Viernes,
14 de abril
SAN
LEONARDO
Me detengo en San Leonardo de Yagüe y lo
primero que veo es el teatro-cine Yagüe. Camino unos pasos y me encuentro con
un ostentoso monumento a Juan Yagüe Blanco. Ingenuo de mí, me pregunto quién
será este prócer tan querido en su pueblo, al que incluso da nombre. Tardo en
caer en la cuenta de que no es otro que el llamado carnicero de Badajoz”, el
general que mandó ejecutar a miles de republicanos en la plaza de toros, el
amigo de Göring, uno de los más siniestros personajes —y cuidado que hubo muchos, en un lado
y en el otro— de la guerra civil. Curiosa manera tienen en estas tierras
sorianas de aplicar la ley de la memoria histórica. Y curiosa manera tengo yo
de celebrar el 14 de abril. Pero cerca está el Cañón del Río Lobos, con su
castillo templario vigilando el acceso desde Ucero y su ermita de San
Bartolomé.
Antes de seguir la marcha, paseo por
las calles vacías de San Leonardo. En la calle de la Fuente se vende un
caserón, que adivino lleno de fantasmas, la casa de los Ferrones. En la fachada
de San Leonardo Abad, un san Sebastián de piedra tiene clavadas en el cuerpo
varias herrumbrosas flechas. Una fortaleza mandada construir por Juan Manrique
de Lara en el siglo XVI vigila desde lo alto. Y cerca está el Bosque Mágico,
donde los gnomos hacen su vida encaramados a los árboles.
Ayer ni siquiera había oído hablar
de este lugar, hoy sé que también aquí se entrecruza la historia de mundo, su
miseria y su grandeza. El 14 de abril unos pocos ilusos levantaron la bandera
republicana en el balcón del Ayuntamiento; cinco años y unos meses después
todos ellos estaban muertos de mala manera. Y el verdugo sigue siendo todavía
la figura más ilustre de la localidad. ¿Le pondrán como modelo a los niños en
las escuelas del pueblo?
Antes de llegar aquí me detuve en el
monasterio de San Zoilo, a la entrada de Carrión, donde estuvo el colegio de
jesuitas en que estudió Pérez de Ayala. Contribuyó a la llegada de la
República, se aprovechó todo lo que pudo de ella y se puso en contra cuando le
cesaron de su cargo de embajador en Londres, la ilusión de su vida, incluso
antes que la gloria literaria. Más que el monasterio, escenario de la novela AMDG, me
interesaron las sigilosas riberas del río, en una tarde toda azul quizá no muy
distinta de aquellas que conoció el pequeño Ramón, cuando aún no sabía lo que
le esperaba, lo que nos esperaba.
Viajar es para mí abrir un libro historia o recorrer los estantes de una biblioteca.
Sábado,
15 de abril
BAÑO DE
DIANA
Siempre que se menciona a Mendizábal es para
culparlo del estado ruinoso o la desaparición de alguna iglesia o monasterio.
Me alojo en el Monasterio de Piedra, paseo por sus intrincados jardines y
pienso en que si existen es gracias, primero a Mendizábal y luego a quien se
hizo con ellos en 1840, Pablo Muntadas. Fue Juan Federico, hijo del anterior, quien
tuvo la ideas de convertir los alrededores del monasterio, por los que el río
Piedra alborotadamente se despeña, en un jardín romántico, quien puso nombres
poéticos a las diferentes cascadas: Baño de Diana, Iris, Caprichosa, Sombría.
Llamó Peña del Diablo a la que se mira, nuevo Narciso, en el lago del Espejo. Y
hay también grutas de la Bacante, de la Pantera y del Artista.
Para
unir lo útil con lo deleitable, creó la primera piscifactoría de España. Cualquier
rincón es un mirador pintoresco. Todo naturaleza elegantemente despeinada. No
admiran menos las ruinas de la iglesia abacial, con su cúpula abierta al cielo.
