sábado, 27 de septiembre de 2025

La rueda de la fortuna: Fantasmagoría de Buenos Aires

 

Viernes, 26 de septiembre 
EN EL BLACK  BAR

¿Habrá algo menos prodigioso que un auténtico fantasma?, se pregunta Carlyle en Sartor Resartus. Y él mismo se responde: “El inglés Johnson anheló, toda su vida, ver uno; pero no lo consiguió, aunque bajó a las criptas de las iglesias y golpeó las tumbas. ¡Pobre Johnson! ¿Nunca miró las marejadas de vida humana que amaba tanto? ¿No se miró siquiera a sí mismo? Johnson era un fantasma, un fantasma auténtico; un millón de fantasmas se codeaba con él en las calles de Londres. Borremos la ilusión del Tiempo, compendiemos los sesenta años en tres minutos; ¿qué otra cosa era Johnson? ¿Qué otra cosa somos nosotros? ¿Acaso no somos espíritus que han tomado un cuerpo, una apariencia, que luego se disuelven en aire y en invisibilidad?”.

            No sé si la cita será exacta. Di con ella en el prólogo que Ramón Gómez de la Serna escribió para un volumen de cuentos del desconocido Enrique Campos Menéndez. La obra se titula Fantasmas y yo la encontré en una librería cercana al hotel, recién llegado a Buenos Aires, todavía con la sensación de irrealidad que provoca el cambio horario y de estación. En el sótano hay un pequeño café, rodeado de estanterías, en el que se celebran tertulias literarias y espectáculos teatrales. Cuando yo estuve allí, una actriz monologaba ante media docena de personas. Yo preferí hojear libros. El primero que tomé al azar es precisamente el de Campos Menéndez: “¿No será el ver un fantasma el verse uno a sí mismo fuera de sí mismo, como en un espejo de aire?”, se pregunta Gómez de la Serna.

Sábado, 27 de septiembre
EN EL ATRIO

Ayer hablamos de fantasmas y de Buenos Aires en la tertulia, y hoy Gabriel Manrique, a quien conocí en Las Caldas durante el homenaje a Xuan Bello, se me acerca a saludarme en el Atrio.

            ---¿Puedo sentarme un momento? Quería contarle una cosa que he contado a poca gente. Es una historia de amor y también de fantasmas, como todas lo son, me temo, y transcurre en Buenos Aires, así que creo que le gustará. La última vez que fui a esa ciudad fui en busca de un fantasma. Lo había visto por primera vez diez años antes, saliendo de una de las bocas del metro de la Plaza de Mayo, la que está al comienzo de la calle Bolívar. Miraba yo, distraído, a los apresurados transeúntes que vomitaba la boca del metro mientras hacía tiempo frente a un café con leche. Y entonces apareció ella. La reconocí de inmediato, aunque no la había visto nunca. Ella también me reconoció, sin duda. No se extrañó cuando me vio acercarme corriendo, decir “por favor”, y luego quedarme callado sin saber qué añadir, Ni siquiera se me había ocurrido inventar una excusa, cualquier pretexto que me sirviera para iniciar la conversación. “Por favor”, repetí. Ella me miraba sonriente, esperando, no sé, quizá que le preguntara por alguna calle. Y entonces fue cuando ocurrió lo inesperado. “Hola, Carlos”, dijo.

            ¿Cómo sabías mi nombre?, le pregunté luego muchas veces, se lo susurré incluso al oído mientras hacíamos el amor. Ella siempre respondía lo mismo, sin impacientarse nunca: “Tenías cara de llamarte Carlos”.

            Pero yo no me llamo Carlos. Y eso nunca se lo dije. Me asustaba que me hubiera confundido con otro, y fuera a ese otro al que amaba y no a mí.

            La relación duró cerca de medio año, el tiempo de mi estancia de entonces en Buenos Aires. Nunca me llevó a su casa, nunca me presentó a nadie de su familia, tampoco a ninguno de sus amigos. Ya al final de aquellos meses, yo me tropezaba en la calle con algún conocido; ella, nunca.

            “Eres como un fantasma, como una aparición”, le decía a veces, en broma. Y ella me besaba sonriente y yo entonces sabía que los fantasmas éramos todos los demás, que solo ella era cierta.

            Aquellos seis meses duraron lo que un sueño. Di mi curso en la Universidad, preparé la edición española de un libro de Eduardo Mallea, Travesías, que sigue siendo de los suyos el que yo prefiero, pero de todo ese trabajo no recuerdo nada. Recuerdo las tardes en que paseamos juntos por el Jardín Botánico, en Palermo, y que los gatos, los muchos gatos que entre las exóticas plantas se deslizan perezosos, se acercaban siempre a saludarla. Yo les gustaba menos. Una vez uno de ellos me hizo un doloroso arañazo. Me asusté. “Vayamos al médico, puede infectarse”, dije. Ella sonrió, como siempre sonreía, y me quitó cualquier temor, a pesar de que soy la persona más hipocondríaca del mundo. Pasó su lengua, una lengua que no sé por qué en aquel momento me pareció gatuna, por mi herida y el arañazo desapareció. Quizá no era tan profundo como yo había pensado. “Te asustas por cualquier cosa”, dijo. Y yo: “Mientras estés conmigo no me asusta nada”.

