Viernes,
18 de abril
EN EL CITICORP
En
este día de fiesta, la ciudad está llena de grupos escolares, llegados de los
más apartados rincones del país. El único lugar donde descansar un rato
tranquilo es, curiosamente, mi lugar favorito: el atrio del Citicorp. Cuando llego,
una pianista (¿la misma de aquella remota tarde de domingo de 1990 en que lo
descubrí?) salpica de melancolía a los solitarios que ocupan las mesas.
Luego, en el café de la librería,
con sus grandes ventanales a la Tercera
Avenida y su familiar friso de escritores, continúo la
tradición tertuliera –por aquí pasaron Xuan Bello, Silvia Ugidos, Martín
López-Vega, Javier Almuzara-- hojeando unos libros y garabateando unos versos:
“El mundo se vacía en esta hora. / Vuelvo a estar solo como antes / de la
invención de Eva. / Dios dormita más allá de todo / en su agujero negro; /
quizá bostece, como yo, aburrido / del paraíso estéril que ha creado. / Los
animales andan en parejas / y parecen felices; / los miro sin envidia y con
rencor, / vanas bestias que ignoran / como yo su destino / y, al contrario que
a mí, no les importa. / Yo soy el rey de un mundo sin confines / y el más
miserable de los seres. / Solo Dios, por ser Dios, está más solo”.
Los versos vienen de no sé dónde, de
algún sótano oscuro, no reflejan mi estado de ánimo en esta festiva y tranquila
tarde neoyorquina.
Domingo,
20 de abril
SIN PIES NI CABEZA
Tiene
todos los ingredientes para seducirme: bibliotecas, trenes, Lisboa, un libro
misterioso, Jeremy Irons. Reconozco de inmediato la primera imagen: es una
panorámica de Berna desde el Jardín de Rosas. Y yo he cruzado también ese
puente de hierro sobre el río Aar desde el que una joven intenta suicidarse.
Pero qué pronto defrauda este Tren de
noche a Lisboa, a pesar de que comienza citando a Marco Aurelio y buena
parte de la acción transcurre entre los opositores al régimen de Salazar
mientras se prepara la revolución de los claveles. Nada resulta creíble. Ni el
autor del libro en que se basa el guión (suizo) ni el director, Bille August,
creo que danés, saben de qué hablan. Nada tiene ni pies ni cabeza. El
protagonista es un pobre tonto que coge un tren a Lisboa, sin hacer siquiera el
equipaje, porque en la gabardina de una chica que intenta suicidarse (y a la
que lleva a clase en lugar de a su casa para que se cambie de ropa) encuentra
un libro que le gusta de un autor portugués. No se le ocurre buscar antes en
google si ese escritor está vivo o muerto. La oposición salazarista se confunde
con la resistencia francesa. ¿Desde cuándo un opositor a Salazar puede pedirle
a otro que asesine a un juez solo porque es juez? ¿Y la imagen de una multitud
enfurecida persiguiendo por las calles a un comisario de policía antes de la Revolución ? En fin, a
qué seguir. Una obra de ficción, para ser creíble, tiene que ser muy rigurosa
en todos los elementos de no ficción que incluye. Pero ya no quedan productores
como los de antes. A mí me presentan el guión de Night Train to Lisbon y no tacho nada, lo rompo por la mitad, lo
tiro a la papelera y mando que lo reescriban de nuevo, pero que primero busquen
el asesoramiento adecuado sobre Portugal –no basta con ofrecer bonitas postales
de Lisboa-- y sobre la época en que transcurre al acción.
Lunes,
21 de abril
GÓNGORA Y LA MARQUESA
“Mi
Universidad fueron las librerías –le dice a Jorge Carrión el dueño de una rara
librería neoyorquina que abre a horas intempestivas y en la que al parecer
sirven whisky gratis--. De las de mi época solo sobrevivió Strand, que es la
peor y compra a granel; yo en cambio selecciono los libros uno por uno, aunque
me salga más caro”.
