sábado, 8 de marzo de 2025

Al servicio de quien me quiera: La invasión de los zombis

 

Sábado, 1 de marzo
DOS CIUDADES

Una calle vulgar con muchas tiendas. Sí, una calle vulgar llena de tiendas para turistas en el barrio de Plaka, junto a Monasteraki, una calle como tantas otras y también un poema de Gil de Biedma. “Me acuerdo que de pronto amé la vida / porque la calle olía / a cocina y a cuero de zapatos”.

A él la calle Pandrossou le hizo amar la vida, “después de un año atroz, recién llegado”. A mí, después de una noche de pesadilla, también recién llegado.

            Ayer fue un día de disturbios y de huelga general en Grecia. Se conmemoraba un accidente de tren con muchos muertos y se protestaba por la desidia en la investigación de las causas y en el castigo a los responsables. El avión no pudo aterrizar hasta después de la media noche. No había taxis en la parada. De pronto, apareció uno. El taxista parecía tener prisa. Colocó las maletas en el maletero, casi sin que tuviéramos tiempo a decirle nada, y partió a toda velocidad. Parecía que nos raptaba en lugar de llevarnos al hotel.

Ya en la ciudad, calles mal iluminadas, sin gente y de pronto, al doblar una esquina, una escena de película de terror: un batallón de zombis tumbados, en pie tambaleándose, pinchándose, ocupando las aceras y el centro de la calle.

             El taxi disminuyó la velocidad. Por un momento nos pareció que iba a detenerse, que había ido a buscar carnaza al aeropuerto para alimentar a aquellos infra hombres. Pero no, solo se movía con cuidado para no pasar por encima de nadie. Se levantaban con desgana. Yo me temí que de pronto todos se aglomeraran golpeando las ventanillas.

El hotel estaba a dos pasos, en una avenida que tenía al fondo, muy cerca, la plaza Omonia con su fuente central iluminada y enfrente un gran templo de mármoles neoclásicos.

            Dormí mal, me imaginaba refugiado en el edificio, atrancando las ventanas, racionando los alimentos, esperando que llegara el capitán América –hace poco que he visto la última película de la Marvel-- a salvarnos. Cuando desperté, el cielo estaba azul, sonaban las campanas de la iglesia de los santos Constantino y Elena. Tras un impaciente desayuno, salí a la calle con los ojos muy abiertos, dispuesto a dejarme sorprender por todo, como hago siempre en una ciudad desconocida.

            Enfrente del hotel, está la marmórea iglesia con su cúpula azul y al lado el teatro nacional con una de las puertas protegidas por cariátides. Apenas pongo el pie en la calle, de esa puerta sale una mujer gritando enloquecida, cubierta con una bata, como las que ponen en los hospitales, abierta completamente por atrás y dejando ver sus rotundas nalgas. ¿Es una obra de teatro de vanguardia? ¿Una paciente escapada de un nosocomio?

            Fue al reconocer la calle Pandrossou cuando por primera vez me sentí en casa y protegido por la biblioteca de mi memoria. Recordé el poema de Gil de Biedma y el comienzo de Los intereses creados, que tanto me gusta recitar: “Gran ciudad ha de ser esta, Crispín, en todo se advierte su señorío y riqueza”, “Dos ciudades hay, quiera el cielo que con la mejor hayamos dado”, “¿Dos ciudades dices? Ya entiendo, antigua y nueva, una en cada parte del río”. “¡Qué importa el río ni la vejez ni la novedad! Digo dos ciudades como en toda ciudad del mundo. Una para el que llega con dinero y otra para el que llega como nosotros”.

            Siempre hubo dos Atenas en Atenas, como en toda ciudad del mundo.

Domingo, 2 de marzo
POCO IMPORTA

Poco importa que no sea la primera vez, que estemos cansados de ver imágenes suyas, que caminemos en medio de una multitud. Subir lentamente los propileos hasta llegar a lo alto de la Acrópolis siempre es una experiencia iniciática que nos hace enmudecer. Los dioses que dejaron de existir cuando se dejó de creer en ellos aquí siguen existiendo. Y de vez en cuando me sonríen.

 

Lunes, 3 de marzo
VIAJE EN AUTOBÚS

El autobús a Sunion va bordeando la costa, solo en algún tramo de ella se adentra un poco y deja entrever la vida en los pequeños pueblos. Sube y baja gente, por lo general conocidos del conductor, y yo me entretengo con la sucesión de playas y de calas. El día está nublado, el mar muy gris, no parece que vaya a disfrutar de un colorido atardecer en el promontorio de Sunion, el extremo más al sur y al oriente del Ática.

En el último recodo, lo diviso coronado por los restos del templo, y lo primero que me viene a la mente es el “Elogio del horizonte” gijonés. Seguro que Chillida lo tuvo como ejemplo para situar su escultura.

A la vuelta, ya anochecido, se me acentúa la melancolía con las canciones que suenan en el autobús. Me entretengo en ponerles letra: “Cuando la vida se acaba, / cuando todo se ha perdido, / aún me queda el dulce engaño / de tus ojos en los míos”.

Como las curvas de la carretera me dificultan escribir, le voy dictando mis versos al teléfono: “Dices que no me quisiste / y digo que no te quiero, / pero sin ti el paraíso / es como el peor infierno”.

Son coplas populares que sin duda no se parecen en nada a las que una delicada voz masculina va desgranando mientras llega la noche, pero podrían cantarse con la misma música: “A la muerte no le temo, / yo soy así de valiente. / A lo único que temo, / es a no volver a verte”, “Amores que nunca tuve, / nunca los pude olvidar, / que el amor es mitad sueño / y ensueño la otra mitad”.

Martes, 4 de marzo
SACRIFICIOS

Me gustan los museos que no se limitan a ser un contenedor de curiosidades y maravillas, en los que el propio museo forma parte del museo, como ocurre con el de la Acrópolis. Se levanta sobre restos arqueológicos, su primer piso va ascendiendo en leve rampa, el piso superior se separa del resto, se alinea con el Partenón y lo recrea en su interior, pero no como una maqueta, sino como un modelo sobre el que ir colocando los mármoles de frontones y metopas, reconstruyendo los que están en otros lugares y los desaparecidos. Y mientras damos la vuelta a este otro Partenón, el verdadero nos observa desde su alto pedestal, como vigilando los tesoros que ha prestado para protegerlos de la intemperie.

            A la entrada, en el suelo, protegidos por un cristal, pequeños recipientes y restos de animales. Cuando se comenzaba una construcción, se solía hacer un sacrificio. Se mataba un ave o un animal doméstico y se enterraba junto con vasijas llenas de trigo o miel como ofrendas a los dioses. En el 2009, cuando se inauguró este museo (lo único bueno de aquellos años de crisis económica y terapia peor que la enfermedad: la especialidad de la Unión Europea), ya no hizo falta ningún otro sacrificio, pero se colocaron a la entrada los restos encontrados bajo uno de los edificios del siglo III antes de Cristo sobre los que se construyó el museo.

