sábado, 5 de abril de 2025

Al servicio de quien me quiera: De la guerra literaria

Martes, 1 de abril
ANTIHOMENAJE

Como soy un poco malévolo, qué se le va a hacer, esperaba con curiosidad la reacción de Susana Rivera ante la intervención mañana de Luis García Montero en la cátedra Ángel González. La leo hoy en una de sus entradas en Facebook: “Otra bofetada al poeta Ángel González para celebrar su centenario en su ciudad natal.  ¡Llevar a su máximo traidor a hablar de él!”

            A Luis García Montero se le pueden hacer muchos reproches, y no soy yo de los se los han escatimado cuando lo han creído conveniente, pero hay uno que no se le puede hacer: haber “traicionado” a Ángel González. En vida y en muerte, pocos le han tratado con tanta inteligencia, admiración y cariño.

            Alguien debería decirle a Susana Rivera que es la heredera de los derechos de autor de Ángel González, pero no la propietaria del poeta. A Ángel González se le puede homenajear, estudiar, leer, admirar sin necesidad de pedirle a ella permiso.

            Pero mejor no decirle nada. Es inútil. Mejor dejarla que siga con sus inexplicables rencores hacia quienes tanto quisieron al poeta y a los que este tanto quería. Tira piedras contra su propio tejado.

            A mí también me cuenta entre los traidores y de vez en cuando me suelta una andanada. Y eso que no sabe lo peor, que todos los años recibo una carta del grupo Planeta para comunicarme el abono de unos derechos de autor a cuenta de una obra de Ángel González.

            Hace unos años, de Seix Barral me escribieron para que reuniera en volumen los estudios de crítica literaria de Ángel González. Yo dije que mejor lo harían otras personas como Luis García Montero o Ricardo Labra. Pero de la editorial insistieron, al parecer era el propio poeta quien quería que lo preparara yo.

Se publicó así La poesía y sus circunstancias, cobré un dinero por el prólogo y la edición y cual no sería mi sorpresa cuando un año después recibí una notificación con los derechos de autor que me correspondían. Yo ni había mirado el contrato, en el que figuraba que los derechos de autor del libro se repartían entre Ángel González y yo. De haberlo sabido, habría renunciado a mi parte.

Yo –por decisión propia-- nunca cobro derechos de autor de mis libros. Considero que todo los que escribo, desde el momento en que se publica, es de dominio público, como si lo hubiera escrito Virgilio, Garcilaso o Cervantes.

No tiene mucho mérito esa generosidad mía, ya que yo no soy precisamente Pérez-Reverte ni nada que se le parezca. Pero me hace gracia –espero que no se entere Susana Rivera, me mataría-- que los únicos derechos de autor que se me notifican todos los años –y desde hace ya creo que veinte-- sean por una obra de Ángel González. Una cantidad mínima, ciertamente, pero que a mí me hace sonreír pensando en la propietaria de la finca.

Miércoles, 2 de abril
EL MEJOR

Si hubiera que dar un premio a la campaña publicitaria más inteligente, yo se lo daría a la iglesia católica. No contenta con el habitual encarte en todos los periódicos sobre la conveniencia de poner la equis en el apartado correspondiente de la declaración sobre la renta, le ha encargado a uno de los grandes nombres de la literatura contemporánea (al menos si hacemos caso a Macron, a Jordi Gracia y a los suplementos culturales) nada menos que una “novela” de tesis para convencer incluso a los ateos, como el autor mismo se declara. Tampoco está mal la campaña publicitaria para vender ese anuncio publicitario que lleva el llamativo título de El loco de Dios en el fin del mundo. Ni Coca-Cola lo habría hecho mejor.

            ---¿No será que tienes envidia, Martín? Cercas publica cualquier cosa y es noticia mundial; tú, aunque publicaras el Quijote, no serías noticia ni en La Voz de Avilés.

            ---Bueno, yo no he escrito el Quijote y Cercas es un gran escritor. Sabe contar y sabe convencer hablando de cualquier cosa, de lo malo que son los independentistas o de que tenemos que dar la pasta a la iglesia católica, aunque seamos

ateos (pero ateos católicos, como buenos españoles a machamartillo), porque es la única iglesia cuyos misioneros hacen el bien sin mirar a quién y no hacen nunca proselitismo ni abandonan los territorios conflictivos cuando salen huyendo los médicos sin fronteras y los misioneros protestantes.

            ---Caricaturizas un poco.

            ---Pero solo un poco. La literatura al servicio de las buenas causas. Cualquier día escribe un libro para elogiar la labor de la farmacéutica Pfizer en la época de las mascarillas. Tiempo al tiempo.

            ---A ti lo que te fastidia es que José Tolentino Mendonça, el cardenal que es poeta y ocupa un alto cargo en el Vaticano, no te lo encargara a ti.

            ---Hombre, de no encargárselo a Cercas, se lo encargaría a Ignacio Peyró, que es amigo suyo.

            ---Pues yo estoy deseando leer el libro para averiguar qué le responde el papa a la gran pregunta por la que aceptó el encargo: ¿Se reencontrará, cuando muera, su padre con su madre? O algo así.

            ---Gran pregunta. Para ese vieje no hacen falta muchas alforjas. Lo que le va a decir el papa se lo puede decir cualquier niño que vaya al catecismo.

            ---¡Eres incorregible, Martín!

            ---Y Cercas un gran escritor. Cualquier cosa que nos cuente es creíble al menos mientras él nos la cuente. La iglesia católica ha sabido escoger al mejor a la hora de recaudar fondos. 

Jueves, 3 de abril
BUSCO Y REBUSCO

Sigo en Facebook las protestas de Susana Rivera porque Luis García Montero, “su máximo traidor”, haya inaugurado en la cátedra Ángel González los homenajes al poeta con motivo del centenario. García Montero, como todo ser humano, seguro que tiene muchos defectos (él en eso es muy humano), pero entre ellos no me parece a mí que se encuentre el de haber sido jamás infiel a la admiración, al afecto y a la amistad que sintió por Ángel González.

Busco y rebusco entre las diatribas de la viuda del poeta algún ejemplo de lo contrario. Toma de la referencia periodística del acto de ayer, que García Montero “comenzó trazando los vínculos de su historia con Ángel González remontándose a 1985, fecha en que se conocieron mientras organizaban una exposición que pretendía reivindicar, ya entonces, la poesía de contenido cívico”. Y Susana Rivera se pregunta qué versión habrá contado si la falsa o la verdadera. La falsa es que, al evocar ese primer encuentro en no sé qué entrevista, no mencionó que le acompañaba Javier Egea. Tampoco mencionó a Susana Rivera, que estaba allí, y luego se encargaría de señalar ese olvido que para Manuel Rico es un claro indicio del intento de eliminarlo del canon literario, lo mismo que el que el Ministerio de Cultura no le diera una ayuda a su edición de la poesía completa de Egea. Aceptemos eso, que ya es mucho aceptar, ¿pero qué agravio o traición hay en ello a Ángel González?

