Sábado,
8 de abril
HOMENAJE
Con alegre tristeza, con melancólico júbilo,
asisto en Miranda, frente a la que fue su casa durante medio siglo, a la
inauguración del busto dedicado a José Manuel Feito. Escucho hablar a su
sobrino, a quien tanto quería, y me parece escucharle a él. Seguro que se
sentiría orgulloso de estas precisas, emocionadas y bienhumoradas palabras,
como lo estuvo cuando publicó su Memoria de Somiedo, tantos años después
de aquel cuaderno de poemas que no fue premiado por intrigantes manejos de
Antonio Gamoneda.
Ahora
a menudo me acompaña el sobrino, José Manuel Gómez Feito, como antes el tío, en
las comidas de los sábados en Avilés y así yo sigo teniendo a quien llevar la
contraria, que es lo que más me presta, como decimos en Asturias. A José Manuel
Feito, que tenía su bien disimulada vanidad, que estaba acostumbrado a ser el
centro de atención, a la devoción de los feligreses, le divertía tanto como le
irritaba mi afán de contradecirle, y no solo en cuestiones literarias, sino
sobre todo en cuestiones teológicas. Si ponía en cuestión alguna de sus
afirmaciones, o la literalidad de una cita, en seguida sacaba el teléfono para
buscar la fuente. A veces me mandaba luego por la noche algún texto que
confirmaba —o eso
creía él— lo que yo había puesto en duda. Algo contribuí
a que se mantuviera ágil mentalmente hasta el último minuto y él lo sabía y me
lo agradecía. Yo también le agradezco que, para poder ganarle en algún debate,
tuve que volver varias veces a los evangelios e incluso consultar la versión
Texto original en.
En
la inauguración, leí un soneto que había escrito poco antes, en apenas diez
minutos, como si alguien me lo dictara. Y me lo dictaba el corazón, que a fin
de cuentas es quien más sabe de poesía: "Ya nos miras en bronce
perdurable, / José Manuel amigo, buen amigo, / que predicar sabías y dar trigo,
/ hablar de lo cercano y lo inefable. / Sabio en el bron, el barro y los
Latines, / Siempre a gusto en medio de la gente, / Siempre uno más, a nada
indiferente, / caminante de todos los confines. / Cómo echamos tu palabra en
falta, / la anécdota feliz, el buen humor / con que satirizabas el error /
propio primero que la ajena falta. / Ya
para siempre estás a nuestro lado. / Aunque fuiste con Dios, aquí has quedado".
Domingo,
9 de abril
CAPARRÓS,
CAPARRÓS
Tonterías se escriben muchas y, si tuviéramos que Rebatirlas todas, no acabaría uno nunca. Pero no son lo mismo las tonterías de un don nadie en las redes sociales que las que un nombre más o menos ilustre perpetra en letra impresa. Estas son las que prefiero para cachondearme. Hoy le toca el turno a Martín Caparrós, ilustre cronista argentino que disparata como nadie en "La palabra español", bien es cierto que a la serie de El País Semanal en que se incluye la ha titulado "Pamplinas". Hay quien piensa que en un artículo de opinión cabe cualquier cualquier tontería (y ahí está Azúa para demostrarlo), pero todo tiene un límite. Según Caparrós, la palabra español fue inventada por los fenicios y significaba "tierra de conejos". Hombre no, esa es una hipótesis para la etimología de Hispania. Léete a Américo Castro para saber el origen medieval del gentilicio español, según él palabra extranjera. ¿Y qué es eso de que "después la marca quedó olvidada por cambio de dueño y empezó a reaparecer hace unos pocos siglos"? ¿Y qué es eso de que la primera vez que se proclamó oficialmente fue en la Constitución de Cádiz ? En esa constitución se definió a la "Nación española" como "la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios", pero eso no quiere decir —da un poco de vergüenza tener que escribir esto— que entonces se inventara la palabra español o la palabra España. Tal ejercicio de ignorancia histórica viene a cuento de lo que le interesa: si el nombre de "español" es el más adecuado para la lengua que compartimos con varios países americanos. A él le enseñaban en la escuela "lengua y literatura castellanas", no españolas, porque estudiaban más a Sarmiento que a Unamuno, a Neruda que a Miguel Hernández "y decir 'español' nos habría sonado, lógicamente, al producto de un país llamado España". ¿Y decir 'castellano' no os sonaba a producto de una región llamada Castilla? Cuántas tonterías, amigo Caparrós, cuántas tonterías. ¿No has oído hablar de los sinónimos? A la lengua mayoritariamente hablada en España llámala castellano o llámala español, como prefieras, lo mismo que a la que se habla en México o en Chile, aunque los hablantes sepan —y no digamos los dobladores de películas— que no son exactamente la misma. Lo que no puedes llamarla, salvo que quieras hacer una gracia o simplemente el ridículo, es "ñamericano".
Lunes,
10 de abril
SÍ Y NO
¿Me gustaría ser famoso? Sí y no. Ser famoso de esos a los que mira la gente cuando salen a la calle y a los que paran los desconocidos para hacerse fotos con ellos, no. A mí lo que me gustaría es ser como Goethe, a quien todos los que valen algo en el mundo quieren conocer y a quien pasa a saludar Napoleón cuando invade Alemania. Claro que entre ser Blasco Ibáñez o Gabriel Miró, yo me quedo con Blasco Ibáñez y entre ser Javier Marías o Boris Izaguirre, con Boris Izaguirre.