Los miles y miles y miles de libros
de Strand no se podían seleccionar uno por uno, obviamente, y gracias a eso se
encuentran siempre rarezas, incluso en español, a poco precio. En mi última
visita, por ejemplo, una edición del “Romance de Angélica y Medoro” comentada
hermosamente por Dámaso Alonso. La edición fue de 500 ejemplares numerados –el
mío es el 405—y al final viene la lista de los doscientos tres suscriptores.
Los más sorprendentes, al menos para mí, son el primero y el último (el segundo
es Camilo José Cela). La primera suscriptora de los 14 ejemplares impresos en
papel especial es la Exma. Sr.
Marquesa de Casa Valdés, esto es, la suegra de uno de esos personajes que dan
tanto juego a los periodistas, Esperanza Aguirre, y el ejemplar quizá se
encuentre en la biblioteca de su palacio de Pravia. También debió de ser un
peculiar personaje, aunque de otro estilo, esa marquesa que se interesaba por
Góngora. Pero más curioso resulta todavía el último suscriptor: “Catedra de
Ateísmo. Biblioteca. Roma”. ¡En los años sesenta había una cátedra de ateísmo
en Roma! ¿Seguirá existiendo todavía? Habría que promover una cátedra semejante
en la universidad española. A una cátedra así no me importaría hacer
oposiciones.
Miércoles,
23 de abril
UN REGALO
Paso
por la librería del Campillín y me dicen que un chico ha dejado dinero para que
me lleve el libro que quiera. Valdés ha traído del almacén varios que pueden
interesarme. Y yo me quedo con tres, muy contento de ese regalo anónimo,
inesperado e inmerecido. El primero es de Diego Hidalgo, aquel notario
extremeño que viajó a la Unión Soviética
en los años veinte y luego fue ministro con Lerroux. Se titula Nueva York. Impresiones de un español del
siglo XIX que no sabe inglés y está lleno de minuciosos detalles exactos
(el autor no ha olvidado su profesión de notario). Le decepcionan las
librerías, especialmente Brentano, que yo todavía llegué a conocer. Un viaje al
Nueva York de 1946, un viaje en el tiempo, que son los que a mí más me gustan.
También viajo en el tiempo, y a qué tiempo, con las crónicas que Jacinto
Miquelarena reúne en Un corresponsal en la guerra. Están escritas en el Berlín de 1941 y publicadas al año siguiente.
Todo es asombro y maravilla ante ese prodigio de la civilización que es la Alemania nazi; a su
alrededor solo decadencia y barbarie. Ni siquiera falta un lírico elogio de la
muerte en combate: “Estas tumbas de los muchachos de Alemania dan una impresión
de descanso y de verdad, en medio de los trigos, verdes todavía. Han muerto
alegremente, en la guerra, con un fusil en la mano y una canción en los labios.
En el casco de uno de estos caídos sus compañeros dejaron una flor. Está
colocada como en el ojal de una solapa, en el orificio del balazo que le llevó
a la muerte. Cuando la muerte llega así, limpiamente, a pleno sol, es como una
rosa”. Fascismo y lirismo –“a los pueblos los mueven los poetas”, decía José
Antonio-- siempre se han llevado bien, demasiado bien. El tercer regalo es una
antología de la literatura epistolar prologada por Alfonso Reyes. Cuántas
mínimas y secretas obras maestras que nos permiten “el deleite desinteresado de
viajar por esos paisajes interiores del hombre y de la mujer que solo las
cartas nos franquean”, como afirma el prologuista.
Cada vez me interesan más los libros
que son puertas para salir al mundo, miradores sobre territorios desconocidos,
máquinas de viajar en el tiempo, laboratorios para averiguar lo que nos pasa. La
“obra en sí”, y que me perdonen Flaubert y los teóricos de la literatura, cada
vez me interesa menos.