            De los muchos escritos que García Montero le ha dedicado a Ángel González, y de los incontables homenajes que ha organizado o en los que ha participado, todo el mundo es testigo. Del afecto que Ángel González le tenía, lo soy yo (aunque no solo, claro). Era más que un estudioso y un promotor de su poesía, era un amigo personal al que acudir en cualquier dificultad, incluso en la más insignificante. Recuerdo un curso en la universidad de Almería, allá por 2002, en el que participé. Íbamos caminando en grupo por la ciudad y Ángel González se acercó un momento a un cajero automático. Tuvo algún problema y García Montero, no Susana Rivera, que también nos acompañaba junto a algún otro participante, fue enseguida en su auxilio y resolvió el problema. Al volver, Ángel González me dijo: “Luis lo arregla todo”.

            Solo dos o tres veces me llamó Ángel González por teléfono –nunca fui íntimo amigo suyo, nunca salí de copas con él-- y en una de ellas, presidía él jurado del premio Emilio Alarcos, me dijo que sabia por Luis que Vicente Gallego participaba en el premio y que su libro no había sido seleccionado, que debíamos añadirlo. Yo me negué a ello. “El jurado tiene derecho a incluir libros no seleccionados”, me replicó. Luego lo repitieron insistentemente Luis y él en la reunión del jurado. “En efecto, lo tiene, pero para ello ha de hacer lo que suele hacer Gamoneda: pedir los seiscientos o setecientos libros enviados, leerlos, y rescatar los que crea de valor. Leerlos todos, o al menos hacer como que se leen, pero no pedir por su título un libro concreto porque sabemos que es de un determinado poeta”. Yo entonces era así de talibán.

Ángel González, en cuanto a su comportamiento en la vida literaria, se parecía más a Luis García Montero que a mí. Una vez le dije, yo siempre tan Pepito Grillo, que me parecía impropio de un poeta de su categoría leer sus versos en la Semana Negra junto a Joaquín Sabina, que solo buscaba aprovecharse de su prestigio. “Mira –me respondió--, si yo leo solo a lo mejor van a escucharme cien personas; si leo con Sabina, van mil. Los dos nos beneficiamos”.



 

 

sábado, 29 de marzo de 2025

Al servicio de quien me quiera: Menos mal

 

Viernes, 21 de marzo
LLEGARÁ LEJOS

Este día de la poesía y del inicio de la primavera --bastante malhumorada, por cierto-- participo en el Cervantes en un homenaje a Ángel González. Charlo un rato, antes de comenzar el acto, con Vanessa Gutiérrez, consejera de Cultura del gobierno asturiano, y con Luis García Montero. Como siempre, meto la pata. “Vanessa –le digo--, hace tiempo que no publicas nada. Creo que deberías seguir el ejemplo de Luis y continuar escribiendo y publicando mientras ocupas un cargo político”. “Yo siempre he escrito poco”, responde ella. Y él: “Lo que tú quieres decir en realidad es que yo tendría que seguir el ejemplo de Vanessa para que no hables mal de lo que escribo”.

            Pero yo no hablo mal de sus libros ni de sus artículos (al menos, públicamente). No he dejado de leerle, pero prefiero reservarme mi opinión.

            Sonrío al recordar lo que me dijo José Agustín Goytisolo hace ya cerca de cuarenta años. Fue durante una comida, en uno de los encuentros en Oviedo sobre los poetas del cincuenta. Yo, en la mesa redonda previa, había discrepado –es mi naturaleza-- de alguno de los puntos de vista de García Montero. Goytisolo, que se sentaba a mi lado, me dijo: “No te metas con ese chico. Llegará lejos”.

            Nunca le hice caso, la verdad. Pero ese chico siempre ha sido muy paciente con mis discrepancias. Al contrario que mi amigo Abelardo Linares, cada vez más partidario de matar moscas a cañonazos, yo no me meto con nadie que no merezca la pena, aunque le den todos los premios.

Sábado, 22 de marzo
PURA INTELIGENCIA

Con los años, y yo ya tengo cuarto y mitad (cuarto de un siglo y la mitad enterita de otro), me cuesta cada vez más abandonar la rutina, pero no dudé ni un momento en aceptar esta última invitación, aunque consistiera solo en leer un poema, uno y no más, de Ángel González. El viaje con pretexto literario escondía un regalo: saludar a Bruno, que dentro de unos días cumple sus primeros doce meses.

Es todo sonrisa y estudiosa mirada. Desde que abre los ojos, contempla asombrado todo lo que le rodea y no deja de sonreír con cualquier pretexto. Siempre me ha fascinado el ejercicio de la inteligencia y Bruno, como todos los niños de su edad, es pura inteligencia.

            ---Tenemos muchas cosas en común –le digo a su padre--. Bruno es intenso, encantador y agotador. Y yo coincido en dos de esas cosas, no diré en cuáles. 

Domingo, 23 de marzo
ENCUENTRO CASA

Mientras no encuentre un lugar tranquilo donde sentarme a hojear los libros que acabo de comprar, a charlar sin prisa con algún amigo o a garabatear unos versos que se me acaban de ocurrir y que luego rara vez conservo, cualquier ciudad es para mí un territorio inhóspito. En este viaje a Madrid, en el que me alojé en la Residencia de Estudiantes, lo encontré en la cafetería Úrsula. El nombre es un homenaje a García Márquez, pero quizá debería homenajear a Azorín o a Julio Camba o a cualquiera de tantos autores que yo leí en el ABC. La cafetería está en el centro comercial que ocupa la antigua sede del periódico, que yo visité solo una vez, invitado por el poeta Santiago Castelo, que actuaba como embajador oficioso de todos los extremeños que pasaban por Madrid.

No sé de dónde me viene esta debilidad por los centros comerciales, aunque solo en las horas en que son menos frecuentados. Es para mí una manera de estar en casa fuera de casa.

Dejo a un lado el libro que he traído conmigo, las Obras poéticas de José María Bartrina, editadas en Barcelona en 1939, abro mi cuaderno de notas y escribo, sin un titubeo, como si los escuchara cantar en alguna parte, unos versos:

“Nunca estuve menos solo, / ni más a gusto conmigo / que ahora cuando me acerco / a la estación de destino”.

“Dices que ya no me quieres. / Qué larga ha sido mi vida / y la eternidad qué breve”.

“Soñé que estaba contigo / mientras dormías a mi lado. / El sueño se hizo verdad / y aún no me he acostumbrado”.

Creo que a partir de ahora la Residencia de Estudiantes va a ser mi casa en Madrid y la cafetería Úrsula mi lugar de trabajo matinal. Lo de trabajo, en mi caso, es una manera de hablar, que ya me dijo hace tiempo el padre de Bruno López-Vega que yo no trabajo, solo juego a que trabajo. Como cualquier niño, por cierto.

Lunes, 24 de marzo
COSTELLO Y GENOVESE

Ayer estuve viendo The Alto Knights, la película de Barry Levinson que protagoniza Robert de Niro, y hoy recibo Duelo al sol, la trifulca dialéctica que hemos perpetrado Abelardo Linares y yo. Sonrío al comprobar que la película y el libro usan una misma frase promocional: “El enemigo más peligroso es un viejo amigo”.

