sábado, 7 de enero de 2023

En la retaguardia: El mejor regalo

 

 

Sábado, 31 de diciembre
PROHIBIDO ABURRIR

Tomo un café en el Atrio, como cada sábado desde hace no sé cuántos años, y tras leer el periódico y hojear el libro que traigo conmigo, como aún quedan unos minutos para la hora de la comida, y hoy no ha venido nadie a visitarme, abro el cuaderno de notas y descifro con dificultad los garabatos que tracé el otro día durante la presentación de un libro. Soy la persona más maleducada del mundo, o la más educada, vaya usted a saber. Si estoy entre el público, soporto mal que me hagan perder el tiempo, pero siempre tengo la puerta abierta para escapar de un presentador aburrido. ¿Pero qué pasa si estoy en la mesa, a su lado? Pues saco mi negro moleskine y finjo que tomo notas. Sonrío al releerlas: “Vacuas palabras. / El tiempo se detiene, / yo escribo haikus”. “Un año más. / Y tan contento yo / con el regalo”. “Llegas a casa / tras otra vuelta al mundo / en cuatro calles”. “Cambia el camino / y cambia el caminante / aunque no cambie”. “En el silencio, / cuántas cosas escucho / que nadie dice”.

Martín Caicoya, cuando el primer presentador lleva media hora absorto en su nube divagatoria, me pide que pase un papel en el que ha escrito: “Diez minutos y termina”. ¡Diez minutos! Yo lo tacho: “Cinco minutos”. Pero luego me arrepiento, vuelvo a tacharlo y pongo en letras grandes: “¡Acaba ya!”.

El aburrimiento me vuelve insoportable. No tengo ninguna piedad por los que no tienen ningún respeto por el tiempo ajeno. Cuando se habla en público, lo primero que hay que hacer es conseguir la atención del público, y mantenerla.

Copio los haikus con una letra más clara, para entretenerme, no porque tengan mayor interés, y a continuación: “¿Importa que no me quieras / si te quiero por los dos? / Con saber que eres feliz, / basta para serlo yo”.

Sonrío. Me he pasado la vida repitiendo la misma copla. En lo que se refiere a las turbulencias del corazón, no me he aburrido.

Domingo, 1 de enero
BRILLO POR MI AUSENCIA

Un amigo ha tenido la paciencia de contar todos los nombres de poetas que han aparecido en los recuentos habituales de finales de año: exactamente, cuarenta y siete. Y como escandalizado, pero para fastidiar, me dice: “¡Y tú no apareces en ninguno! Ni siquiera en los que firman amigos tuyos y colaboradores de tu revista, como Álvaro Valverde o César Iglesias, que creo además que va a tu tertulia”.

            Ya sé que debería fastidiarme e indignarme tanto ninguneo, pero la verdad es que me divierte. Que mi Casual no figure entre los grandes libros del año resulta explicable, esos libros siempre se publican en determinadas editoriales y de inmediato se reseñan en los suplementos habituales, son ya los mejores antes de que nadie los lea, pero que no aparezca en las misericordiosas enumeraciones de final de lista ya no puede ser sino deliberado. Brillo por mi ausencia. Si todos te vetan, y no solo los de un bando o camarilla, algo estarás haciendo bien.

Lunes, 2 de enero
JIA YONG

Recordé estos días en que se vuelve a resucitar el peligro amarillo un cuento chino. El prefecto de Yuzhang, llamado Jia Yong, en una expedición militar fue derrotado y perdió la cabeza. A pesar de ello, montó en su caballo y regresó a palacio, donde todos se aglomeraron para verle. De su pecho salió una voz que dijo:

Es obvio que he fracasado en el combate y que ando algo maltrecho, pero lo que quería preguntaros es cómo me veis mejor, con cabeza o sin cabeza.

Entre llantos, respondieron a una:

—¡Con cabeza!

—Pues yo no me veo tan mal sin ella.

Y siguió gobernando durante más de veinte años.

