Sábado,
4 de marzo
VIAJE
POR ESPAÑA
Siempre me han gustado tanto como los que se hacen
en el espacio los viajes en el tiempo. Matilda Betham-Edwards, una escritora
victoriana de la que no había oído hablar, me lleva a la España de finales del
reinado de Isabel II, con unos días preliminares en la Francia de Napoleón III
y un epílogo en Argelia. “¡Qué absurda idea —exclama
Matilda— esa de que para viajar con comodidad hay que hacerlo con poco
equipaje! Si tuviera que escribir un manual de turismo, pondría al comienzo:
Viaje siempre con sus mejores galas y con media docena de baúles por lo menos”.
Ella predica con el ejemplo. Su vagón de primera clase, reservado para las
señoras, en el que casi siempre viajaron solas, “bajo los asientos, encima de
estos y en lo alto, llevábamos apilados
una variedad infinita de paquetes, un botiquín, un baño de goma plegable, un
cesto con provisiones (precaución que no hay que descuidar), dos o tres
paquetes de libros, dos o tres fardos de cobertores, un maletín de cuero con
material para pintar, varios blocs de dibujo de diversos tamaños, una bolsa de
seda con agujas e hilos y, por último, un bolso con innumerables adminículos
diversos, tales como cuadernos, prismáticos, pasaportes, tetera, bolsa de agua
caliente, infiernillo, cojín confortable y zapatillas”. Y ni una de esas cosas
les sobró ni les causó más molestias que las propinas que tuvieron que darle a
los mozos cuando cambiaron de tren. En el vagón desayunaron, comieron y
cenaron, escribieron cartas y sus diarios, remendaron ropa, dibujaron,
prepararon té, leyeron. No iban ni por la mitad del recorrido cuando ya habían
leído todos los libros, y eso que llevaban consigo más de medio centenar en
francés, alemán, inglés y español, entre estos últimos los cuadros de
costumbres de Mesonero Romanos, que califica de “deliciosos y picantes”.
También un ejemplar del Quijote, que considera imprescindible para
entender España.
Todo en Viaje por España hasta el
Sahara, publicado en 1868 y ahora traducido por primera vez al español,
acredita la perspicacia y la inteligencia de la autora. Cómo disfruto
acompañándola en su viaje.
Domingo,
5 de marzo
TRANQUILA
FELICIDAD
Soy fácil de contentar. Si solo me preocupara
de mí mismo, sería el hombre más feliz del mundo. Tenía la intención de ver
esta tarde Una historia verdadera, esa rara película de David Lynch,
pero llego unos minutos tarde al Filarmónica y no me dejan pasar. Aprovecho
para dar un paseo por el Campo de San Francisco, con la luna espiándome entre
las ramas, y al llegar a la parte alta me sorprende una música como de verbena
y un cantante melódico que susurra palabras de amor. Alzo la vista. Están
iluminados los grandes ventanales de la residencia de ancianos que ocupa la
esquina con Calvo Sotelo. Parejas de baile pasan de vez en cuando junto a los
cristales. Me invade una sensación de tranquila felicidad. Como todo el mundo,
alguna vez he pensado con terror en el momento en que me vea obligado a
ingresar en una residencia. Pero en cualquier parte se puede ser feliz, lo
compruebo esta tarde en que paseo solo y escucho una alegra música con la luna
por toda compañía.
Si
solo me preocupara de mí mismo, sería el hombre más feliz del mundo, repito.
Pero ahora me obsesiona ese amigo que rueda por el precipicio sin que yo pueda
hacer nada por evitarlo. El único enemigo del que nadie nos podemos defender
somos nosotros mismos.
Lunes,
6 de marzo
ILSE Y
BAREA
A veces una bien intencionada defensa es peor
que cualquier ataque. Cuando Félix Grande publicó su libro La calumnia, nadie
pensaba ya que Luis Rosales hubiera tenido algo que ver en la muerte de Lorca.
Pero después de leer ese voluminoso compendio de todo lo que se dijo o se dejó
de decir sobre el asunto, mucho de ello en papeles inencontrables, era difícil
que no nos quedara alguna sospecha de que algo había, de que no todo estaba
claro.
