Sábado,
21 de enero
CUENTA
LEQUERICA
No hay personas de una pieza. Después de
azuzar el odio antisemita como embajador de Franco en París y en Vichy, después
de practicar la caza del rojo en la Francia colaboracionista (a Lluís Companys
o a Julián Zugazagoitia los mandó al paredón, pero se le escapó la pieza mayor:
Manuel Azaña), José Félix de Lequerica envió un telegrama al diplomático
español Ángel Sanz-Briz, destinado en Budapest, que salvaría miles de vidas
judías. Por entonces había sido nombrado Ministro de Exteriores y convenía
aproximarse al bando que ya se adivinaba ganador.
Hoy,
gracias a la máquina del tiempo que son los periódicos de otro tiempo, le
escucho en amena tertulia con Eugenia Serrano.
—A
Ramón de Basterra le conocí muy bien. Viví con él hasta que se volvió loco. Una
vez, no sé por qué motivo, vino a verle una señora e interrumpió la
conversación para venir a decirme: “Estaba hablando con ella y de pronto se me
apareció la escala de Jacob y los ángeles que subían y bajaban”. Dormía en la
habitación de al lado y yo pasé un miedo horroroso por si se le aparecía Dios,
como a Abraham, y le ordenaba que matara, no a su hijo Isaac, sino a su
compañero de cuarto. Por si acaso, tenía preparada mi defensa. Había leído un
relato de Tolstoi en que un monje despierta a media noche al superior para
decirle: “Vengo a matarle. Dios acaba de pedírmelo”. Se salvó porque le dijo:
“Muy bien, pero antes vamos a comulgar juntos”. Y así le dio tiempo a
escaparse. Yo tenía preparado un recurso semejante. Siguió viendo tantas
escalas de Jacob que no hubo más remedio que facturarle a casa en tren. En la
estación le esperaba un criado. Sin mediar palabra, le dio dos puñetazos que
casi lo matan. Una vez me contó que subíamos juntos por la escala de Jacob y al
llegar arriba a él un Ángel le tomó de la mano y a mí otro me tiraba abajo de
un empujón. Lo curioso es que esa noche amanecí en el suelo. Me había caído, o
me habían tirado, de la cama.
Domingo,
22 de enero
LA
HISTORIA DE MI VIDA
“A solas, / caminando entre la niebla…”. Dos o tres veces se escucha esa canción en Decision to Leave, de Park Chan-wook, que me llena de melancolía esta tarde de domingo. La película es retorcida e inútilmente complicada, pero no por eso menos conmovedora. El loco amor una vez más. La obsesión que nos saca de nuestras confortables casillas. ¿He vivido yo una pasión así? No, y no lo lamento. Siempre supe dar un salto atrás cuando estaba al borde del precipicio. O de la felicidad, quién sabe. Mientras se suceden en la pantalla, blanco sobre negro, los interminables títulos de crédito vuelve a sonar una canción y a mí se me llenan los ojos de lágrimas: “A solas, / caminando entre la niebla…”
Lunes,
23 de enero
NO
ESTAMOS SOLOS
—Como sé que a usted le gustan están cosas, le
voy a contar lo que me ha ocurrido. Vivo en la avenida de Santander, frente a
los chalets de la antigua Fábrica de Armas. Están en muy mal estado, llenos de
maleza y gatos. Yo venía observando que en uno de ellos, el tercero viniendo
del centro, el que está frente a mi casa, por la noche se encendían luces.
Pensé que se trataría de algún okupa. No le di mayor importancia. Me extrañó,
eso sí, que no viniera la policía. Incluso me pareció que encendieron hogueras,
lo que podía suponer un peligro. Una noche me quedé despierto hasta tarde. No podía
dormir, me ocurre a menudo. Cerca ya del amanecer, para despejar abrí la ventana,
aunque hacía mucho frío, y me asomé a la calle. Del chalet que le digo venía
música. La calle estaba vacía, no circulaba ningún coche. Y yo me sentí como
hipnotizado por esa música. Los niños que seguían al flautista de Hamelin
debían de sentirse así. Procurando no despertar a mi
mujer, aunque, bendita ella, tiene un sueño profundo, me puse ropa de abrigo y
bajé. La puerta del jardín estaba abierta. Sin pensarlo dos veces, la empujé y
entré. También estaba abierta la puerta del caserón, pero no me atreví a pasar.
El techo se encontraba en muy mal estado y podía caérseme encima. Le di la
vuelta y no sé si contarle lo que vi en el patio de atrás. No me va usted a
creer. Yo también pensé que estaba soñando, que de un momento a otro me
despertaría en la cama. A veces, para dormirme, pongo un programa muy
disparatado que dan en el canal Historia, ese que habla de los antiguos
alienígenas. Creo que usted también lo ve y que alguna vez ha hablado de él.
Pues bien, allí estaban, tras aquel chalet de la Fábrica de Armas. No tenían
aspecto humanoide, sino completamente humano, como usted y como yo, solo que
resplandecían y subían y bajaban como por una escalera invisible. No me va a creer,
no tiene por qué creerme, pensará que le estoy tomando el pelo. Solo quiero
invitarle a que me acompañe esta noche a ver si siguen allí, si han dejado
alguna huella. Tengo un amigo que se dedica a estas cosas y tiene un aparato
que mide las radiaciones electromagnéticas.