            Luego, ya en España, me extrañó que no hubiera intentado saber más cosas de ella. Tenía la impresión de que lo sabía todo, de que conocía su cuerpo y su alma palmo a palmo. A veces, caminábamos durante horas por calles interminables hablando de esto y de lo otro. A ella le gustaba citar a Bachelard. Me solía regalar sus libros cuando los encontrábamos, al paso, en algún tenderete de Corrientes o de la Avenida Santa Fe, al salir del parque. Con ella era la misma maravilla hablar que hacer el amor, o no hacer nada, callar juntos durante toda la eternidad.

            A veces yo quería saber más cosas de ella, hacer planes para el futuro: “¿Te vendrás conmigo a España?”. Pero nunca respondía, se limitaba a sonreír y solo con eso me quitaba cualquier preocupación. El mundo sin ella era un absurdo que ni siquiera era capaz de imaginarme.

            Vino a despedirme al aeropuerto, hace de esto diez años, y yo ni siquiera entonces sentí especial preocupación. Era como cuando la dejaba por la mañana para ir a la Universidad. A mi regreso estaría allí esperando. Como el sol, nunca faltaría a su cita. Así pensaba yo entonces. Luego no comprendía como pude haber sido tan estúpido.

            No volví a saber de ella. No me llamó, no me escribió, y yo, aunque parezca increíble, no tenía su dirección, ni siquiera un teléfono de contacto. Ni siquiera podía hablar de aquella historia. Todos mis amigos sonreían incrédulos: “¿Te la encontraste al salir del metro o en el parque Lezama, frente a la estatua de Ceres, como Martín a Alejandra?”

Pero entonces todo había sido natural. Ella me estaba esperando al terminar la última clase, y nada más verla todo se borraba, Mallea, los alumnos, los tediosos colegas. O quedábamos en alguna cafetería, el London City, en la esquina de Avenida de Mayo y Florida, o el café de la Paz, en la calle Corrientes, más arriba de la librería Losada, donde también la esperé a veces. Ella llegaba, nunca faltó a una cita, y sobraban todas las preguntas.

            A la semana de estar en España pensé tomar un avión para volver en su busca. Pero luego todo se fue complicando y pasaron diez años antes de que volviera. Ni un instante dejó de estar presente en mis fantasías eróticas; no me enamoré de nadie que no se le pareciera. A veces, paseando por la calle, me bastaba entrever un gesto en cualquier transeúnte apresurada para perder la cabeza. Pero mi interés no duraba mucho: “Perdone usted, la he confundido con otra”. Algunas sonreían, les hacía gracia mi sonrojo y a mí también alguna me hacía gracia. Pero nunca dejaron de ser un sucedáneo.

            Volví hace poco en su busca, por las mismas fechas en que estuvo usted con Pablo Núñez. Y quizá coincidimos en la antigua librería del Colegio. Yo estuve en aquel teatrillo en la que una actriz monologaba una versión de El jardín de los cerezos. Recuerdo una de sus frases: “No hay que engañarse. Por lo menos una vez en la vida es preciso mirar a la verdad cara a cara.” Pero me marché pronto, a la cafetería del final de la calle, que había cambiado de nombre, a ver si volvía a ocurrir el milagro y ella salía de la boca del metro, o del subte, como se dice allí.

Domingo, 28 de septiembre
EPÍLOGO

El libro de Enrique Campos Menéndez, que no compré en su momento, lo pedí luego por Internet. En el prólogo de Gómez de la Serna, había algunos subrayados: “Todo el mundo puede convertirse en fantasma de un momento a otro, y ya nunca podrá dejar de ser fantasma, pues los fantasmas, al no poder morir, no pueden suicidarse”.

            Recordé esa frase ayer y se la repetí a Gabriel: “Los fantasmas, no. Los que se han enamorado de un fantasma y lo han tenido entre sus brazos y han visto el mundo con sus ojos y no pueden volver a encontrarlo, sí”.



La rueda de la fortuna: Puñales en la espalda

 

Sábado, 20 de septiembre
TOMO NOTA

Mientras miro caer la lluvia, en la melancolía del anochecer, pienso que ayer fue el último día del verano. Un hermoso día. Por la tarde, en un jardín de Las Caldas, nuestro refugio cuando nos expulsaron del convento de Valdediós, donde cada año celebrábamos un encuentro poético, nos reunimos en torno a Xuan Bello, presente en su poesía y también en imagen: una gran fotografía tomada precisamente ante el acebo en que la colocaron. Atendió, muy complacido, a los versos que se leyeron en su honor y a tantos gratos recuerdos como allí se evocaron. Al final, cuando los asistentes se desplazaron a otra parte del jardín para charlar y disfrutar de la grata merienda, se quedó solo, frente al lento crepúsculo. Yo recordé la rima de Bécquer, sonreí y me acerqué a saludarle.

            ---¡Menos mal que todo ha salido bien, Xuan! Hasta el último momento me temí lo peor.

            ---¿Y por qué?

            ---Como inauguraste las lecturas de Valdediós, allá por el año 2002, y estuviste en la más reciente, de este mismo año, se me ocurrió que sería una buena idea terminar el verano leyendo tus versos, y los de los amigos, en este mismo lugar. Y regalar un pequeño libro a los asistentes, como es costumbre. Dicho y hecho, ya me conoces. En seguida, me puse a prepararlo todo, con la ayuda de Martín Caicoya y de los editores de Impronta. No caí en la cuenta de que tú ya no mandas en tu obra. Ahora está en manos de un agente riguroso, que no perdona una, y que hizo todo lo posible para que no fuera posible El vuelo de la celebración.