Miércoles, 5 de marzo
BAZAR Y CARNICERÍA

El mercado Varvakios, en la parte dedicada a las carnicerías, parece un matadero, con los animales colgando enteros de un garfio.

Aquí Atenas es más Oriente que Occidente, igual que en el Gran Bazar que se encuentra al lado donde maltrechos tesoros se amontona en revuelto caleidoscopio, como si alguien acabara de saquear la cueva de Aladino. 

Jueves, 6 de marzo
LIMPIEZA GENERAL

Mucho de pastiche neoclásico tiene la Atenas renacida o reinventada en el siglo XIX, pero es difícil negar la belleza de estos edificios que tiene más que ver con una Grecia soñada por ingleses y alemanes que con la Grecia clásica.

            Al regresar de noche, me sorprende la mágica aparición de una plaza con la antigua universidad, la biblioteca nacional y otro edificio que no acierto a reconocer. Me acerco hasta la universidad, en cuyo atrio, tras las inevitables columnas, un gran fresco representa al rey Otón rodeado de las diversas ciencias a la manera de las musas. Desde lejos, veo algunas parejas sentadas en los escalones. Cuando me acerco, compruebo que quizá sean enamorados, pero que no están besándose, sino pinchándose.

            “Habría que hacer algo para evitar esto”, le dice Mafalda a Susanita paseando por las calles de Buenos Aires llenas de mendigos. “¿Hacer qué? Bastaría con esconderlos”, responde Susanita. Esa respuesta me escandalizaba antes, pero ahora me parece que no le faltaba razón. Luchar contra la pobreza sí, ayudar a la desintoxicación también, pero a zombis y drogadictos esconderlos, que estén en lugares donde solo los vea quien quiera verlos, no en el centro, que es de todos, por el que pasamos todos.

Viernes, 7 de marzo
TERTULIA

Paseando por el ágora, por donde paseó Sócrates, se me ocurre pensar que quizá no nos habríamos llevado demasiado bien si hubiéramos coincidido. Tras debatir dos o tres veces, poniéndonos trampas dialécticas el uno al otro para demostrar quién es el más listo, acabaríamos repartiéndonos los contertulios y haciendo corrillo aparte (yo procuraría llevarme a Platón).

            El gato viejo no soporta a otro gato viejo, pero le encanta jugar con los gatitos.




viernes, 28 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Mundos dentro del mundo

 

Sábado, 22 de febrero
UN ENCUENTRO

El azar de los paseos sin rumbo por esta pequeña ciudad que parece la capital de la melancolía me lleva hasta la Alameda de los Remedios y allí me encuentro un monolito con el bajorrelieve, toscamente coloreado, de san Inocencio Canoura Arnau. Lleva la palma del martirio.

 ¿Quién será este san Inocencio del que nunca había oído hablar? En seguida me entero de que nació por aquí cerca y que desde los siete años se dedicó a pastorear ovejas, a los catorce ingresó en no sé qué congregación y que en el Real Seminario de Santa Catalina, donde yo me alojo, estudió Filosofía y Teología.

En 1910 se trasladó a Mieres; en 1920 fue ordenado sacerdote. Estuvo destinado en diversas localidades y en septiembre de 1934 volvió a Mieres. El viernes, 5 de octubre, los Hermanos de las Escuelas Cristianas le pidieron que se desplazara a Turón para enseñar el catecismo a unos niños. Comenzó la Revolución de Asturias y lo asesinaron junto a otros compañeros. Fue canonizado por Juan Pablo II en 1999. Y ciertamente merece todos los honores, como cualquier víctima.

Cuando vuelva a mi alojamiento, y pasee por aquel inmenso caserón vacío, seguro que me encuentro con su fantasma.

Domingo, 23 de febrero
DOS LÁPIDAS

Subo la escalera que lleva al Cementerio Viejo de Mondoñedo y lo primero que veo son las tumbas de Manuel Leiras Pulpeiro y Cándido Carreiras. La lápida del primero, costeada por “los hijos de Mondoñedo en Buenos Aires”, lleva un hermoso epitafio, que ya me gustaría a mi merecer: “Amó la verdad y practicó el bien”.  La del segundo, una enigmática inscripción: “Leiras, Leiriñas, ¡chegou a República!”

No tardo en encontrar la explicación. Manuel Leiras y Cándido Carreiras fueron grandes amigos. Los dos eran fervientes republicanos. A Carreiras le cupo el honor, el mayor de su vida, de proclamar la República el 14 de abril desde el balcón del Ayuntamiento. Inmediatamente después de hacerlo. vino hasta aquí, hasta la tumba de su buen amigo, que había muerto en 1912, para darle personalmente la buena noticia. Sus palabras de entonces son las que ahora aparecen escritas en la lápida. Un tardío homenaje, ciertamente. Murió en 1947 y no eran esos tiempos de celebraciones republicanas.

Lunes, 24 de febrero
AQUELLOS INVIERNOS
 

Los inviernos de ahora ya no son los de antes, pero cuando me levando para ver amanecer, según costumbre, está helada esta habitación del seminario en que me alojo.

Recuerdo que una vez, hablando con un escritor gallego algo mayor que yo, y refiriéndome a lo mucho que me gustaba hacer de vez en cuando una breve visita a Mondoñedo para saludar a mi viejo amigo Álvaro Cunqueiro, dijo que a él no le traía más que malos recuerdos. No se imaginaba el infierno como un lugar donde ardían los condenados, sino donde se helaban, como en aquellos tiempos en que muy niño todavía le metieron en el tétrico seminario de Mondoñedo. Sus dos claustros, ciertamente, aún conservan un cierto aire de patio carcelario.

            Pobres niños pobres que por ser un poco más espabilados que los otros, y en busca de una vida mejor para ellos, fueron arrancados de su entorno familiar. Algunos lograron luego escapar del destino clerical impuesto, pero todos quedaron heridos para siempre con la soledad y el frío de tantos inviernos. Y yo pude haber sido uno de ellos.

Martes, 25 de febrero
NO HAS PERDIDO NADA

Uno de los amigos que me acompañan en este viaje (como no tengo coche, he de aprovechar la generosidad ajena), y a los que suelo dejar sentados tomando tranquilamente un café en una de las terrazas frente a la catedral, mientras yo recorro la pequeña ciudad de un extremo a otro, fijándome en todo, fotografiándolo casi todo, me dice: “Podrías haber sido un buen monje”.

Tanto agradecer la suerte que tuve al emigrar mi familia a Avilés y poder estudiar en el instituto Carreño Miranda y no ingresar en el seminario de Coria, como algún otro niño de Aldeanueva, y ahora resulta que la vida monacal no habría sido mala para mí.