Martes,
24 de enero
PLAGIO
“Todo gran poeta nos plagia” decía Ortega. A
mí quien me plagia es La Rochefoucauld. Releo sus máximas y me encuentro con
que, salvo unas pocas que parece haberle tomado a Oscar Wilde, la mayoría me
las ha copiado a mí unos cuantos siglos antes de que yo las escribiera: “Hay
personas a las que los defectos les sientan mejor que las buenas cualidades”,
“Todos tenemos suficiente fortaleza para soportar las desgracias ajenas”, “Ser
siempre razonables es poco razonable”.
Miércoles,
25 de enero
CAMBIO
Cambiaría tres o cuatro de mis mejores cualidades —fidelidad, laboriosidad, curiosidad— por un único defecto, imprescindible para triunfar en la vida: hipocresía.
Jueves,
26 de enero
SIGUE
LEQUERICA
—Los hombres del 98 ejercieron una labor
crítica despiadada. Ya no sabíamos cuando empezaba la decadencia española, si
en el XVII, en la Edad Media, o incluso antes. El peor de todos fue don Miguel
de Unamuno. Recuerdo las visitas que yo le hacía a Salamanca. Iba a llevarle
espárragos frescos que la propia madre de don Miguel me entregaba para él.
Había una gran ternura en las relaciones filiales de don Miguel. Yo iba
aterrorizado a aquellas visitas. ¡Señor, que hombre tan áspero! En 1930, el
gobierno Berenguer le apartó de la rectoría de Salamanca. Él quería ser rector
siempre. Y entonces se enfadó con el rey. De manera injusta y peligrosa para
España. Más tarde, cuando la república le hizo rector perpetuo, yo me
encontraba en Salamanca y estuve junto a él mientras esperaba la llegada del
presidente. No me unía nada a Alcalá-Zamora, enemigo político mío, pero era
terrible oír lo que Unamuno decía sobre quien sufría las molestias del viaje
para entregarle una alta distinción. Tenía la costumbre de ir repitiendo y
peloteando sus pensamientos sobre cada interlocutor. Dicen que se parecía a
Torquemada, pero quien se parecía muchísimo al inquisidor en las facciones era
la madre de don Miguel, señora piadosísima, de gran celo religioso… ¿A usted le
gusta don Miguel?
—Está
de moda, pero a mí no mi interesa nada. Dios mío, qué tabarras. Predicando
siempre…
—Sí,
era eso, un cura que no había encontrado su iglesia. Tenía malos modales. Los
ásperos y testarudos vascongados hicieron mucho daño a España. Hombres de vida
austera con una curiosa debilidad política. Don Miguel estuvo complacidísimo
cuando se le presentó la posibilidad, luego no realizada, de ser subsecretario.
Con sus críticas hacían imposible cualquier forma de gobierno. A mí el único
que me agrada es Baroja. No sé si ha pintado caracteres, pienso que no, pero es
una conversación con un hombre agradable. No puede ser abrupto porque es
sencillo. Casi simple. Lo que me preocupa en Baroja es que no sé si realmente
hay mujeres en su obra.
—-Don
Pío debió de tener miedo a las responsabilidades económicas que lleva el matrimonio.
Vivía con su hermana…
—Eso
es muy vascongado. Se vive con la hermana y con la madre… Baroja era antes más
cáustico. Creo que le ha venido bien el freno que estos tiempos han puesto a su
pluma. Ha mejorado.
Viernes,
27 de enero
HAY MÁS
COSAS
Hoy, al volver de mi primer café con libros en Noor, he
tenido la curiosidad de pasar ante el chalet de la Fábrica de Armas en el que,
al parecer, subían y bajaban extraterrestres por una especie de escala de
Jacob. Un gato se acercó hasta la verja para mirarme malicioso. “¿Pero cómo
puedes creer en esas tonterías?”, parecía decirme. Desde la ventana del
edificio de enfrente, alguien gritó mi nombre e hizo un gesto para que
esperase. Yo fingí no verlo y seguí mi camino, aunque de sobra sé que hay más
cosas en el cielo y en la tierra de las que caben en ciencias y filosofías.
Sobre tu apunte del miércoles: No hay “un único defecto” que pueda, en algún momento, resultar “imprescindible para triunfar en la vida”. Hay muchísimos. Incluso pequeños, como el asesinato.
ResponderEliminarDespués de lo cuentas de Ramón de Basterra da un poco de miedo todo lo que estarías dispuesto a hacer con tal de ser un hipócrita.
ResponderEliminarLa hipocresía no solo es como la sal. Es realmente la sal de la vida. En las dosis habituales, hace nuestra vida más llevadera. Y al mundo más habitable.
ResponderEliminarNo te preocupes, admirado y siempre gentil Abelardo, que yo también soy más hipócrita de lo que parezco.
ResponderEliminarCreo que ves demasiados programas sobre extraterrestres en el canal Historia.
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