Sábado,
1 de abril
UN
TRIUNFADOR
Uno de esos libros que siempre me habría
gustado escribir, pero que no escribiré nunca, es un manual titulado Cómo
triunfar en la vida literaria. Creo que sería capaz de dar muy buenos
consejos. “¿Y cómo es que no te los aplicas a ti mismo?”, me preguntan los
amigos cuando les cuento esto (suelo repetirlo a menudo, me temo que además de
en tiempo de descuento estoy en tiempo de repetición). “¿Y cómo estás tú tan
seguro de que no soy un triunfador?”, suelo responderles. No todo el mundo
entiende lo mismo por triunfar en la literatura. Hay quien se conforma con poder vivir de su trabajo, como en cualquier otra profesión. Para otros es
entrar en la Real Academia. O que les den premios, aunque sea el de la crítica
andaluza o asturiana. O que se formen colas kilométricas cuando vayan a firmar
a la feria de Madrid. “¿Y tú todo eso lo desdeñas, claro, como en la fábula de
la zorra y las uvas?”, suele burlarse siempre algún contertulio. Pues sí, lo
desdeño. Y no solo lo desdeño, sino que en algún caso me parece más bien un
castigo. Las colas para la firma, por ejemplo. Yo me canso a partir de la
cuarta y empiezo a hacer garabatos ilegibles. Otros se toman su tiempo,
caligrafían alguna frase amable y hasta hacen dibujitos. El comprador se va tan
contento. A mí solo me gusta firmar libros de uno en uno, en distintos días, a amigos
o lectores que se me acercan y que me dicen que les gusta lo que escribo. En
fin, que soy uno de esos autores que más detestan los editores: los que se las
dan de genios y no se rebajan a promocionar la mercancía. A pesar de ello,
tengo dos editoriales —hasta
el momento, toco madera— fieles: Impronta y Renacimiento. Escribo
siempre lo que quiero escribir, sin preocuparme de si es lo que está o no de
moda, publico todo lo que escribo y nunca me he rebajado a enviar un original a
un concurso o a solicitar una subvención o limosnera ayuda institucional. ¿Cómo
no voy a considerarme, en esto de la literatura, un triunfador?
Domingo,
2 de abril
CABALLO
DE TROYA
Si yo tuviera que darle un consejo a quien
sueña, joven o viejo, con hacerse un sitio en los grupos y grupúsculos del
mundillo literario o político o académico, le diría: “La adulación es el mejor
caballo de Troya para adentrarse en cualquier fortaleza que se aspire a
conquistar”.
Lunes,
3 de abril
LÍBREME
DIOS
De mis amigos líbreme Dios, que de mis
enemigos me libraré yo. Una y otra vez me viene a la cabeza esa frase mientras
hojeo al azar el libro que un escritor de mi edad, al que admiré allá en los
setenta y luego todo lo contrario, dedica a otro al que yo siempre he admirado
y él consideraba uno de sus más cercanos amigos. No perdona ni una intimidad
que pudiera avergonzarle e incluso da a entender que el último reconocimiento
que recibió fue más debido al azar y a la misericordia que a otra cosa.
—Es una ley no escrita que el Cervantes
se dé un año a un escritor español y otro a un latinoamericano. Como en 2019 se
dio a Joan Margarit, al siguiente tocaba a un americano, y a ser posible mujer.
Se barajaron los nombres de Ángeles Mastretta y de Gioconda Belli. Ambas
empataron y los jurados no eran capaces de llegar a un acuerdo. Se acercaba la
hora de anunciar el fallo y no había manera de decidirse. Entonces alguien propuso
el nombre de Francisco Brines, que aparte de ser un notable poeta “estaba muy
delicado de salud, y que podía ser —y acertó— su última ocasión para obtener el
Cervantes”. Y ese fue el fallo que se anunció tras una hora de retraso. No
acudió a recibirlo, por supuesto. Y no por las restricciones de entonces. Paco no
hubiese podido ni escribir ni leer el discurso. Muestra, la terrible foto final
de un anciano que no se puede sostener en pie, sujetado por los reyes, con
gafas oscuras y negra mascarilla…
De mis amigos, líbreme Dios, me
repito. Pero afortunadamente yo he tomado la precaución de no ser importante y
no habrá ningún jurado institucional o no que se decida a humillarme en el
último momento ni ningún amigo que se crea en la obligación de contar
minuciosamente mis triviales miserias ni ningún editor que se las publique.
Martes,
4 de abril
COSAS
DE LA EDAD
“Ahora comprendo por qué Jon Juaristi está
siempre tan irritado conmigo cuando nos encontramos en la tertulia virtual de
los miércoles”, me digo al leer la columna que le dedica hoy Félix de Azúa. “Esto,
esto es lo que quiere un escritor de cierta edad cuando publica un libro: que
los amigos le hagan el reclamo en los periódicos y si son muy leídos y de una
orientación distinta a la de uno, mejor que mejor, así se amplía el mercado. Lo
que yo hago, subrayar tanto los aciertos como las caídas, está bien cuando uno
es joven, pero a partir de cierta edad sobran las lecciones”.
Yo, sin embargo, me río cruelmente de Azúa,
que divaga sobre dos libros que no ha leído, ni siquiera hojeado (del de
Juaristi dice que tiene 500 páginas cuando son 350). Apunta confusamente a dos
tipos de poetas, los clásicos, entre los que estarían Keats y Juaristi, y los
románticos, en los que incluye a Byron y al otro jaleado, Ferrer Lerín. Los
primeros, los clásicos, se caracterizarían “por mirar desde la altura los
movimientos de las hormigas humanas”. Qué cosas. Se lamenta de que esos poetas
amigos suyos, y por eso puede asegurar su honradez, no tengan dedicada una calle
y también de no tener una borrica, llenarle las alforjas con sus libros e ir
por ahí animando con gritos a la gente a que los compre “para evitar males
mayores y aliviar los incurables”.
