sábado, 8 de julio de 2017

Serpientes de verano: Borges en Taormina



Había estado yo leyendo la noche antes un libro de Borges que desconocía, Veinticinque Agosto 1983, publicado en Italia (ignoro si hay edición española) en 1979, cuando cumplió ochenta años, y en el que anticipaba su suicidio, y de pronto me sorprendió su silueta inconfundible, apoyado en el bastón, la cabeza alta, como observando atentamente la silueta nevada del Etna que se alzaba frente a él.
            Era a comienzos de 1984, yo había estado los últimos meses un tanto retirado e ignoraba si aquella profecía se había cumplido o no. Cerré un momento los ojos, como ante una imagen ilusoria. ¿Qué iba a hacer Borges solo en una plaza de Taormina aquella desapacible mañana de invierno?
            Me acerqué cauteloso. Inmóvil, parecía una de esas estatuas hiperrealistas que por entonces comenzaban a ponerse de moda. Sorprendentemente, como si su ceguera fuera fingida, notó mi presencia y me hizo un gesto para que me sentara a su lado. Comenzó a hablar muy despacio, con un borroso tartamudeo. Me costó al principio entender lo que decía.
            ––¿Tiene usted papel y lápiz? Acabo de recordar una historia que leí hace tiempo en los Anales de primavera y otoño, de Lu Bu We , y que me olvidé de dictarle a Adolfito cuando preparábamos la antología Cuentos breves y extraordinarios.
            Por un momento pensé que no era Borges, que era un actor que hacía el papel de Borges, como me ocurrió una vez en el Chiado lisboeta con Pessoa. Pero saqué mi moleskine, el bolígrafo y me dispuse a escribir.
            Pronunciaba cada frase muy despaciosamente, repitiéndola varias veces. Me recordó a los dictados que hacíamos en la escuela.

ENTRE DOS DEBERES

            Un noble señor se paseaba a caballo por el bosque. Al llegar a un puente, su caballo se espantó y no quiso seguir adelante. El noble le dijo entonces a Tsing Ping, su criado:
            ––Ve a ver qué pasa. Parece que hay un hombre escondido.
            Tsing Ping avanzó unos cuantos pasos y vio a su amigo Yu Yang al acecho, con un arma en la mano.
            ––Abandona a tu amo, tengo una cuenta que ajustar con él.
            ––De jóvenes fuimos los mejores amigos y me hiciste grandes favores. Si algo tramas y yo lo delato, falto a mi deber de amigo. Pero quieres causarle un daño a mi señor. Si no le advierto, falto a mi deber de sirviente. Un hombre en mi situación no tiene más remedio que morir.
            Dicho esto, se retiró y se suicidó.



REMORDIMIENTO

            ––¿Usted cree que yo debería suicidarme, como ya conté en un cuento? Apoyé el gobierno de unos caballeros que venían a poner orden en mi país, enfangado por las hordas peronistas. Luego resulta que no lo eran tanto y robaron niños y torturaron inocentes. ¿Tengo yo las manos llenas de sangre por haberlos aplaudido y no haber hecho nada cuando a mi apartamento de la calle Maipú comenzaron a llegar los siniestros rumores? Alguna vez asistió a mis conferencias algún coronel o general y yo le di la mano y lo consideré un gran honor. Y seguramente se iba después a la Escuela de Mecánica de la Armada, o a cualquier otra sucursal del infierno, a disfrutar con sus fechorías. No sé por qué le cuento esto, que nunca he contado a nadie. Pero a veces, ¿recuerda usted la película de Hitchcock Extraños en un tren?, le contamos a un desconocido lo que no nos atreveríamos a contar a nuestro amigo más íntimo.
            Luego se quedó en silencio, como admirando el panorama. Al frente, la mole del Etna, blanca y rosa, con una fumarola en la cumbre que se difuminaba en el azul del cielo; a un lado, las villas que escalaban la ladera de la montaña; al otro, el hondo valle y la bahía surcada por algún velero.
            Iba ya a despedirme, cuando comenzó de nuevo a hablar.