Me levanto todos los días a la misma hora, como frugalmente también a las mismas horas, me dedico a leer y a escribir (y a echar una mano a quien lo necesita, aunque a menudo no sirva para mucho) y soy poco amigo de lujos y excesos.

La verdad es que no me costaría nada cumplir con el voto de pobreza y cada vez menos con el de castidad, pero el otro voto, el de obediencia, ese sospecho que me resultaría imposible de cumplir. Bueno, salvo que se trate de obedecer a mi conciencia, a la que he procurado no desobedecer nunca. Lo de creer o no creer en Dios –esa fascinante creación de la fantasía humana-- no creo que tuviera mucha importancia.

En Suiza, a las afueras de Lausana, me encontré con la sede central de una nueva orden cristiana que tenía como lema: “Si has perdido la fe, pero no la esperanza ni la caridad, no has perdido nada”. Si la has perdido o nunca la has tenido, como es mi caso, añadiría yo.

Miércoles, 26 de febrero
TESTIGO INCÓMODO

“¿Ah, pero estabas aquí?”, me dice Enrique Bueres cuando, tras la presentación de Lo propio y lo ajeno, me acerco a entregarle mi libro sobre Aldeanueva. “Estaba, estaba”, respondo yo sonriendo maliciosamente.

            Hay quien afirma que, si los amigos escucharan lo que decimos de ellos cuando no están presentes, dejaríamos de tener amigos. En mi caso, no creo que sea del todo cierto. Suelo hablar tan mal, o tan bien, de los amigos ausentes como cuando están presentes. La hipocresía no se encuentra entre mis virtudes.

            Si mi buen amigo. desde los tiempos prehistóricos de Óliver en que nos llevaba a su programa “El expreso de medianoche”, se demudó un poco al enterarse de que había asistido a la presentación, no fue porque hablara mal de mi. Se limitó a bajar un poco la voz, como pidiendo disculpas, cuando no tenía más remedio que citarme como director de la “difunta” (fue el único adjetivo que le dedicó) revista Clarín en la que se publicaron las crónicas que un cuarto de siglo después reúne en volumen. La presentación era en un sitio en el que no gozo de muchas simpatías –la sede del periódico en el que colaboré bastantes años y que me vetó cuando pasé a colaborar en otro-- y no quería desentonar.

            Lo que me convirtió en un testigo incómodo, por decirlo así, fue que cuando le tocó hablar de premios literarios repitió, casi con puntos y con comas, lo que le había oído decir a Santos Sanz Villanueva poco antes en un coloquio organizado por la Fundación Telefónica. Está grabado y en la página de la fundación y cualquiera que lo dude puede comprobarlo. Yo no suelo escuchar esas cosas, pero esta vez sí lo hice porque el miércoles pasado lo compartió el propio Bueres en nuestra tertulia virtual.

            Por supuesto, no citó ni una vez a Sanz Villanueva y todo el mundo creyó que hablaba por propia experiencia cuando contó la anécdota de Gamoneda en que este, no conforme con la selección previa, pidió todos los libros que se habían presentado al concurso y estuvo dos días encerrado leyéndolos. O cuando habló de lo poco que cobraban los seleccionadores, casi todos profesores de literatura que en su opinión (la de Bueres repitiendo a Sanz Villanueva) suelen rechazar los libros mejores y menos convencionales.

            Lo que me molestó de este curioso copieteo oral, no fue que el bueno de Bueres hablara por boca de ganso, sino que plagiara a Sanz Villanueva y no a mí, a quien ha oído decir cosas bastante más matizadas y sensatas acerca de los premios.

            No nos vemos. Criticamos en los demás nuestros propios defectos, invisibles para nosotros mismos. Enrique Bueres arremete contra los periodistas que se meten a escritores y se aprovechan de su fama y de sus relaciones para promocionarse. Exactamente lo que ha hecho él con esta recopilación de viejas crónicas encargadas por Clarín (y que no tendrán continuación: hace tiempo que ha dejado de ser el periodista impertinente que fue), sacando los réditos de sus treinta años en el mundo de los medios de comunicación y de su capacidad de llevarse bien con todos los que tienen algún poder mediático, grande o pequeño.  

Sospecho que su caso tiene más que ver –salvando las distancias, claro-- con los de Sonsoles Onega o Paz Padilla (la famosa autora de Ustedes se preguntarán cómo he llegado hasta aquí), que con los de José Cereijo o su tan admirado, y admirable, Andrés Trapiello. 

Jueves, 27 de febrero
JARDINES SECRETOS

No me gusta viajar, pero me gusta haber viajado, aunque sea solo un breve paseo por los alrededores. No me gusta dormir fuera de casa, aunque sea solo una noche, pero cómo me alegra haber dormido en el Real Seminario de Santa Catalina, haberme levantado temprano, haber recorrido todas y cada una de las calles de Mondoñedo, como uno de esos coches de google maps que fotografían el mundo, y recordar ahora mi favorita, aquel callejón entre altos muros, tras los que se adivinaban jardines secretos, y al fondo, asomándose poco a poco, la iglesia de Santiago, dorada por el primer sol.



 

jueves, 20 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Personal y político

 

Sábado, 15 de febrero
EL MISTERIO CONTINÚA

“¿Pero de verdad es cierta esa historia del ramo de flores que te envían anónimamente todos los años, desde hace no sé cuántos, el día de San Valentín?”, me pregunta mi amigo Saúl, que pasa hoy a saludarme por el Atrio. “¿No te la habrás inventado tú para hacerte el interesante?”

            ---Para hacer el ridículo, querrás decir. Como no me lo envían a casa, sino a la Universidad, ya me dirás lo que pensarán quiénes lo reciben y las vueltas que da hasta que alguien encuentra mi teléfono y me llama para que pase a recogerlo. Y ahí me ves a mí pasando ante las miradas curiosas de los alumnos que esperan clase con mi ramo de flores.

            ---A mí esa historia, si es verdad, que no acabo de creérmela, me recuerda la novela de Stefan Zweig Carta de una desconocida y la película de Max Ophüls. Ya sabes, tras unos días de ausencia, un novelista célebre regresa a su domicilio…

            ---¡Yo no soy novelista!

            ---Tampoco eres célebre, pero eso no importa. Regresa a casa y se encuentra, entre la correspondencia, con un abultado sobre y la larga carta de una desconocida que sabe que va a morir y quiere confesarle su amor.

            ---Espero no recibir yo ninguna carta así, casi prefiero los anónimos amenazantes de algún poetastro. Pero lo que no puedo negar es que esta historia es bastante novelera, como de película. Le he dado vueltas y más vueltas a ver quién podría ser la autora…

            ---O el autor.

            ---Yo pienso más bien en una mujer, y de cierta edad. Y la que me parece más verosímil lleva ya más de dos años muerta.

            ---Habrá dejado una manda en su testamento, como en las novelas de Agatha Christie.

