me controlo más. Nunca escribiría, por ejemplo, que desde 2020 estaba deseando la vuelta de Trump. Es la única posibilidad de que la guerra en Ucrania no acabe convirtiéndose en la guerra de los cien años, cierto. Yo quería que volviera, aunque ese fuera un deseo que ni me atrevía a confesarme a mí mismo, porque una de las razones por las que Trump perdió por la mínima ante Biden fue su razonable actitud ante la pandemia. ¡La de ataques que le cayeron por haberse atrevido a decir que era una especie de gripe y que el contagio se evitaba de la misma manera! Y luego las risas a propósito de frasecitas sacadas de contexto, como la de la lejía. La verdad es que en lo que se refiere a la pandemia y a la tontemia generalizada que provocó, la actitud de Trump coincidía bastante con la mía. En eso y en lo de Ucrania.

---¡Eres un antivacunas, Martín!

---Y creo que la Tierra es plana, no te jode. La de majaderías que he tenido que oír solo por tomas una decisión personal ante una opción que no era obligatoria y la de presiones y chantajes que he tenido que resistir (aquí en Asturias durante un mes nos prohibieron ir al cine a los no vacunados, como a niños desobedientes). Y no sigo hablando de esos años oscuros en los que el remedio fue peor que la enfermedad porque sería el cuento de nunca acabar. A Trump, tenlo por seguro, nunca le elogiaría en público. No quiero que me apedree la buena gente progresista. Pero con su victoria me siento vengado de los que me obligaron a llevar mascarilla cuando paseaba solo por lugares solitarios para respirar aire puro y proteger mi salud (nunca les hice caso, todo hay que decirlo). 

Jueves, 21 de noviembre
LA PRIMERA SONRISA

Como el Cándido de Voltaire, últimamente me dedico a cultivar mi jardín, ajeno en lo posible a los desmanes del mundo, sobre todo a los que escapan a mi voluntad. Claro que yo no tengo jardín, sino una pequeña terraza llena de flores frente a las que desayuno: la primera sonrisa del día.

Mis preferidas son las guineas, blancas y rojas, tan sensibles. De vez en cuando, sin razón ninguna (necesitan mucha agua y yo las riego con regularidad) les da por languidecer y me las encuentro con la cabeza gacha. Unas palabras cariñosas y reviven. A mí me pasa lo mismo.

 

 

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