domingo, 27 de abril de 2014

A buen entendedor: De librerías y melancolías


Viernes, 18 de abril
EN EL CITICORP

En este día de fiesta, la ciudad está llena de grupos escolares, llegados de los más apartados rincones del país. El único lugar donde descansar un rato tranquilo es, curiosamente, mi lugar favorito: el atrio del Citicorp. Cuando llego, una pianista (¿la misma de aquella remota tarde de domingo de 1990 en que lo descubrí?) salpica de melancolía a los solitarios que ocupan las mesas.
            Luego, en el café de la librería, con sus grandes ventanales a la Tercera Avenida y su familiar friso de escritores, continúo la tradición tertuliera –por aquí pasaron Xuan Bello, Silvia Ugidos, Martín López-Vega, Javier Almuzara-- hojeando unos libros y garabateando unos versos: “El mundo se vacía en esta hora. / Vuelvo a estar solo como antes / de la invención de Eva. / Dios dormita más allá de todo / en su agujero negro; / quizá bostece, como yo, aburrido / del paraíso estéril que ha creado. / Los animales andan en parejas / y parecen felices; / los miro sin envidia y con rencor, / vanas bestias que ignoran / como yo su destino / y, al contrario que a mí, no les importa. / Yo soy el rey de un mundo sin confines / y el más miserable de los seres. / Solo Dios, por ser Dios, está más solo”.
            Los versos vienen de no sé dónde, de algún sótano oscuro, no reflejan mi estado de ánimo en esta festiva y tranquila tarde neoyorquina.


Domingo, 20 de abril
SIN PIES NI CABEZA

Tiene todos los ingredientes para seducirme: bibliotecas, trenes, Lisboa, un libro misterioso, Jeremy Irons. Reconozco de inmediato la primera imagen: es una panorámica de Berna desde el Jardín de Rosas. Y yo he cruzado también ese puente de hierro sobre el río Aar desde el que una joven intenta suicidarse. Pero qué pronto defrauda este Tren de noche a Lisboa, a pesar de que comienza citando a Marco Aurelio y buena parte de la acción transcurre entre los opositores al régimen de Salazar mientras se prepara la revolución de los claveles. Nada resulta creíble. Ni el autor del libro en que se basa el guión (suizo) ni el director, Bille August, creo que danés, saben de qué hablan. Nada tiene ni pies ni cabeza. El protagonista es un pobre tonto que coge un tren a Lisboa, sin hacer siquiera el equipaje, porque en la gabardina de una chica que intenta suicidarse (y a la que lleva a clase en lugar de a su casa para que se cambie de ropa) encuentra un libro que le gusta de un autor portugués. No se le ocurre buscar antes en google si ese escritor está vivo o muerto. La oposición salazarista se confunde con la resistencia francesa. ¿Desde cuándo un opositor a Salazar puede pedirle a otro que asesine a un juez solo porque es juez? ¿Y la imagen de una multitud enfurecida persiguiendo por las calles a un comisario de policía antes de la Revolución? En fin, a qué seguir. Una obra de ficción, para ser creíble, tiene que ser muy rigurosa en todos los elementos de no ficción que incluye. Pero ya no quedan productores como los de antes. A mí me presentan el guión de Night Train to Lisbon y no tacho nada, lo rompo por la mitad, lo tiro a la papelera y mando que lo reescriban de nuevo, pero que primero busquen el asesoramiento adecuado sobre Portugal –no basta con ofrecer bonitas postales de Lisboa-- y sobre la época en que transcurre al acción.