            ---Hubo una época en que me mandaba largas cartas, una especie de diario escrito a vuela pluma, que yo terminé rompiendo sin abrir y también me llamaba mucho por teléfono. Yo no quería ser descortés, ella era muy amable, pero hablaba y hablaba sin parar sin dejarte meter baza. Te obligaba a interrumpirla y colgar. Vivía en Gijón y hubo una época en que venía mucho por la tertulia. Luego aparecía esporádicamente –venía en un taxi que quedaba esperándola-- para entregarnos uno de los libros de poemas que publicaba por su cuenta. ¡Pobre! Cuando más quería que la tuviéramos en cuenta, más agobiante resultaba y más tratábamos de esquivarla.

            ---Y tú la tratarías con tu crueldad habitual, me imagino.

            ---Reconozco que a veces me impacientaba un poco ante su insistencia y su pesadez.

            ---¿Y crees que a pesar de eso te mandaba anónimamente ramos de flores por San Valentín y que te los sigue mandando después de muerta?

            ---También hubo otra poeta, que vivía en México, y vive todavía según creo, a la que bloqueé en Facebook después de que me enviara una foto de su cuarto todo él empapelado con fotos mías muy ampliadas que había sacado de las redes sociales.

            ---¡Pues vaya don Juan que estás tú hecho, amigo Martín! Nadie lo diría.

            ---Me temo que soy un imán para los chiflados y eso me da un poco de miedo. Lo del ramo de flores me desagradaba al principio. Ahora ya no. Si alguien me las manda es porque me quiere y quiere molestarme lo menos posible. No parece que me lea, pero si me lee, sea en este mundo o en el otro, que sepa que me gustaría darle las gracias.

            ---Pero que no sea personalmente, por si acaso.

Domingo, 16 de febrero
EL PRESIDENTE EN EL TEJADO

Como sigo viendo el cine en las salas de cine, igual que cuando era niño, conservo una cierta debilidad por las películas que son pirotecnia y magia, circense “más difícil todavía”.

Disfruto con la nueva aventura del Capitán América, que lleva el mismo título, Brave New World, que la famosa utopía de Aldous Huxley, y no puede dejar de sentirme defraudado con la pretenciosa The Brutalist, engañosa ya desde el título, historia de un arquitecto escrita por alguien que parece saber poco de arquitectura. El epílogo transcurre en Venecia durante la primera bienal de arquitectura, celebrada en 1980, pero en lugar de ofrecernos alguna imagen de los espacios expositivos de la bienal –los Giardini con sus pabellones nacionales, las impactantes naves del Arsenal--, nos presenta un anuncio de la oficina de turismo: la proa de una góndola recorriendo los canales, la plaza de San Marcos, la piazzetta, puestas de sol y revuelo de palomas. Y luego el discursito glosando los méritos del mastodóntico edificio cuya construcción centra la película: su estructura interior recuerda la del campo de concentración en el que estuvo el protagonista. Pues vaya gracia.

            En cambio, en el irónico “brave new world” de Capitán América, qué imágenes más impactantes –que cada cual las interprete como quiera-- las del presidente de los Estados Unidos convertido en monstruo que se encarama sobre la Casa Blanca, arranca el mástil de la bandera y comienza a destruir a golpes el edificio.

Lunes, 17 de febrero
RECUERDOS Y OLVIDOS

Leo una biografía de Josefina de la Torre, la poeta del 27 luego reconvertida en actriz y cantante, y descubro con asombro que tenemos algunas relaciones comunes. Resulta que una de sus hermanas se casó con Ramón Carande, el gran historiador de la economía, a quien yo le oí referir en una entrevista su sorpresa cuando reconoció, en aquel ruso exiliado y anónimo que jugaba con él al ajedrez en Ginebra, nada menos que a Lenin, y yo fui amigo de su hijo, Bernardo Víctor Carande.

Dirigía una revista, Capela, “boletín personal de un hombre que vive en el campo”, luego convertida en Alor Novísimo, en la que mis colaboraciones se cruzaron con las de Josefina. Capela era el nombre de una finca extremeña en la que la escritora pasó algunas temporadas.

Algo tenía que ver el empeño revisteril del sobrino con lo que yo hacía entonces en Jugar con fuego. Simpático, culto, bien relacionado, no tenía mucho talento como escritor. No tardé en darme cuenta y en decirlo en uno de los diálogos inventados que mantenía con Víctor Botas. Me arrepentí pronto de esas palabras, como de tantos juicios acres y certeros que podría haberme callado.

He revisado ahora sus libros, y la colección de la revista, porque nada me gustaría más que rectificar. La revista es un confuso batiburrillo, pero aquí y allá se encuentran colaboraciones de interés: textos inéditos de Ramón Carande, traducciones del latín de Mariano Roldán. O curiosidades, como unos versos en alemán de Aquilino Duque. Pero la mayor parte la escribe el propio Bernardo Víctor –se trata de su “boletín personal”-- y eso es lo que menos interesa.

            Valía más como persona y como personaje que como escritor, y sospecho que algo semejante le pasa a Josefina de la Torre, que quiso jugar en la liga nacional –fue seleccionada por Gerardo Diego en su antología-- y se quedó en figura local y en tema para reivindicaciones feministas.

Se casó por primera vez en 1954 y se arrepintió a los pocos días. Esto es lo que escribe en su diario: “El 31, que hacía una semana que nos habíamos casado, llegó completamente borracho”. Y así siguió durante los dos meses de convivencia: “El 15 fue horroroso lo que sufrí y lloré. El 16 también se emborrachó. Mi vida era un martirio. El 26, 27 y 28 vino borracho”.  Un día supo “una cosa horrible, espantosa”, que no nos aclara. Y decide abandonar la casa, pero sigue casada hasta que el marido muere en 1977, y entonces por fin puede casarse con el hombre del que se enamoró en 1956 y con el que clandestinamente convivía. Tenía ella setenta años.

Un amigo me dijo una vez que no hay mucha diferencia entre las biografías de escritores que leemos los que nos la damos de cultos y los programas de cotilleo con los que se entretiene la gente común. Puede que tenga razón. Con un cierto morbo me entero de todos los detalles de la vida de esta escritora, que como escritora no me interesa demasiado, y termino recordando los versos de Borges que tanto me gusta citar: “Pero la vida es una red de triviales miserias. / ¿Y habrá algo mejor que ser la ceniza / de que está hecho el olvido?”

 

Martes, 18 de febrero
BUENA MEMORIA

A la memoria, a la mía al menos, tan piadosa, no le gusta alardear de buena memoria cuando recuerda los malos momentos. Procura recordar solo lo justo para que me libre de volver a caer en ciertas trampas. 

Miércoles, 19 de febrero
DOBLE RASERO

Uno de los reproches que más he tenido que escuchar a lo largo de mi vida es el de lo mucho que me gusta llevar la contraria. Y algo de cierto hay en ello. La verdad tiene dos caras, o más de dos, y cuando todos parecen estar de acuerdo en una, yo me fijo en otra.

