Había estado yo leyendo la noche antes un libro de Borges
que desconocía, Veinticinque Agosto 1983,
publicado en Italia (ignoro si hay edición española) en 1979, cuando cumplió
ochenta años, y en el que anticipaba su suicidio, y de pronto me sorprendió su
silueta inconfundible, apoyado en el bastón, la cabeza alta, como observando atentamente
la silueta nevada del Etna que se alzaba frente a él.
Era a
comienzos de 1984, yo había estado los últimos meses un tanto retirado e
ignoraba si aquella profecía se había cumplido o no. Cerré un momento los ojos,
como ante una imagen ilusoria. ¿Qué iba a hacer Borges solo en una plaza de
Taormina aquella desapacible mañana de invierno?
Me acerqué
cauteloso. Inmóvil, parecía una de esas estatuas hiperrealistas que por
entonces comenzaban a ponerse de moda. Sorprendentemente, como si su ceguera
fuera fingida, notó mi presencia y me hizo un gesto para que me sentara a su
lado. Comenzó a hablar muy despacio, con un borroso tartamudeo. Me costó al
principio entender lo que decía.
––¿Tiene
usted papel y lápiz? Acabo de recordar una historia que leí hace tiempo en los Anales de primavera y otoño, de Lu Bu We
, y que me olvidé de dictarle a Adolfito cuando preparábamos la antología Cuentos breves y extraordinarios.
Por un
momento pensé que no era Borges, que era un actor que hacía el papel de Borges,
como me ocurrió una vez en el Chiado lisboeta con Pessoa. Pero saqué mi moleskine, el bolígrafo y me dispuse a escribir.
Pronunciaba
cada frase muy despaciosamente, repitiéndola varias veces. Me recordó a los
dictados que hacíamos en la escuela.
ENTRE DOS DEBERES
Un noble
señor se paseaba a caballo por el bosque. Al llegar a un puente, su caballo se
espantó y no quiso seguir adelante. El noble le dijo entonces a Tsing Ping, su
criado:
––Ve a ver
qué pasa. Parece que hay un hombre escondido.
Tsing Ping
avanzó unos cuantos pasos y vio a su amigo Yu Yang al acecho, con un arma en la
mano.
––Abandona
a tu amo, tengo una cuenta que ajustar con él.
––De
jóvenes fuimos los mejores amigos y me hiciste grandes favores. Si algo tramas
y yo lo delato, falto a mi deber de amigo. Pero quieres causarle un daño a mi
señor. Si no le advierto, falto a mi deber de sirviente. Un hombre en mi
situación no tiene más remedio que morir.
Dicho esto,
se retiró y se suicidó.
REMORDIMIENTO
––¿Usted
cree que yo debería suicidarme, como ya conté en un cuento? Apoyé el gobierno
de unos caballeros que venían a poner orden en mi país, enfangado por las
hordas peronistas. Luego resulta que no lo eran tanto y robaron niños y
torturaron inocentes. ¿Tengo yo las manos llenas de sangre por haberlos
aplaudido y no haber hecho nada cuando a mi apartamento de la calle Maipú
comenzaron a llegar los siniestros rumores? Alguna vez asistió a mis
conferencias algún coronel o general y yo le di la mano y lo consideré un gran
honor. Y seguramente se iba después a la Escuela de Mecánica de la Armada, o a
cualquier otra sucursal del infierno, a disfrutar con sus fechorías. No sé por
qué le cuento esto, que nunca he contado a nadie. Pero a veces, ¿recuerda usted
la película de Hitchcock Extraños en un
tren?, le contamos a un desconocido lo que no nos atreveríamos a contar a
nuestro amigo más íntimo.
Luego se
quedó en silencio, como admirando el panorama. Al frente, la mole del Etna,
blanca y rosa, con una fumarola en la cumbre que se difuminaba en el azul del
cielo; a un lado, las villas que escalaban la ladera de la montaña; al otro, el
hondo valle y la bahía surcada por algún velero.
Iba ya a
despedirme, cuando comenzó de nuevo a hablar.
CONFIDENCIAS
––¿Está usted
casado? Yo lo estuve y preferiría pegarme un tiro antes de volver a cometer
semejante estupidez. Afortunadamente ya soy viejo, muy viejo, y eso trae muchas
desventuras pero también nos aleja de ciertos peligros. Para nosotros los
argentinos, ¿sabe usted?, la amistad es quizá más importante que el amor.