            ---¡No me digas!

            ---Yo temía que acabara prohibiéndonos la reproducción de tus poemas, aunque fuera una edición no venal. Tenía un plan B para ese caso, pero por suerte no hizo falta emplearlo. Y todo salió de la más emocionante manera. Respiro aliviado. Y tomo nota.

            ---Si te refieres a quien yo me imagino, un buen amigo de los dos, no se lo tengas en cuenta, seguro que lo ha hecho con buena intención.

            ---Seguro. Carmen Balcells no lo habría hecho mejor.

            Mientras escribo, tengo a mi lado el gran retrato de Xuan frente al acebo del jardín. Al terminar el acto, al que no asistió nadie de su familia, los organizadores me dijeron: “¿Quieres llevártelo? A fin de cuentas, tú eres el más cercano a él de los que estamos aquí. Seguro que queda en buenas manos”.

            Seguro. La promoción editorial otros la harán mejor que yo, que nunca he formado parte de ese negociado, pero hay otras maneras de hacer buen uso de la literatura, otras maneras que no tienen que ver con la intención –muy respetable-- de hacer dinero con la literatura.

Domingo, 22 de septiembre
DE MOMENTO

De momento, no me puedo quejar. Cada día me trae un rato de felicidad y no he perdido la capacidad de olvidar pronto los malos ratos ni de pasar página tras los inevitables conflictos.

            Como me gusta hacer recuentos, compruebo que son más los que me quieren bien que los que me quieren mal –no tengo en cuenta los damnificados por mis reseñas, a los que por lo general no conozco personalmente— y que suelen ser más infundadas las razones de estos que las de aquellos.

             No he participado nunca del relumbrón del éxito, que siempre avillana un poco, pero tampoco he sentido la amargura del fracaso o los mordiscos del resentimiento.

Para desesperación de mis editores, siempre he pensado que vender mucho es una vulgaridad y me he esforzado todo lo posible por no incurrir en ella.

            Respeto a los mercaderes, pero yo no he nacido con esa vocación.

Lunes, 22 de septiembre
DEJARSE ACARICIAR

El rato de felicidad de hoy, fiesta local que trastroca las costumbres, y además un día lluvioso y desapacible, ha sido la película de Fernando Colomo Las delicias del jardín, un divertimento escrito y protagonizado por un padre y un hijo.

Un entretenimiento intrascendente, dirán algunos. Una travesura inteligente, digo yo. Viene bien dejarse acariciar de vez en cuando. Bastantes bofetadas nos dan Trump y Netanyahu.

 

Martes, 23 de septiembre
OTRO FINAL

“No has escrito nada sobre Antonio Rivero Taravillo”, me reprocha un amigo. La nueva costumbre se ha convertido en obligación: cuando muere un escritor conocido, las redes sociales se llenan de lamentos, de evocaciones, de fotos compartidas. Es otra forma de dar el pésame.

            Con Rivero Taravillo –yo siempre le llamé así-- entré en contacto en los años noventa cuando él trabajaba en una librería inglesa de Sevilla y publicaba sus primeras colaboraciones en el suplemento “La mirada”, de El Diario de Andalucía, que dirigía José Luna Borge. Yo le animé a reunir aquellas primeras colaboraciones en el libro Las ciudades del hombre que editó en Gijón. La sugerente cubierta fue idea mía: una imagen de las cúpulas de Buenos Aires que yo había encontrado en el mercadillo de San Telmo. Luego dirigió durante un tiempo la Casa del Libro de Sevilla y en ella organizó la presentación de algún libro mío. Cuando le despidieron de ese puesto, no por ser mal director, sino por todo lo contrario: por prestar más atención a las editoriales literarias que a best sellers y libros de autoayuda, decidió dedicarse profesionalmente a la literatura. E hizo bien: tenía talento y capacidad de trabajo. Colaboró con asiduidad en la revista Clarín. Yo recuerdo especialmente algunas de sus páginas viajeras, sus memorables traducciones poéticas, su biografía de Cernuda. De Cernuda vino a hablar a Castropol, donde el poeta situó uno de sus relatos “En la costa de Santiniebla”; le acompañaba, Ángel Yanguas, el sobrino de Cernuda. Él mismo nos fue dejando constancia de su enfermedad a través de Facebook y era desolador ver las huellas del cáncer en su rostro. Parecía al final que lo había vencido y en su último libro de poemas, que se publicó también en Gijón, dejó constancia de su lucha.

            Me enteré de su muerte, ocurrida el 19 de septiembre, cuando en el jardín de Las Caldas celebrábamos la obra de Xuan Bello. Eran casi coetáneos: uno había nacido en 1963, el otro en 1965. Seguí la carrera de los dos desde sus inicios hasta el final. Pero con Xuan compartí también charlas y viajes y desengaños personales. Dos heridas, pero una más profunda y a traición que la otra. Y dos recordatorios de lo que nos espera no sabemos dónde, ni el día ni la hora.

