Domingo, 19 de marzo
ELOGIO
DE LOS VASCOS
Aprovecho la mañana, tras el habitual revolver
entre los puestos de libros del Fontán, para darme una vuelta por la exposición
sobre la revista Clarín en la biblioteca. Como al día siguiente de la
inauguración marchaba de viaje, no tuve tiempo de verla con algún detenimiento.
En las cartas de los colaboradores, que no seleccioné yo, sino Juan Miguel, el
director, encuentro algunas sorpresas. Unas gratas, otras menos. Entre las
primeras, el elogio que Andrés Trapiello le dedica a Jon Juaristi allá por
1987, cuando yo preparaba La generación de los 80: “Me enteran de que
vas a incluir a Jon Juaristi en la antología. Esa es una buena noticia.
Juaristi, que sale de Unamuno y Blas de Otero, tiene como todos los vascos una
dureza agradable y un humor lleno de bondad, nunca cínico ni amargo. Es buena
compañía y te alabo tu selección y gusto”.
Entre las segundas, la sarcástica diatriba de Felipe Benítez Reyes, a
quien siempre he admirado (con leves reparos, según costumbre), pero que parece
guarda resquemores contra mí desde antiguo. Me gusta especialmente ese elogio a
los vascos que encuentro en las palabras de Trapiello. No sé si ahora, con su
deriva centralista, las suscribiría.
Lunes, 20 de marzo
NO ME GUSTA LEER
No me gusta leer en voz alta mis poemas ni que
me lean los suyos otros poetas, pero me temo que esta semana va a ocurrir
reiteradamente una cosa y otra. Vengo del mester de clerecía, no del de
juglaría. Los poemas los fui descubriendo, deslumbrado, en los libros de la
biblioteca pública o en los pocos que iba comprando hasta que comencé a
trabajar y tuve algún dinero. Aquellos primeros poemas me los aprendía de
memoria y todavía los recuerdo. Una vez me salvaron la vida. Pero es una
historia de viejos tiempos que no me gusta contar. Me los iba recitando
aquellas noches de aislamiento malherido en las que era imposible dormir. En
voz alta me ha gustado leerlos, o recordarlos, en las clases. Más de una vez he
dictado de memoria el poema del que íbamos a tratar y que había olvidado traer
entre mis papeles (ahora lo buscaría en el teléfono). Pero no me gusta leer mis
poemas ante un auditorio. Si tengo que hacerlo, por compromiso, lo hago
apresuradamente y como para salir del paso. No me agrada convertirme en actor
de mi intimidad, aunque la poesía sea, o pretenda ser, ficción. Hay cosas que
uno le susurra a cada lector a solas, pero que no diría en voz alta y en
público. Escribo para que me lean, pero no para leerle yo lo que escribo a
nadie. Y me gusta leer —o
recordar— los poemas que admiro en el momento en que los necesito, no a hora fija
y en una voz que no es la mía, aunque sea la del autor. Manías, ya lo sé.
Unamuno, al que tanto admiro, tenía la costumbre de leer sus escritos al
primero que encontrara. A Baroja le hizo escuchar de un tirón unos cuantos cientos
de versos de El Cristo de Velázquez y no se lo perdonó nunca; yo tampoco
se lo perdonaría. Pero que te lean versos es menos grave que tener tú que
leerlos. Cuando me los leen, al segundo poema, o a veces antes: a los pocos
versos, me pongo a pensar en otra cosa.
Martes,
21 de marzo
BUENA
GENTE
Paso la tarde en Coya, un hermoso lugar del
concejo de Piloña, con su ermita del siglo XVIII que se
disputan la virgen de Guadalupe y la del Carmen, su colorista chigre del siglo XIX, sus
casonas de indianos y su verdor intemporal. Mientras en la ermita se leen y se
cantan versos, yo paseo por los alrededores: “A mis soledades voy, / de mis
soledades vengo…”
Me gusta estar con la gente, con la buena
gente, pero no me gusta menos estar conmigo, que también soy buena gente, aunque
no siempre lo parezca.
Miércoles,
22 de marzo
RAZONES
DE UNA INVITACIÓN
En la cafetería Noor, hojeo la correspondencia
entre Victoriano Crémer y José García Nieto, que Xelo Candel Vila acaba de
publicar con muy precisas anotaciones, y sonrío al encontrarme con lo que el
primero le dice al segundo a propósito de la invitación de Ana Mariscal a una
reunión literaria con motivo de las fiestas leonesas de San Juan: “si como poeta
vale poco, como mujer está muy buena”.
Algo hemos avanzado. Esas cosas, hoy en día, a
nadie se le ocurriría escribirlas, aunque pudiera pensarlas.
Jueves,
23 de marzo
OVNIS
EN ZAMORA
—¿Pero
no vas a decir nada de la moción de censura de Tamames?, me pregunta un amigo.