¿Le gustan
a usted las historias de Sherlock Holmes? Yo ahora ando dándole vueltas en la cabeza
a un poema que quiero dedicarle: “Es casto. Nada sabe del amor. No ha querido.
/ Ese hombre tan viril ha renunciado al arte / de amar. En Baker Street vive
solo y aparte”.
Digo que
vive solo, pero no es verdad. Vive
con John Watson. A mí siempre me ha gustado vivir de la misma manera. Tuve
diversos Watson, que alguna vez fueron mujeres. Pero con una mujer la amistad
siempre está a punto de echarse a perder. Suelen acabar buscando el contacto
físico, que a mí me parece poco higiénico y nada desagradable. Con la amistad
viril no se corre ese riesgo.
En el peor
momento de mi vida, cuando me sentía más desdichado, cuando había cometido el
peor de los pecados que un hombre puede cometer, casarme, y no sabía cómo
escapar de aquella trampa, encontré en Massachusetts a uno de mis Watson.
Gracias a él volví a escribir cuentos. Recuerdo, como uno de los momentos más
felices de mi vida, las tardes que pasábamos en el despacho de la Biblioteca
Nacional traduciendo conjuntamente mis libros al inglés o escribiendo a dos
manos mi autobiografía.
Cuando yo
me escapé de casa, como un delincuente, ¿se lo podrá usted creer?, él estaba
allí, apoyándome. Los dos estuvimos escondidos durante toda una semana, primero
en Córdoba, luego en Coronel Pringles, mientras los abogados tramitaban la
separación. Recuerdo cómo temblaba yo en el aeropuerto, al retrasar el vuelo el
mal tiempo. De un momento a otro, temía ver aparecer en la sala de embarque a
la mujer con la que me había casado, gritar mi nombre, tomarme de la oreja, llevarme
a casa a empujones como a un niño malcriado. Me trataba así.
LA PAREJA PERFECTA
––¡Sherlock
Holmes y John Watson, esa sí que es una pareja perfecta! ¡Trabajar juntos en ejercicios
de inteligencia y tener cerca a la señora Hudson o a la fiel Fanny para las
tareas domésticas!
¿Se ha dado
usted cuenta de que, en las historias de Conan Doyle, lo que menos nos importa
es la solución del enigma? Es el defecto de las novelas policiales, a las que
en un tiempo fui tan aficionado. Demasiadas páginas para resolver un acertijo.
Lo que nos interesa es la relación entre Holmes y Watson, su desinteresada
amistad, su complementariedad. Algo así ocurre con el Quijote, escrito un poco a la diabla, lleno de páginas tediosas
(que me perdonen los cervantistas), pero que se salva en cuanto el hidalgo y
Sancho se ponen a hablar. No nos cansamos de escucharles. Lo que les pase nos
da un poco lo mismo, siempre que les pase a ellos. Por eso Holmes y Watson
siguen vivos, pueden aparecer en el cine, en el teatro o en la televisión,
protagonizar modernas aventuras. Como el mito, son de todos los tiempos, no de
la Inglaterra victoriana.
PESADILLA
Yo
escuchaba todo con mucha atención, pero no tomaba notas. La hoja con el texto
que Borges me había dictado la arranqué del cuaderno y se la entregué. La
guardó, arrugada, en uno de sus bolsillos. No sé hasta qué punto soy fiel a lo
que le escuché entonces.
––Rubén
Darío contó en un artículo cómo se encontró con Sherlock Holmes en Venecia y la
aventura que le ayudó a resolver. No sé si conoce usted esa historia. Apareció
en una de las crónicas de La Nación,
pero luego no en ninguno de sus libros. Adolfito (perdone, yo siempre le llamo
así, quiero decir Bioy Casares) me pasó la página amarillenta. El poeta sufrió
persecución toda la vida por parte de una mujer con la que había cometido el
error de casarse. Bueno, fue un crimen, no un error. Los primos o los hermanos
de ella, no sé bien, le emborracharon y le obligaron a casarse a punta de
pistola. La mujer se llamaba Rosario Murillo y, al parecer, cuando se encontró
con Sherlock en el Florian llevaba una de sus cartas en el bolsillo. Me han
leído esas cartas, llenas de insultos, amenazas y faltas de ortografía: “El
hijo de tu querida no es tuyo porque dicen que corresponde a la fecha en que
ella estuvo sola en París. A ella no la envidio, tener un amante que comete
adulterio y estar expuesta a que a las seis de la mañana me presente yo con un
comisario para constatar el adulterio y que la envíen a la cárcel no es ser
feliz”. La vida de Rubén, por culpa de esa mujer, fue un cuento de terror. Como
estuvo a punto de serlo la mía.