Cuando
tuve que presentar a Víctor de la Concha en la cátedra Alarcos, hacía poco que
había aparecido un voluminoso libelo, El cura y los mandarines. de
Gregorio Morán. A mí me pareció una vergüenza que se publicara un libro así,
con tanto desprecio por las personas como por la exactitud de los datos. Lo
dije en público y algunos descerebrados me acusaron de defender la censura. El
más maltratado de todos los que aparecen en el libro era Víctor de la Concha y
yo me creí en el deber de defenderlo en la presentación. Gregorio Morán decía
que era un escritor ágrafo y que todas sus obras cabían en un folleto de pocas
páginas. Comencé citando sus libros y las reseñas de tantos años en el ABC y luego
le defendí de otras insidias. Pero no le hicieron ninguna gracia mis palabras,
contra lo que yo esperaba. Se puso a hablar de la prosa de Santa Teresa de
Jesús sin agradecérmelas. Al final de la conferencia supe por qué: bastantes
personas se me acercaron para pedirme datos del libro de Gregorio Morán, del
que no tenían noticia y sobre el que yo les había despertado el interés. Como
Félix Grande, sin quererlo, había contribuido a propagar la calumnia, los
chismes que circulaban por aquella Vetusta en la que Víctor de la Concha, antes
de iniciar su marcha hacia el Toisón de Oro, fue cura.
Pienso
en estas cosas leyendo el libro que Michael Eaude le ha dedicado a Arturo
Barea. En los años cincuenta, cuando el éxito en inglés de La forja de un
rebelde, la prensa del régimen dudaba de que fuera un escritor español el
autor de sus obras. Insidias franquistas que todo el mundo tenía olvidada. Pero
resulta que ahora, hojeando a Eaude, me encuentro con el epígrafe: “¿Escribió
Barea su propia obra?”. Naturalmente la conclusión es que sí, pero a los
lectores nos deja con la mosca tras de la oreja. ¿En un libro sobre Sender, Aub
o Ayala, por citar a tres autores exiliados, se plantearía esa pregunta? Solo
tiene sentido si existen dudas razonables. La forja de un rebelde se
publicó por primera vez en español en Argentina el año 1951; estaba traducida del
inglés y muy torpemente traducida. A propósito de La raíz rota, Marra-López
escribió, según cita Eaude: “está infamemente escrita o retraducida, igual que
sus libros anteriores”. Lo cierto es que el original español de las obras más
importantes de Barea se ha perdido o no existió nunca. Lo que conocemos es la
traducción inglesa de Ilse Kulcsar, una escritora austriaca con la que se casó
en 1938. ¿Es tan autor de sus obras Arturo Barea como el príncipe Enrique de su
exitoso En la sombra? ¿Es solo el protagonista de lo que otro pone con
arte en el papel? Barea no es el príncipe Enrique con Ilse como escritor
fantasma, pero parece que la versión española no pasó de borrador que fue
mejorado en la versión inglesa —que
se fue haciendo a la par— y que por eso desapareció. De la defensa que
Michael Eaude hace de Barea nos queda la sospecha de que sus obras principales
deberían hacer constar en la portada que están escritas con la colaboración de
Ilse Kulcsar.
Martes,
7 de marzo
QUÉ
RARO ES EL MUNDO
—Es que
para ti todo el que no piensa como tú es que no piensa —me
reprocha a menudo José Cereijo.
—No diría yo tanto. Pero la polémica
del solo —no la del solo sí es sí, sino la del “aleluya, vuelve la tilde”—, me
ha servido para acrecentar la lista de bobos ilustrados. ¿Es que Pérez-Reverte,
Sergio del Molino, Berna González Arbour no han leído nunca un libro publicado,
no ya en los siglos XVIII o XIX, sino en la primera mitad del XX? Se habrían
dado cuenta de que las normas ortográficas, que son una convención, no nacieron
con la lengua española y que tildes y más tildes tan innecesarias como las de solo
o este, ese y aquel han ido siendo eliminadas a lo largo de
los años. Acaban de aparecer en facsímil las obras completas de Gabriel Miró,
cuya primera edición es de 1930. Nada más abrirlas me encuentro con un “Fué
avanzando”. ¿Habría también llantina y crujir de dientes cuando se decidió
suprimir la tilde de los monosílabos tónicos y conservarla solo cuando había
otro igual átono? Qué raro es el mundo. Parece que se puede ser periodista de
cierto nombre o eficaz novelista e incluso académico, como Pérez-Reverte, y no
tener ni idea de las más simples cuestiones gramaticales.