Martes, 3 de enero
GRATA CONVIVENCIA

Soy un obseso del orden, de la puntualidad, de la repetición. No soporto los cambios. En el paraíso que yo me imagino todo tiene su momento, nunca ocurre lo inesperado. Si se rompe mi rutina es como si se abriera de pronto un boquete en la muralla. Estos días de fiesta, con todo alterado, son especialmente incómodos para mí. Todo está lleno de gente que uno no sabe dónde se esconde el resto del año. Parece que hasta los muertos resucitan por estas fechas, les dan unos días de vacaciones y les dejan volver para dar una vuelta y comprar, comprar, comprar.

            —Exageras, Martín. ¿Has ido a alguna consulta psiquiátrica? ¿Has tomado algún ansiolítico? ¿Has tenido alguna crisis de pánico, pensamientos suicidas?

            —No, no.

            —¿Has pensado siquiera alguna vez que la vida es una mierda?

            —La de algunos quizás, la mía no.

            —Pues no te quejes, que a ti con el desorden te pasa lo mismo que con la soledad. No soportas ni el uno ni la otra y llevas toda la vida conviviendo felizmente con ambos.

Miércoles, 4 de enero
HABLA XUAN BELLO

Esta historia la sé por el propio Álvaro Cunqueiro, que me la contó una tarde, antes de la conferencia que dio en el Ateneo, que estaba en la calle Palacio Valdés, frente a la iglesia de San Juan. Tomábamos unos vinos en La Perla, y por allí andaban Juan Cueto, Carmela Greciet y no sé quién más. En el palacio del Pardo comenzaron a faltar cosas, y no cualquier cosa: joyas valiosas y especialmente esos collares de perlas a los que tan aficionada era Carmen Polo. Nadie se explicaba cómo podía ocurrir una cosa así en un sitio tan vigilado. Se investigó y se interrogó a la servidumbre, pero nada, ni una pista. Se aumentó la vigilancia. Y las cosas seguían faltando. Para más misterio algunas de ellas aparecían luego en cualquier rincón. Se llamó a las mentes más lúcidas de la policía española sin resultado. Aquellos robos estuvieron a punto de convertirse en un problema gubernamental. Resulta que Manuel Fraga, entonces el más destacado de los nuevos políticos, el llamado a garantizar la continuidad del régimen, tras un dilatado consejo de ministros, pasó a saludar a doña Carmen. “¿Qué lleva usted en el bolsillo, don Manuel?”, preguntó ella extrañada al ver asomar algo del abultado bolsillo de su americana. Él entonces sacó un inmenso collar y lo miró atónito. “Le juro, señora, que nunca lo había visto antes”. “Te creo, te creo. Esta casa está embrujada. Habrá que llamar a un exorcista”. Pero Manuel Fraga a quien llamó fue a su amigo Álvaro Cunqueiro. Este le había contado que, en el mercado de Portobello, en Londres, había comprado, por unas pocas libras, el gorro del mago Merlín y que, entre sus propiedades estaba que, quien se lo ponía, era capaz de acertar cualquier enigma. “No es que yo crea en esas patrañas, dijo don Manuel al escritor, pero me juego mi futuro político como no aclare a la señora qué pasa con sus joyas y por qué apareció en mi bolsillo el collar que le regalaron los joyeros de Oviedo en la última visita”. “Pues nada, Manolo, vamos a intentarlo”. Y allá se presentaron los dos en el Pardo con el mágico sombrerito en un maletín. Por cierto, no es un gorro cónico como el de los magos de los cuentos. Parece más bien un sombrero tirolés, solo le falta la pluma. Todavía se conserva y si pasas por Mondoñedo lo puedes ver en una vitrina en la casa museo de Cunqueiro, frente a la catedral. Nada más llegar el escritor y el político al Pardo, les hicieron pasar a las habitaciones privadas de los señores. Franco estaba medio adormilado viendo una película de vaqueros que daban por televisión. Carmen Polo los llevó a una salita. “Ayer mismo me ha faltado una esmeralda que me regaló Evita Perón cuando vino por aquí hace años”. Cunqueiro —y te recuerdo que esto me lo contó él mismo— abrió con mucha parsimonia el maletín, se puso el gorro, cerró los ojos y al instante lo vio todo claro. Resulta que la mujer de Franco, además de cleptómana, era sonámbula y ella misma robaba y escondía sus propias joyas. No sé lo que habrá de verdad en esta historia. Yo la oí de labios de Cunqueiro tal como te la cuento. Una vez fui a Mondoñedo con Olga Novo y, como ella conocía al director de la casa museo, le dijimos que nos dejara probarnos el gorro de Merlín. Yo me lo puse y quise averiguar algún enigma, como cuándo el asturiano sería lengua oficial. Pero parece que el gorro había perdido sus mágicas propiedades o era un misterio demasiado insondable.