            The Alto Knights narra el enfrentamiento entre dos jefes de la mafia, Frank Costello y Vito Genovese, en el Nueva York de los años cincuenta. Con un poco de exageración, podríamos decir que Duelo al sol refleja el duelo a primera sangre de dos jefecillos de la mafia literaria de los ochenta, aquel sindicado del crimen que antologó el ilustre Eligio Rabanera.

Yo, naturalmente, me identifico con Frank Costello, el más astuto de los dos capos, y dejo el papel del matón sin escrúpulos Vito Genovese para Abelardo Linares.

            En la película (y en la realidad) quien sale ganando es Costello, que disfruta (como un real emérito cualquiera) de su mal adquirida riqueza hasta la ancianidad, mientras que a Genovese  le espera una temprana muerte en presidio. En el libro, sin embargo, da la impresión de que es Genovese quien gana, pero porque hace trampas, como cualquier atento lector podrá comprobar.

            En la película, los dos viejos amigos convertidos en los peores enemigos, son en realidad la misma persona: a ambos los interpreta Robert de Niro. En el libro parece que no, pero como si lo fueran.

Incluso circulan rumores, que estoy en condiciones de desmentir, de que todo él ha sido escrito por Juan Bonilla.

Martes, 25 de marzo
ARDOR GUERRERO

---¿Y qué opinas; Martín, de ese kit de supervivencia que la Unión Europea quiere que adquiramos todos los habitantes de la amenazada Europa?, me pregunta Alejandro Lérida.

            ---Pues que seguro que ya hay listillos que se frotan las manos encargando millones a China y soñando con las ganancias, que dejarán chiquitas a las de las mascarillas. Y seguro que las grandes empresas de la construcción ya están planificando refugios antiatómicos para todo el personal. No hay que olvidar que Rusia es una potencia atómica. De la Unión Europea, quién lo iba a decir, puede esperarse cualquier barbaridad. Y de la capacidad del personal para agachar la cabeza y aceptar el castigo, por estúpido que sea, siempre que se les asegure que es por su bien, ya tuvimos bastante muestra durante la gestión de la pandemia, tan dañina o más que la pandemia.

            ---¡Sigues tan negacionista como siempre, Martín! Me encanta.

            ---Israel, que machaca a los palestinos y que busca su exterminio o expulsión, no es un peligro para el mundo; Rusia, que defiende a los territorios de habla y cultura rusa de Ucrania, sí que lo es. ¡Qué cabezas pensantes tiene la Unión Europea! Parece que han sido abducidas por la Inteligencia Artificial.

            ---¿Así que tú eres partidario de que sigamos el ejemplo del Reino Unido y la abandonemos?

            ---¿Para qué? Si para lo malo, tratar de impedir la paz en Ucrania, Inglaterra sigue siendo tan Europa, en el mal sentido de la palabra (el que le da la UE), como Alemania o Francia.

            ---Menos mal que nos queda Donald Trump.

            ---Quién lo iba a decir. El diablo convertido en hombre de paz y sacándoles los colores a los demócratas de toda la vida.

            ---O sea que tú no vas a comprar ese kit de supervivencia por muy barato que te lo vendan en tu Mercadona de todos los días.

            ---Yo el único kit que haría obligatoria sería uno de sentido común. Y el primer prototipo se lo enviaría a Pedro Sánchez, que me defraudó con la pandemia y me hace sentir vergüenza ajena con su ardor guerrero.

Jueves, 27 de marzo
PRIMER ENCUENTRO

A José María, uno de los habituales de la tertulia de los miércoles, no le gustó nada mi intervención ni la de Xuan Bello en el homenaje a Ángel González del pasado viernes, que se puede ver en la página del Cervantes. “No estuvisteis a la altura”, me dice. “Por lo menos estuve a la altura del personaje. Solo dije tres o cuatro palabras antes de leer el poema y otro de los intervinientes, Miguel Munárriz, tuvo a bien desmentirme afirmando que Ángel González no despreciaba a nadie, ni siquiera a Ory.”

            Yo había contado cómo conocí a Ángel González, hace exactamente medio siglo, en un curso de verano. Hablaba de la poesía de posguerra y yo le reproché, en el coloquio final, que no mencionara al postismo ni a Carlos Edmundo de Ory. Él me replicó que todo esa supuesta vanguardia no era más que un invento de Juan Aparicio, el Goebbels del Régimen. Si esto no es desprecio, que venga Dios y lo vea.


 

 

 

jueves, 20 de marzo de 2025

Al servicio de quien me quiera: Alta diplomacia

 

Sábado, 15 de marzo
UN TRIUNFADOR

---¿Te molesto?, me dice al acercarse a mi mesa habitual en el Atrio.

            ---Por supuesto que no. Precisamente acabo de terminar el libro que pensaba reseñar esta semana y que no voy a reseñar. Me ha costado terminarlo.

            ---Pues se está promocionando mucho.

            ---Y se venderá bastante por el tema, Julio Iglesias, y por el autor, Ignacio Peyró, una de las estrellas del nuevo periodismo, uno de los pocos que destacan entre los fichajes recientes de El País.

            ---Te gustará lo que escribe hoy Ana Iris Simón, cuando se cumplen cinco años de que nos atrancaran en casa. Dice que muchos de sus textos de entonces le dan vergüenza y risa. Supongo que a ti los tuyos no. Recuerdo una frase que te gustaba repetir: “El gobierno toma medidas que ofenden a la inteligencia y nadie se da por ofendido”. Cinco años después nadie ha pedido perdón porque los niños se pasaran tres meses encerrados, escribe ahora ella.

            ---La frase mejor no fue mía, ni de ningún político a los que yo hubiera votado o de algún intelectual al que admirara, sino de Santiago Abascal, qué le vamos a hacer: “El gobierno trata a los españoles como a niños y a los niños peor que a los perros”. Y Juan Manuel de Prada, al que yo no admiro demasiado, salvo su hercúlea capacidad de trabajo, tampoco se calló.

            ---Pero sí admiras, o admirabas, a Ignacio Peyró. ¿Por qué no vas a reseñar El español que enamoró al mundo?

            ---Porque el libro es un disparate. Dedicar más de trescientas páginas a contarnos la vida de Julio Iglesias es un despilfarro de tiempo y de talento. Por mucho ingenio que le eches, sobran unas cuantas páginas, trescientas más o menos. Con las treinta y tantas restantes se podría escribir un buen perfil para Jot Down o, algo abreviado, para el dominical de El País. Julio Iglesias tiene tanto interés sociológico  como Belén Esteban. Humano, quizá menos. Te leo un fragmento: “Julio, las mujeres. Durante muchos años, el cantante vivió entregado a las pasiones que uno de sus colaboradores resumió en las tres ces de concierto, cena y culo”. Otro de sus méritos: era “tocón y besucón”. Las mujeres, al parecer, hacían cola cada noche a la puerta de su cuarto. “¿Quién es la última?”, preguntaba la recién llegada. Esas cosas entonces hacían gracia. Hoy, un poco menos.