            Me reí ante el unánime lamento porque Gran Bretaña abandonaba Europa cuando solo quería dejar de estar afiliada a un costoso y poco eficiente club (en Europa sigue, en la peor Europa incluso, y así se ve con lo de Ucrania); me río cuando se acusa a Trump y a su administración de tratar de influir con sus declaraciones en la política interior europea.

¿Y por qué me río? Porque los que ahora se lamentan hicieron declaraciones, un día sí y otro también, tratando de influir en la política interior de Estados Unidos para que el “fascista” y “delincuente convicto” Trump --así lo llamaban-- no volviera a la presidencia.



 

 

sábado, 15 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Todas las cartas de amor

 

Sábado, 8 de febrero
SUEÑOS PREMONITORIOS

Soy muy sensible a la adulación. Ese es mi talón de Aquiles o mi caballo de Troya. No es que me crea cualquier elogio, pero siempre tiendo a pensar que son sinceros y eso hace que me caiga bien cualquier desconocido que se me acerque ponderando lo que escribo.

Claro que antes de otorgar mi confianza hago un somero examen. “¿Y cuál es el último libro que has leído?”, “No recuerdo el título, la cubierta era verde. No, amarilla. Tampoco recuerdo muy bien de qué trataba, pero me gustó mucho”. “Ah”, digo yo un poco defraudado. Otras veces me dicen que les entusiasman mis artículos, los que publico en un periódico… en el que dejé de escribir hace veinte años.

            Como no tengo la costumbre de elogiar sin motivo, pienso que todo el mundo es igual y que aunque el elogio no sea certero siempre es sincero y por eso de agradecer. Con uno de estos lectores espontáneos, que vive cerca de casa y que alguna vez ha estado en casa, soñé esta noche. Me daba a leer sus versos, torpones y pretenciosos, y aunque yo tratara de disimular mi opinión, como no le devolvía con elogios los elogios que él me había dedicado, comenzaba a ponerse cada vez más nervioso, a mirarme de mala manera y de pronto comenzaba a gritar y a arrojar al suelo los libros de las estanterías. Yo apenas si tenía tiempo de salir de casa y pedir ayuda a los vecinos.

            Desperté sudoroso, aliviado de que fuera un sueño. “Qué pesadilla tan absurda”, pensé. Pero quizá no fuera tan absurda. Como buen lector de Freud (en la biblioteca de Avilés estaban sus obras completas), sé que los sueños son algo más que sueños. Son advertencias del subconsciente, que percibe los peligros antes de que seamos conscientes de ellos. Todo tipo de peligros. A veces soñaba que estaba enamorado de quien yo no creía estar enamorándome y de esa manera podía, si lo creía conveniente, poner tierra de por medio.

            Siempre he tenido más miedo a las aduladoras, que me recuerdan a la enfermera de Misery, la película basada en la novela de Stephen King, que a los aduladores. Pero el sueño me avisa de que también con estos hay que tener cuidado. Un poeta herido es una bestia peligrosa. Y los psicópatas pueden comenzar siendo encantadores. 

Domingo, 9 de febrero
LIBRO DE ORO

Encuentro en el Fontán un volumen de sugerente título, Libro de oro de la vida, y más sugerente subtítulo, “Pensamientos, sentencias, máximas, proverbios entresacados de las obras de los mejores filósofos y escritores nacionales y extranjeros”. Lo abro al azar y lo primero que leo es un soneto de Quevedo en el que se incluye un verso que yo cito a menudo, pero tomado de Julián Marías: “el tiempo que ni vuelve ni tropieza”. Ahora puedo leerlo en su contexto: “Los dos embustes de la vida humana / desde la cuna son honra y riqueza. / El tiempo, que ni vuelve ni tropieza, / en horas fugitivas la devana”.

            ¿Quién será este L. C. Viada y Lluch que firma el Libro de oro de la vida publicado por Montaner y Simón en 1905? No tardé en averiguarlo, ya que ahora todos llevamos una enciclopedia en el bolsillo. Luis Carlos Viada y Lluch nació en Barcelona en 1863 y murió en febrero de 1938. Fue un polígrafo autodidacta (se formó trabajado como cajista en una imprenta) que escribió sobre las más variadas materias.

Era de ideología carlista y eso me hace dudar un momento sobre si adquirir o no el volumen, que me imagino lleno de moralina conservadora. Me conmueve su bárbaro final: su domicilio fue saqueado por milicianos y él detenido: los obreros de la imprenta en que se publicaba la revista que dirigía lograron que fuera puesto en libertad, pero murió a los pocos días a consecuencia de las palizas recibidas.

            En el prólogo indica que ha devuelto a su verdadero autor sentencias y pensamientos que circulaban atribuidos a otros. “No hay libro malo que no contenga algo bueno” es una frase muy citada de Cervantes que este tomó, sin citarlo, de Plinio. “El mayor arte de un hombre hábil es ocultar su habilidad” circula por ahí con el nombre de muchos autores, pero parece que el primero que la utilizó fue La Rochefoucauld.

Como buen erudito, Viada y Lluch pretende “restablecer en su original estado algunos textos que autores poco escrupulosos, o por confiar solamente en una memoria no infalible, o por pereza muchas veces de compulsar la cita, o por traducir del extranjero lo que de nosotros se tradujo, los transcriben de modo que no los reconocería su autor”,

            Me siento aludido. Yo soy de esos autores poco escrupulosos. En los textos literarios (no en los estudios académicos, por supuesto), me gusta reproducir las citas tal como me vienen a la memoria, a veces algo alteradas, y no siempre para peor. Creo que hay frases que, como los cantos rodados, se van puliendo el tiempo, y que no son “de quien antes las encuentre, / sino del que mejor las labre”.

Martes, 11 de febrero
TODO TIENE SU PORQUÉ

Tengo un amigo que de todos los males de España le echa la culpa a la Inquisición. “Tú estás loco, Briones”, le digo con el título de una vieja comedia, no sé si de Arniches. Él me lee unas líneas de un libro que acaba de comprar en la librería de Valdés, en el Campillín, de la que yo fui expulsado, por llevarle la contraria al dueño en las discusiones políticas, como Adán del Paraíso: “Era práctica arraigada en las clases adineradas y linajudas, la de prolongar la vigilia hasta la hora del amanecer. Los nobles y los millonarios recibían después de salir de los teatros. La gente joven se entregaba al baile y las personas de respeto o jugaban partidas de tresillo o comentaban los acontecimientos políticos. Quien no podía costear esos lujos, trasnochaba en los cafés hasta las tres de la mañana. Se vivía de noche. En invierno, a las diez de la mañana –lo recuerdo bien-- solo discurrían por las calles de Madrid los obreros, los barrenderos y los burreros que repartían la leche. Las oficinas funcionaban por la tarde y los ministros recibían en audiencia pasada la medianoche”.