Jueves,
24 de abril
VIAJE DE TRABAJO
Mientras
voy de un lado a otro por el bucólico lugar, cada vez más nervioso ante la cara
de pasmo que ponen los lugareños ante mi pregunta, una pregunta que al parecer
nunca antes habían escuchado, suena el teléfono. “Completamente perdido”,
respondo al habitual “qué tal estás”. “¿No has vuelto aún del viaje?”, “He
vuelto, pero estoy como aquella vez que fuimos a visitar el templo tibetano de
Staten Island y nos encontramos en una parada de autobús en medio de ninguna
parte, sin nadie a quien preguntar y de pronto estalló una furiosa tormenta.
¿Recuerdas? Cuando no hallábamos forma de llegar hasta el embarcadero, y
tuvimos que comer en un restaurante mexicano que se llamaba Los Lobos. Y la
poca gente del lugar con la que nos cruzamos nos miraba como si fuéramos
extraterrestres. Pues ahora me pasa lo mismo. Pregunto a unos y a otros, en la
librería, en la farmacia, a los ociosos que toman el sol en la plaza, y todos,
tras extrañarse ante mi pregunta, responden --muy amablemente, eso sí-- que lo
ignoran. Frente al Alimerka (hay un Alimerka, no estamos tan lejos del mundo
conocido) encuentro una marquesina de autobús de la que han borrado
cuidadosamente cualquier indicación de horarios o de posibles líneas que tengan
allí su parada”.
Mi amiga no se acaba de creer lo que
le cuento. “¿Y cómo llegaste hasta ahí? Vuelve de la misma manera”. “Vine en
taxi, doce euros y medio, después de esperar media hora un autobús que no
acababa de llegar. Y ahora pediría otro taxi, en cuanto averiguara el número,
porque parece que hay que llamar a otra centralita, pero resulta que he venido
en viaje de trabajo, a evaluar las prácticas de una alumna, y lo paga la Universidad y no están
los tiempos para muchos despilfarros a costa del erario público”.
Tras la llamada de mi amiga, y media
docena de vanas preguntas más, una señora se apiada de mí y me dice que no sabe
nada de autobuses, pero que puede llevarme en su coche hasta el Carrefour y que
allí quizá me resulte más fácil encontrar uno. Me para delante de una
marquesina y en ese preciso momento llega un Alsa, pregunto si va a Oviedo, me
dicen que sí, entro y me siento aliviado. Pero mi gozo dura poca: el autobús da
la vuelta y vuelve al lugar del que yo acababa de librarme. Me levanto de un
salto, aterrado, creyéndome que me iba a pasar el resto de mi vida, como un
personaje de Kafka, dando vueltas en aquel bucólico lugar de pesadilla, y le
pregunto al conductor: “¿De verdad va a Oviedo? ¿De verdad va a Oviedo?”
Y de verdad iba a Oviedo. Y luego,
ya en la habitual tertulia de La
Corte , le cuento a mis amigos la aventura y el resultado de
mis averiguaciones posteriores (me gusta, hasta dónde es posible, saber el
porqué de todo) . “Resulta que, por alguna razón que se me escapa, los
visitantes (y especialmente si no tienen coche) no son bien venidos en el
lugar. Hay, sí, varios autobuses que llevan hasta allí: el Alsa con paradas
hacia Gijón y Hortal. Pero no a todas las horas, sino solo a algunas, y en la
estación y por Internet te dan una información equivocada. Y las personas que
usan los autobuses parece que se han conjurado, no me digáís por qué, para no
revelarle a nadie, ni siquiera a ninguno de sus vecinos, el secreto de esos
horarios”.
“Martín, Martín, cómo eres. Tú no
necesitas ir a Nueva York para tener algo que contar. A ti te basta con ir
hasta la Fresneda ”.
Viernes,
25 de abril
CUATRO PASOS
Antes
de comenzar la clase, me refiero a la fecha de hoy, a aquel abril de hace
cuarenta años. Algunos de los alumnos han oído hablar vagamente de la
revolución de los claveles, otros no saben nada, pero todos quedan en buscar en
youtube, nada más termine la clase, “Grândola,
Vila Morena”. Yo recuerdo perfectamente las primeras confusas, contradictorias,
ilusionadas noticias. Las oí por la radio, en el tren, cuando iba a dar clase.