            Queda la obra, queda el ejemplo. Los dos murieron con la pluma, o con el ordenador en la mano. Xuan Bello publicó dos días antes su último artículo, que no sabíamos que sería el último, y de Rivero Taravillo nos llegará dentro de muy poco su última biografía, la dedicada a Álvaro Cunqueiro. Como Horacio, los dos pueden proclamar con orgullo: “Non omnis moriar”. Han muerto, pero siguen vivos. 

Miércoles, 24 de septiembre
DISTRACCIONES DE LA CENSURA

Para visitar librerías de viejo, no necesito salir de casa. Está tan llena de sorpresas como cualquier librería. Hoy, buscando otra cosa, encuentro tres amarillentos ejemplares de Sí, el suplemento literario del diario Arriba, que no recuerdo haber visto nunca. Son de 1943. Uno de ellos está dedicado monográficamente a “crónicas literarias de autores jóvenes”.

Me sorprende el título de la que firma Luis Ponce de León: “Sodoma and Gomorra, Ltd. Society”. Habla de Inglaterra, la Inglaterra de 1943, un país que ha renunciado “a la limpieza, autenticidad y energía de vivir” y, cuando eso ocurre, cuando un país “toma partido resueltamente por lo morboso, en su arte o en sus costumbres, le ha llegado sin duda la hora de buscar heredero”.

Es fácil imaginarse cuál sería el heredero en el que pensaba Ponce de León: la Alemania nazi. Lo que no podríamos imaginarnos es el motivo de esa descalificación moral de Inglaterra: la película Rebeca, que por entonces se estrena en España: “Rebeca es una criatura morbosa y despreciable. Rebeca no tiene hijos; engaña a su marido con señoritos de una vulgaridad brutal; se suicida por no morirse y, para que nada falte, frecuenta Lesbos en compañía de su ama de llaves, como insinúan con cierta delicadeza unas escenas que serían por demás inadmisibles, y que a bastantes espectadores han hecho pensar en las distracciones de la censura”. 

Jueves, 25 de septiembre
LISTAS NEGRAS

Soy muy de listas negras y la más negra de todas es aquella en la que incluyo al subgrupo, en mi caso no demasiado numeroso, afortunadamente, de los amigos que te clavan un puñal en la espalda.

            ---No seas rencoroso, Martín.

---Lo soy bastante, Xuan.

---Recuerda los versos de Botas, que a mí me gusta repetir: “Algunas veces / ponemos dulces máscaras a aquellos / que están en nuestras vidas / para seguir queriéndolos”. 


 

 

sábado, 20 de septiembre de 2025

La rueda de la fortuna: El crimen fue en Perugia

 

 

Sábado, 13 de septiembre
SEGURO

No debería decirlo, pero lo digo: me gusta envejecer. Y no porque sea masoquista, sino porque soy curioso. Va uno subiendo la ladera de la montaña y cada año que pasa cambia el paisaje. “Lo que tú ves –le digo a mis amigos de veinte, treinta o cincuenta años-- yo ya lo he visto; de lo que yo veo, solo puedes saber si te lo cuento”.

            Tengo la impresión de que, con el tiempo, me voy haciendo mejor persona, aunque todavía me falte bastante para ser del todo buena persona.

            Si llego a los cien años, seguro que lo consigo.

Domingo, 14 de septiembre
ÁNGEL

Me invitan a hablar de Ángel González en una luminosa librería de Santander, La Vorágine, que no solo vende libros, sino que tiene también utópicos ideales, muy años setenta, de renovación social.

Como la charla se transmite en directo, y además queda, si no para siempre, para mucho tiempo en YouTube, a las habituales palabras amables de los asistentes se suman hoy otras de quienes viven lejos y quizá no me quieren bien. Me reprochan tres cosas: una, que al hablar de Palabra sobre palabra (el breve libro de amor de 1965) cuente cosas que debería callar; dos, que le atribuya a Ángel González una obra firmada por Shirley Mangini González, y tres, que me invente un monólogo dramático del poeta sobre su asfixia durante el franquismo y las razones de su salida de España.

            Y tienen razón, soy un indiscreto, pero la charla se titulaba “Ángel González, el poeta, el hombre” y yo no quise dejar fuera, nadie lo hace, los acontecimientos biográficos que están en el trasfondo de su poesía, aunque suele callarse uno de los fundamentales.

Si sabemos a quiénes estaban dedicados los poemas a Guiomar de Antonio Machado (Pilar de Valderrama, una mujer casada) y qué amor adultero inspiró La voz a ti debida, de Pedro Salinas, ¿por qué ocultar la hermosa y dolorosa historia de amor de Ángel González a la que debemos algunos de sus más hermosos poemas? Saberla, ya no puede hacer daño a nadie.

            En cuanto al libro sobre Gil de Biedma, uno de los primeros que sobre él se escribieron, ciertamente lo firma una hispanista notable, Shirley Mangini, pero que no volvería a ocuparse del análisis de un poeta, sino de la sociología de la literatura: a ella se debe la reivindicación de las escritoras de la República, las “sin sombrero”. Entonces estaba casada con el poeta, de quien había sido alumna, y por eso añade a su nombre un segundo apellido, González, que no volvería a utilizar, quizá una pista, si no de una autoría ajena, sí de una importante colaboración: alguno de los capítulos se publicó previamente a nombre de los dos y al poeta se le entrevista en el libro para hablar de su generación.