            ---No me creo que Ignacio Peyró no hable de cosas más serias.

            ---Habla, pero no siempre es fácil concordar con su argumentación. Resulta que Julio Iglesias cantó en la cena que Reagan ofreció a Mitterrand. Aunque el cantante no tenía por qué ser de la misma nacionalidad que el invitado (casi nunca lo fue), “eso no obsta para que Mitterrand aquella noche, ante Julio, tuvieran que tragar, y no Château d’Yquem. Porque la decisión de programar a un cantante que iba a cantar en español tiene, visto en retrospectiva, su relieve. Por entonces era un exotismo irrelevante, una nota de color: español, tagalo, qué más daba. Hoy, por ejemplo, dada la pujanza del español y el nerviosismo corrosivo que esto produce en Francia, sería implanteable: Macron, por ejemplo, no lo hubiera aceptado nunca, y Macron no es más chauvinista que Mitterrand”. Qué extraño razonamiento: Mitterrand tuvo que sufrir en aquella cena porque se cantara en español no porque entonces eso fuera un problema, sino porque iba a serlo (según Peyró) para los franceses tiempo después. Profético presidente.

            ---Pues visto lo visto, mejor que no hables de ese libro que, al parecer,  ha enamorado a todos menos a ti.

            ---No te preocupes, que no hablaré. Son los inconvenientes de haberlo leído. Debería haberme limitado a hojearlo, como todo el mundo. Peyró dice de Julio Iglesias que tenía tal don de gentes que, si no lo hubiera hecho como cantante y gestor de su patrimonio inmobiliario, podía haber triunfado como diplomático o como peluquero de señoras. Yo de esto último no tengo nada, pero sí bastante de diplomático.

Domingo, 16 de marzo
REENCUENTRO

Siempre me ha admirado la capacidad de Rosa Navarro Durán para ir predicando sin fatiga el amor a la literatura de un colegio a otro, sin cansarse nunca. Del aeropuerto al instituto para encandilar a los alumnos con su charla y luego otra vez al taxi para volver al aeropuerto. Pero en Asturias ha de hacer noche y gracias a eso tengo una vez más el placer de charlar con ella. Hacemos recuento de los recientes avatares de amigos y enemigos comunes y ella me cuenta sus últimos descubrimientos filológicos: no contenta con sacar del anonimato al autor del Lazarillo y desvelar al hombre que se escondía tras María de Zayas, ahora quiere devolverle a Tirso de Molina El burlador de Sevilla con argumentos irrefutables. Deberíamos reescribir juntos la historia de la literatura: ella la época clásica y yo la contemporánea, claro que a mí más que reescribir los libros de texto me gustaría, en más de un caso, reescribir los propios textos.

Martes, 18 de marzo
CON XUAN EN GRADO

Comenzar la visita por el cementerio no suele ser lo más frecuente, pero ese es el primer rostro que Grado –tan cercano y tan lejano  para mí-- me ofrece. Un ancho paseo arbolado y, a un lado y a otro, en perfecta cuadrícula, los blancos rectángulos de las tumbas; en lo alto, la cúpula y las columnas del panteón de Concha Heres.

Un ángel vigila la entrada al ruinoso interior. ¿Un ángel? Una esbelta mujer, cuya desnudez se deja adivinar. Las alas son claramente un postizo y la mano derecha invita más al baile o al paseo bajo la luna, mientras de lejos llega el rumor de la fiesta, que a la oración. No, no es un ángel, sino una alegoría de la Noche, obra del escultor Juan Cristóbal, del que yo solo recuerdo al cinematográfico Cid que cabalga, alzando imperioso la espada, en el paseo del Espolón. Aquella estatua fue inaugurada por Franco, allá por los cincuenta; esta es de otra época, los frívolos años veinte, cuando Juan Cristóbal formaba parte de los Amigos de la Unión Soviética.

            Concha Heres se casó dos veces, una con un hombre muy rico y mucho mayor que ella; del segundo marido se separó cuando la República trajo el divorcio. No tuvo hijos. ¿Es esta hermosa Noche –me imagino a la modelo desnuda en el taller del escultor-- que había de protegerla para siempre la confesión de un secreto?

            Otra tumba, que parece una réplica del Valle de los Caídos, pero quizá sea anterior, me llama la atención, la de los Fernández Miranda, con su inmensa cruz y su gigantesca corona de espinas que enmarcan la palabra Resurrexit. Se eleva sobre una gruta cuya entrada ha tapiado la vegetación. Contemplo su impactante silueta contra el cielo y pienso que los muertos solo descansan verdaderamente en paz cuando nadie se acuerda de ellos, cuando se desvanecen para siempre y dejan de sentirse responsables del dolor que nos dejan al abandonarnos.

            Vine a Grado con Xuan Bello para hablar de literatura a los alumnos del Instituto Ramón Areces. A Xuan Bello le conozco desde que comenzó a escribir, cuando era un adolescente, y siempre ha contado en mí con un algo chinchante admirador. ¡Cuántas veces le habré tomado el pelo por lo fantasioso que me parecía su nostálgico costumbrismo! “Ese Paniceiros tuyo tiene más que ver con el Camelot de Cunqueiro que con una aldea asturiana”, le he repetido a menudo. Me temo que ya no podré decírselo más. 

            Nos recoge en coche, frente a la biblioteca del Milán, una de las profesoras del instituto, Ana Feito, que no conocía a Xuan más que de oídas, y que es de San Frichosu, la parroquia del concejo de Tineo a la que pertenece Paniceiros. Se ponen a hablar los dos y al momento me veo dentro del libro, al que le van añadiendo páginas y páginas fascinantes. Xuan se ha referido infinidad de veces a Polo, un viejo acordeonista y un Séneca rural. Ana corrobora sus más felices dichos y añade unas cuantas anécdotas nuevas.

Prometo no meterme más con él y sobre todo no recordarle algo que le molesta mucho, que en su casa y en Paniceiros fue siempre Juanjo, como recuerda Ana Feito, que es de verdad, pero parece un personaje más del prodigioso mundo de Xuan Bello.

Miércoles, 19 de marzo
REÍR POR NO LLORAR

Titular a toda página: “Israel rompe el alto el fuego con una matanza en Gaza”. Cuatrocientos muertos, más de ciento cincuenta niños y cerca de cuatrocientos civiles. Estados Unidos aplaude, como era de esperar, y la Unión Europea pide “contención”. Me imagino el telegrama que Ursula von der Leyen, tras consensuarlo con Macron, Sánchez, Zelenski y otros campeones de los derechos humanos, le envía a Netanyahu: “Benjamín, cariño, un poquito de contención. No me mates cuatrocientos de una vez. ¿Qué trabajo te cuesta asesinar unos cuantos un día y otros el siguiente? Sobre todo los niños, pocos de cada vez, que cuelan mejor como daños colaterales. No me soliviantes al personal, que van a acabar diciendo que somos igual que Trump, pero más hipócritas, y pueden acabar votando a esos partidos antidemocráticos que quieren terminar con la guerra de Ucrania y arruinarnos el lucrativo negocio”.