CONFIDENCIAS

            ––¿Está usted casado? Yo lo estuve y preferiría pegarme un tiro antes de volver a cometer semejante estupidez. Afortunadamente ya soy viejo, muy viejo, y eso trae muchas desventuras pero también nos aleja de ciertos peligros. Para nosotros los argentinos, ¿sabe usted?, la amistad es quizá más importante que el amor.
            ¿Le gustan a usted las historias de Sherlock Holmes? Yo ahora ando dándole vueltas en la cabeza a un poema que quiero dedicarle: “Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido. / Ese hombre tan viril ha renunciado al arte / de amar. En Baker Street vive solo y aparte”.
            Digo que vive solo, pero no es verdad. Vive con John Watson. A mí siempre me ha gustado vivir de la misma manera. Tuve diversos Watson, que alguna vez fueron mujeres. Pero con una mujer la amistad siempre está a punto de echarse a perder. Suelen acabar buscando el contacto físico, que a mí me parece poco higiénico y nada desagradable. Con la amistad viril no se corre ese riesgo.
            En el peor momento de mi vida, cuando me sentía más desdichado, cuando había cometido el peor de los pecados que un hombre puede cometer, casarme, y no sabía cómo escapar de aquella trampa, encontré en Massachusetts a uno de mis Watson. Gracias a él volví a escribir cuentos. Recuerdo, como uno de los momentos más felices de mi vida, las tardes que pasábamos en el despacho de la Biblioteca Nacional traduciendo conjuntamente mis libros al inglés o escribiendo a dos manos mi autobiografía.
            Cuando yo me escapé de casa, como un delincuente, ¿se lo podrá usted creer?, él estaba allí, apoyándome. Los dos estuvimos escondidos durante toda una semana, primero en Córdoba, luego en Coronel Pringles, mientras los abogados tramitaban la separación. Recuerdo cómo temblaba yo en el aeropuerto, al retrasar el vuelo el mal tiempo. De un momento a otro, temía ver aparecer en la sala de embarque a la mujer con la que me había casado, gritar mi nombre, tomarme de la oreja, llevarme a casa a empujones como a un niño malcriado. Me trataba así.

LA PAREJA PERFECTA

            ––¡Sherlock Holmes y John Watson, esa sí que es una pareja perfecta! ¡Trabajar juntos en ejercicios de inteligencia y tener cerca a la señora Hudson o a la fiel Fanny para las tareas domésticas!
            ¿Se ha dado usted cuenta de que, en las historias de Conan Doyle, lo que menos nos importa es la solución del enigma? Es el defecto de las novelas policiales, a las que en un tiempo fui tan aficionado. Demasiadas páginas para resolver un acertijo. Lo que nos interesa es la relación entre Holmes y Watson, su desinteresada amistad, su complementariedad. Algo así ocurre con el Quijote, escrito un poco a la diabla, lleno de páginas tediosas (que me perdonen los cervantistas), pero que se salva en cuanto el hidalgo y Sancho se ponen a hablar. No nos cansamos de escucharles. Lo que les pase nos da un poco lo mismo, siempre que les pase a ellos. Por eso Holmes y Watson siguen vivos, pueden aparecer en el cine, en el teatro o en la televisión, protagonizar modernas aventuras. Como el mito, son de todos los tiempos, no de la Inglaterra victoriana.

