viernes, 29 de noviembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: De vida y esperanza

 

 

Sábado, 23 de noviembre
FLOTADOR
 

Nado en el mar de los días agarrado al flotador de la costumbre. A veces suelto una mano; en alguna rara ocasión, y por muy poco tiempo, las dos. ¿Aprenderé algún día a bracear libremente y sin andaduras? No lo creo.

            “Morir es perder la costumbre de vivir”, escribió González-Ruano. Yo me aferro cada vez más, como un niño miedoso, a la tabla de las costumbres que me permiten sobrevivir en un mar que se va volviendo de día en día más tempestuoso.

Domingo, 24 de noviembre
VIAJAR EN EL TIEMPO

Los últimos meses que estuvo al frente de la República, Alcalá-Zamora escribió un diario, desaparecido durante la guerra civil, reaparecido muchos años después, publicado por primera vez en 2011. Yo he tardado algún tiempo más en leerlo, por prejuicios contra el autor y contra el editor, que lo enmarca en una campaña contra la supuesta historia oficial, escrita desde la izquierda, de la Segunda República.

Leer estas páginas es contemplar unos días cruciales de la historia de España desde un óptica privilegiada, la del presidente de la República. Aparecen muchas minucias que el tiempo ha ido borrando. Queda clara su incompatibilidad con los políticos principales de los dos bloques que enfrentaron en las elecciones del 36. Odiaba a Gil Robles no menos que a Azaña; su dimisión o su destitución parecía inevitable, ganara quien ganara.

No hay demasiada objetividad en estas anotaciones que quieren ser imparciales. Refiriéndose a un mitin del 9 de febrero de 1936 en el cine Montecarlo de Madrid, anota que Azaña se “irritó por el público nada literato que le correspondió ayer en los barrios bajos, habiéndole sacado de tino el hecho de haber ocupado la primera fila unos gitanos. La exasperación de sus refinamientos poco democráticos le puso fuera de sí, y al terminar, refiriéndose a este palacio, dijo que entraría a codazos en el sitio donde había entrado dando portazos”.

Pero el disgusto de Azaña parece que tuvo otros motivos, según se deduce de la nota el editor. En sus palabras no hubo una queja hacia el auditorio, sino a las condiciones auditivas del local: “Venimos al mitin a hablar de lo que sepamos y podamos y a escuchar lo que podamos escuchar, dada la mala instalación de los aparatos. Incluso o oír es un acto de disciplina y de adhesión. El que no oiga, que tenga la bondad de dispensar y espere para otro día. Es de suponer –estoy seguro--  que el objetivo final que perseguimos con estas concentraciones y con estas demostraciones va a ser mucho más lucido y brillante que estos pequeños accidentes que nos ocurren hoy. Y eso es lo que importa”.

¿Quién le contaría a Alcalá Zamora que Azaña puso mala cara al ver en primera fila a unos gitanos? Si no hemos sido testigos presenciales de lo que se cuenta en un diario conviene indicar cómo nos hemos enterado.

Miércoles, 27 de noviembre
AÚN NO

Una entrada en Facebook de editorial Renacimiento comienza así: “Queridos amigos, hemos recibido la información del propio Enrique Baltanás de que está vivo”. Se repite la anécdota protagonizada por Mark Twain. Tras leer la información de su fallecimiento en un periódico, envió un telegrama al director: “La noticia sobre mi fallecimiento es un poco exagerada”.

La noticia de la muerte de Baltanás había sido dada a conocer por la propia Renacimiento. La habían conocido por Antonio Cáceres, un poema amigo de Baltanás, y habría ocurrido, al parecer, hacía ya una semana. La editorial publicó una sentida necrológica, como suele ser habitual en estos casos, y los comentarios se llenaron de condolencias. “Todavía sigo vivo”, tuvo que afirmar el presunto fallecido.

            ¿Cuándo se perdió la costumbre de verificar las noticias? Nos llega cualquier rumor y al instante lo echamos al vuelo. Y quienes lo leen o escuchan siguen repicando las campanas de las redes sociales. Nadie se detiene a comprobar si es cierto.

 ¿Y qué amigo es ese que al parecer recibe en sueños la noticia de la muerte de Enrique Baltanás y ni siquiera se preocupa de llamar a la familia? ¿O es que Baltanás vivía solo, sin contacto con nadie?

