viernes, 29 de julio de 2022

De andar y ver: Cercano Oeste

 

DESAYUNO EN LA PLAZA

Las palabras, como las personas, como los lugares, tienen épocas mejores y peores. Hace tiempo que la palabra “caridad” no pasa por su mejor momento. Hacer algo por caridad antes era hacerlo por amor, ahora es hacerlo por pena o por lástima y resulta —si no se acierta a disimular— un poco ofensivo.

En estas cosas pienso mientras desayuno en La Caridad, que es la capital del concejo de El Franco. Hay mercado en la plaza, frente al nuevo Ayuntamiento, un edificio cómodo y funcional que acoge todos los servicios comunitarios, desde la policía hasta el hogar del jubilado. También dos cafeterías: una se llama La Plaza, y está bastante animada; la otra, España, y está vacía. Yo, si puedo escoger y estoy en España, jamás entraría en un local con ese nombre. Temería encontrarme con banderitas rojigualdas, banderillas y tricornios. ¿Prejuicios de la izquierda? Puede ser. Pero en España la bandera colgada en una ventana o en un balcón particular no suele indicar que ahí vive alguien que ame especialmente a su país, sino un facha o un Azúa, dicho sea sin intención de ofender. O alguien obsesionado con Euskadi y Cataluña y la unidad de destino en lo universal. En estas cosas pienso mientras desayuno en La Plaza.

Un cliente le pasa el periódico a otro para comentar no sé qué noticias. Sonrío. Se trata de La Voz de Galicia. Estas tierras son de habla gallega y tienen su capital en Ribadeo, sin dejar por eso sus habitantes de sentirse muy asturianos. Dos o tres puestos del mercado venden productos gallegos —frutas, embutidos— y el resto son los mismos puestos de ropa que encontramos en todas partes.

Se está a gusto aquí, en esta pequeña plaza que parece fuera del bullicio del mundo. Abundan las casas en venta. Yo me fijo en un caserón con un jardín selvático que adivino lleno de doloridos fantasmas. Me alegro de ser pobre. Si tuviera dinero, lo compraría y lo arreglaría y me vendría a vivir a él en mis temporadas de misántropo. Pero de sobra sé que me arrepentiría pronto. Pueblo pequeño, infierno grande. Soy pobre, tengo que conformarme con soñar y los sueños por fortuna no defraudan.

La Caridad vive a espaldas del mar, hay que caminar dos quilómetros para llegar hasta él. Llueve, aunque sea una lluvia menuda, y no me apetece pasar a saludarlo. Además en el puerto de Viavélez parece que la gloria literaria local es nada menos que Corín Tellado. Casi preferiría leer Saúl ante Samuel de Juan Benet que uno de sus amoríos de quiosco, aunque tenga muchas menos páginas y sintaxis menos retorcida.

Dejo pasar el tiempo, como si viviera aquí y no tuviera nada que hacer, como si no me esperara el camino, mientras hojeo La Voz de Galicia y recuerdo los versos de una poeta del país, Ana Vega: “Tallar la piedra. / Buscar la fórmula / exacta / que nos define. / Limar hasta romperse / esta piel / o apariencia. / Rastrear / un pequeño / resquicio / de pureza originaria / en lo que somos”.

A veces el mundo se vuelve íntimo como una pequeña plaza con su gente sin prisa y sus caserones abandonados donde fantasear otras vidas.

AL MARGEN DEL TIEMPO

Qué contraste entre el animado Ribadeo —al otro lado de la ría— y el dormido Castropol. A Cernuda, cuando pasó por aquí con las Misiones Pedagógicas, no pareció gustarle demasiado y dejó su impresión en un relato con cadáveres sepultados en el fondo de la ría.

Al caminar de nuevo, una neblinosa mañana de verano con la lluvia al acecho, por las empinadas calles dormidas de esta ciudad que parece desierta, no puedo evitar recordar la impresión que dejó en el poeta: “Santiniebla está caído como un pájaro enfermo sobre una oscura colina que avanza hacia el mar. La ría plomiza contiene su empuje y lo liga a la tierra. Tal vez esa aspiración abatida infunda a todo el pueblo su aire de rota melancolía. El musgo sobre las piedras, la humedad sobre los cimientos, van absorbiendo los edificios sin que nadie parezca darse cuenta de tal amenaza. Pocos habitantes deben guarecer entre aquellos muros sus trabajos, sus ocios o sus sueños. Por las calles, empinadas y grises, que llevan siempre, como una obsesión, a la misma plazoleta con castaños en torno de una yerta estatua que la exorna e infunde cierto ambiente dominical, apenas si alguna sombra se desliza, ni siquiera un triste perro fugitivo”.

            Pero cómo no rendirse ante la gracia intemporal de esta “plazoleta con castaños” que preside la airosa estatua de Fernando Villamil, el gran marino que murió heroicamente en Cuba y que narró su vuelta al mundo en un libro que yo leí con el mismo apasionado entusiasmo que las novelas de Julio Verne.

En este rincón provinciano, con el encanto del modernismo desvaído y menor, está, en el antiguo casino, la Biblioteca Menéndez Pelayo, heredera de la Biblioteca Popular que visitó Cernuda en 1935. Un pequeño paraíso desconocido para muchos, abierto para todos.