 









sábado, 15 de marzo de 2025

Al servicio de quien me quiera: Mi edad favorita

 

Sábado, 8 de marzo
SOY COMO SOY

Soy el escritor menos profesional del mundo, muchas veces lo he repetido. Habré escrito algunas veces unas líneas por compromiso amical, pero nunca por dinero. Claro que he cobrado alguna vez por mi trabajo literario (era lo establecido y con mi renuncia no iba a perjudicar a otros que se ganan así la vida), pero solo he aceptado encargos remunerados que haría igualmente si fueran gratis. Parezco, sin embargo, todo lo contrario. Hoy Ángeles Carbajal presenta mi último libro y a continuación, en el mismo escenario, presento yo el último libro de Rosario Neira.

            ---¿No será que eres un profesional poco profesional y por eso vendes tan poco? Aprende de tu amigo Bueres, y a ver si dejas de meterte con él, que está arrasando con la recopilación de los viejos artículos que publicó en Clarín.

            ---Quizá lo sea. Y lo siento por mis editores. Todo lo que gano con la literatura, que no es mucho, pero si lo fuera no cambiaría nada, se lo devuelvo a la literatura. Una fuente en el campo no cobra a los que beben de ella y sigue manando año tras año sin agotarse nunca. Yo soy como esa fuente.

            ---Qué bonito. Deberías escribir un poema con eso.

            ---Lo que no debería es decírselo a nadie, salvo a mi imaginario psicoanalista. Queda un poco ridículo, ¿no?

            ---Bastante. Pero cada uno es como es.

Domingo, 9 de marzo
UN SANTO VARÓN

Qué sorpresa encontrarme, entre un montón de descoloridos libros devocionales, con la autobiografía de Antonio María Claret, el confesor de Isabel II, uno de mis personajes favoritos de El ruedo ibérico junto con sor Patrocinio, la monja de las llagas.

Busco en el índice, impaciente, las páginas que dedica a su estancia en la corte. Insiste en que no se mete en política, en el fervor religioso de la reina, en el mucho bien que hace su incansable predicación a todo el mundo. Banal y convencional hagiografía, pienso. Pero, acá y allá, se le escapa algún detalle de interés. La infanta Isabel, que vivió ochenta años, hasta la llegada de la Segunda República, que fue el personaje más popular de aquella monarquía, desde niña tenía gustos poco convencionales: “En el tiempo de recreación se ocupa en juguetes varoniles y no mujeriles; por manera que en cinco años que la trato, y con muchísima frecuencia, nunca he visto en ella un juguete de niña, siempre de niños; el juguete que le es más familiar es un sombrero apuntado y una espada. También se entretiene a veces en engarzar rosarios con alicates y alambres”. Pero no todo son aficiones impropias de una niña: “borda y cose muy bien”.

            Insiste mucho en que jamás se ocupó con la reina de cuestiones políticas, pero no tiene inconvenientes en contarnos lo mucho que se opuso al reconocimiento del reino de Italia. No consiguió impedirlo, ni siquiera echando mano de las amenazas: “la dije por dos veces –Claret es laísta-- que si ella aprobaba el Reino de Italia, yo me marcharía de su lado, que era lo más sensible que podía decir porque ella me quiere con delirio”. Dudaba en cumplir su amenaza, quizá porque él también quería a la reina “con delirio”, y ni siquiera lo hizo cuando, estando rezando ante la imagen del Santo Cristo del Perdón que hay en La Granja, el propio Jesús le dijo: “Antonio, retírate”.

Tuvo que enviarle una enfermedad, no muy elegante por cierto, para decidirle a ello: una gran diarrea. “Y como en La Granja son fatales las diarreas, por razón de las aguas, pues cada año se mueren algunos de la comitiva de esto, tomé de aquí ocasión para irme a Cataluña, y separarme de la corte, disimulando con este pretexto más mi intención, porque como en estos días se hallaba la reina en el cuarto mes de embarazo le podía causar un aborto”.

La despedida –estamos en 1865-- fue digna de aquellos tiempos en que Bécquer comenzaba a escribir sus rimas: “Me decía y me suplicaba con gemidos, suspiros y lágrimas que no me fuera. Yo le decía que era preciso irme para salvar mi vida, que demasiados sacrificios había hecho en los ocho años y unos meses que había estado a su lado y que, finalmente, no me exigiese el sacrificio de la vida”.

            No se lo exigió, pero sí que volviera en cuanto se regularizaran sus funciones intestinales –esto es una suposición mía--, porque Antonio María Claret estaba junto a la reina en San Sebastián cuando la revolución de septiembre y la acompañó en el tren que la llevó al destierro.

            ¿Conoció Valle-Inclán esta autobiografía? Es posible que sí, aunque no se publicó hasta mucho después de la muerte de quien, en 1950, pasaría a engrosar el santoral de la iglesia católica. En cualquier caso, no parece que la aprovechara lo suficiente, entretenido con los libelos clandestinos que se publicaban sobre el confesor. Más interesante y verdadero resulta lo que él mismo cuenta de sí mismo. Para hacer penitencia, unos días se ponía el cilicio y otros se azotaba “y cuanto más fuerte me doy más gusto me da”. Los adictos al bondage ya tienen su santo patrono. 

Martes, 11 de marzo
GANAR LA BATALLA, PERDER LA GUERRA

Mientras estoy leyendo, con el primer café del día, el sorprendente Poema truncado de Madrid, de Alonso Quesada, me llega la noticia de la muerte del prologuista del breve volumen, Andrés Sánchez Robayna.

No era un amigo personal, apenas si le vi dos veces en mi vida, en otros tiempos habíamos militado en trincheras contrarias de la guerra literaria, pero la noticia tiñe de negro la claridad de la mañana. A la memoria me vienen unos versos, creo que de Horacio traducido por Fray Luis: “y nuestro pie que nunca se detiene / recto camina hacia la tumba fría”. Le incluí en la antología Las voces y los ecos, allá en el remoto 1980, para dejar constancia de las diversas tendencias de la poesía de la época, aunque me interesaba poco. A él le interesó tan poco la compañía –Miguel d’Ors, Sánchez Rosillo, Julio Llamazares--, que ni siquiera hizo acuse de recibo. Coincidimos en Tenerife, en un congreso de finales de los ochenta, y allí tuvo un enfrentamiento con Vicente Gallego que a punto estuvo de pasar a mayores. Vicente era entonces un aguerrido defensor de una manera de entender la poesía; ahora, convertido a no sé qué religión oriental, ama todas las escrituras, lo mismo el escorpión que el ruiseñor.

El punto mayor del enfrentamiento fue cuando la publicación de Las ínsulas extrañas, una antología de la poesía de lengua española que pretendía reordenar el canon poético de las últimas décadas, dejando fuera a José Hierro o a Ángel González. No lo consiguió, por supuesto, aunque durante un tiempo entretuvo al personal. Andrés Sánchez Robayna actuaba allí, lo haría a menudo, como escudero de José Ángel Valente, gran poeta y odiador profesional del grupo poético de los cincuenta, del que sin duda formaba parte.