Yo tuve una buena relación con él hace algunos años. Colaboró con frecuencia en las revistas que yo dirigía, me envió sus libros, era un buen poeta y un excelente estudioso de los Machado. Ideológicamente fue virando, como tantos, de una izquierda moderada a una derecha radical. Eso quizá nos distanció un poco. La última reseña que le dediqué era sobre una reedición de su biografía de Antonio Machado, en la que se acentuaban los toques revisionistas y antirrepublicanos.

            La noticia de la muerte de Baltanás, como la de cualquiera de los que vamos cumpliendo años, es solo un poco apresurada. Y una señal de que ya hemos comenzado a desaparecer.

Hay escritores que mueren estando vivos y otros de los que solo nos enteramos de que seguían vivos cuando nos llega la noticia de su muerte.

Jueves, 28 de noviembre
EL ABRAZO DE VERGARA

“No hablaste de mi poesía, solo de algo te sabes muy bien, las guerras literarias de los ochenta”, me reprocha Olvido García Valdés en la cena que sigue a su intervención en la cátedra Alarcos.

            Es cierto no hablé, o hablé poco de su poesía, porque sabía que ella lo iba a hacer por extenso en su charla. Y lo hizo muy bien, como es habitual. A mí me interesa mucho más lo que dice de su poesía que los propios poemas, un poco borrosamente intercambiables (aunque esto puede ser solo una impresión mía, que tengo otros gustos).

Hablé de que ese estar los dos sentados en la misma mesa, me recordaba al abrazo de Vergara que puso fin a la primera guerra carlista, allá por 1839.

La guerra poética de los años ochenta y noventa acabó por cansancio de los contendientes y por victoria de ambos bandos. Luis García Montero se coronó virrey del Cervantes y se dedicó a preparar su camino al Nobel. Olvido García Valdés ha recibido todos los galardones habidos y por haber y algún nombramiento oficial. Antonio Gamoneda, antirrealista, guía espiritual de uno de los bandos, afirmó que el realismo es el lenguaje del poder. Y lo dijo mientras era llevado en andas por el presidente del gobierno y el ministro de cultura.

Como al final de la guerra carlista, el botín se repartió entre las primeras espadas mientras los seguidores de la poesía de la experiencia o de la diferencia se repartían las migajas en forma de premio literario más o menos municipal y espeso y publicado por Visor.

No entré en estos detalles en la presentación, por supuesto. Me limité a enumerar nombres y características de la poesía de unos y otros. Yo participé alegremente en los combates. Ahora añoro aquellos buenos tiempos en que un suplemento andaluz, Cuadernos del Sur, y un panfleto multicopiado, La fiera literaria, arremetían contra mí un número sí y otro también.

            “Si no molestas a nadie, no eres nadie”, digo en un momento de la cena. “Pues si es por eso, no te preocupes, que tú todavía sigues molestando a bastante gente”.

 

Viernes, 29 de noviembre
TODO LO CONTRARIO

Un músico, Pablo Moras, presentó ayer el nuevo libro de Javier Almuzara, Esperanza de vida. Aparte de los obligados elogios, dijo cosas muy precisas e inteligentes, pero dos que no lo eran tanto. Son las que yo comento a la salida, según mi estilo de abogado del diablo vocacional.

Tiene la primera que ver con su sugerencia de leer los poemas prescindiendo de la pausa versal. “Sólo así veremos si el poema tiene ritmo”, afirma. Pero sin pausa, que puede coincidir o no con una pausa gramatical, no hay verso. Y el que no coincida permite el recurso del encabalgamiento. Solo los malos lectores de poesía, admirado Pablo Moras (zapatero a tus batutas), leen sin hacer la pausa versal.

La segunda discrepancia se refiere al poema “La cárcel de papel”, que leyó y que me está dedicado. En el se me retrata como era hace treinta años, no como soy: “Has pasado los años, / los días y las páginas / creyendo vanamente que si ahora / no estás tan vivo como los demás / cuando te mueras no estarás tan muerto”. Pablo Moras cree que esos versos elogian la poesía como una manera de vencer a la muerte. No se da cuenta de que califican de vana esa creencia.

No sé yo si cuando me muera estaré tan muerto como los demás, o un poquito menos (a mí no me molestaría estar tan muerto como Manrique o Machado), lo que sí sé es que ya los libros no son una cárcel que me separa del mundo, sino una ventana o una atalaya para observarlo mejor, y que estoy tan vivo como cualquiera, o un poquito más. Vivito y goleando.

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