            ---No he leído ese libro de Natalio Rivas, pero sí otros muchos suyos. Tienen su encanto las anécdotas y las minucias que cuenta sobre la España del siglo XIX. Pero no sé yo qué tiene que ver ese gusto de los españoles por trasnochar, que todavía conservamos, aunque yo no, con la Inquisición. Me parece que deliras un poco.

            ---Tiene, tiene que ver. Madrugar era cosa de pobres gentes que tenían que ir al trabajo, no de hidalgos, no de cristianos viejos. Recuerda que no sé que rey, creo que Carlos III, tuvo que promulgar una pragmática sanción declarando que trabajar no era una deshonra. Los buenos cristianos no tenían que trabajar, eso era cosa de cristianos nuevos, de judaizantes y de protestantes. Y nadie quería pasar por uno de ellos, no fuera a acabar quemado en la plaza pública. Otra mala señal era la afición a la lectura. Por eso hemos tardado tanto en dejar de mirar los libros con recelo. Pero del gusto por trasnochar, que tanto sorprende a los herejes del resto de Europa, no nos hemos librado.

Jueves, 13 de febrero
TRATA TRUMP

Trata Trump de acabar con la lucrativa carnicería de Ucrania, a pesar de que las empresas armamentísticas de Estados Unidos son las más beneficiadas, y en seguida se alborota el gallinero de la Unión Europea en un intento, esperemos que vano, de impedirlo: “¡Mejor una guerra injusta, aunque dure cien años, que una paz injusta!”.

            En esto parece haber acabado la culta Europa, que fue –dicen-- la cuna de la civilización. 

Viernes, 14 de febrero
TAMBIÉN YO

Como me gustan las tradiciones, me paso la mañana esperando que me llamen de la Facultad para avisarme de que ha llegado un ramo de flores a mi nombre. Lo recibo en esta precisa fecha desde hace no sé cuántos años. Y me lo siguen enviando al Milán, a pesar de que yo ya no trabajo allí. Esa anónima enamorada, tan de otro tiempo, parece que ni me lee ni sabe mucho de vida laboral.

 Sonrío, pero con cierta ternura. Yo también he hecho el ridículo por amor, y más de una vez. Me avergüenzo un poco al recordarlo, pero no me arrepiento demasiado. Recuerdo los versos de Álvaro de Campos que hablan de que todas las cartas de amor son ridículas, pero que al final solo son ridículos los que nunca han escrito cartas de amor, los que nunca han hecho el ridículo por amor.



           

sábado, 8 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: De Belgrado a Tel Aviv

 

 

Sábado, 1 de febrero
UN MAESTRO

¿Mi filósofo favorito? El mismo que el de Unamuno, como he repetido más de una vez: Pero Grullo. El núcleo de su filosofía se resume en una frase: todo tiene sus pros y su contras. Si se trata de elegir, conviene analizar cuidadosamente unos y otros y ver cuáles prevalecen. Si no se puede elegir, hay que prestar atención sobre todo a las ventajas y tratar de atenuar los inconvenientes.

            Envejecer también tiene su gracia. “Su maldita gracia”, añadía antes. Ahora ya no: me gusta este tomarse las cosas con más calma, no ambicionar nada que no sea pasar de un día a otro sin mayores tropiezos, estar disponible a cualquier hora del día para echar una mano a quien me necesita, seguir encontrando libros que estaba deseando leer y ni siquiera sabía que existían, discutir de esto y lo otro con este y con aquel y sobre todo conmigo mismo.

            Sonrío cuando escucho hablar de los problemas de la gente que vive sola. Lo malo no es vivir solo, sino no poder vivir solo.

            Mientras llega ese momento, me dice mi maestro Pero Grullo, disfruta de la compañía del universo.

Domingo, 2 de febrero
NADA HA CAMBIADO
 

La película interesa poco. Nos cuenta las dificultades para transmitir en directo, y vía satélite, por primera vez un atentado terrorista: el secuestro de los atletas israelíes durante la olimpiadas de Múnich en septiembre de 1972. Interesa poco, pero me hace dar un salto de más de medio siglo. Por entonces, ya había comenzado a trabajar y estudiaba Filosofía y Letras. Me enteré del secuestro en la estación de Avilés. Hubo poco tiempo para el suspense; no tardamos en saber que todos los rehenes habían muerto. Lo que pasó después con quienes intervinieron en el secuestro lo supe por Múnich de Steven Spielberg, que tiene otro empaque y otra trascendencia.

            Han cambiado muchas cosas en la cacharrería de la comunicación, pero el conflicto palestino-israelí sigue donde estaba, solo que con muchos muertos y mucho dolor y mucha injusticia más. Ahora estamos asistiendo a otro intercambio de rehenes por prisioneros (secuestrados también en buena parte de los casos), pero para que eso ocurriera tuvo que llegar un sátrapa a la presidencia de Estados Unidos capaz de hacer reflexionar a Netanyahu a pescozones. Si por el jefe de gobierno “del único país democrático de la zona”, según se nos repite, fuera, se seguiría masacrando a los habitantes de Gaza hasta que no quedara uno vivo, aunque a la vez todos los rehenes murieran. ¿A ningún asesor de Netanyahu se le ocurrió decirle que, antes de invadir la franja, salvara a los rehenes? Después podría llevar a cabo su venganza sin poner en riesgo la vida de sus correligionarios.

            En estas reflexiones me entretengo mientras sigo en la pantalla dominical el ajetreo de los periodistas deportivos que han de dar cuenta de un criminal acontecimiento inesperado. Qué fácil es arreglar el mundo cómodamente sentado en la butaca de un cine. Y luego pienso en lo que le diría al joven –veintidós años-- que acaba de publicar su primer libro y ha comenzado a dar clases. “En lo único que he cambiado es en que ahora ya no doy clases, pero sigo escribiendo y publicando sin parar. Por lo demás, continúo con tus mismas aficiones. Creo que podríamos ser buenos amigos, apenas si notaríamos la diferencia de edad”.

Martes, 4 de febrero
MEDIA VIDA

¿De verdad no he cambiado en estos últimos años? Eso quiero creer, pero quizá se trate de una ilusión. Cuando entré en la biblioteca pública de San Sebastián, situada en los bajos del antiguo casino, hoy ayuntamiento, me invadió una sensación de felicidad.

Media vida la pasé yo encerrado en una biblioteca. Era el lugar en el que me sentía más seguro, un refugio que era a la vez gruta del tesoro. Todos los días sacaba libros, que devolvía bien leídos al día siguiente, y allí en la sala de lectura, leía otros que no se podían prestar (recuerdo, en la biblioteca Bances Candamo, todos los tomos de la primera época de la Revista de Occidente) y también los periódicos, de los que casi solo me interesaban las colaboraciones literarias.