Si tardé en
separarme, si aguanté tanto, una eternidad, casi tres años, fue porque me temía
que si la dejaba la tendría luego el resto de mi vida persiguiéndome, interrumpiendo
mis conferencias, castigándome al cuarto oscuro como a un niño malcriado.
La aventura
de Sherlock en Venecia tenía que ver con el pretendiente carlista, que cometió
el error de volverse a casar con una mujer más joven, una mujer que puso todo
su empeño en enemistarle con los hijos y apartarle de la causa. Valle-Inclán,
con quien coincidí una vez en el Regina, la llamaba “el ángel malo del carlismo” y también otras
cosas malsonantes que prefiero no repetir. En cuanto murió don Carlos, vendió a
mejor postor todas las reliquias que guardaba en el palacio de Loredán.
Yo cometí
el error de casarme una vez y en mis pesadillas vuelvo a hacerlo. Mi Watson de
estos años se quita la careta en el sueño y es una ambiciosa mujer que, una
mañana, sin avisar a nadie, ni a mí siquiera, me cambia de casa, de ciudad, de
país. Me impide comunicarme con cualquiera de mis amigos, echa a Fanny del
apartamento donde convivió treinta años conmigo y con mi madre, se queda como
un cancerbero a la puerta de mi celda mientras yo agonizo. Pero también tengo
sueños más agradables, con final felia. Suena una música, como en las películas
que veíamos de niño, y aparece Adolfito o Di Giovanni o Alifano la apartan de
un empujón y me devuelven de nuevo a las calles de Buenos Aires.
CASTIGADO
Volvió a
callar y a contemplar fijamente, o eso me pareció a mí, la mole cercana, casi a
alcance de la mano, del volcán.
––¿Recuerda
la historia de Empédocles? Se arrojó al Etna para que no se encontrara su
cadáver y le creyeran un dios. Pero aparecieron sus sandalias y se vio que era
solo un pobre hombre con ansias de gloria. Si yo decidiera ahora arrojarme al
cráter, como el filósofo, ¿me ayudaría usted a llegar hasta allí?
Yo me quedé
mirándole, muy serio, pero él soltó una carcajada. “No haga caso, estaba
bromeando”.
https://www.iberlibro.com/products/isbn/9788485876099/3242708401
ResponderEliminarMe sorprende, JLGM, que no conozcas esta estupenda colección. Yo la tengo casi completa. ¿No será una boutade y estoy haciendo el canelo con esta intervención? O es que prefieres leer al maestro de Maipú en italiano como él preferia leer el Quijote en inglés?
Es que estoy hablando de 1984 y entonces no conocía la edición española de ese libro, que apareció por primera vez (el año 1979) en italiano, como toda la colección.
EliminarPero dices que ignoras si hay edición española...
EliminarYa no lo ignoro. Esa colección de Franco Maria Ricci se publicó también en español, pero yo no tengo la edición española de ese volumen (de hecho, el cuento sobre el suicidio solo lo he leído en italiano).
EliminarHablando de traducciones, ¿sabíais que Luis Alberto de Cuenca tiene una versión de los dos primeros cantos de la Ilíada? Ha salido recientemente en Reino de Cordelia.
EliminarBendita sea por siempre la memoria de Jorge Luis Borges, uno de los seres humanos que con mas sobriedad, elegancia, tersura y precisión ha escrito nunca en lengua castellana. Lo descubrí un poco demasiado tarde, pero me resarcí leyendo de un tirón su obra completa durante una convalecencia o un desempleo. Viví durante esos meses iluminado y levitante.
ResponderEliminar¿Me permitirán?