PESADILLA

            Yo escuchaba todo con mucha atención, pero no tomaba notas. La hoja con el texto que Borges me había dictado la arranqué del cuaderno y se la entregué. La guardó, arrugada, en uno de sus bolsillos. No sé hasta qué punto soy fiel a lo que le escuché entonces.
            ––Rubén Darío contó en un artículo cómo se encontró con Sherlock Holmes en Venecia y la aventura que le ayudó a resolver. No sé si conoce usted esa historia. Apareció en una de las crónicas de La Nación, pero luego no en ninguno de sus libros. Adolfito (perdone, yo siempre le llamo así, quiero decir Bioy Casares) me pasó la página amarillenta. El poeta sufrió persecución toda la vida por parte de una mujer con la que había cometido el error de casarse. Bueno, fue un crimen, no un error. Los primos o los hermanos de ella, no sé bien, le emborracharon y le obligaron a casarse a punta de pistola. La mujer se llamaba Rosario Murillo y, al parecer, cuando se encontró con Sherlock en el Florian llevaba una de sus cartas en el bolsillo. Me han leído esas cartas, llenas de insultos, amenazas y faltas de ortografía: “El hijo de tu querida no es tuyo porque dicen que corresponde a la fecha en que ella estuvo sola en París. A ella no la envidio, tener un amante que comete adulterio y estar expuesta a que a las seis de la mañana me presente yo con un comisario para constatar el adulterio y que la envíen a la cárcel no es ser feliz”. La vida de Rubén, por culpa de esa mujer, fue un cuento de terror. Como estuvo a punto de serlo la mía.
            Si tardé en separarme, si aguanté tanto, una eternidad, casi tres años, fue porque me temía que si la dejaba la tendría luego el resto de mi vida persiguiéndome, interrumpiendo mis conferencias, castigándome al cuarto oscuro como a un niño malcriado.
            La aventura de Sherlock en Venecia tenía que ver con el pretendiente carlista, que cometió el error de volverse a casar con una mujer más joven, una mujer que puso todo su empeño en enemistarle con los hijos y apartarle de la causa. Valle-Inclán, con quien coincidí una vez en el Regina, la llamaba  “el ángel malo del carlismo” y también otras cosas malsonantes que prefiero no repetir. En cuanto murió don Carlos, vendió a mejor postor todas las reliquias que guardaba en el palacio de Loredán.
            Yo cometí el error de casarme una vez y en mis pesadillas vuelvo a hacerlo. Mi Watson de estos años se quita la careta en el sueño y es una ambiciosa mujer que, una mañana, sin avisar a nadie, ni a mí siquiera, me cambia de casa, de ciudad, de país. Me impide comunicarme con cualquiera de mis amigos, echa a Fanny del apartamento donde convivió treinta años conmigo y con mi madre, se queda como un cancerbero a la puerta de mi celda mientras yo agonizo. Pero también tengo sueños más agradables, con final felia. Suena una música, como en las películas que veíamos de niño, y aparece Adolfito o Di Giovanni o Alifano la apartan de un empujón y me devuelven de nuevo a las calles de Buenos Aires.

CASTIGADO     

            Volvió a callar y a contemplar fijamente, o eso me pareció a mí, la mole cercana, casi a alcance de la mano, del volcán.
            ––¿Recuerda la historia de Empédocles? Se arrojó al Etna para que no se encontrara su cadáver y le creyeran un dios. Pero aparecieron sus sandalias y se vio que era solo un pobre hombre con ansias de gloria. Si yo decidiera ahora arrojarme al cráter, como el filósofo, ¿me ayudaría usted a llegar hasta allí?
            Yo me quedé mirándole, muy serio, pero él soltó una carcajada. “No haga caso, estaba bromeando”.
            Una mujer joven, de rasgos orientales, apareció de pronto y se lo llevó a empujones, sin mirarme, sin decir una palabra. Borges, antes de alejarse, tuvo tiempo de susurrar: “Cuando se enfada porque salgo sin ella, luego para castigarme no me habla”.


26 comentarios:

  1. https://www.iberlibro.com/products/isbn/9788485876099/3242708401

    Me sorprende, JLGM, que no conozcas esta estupenda colección. Yo la tengo casi completa. ¿No será una boutade y estoy haciendo el canelo con esta intervención? O es que prefieres leer al maestro de Maipú en italiano como él preferia leer el Quijote en inglés?

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    1. Es que estoy hablando de 1984 y entonces no conocía la edición española de ese libro, que apareció por primera vez (el año 1979) en italiano, como toda la colección.

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    2. Pero dices que ignoras si hay edición española...

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    3. Ya no lo ignoro. Esa colección de Franco Maria Ricci se publicó también en español, pero yo no tengo la edición española de ese volumen (de hecho, el cuento sobre el suicidio solo lo he leído en italiano).

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    4. Hablando de traducciones, ¿sabíais que Luis Alberto de Cuenca tiene una versión de los dos primeros cantos de la Ilíada? Ha salido recientemente en Reino de Cordelia.