Pero Robayna era algo más que un peón en la guerra poética: un gran traductor, un ensayista y un diarista excepcional y un poeta que fue creciendo y llenando de carne la dogmática sequedad inicial. El azar ha querido, para cerrar el círculo, que su última publicación aparezca en la editorial que cobijó a sus mayores detractores, Renacimiento, ahora en parte dedicada a rescatar la vanguardia antes tan denostada, aunque sea en su forma de ultraísmo, esa minúscula anécdota de la historia de la literatura.

“Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Antes parece que en poesía había que ser forzosamente del Madrid o del Atlético. Con la edad aprendemos a admirar también el buen fútbol del contrario. Y a tratar de no pensar que en cualquier momento pueden expulsarnos del campo. 

Jueves, 13 de marzo
DEUDAS

El sábado presenté a la poeta Rosario Neira en Oviedo y hoy lo hago en Gijón. Aprovecho las dos ocasiones para recordar a sus padres, Jesús Neira y Rosario Piñeiro, que fueron profesores míos, dos de esos profesores que uno no olvida nunca. Les debo además un cambio de rumbo en mi vida. Intervino también Ángel González, que era muy amigo de Neira, y al que yo le había enviado la revista Jugar con fuego, que entonces dirigía. Él, que entonces estaba en Estados Unidos, le escribió preguntándole a Neira si me conocía. Este recordó que me había dado clase, su mujer también me recordaba. Y me buscaron para que presentara los papeles para solicitar un puesto de profesor ayudante en la misma universidad de la que Ángel González no pudo ser profesor (“Si quiere ser catedrático, que haga oposiciones como todos”, dicen que dijo su gran amigo José María Martínez Cachero). Son los regalos del azar, como que la primera carta que recibí comentando un libro mío fuera de Vicente Aleixandre.

Viernes, 14 de marzo
ME EQUIVOCABA

Dije una vez que mi edad favorita eran los sesenta años y que no me importaría nada tener sesenta años durante otros sesenta años más. Me equivocaba. Ahora mi edad favorita son los setenta. Y no me importaría nada seguir teniéndolos durante unas décadas más, incluso durante toda la eternidad.


 





sábado, 8 de marzo de 2025

Al servicio de quien me quiera: La invasión de los zombis

 

Sábado, 1 de marzo
DOS CIUDADES

Una calle vulgar con muchas tiendas. Sí, una calle vulgar llena de tiendas para turistas en el barrio de Plaka, junto a Monasteraki, una calle como tantas otras y también un poema de Gil de Biedma. “Me acuerdo que de pronto amé la vida / porque la calle olía / a cocina y a cuero de zapatos”.

A él la calle Pandrossou le hizo amar la vida, “después de un año atroz, recién llegado”. A mí, después de una noche de pesadilla, también recién llegado.

            Ayer fue un día de disturbios y de huelga general en Grecia. Se conmemoraba un accidente de tren con muchos muertos y se protestaba por la desidia en la investigación de las causas y en el castigo a los responsables. El avión no pudo aterrizar hasta después de la media noche. No había taxis en la parada. De pronto, apareció uno. El taxista parecía tener prisa. Colocó las maletas en el maletero, casi sin que tuviéramos tiempo a decirle nada, y partió a toda velocidad. Parecía que nos raptaba en lugar de llevarnos al hotel.

Ya en la ciudad, calles mal iluminadas, sin gente y de pronto, al doblar una esquina, una escena de película de terror: un batallón de zombis tumbados, en pie tambaleándose, pinchándose, ocupando las aceras y el centro de la calle.

             El taxi disminuyó la velocidad. Por un momento nos pareció que iba a detenerse, que había ido a buscar carnaza al aeropuerto para alimentar a aquellos infra hombres. Pero no, solo se movía con cuidado para no pasar por encima de nadie. Se levantaban con desgana. Yo me temí que de pronto todos se aglomeraran golpeando las ventanillas.

El hotel estaba a dos pasos, en una avenida que tenía al fondo, muy cerca, la plaza Omonia con su fuente central iluminada y enfrente un gran templo de mármoles neoclásicos.

            Dormí mal, me imaginaba refugiado en el edificio, atrancando las ventanas, racionando los alimentos, esperando que llegara el capitán América –hace poco que he visto la última película de la Marvel-- a salvarnos. Cuando desperté, el cielo estaba azul, sonaban las campanas de la iglesia de los santos Constantino y Elena. Tras un impaciente desayuno, salí a la calle con los ojos muy abiertos, dispuesto a dejarme sorprender por todo, como hago siempre en una ciudad desconocida.

            Enfrente del hotel, está la marmórea iglesia con su cúpula azul y al lado el teatro nacional con una de las puertas protegidas por cariátides. Apenas pongo el pie en la calle, de esa puerta sale una mujer gritando enloquecida, cubierta con una bata, como las que ponen en los hospitales, abierta completamente por atrás y dejando ver sus rotundas nalgas. ¿Es una obra de teatro de vanguardia? ¿Una paciente escapada de un nosocomio?

            Fue al reconocer la calle Pandrossou cuando por primera vez me sentí en casa y protegido por la biblioteca de mi memoria. Recordé el poema de Gil de Biedma y el comienzo de Los intereses creados, que tanto me gusta recitar: “Gran ciudad ha de ser esta, Crispín, en todo se advierte su señorío y riqueza”, “Dos ciudades hay, quiera el cielo que con la mejor hayamos dado”, “¿Dos ciudades dices? Ya entiendo, antigua y nueva, una en cada parte del río”. “¡Qué importa el río ni la vejez ni la novedad! Digo dos ciudades como en toda ciudad del mundo. Una para el que llega con dinero y otra para el que llega como nosotros”.

            Siempre hubo dos Atenas en Atenas, como en toda ciudad del mundo.

Domingo, 2 de marzo
POCO IMPORTA

Poco importa que no sea la primera vez, que estemos cansados de ver imágenes suyas, que caminemos en medio de una multitud. Subir lentamente los propileos hasta llegar a lo alto de la Acrópolis siempre es una experiencia iniciática que nos hace enmudecer. Los dioses que dejaron de existir cuando se dejó de creer en ellos aquí siguen existiendo. Y de vez en cuando me sonríen.

 

Lunes, 3 de marzo
VIAJE EN AUTOBÚS

El autobús a Sunion va bordeando la costa, solo en algún tramo de ella se adentra un poco y deja entrever la vida en los pequeños pueblos. Sube y baja gente, por lo general conocidos del conductor, y yo me entretengo con la sucesión de playas y de calas. El día está nublado, el mar muy gris, no parece que vaya a disfrutar de un colorido atardecer en el promontorio de Sunion, el extremo más al sur y al oriente del Ática.

En el último recodo, lo diviso coronado por los restos del templo, y lo primero que me viene a la mente es el “Elogio del horizonte” gijonés. Seguro que Chillida lo tuvo como ejemplo para situar su escultura.