Lo que es historia antigua para unos es parte de la vida propia para otros.
Luego, mientras comento un relato de Clarín,
pienso que hace casi medio siglo yo me sentaba exactamente donde se sientan mis
alumnos. Todos las facultades de la Universidad de Oviedo han cambiado de
emplazamiento desde aquel 1968 en que yo comencé a estudiar. Solo Magisterio
sigue en el mismo edificio y hoy, mientras hablaba, se me ha ocurrido pensar
que en esos 46 años transcurridos desde aquella fecha no he avanzado mucho:
cuatro pasos, literalmente cuatro pasos, separan el lugar donde me sentaba entonces
del lugar desde el que hablo ahora.
“No se le ocurre buscar antes en google si ese escritor está vivo o muerto”. Tal cosa no se le pudo ocurrir si “Night Train to Lisbon” está ambientada en los primeros 70. “En una enciclopedia”, no “en google”, paréceme a mí.
ResponderEliminarNo queda muy claro en qué época está ambientada. Yo creo que en la actualidad. Los personajes han envejecido y ya no quieren hablar de la Revolución (en los primeros setenta no había móviles). En cualquier caso, la tontería no es menor. Leer un libro (hojearlo porque todo ocurre en el mismo día) e irse a coger un tren para ver al autor (todos creíamos que era para seguir a la frustrada suicida, pero nos equivocábamos) resulta bastante inverosímil. Se podría hacer una enciclopedia con los disparates de la cinta.
ResponderEliminarJLGM
Yo también di un respingo cuando leí lo de Google en el post-salazarismo.
EliminarPor cierto, Martín; dicen mis amigos que tengo un parecido asombroso con Jeremy Irosns; pero soy más alto (rozo los dos metros) y un poco más musculado ("proteico", que me llamaste un día, aunque seguro que querías referirte a cosa diferente de mis empaquetados aminoácidos). Lo comento porque seguro que me habrás de autografiar algo tuyo en el futuro, con esa caligrafía endemoniada (quizá de influencia islámica: es que viajas tanto...).
Ya sabes: ojo a Hércules de sonrisa socarrona mirándote desde arriba.
Salute.
Mi enhorabuena, José Luis, Me felicito y te felicito por esta entrega de la que he disfrutado tanto. Con esos bellos versos "garabateados", hubiera sido suficiente, pero la coronan tus comentarios librescos y tus aventuras de lo cotidiano maravilloso o enigmático. Por otra parte, coincido con tu impresión del film de Bille August, lo que en principio promete, comienza una espiral de inverosimilitud y ligereza argumental que pasma: el final en la casa de Finisterre es descorazonador.
ResponderEliminarComo no podía ser de otra manera, José Luis García Martín tiene letra de escritor. Y la letra de quienes escriben siempre me parece algo hermoso. Además, parece que corrige tanto como Lope de Vega, algo también normal en los poetas, o al menos en aquellos cuyos originales he podido ver, que están llenos de tachaduras y correcciones. No me extraña, por último, la atracción en las películas de Jean - Luc Godard por filmar a una persona escribiendo, ese deslizarse por el papel un bolígrafo o lápiz, y en varias ocasiones para escribir poemas, por cierto, creados por el propio Godard, todo sea dicho de paso.
ResponderEliminarYo solo escribo a mano cuando no tengo a mano el ordenador o la tablet. Entiendo mi letra, cuando escribo depresiva, con dificultad.
ResponderEliminarJLGM
¿Te sale una caligrafía especial cuando estás deprimido, Martín?
ResponderEliminarEl depresiva de arriba es una errata, quería decir "deprisa".
EliminarJLGM
Ya lo sé, Kurtz, pero te confieso que por un momento dudé de si no habría un modelo de caligrafía que se denominara "depresiva" (como "cursiva", por ejemplo), un poco influido por la escasa altura de tus consonantes altas que, por serlo, alguien pudiera percibirlas un tanto "deprimidas".
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