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  2. Miguel el Entrerriano10 de julio de 2017, 19:25

    Bendita sea por siempre la memoria de Jorge Luis Borges, uno de los seres humanos que con mas sobriedad, elegancia, tersura y precisión ha escrito nunca en lengua castellana. Lo descubrí un poco demasiado tarde, pero me resarcí leyendo de un tirón su obra completa durante una convalecencia o un desempleo. Viví durante esos meses iluminado y levitante.
    ¿Me permitirán?
    Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles sel Sur, persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos. En vida padeció de irrealidad, como tantos ingleses.... Mi padre había estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo".
    De FICCIONES.

    En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante. Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres. (Todavía me acuerdo de esas figuras: yo que no puedo recordar sin error la frente o la sonrisa de una mujer.)
    De EL HACEDOR

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  3. "Estos rigores invernales de Weimar se atemperan si leo su poema de usted, Amanda querida, enhebrado en esa letra minuciosa de altísmas eles y de eses profusas como sierpes. Y en ese papel perfumado, digno del tesoro de su dulcísimo verbo, terso en ese espacio blanco, tan grácil y alado, viene a mí con  temblor de paloma torcaz tras larga singladura ultramarina".

    Tengo este apunte en mi libreta y no me acuerdo a santo de qué. ¿Sabe alguno de ustedes de quién puede ser el texto?

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    1. En el blog titulado "Zumo de poesía", entrada del 6 de Julio de 2016, aparece como primer comentario el texto siguiente:

      "F. dijo...

      He escrito esto a una dama y me ha plantado, dizque por cursi:

      "Estos rigores invernales de Weimar se atemperan si leo su poema de usted, Amanda querida, enhebrado en esa letra minuciosa de altísmas eles y de eses profusas como sierpes. Y en ese papel perfumado, digno del tesoro de su dulcísimo verbo, terso en ese espacio blanco, tan grácil y alado, viene a mí con temblor de paloma torcaz tras larga singladura ultramarina..."

      ¿Qué hago, me enmiendo y hablo cheli?".

      No sé si eso responderá a su pregunta, estimado señor.

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    2. Perdón: es el segundo comentario, no el primero.

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    3. De F.:

      http://zumo-de-poesia.blogspot.com.es/2016/07/sin-ningun-instrumento-por-adam.html?m=0

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    4. No sé. Pero lo de "la paloma torcaz" y la "singladura marina" no apunta a nada bueno. Ja ja ja!

      ¿Tal vez sean de "Torcaces sobre el Indico", de Magdalena H. Navascúes? ;-)

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    5. Gracias, señores; les confieso que pensaba en R.M. Rilke, pero veo que no andaba muy descaminado.

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  4. Dejo a la discreción del titular del blog el dar o no salida a este comentario que había enviado al blog del distinguido A. Trapiello y que veo que se ha quedado en el limbo. A Higins le fastidia dedicar algo de su tiempo a escribir cosas que estima comedidas y en absoluto ofensivas para el destinatario y que este se permita censurarlas, siendo que tiene abierto un foro a la partipación sensata. El comentario en cuestión era respuesta a un post que cuelga ahora del referido blog y que es un tendencioso alegato islamófobo. Va:
    EL ISLAM ES CULPABLE
    Ay, amigo..., ¿cómo no habría yo caído antes en la cuenta? Pues resulta que nuestras ciudades (y nuestras patrias) dejaron de ser lugares donde iba a ser fácil ganarse el pan y gastarse el excedente de los salarios de forma divertida y excitante..., cuando las hordas musulmanas comenzaron a plantar sus apestosas babuchas en los virginales predios de la sagrada patria cristiana (y no cuento la etapa que va de 711 a 1492, que esa fue amortizada y cómo).
    Será, entonces, que Franco ya leía subrepticiamente -antes del sueño de piedra que tienen los malvados- los venenos del Al Corán y que por eso nos resultó como nos resultó. Y así aquella España que ya había enfilado el camino que la iba a convertir en lugar donde sería fácil ganarse el pan y gastarse el excedente de los salarios de forma divertida y excitante..., fue teatro sangriento de la mayor masacre que un español haya ejercido contra otros españoles. Influencias nefastas de leer el Al Corán al filo de la medianoche.