Lunes, 21 de abril
GÓNGORA Y LA MARQUESA

“Mi Universidad fueron las librerías –le dice a Jorge Carrión el dueño de una rara librería neoyorquina que abre a horas intempestivas y en la que al parecer sirven whisky gratis--. De las de mi época solo sobrevivió Strand, que es la peor y compra a granel; yo en cambio selecciono los libros uno por uno, aunque me salga más caro”.
            Los miles y miles y miles de libros de Strand no se podían seleccionar uno por uno, obviamente, y gracias a eso se encuentran siempre rarezas, incluso en español, a poco precio. En mi última visita, por ejemplo, una edición del “Romance de Angélica y Medoro” comentada hermosamente por Dámaso Alonso. La edición fue de 500 ejemplares numerados –el mío es el 405—y al final viene la lista de los doscientos tres suscriptores. Los más sorprendentes, al menos para mí, son el primero y el último (el segundo es Camilo José Cela). La primera suscriptora de los 14 ejemplares impresos en papel especial es la Exma. Sr. Marquesa de Casa Valdés, esto es, la suegra de uno de esos personajes que dan tanto juego a los periodistas, Esperanza Aguirre, y el ejemplar quizá se encuentre en la biblioteca de su palacio de Pravia. También debió de ser un peculiar personaje, aunque de otro estilo, esa marquesa que se interesaba por Góngora. Pero más curioso resulta todavía el último suscriptor: “Catedra de Ateísmo. Biblioteca. Roma”. ¡En los años sesenta había una cátedra de ateísmo en Roma! ¿Seguirá existiendo todavía? Habría que promover una cátedra semejante en la universidad española. A una cátedra así no me importaría hacer oposiciones.


Miércoles, 23 de abril
UN REGALO

Paso por la librería del Campillín y me dicen que un chico ha dejado dinero para que me lleve el libro que quiera. Valdés ha traído del almacén varios que pueden interesarme. Y yo me quedo con tres, muy contento de ese regalo anónimo, inesperado e inmerecido. El primero es de Diego Hidalgo, aquel notario extremeño que viajó a la Unión Soviética en los años veinte y luego fue ministro con Lerroux. Se titula Nueva York. Impresiones de un español del siglo XIX que no sabe inglés y está lleno de minuciosos detalles exactos (el autor no ha olvidado su profesión de notario). Le decepcionan las librerías, especialmente Brentano, que yo todavía llegué a conocer. Un viaje al Nueva York de 1946, un viaje en el tiempo, que son los que a mí más me gustan. También viajo en el tiempo, y a qué tiempo, con las crónicas que Jacinto Miquelarena reúne en Un corresponsal en la guerra. Están escritas en el Berlín de 1941 y publicadas al año siguiente. Todo es asombro y maravilla ante ese prodigio de la civilización que es la Alemania nazi; a su alrededor solo decadencia y barbarie. Ni siquiera falta un lírico elogio de la muerte en combate: “Estas tumbas de los muchachos de Alemania dan una impresión de descanso y de verdad, en medio de los trigos, verdes todavía. Han muerto alegremente, en la guerra, con un fusil en la mano y una canción en los labios. En el casco de uno de estos caídos sus compañeros dejaron una flor. Está colocada como en el ojal de una solapa, en el orificio del balazo que le llevó a la muerte. Cuando la muerte llega así, limpiamente, a pleno sol, es como una rosa”. Fascismo y lirismo –“a los pueblos los mueven los poetas”, decía José Antonio-- siempre se han llevado bien, demasiado bien. El tercer regalo es una antología de la literatura epistolar prologada por Alfonso Reyes. Cuántas mínimas y secretas obras maestras que nos permiten “el deleite desinteresado de viajar por esos paisajes interiores del hombre y de la mujer que solo las cartas nos franquean”, como afirma el prologuista.
            Cada vez me interesan más los libros que son puertas para salir al mundo, miradores sobre territorios desconocidos, máquinas de viajar en el tiempo, laboratorios para averiguar lo que nos pasa. La “obra en sí”, y que me perdonen Flaubert y los teóricos de la literatura, cada vez me interesa menos.