Nada
le falta a a este lugar para ser una imagen del paraíso, tal como lo soñaban
los románticos. Nada le falta, pero algo le sobra: la multitud que lo llena. Mejor
pasearlo cuando se despereza en soledad. La fresca música del agua me trae a la
memoria unos versos de Piferrer o quizá de Campoamor: “Pensativo estaba yo / junto al Baño de
Diana, / mientras ella sonreía / en la luz de la mañana”.
Domingo,
16 de abril
PASEO
CON POETAS
En la calle del Collado, frente al casino La
Amistad, me encuentro a Gerardo Diego tomando café con un libro en las manos.
Parece aburrido y yo me siento al lado para darle un rato de palique. “Muy
bueno, don Gerardo, lo que escribió usted cuando le dieron ese premio famoso
que compartió con Borges: ‘Ay, Cervantes, Cervantes, Cervantes, / ¿por qué no
me llegaste / quince años antes?’. Me temo que todos los viejecitos que lo recibieron
pensaron lo mismo”.
Pero a Gerardo Diego nunca le tuve por santo de mi devoción. Camino por Soria y a cada paso me vienen a la memoria versos de Machado. De Gerardo Diego, solo los del
romance del Duero, que no puedo por menos de recitarme mientras lo cruzo camino
de San Saturio: “Quién pudiera como tú, / a la vez quieto y en marcha, / cantar
siempre el mismo verso, / pero con distinta agua”.
A
Antonio Machado lo leo desde hace sesenta años, que ya es decir. Fue por 1963 o
1964 cuando compré su Poesía completa
en la colección Austral. No entendía todo lo que leía, pero todo lo leía
con pasmada atención y es mucho lo que todavía conservo en la memoria.
Antes
de llegar a la prodigiosa fachada de Santo Domingo, me repito la irónica
cancioncilla que luego veo grabada en el suelo: “En Santo Domingo, / la misa
mayor. / Aunque me decían / hereje y masón, / rezando contigo / cuánta
devoción”.
Con
Machado se tropieza uno a cada paso, se ha banalizado como una atracción
turística más, lo mismo que el Bécquer que junto a San Juan de Duero se sienta
en un tronco, deja que una golondrina se pose en su sombrero y que los turistas
se fotografíen con él. Pero esa banalización no borra el misterio de sus
leyendas sorianas, como el uso y abuso de los versos de Machado no les quita
emoción ni verdad. Como duermo en el parador que lleva su nombre, puedo pasear
al amanecer por el cerro del Castillo, donde un busto —uno más— le recuerda. A un lado, el
caserío de la ciudad, luego el cementerio del Espino, más adelante el arco de
ballesta del Duero y San Saturio encaramado en la roca.
Lunes,
17 de abril
EL
SANTERO DE SAN SATURIO
Tras subir por su gruta interior hasta la barroca ermita de San Saturio, me vino a la memoria un libro que leí hace muchos años. En 1951, el crítico de arte Juan Antonio Gaya Nuño leyó un anuncio: “Se halla vacante la plaza de Santero de San Saturio, en la ciudad de Soria, con el haber anual de ochocientas pesetas, cinco fanegas de trigo y tres medias de cebada. Para tratar, con el señor Alcalde de Barrio”. Como fue el único candidato que se presentó, le dieron la plaza y en la ermita pasó un año. El libro que releo hoy es una especie de diario —o quincenario, las anotaciones se fechan cada quince días— de esa estancia. Un libro prodigioso que evoca una Soria que ya no existía, la anterior a 1936, la de su juventud. En uno de esos álamos dorados de la orilla del río que “tienen en sus cortezas / grabadas iniciales que son nombres / de enamorados, cifras que son fechas”, él graba dos fechas: 1936-1951, el tiempo que estuvo ausente de Soria. No cuenta la razón de esa ausencia, no podía contarla entonces. En 1936, su padre —médico y durante un tiempo también profesor de gimnasia, a la manera de Juan de Mairena— fue detenido cuando iba a atender a un herido. Su familiares iniciaron rápidas gestiones para conseguir su libertad. Las autoridades miliares la concedieron el 16 de agosto, pero fue ejecutado al día siguiente. Parece fueron algunos vecinos los que se tomaron la justicia por su mano. “En Soria hay gente buena y gente mala”, escribe Gaya Nuño en su libro, pero de la gente mala —“capaz de insanos vicios y crímenes bestiales”, que diría Machado— no quiere hablar. Gaya Nuño fue capitán del ejercito republicano, conoció la cárcel. Pero en sus memoria de santero solo hay humor y amor, costumbrismo y melancolía, el elogio de una ciudad y un río, “Duero viejo, Duero fuerte, Duero amigo”.