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    1. ¿De veras creía usted, Mister Higgins, habitualmente tan bien avisado e informado, que el frenético censurador aludido le iba a publicar semejante comentario? Lo conoce mal. Habla usted de cosas comedidas y en absoluto ofensivas; pero para alguien suficientemente arrogante, suficientemente enemigo del debate y los libres pareceres, la discrepancia es ya ofensiva. En este caso, de modo patente.

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    2. La verdad es que yo creo que, cuando uno da una opinión con su propio nombre, se le debe replicar también dando el nombre. A mí los comentaristas anónimos (sea o no una costumbre en Internet, en cualquier caso una mala costumbre), la verdad es que no me merecen demasiado respeto, por muy respetables que sean personalmente.

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    3. Tienes razón. En cuanto a esta serie de verano, a ver qué otras serpientes salen su escondrijo. En la de esta semana todavía se oye el eco del cascabel...

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  5. Me ha encantado y tranquilizado leer que el Quijote está lleno de páginas tediosas. Tengo muy reciente una relectura durante la cual he pensado muchas veces esto mismo: que son preciosas, bien escritas y agradables las razones y chácharas que se cruzan don Quijote y Sancho, pero que hay bastantes episodios estúpidos, traídos por los pelos e incluso indignantes. En la segunda parte, toda la larguísima estancia con los duques abunda en crueldad, burlas vesánicas e intenciones indignas. Parece mentira que "gentes de calidad" (como gusta de decir Cervantes) dediquen tanto tiempo, dinero y preparativos a burlarse y ensañarse con un pobre loco. Muy malparada sale la nobleza española, no entregada precisamente a las artes ni a las ciencias, sino a divertirse haciendo escarnio de un desahuciado. ¿O quizás pretendía Cervantes, resentido, trasmitir esa imagen? Seguro que alguien ha estudiado el curioso y despreciable comportamiento de los duques.

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    1. Pues gracias a ellos Don Quijote, por primera vez, cree verdaderamente ser caballero andante...

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    2. Pero también creo que es un libro éticamente sobrevalorado. ¿Adónde puede llevar la sacralización de una sátira? Porque para muchos individuos, el Quijote es "sagrado"... Las Filipinas de un fácil orgullo heredado, el Señor de los anillos de la literatura adulta...

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  6. Abdón Escosura Bode15 de julio de 2017, 10:05

    La carcundia nacional (la de ahora) es capaz hasta de echar un cable a la mangante nobleza de la España eterna. Vaga, analfabeta, matachín, aun así no falta quien diga de ella que, además de la burla (una de las crueldades de la raza es hacer mofa de los deformes, los locos, los desvalidos) le debe algo el Caballero de la Triste Figura Figura. Algo así como que debiéramos estar agradecidos a Clemente VIII porque el Campo dei Fiori tenga hoy en su centro la bonita estatua de Giordano Bruno.
    No tienen remedio.

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    1. El problema, mi querido señor, no es la "carcundia", sea ello lo que sea, sino la intolerancia. ¿Está usted seguro de no tener nada que ver con ella? Porque yo, cómo se lo diría.

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  7. Mi intolerancia de currito del pueblo de poco me iba a valer; la temible es la de los de siempre, la de los que mandan y mandaron en este secarral que tan bien pintó Solana y antes Goya, la misma que se burló de don Quijote, esa que quema, castra y decapita: la misma que ahora mismo nos está robando la sangre y el futuro. La misma, la eterna, la, al parecer, irremediable. Pero veremos.

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    1. ¡Cuánta seguridad en quiénes son los buenos (los suyos, of course) y quiénes los malos! No hay cosa que uno tema más que a los dueños -por naturaleza- de la Verdad: cometerán las mayores atrocidades sin despeinarse, es más, sin perder la sonrisa, seguros como están de que el Absoluto de que se trate (Dios, la Razón, la Verdad, el que toque) no sólo está de su parte, sino que los mira con particular complacencia. Miedo me dan, ya digo.

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  8. Pues a mi mí el que me da miedo es Rajoy, mirusté. Más Aznar, lo reconozco.

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