Jueves, 24 de abril
VIAJE DE TRABAJO

Mientras voy de un lado a otro por el bucólico lugar, cada vez más nervioso ante la cara de pasmo que ponen los lugareños ante mi pregunta, una pregunta que al parecer nunca antes habían escuchado, suena el teléfono. “Completamente perdido”, respondo al habitual “qué tal estás”. “¿No has vuelto aún del viaje?”, “He vuelto, pero estoy como aquella vez que fuimos a visitar el templo tibetano de Staten Island y nos encontramos en una parada de autobús en medio de ninguna parte, sin nadie a quien preguntar y de pronto estalló una furiosa tormenta. ¿Recuerdas? Cuando no hallábamos forma de llegar hasta el embarcadero, y tuvimos que comer en un restaurante mexicano que se llamaba Los Lobos. Y la poca gente del lugar con la que nos cruzamos nos miraba como si fuéramos extraterrestres. Pues ahora me pasa lo mismo. Pregunto a unos y a otros, en la librería, en la farmacia, a los ociosos que toman el sol en la plaza, y todos, tras extrañarse ante mi pregunta, responden --muy amablemente, eso sí-- que lo ignoran. Frente al Alimerka (hay un Alimerka, no estamos tan lejos del mundo conocido) encuentro una marquesina de autobús de la que han borrado cuidadosamente cualquier indicación de horarios o de posibles líneas que tengan allí su parada”.
            Mi amiga no se acaba de creer lo que le cuento. “¿Y cómo llegaste hasta ahí? Vuelve de la misma manera”. “Vine en taxi, doce euros y medio, después de esperar media hora un autobús que no acababa de llegar. Y ahora pediría otro taxi, en cuanto averiguara el número, porque parece que hay que llamar a otra centralita, pero resulta que he venido en viaje de trabajo, a evaluar las prácticas de una alumna, y lo paga la Universidad y no están los tiempos para muchos despilfarros a costa del erario público”.
            Tras la llamada de mi amiga, y media docena de vanas preguntas más, una señora se apiada de mí y me dice que no sabe nada de autobuses, pero que puede llevarme en su coche hasta el Carrefour y que allí quizá me resulte más fácil encontrar uno. Me para delante de una marquesina y en ese preciso momento llega un Alsa, pregunto si va a Oviedo, me dicen que sí, entro y me siento aliviado. Pero mi gozo dura poca: el autobús da la vuelta y vuelve al lugar del que yo acababa de librarme. Me levanto de un salto, aterrado, creyéndome que me iba a pasar el resto de mi vida, como un personaje de Kafka, dando vueltas en aquel bucólico lugar de pesadilla, y le pregunto al conductor: “¿De verdad va a Oviedo? ¿De verdad va a Oviedo?”
            Y de verdad iba a Oviedo. Y luego, ya en la habitual tertulia de La Corte, le cuento a mis amigos la aventura y el resultado de mis averiguaciones posteriores (me gusta, hasta dónde es posible, saber el porqué de todo) . “Resulta que, por alguna razón que se me escapa, los visitantes (y especialmente si no tienen coche) no son bien venidos en el lugar. Hay, sí, varios autobuses que llevan hasta allí: el Alsa con paradas hacia Gijón y Hortal. Pero no a todas las horas, sino solo a algunas, y en la estación y por Internet te dan una información equivocada. Y las personas que usan los autobuses parece que se han conjurado, no me digáís por qué, para no revelarle a nadie, ni siquiera a ninguno de sus vecinos, el secreto de esos horarios”.
            “Martín, Martín, cómo eres. Tú no necesitas ir a Nueva York para tener algo que contar. A ti te basta con ir hasta la Fresneda”.