            El conmovedor texto que yo leí, y que debería incluirse en cualquier dramatización de la vida del poeta, se incluye en La gallina ciega, el diario en que Max Aub cuenta lo que vio y oyó durante su vuelta a España en 1969. La frustración que ahí expresa Ángel González, de quien no se dice el nombre, pero a quien yo reconocí de inmediato cuando llegó a mis manos un ejemplar clandestino, antes de la muerte de Franco, no es solo suya, es también generacional.

            En Santander, me alojaron en un hotel de la calle Cisneros, muy cerca de la librería, de nombre sugerente: Jardín Secreto. Tan sugerente, que de inmediato se me ocurrieron unos versos, que no quise escribir, pero como se me quedaron en la memoria los copio aquí para poder olvidarlos: “En toda vida hay un jardín secreto / en el que solo pueden entrar los elegidos. / En la mía hay uno tan secreto / que hasta vedado está para mí mismo”.

Lunes, 15 de septiembre
VANIDAD

Como soy alérgico a la falsa modestia, juego con la falsa vanidad. Y hay quien me toma en serio.

            ---Tú es que te crees la persona más lista del mundo.

            ---Hombre, tampoco hay que exagerar… Tan solo uno de los más listos.

Martes, 16 de septiembre
INOCENTES CULPABLES

Hojeo distraído uno de los suplementos que leo habitualmente (en papel, y no por nostalgia, sino por placentera costumbre) y me sobresaltan un titular, “Linchadas por la prensa y ahora amigas y aliadas”, y una foto de dos sonrientes y elegantes mujeres: Monica Lewinsky y Amanda Knox.

 Ambas, se dice, pertenecen al “club de la mala reputación”. Y están dispuestas a sacar buenos ingresos de ello, añado. Poco tienen en común sus historias: la vida privada de Monica Lewinsky se aireó, en contra de su voluntad, para tratar de derribar a un presidente, Bill Clinton, con el que tuvo una relación consentida y de la que nunca se arrepintió ni se avergonzó; la vida privada de Amanda Knox se aireó por estar presuntamente involucrada en el brutal asesinato de su compañera de piso, Meredith Kercher.

¿Presuntamente? Fue declarada culpable en un primer juicio, finalmente anulado tras los recursos de sus abogados. El crimen ocurrió en 2007. Hubo un segundo juicio, en 2014, en el que de nuevo se la declaró culpable. ¿Por el linchamiento en la prensa?

Tras haber pasado cuatro años en la cárcel, para entonces ya no vivía en Italia, sino en Estados Unidos y no estaba dispuesta a volver. Finalmente, el 27 de marzo de 2015 la Corte Suprema de Casación decidió anular la condena y archivar el caso por “fallos de investigación".

            Se la absolvió a ella y a su novio de entonces, Raffaele Sollecito, pero no al tercer implicado, Rudy Guede, que tuvo un juicio aparte y no contó con hábiles y costosos abogados para desacreditar las pruebas en su contra.

            A Amanda Knox la acompañará para siempre algo más que la sombra de una duda. Su caso se parece bastante al de O. J. Simpson, que fue absuelto penalmente del asesinato de su exesposa y un amigo de ella, pero luego considerado por un tribunal civil como responsable de las muertes y condenado a una indemnización de más de treinta millones de dólares.

            Como el célebre gato de Schrödinger, vivo y muerto al mismo tiempo, O. J. Simpson fue culpable e inocente a la vez. Él supo monetizar muy bien esa situación e incluso llegó a anunciar un libro en el que relataría cómo había asesinado a su exmujer y a su amante, “si lo hubiera hecho”.

            A Meredith Kercher, una estudiante británica de 21 años, la asesinaron un primero de noviembre, día de los difuntos. Compartía habitación, en un piso de estudiantes, con Amanda Knox. La noche del asesinato, después de estar de fiesta con amigos, Meredith se retiró sola a dormir al piso de Via della Pergola, 7. Los otros compañeros habían aprovechado el día no lectivo para volver a sus casas y Amanda dormía fuera con su novio.

            Había sido acuchillada por una persona mientras otra u otras la sujetaban. En la habitación había “evidencias biológicas” de tres personas: Amanda Knox, Raffaele Sollecito y Rudy Guede. Las de los dos primeros fueron desestimadas en las sucesivas apelaciones por contaminación en la escena del crimen y fallos en la cadena de custodia. También se anuló la confesión de Amanda Knox por haber sido realizada sin la presencia de abogado y al parecer bajo amenaza.

            Rudy Guede fue el único condenado. Salió de prisión en 2021. Tenía veinte años cuando el crimen, había nacido en Costa del Marfil, se había criado poco menos que en la calle, había cometido pequeños hurtos. El culpable ideal.

            Es posible que Amanda Knox fuera maltratada por parte de la prensa italiana, la más sensacionalista, pero la defendió la prensa de Estados Unidos, y no solo la prensa, y contó con los más hábiles abogados.

            No sabemos lo que ocurrió aquella noche del día de difuntos en un piso de estudiantes de la ciudad de Perugia. Es posible que los participantes, que habían bebido y algo más en aquella noche de juerga, quisieran gastar una broma cruel a Meredith y se les fuera de las manos. Y es posible que la memoria, piadosa, les haya borrado lo que entonces pasó. Rudy, tras salir de la cárcel, contó que acompaño a Meredith, invitado por ella, que se besaron, pero que no hicieron el amor, que él se sintió mal y que fue al baño, que desde allí oyó gritos y que vio a Amanda apuñalar a Meredith y que junto a ella había otro hombre que no pudo reconocer. Un testimonio tardío que no puede reabrir ningún caso.