Jueves, 5 de enero
TODOS CHINOS

Como en una cinta de Moebius, esa superficie de una sola cara, quedo atrapado en un buble de las calles por las que va a pasar la cabalgata. Multitud, vallas y policía cortando el paso. Más de media hora tratando de escapar. Una mujer grita que la dejen pasar, que llega tarde, que tiene que cuidar a una anciana. Otra que tiene cita con el médico. Es inútil. Nadie se conmueve. Yo me río, una vez más, de las autoridades político sanitarias, que nos trataron como a chinos: hoy no puedes caminar solo por el campo solitario sin mascarilla y mañana puedes aglomerarte en la calle con el aliento de los demás en el cogote.

Viernes, 6 de enero
LA VIDA SIGUE

Una nueva mañana es el regalo que más aprecio cada mañana, también en la mañana de Reyes.



5 comentarios:

  1. A Martín le queda el recurso de pensar que su exclusión de la nómina de los mejores fuese debida a motivaciones espurias, tales como la envidia, el despecho o la nada improbable venganza. La mejor explicación (no por improbable imposible) sería un caso paralelo al que se dio cierta vez que preguntaron a Rossini que quién había sido, a su juicio, el músico más grande. Contestó que Beethoven.
    -Pero, maestro, ¿dónde deja usted a Mozart?
    -Ah..., Mozart es único.
    Vaya, lo que se decía un fuera de serie-catálogo.

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    1. A mi no es que me excluyan de la nómina de los mejores, es que me excluyen también de la nómina de los suplentes y de los segundones. Pero hay cosas peores. Podré soportarlo.

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  2. Qué cosas. A mi entender eres tú el que iluminas a los mejores, excluyes de tu foco a los suplentes (salvo tus discípulos cercanos) y te burlas de los segundones. No siempre aciertas a enfocar bien a los sujetos, pero aciertas bastante. Yo te tengo como guía, aunque no la única. Me fío de ti, aunque falles a veces con el juicio de valor.

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  3. Será injusto pero explicable: currarse durante todo el año malos quereres, maltratando al mediocre (sin reparar en las propias limitaciones) y erigiéndose uno mismo como modelo de incorruptibles, retribuye con ingratas secuelas y desasosegantes corolarios como, supongo, este que digo.
    Lejos los españoles de la flema británica, más proclives a la vendetta siciliana o a la saña sarracena, no entienden de calidades ni de otras sutilezas si se les hiere en la honra (?) o se les mesa la barba por descuido (en el metro, el ascensor, la cola del pan o con un comentario justo pero desabrido... valga el oxímoron).
    Sin embargo, queda la autoestima y la íntima satisfacción por lo bien hecho..., si fuera el caso. Pero somos homínidos sociales y duele, se diga lo que se diga, no verse reconocido como uno más del grupo, en ese (re)baño tribal imprescindible que todos necesitamos alguna vez para sentirnos conformes con nuestra condición de humanos.
    Moralina fuera pero..., hay que ser más amable, señor Martín. Cuesta poco y remunera mucho.

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