No hace crítica, por supuesto, solo
publicidad, mala publicidad amical y un poco abusiva: no creo que en el
periódico le paguen para ello, aunque divierta a lectores como yo.
Si triunfar es convertirse en un Azúa, qué
suerte tengo de no ser un triunfador.
Miércoles,
5 de abril
QUE MÁS
QUISIERA
“Vives
ajeno al mundo, solo te preocupas de tus paseos, de tus ensoñaciones y de tu
literatura, ignoras lo mal que lo está pasando mucha gente”, me reprochan a
veces.
Antes
se decía que vivía uno encerrado en su torre de marfil, o en su habitación
acolchada, como Juan Ramón Jiménez para que no le molestaran los ruidos de la
calle mientras corregía uno de sus poemas quitándole una coma y luego, tras
mucho pensar, volviéndosela a poner.
Qué
más quisiera yo. Quién pudiera ser como Dios y vivir allá lejos en su paraíso
de ángeles y nubes ajeno a los lamentos de esos pobres seres que al parecer
creó en un momento de aburrimiento.
Yo
trato de taponarme los oídos, de mirar siempre que puedo para otra parte, de
pasar rápidamente la página del periódico para que no me salpique la sangre
inocente. No podría soportarlo si no lo hiciera. Pero hay veces en que la
técnica del avestruz no funciona. Un amigo camina hacia el abismo y yo no puedo
hacer nada para evitarlo —aunque
hago todo lo que puedo— ni puedo mirar hacia otro lado. Me repito una y otra
vez los versos de Vicente Gaos: “La vida es dura / y no hay consuelo. / Saca el
pañuelo, / literatura”. Pero la literatura se ha cansado de servirme de
consuelo.
Jueves,
6 de abril
HACER
EL EQUIPAJE
La muerte de María Kodama me ha hecho revivir
una de mis peores pesadillas: la del escritor anciano y enfermo, separado de
sus amigos y costumbres, llevado a morir lejos para poder manipularle mejor y
hacerse con su testamento. Lo que me cuentan de los últimos años de Brines y de
los primeros de su fundación acentúa mis terrores. Afortunadamente, yo no tengo
botín que repartir: no me ocurrirá lo que a ellos.
Engorrosos
trámites burocráticos retrasaron la fundación propia en que había pensado, por
lo que puedo fácilmente renunciar a ella y donar mis libros y papeles que
puedan tener interés a la Biblioteca de Asturias, donde estarán a disposición de a quien puedan interesar para toda la eternidad (ya lo he hecho con una parte).
Pondré por escrito y ante notario mi intención de que sea de dominio público
todo lo que he publicado y nombraré dos albaceas —ya he
pensado en los nombres— para que decidan qué hacer con los inéditos. Creo que
es la manera más sencilla de resolver el asunto sin crearle problemas a nadie.
Conviene tener el equipaje listo,
aunque la partida se retrase todo lo posible,. Yo me conformaría con poder
conocer la mitad del XXI, cada
vez más apasionante, como
conocí la del siglo anterior.
Viernes,
7 de abril
UN
MILAGRO
La verdad está en los mitos y en los ritos. Me
gusta pensar que al final de una mala semana de preocupación y tormento está el
milagro de la resurrección. Un milagro que se repite cada primavera y que
seguirá repitiéndose cuando yo ya no esté aquí para verlo.
Por las mismas razones que puedes sentirte un triunfador en lo literario, puedes considerarte un Casanova en lo amoroso y un magnate en lo económico. Lo bueno de los sentimientos, de todos los sentimientos es que son absolutamente gratis y aun gratuitos.
ResponderEliminarCompletamente de acuerdo. Y es que para ser perfecto ya solo me falta una cosa: ser perfecto.
ResponderEliminarEl artículo de Azúa es ridículo, como todo lo suyo desde hace mucho tiempo (es uno de los escritores españoles que menos sentido del ridículo tiene - y no hablo de política, sino sólo de literatura). Vista su obra, su fama siempre ha sido para mí un auténtico misterio. Decir que los poemas de Juaristi "exquisitamente construidos, son un prodigio de exactitud lingüística" y que tanto él como Ferrer Lerín (otro poeta de octava categoría) merecen una calle, es demostrar una chochez intelectual inquietante.
ResponderEliminarSiempre me ha llamado la atención una figura cono la de Ezra Pound. Alguien que tenía un conocimiento amplísimo, y en profundidad, de la literatura (y no sólo la de su propia lengua), de modo que siempre es interesante leerle, aunque no siempre esté uno de acuerdo. A veces incluso disparata. Y eso tiene que ver, me temo, con que, convencido ya no sólo de su mucho saber y de su frecuente lucidez (lo que no sería sino pura justicia), sino de la práctica infalibilidad, o poco menos, de su juicio, llegó a creerse capaz de saber y entender tanto en lo literario como en lo público; y de ahí cosas como su apoyo activo a Mussolini y el fascismo, en quienes él veía cosas que, si no las veían otros, eso era sólo -así pensaba- porque no eran tan lúcidos como él mismo.
ResponderEliminarNo estoy yo tan seguro como me gustaría estarlo de que ese grave error de juicio, por el que Pound se tenía por luminosamente sabio en terrenos en que más bien era todo lo contrario, y por el que se creyó capaz de opinar con solvencia y sin dudas en cuanto terreno le saliera al paso, sea cosa sólo suya; y de que, sin ir más lejos, el propio titular de este blog no pudiese aprender en cabeza ajena algunas cosas no del todo inútiles, además de un poco de dos virtudes menos estimadas de lo que debieran: prudencia, y modestia.