Jueves,
9 de marzo
URRACAS
EN LA LUZ
“Ese árbol parece una reseña tuya, está lleno
de pegas”, me dice José Manuel Gómez Feito señalándome uno lleno de urracas. Y
los árboles cercanos están igual. Nunca había visto semejante asamblea de esas
aves a las que se les acusa de ladronas sin demasiado fundamento. Vuelvo de
leer mis poemas en el avilesino Barrio de la Luz. No me gusta leer mis versos
en público, pero me gusta hablar en público de poesía o de cualquier cosa y
debatir con los asistentes y decir cosas que no suelen decirse pero que son muy
obvias. “No es tan malo como parece”, me disculpa Isabel Marina para cerrar el
debate. Pero yo tengo que añadir siempre la última palabra: “Soy peor”.
Anoche veía yo en la TPA su monólogo moderado por Xuan Bello, y lo primero que tengo que decirle es que me sorprendió su excelente aspecto físico. De una vez que tuve ocasión de verle en un coloquio literario me había quedado una imagen suya de profesor avejentado, impaciente, de voz cascada y algo sibilante. Ayer lucía usted moreno, vivaz y gesticulante (un exceso nunca imaginado por mí).
ResponderEliminarLe soy sincero si digo que el programa resultó bastante soporífero; que se enredó en comidillas, malentendidos y navajeos del inframundo de los que viven de las letras (y aun de los que aspiran a eso mismo) que poco o nada interesaban a los ajenos, habiendo perdido una oportunidad estupenda de abundar en sus viajes, de leer muestras de su quehacer literario, de su indudable catálogo de anécdotas..., aunque fueran apócrifas.
La entrevista me parece que fue grabada el verano pasado, pues se refiere usted al “príncipe de Gales” para encomiar su buen gusto estético y su cultura, en lo que coincidimos usted y yo, si bien cometió la ligereza de citar a Felipe VI en una extraña atribución de calidades comunes a ambos..., o eso creí entender. Y ahí sí que discrepo: lo que va de un Windsor a un Borbón...
Excelente que haya empezado a tomarle gusto a la Naturaleza sin afeites; lejos ya, al parecer, de su proclamada preferencia por la creación humana, a la que el mundo natural circundante venía a ser para usted como esos fondos paisajísticos de las tablas flamencas, anacrónicos y poco convincentes, porque solo importaba exaltar la figura del Hombre, a veces enmarcada en una arquitectura magnífica. Pero si tarde accede a la valoración positiva de algo tan sustancial, debiera cuestionar algunas de sus seguridades inconmovibles, como cuando discute (a veces con aparente desprecio hacia ellos) con otros que, a lo mejor, sí saben lo que usted ignora. De todas formas, enhorabuena por su desembarco a esa realidad que tanto desconocía. Y hasta despreciaba.
Sin novedades en Oviegotham. Pues hay que animarse. Lo de las residencias no lo recomiendo, creo que hay que avanzar hacia otro modelo de asistencia.
ResponderEliminarEn la calle Calvo Sotelo nací yo, o di mis primeros pasos.Lo digo porque ahora no sé si es José o Leopoldo. Este último creo.
Pues Leopoldo Calvo Sotelo no merece tal calle, o más bien avenida, y menos en Oviedo. En su pueblo quizá. Que la mereciera José es discutible, pero al menos fue su primer titular, por así decir. Entre uno y otro, y gobernando el tripartito el ayuntamiento, su llamó Federico García Lorca
Lorca merece todas las calles del mundo, pero, hombre, esa no es la adecuada.
Salud.