Algún recuerdo limitado y menguante de Herbert Ashe, ingeniero de los ferrocarriles sel Sur, persiste en el hotel de Adrogué, entre las efusivas madreselvas y en el fondo ilusorio de los espejos. En vida padeció de irrealidad, como tantos ingleses.... Mi padre había estrechado con él (el verbo es excesivo) una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y que muy pronto omiten el diálogo".
De FICCIONES.
En la infancia yo ejercí con fervor la adoración del tigre: no el tigre overo de los camalotes del Paraná y de la confusión amazónica, sino el tigre rayado, asiático, real, que sólo pueden afrontar los hombres de guerra, sobre un castillo encima de un elefante. Yo solía demorarme sin fin ante una de las jaulas en el Zoológico; yo apreciaba las vastas enciclopedias y los libros de historia natural, por el esplendor de sus tigres. (Todavía me acuerdo de esas figuras: yo que no puedo recordar sin error la frente o la sonrisa de una mujer.)
De EL HACEDOR
Muy hermoso, gracias.
Eliminar"Estos rigores invernales de Weimar se atemperan si leo su poema de usted, Amanda querida, enhebrado en esa letra minuciosa de altísmas eles y de eses profusas como sierpes. Y en ese papel perfumado, digno del tesoro de su dulcísimo verbo, terso en ese espacio blanco, tan grácil y alado, viene a mí con temblor de paloma torcaz tras larga singladura ultramarina".
ResponderEliminarTengo este apunte en mi libreta y no me acuerdo a santo de qué. ¿Sabe alguno de ustedes de quién puede ser el texto?
En el blog titulado "Zumo de poesía", entrada del 6 de Julio de 2016, aparece como primer comentario el texto siguiente:
Eliminar"F. dijo...
He escrito esto a una dama y me ha plantado, dizque por cursi:
"Estos rigores invernales de Weimar se atemperan si leo su poema de usted, Amanda querida, enhebrado en esa letra minuciosa de altísmas eles y de eses profusas como sierpes. Y en ese papel perfumado, digno del tesoro de su dulcísimo verbo, terso en ese espacio blanco, tan grácil y alado, viene a mí con temblor de paloma torcaz tras larga singladura ultramarina..."
¿Qué hago, me enmiendo y hablo cheli?".
No sé si eso responderá a su pregunta, estimado señor.
Perdón: es el segundo comentario, no el primero.
EliminarDe F.:
Eliminarhttp://zumo-de-poesia.blogspot.com.es/2016/07/sin-ningun-instrumento-por-adam.html?m=0
No sé. Pero lo de "la paloma torcaz" y la "singladura marina" no apunta a nada bueno. Ja ja ja!
Eliminar¿Tal vez sean de "Torcaces sobre el Indico", de Magdalena H. Navascúes? ;-)
Gracias, señores; les confieso que pensaba en R.M. Rilke, pero veo que no andaba muy descaminado.
EliminarDejo a la discreción del titular del blog el dar o no salida a este comentario que había enviado al blog del distinguido A. Trapiello y que veo que se ha quedado en el limbo. A Higins le fastidia dedicar algo de su tiempo a escribir cosas que estima comedidas y en absoluto ofensivas para el destinatario y que este se permita censurarlas, siendo que tiene abierto un foro a la partipación sensata. El comentario en cuestión era respuesta a un post que cuelga ahora del referido blog y que es un tendencioso alegato islamófobo. Va:
ResponderEliminarEL ISLAM ES CULPABLE
Ay, amigo..., ¿cómo no habría yo caído antes en la cuenta? Pues resulta que nuestras ciudades (y nuestras patrias) dejaron de ser lugares donde iba a ser fácil ganarse el pan y gastarse el excedente de los salarios de forma divertida y excitante..., cuando las hordas musulmanas comenzaron a plantar sus apestosas babuchas en los virginales predios de la sagrada patria cristiana (y no cuento la etapa que va de 711 a 1492, que esa fue amortizada y cómo).
Será, entonces, que Franco ya leía subrepticiamente -antes del sueño de piedra que tienen los malvados- los venenos del Al Corán y que por eso nos resultó como nos resultó. Y así aquella España que ya había enfilado el camino que la iba a convertir en lugar donde sería fácil ganarse el pan y gastarse el excedente de los salarios de forma divertida y excitante..., fue teatro sangriento de la mayor masacre que un español haya ejercido contra otros españoles. Influencias nefastas de leer el Al Corán al filo de la medianoche.