A la vuelta, ya anochecido, se me acentúa la melancolía con las canciones que suenan en el autobús. Me entretengo en ponerles letra: “Cuando la vida se acaba, / cuando todo se ha perdido, / aún me queda el dulce engaño / de tus ojos en los míos”.

Como las curvas de la carretera me dificultan escribir, le voy dictando mis versos al teléfono: “Dices que no me quisiste / y digo que no te quiero, / pero sin ti el paraíso / es como el peor infierno”.

Son coplas populares que sin duda no se parecen en nada a las que una delicada voz masculina va desgranando mientras llega la noche, pero podrían cantarse con la misma música: “A la muerte no le temo, / yo soy así de valiente. / A lo único que temo, / es a no volver a verte”, “Amores que nunca tuve, / nunca los pude olvidar, / que el amor es mitad sueño / y ensueño la otra mitad”.

Martes, 4 de marzo
SACRIFICIOS

Me gustan los museos que no se limitan a ser un contenedor de curiosidades y maravillas, en los que el propio museo forma parte del museo, como ocurre con el de la Acrópolis. Se levanta sobre restos arqueológicos, su primer piso va ascendiendo en leve rampa, el piso superior se separa del resto, se alinea con el Partenón y lo recrea en su interior, pero no como una maqueta, sino como un modelo sobre el que ir colocando los mármoles de frontones y metopas, reconstruyendo los que están en otros lugares y los desaparecidos. Y mientras damos la vuelta a este otro Partenón, el verdadero nos observa desde su alto pedestal, como vigilando los tesoros que ha prestado para protegerlos de la intemperie.

            A la entrada, en el suelo, protegidos por un cristal, pequeños recipientes y restos de animales. Cuando se comenzaba una construcción, se solía hacer un sacrificio. Se mataba un ave o un animal doméstico y se enterraba junto con vasijas llenas de trigo o miel como ofrendas a los dioses. En el 2009, cuando se inauguró este museo (lo único bueno de aquellos años de crisis económica y terapia peor que la enfermedad: la especialidad de la Unión Europea), ya no hizo falta ningún otro sacrificio, pero se colocaron a la entrada los restos encontrados bajo uno de los edificios del siglo III antes de Cristo sobre los que se construyó el museo.

Miércoles, 5 de marzo
BAZAR Y CARNICERÍA

El mercado Varvakios, en la parte dedicada a las carnicerías, parece un matadero, con los animales colgando enteros de un garfio.

Aquí Atenas es más Oriente que Occidente, igual que en el Gran Bazar que se encuentra al lado donde maltrechos tesoros se amontona en revuelto caleidoscopio, como si alguien acabara de saquear la cueva de Aladino. 

Jueves, 6 de marzo
LIMPIEZA GENERAL

Mucho de pastiche neoclásico tiene la Atenas renacida o reinventada en el siglo XIX, pero es difícil negar la belleza de estos edificios que tiene más que ver con una Grecia soñada por ingleses y alemanes que con la Grecia clásica.

            Al regresar de noche, me sorprende la mágica aparición de una plaza con la antigua universidad, la biblioteca nacional y otro edificio que no acierto a reconocer. Me acerco hasta la universidad, en cuyo atrio, tras las inevitables columnas, un gran fresco representa al rey Otón rodeado de las diversas ciencias a la manera de las musas. Desde lejos, veo algunas parejas sentadas en los escalones. Cuando me acerco, compruebo que quizá sean enamorados, pero que no están besándose, sino pinchándose.

            “Habría que hacer algo para evitar esto”, le dice Mafalda a Susanita paseando por las calles de Buenos Aires llenas de mendigos. “¿Hacer qué? Bastaría con esconderlos”, responde Susanita. Esa respuesta me escandalizaba antes, pero ahora me parece que no le faltaba razón. Luchar contra la pobreza sí, ayudar a la desintoxicación también, pero a zombis y drogadictos esconderlos, que estén en lugares donde solo los vea quien quiera verlos, no en el centro, que es de todos, por el que pasamos todos.

Viernes, 7 de marzo
TERTULIA

Paseando por el ágora, por donde paseó Sócrates, se me ocurre pensar que quizá no nos habríamos llevado demasiado bien si hubiéramos coincidido. Tras debatir dos o tres veces, poniéndonos trampas dialécticas el uno al otro para demostrar quién es el más listo, acabaríamos repartiéndonos los contertulios y haciendo corrillo aparte (yo procuraría llevarme a Platón).

            El gato viejo no soporta a otro gato viejo, pero le encanta jugar con los gatitos.




viernes, 28 de febrero de 2025

Al servicio de quien me quiera: Mundos dentro del mundo

 

Sábado, 22 de febrero
UN ENCUENTRO

El azar de los paseos sin rumbo por esta pequeña ciudad que parece la capital de la melancolía me lleva hasta la Alameda de los Remedios y allí me encuentro un monolito con el bajorrelieve, toscamente coloreado, de san Inocencio Canoura Arnau. Lleva la palma del martirio.

 ¿Quién será este san Inocencio del que nunca había oído hablar? En seguida me entero de que nació por aquí cerca y que desde los siete años se dedicó a pastorear ovejas, a los catorce ingresó en no sé qué congregación y que en el Real Seminario de Santa Catalina, donde yo me alojo, estudió Filosofía y Teología.

En 1910 se trasladó a Mieres; en 1920 fue ordenado sacerdote. Estuvo destinado en diversas localidades y en septiembre de 1934 volvió a Mieres. El viernes, 5 de octubre, los Hermanos de las Escuelas Cristianas le pidieron que se desplazara a Turón para enseñar el catecismo a unos niños. Comenzó la Revolución de Asturias y lo asesinaron junto a otros compañeros. Fue canonizado por Juan Pablo II en 1999. Y ciertamente merece todos los honores, como cualquier víctima.

Cuando vuelva a mi alojamiento, y pasee por aquel inmenso caserón vacío, seguro que me encuentro con su fantasma.

Domingo, 23 de febrero
DOS LÁPIDAS

Subo la escalera que lleva al Cementerio Viejo de Mondoñedo y lo primero que veo son las tumbas de Manuel Leiras Pulpeiro y Cándido Carreiras. La lápida del primero, costeada por “los hijos de Mondoñedo en Buenos Aires”, lleva un hermoso epitafio, que ya me gustaría a mi merecer: “Amó la verdad y practicó el bien”.  La del segundo, una enigmática inscripción: “Leiras, Leiriñas, ¡chegou a República!”

No tardo en encontrar la explicación. Manuel Leiras y Cándido Carreiras fueron grandes amigos. Los dos eran fervientes republicanos. A Carreiras le cupo el honor, el mayor de su vida, de proclamar la República el 14 de abril desde el balcón del Ayuntamiento. Inmediatamente después de hacerlo. vino hasta aquí, hasta la tumba de su buen amigo, que había muerto en 1912, para darle personalmente la buena noticia. Sus palabras de entonces son las que ahora aparecen escritas en la lápida. Un tardío homenaje, ciertamente. Murió en 1947 y no eran esos tiempos de celebraciones republicanas.