Viernes, 25 de abril
CUATRO PASOS

Antes de comenzar la clase, me refiero a la fecha de hoy, a aquel abril de hace cuarenta años. Algunos de los alumnos han oído hablar vagamente de la revolución de los claveles, otros no saben nada, pero todos quedan en buscar en youtube, nada más termine la clase, “Grândola, Vila Morena”. Yo recuerdo perfectamente las primeras confusas, contradictorias, ilusionadas noticias. Las oí por la radio, en el tren, cuando iba a dar clase. Lo que es historia antigua para unos es parte de la vida propia para otros.
             Luego, mientras comento un relato de Clarín, pienso que hace casi medio siglo yo me sentaba exactamente donde se sientan mis alumnos. Todos las facultades de la Universidad de Oviedo han cambiado de emplazamiento desde aquel 1968 en que yo comencé a estudiar. Solo Magisterio sigue en el mismo edificio y hoy, mientras hablaba, se me ha ocurrido pensar que en esos 46 años transcurridos desde aquella fecha no he avanzado mucho: cuatro pasos, literalmente cuatro pasos, separan el lugar donde me sentaba entonces del lugar desde el que hablo ahora.


9 comentarios:

  1. “No se le ocurre buscar antes en google si ese escritor está vivo o muerto”. Tal cosa no se le pudo ocurrir si “Night Train to Lisbon” está ambientada en los primeros 70. “En una enciclopedia”, no “en google”, paréceme a mí.

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  2. No queda muy claro en qué época está ambientada. Yo creo que en la actualidad. Los personajes han envejecido y ya no quieren hablar de la Revolución (en los primeros setenta no había móviles). En cualquier caso, la tontería no es menor. Leer un libro (hojearlo porque todo ocurre en el mismo día) e irse a coger un tren para ver al autor (todos creíamos que era para seguir a la frustrada suicida, pero nos equivocábamos) resulta bastante inverosímil. Se podría hacer una enciclopedia con los disparates de la cinta.

    JLGM

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    1. Yo también di un respingo cuando leí lo de Google en el post-salazarismo.
      Por cierto, Martín; dicen mis amigos que tengo un parecido asombroso con Jeremy Irosns; pero soy más alto (rozo los dos metros) y un poco más musculado ("proteico", que me llamaste un día, aunque seguro que querías referirte a cosa diferente de mis empaquetados aminoácidos). Lo comento porque seguro que me habrás de autografiar algo tuyo en el futuro, con esa caligrafía endemoniada (quizá de influencia islámica: es que viajas tanto...).
      Ya sabes: ojo a Hércules de sonrisa socarrona mirándote desde arriba.
      Salute.

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  3. Mi enhorabuena, José Luis, Me felicito y te felicito por esta entrega de la que he disfrutado tanto. Con esos bellos versos "garabateados", hubiera sido suficiente, pero la coronan tus comentarios librescos y tus aventuras de lo cotidiano maravilloso o enigmático. Por otra parte, coincido con tu impresión del film de Bille August, lo que en principio promete, comienza una espiral de inverosimilitud y ligereza argumental que pasma: el final en la casa de Finisterre es descorazonador.

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  4. Como no podía ser de otra manera, José Luis García Martín tiene letra de escritor. Y la letra de quienes escriben siempre me parece algo hermoso. Además, parece que corrige tanto como Lope de Vega, algo también normal en los poetas, o al menos en aquellos cuyos originales he podido ver, que están llenos de tachaduras y correcciones. No me extraña, por último, la atracción en las películas de Jean - Luc Godard por filmar a una persona escribiendo, ese deslizarse por el papel un bolígrafo o lápiz, y en varias ocasiones para escribir poemas, por cierto, creados por el propio Godard, todo sea dicho de paso.

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  5. Yo solo escribo a mano cuando no tengo a mano el ordenador o la tablet. Entiendo mi letra, cuando escribo depresiva, con dificultad.

    JLGM

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  6. ¿Te sale una caligrafía especial cuando estás deprimido, Martín?

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    1. El depresiva de arriba es una errata, quería decir "deprisa".

      JLGM

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    2. Ya lo sé, Kurtz, pero te confieso que por un momento dudé de si no habría un modelo de caligrafía que se denominara "depresiva" (como "cursiva", por ejemplo), un poco influido por la escasa altura de tus consonantes altas que, por serlo, alguien pudiera percibirlas un tanto "deprimidas".

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