Domingo, 12 de marzo
HÒTEL-DIEU
Siempre tiene algo de aventura llegar de noche
a una ciudad que desconoces. El hotel en que paro está al lado del río, así que
mi primer saludo es para el Ródano, un viejo conocido de Ginebra y de Borges.
Al otro lado, un alargado edificio neoclásico se refleja sobre las negras aguas.
Atravieso el puente de la Guillotière y encuentro abierto uno de sus portones.
Lo cruzo y llego a otra ciudad que parece fuera del tiempo: un laberinto de
claustros y de calles soportaladas. Suena una música apenas perceptible. Creo
estar solo, pero pronto comienzo a encontrarme con fantasmas. Una placa me
advierte de que allí ejerció de médico Rabelais; en los laterales de uno de los
claustros hay largas listas de donantes, desde el siglo XVI hasta hoy, algunos
muy generosos; también me entero del nombre de los judíos que fueron enterrados
en este lugar como cientos de protestantes cuando estaba prohibido enterrarlos
en cualquier parte. Por fin encuentro un cartel que me explica dónde estoy:
Grand Hôtel-Dieu. Un centro comercial con restaurantes, tiendas de moda, cafés,
un mercado, una ciudad internacional de la gastronomía, un hotel y un Museo de
la Ilusión. Como colecciono centros comerciales, añado otro a mi colección. Y
me entero de su historia que se inicia en el siglo XII. Fue hospital, hospicio,
albergue de peregrinos, centro sanitario hasta casi ayer mismo. En 2010, se
clausuraron todos sus servicios médicos y hospitalarios. Ahora le han lavado
completamente la cara, pero algo queda del dolor de entonces. En el patio de
San Luis, escucho el rumor de una fuente, apenas interrumpido a ratos por las
campanadas de la capilla, y dejo pasar el tiempo sin pensar en nada. Lyon me ha
acogido de la mejor manera: haciéndome un sitio en su galería de fantasmas.
Lunes,
13 de marzo
LA
NUEVA SAFO
El Grand Hôtel-Dieu de día es tan solitario
como de noche. En ninguna tienda, en ningún local hay clientes, nadie pasea por
sus arcadas, aunque el día, ventoso y desapacible invita a ello.
Frente a la hermosa fachada de la capilla y a
su puerta principal está el café Le Republique, que de inmediato convierto en
mi refugio. Ayer un amigo me envió el soneto que le había dedicado Jon
Juaristi, de tema místico e inspirado en la discusión del pasado miércoles en
la tertulia: “Noche arriba te irás por las esferas / a la zaga del Dios
desconocido / y de los amos del saber prohibido / traspasarás fortines y
fronteras”. Como somos los más viejos poetas de la tertulia, entre Juaristi y
yo hay una cierta rivalidad, como si nos disputáramos la admiración de los más
jóvenes. Quizá por eso, y porque no he traído ningún libro, saco mi cuaderno y
escribo de un tirón, algo no demasiado frecuente, un soneto contradiciendo al
suyo, o lo que yo recordaba del suyo: “Desciendes por secretas galerías / para
encontrar a Dios en el abismo, / movido por un negro silogismo / que confunde
las noches con los días”.
Termino el soneto, salgo a la plaza y qué
sorpresa la mía al encontrarme con una placa que indica la casa en que vivió
Louise Labé, la Bella Cordelera, la nueva Safo, la poeta del Renacimiento autora
de memorables sonetos de amor y que, al parecer, según recientes
investigaciones, fue solo una invención de un grupo de poetas ociosos. Me
apetece releerla y busco un libro suyo en una librería cercana, una sucursal de
Gibert Joseph, que tan buenos recuerdos me trae de aquellas otras llenas de
saldos del boulevard Saint Michael que frecuenté hace siglos. No encuentro los
poemas de Louise Labé, pero sí la misma edición del diario de Renard que yo
compré hace más de veinte años para Javier Almuzara, que quería traducirlo, y
que no había vuelto a ver. Sus más de mil páginas están a muy buen precio:
veinte euros. Lo abro al azar y sonrío: “El trabajo de las letras es el único
en el que se puede, sin hacer el ridículo, no ganar dinero”. Y no querer
jubilarse nunca.
Martes,
14 de marzo
UN CAFÉ
CON DUFY
El Museo de Bellas Artes de Lyon está lleno de maravillas, pero yo me detengo sobre todo en una en la que nadie repara: el mural de Raoul Dufy que está en la cafetería. Fue pintado en 1937, cuando la Exposición Universal, para decorar una sala para fumadores del Palais de Chaillot. Representa al Sena desde París hasta el mar y está lleno de detalles a la vez realistas y alegóricos. Para compensar la desatención habitual, le dedico más tiempo que al colorista Veronesse o a la musculosa Koré que viene del Partenón. Y de la fatiga del museo me compensa con creces el patio ajardinado a cuya puerta se asoma la gran fuente de bronce de la Place des Terreaux. Parece que primero estaba destinada a Burdeos y la figura principal representaba al Garona, pero como en Burdeos no tenían dinero para pagarla el río cambió de nombre y ahora representa a un Ródano que ha perdido su masculinidad.