Lunes, 24 de febrero
AQUELLOS INVIERNOS
 

Los inviernos de ahora ya no son los de antes, pero cuando me levando para ver amanecer, según costumbre, está helada esta habitación del seminario en que me alojo.

Recuerdo que una vez, hablando con un escritor gallego algo mayor que yo, y refiriéndome a lo mucho que me gustaba hacer de vez en cuando una breve visita a Mondoñedo para saludar a mi viejo amigo Álvaro Cunqueiro, dijo que a él no le traía más que malos recuerdos. No se imaginaba el infierno como un lugar donde ardían los condenados, sino donde se helaban, como en aquellos tiempos en que muy niño todavía le metieron en el tétrico seminario de Mondoñedo. Sus dos claustros, ciertamente, aún conservan un cierto aire de patio carcelario.

            Pobres niños pobres que por ser un poco más espabilados que los otros, y en busca de una vida mejor para ellos, fueron arrancados de su entorno familiar. Algunos lograron luego escapar del destino clerical impuesto, pero todos quedaron heridos para siempre con la soledad y el frío de tantos inviernos. Y yo pude haber sido uno de ellos.

Martes, 25 de febrero
NO HAS PERDIDO NADA

Uno de los amigos que me acompañan en este viaje (como no tengo coche, he de aprovechar la generosidad ajena), y a los que suelo dejar sentados tomando tranquilamente un café en una de las terrazas frente a la catedral, mientras yo recorro la pequeña ciudad de un extremo a otro, fijándome en todo, fotografiándolo casi todo, me dice: “Podrías haber sido un buen monje”.

Tanto agradecer la suerte que tuve al emigrar mi familia a Avilés y poder estudiar en el instituto Carreño Miranda y no ingresar en el seminario de Coria, como algún otro niño de Aldeanueva, y ahora resulta que la vida monacal no habría sido mala para mí.

Me levanto todos los días a la misma hora, como frugalmente también a las mismas horas, me dedico a leer y a escribir (y a echar una mano a quien lo necesita, aunque a menudo no sirva para mucho) y soy poco amigo de lujos y excesos.

La verdad es que no me costaría nada cumplir con el voto de pobreza y cada vez menos con el de castidad, pero el otro voto, el de obediencia, ese sospecho que me resultaría imposible de cumplir. Bueno, salvo que se trate de obedecer a mi conciencia, a la que he procurado no desobedecer nunca. Lo de creer o no creer en Dios –esa fascinante creación de la fantasía humana-- no creo que tuviera mucha importancia.

En Suiza, a las afueras de Lausana, me encontré con la sede central de una nueva orden cristiana que tenía como lema: “Si has perdido la fe, pero no la esperanza ni la caridad, no has perdido nada”. Si la has perdido o nunca la has tenido, como es mi caso, añadiría yo.

Miércoles, 26 de febrero
TESTIGO INCÓMODO

“¿Ah, pero estabas aquí?”, me dice Enrique Bueres cuando, tras la presentación de Lo propio y lo ajeno, me acerco a entregarle mi libro sobre Aldeanueva. “Estaba, estaba”, respondo yo sonriendo maliciosamente.

            Hay quien afirma que, si los amigos escucharan lo que decimos de ellos cuando no están presentes, dejaríamos de tener amigos. En mi caso, no creo que sea del todo cierto. Suelo hablar tan mal, o tan bien, de los amigos ausentes como cuando están presentes. La hipocresía no se encuentra entre mis virtudes.

            Si mi buen amigo. desde los tiempos prehistóricos de Óliver en que nos llevaba a su programa “El expreso de medianoche”, se demudó un poco al enterarse de que había asistido a la presentación, no fue porque hablara mal de mi. Se limitó a bajar un poco la voz, como pidiendo disculpas, cuando no tenía más remedio que citarme como director de la “difunta” (fue el único adjetivo que le dedicó) revista Clarín en la que se publicaron las crónicas que un cuarto de siglo después reúne en volumen. La presentación era en un sitio en el que no gozo de muchas simpatías –la sede del periódico en el que colaboré bastantes años y que me vetó cuando pasé a colaborar en otro-- y no quería desentonar.

            Lo que me convirtió en un testigo incómodo, por decirlo así, fue que cuando le tocó hablar de premios literarios repitió, casi con puntos y con comas, lo que le había oído decir a Santos Sanz Villanueva poco antes en un coloquio organizado por la Fundación Telefónica. Está grabado y en la página de la fundación y cualquiera que lo dude puede comprobarlo. Yo no suelo escuchar esas cosas, pero esta vez sí lo hice porque el miércoles pasado lo compartió el propio Bueres en nuestra tertulia virtual.

            Por supuesto, no citó ni una vez a Sanz Villanueva y todo el mundo creyó que hablaba por propia experiencia cuando contó la anécdota de Gamoneda en que este, no conforme con la selección previa, pidió todos los libros que se habían presentado al concurso y estuvo dos días encerrado leyéndolos. O cuando habló de lo poco que cobraban los seleccionadores, casi todos profesores de literatura que en su opinión (la de Bueres repitiendo a Sanz Villanueva) suelen rechazar los libros mejores y menos convencionales.

            Lo que me molestó de este curioso copieteo oral, no fue que el bueno de Bueres hablara por boca de ganso, sino que plagiara a Sanz Villanueva y no a mí, a quien ha oído decir cosas bastante más matizadas y sensatas acerca de los premios.

            No nos vemos. Criticamos en los demás nuestros propios defectos, invisibles para nosotros mismos. Enrique Bueres arremete contra los periodistas que se meten a escritores y se aprovechan de su fama y de sus relaciones para promocionarse. Exactamente lo que ha hecho él con esta recopilación de viejas crónicas encargadas por Clarín (y que no tendrán continuación: hace tiempo que ha dejado de ser el periodista impertinente que fue), sacando los réditos de sus treinta años en el mundo de los medios de comunicación y de su capacidad de llevarse bien con todos los que tienen algún poder mediático, grande o pequeño.  

Sospecho que su caso tiene más que ver –salvando las distancias, claro-- con los de Sonsoles Onega o Paz Padilla (la famosa autora de Ustedes se preguntarán cómo he llegado hasta aquí), que con los de José Cereijo o su tan admirado, y admirable, Andrés Trapiello. 

Jueves, 27 de febrero
JARDINES SECRETOS

No me gusta viajar, pero me gusta haber viajado, aunque sea solo un breve paseo por los alrededores. No me gusta dormir fuera de casa, aunque sea solo una noche, pero cómo me alegra haber dormido en el Real Seminario de Santa Catalina, haberme levantado temprano, haber recorrido todas y cada una de las calles de Mondoñedo, como uno de esos coches de google maps que fotografían el mundo, y recordar ahora mi favorita, aquel callejón entre altos muros, tras los que se adivinaban jardines secretos, y al fondo, asomándose poco a poco, la iglesia de Santiago, dorada por el primer sol.