Martes,
18 de abril
NOSTALGIA
“¡Roncas
sirenas en la bruma! ¡Faros / de puerto que en la noche parpadean!”.
Me
despierto con unos versos en la cabeza y con la nostalgia de lugares en los que
no he estado nunca.
Jueves,
20 de abril
UN IMPOSIBLE
Presenta Rosa Navarro Durán su antología de
Lope y yo me fijo en los primeros versos de un soneto: “Libros, quien os conoce
y os entiende, / ¿cómo puede llamarse desdichado?”
Cenamos
luego, según costumbre de muchos años, en Bocamar. El menú es siempre el mismo
y siempre nos atiende el mismo camarero. Un placer añadido al de la
conversación.
A mí para ser feliz me bastaría con hacer todos los días lo mismo. Lo único que necesito nuevo son los libros: dos por la mañana y otros tantos por la tarde. Pero de sobra sé que todos los días son distintos y la inalterada rutina a la que aspiro un imposible.
Lo que cuenta Gaya Nuño en el Santero de San Saturio es ficción, nunca ejerció ese cargo. Por otra parte, muchos historiadores, para mí los más serios, niegan que se produjeran matanzas en la plaza de toros de Badajoz.
ResponderEliminar1/ Será autoficción porque el protagonista de esas crónicas sorianas se corresponde con el autor (incluso nos dice que está preparando su libro sobre Picasso). Y los capítulos tienen mucho de costumbrista, no recurren a la ficción.
ResponderEliminar2/ Me imagino que esos "historiadores" que niegan que se produjeran matanzas en la plaza de toros de Badajoz en agosto de 1936 serán los mismos que niegan matanzas en los hornos crematorios. Por lo que yo sé, lo que se discute es el número de muertos, que nunca se sabrá con exactitud porque no hubo una investigación "oficial", solo crónicas periodísticas (y viudas y huérfanos).
1. Llámelo usted como quiera: ficción, autoficción… El caso es que él nunca ejerció de Santero de San Saturio, como parece indicar en su texto, y que se inventó la trama de la historia.
ResponderEliminar2. Sobre el holocausto hay abundantes evidencias históricas; sobre las supuestas ejecuciones en la plaza de toros de Badajoz (fuera de la plaza, sí), no hay ninguna. Así lo demuestra el último libro monográfico sobre el tema y el más riguroso escrito hasta ahora: Francisco Pilo, Moisés Domínguez y Fernando de la Iglesia "La matanza de Badajoz ante los muros de la propaganda" (Libros Libres), aunque ya lo habían dicho otros muchos antes.
1. Los capítulos del libro se titulan: "Pedigüeños y hampones", "Los indianos", "Jueves de Feria", "Los poetas", "La gastronomía", etc. No hay trama novelesca. Si se inventó que estuvo como Santero, eso es solo un pretexto para contar una historia verdadera.
ResponderEliminar2. No hay ninguna salvo las crónicas periodísticas de entonces. Si entonces no se pudo investigar libremente, no sé cómo se puede investigar ahora para desmentir los testimonios de aquel momento. Buscaré ese libro.
Sí, tiene usted razón, es como una autoficción. Él se inventó que durante un año ejerció de Santero, pero lo que cuenta es parte de su vida, de sus observaciones e inquietudes de entonces. Una joyita.
ResponderEliminarHasta aquí han llegado los revisionistas. ¡Qué pena! Mejor dejarlo pasar
ResponderEliminar