¿Cuándo acabó esa época? No soy consciente de ello. Sigo leyendo mucho fuera de casa, pero mis rincones de lectura ahora son las cafeterías. No me molesta el murmullo de la gente. Todo lo contrario, me acompaña. Llego cada mañana a las diez en punto a Noor, donde me saludan por mi nombre y saben lo que tienen que servirme, me siento en la mesa del fondo y abro el libro que llevo conmigo, cada día uno distinto. Estoy algo menos de una hora, pero hay libros que no dan para tanto, sobre todo si son de poesía. No me importa, también sé estar sin hacer nada o garabateando algo en el cuaderno que siempre llevo conmigo (a menudo no soy capaz luego de descifrar lo que he escrito).

            He cambiado y no he cambiado. Al entrar en la biblioteca de San Sebastián, recordé de pronto las muchas horas de felicidad que pasé en lugares como este. Quizá  solo sigo siendo feliz en una biblioteca, pero ahora he convertido en biblioteca el universo.

            Quizá. Pero me temo que esa es solo una bonita frase más o menos borgiana. Los libros siguen formando parte principal de mi mundo, pero ya no son su centro.

He cambiado de verdad, aunque me cueste reconocerlo. ¿Para mejor? Yo creo que sí, aunque mi amigo Abelardo Linares –con quien ando ahora en una agarradiella literaria que ocupará más de cuatrocientas páginas--, piensa que ha sido para todo lo contrario. En su opinión, antes era un crítico feroz y ahora me he convertido en un bienqueda. Que santa Lucía le conserve la vista.

Miércoles, 5 de febrero
MILAGRO EN GAZA

---¿Y que te parece esa idea genial que ha tenido el gran Donald Trump? Reconstruir Gaza, convertir toda la franja en un resort de lujo. En unos pocos años aquello no tendría nada que envidiar a la Riviera de las películas de Brigitte Bardot. Solo habría un problemilla. Y no se trata de quitar los escombros para poder edificar. Eso está hecho. Lo difícil será deshacerse del millón y medio o de los dos millones de palestinos que pululan por allí. Continuar la guerra hasta que no quede ninguno, como creo que ha propuesto Netanyahu o alguien de su gobierno, es demasiado costoso, amén de algo inhumano. Trump es más compresivo. Él propone llevarlos todos a otra parte. Quizá a Groenlandia, en cuanto logre adquirirla. Pero tal vez no se acomoden al clima. Mejor un rincón del desierto, en Marruecos, en Egipto, en cualquier país amigo. Con bajar aranceles y aumentar la ayuda económica a ese país todo resuelto. La Unión Europea, tan acostumbrada a agachar la cabeza, no planteará ningún problema, ya lo verás. Protestará un poquito por aquello de los derechos humanos, pero enseguida mirará para otro lado. ¿No es una idea genial? Unos barracones, unas ONG que los den de comer y todos tan contentos. Quizá se puedan subvencionar esas organizaciones humanitarias con un tanto por ciento de las ganancias de los casinos que se instalen en la franja, convertida en un nuevo El Dorado, en una nueva Las Vegas.

Jueves, 6 de febrero
QUÉ COSAS

Releer tiene sus sorpresas. Lo hago hoy con Castilla adentro de Gaziel y tropiezo en el primer párrafo. ¿Cómo es que antes no me había extrañado? Dice así: “Yo tengo a mi servicio, hace muchos años, una doncella castellana. A mi entender, las castellanas y las vascas son, con mucho, las mejores sirvientas que aún hay en España. Tienen raza, tienen estilo y saben perfectamente su oficio. Las criadas de otras regiones españolas valen poco, como no sea para hacer de fregonas”.

            Estas cosas, en los años sesenta del pasado siglo, podían publicarse sin que nadie se escandalizara. Hoy nos frotamos los ojos. ¿Qué es eso de que las castellanas y las vascas tienen la raza de las buenas sirvientas mientras que las andaluzas o las gallegas sirven solo para hacer de fregonas? Pero no se vayan porque aún hay más: las peores sirvientas son las catalanas porque, “como ya es sabido que los catalanes tenemos un rey en el cuerpo, nos desagrada soberanamente estar sometido a otros”.

Viernes, 7 de febrero
OTAN NO

“Si la OTAN fuera consecuente, ahora tendría que bombardear Tel Aviv, como en su tiempo bombardeó Belgrado para detener un genocidio que ni de lejos llegaba al que se está cometiendo en la franja de Gaza”, digo en la tertulia.

            ---Qué barbaridades se te ocurren, Martín. Ni Gaza ni Israel forman parte de la OTAN.

            ---Tampoco Ucrania ni Rusia ni aquella Serbia que fue la primera en recibir sus misiles humanitarios.



sábado, 1 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Un sabelotodo

 

Sábado, 25 de enero
PURA ENVIDIA

Camino de Francia, voy escuchando en el coche la presentación que ayer hizo Ana Blanco del libro de Enrique Bueres Lo propio y lo ajeno. El libro recopila crónicas culturales de hace más de veinte años publicadas muchas de ellas en la revista Clarín. Una obra así normalmente no habría merecido ni una mención de pocas líneas en los medios habituales, pero Bueres se las ha arreglado para que en todas partes hablen de él.

“Qué envidia”, les digo a mis compañeros de viaje. Y les recito la coplilla anónima que he puesto a circular por el ciberespacio: “Enrique, para ser célebre, / no me escribas buenos libros. / Mejor cultivar el trato / con influyentes amigos”.

 Todo el lobby asturiano estaba ayer en la presentación de la Telefónica y a todos y cada uno les dedicaba el autor una cariñosa salutación. Bueno, todos no, faltaba Víctor Manuel, pero había prometido asistir y solo falló por un inconveniente de última hora. También Letizia Ortiz, pero nadie más.

            “Deberías tomar buena nota para promocionar así tus libros”, me dice Sánchez Torreño, que me acompaña en este viaje. “Debería. Pero yo soy el antibueres. Él es el amigo de todo el mundo y todo el mundo que me conoce se empeña en ser enemigo mío sin que yo haga nada para ello”, digo con ironía.

            La charla de Bueres con Ana Blanco, en la que se me menciona varias veces, y no siempre para bien, nos entretiene durante un buen trecho del viaje. La verdad es que Bueres, con su hipocondría y sus manías, tiene la gracia de un personaje de Woody Allen. Después de escucharle, me entretengo en imaginar el guion de una comedia urbana, por el estilo de las que se rodaban en los ochenta, en la que él –un personaje inspirado en él, también con algunos rasgos de Víctor Botas-- sería protagonista. La dirigiría, por supuesto, David Trueba, prologuista del libro y haría un cameo Marta Reyero, cuya foto llena la portada de un libro con el que no tiene nada más que ver que estar casada con el autor.