Martes,
11 de abril
PRIMER
PASEO
Me gusta coleccionar instantes felices. Los
que yo prefiero son los que se repiten todos los días, incluso en los malos
tiempos, los que no dependen de nadie. El primer paseo de la mañana, por
ejemplo, desde mi casa hasta la cafetería Noor, atravesando el parque. El
primer saludo es siempre para la iglesia de San Julián de los Prados, que se
asoma entre el boscaje de abedules. Unos días con sol y la hierba brillante de
rocío, otros con niebla o lluvia. No importa. Siempre esa sensación de
felicidad, de trabajo hecho y de nuevo libro que leer. De trabajo hecho: a las
diez, cuando salgo de casa, ya he terminado de escribir. Nunca escribo más de
hora y media, no soy capaz. Con hora y media de escritura al día, y eso como
máximo, he escrito todos mis libros. Demasiados, al decir de algunos, pero nadie
tiene la obligación de leerlos.
Claro
que para mí escribir es la menor parte del trabajo de escribir. Lo principal es
saber lo que tengo que decir. Ir al mercado —o
sea, abrir bien los ojos al mundo— y luego elaborar los ingredientes. Escribir
para mí es como poner los platos en la mesa: el menor trabajo y el más
entretenido. Si sé lo que tengo que decir, no suelo tener dificultades para
decirlo. Soy de la escuela de Juan de Valdés: escribo como hablo, pero
dejándolo todo claro porque en este caso el interlocutor, el lector, no puede
interrumpir para que repita o diga con otras palabras lo que no ha entendido
bien.
Miércoles,
12 de abril
VOLVER
Durante años, en mis pesadillas aparecía el
Gobierno Militar con una guardia de soldados armados hasta los dientes. Cada semana, yo tenía que presentarme en la
guarida del lobo para que me dejaran seguir en libertad. Sonaba el teléfono a
veces mientras estaba allí y siempre temía que me devolvieran a los
interrogatorios de la Dirección General de Seguridad. Ha pasado casi medio
siglo. Ahora esas pesadillas en las que el Gobierno Militar se convertía en un
antro de la Gestapo las recuerdo como una vieja película.
Ya no hay militares armados a la entrada, sino un control de seguridad, con vigilancia privada, como en cualquier otro edificio administrativo. Y el supuesto caserón de la Gestapo está iluminado por hermosas vidrieras de Paulino Vicente el Mozo. Cuanto el edificio se inauguró, en 1958, ya había muerto y tuvo que ser su padre, el otro Paulino Vicente, quien asistiera a la inauguración. La sala en que no reunimos el jurado del premio “Carta a un militar español” está llena de miniaturas de armas preparadas por los aprendices de la Fábrica de Armas. Eran su trabajo de fin de Carrera. Preciosas miniaturas de armas históricas y actuales que debían funcionar. Nos las enseña, y nos las explica, un antiguo aprendiz, hoy ingeniero jubilado, quien también nos muestra la aparatosa firma en el libro de honor del rey Alfonso XIII, entonces un adolescente de dieciséis años que se adivina muy seguro de sí mismo. Nos atiende en la cafetería el comandante Pina, preside el acto un coronel y todo discurre con un ritualismo que a mí me divierte un poco. Me gusta asomarme, aunque sea por un momento, a un mundo tan ajeno a mí. Y ver cómo se desvanecen para siempre —si es que no lo estaban ya— los fantasmas de aquel tiempo de Consejos de Guerra y pelotones de fusilamiento.
Jueves,
13 de abril
LEGADO
Mientras paseo por la exposición de cerámica
negra y bermeja, opaca y transparente que muestra la colección que José Manuel
Feito donó a las Pelayas, me viene a la memoria un poema de Valente: "El
cántaro que tiene la suprema / realidad de la forma, / creado de la tierra /
para que el ojo pueda / contemplar la frescura".
También
"la clara curvatura" de estas frágiles piezas que han atravesado los siglos, su
forma "sonora y respirada", es servicial y bella. Como el cántaro y el canto, como
la vida de quien recoge ahora algo de lo mucho que sembró.
Lo que escribes sobre Caparrós, Martín, no puede ser más cierto ni estar mejor dicho. Siempre lo han caracterizado ese engreimiento de quien supone estar de vuelta -mientras que, como recordaba don Antonio Machado, todos van, a ninguno se ha visto volver-, y el tener la pluma más rápida que el cerebro. Ambos rasgos lo impulsan a pronunciarse sobre temas que apenas conoce de oídas, como si le fuera la vida en expresarse, como sea. Pero, como dices, tonterías se escriben muchas y se las paga bien, hay que agregar, con dinero y atención acrítica.
ResponderEliminarComentario a pie de página
ResponderEliminar"Bron": lengua secreta (?) qué se habla en Avilés.
¿Y leíste ese soneto a los asistentes?
Se irían al segundo cuarteto.
Era una broma
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