—Pues
no, no voy a decir nada. ¿Qué podría decir yo que no haya sido dicho? Pero sí puedo contar una historia verdadera de cuando estuvimos los dos a punto de ser
abducidos por extraterrestres. Ocurrió muy a principios de siglo, cuando el
centenario de Clarín. Interveníamos en un homenaje al escritor al que nacieron
en Zamora organizado por el Ayuntamiento de esa ciudad. Al día siguiente, tenía
yo una presentación en Madrid y Tamames se ofreció a llevarme en su coche.
Tamames habló de una especie de continuación de La Regenta que había
publicado por entonces. José Luis Piquero dice que es la peor novela que se
haya escrito nunca. Yo le respondo que no hay que exagerar, que solo es una de
las peores. Tras las charlas, con abundante público, el alcalde nos ofreció
algo que picar y mucho que beber acompañados de los notables de la localidad.
Yo me aburría, deseoso de marchar, mientras Tamames charlaba con unos y con
otros y trasegaba muy cortés todos los afamados vinos que le ofrecían. Yo le
miraba cada vez con más susto, pero uno de los asistentes, al que no me habían
presentado, se me acercó y dijo señalando el vaso de agua que tenía en la mano:
“Conduzco yo”. Era un poeta —luego
me mandaría uno de sus libros—, del que no recuerdo ahora el nombre, que hacía
un poco de secretario del ilustre profesor. “Nos queda poca gasolina, pararemos
en una gasolinera que está aquí a la salida”, dijo cuando por fin subimos al
coche. Pero era Semana Santa y esa gasolinera estaba cerrada. Y también otra a
la que fuimos a continuación. El caso es que acabamos quedándonos sin gasolina
en una carretera desierta una deslumbrante noche de luna llena. Yo pensé: “Es
en momentos así cuando, al menos en las películas, suele aparecer un ovni”.
Pero por allí cerca no había campos de maíz. Yo miré hacia el cielo y de pronto
me pareció que un objeto volante no identificado tapaba el disco de la luna.
Pero quizá solo fuera un ave nocturna. Quienes aparecieron fueron los policías
de un pueblo cercano. Bajaron del coche y, apenas intercambiados los primeros
saludos, tras una breve llamada de teléfono, dejaron en el suelo la lata de
gasolina que uno de ellos traía, volvieron disparados hacia su vehículo y partieron
a toda velocidad. ¿Qué habrá pasado?, nos preguntamos. Y yo pensé que quizá los
alienígenas habían comenzado en algún remoto poblachón de Zamora su invasión
del planeta. El caso es que aquella lata nos permitió llegar hasta una
gasolinera próxima y continuar sin incidentes hasta Madrid. Por entonces ya
Tamames, que debía tener menos años de los que yo tengo ahora, me parecía una
figura de otro tiempo, de cuando Alberti cantaba aquello de “Amnistía, amnistía
/ y Tamames a la alcaldía”, o algo semejante. El secretario, siento no recordar
su nombre, me dijo que sus libros sobre economía se seguían vendiendo bien y
que tenían mucho éxito en China. También me habló de las fiestas que daba en su
ático madrileño por las que pasaba todo el que era alguien en Madrid, incluida
la infanta Elena.
Viernes,
24 de marzo
PARA
SIEMPRE
Termino esta fatigosa semana —podrá no haber poesía, pero siempre
habrá poetas, como creo que dijo Bécquer— leyendo unos poemas de Víctor Botas
en el mismo lugar de Avilés, la cafetería La Serrana, en el que tomamos café
tantas tardes y en el que me fue enseñando sus versos a medida que los
escribía. Han pasado cuarenta años desde entonces —pronto hará treinta que
murió— y ahí siguen los poemas sin una arruga. Supo convertir las triviales
miserias de su vida, de cualquier vida, en “una música, un rumor y un símbolo”,
como su maestro Borges; hizo de su tristeza “un lento, solemne buque solitario”
y lo puso a navegar “por la noche imposible de los tiempos”.
Se me acercan también otras sombras
que frecuentaron este lugar: Ana de Valle, José Manuel Feito, Marian Suárez,
Eugenio Bueno. Eran los días de Jueves Literarios. El tiempo pasa, pero no todo
pasa. Quedan un puñado de poemas y los buenos amigos que lo siguen siendo para
siempre.
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ResponderEliminarVíctor, Víctor, José Manuel Feito tiene la edad de la eternidad. Pronto pondrán un busto ante su casa en Miranda de Avilés. Deberías leerme --si me lees-- con un poco más de atención.
ResponderEliminarMil disculpas. Me di cuenta después pero no sé borrar los comentarios. Cierto, a nadie importa la edad de Feito. Una indiscreción. Tampoco lo de Somiedo.
ResponderEliminarUn perdón y un saludo, extensible a J. M. Fritos.
Que no te enteras, Víctor. Que José Manuel Feito murió hace dos años, aunque siga vivo en la memoria de todos. No hay indiscreción, sino despiste y desatención.
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