            Raffaele Sollecito ha intervenido en algún programa berlusconiano analizando crímenes sin resolver. Ahora Amanda, y ese es el motivo de su aparición en el suplemento dominical, se ha asociado con Monica Lewinsky para realizar una miniserie televisiva titulada Amanda Knox: una historia retorcida.

            ¡Y tan retorcida! 

Miércoles, 17 de septiembre
POBRES

Decía Lorca que era del partido de los pobres, pero de los pobres buenos. Yo soy del partido de las víctimas, nunca del de los verdugos. Y las víctimas, antes que palestinos o judíos, son víctimas. Y los verdugos, antes que judíos o palestinos, son verdugos. Y si condenar los crímenes de guerra que cometen los judíos exactamente igual que los que cometen los no judíos es ser antisemita, yo soy antisemita. Netanyahu, sus ministros y sus simpatizantes en España le están dando un nuevo sentido a esa palabra.


 

viernes, 12 de septiembre de 2025

La rueda de la fortuna: Mental y municipal

 

Domingo, 7 de septiembre
SALUD

Últimamente, ando un poco preocupado con los problemas de salud mental. No de la mía, sino de quienes me rodean. Los chiflados, como antes se decía, las personas psicológicamente inestables, como decimos ahora con mayor delicadeza, parecen tener una cierta predilección por mí. Quizá me reconocen como uno de los suyos.

            Salgo del cine, recuperada esa buena costumbre, y al encender el teléfono me encuentro con un mensaje en Messenger. Lo firma un señor que no conozco, pero que afirma conocerme bastante bien, y que me lanza una larga diatriba por haber aireado con poca elegancia (“don Ricardo Labra no haría eso”, afirma) mis problemas con el Ayuntamiento de Oviedo. Lo más bonito que me llama es psicópata y parece saber, como Marañón de Tiberio, la razón última de todas mis anomalías.

Lo borré de inmediato y bloqueé al remitente, como suelo hacer en estos casos, por lo general sin leer más que las primeras líneas. Evito así la tentación de replicar, aunque sea con ironía, porque da un poco de grima entrar en relación con esos odiadores que eligen para verter su infundada envidia y su resentimiento sobre quien les parece que brilla.

            Odiadores de esa clase tengo pocos, afortunadamente. Señal de que brillo poco. Me preocupan más los amigos que de pronto, sin saber por qué, actúan como los peores enemigos. O las admiradoras que son como la pesadilla de Stephen King en Misery. Alguna me ha tocado en suerte, aunque hasta la fecha siempre he logrado escapar a tiempo.

            Qué evidentes resultan los problemas de salud mental de los demás, por pequeños que sean; qué invisibles, por enormes que resulten, los propios.

Lunes, 8 de septiembre
EL CASO NISMAN

Como Auguste Dupín en “El misterio de Marie Rôget”, yo también resolví un crimen, y ocurrido en otro continente, solo con la lectura de la información que proporcionaban los periódicos. Fue en 2015. El fiscal Alberto Nisman apareció muerto en el baño de su apartamento, en el piso 13 de un edificio de Puerto Madero. Estaba solo y la puerta cerrada: hubo que llamar a su madre y a un cerrajero para poder entrar. La pistola con la que se había pegado un tiro se la había prestado su secretario el día antes. Era un fiscal especial, nombrado por el gobierno con un sueldo muy generoso para investigar un atentado antisemita ocurrido en 1994, el de la Asociación Mutual Israelita Argentina.

Poco antes de que lo encontraran muerto, había acusado a la presidenta de la nación de colaborar con Irán para encubrir a los autores; al día siguiente, iba a presentar su denuncia en el Congreso. Bastó eso, para que los medios antigubernamentales descartaran el suicidio y hablaran de asesinato, un asesinato en un cuarto cerrado, como los de las novelas de la colección “El séptimo círculo”, dirigida por Borges y Bioy Casares. Una hipótesis que choca contra todas las evidencias, pero que aún sigue siendo alentada por cierto sector de la justicia argentina, más interesada en hacer política que en hacer justicia, y que es creída por medio país con la misma fe con que otros creen en los platillos volantes.

Entre los libros que traje de Buenos Aires, encuentro una página del diario Clarín del pasado 28 de agosto. Dice así el titular: “Nisman: a diez años del crimen imputan a la exfiscal Fein”. El subtítulo aclara: “Es por contaminar la escena del hecho. También fue imputado el juez de De Campos. Así, la investigación vuelve sobre los primeros magistrados”.

Hay muchos más imputados, todos, salvo uno, por contribuir a borrar las huellas en el escenario del crimen. Sergio Berni, entonces secretario de Seguridad, uno de los primeros en llegar al departamento, “tenía las zapatillas con barro”; además, “la sangre de la pistola utilizada para matar a Nisman se limpió con papel higiénico, con gente sentada en la cama de Nisman y otra en el sillón del living”.