¿De veras creía usted, Mister Higgins, habitualmente tan bien avisado e informado, que el frenético censurador aludido le iba a publicar semejante comentario? Lo conoce mal. Habla usted de cosas comedidas y en absoluto ofensivas; pero para alguien suficientemente arrogante, suficientemente enemigo del debate y los libres pareceres, la discrepancia es ya ofensiva. En este caso, de modo patente.
EliminarLa verdad es que yo creo que, cuando uno da una opinión con su propio nombre, se le debe replicar también dando el nombre. A mí los comentaristas anónimos (sea o no una costumbre en Internet, en cualquier caso una mala costumbre), la verdad es que no me merecen demasiado respeto, por muy respetables que sean personalmente.
EliminarTienes razón. En cuanto a esta serie de verano, a ver qué otras serpientes salen su escondrijo. En la de esta semana todavía se oye el eco del cascabel...
EliminarMe ha encantado y tranquilizado leer que el Quijote está lleno de páginas tediosas. Tengo muy reciente una relectura durante la cual he pensado muchas veces esto mismo: que son preciosas, bien escritas y agradables las razones y chácharas que se cruzan don Quijote y Sancho, pero que hay bastantes episodios estúpidos, traídos por los pelos e incluso indignantes. En la segunda parte, toda la larguísima estancia con los duques abunda en crueldad, burlas vesánicas e intenciones indignas. Parece mentira que "gentes de calidad" (como gusta de decir Cervantes) dediquen tanto tiempo, dinero y preparativos a burlarse y ensañarse con un pobre loco. Muy malparada sale la nobleza española, no entregada precisamente a las artes ni a las ciencias, sino a divertirse haciendo escarnio de un desahuciado. ¿O quizás pretendía Cervantes, resentido, trasmitir esa imagen? Seguro que alguien ha estudiado el curioso y despreciable comportamiento de los duques.
ResponderEliminarPues gracias a ellos Don Quijote, por primera vez, cree verdaderamente ser caballero andante...
EliminarPero también creo que es un libro éticamente sobrevalorado. ¿Adónde puede llevar la sacralización de una sátira? Porque para muchos individuos, el Quijote es "sagrado"... Las Filipinas de un fácil orgullo heredado, el Señor de los anillos de la literatura adulta...
EliminarLa carcundia nacional (la de ahora) es capaz hasta de echar un cable a la mangante nobleza de la España eterna. Vaga, analfabeta, matachín, aun así no falta quien diga de ella que, además de la burla (una de las crueldades de la raza es hacer mofa de los deformes, los locos, los desvalidos) le debe algo el Caballero de la Triste Figura Figura. Algo así como que debiéramos estar agradecidos a Clemente VIII porque el Campo dei Fiori tenga hoy en su centro la bonita estatua de Giordano Bruno.
ResponderEliminarNo tienen remedio.
El problema, mi querido señor, no es la "carcundia", sea ello lo que sea, sino la intolerancia. ¿Está usted seguro de no tener nada que ver con ella? Porque yo, cómo se lo diría.
EliminarCarcundia?
EliminarMi intolerancia de currito del pueblo de poco me iba a valer; la temible es la de los de siempre, la de los que mandan y mandaron en este secarral que tan bien pintó Solana y antes Goya, la misma que se burló de don Quijote, esa que quema, castra y decapita: la misma que ahora mismo nos está robando la sangre y el futuro. La misma, la eterna, la, al parecer, irremediable. Pero veremos.
ResponderEliminar¡Cuánta seguridad en quiénes son los buenos (los suyos, of course) y quiénes los malos! No hay cosa que uno tema más que a los dueños -por naturaleza- de la Verdad: cometerán las mayores atrocidades sin despeinarse, es más, sin perder la sonrisa, seguros como están de que el Absoluto de que se trate (Dios, la Razón, la Verdad, el que toque) no sólo está de su parte, sino que los mira con particular complacencia. Miedo me dan, ya digo.
EliminarPues a mi mí el que me da miedo es Rajoy, mirusté. Más Aznar, lo reconozco.
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