sábado, 28 de enero de 2023

La escala de Jacob

  

Sábado, 21 de enero
CUENTA LEQUERICA

No hay personas de una pieza. Después de azuzar el odio antisemita como embajador de Franco en París y en Vichy, después de practicar la caza del rojo en la Francia colaboracionista (a Lluís Companys o a Julián Zugazagoitia los mandó al paredón, pero se le escapó la pieza mayor: Manuel Azaña), José Félix de Lequerica envió un telegrama al diplomático español Ángel Sanz-Briz, destinado en Budapest, que salvaría miles de vidas judías. Por entonces había sido nombrado Ministro de Exteriores y convenía aproximarse al bando que ya se adivinaba ganador. 

            Hoy, gracias a la máquina del tiempo que son los periódicos de otro tiempo, le escucho en amena tertulia con Eugenia Serrano.

            —A Ramón de Basterra le conocí muy bien. Viví con él hasta que se volvió loco. Una vez, no sé por qué motivo, vino a verle una señora e interrumpió la conversación para venir a decirme: “Estaba hablando con ella y de pronto se me apareció la escala de Jacob y los ángeles que subían y bajaban”. Dormía en la habitación de al lado y yo pasé un miedo horroroso por si se le aparecía Dios, como a Abraham, y le ordenaba que matara, no a su hijo Isaac, sino a su compañero de cuarto. Por si acaso, tenía preparada mi defensa. Había leído un relato de Tolstoi en que un monje despierta a media noche al superior para decirle: “Vengo a matarle. Dios acaba de pedírmelo”. Se salvó porque le dijo: “Muy bien, pero antes vamos a comulgar juntos”. Y así le dio tiempo a escaparse. Yo tenía preparado un recurso semejante. Siguió viendo tantas escalas de Jacob que no hubo más remedio que facturarle a casa en tren. En la estación le esperaba un criado. Sin mediar palabra, le dio dos puñetazos que casi lo matan. Una vez me contó que subíamos juntos por la escala de Jacob y al llegar arriba a él un Ángel le tomó de la mano y a mí otro me tiraba abajo de un empujón. Lo curioso es que esa noche amanecí en el suelo. Me había caído, o me habían tirado, de la cama.

Domingo, 22 de enero
LA HISTORIA DE MI VIDA

“A solas, / caminando entre la niebla…”. Dos o tres veces se escucha esa canción en Decision to Leave, de Park Chan-wook, que me llena de melancolía esta tarde de domingo. La película es retorcida e inútilmente complicada, pero no por eso menos conmovedora. El loco amor una vez más. La obsesión que nos saca de nuestras confortables casillas. ¿He vivido yo una pasión así? No, y no lo lamento. Siempre supe dar un salto atrás cuando estaba al borde del precipicio. O de la felicidad, quién sabe. Mientras se suceden en la pantalla, blanco sobre negro, los interminables títulos de crédito vuelve a sonar una canción y a mí se me llenan los ojos de lágrimas: “A solas, / caminando entre la niebla…”

Lunes, 23 de enero
NO ESTAMOS SOLOS

Como sé que a usted le gustan están cosas, le voy a contar lo que me ha ocurrido. Vivo en la avenida de Santander, frente a los chalets de la antigua Fábrica de Armas. Están en muy mal estado, llenos de maleza y gatos. Yo venía observando que en uno de ellos, el tercero viniendo del centro, el que está frente a mi casa, por la noche se encendían luces. Pensé que se trataría de algún okupa. No le di mayor importancia. Me extrañó, eso sí, que no viniera la policía. Incluso me pareció que encendieron hogueras, lo que podía suponer un peligro. Una noche me quedé despierto hasta tarde. No podía dormir, me ocurre a menudo. Cerca ya del amanecer, para despejar abrí la ventana, aunque hacía mucho frío, y me asomé a la calle. Del chalet que le digo venía música. La calle estaba vacía, no circulaba ningún coche. Y yo me sentí como hipnotizado por esa música. Los niños que seguían al flautista de Hamelin debían de sentirse así. Procurando no despertar a mi mujer, aunque, bendita ella, tiene un sueño profundo, me puse ropa de abrigo y bajé. La puerta del jardín estaba abierta. Sin pensarlo dos veces, la empujé y entré. También estaba abierta la puerta del caserón, pero no me atreví a pasar. El techo se encontraba en muy mal estado y podía caérseme encima. Le di la vuelta y no sé si contarle lo que vi en el patio de atrás. No me va usted a creer. Yo también pensé que estaba soñando, que de un momento a otro me despertaría en la cama. A veces, para dormirme, pongo un programa muy disparatado que dan en el canal Historia, ese que habla de los antiguos alienígenas. Creo que usted también lo ve y que alguna vez ha hablado de él. Pues bien, allí estaban, tras aquel chalet de la Fábrica de Armas. No tenían aspecto humanoide, sino completamente humano, como usted y como yo, solo que resplandecían y subían y bajaban como por una escalera invisible. No me va a creer, no tiene por qué creerme, pensará que le estoy tomando el pelo. Solo quiero invitarle a que me acompañe esta noche a ver si siguen allí, si han dejado alguna huella. Tengo un amigo que se dedica a estas cosas y tiene un aparato que mide las radiaciones electromagnéticas. 