Parece que en aquellos primeros momentos el departamento se convirtió en una romería. Pero no hay ni una sola hipótesis creíble de cómo se cometió aquel sofisticado crimen (¿cómo sabían los asesinos dónde guardaba Nisman la pistola que le había entregado su secretario?). Por otra parte, la muerte de Nisman en nada beneficiaba a la presidenta: si quería acallar la acusación, la muerte del fiscal no hizo más que multiplicar su efecto, y si quería eliminar pruebas, resulta que los ineficaces asesinos no se llevaron ni un papel.

Aquella acusación de complicidad con Irán era un disparate y Nisman podía más bien estar avergonzado de haberse lanzado de cabeza a una piscina sin agua. Su vida personal, por otra parte, era un desastre: desde la complicada relación que mantenía con su secretario hasta los ingresos que le llegaban de origen desconocido.

 Lo que parecía un suicidio era en realidad lo que parecía: un suicidio. Yo lo dije, está escrito y publicado, a las pocas fechas, varios jueces lo corroboraron, pero nunca faltan otros que vuelven a reabrir la investigación para tratar de darle un golpe mortal al kirchnerismo. Que parece que sigue gozando de buena salud, a juzgar por las elecciones de ayer en la provincia de Buenos Aires. 

Martes, 9 de septiembre
BRAVO

¡Las vueltas que da la historia! Parece que Hitler anda muy preocupado porque están a punto de arrebatarle el puesto que ocupa en la historia universal de la infamia. Un tal Netanyahu, imitador suyo en eso de aplicar la solución final y llevarla hasta el final, se ha empeñado en superarle. Y seguro que lo consigue, con la ayuda de Estados Unidos, la Unión Europea y, sobre todo, Alemania.

            ¡Qué papel el de Alemania! En el siglo XX, organizó el Holocausto; en el siglo XXI, contribuye decisivamente al genocidio en Gaza. Para hacerse perdonar un crimen imperdonable, se involucra en otro no menos imperdonable.

            Menos mal que nos queda Pedro Sánchez. Leo hoy sus declaraciones y sigo avergonzándome de ser ciudadano de una Unión Europea salpicada de sangre inocente, pero me siento orgulloso del gobierno de mi país.

            (Y qué triste comprobar que Netanyahu y los suyos están empeñados en convertir el ominoso calificativo de “antisemita” en un timbre de gloria.)

Miércoles, 10 de septiembre
EL MAL PASTOR

Los vecinos de mi barrio son de ochenta nacionalidades distintas, según leí el otro día en un reportaje periodístico. Yo estoy orgulloso de ello. Me recuerda al Brooklyn del que habla Paul Auster en Smoke. Pero parece que no todo el mundo lo está. Esta mañana, mientras esperaba para recoger a los niños a la salida del Novo Mier, oigo a una señora decir: “Lo malo de este colegio es que hay demasiados marroquíes”. A su lado y al mío, se encontraba una madre con pañuelo en la cabeza que seguramente también lo oyó. Me dieron ganas de pedirle disculpas.

Lo curioso es que a esa abuela odiadora la conozco de vista y algún domingo, mientras cruzo por la plaza de Santullano, la he visto salir de misa. Me dieron ganas de decirle que menos hacer caso al arzobispo y más tener en cuenta el evangelio. Yo, que de niño fui monaguillo allá en Aldeanueva del Camino, todavía recuerdo una frase del catecismo de entonces: “Todos somos hijos de Dios”. Una frase que me extrañó, por cierto. Yo creía que estaba mal escrita y que lo que había que decir era “semos”, que es lo que yo decía.

Jueves, 11 de septiembre
CHAPUZA

---Pero ¿qué te ha pasado con el ayuntamiento?, me pregunta un amigo neoyorquino.

            ---Te cuento. Me llamó una asesora del concejal de Cultura para decirme que iban a poner una placa en el lugar en que nació Ángel González con motivo del centenario. Yo le hablé de que cuidaran la redacción y el diseño porque las dedicadas a Gamoneda y García Nieto eran bastante deplorables y no dejaban en muy buen lugar a la ciudad. Me pidió que le enviara un borrador del texto y se lo envié, ya maquetado. Pedí expresamente ver las pruebas, Pregunté por el lugar en que iban a colocar la placa. Me sorprendí. Está muy alejado del centro de la ciudad y en la fecha del nacimiento del poeta no estaba urbanizado. Además, recuerdo que el propio Ángel González me señaló otro lugar, al comienzo de la Avenida de Galicia. “Está documentado, ya he pedido permiso a la comunidad de vecinos”, “Por favor, ¿podrías indicarme en qué os basáis?”. No me enviaron nada, salvo una invitación al acto de inauguración. Me temía lo peor. Y lo que vi fue peor de lo esperado. Te leo el comienzo de la placa: “Ayuntamiento de Oviedo / en el centenario de su nacimiento, / 6 de septiembre de 2025 / aquí nació el poeta / Ángel González (1925-2008) / hijo predilecto de Oviedo”. Y luego, en letra más pequeña y entre comillas: “palabra sobre palabra / nos dejó un mundo mejor”. La inauguración consistió en posar los asistentes para una foto y luego hacer vacuas declaraciones. Yo me escabullí sin decir nada. Algo bueno había en aquel disparate. Como habían puesto la infausta placa en el lugar equivocado, no tendrían más remedio que cambiarla.