Miércoles, 15 de marzo
EL
PUEBLO UNIDO
Me acerco, como simple curioso, a la enésima manifestación contra el retraso en la edad de
jubilación que avanza por el Cours Gambetta y de pronto vuelvo a tener veinte
años (aunque quizá nunca he dejado de tenerlos) y me entran ganas de sumarme a
ella. Pero no, solo la sigo como un observador curioso, entremetiéndome acá y
allá. Me fascinan los movimientos de los policías que la preceden. Caminan de
espaldas, a ratos colocando unos las manos sobre el hombro de otros, con
movimientos estudiados casi teatrales (o eso me parece a mí), guardando siempre
la misma distancia de la cabecera de la manifestación. Parecen más protegerla
que otra cosa. Yo escucho los gritos, entre ellos —y en español— el clásico “El pueblo
unido / jamás será vencido”; oigo cantar el “Bella ciao” y también la
Marsellesa. De pronto me temo le peor. Entre los manifestantes y la policía
aparece un hombre dando gritos, borracho o loco. Se acerca a los policías.
Empuja a uno. Tiene aspecto árabe.
Pero
no pasa nada. Un compañero se acerca para llevárselo. Lo consigue con
dificultad. En la acera, tropiezan con una mesa y tiran vasos y tazas al suelo.
Me sorprende tan civilizada policía. Me dan ganas de tomarlos como pretexto
para hacer un elogio de la democracia.
Otro
aspecto tienen los policías que cortan la calle, junto al Hôtel-Dieu, que da
acceso a la plaza Bellecour. La manifestación es obligada a desviarse por el
lado del río. Hay un momento de tensión. Un grupo de los más exaltados grita
pidiendo el paso. Comienzan a volar adoquines. Y la respuesta son los violentos
chorros de agua. Peligroso seguir filmando o sacando fotos. Me alejo corriendo
entre la temerosa multitud. Pero no sin observar un pequeño milagro. En el
chorro que lanzan hacia el puente de la Guillotière aparece de pronto un
hermoso arco iris.
Dando un pequeño rodeo, la
manifestación termina en Bellecour, donde una pancarta colocada sobre la estatua
de Luis XIV menciona a Macron, el rey que
no escucha.
El
final de la manifestación tiene algo de fiesta, de fiesta de la democracia, en
la que me gusta participar. Recuerdo los versos de Aleixandre: “No es bueno
quedarse en la orilla, / como el molusco que quiere perpetuamente imitar a la
roca”.
Jueves,
16 de marzo
DE RÍOS
QUE SE VAN
En la misma punta de Presqu’Îlle, donde se
juntan el Ródano y el Saona (en francés el primero es masculino y el segundo
femenino, lo que da lugar a muchas previsibles alegorías), se alza el nuevo
museo de las Confluencias. Llego con temor de que sea solo un aparatoso
continente que se puede llenar con cualquier cosa, como tantos museos
contemporáneos, y me sorprende encontrarme con una interrogación sobre el
sentido de la vida y el lugar del ser humano en el universo.
Donde se juntan los dos ríos camino de la mar,
contemplo un cuervo que ha venido a posarse sobre las ramas secas de un árbol y
también me pregunto sobre el sentido de mi vida, cada vez más cerca de la
desembocadura, aunque yo —por
mucho que me lo repita— no acabo de creérmelo.
Viernes,
17 de marzo
EL
MEJOR REGALO
El primer día las encontré, todavía tímidas,
en las plaza de la Bolsa; ayer una amiga me llevó a contemplarlas en todo su
esplendor en la plaza Des Celestins, custodiando el teatro.
Es el primer milagro de la primavera. Me dicen que la floración de las magnolias solo dura unos pocos días a mediados de marzo. Los días de mi estancia, como si la ciudad me alargara un ramo de bienvenida. No me puedo imaginar más hermoso regalo. Salvo contemplarla, desde lo alto de Fourvière, tendida a mis pies, león manso, laborioso y generoso.
Me parece, don José Luis, que el río que se une al Ródano en Lyon es el Saona, también femenino en francés.
ResponderEliminarCierto. Un lapsus con el río de Burdeos
EliminarUn mínimo detalle: el molusco de Aleixandre que aquí se cita no quiere "perpetuamente" imitar a la roca; quiere hacerlo, así dice el autor, "calcáreamente".
ResponderEliminarMinuto y resultado.
ResponderEliminar¡Qué repaso le está dando Tamames a Sánchez!
No descarto sorpresas.
Y ha citado a Alfonso Guerra, el "elefante blanco".
Así que a divertirse. Yo estoy de baja, molesto aquí por la mañana y por la tarde en los bares. Hay que organizarse.
Salud.
Vaya por Dios con el "repaso". A algunos no es que se les vea la patita: es que no tienen ningún reparo en mostrarse por entero y al desnudo. Aquí tiene, mi buen señor, un "repaso", éste sí, a las inexactitudes, disparates y mentiras tanto de Abascal como de Tamames (https://www.eldiario.es/escolar/mentiras-tamames-abascal-mocion-censura_132_10052666.html), y éste con las CITAS Y DATOS CONCRETOS que usted -obviamente- no da.
EliminarBueno José, escribí el comentario a la media hora de empezar su discurso Tamames. Luego desfogose el hombre.
ResponderEliminarNo dudo de los disparates.
Salud.
Sea como sea y a pesar de las paradojas, los discursos de Tamames en el Congreso han sido gotas de agua clara en un charco de excesivas demagogias. Se le ve avejentado pero lúcido. A ver que nos dices, Martín, en este Café el próximo sábado. Supongo que dirás algo.
ResponderEliminarTAMAMES
ResponderEliminarMiró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
Alejandro Lérida