Martes, 24 de enero
PLAGIO

“Todo gran poeta nos plagia” decía Ortega. A mí quien me plagia es La Rochefoucauld. Releo sus máximas y me encuentro con que, salvo unas pocas que parece haberle tomado a Oscar Wilde, la mayoría me las ha copiado a mí unos cuantos siglos antes de que yo las escribiera: “Hay personas a las que los defectos les sientan mejor que las buenas cualidades”, “Todos tenemos suficiente fortaleza para soportar las desgracias ajenas”, “Ser siempre razonables es poco razonable”.

Miércoles, 25 de enero
CAMBIO

Cambiaría tres o cuatro de mis mejores cualidades —fidelidad, laboriosidad, curiosidad— por un único defecto, imprescindible para triunfar en la vida: hipocresía.

Jueves, 26 de enero
SIGUE LEQUERICA

—Los hombres del 98 ejercieron una labor crítica despiadada. Ya no sabíamos cuando empezaba la decadencia española, si en el XVII, en la Edad Media, o incluso antes. El peor de todos fue don Miguel de Unamuno. Recuerdo las visitas que yo le hacía a Salamanca. Iba a llevarle espárragos frescos que la propia madre de don Miguel me entregaba para él. Había una gran ternura en las relaciones filiales de don Miguel. Yo iba aterrorizado a aquellas visitas. ¡Señor, que hombre tan áspero! En 1930, el gobierno Berenguer le apartó de la rectoría de Salamanca. Él quería ser rector siempre. Y entonces se enfadó con el rey. De manera injusta y peligrosa para España. Más tarde, cuando la república le hizo rector perpetuo, yo me encontraba en Salamanca y estuve junto a él mientras esperaba la llegada del presidente. No me unía nada a Alcalá-Zamora, enemigo político mío, pero era terrible oír lo que Unamuno decía sobre quien sufría las molestias del viaje para entregarle una alta distinción. Tenía la costumbre de ir repitiendo y peloteando sus pensamientos sobre cada interlocutor. Dicen que se parecía a Torquemada, pero quien se parecía muchísimo al inquisidor en las facciones era la madre de don Miguel, señora piadosísima, de gran celo religioso… ¿A usted le gusta don Miguel?

            —Está de moda, pero a mí no mi interesa nada. Dios mío, qué tabarras. Predicando siempre…

            —Sí, era eso, un cura que no había encontrado su iglesia. Tenía malos modales. Los ásperos y testarudos vascongados hicieron mucho daño a España. Hombres de vida austera con una curiosa debilidad política. Don Miguel estuvo complacidísimo cuando se le presentó la posibilidad, luego no realizada, de ser subsecretario. Con sus críticas hacían imposible cualquier forma de gobierno. A mí el único que me agrada es Baroja. No sé si ha pintado caracteres, pienso que no, pero es una conversación con un hombre agradable. No puede ser abrupto porque es sencillo. Casi simple. Lo que me preocupa en Baroja es que no sé si realmente hay mujeres en su obra.

            —-Don Pío debió de tener miedo a las responsabilidades económicas que lleva el matrimonio. Vivía con su hermana…

            —Eso es muy vascongado. Se vive con la hermana y con la madre… Baroja era antes más cáustico. Creo que le ha venido bien el freno que estos tiempos han puesto a su pluma. Ha mejorado. 

Viernes, 27 de enero
HAY MÁS COSAS

Hoy, al volver de mi primer café con libros en Noor, he tenido la curiosidad de pasar ante el chalet de la Fábrica de Armas en el que, al parecer, subían y bajaban extraterrestres por una especie de escala de Jacob. Un gato se acercó hasta la verja para mirarme malicioso. “¿Pero cómo puedes creer en esas tonterías?”, parecía decirme. Desde la ventana del edificio de enfrente, alguien gritó mi nombre e hizo un gesto para que esperase. Yo fingí no verlo y seguí mi camino, aunque de sobra sé que hay más cosas en el cielo y en la tierra de las que caben en ciencias y filosofías.



5 comentarios:

  1. Sobre tu apunte del miércoles: No hay “un único defecto” que pueda, en algún momento, resultar “imprescindible para triunfar en la vida”. Hay muchísimos. Incluso pequeños, como el asesinato.

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  2. Después de lo cuentas de Ramón de Basterra da un poco de miedo todo lo que estarías dispuesto a hacer con tal de ser un hipócrita.

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  3. La hipocresía no solo es como la sal. Es realmente la sal de la vida. En las dosis habituales, hace nuestra vida más llevadera. Y al mundo más habitable.

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  4. No te preocupes, admirado y siempre gentil Abelardo, que yo también soy más hipócrita de lo que parezco.

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  5. Creo que ves demasiados programas sobre extraterrestres en el canal Historia.

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