sábado, 16 de julio de 2022

De andar y ver: Senderos de gloria

  

 

EN EL CAMINO

Los recuerdos, como las viejas películas, son en blanco y negro; el presente, en colores. En 1983 estuve primera y única vez en San Vicente de la Barquera con Víctor Botas y otros amigos de la tertulia para un recital poético, aunque alguna vez había cruzado la ría por el puente de la Maza, camino de otros lugares. Vuelvo a recorrerla ahora, en el frescor del día recién estrenado, y por ninguna parte encuentro la esperada melancolía. Paseo junto al puerto, recorro una calle soportalada que me recuerda a Avilés, asciendo las escaleras que me llevan hasta la Torre del Preboste, me dirijo luego hacia la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, que corona uno de los dos extremos de la acrópolis (el otro es el Castillo del Rey). Aquí está la puerta de Asturias, que cruzaban los peregrinos que venían de Francia. “El mito es la nada que es todo”, escribió Pessoa. Santiago nunca hizo el camino de Santiago, pero cuántos lo hicieron para venerar un cadáver que nunca estuvo allí. Y cuántos lo harán todavía. El albergue, al lado de la iglesia, tiene en lo alto la imagen de un inmenso velero. De joven yo quería siempre estar en otra parte, lejos, muy lejos, “donde vivir no duela como una postura incómoda”, para decirlo con un verso de Álvaro de Campos que me gusta repetir. Ahora prefiero estar donde estoy. En la terraza solitaria de esta iglesia gótica contemplando los dos ríos, el Escudo y el Gandarilla, que se juntan en la ría, las montañas lejanas bajo el azul, la hermosura nítida y laberíntica de Oyambre. Rodeo luego la muralla, el mar adivinándose al fondo, tras los arcos del puente y abajo la ría de Pombo, donde se balancean barcas indolentes. Camino lentamente hasta el faro. El mar, el mar ,y no pensar en nada. Recuerdo, de la primera vez, a Víctor Botas leyendo, con tímida voz, uno de sus poemas. No le gustaba nada leer en público, a mí tampoco. Los poetas cántabros que nos habían invitado recitaban en cambio con toda la orquesta. Fueron no ya aplaudidos, sino jaleados. Víctor Botas, que ahora me parecería tan joven, era entonces un señor mayor, un típico burgués de Oviedo que parecía incapaz de escribir los versos que escribía. Teníamos ideas contrarias en todo y por eso con él no me aburría nunca. Le he echado mucho de menos, pero ya la memoria personal es historia de la literatura.

            En San Vicente de la Barquera, estoy de paso. ¿Hay algún lugar en el que no estemos de paso? Me gustaría esperar a que suba la marea, para contemplar cómo se admira a sí misma reflejada en el espejo de las aguas, pero el camino me llama, he de seguir viaje, aunque nadie me espere al final ni tenga prisa por llegar a ninguna parte. Me echo la mochila al hombro y me pongo a andar bajo el sol cada vez más inclemente.

DIAMANTES DE SANGRE

Todo en Comillas celebra la gloria de Antonio López y López, que aquí nació, que se quedó huérfano muy pronto, que era hijo de una lavandera, que tuvo que emigrar a Cuba a los catorce años, al parecer huyendo de la justicia, que luego fue anfitrión de reyes, dueño de barcos y ferrocarriles, banquero mayor de las Españas. Todo aquí celebra su gloria, ya digo. En lo alto de una colina, el palacio de Sobrellano y al lado, como una catedral, la capilla-panteón; enfrente, los edificios neogóticos y modernistas de una universidad que antes fue seminario. Muy cerca, compartiendo parques y jardines, la casa de Ocejo, que compró para regalársela a su madre (¡qué orgullosa estaría la madre lavandera de aquel hijo!), una sobria mansión indiana que una vez alojó a Alfonso XII y fue sede de un consejo de ministros. Mi favorita es la casa de la Portilla, con su entrada neoclásica y el fresco verdor de los árboles. No me importaría vivir en ella, mejor que en el pretencioso palacio o en el caprichoso mal gusto de Gaudí. Pero de todos estos edificios, construidos en los años ochenta, de poco pudo disfrutar Antonio López y López, que murió en 1883. Estaban destinados a ser lo que son: el inmenso monumento funerario que lo recordara para siempre. Ha tenido mejor suerte que con la estatua que le dedicaron en Barcelona, su segunda patria (su fortuna la inició en Cuba, pero alcanzó su esplendor en la ciudad de los prodigios, para decirlo con el título de Eduardo Mendoza). La estatua ha sido derribada, su nombre desaparece del callejero, pero permanece en Comillas: el escenario de su infancia miserable será también el de su perdurable gloria. ¿Cómo hizo su fortuna este gran hombre? Ni entonces ni ahora bastaban la laboriosidad y el talento para que un niño pobre se convirtiera en una de las grandes fortunas de su país y de Europa. En el origen, hay una buena boda, que lo emparenta con la próspera burguesía catalana, y el equivalente de entonces al narcotráfico de hoy: el tráfico de esclavos. La esclavitud era legal, ciertamente (en España fue legal más tiempo que en ninguna otra parte), pero estaba prohibido traer negros de África. Antonio López y López burlaba esa prohibición, que trataban de hacer cumplir las autoridades inglesas, mientras que las españolas hacían con provecho la vista gorda. Paseo por estos hermosos lugares de Comillas, admiro la Fuente de los Tres Caños, y no puede dejar de pensar en tantos hombres, mujeres y niños explotados, masacrados para que esto fuera posible. Pero que no se preocupe el marqués de Comillas: el dinero lo puede todo, con él se pueden comprar reyes y un lugar en el cielo. Que se lo pregunten a don Juan March, el último pirata del Mediterráneo, santificado como el gran protector de la cultura española. “Pecunia non olet”, que dijo Vespasiano. A los diamantes de sangre se les limpia la sangre y brillan como los demás.