“Ya sabes –me dice Julia, otra compañera de viaje—que hay dos tipos de personas: los erizos y los peluches. Tú eres un erizo. Incluso cuando quieres acariciar pinchas”. “Y mi amigo Bueres, ya lo sé, es todo lo contrario: incluso cuando quiere pinchar acaricia. Tendré que conformarme con vender poco y que nadie hable de mí”. “De eso no te preocupes que hablar, hablar, sí hablan, aunque no sé si a ti te gustaría escuchar lo que dicen”.

Domingo, 26 de enero
DICHOSO EL QUE NO ENCUENTRA

En una tienda de antigüedades que es también librería de viejo de la Pequeña Bayona encuentro Une amitie de Rainer Maria Rilke, el libro en el que Elya Maria Nevar reúne la correspondencia que tuvo con el poeta a partir de un fugaz encuentro en el caótico Múnich de 1918, recién acabada la Gran Guerra. Al final, se enumeran las direcciones a las que envió las cartas: son más de veinte. Y pocas correspondían a un domicilio propio: Rilke pasó la vida de un castillo a otro invitado por alguna gentil admiradora. No es precisamente la vida que a mí me habría gustado llevar. Siempre que puedo, evito dormir fuera de casa. Y si no tengo más remedio, porque me apetece darme una vuelta por un lugar algo distante, procuro que sean solo dos o tres noches. Claro que mi casa se va ampliando y le voy añadiendo lugares que ya forman parte de ella, como esta habitación que se asoma al Adur, al puente del Santo Espíritu y al perfil de la Gran Bayona, con las torres de la catedral, el teatro que es también ayuntamiento y la noria que se refleja en las aguas del río.

¿Qué he venido a hacer aquí? Nada en especial. El amor, como la rosa de Ángelus Silesius, es sin porqué. Camino por la orilla del Nive y me dejo embriagar por la melancolía del atardecer, los últimos rayos de sol apareciendo para despedirse tras un desapacible día de viento y lluvia. A la memoria me vienen unos versos que no sé si leí o escuché cantar alguna vez: “Me basta un poco de sol / para sentirme feliz, / tan solo un poco de sol / y no acordarme de ti”.

            A mí me gustaría escribir media docena o docena y media de poemas memorables, como Rilke (el resto es envejecida literatura), pero no llevar vida de poeta como Rilke, ser un parásito que vive, no de los derechos de autor, sino de la admiración y de la generosidad ajenas.

            Recuerdo que el primer enfado de Brines conmigo fue en una comida en la que nos acompañaban Víctor Botas y Paulina. “¿También eres profesor?”, le preguntó Brines a Botas. Y yo dije: “¡Qué va! Se dedica a no hacer nada, tiene esa suerte”.

Parece que a Brines esa observación le tocó algún punto sensible: “¿Cómo que a no hacer nada? ¿Es que para ti escribir poemas no es hacer nada? ¿Es que quieres como Fidel Castro enviar a los poetas a cortar caña para que hagan algo útil?”.

 Y así siguió durante largos minutos. Víctor, Paulina y yo nos mirábamos extrañados. Luego se calmó y la conversación continuó por cauces normales. No sabía yo entonces que Brines no había trabajado nunca y que vivía –indiscreto Villena-- del dinero que le pasaban sus padres. Yo en eso soy más machadiano: “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago / el traje que me cubre y la mansión que habito, / el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”.

            La vida es una red de triviales miserias. Dichoso el que no encuentra un aplicado biógrafo que se dedica a rescatarlas del olvido y a avergonzarnos para toda la eternidad con la complicidad de nuestros mejores amigos.

Lunes, 27 de enero
MACHADO Y YO

Con José María Sánchez Torreño, presento la edición que hemos preparado de las Poesías completas de Antonio Machado en una librería de San Sebastián. El acto lo organiza el Ateneo Guipuzcoano y yo me he entretenido en averiguar su historia. Se fundó en 1870, el año en que murió Bécquer y asesinaron a Prim. Poco después se iniciaría el reinado de Amadeo de Saboya.

Comenzó como una tertulia que se reunía tres veces por semana, los lunes, los miércoles y los viernes de seis y media a ocho y media. Un poco como nuestra tertulia que se reúne, desde 1980, los miércoles y los viernes de siete a diez. No organizamos conferencias, pero hemos discutido de todo y publicado bastantes cosas.

La época de esplendor del Ateneo Guipuzcoano, que ahora me parece que se sobrevive, como los otros ateneos, incluido el de Madrid, fue el final de los años veinte y en los primeros treinta. Por entonces, pasaron por él todas las primeras figuras de la literatura española. El 23 de diciembre de 1935, la víspera de Nochebuena, el joven dramaturgo Alejandro Casona habló, no de teatro, como se podría esperar, sino de la nueva poesía. Según él, una de las características del arte nuevo es la guerra al adorno, el dominio de la línea recta, el prescindir del amontonamiento ornamental. En poesía eso se traduce en la vuelta al cantar popular, al folclore, al canto llano del pueblo. Ejemplificó “con versos de Machado, Giménez Caballero, Alberti y García Lorca la tendencia a confeccionar poemas partiendo de ideas populares”.

¿Giménez Caballero? Mejor podría haber citado sus propios versos de La flauta del sapo. Tampoco citó, y fueron los iniciadores, a  Juan Ramón Jiménez ni a Manuel Machado, porque Machado a secas, entonces y ahora, era Antonio, no Manuel.

            De Antonio Machado fue el primer libro de un poeta que yo compré y el primero que me leí de la primera a la última página, entendiera o no entendiera lo que leía. Ocurrió hace más de sesenta años. Desde entonces me acompaña en la memoria. Hablo de él hoy en San Sebastián como quien habla de alguien de la familia, el padre y maestro mágico.

Miércoles, 29 de enero
BUEN MAESTRO

Presento a Lorenzo Oliván en la cátedra Alarcos, más de treinta años después de que en la tertulia Óliver editáramos su primer libro, Cuatro trazos.

Cuánto tiempo ha pasado desde aquellas juveniles discusiones con José Luis Piquero, Pelayo Fueyo, Javier Almuzara, todos grandes lectores pero pésimos estudiantes. Lorenzo Oliván era la excepción: siempre bien peinado y con aspecto de primero de la clase. Se veía que iba a llegar lejos, a recibir todos los premios.

Termino la presentación con un aforismo de Eugenio d’Ors: “Mal maestro el que no es superado por alguno de sus discípulos”. Y añado: “En el caso de Oliván, no hay duda de que, en ese sentido, he sido un buen maestro”.

            La verdad es que no me importa que los poetas jóvenes, cuando dejan de serlo, me superen. También es cierto que me esfuerzo para que no les resulte demasiado fácil. 

Viernes, 31 de enero
EINSTEIN Y YO

Sonrío al leer en una página de Internet una frase de Einstein: “El que lo sabe todo no es un sabio, sino todo lo contrario: un sabelotodo”. Y sonrío porque esa frase, como tantas que se le atribuyen, no la escribió Einstein. La escribí yo.