Sábado, 1 de marzo
DOS CIUDADES
Una calle vulgar con muchas
tiendas. Sí, una calle vulgar llena de tiendas para turistas en el barrio de
Plaka, junto a Monasteraki, una calle como tantas otras y también un poema de
Gil de Biedma. “Me acuerdo que de pronto amé la vida / porque la calle olía / a
cocina y a cuero de zapatos”.
A
él la calle Pandrossou le hizo amar la vida, “después de un año atroz, recién
llegado”. A mí, después de una noche de pesadilla, también recién llegado.
Ayer fue un día de disturbios y de huelga general en
Grecia. Se conmemoraba un accidente de tren con muchos muertos y se protestaba
por la desidia en la investigación de las causas y en el castigo a los
responsables. El avión no pudo aterrizar hasta después de la media noche. No
había taxis en la parada. De pronto, apareció uno. El taxista parecía tener
prisa. Colocó las maletas en el maletero, casi sin que tuviéramos tiempo a
decirle nada, y partió a toda velocidad. Parecía que nos raptaba en lugar de
llevarnos al hotel.
Ya
en la ciudad, calles mal iluminadas, sin gente y de pronto, al doblar una
esquina, una escena de película de terror: un batallón de zombis tumbados, en
pie tambaleándose, pinchándose, ocupando las aceras y el centro de la calle.
El taxi disminuyó la
velocidad. Por un momento nos pareció que iba a detenerse, que había ido a
buscar carnaza al aeropuerto para alimentar a aquellos infra hombres. Pero no,
solo se movía con cuidado para no pasar por encima de nadie. Se levantaban con
desgana. Yo me temí que de pronto todos se aglomeraran golpeando las
ventanillas.
El
hotel estaba a dos pasos, en una avenida que tenía al fondo, muy cerca, la
plaza Omonia con su fuente central iluminada y enfrente un gran templo de
mármoles neoclásicos.
Dormí mal, me imaginaba refugiado en el edificio,
atrancando las ventanas, racionando los alimentos, esperando que llegara el
capitán América –hace poco que he visto la última película de la Marvel-- a
salvarnos. Cuando desperté, el cielo estaba azul, sonaban las campanas de la
iglesia de los santos Constantino y Elena. Tras un impaciente desayuno, salí a
la calle con los ojos muy abiertos, dispuesto a dejarme sorprender por todo,
como hago siempre en una ciudad desconocida.
Enfrente del hotel, está la marmórea iglesia con su
cúpula azul y al lado el teatro nacional con una de las puertas protegidas por
cariátides. Apenas pongo el pie en la calle, de esa puerta sale una mujer
gritando enloquecida, cubierta con una bata, como las que ponen en los
hospitales, abierta completamente por atrás y dejando ver sus rotundas nalgas.
¿Es una obra de teatro de vanguardia? ¿Una paciente escapada de un nosocomio?
Fue al reconocer la calle Pandrossou cuando por primera
vez me sentí en casa y protegido por la biblioteca de mi memoria. Recordé el
poema de Gil de Biedma y el comienzo de Los intereses creados, que tanto
me gusta recitar: “Gran ciudad ha de ser esta, Crispín, en todo se advierte su
señorío y riqueza”, “Dos ciudades hay, quiera el cielo que con la mejor hayamos
dado”, “¿Dos ciudades dices? Ya entiendo, antigua y nueva, una en cada parte
del río”. “¡Qué importa el río ni la vejez ni la novedad! Digo dos ciudades
como en toda ciudad del mundo. Una para el que llega con dinero y otra para el
que llega como nosotros”.
Siempre hubo dos Atenas en Atenas, como en toda ciudad del mundo.
Domingo, 2 de marzo
POCO IMPORTA
Poco importa que no sea la
primera vez, que estemos cansados de ver imágenes suyas, que caminemos en medio
de una multitud. Subir lentamente los propileos hasta llegar a lo alto de la
Acrópolis siempre es una experiencia iniciática que nos hace enmudecer. Los
dioses que dejaron de existir cuando se dejó de creer en ellos aquí siguen existiendo.
Y de vez en cuando me sonríen.
Lunes, 3 de marzo
VIAJE EN AUTOBÚS
El autobús a Sunion va
bordeando la costa, solo en algún tramo de ella se adentra un poco y deja entrever
la vida en los pequeños pueblos. Sube y baja gente, por lo general conocidos
del conductor, y yo me entretengo con la sucesión de playas y de calas. El día
está nublado, el mar muy gris, no parece que vaya a disfrutar de un colorido
atardecer en el promontorio de Sunion, el extremo más al sur y al oriente del
Ática.
En
el último recodo, lo diviso coronado por los restos del templo, y lo primero
que me viene a la mente es el “Elogio del horizonte” gijonés. Seguro que
Chillida lo tuvo como ejemplo para situar su escultura.