            No sé si Azorín estuvo en Castropol, quizá sí (creo recordar haber visto algún libro suyo dedicado en la biblioteca), pero nadie como él sabría reflejar el secreto de este lugar al margen del tiempo.

OTROS MUNDOS

Le veo asomar la cabeza como el caballo de Troya o el periscopio de un submarino aún por inventar. Es el ascensor panorámico del puerto de Ribadeo. Nunca antes había reparado en él. Me alegro como un niño con un juguete nuevo. Su estructura de hormigón negro con textura de pizarra, llama la atención sin disonar. Un acierto el corte de las ventanas que hace que las vistas, al ir subiendo, parezcan una sucesión de fotogramas. En lo alto, la medieval Atalaya, con sus cañones apuntando a la entrada de la ría (aunque parecen apuntar a Asturias) y la capilla, que según leo en el cartel de azulejos es “la más antigua de la villa, posiblemente  de la época de la repoblación de Ribadeo por Fernando II en el siglo XII”.

La belleza que prefiero sirve para habitar en ella o para ascender, como ahora, del borde del agua a las calles encaramadas en la colina. Lo bello, ya lo sé, no necesita ser útil, pero si es útil es doblemente bello.

Camino por una calle estrecha, que me hace pensar en esa Rivadavia que a Vicente Risco le recordaba mágicamente a Praga, con la Torre de los Moreno al fondo. Hay otros tiempos y otros mundos en este tiempo y en este mundo y para encontrarlos basta a veces dar unos pasos y doblar una esquina.

 

SIN PAPELES

Me sorprende su belleza a un lado del camino. Es el arbusto de las mariposas, llamado por feo nombre científico buddleja davidii, pero en este momento no le ronda ninguna mariposa, están ocupadas en otros menesteres. En uno de los racimos de flores moradas, sestea un tierno saltamontes. Yo le miro y él estira las patas y se deja admirar, sin dar el salto al que le predispone el nombre. Los dos somos dos bichos raros, le digo. Podríamos ser buenos amigos.

            “Adiós y buena suerte, buddleja davidii”, le digo cuando me decido a seguir la marcha. “Te consideran una especie invasora y en cualquier momento pueden venir y arrasarte los empleados municipales por no tener en regla los papeles. Ojalá tu hermosura les conmueva el corazón”.

 

PORTO DE RINLO

La Caridad, tímidamente, vuelve la espalda al mar mientras se enreda en sus melancolías, Rinlo en cambio no le tiene miedo a hundir sus pies en el agua embravecida. Paseo por el borde de esta costa pizarrosa y áspera. Los restos de una antigua cetárea le dan un aire de misterio, como si lo que asoma del agua fueran los restos amurallados de un castillo sumergido.

Aquí la gente viene a comer el mejor marisco del mundo. Yo, que nunca he sido muy dado a los placeres de la mesa, me entretengo con la furia mansa del mar contra las rocas y me asusta pensar lo que serán los días en los que le da por salirse de madre. Recuerdo, siempre la literatura subtitulando lo que veo, las liras de Fray Luis: “La combatida antena / cruje, y en ciega noche el claro día / se torna; al cielo suena / confusa vocería / y la mar enriquecen a porfía. / A mí una pobrecilla / mesa, de amable paz bien abastada, / me basta; y la vajilla, / de fino oro labrada, / sea para quien la paz no teme airada”.

            Sí, a mí también una mesa de amable paz bien abastecida me basta. Pan, queso, un tomate, unas aceitunas, en buena compañía, o a solas (me tengo por buena compañía), a la sombra frondosa de los árboles, me agradan más que cualquier festín. De lo que no me sacio nunca es de andar y ver, de ir y volver, de caminar sin rumbo fijo sabiendo que vaya donde vaya siempre llevaré a Ítaca conmigo.

 


 

6 comentarios:

  1. Necesito hablar con Vd. Me llamo Cristina Huete García, mi correo es cristinakhuete@gmail. com. El Instituto del Libro de Polonia, tiene interés por Vd. pero no sabe cómo comunicarse con Vd.

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    1. Pueden ponerse en contacto conmigo en esta dirección
      jlgm17@gmail.com

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  2. Si no recuerdo mal, Gustavo Bueno dijo que Corín Tellado en su obra defendía la ética privada frente a la moral pública. También escribió novelas pornográficas, con otro nombre.

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    1. Por lo que yo sé, Corín Tellado escribió varias novelitas ERÓTICAS (que no "pornográficas") con el seudónimo de "Ada Miller", ya que simulaban, según creo, ser traducidas del inglés.

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    2. Yo leí una hace tiempo. Iba de un médico nada ejemplar. Quizá la diferencia entre erótica y pornográfica es que la primera cuenta lo que sucede pero no entra en detalles, no entra en materia. La novela además, tienes razón, no tenía el lenguaje normal pornográfico, ninguna mala palabra.
      No sé si Martín leería una novela de Corín Tellado, no de Ada Miller, si le dieran a escoger entre esa novela, que se lee en dos horas, o el Ulises de Joyce.

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    3. En ese caso, incluso preferiría mirar en la tele un programa de Telecinco.

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