SIN LITERATURA

¿Cómo sería el mundo limpio de literatura? Para mí, como una película sin subtítulos hablada en una lengua desconocida. No puedo mirar sin leer, o mejor, sin recordar lo leído. Paseo junto a una pequeña cala en Santillán, donde un tiempo se pensó en construir una central nuclear. Esperemos que no se retome el proyecto ahora que hay problemas con el gas ruso y la nuclear se ha convertido en una energía “verde”. A la memoria me vienen unos versos: “Limpio está el cielo, el aire sosegado; / nada en torno se agita, nada suena, / solamente las olas en la arena / repiten su lamento inconsolado”. Tardo en recordar al autor, Enrique Menéndez Pelayo, hermano del inmenso don Marcelino, cuya autobiografía, publicada póstumamente, se titula Memorias de uno a quien nunca ocurrió nada. Podría se también el título de esa autobiografía que yo nunca escribiré.

CEMENTERIO CON ÁNGEL

Ya desde mucho antes de llegar lo diviso encaramado sobre un alto muro. Es el ángel del cementerio de Comillas. Tiene un aire guerrero, nada dulce, pero tampoco amenazador. De espaldas al mar, contempla la ciudad como para protegerla. Se debe también al omnipresente López y López, que lo encargó para la tumba de su hijo, muerto en la flor de la edad. De todos los cementerios que conozco —y me gusta coleccionarlos— , pocos tan sugerentes como este, construido sobre las ruinas de una iglesia gótica. Paseo entre las tumbas, el azul del mar confundiéndose con el azul del cielo —el ángel que de vez en cuando parece darse la vuelta para no perderme de vista— y recuerdo con ironía algún dramón romántico, como el del duque de Rivas: “¡Qué carga tan insufrible / es el ambiente vital / para el mezquino mortal / que nace en signo terrible! / ¡Qué eternidad tan horrible / la breve vida! Este mundo, ¡qué calabozo profundo / para el hombre desdichado / a quien mira el cielo airado / con su ceño furibundo.”

OTRA CANCIÓN DEL PIRATA

Espronceda cantó al pirata en un poema que aún conserva, detrás de la musiquilla, su aliento subversivo: “que es mi Dios la libertad”. Francisco Orgaz, un poeta independentista cubano, publicó en 1850 una variante con el título de “El negrero”. Lo releo ahora y creo reconocer en su protagonista a Antonio López y López: “Ligero como la espuma / que sobre las hondas juega, / al viento sueltos los rizos / que la tempestad respeta. / el bergantín más velero / de las playa habaneras, / escarnio haciendo del mundo / con los huracanes vuela: / veinte veces ha cruzado / con victoriosas banderas / desde los golfos cubanos / hasta la africana tierra, / y hollando cien y cien veces / el pabellón de Inglaterra / más de veinte mil esclavos / para abono de su tierra / ha descargado a despecho / de toda la rabia inglesa”. Lo que hoy se le reprocha fue un tiempo —no hace tanto tiempo— timbre de gloria, negocio de reyes (así hizo su fortuna doña Cristina de Borbón). ¡Cuántas palacios, cuántos templos, cuántas escuelas y hospitales se han construido con la inagotable riqueza de la explotación de otros seres humanos! Apenas hay monumento de cultura que no sea testimonio de barbarie.




 

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