A
la vuelta, ya anochecido, se me acentúa la melancolía con las canciones que
suenan en el autobús. Me entretengo en ponerles letra: “Cuando la vida se
acaba, / cuando todo se ha perdido, / aún me queda el dulce engaño / de tus
ojos en los míos”.
Como
las curvas de la carretera me dificultan escribir, le voy dictando mis versos
al teléfono: “Dices que no me quisiste / y digo que no te quiero, / pero sin ti
el paraíso / es como el peor infierno”.
Son coplas populares que sin duda no se parecen en nada a las que una delicada voz masculina va desgranando mientras llega la noche, pero podrían cantarse con la misma música: “A la muerte no le temo, / yo soy así de valiente. / A lo único que temo, / es a no volver a verte”, “Amores que nunca tuve, / nunca los pude olvidar, / que el amor es mitad sueño / y ensueño la otra mitad”.
Martes, 4 de marzo
SACRIFICIOS
Me gustan los museos que no
se limitan a ser un contenedor de curiosidades y maravillas, en los que el
propio museo forma parte del museo, como ocurre con el de la Acrópolis. Se
levanta sobre restos arqueológicos, su primer piso va ascendiendo en leve
rampa, el piso superior se separa del resto, se alinea con el Partenón y lo recrea
en su interior, pero no como una maqueta, sino como un modelo sobre el que ir
colocando los mármoles de frontones y metopas, reconstruyendo los que están en
otros lugares y los desaparecidos. Y mientras damos la vuelta a este otro
Partenón, el verdadero nos observa desde su alto pedestal, como vigilando los
tesoros que ha prestado para protegerlos de la intemperie.
A la entrada, en el suelo, protegidos por un cristal, pequeños recipientes y restos de animales. Cuando se comenzaba una construcción, se solía hacer un sacrificio. Se mataba un ave o un animal doméstico y se enterraba junto con vasijas llenas de trigo o miel como ofrendas a los dioses. En el 2009, cuando se inauguró este museo (lo único bueno de aquellos años de crisis económica y terapia peor que la enfermedad: la especialidad de la Unión Europea), ya no hizo falta ningún otro sacrificio, pero se colocaron a la entrada los restos encontrados bajo uno de los edificios del siglo III antes de Cristo sobre los que se construyó el museo.
Miércoles, 5 de marzo
BAZAR Y CARNICERÍA
El mercado Varvakios, en la
parte dedicada a las carnicerías, parece un matadero, con los animales colgando
enteros de un garfio.
Aquí
Atenas es más Oriente que Occidente, igual que en el Gran Bazar que se
encuentra al lado donde maltrechos tesoros se amontona en revuelto
caleidoscopio, como si alguien acabara de saquear la cueva de Aladino.
Jueves, 6 de marzo
LIMPIEZA GENERAL
Mucho de pastiche neoclásico
tiene la Atenas renacida o reinventada en el siglo XIX, pero es difícil negar
la belleza de estos edificios que tiene más que ver con una Grecia soñada por
ingleses y alemanes que con la Grecia clásica.
Al regresar de noche, me sorprende la mágica aparición de
una plaza con la antigua universidad, la biblioteca nacional y otro edificio
que no acierto a reconocer. Me acerco hasta la universidad, en cuyo atrio, tras
las inevitables columnas, un gran fresco representa al rey Otón rodeado de las
diversas ciencias a la manera de las musas. Desde lejos, veo algunas parejas
sentadas en los escalones. Cuando me acerco, compruebo que quizá sean
enamorados, pero que no están besándose, sino pinchándose.
“Habría que hacer algo para evitar esto”, le dice Mafalda
a Susanita paseando por las calles de Buenos Aires llenas de mendigos. “¿Hacer
qué? Bastaría con esconderlos”, responde Susanita. Esa respuesta me escandalizaba
antes, pero ahora me parece que no le faltaba razón. Luchar contra la pobreza
sí, ayudar a la desintoxicación también, pero a zombis y drogadictos
esconderlos, que estén en lugares donde solo los vea quien quiera verlos, no en
el centro, que es de todos, por el que pasamos todos.
Viernes, 7 de marzo
TERTULIA
Paseando por el ágora, por
donde paseó Sócrates, se me ocurre pensar que quizá no nos habríamos llevado
demasiado bien si hubiéramos coincidido. Tras debatir dos o tres veces,
poniéndonos trampas dialécticas el uno al otro para demostrar quién es el más
listo, acabaríamos repartiéndonos los contertulios y haciendo corrillo aparte
(yo procuraría llevarme a Platón).
El gato viejo no soporta a otro gato viejo, pero le
encanta jugar con los gatitos.