Viernes, 12 de septiembre
BIENVENIDOS

Me aterra la buena suerte. Nunca juego a la lotería por temor a ganar. No soporto tener más éxito del que merezco. Solo estoy a gusto con un poco menos. Creo haberlo conseguido, pero no estoy seguro. Por eso los detractores, salvo que padezcan alguna agresiva psicopatía, son siempre bienvenidos.


 

 

 

  

 

sábado, 6 de septiembre de 2025

La rueda de la fortuna: De no vivir donde vivo

 

 

Lunes, 1 de septiembre
EN CASA

Recupero mi sitio en Noor, mi primera cafetería de la mañana, y no puedo dejar de hacer un recuento de los cafés que he frecuentado en Buenos Aires,

Fueron muchos para tan pocos días, pero solo cito aquí aquellos que hice míos, en los que me encontré en casa: La Farola de Santa Fe, donde leí tranquilamente La Nación y Clarín del domingo mientras esperaba a que abrieran la librería Ateneo Grand Splendid; la confitería Ideal, tan escenográfica, tan belle époque, donde aún se puede tomar un té como los de antes acompañado de variedad de petit gateaux (biscoti de chocolate, alfajor, macaron, cookie, mini budín, laminado de pistacho, palmerita, medialuna de manteca, pan de chocolate) y variedad de sandwiches (crudo, gruyere y rúcula, miga de jamón y queso, brioche de salmón ahumado, vegetales asados); La Biela, con Borges dictándole a Bioy Casares en una de las mesas de la entrada; el Florida Garden, tan cerca de Maipú; el café Madison, en las Galerías Pacífico, bajo los frescos de la cúpula y en torno al rumor de la fuente; el Pertutti en la plaza de Mayo esquina Bolívar, donde hacíamos tertulia aquel tiempo remoto en que un grupo de amigos nos alojamos en el City Hotel, o el café de la Paz, en Corrientes, a donde yo iba cada tarde con los libros recién comprados la primera vez que estuve en mi primera estancia solitaria.

El café de la Paz ya no existe, pero sigue en mi memoria. Tras comprar la Historia de Sarmiento, de Leopoldo Lugones (escrito “con una ideología liberal que no es la que ahora profeso”, nos dice en la nota preliminar), entré en una cercana cafetería para comenzar la lectura, según costumbre, Tienda de Café, con franquicias distribuidas por toda la ciudad. Me sentí tan a gusto, que al salir le pregunté a la camarera: “¿No tendría otro nombre antes esta cafetería?”, “Era el café de la Paz”, me respondió. En mi memoria, lo seguía siendo. 

Martes, 2 de septiembre
EN EL PARQUE LEZAMA

Puse a volar un poema recién escrito (son las maravillas de este tiempo nuestro: internet parece inventada por un poeta) y al poco, desde Alta Gracia, me lo comenta Pablo Anadón, un querido amigo cuyas dichas y desdichas sigo casi en vivo y en directo.

Lo escribí de un tirón en el parque Lezama y él me copia otro de Fernández Moreno: “He ido a ver el parque de Lezama / en el atardecer de un día cualquiera, / y me he encontrado otro diferente / al que por tantos años conociera”.

Yo no recordaba ese poema, aunque sí el comienzo de Sobre héroes y tumbas, en el que un solitario Martín espera la llegada de Alejandra junto a la estatua de Ceres y el templete clásico.

            El parque Lezama ya no es lo que era. Cuando yo me acerqué a verlo y recordar otros tiempos, parecía haber sido tomado por los desheredados de la ciudad. Junto a la estatua de Pedro de Mendoza se estaba formando una manifestación de cartoneros, de quienes viven de rebuscar entre la basura. Cumplen una importante función social, ayudan al reciclaje. Pero el precio del cartón se ha reducido en un setenta por ciento. Antes con esa ocupación podía malvivir una familia, ahora no puede ni malvivir. Ha bajado el precio porque el nuevo gobierno ha liberado la importación.

El dilatado microcentro de Buenos Aires es una isla de prosperidad en medio de un mar de miseria. A menudo recuerdo una viñeta de Quino. Pasean Mafalda y Susanita Milei y la primera se sorprende de los muchos pobres que encuentra a su paso. “Habría que hacer algo por remediarlo”, dice. Y la segunda responde. “Bastaría con esconderlos”. Es lo que se ha hecho.

            Al dejar el parque, en la esquina de Brasil con Defensa, me encuentro con un poema cantarín de María Elena Walsh en el que se responde a la pregunta de cómo es Buenos Aires: “Es un chico que piensa en inglés / una vieja nostalgia gallega. / Es el tiempo tirado en cafés / y su memoria en la plaza Dorrego. / Es un pájaro y un vendedor / que rezongan con fe provinciana. / Y también morirse de amor / un otoño en el parque Lezama”.  

Miércoles, 3 de septiembre
PADRE E HIJO

El ejemplar de Historia de Sarmiento que compré en la librería Lucas, de la calle Corrientes, lleva la firma de Leopoldo Lugones, pero no la del poeta, sino la de su hijo, que se llamaba igual y que podía haber figurado, con todos los honores, en la borgiana Historia universal de la infamia: aparte de corruptor de menores y otras menudencias, fue un policía muy eficaz en la represión de la oposición política y al que se atribuyen importantes aportes en el arte de la tortura, como la invención de la picana eléctrica.

Tuvo también parte importante en los hechos que llevaron al suicidio a su padre. En 1926, ya cumplidos los cincuenta años, Leopoldo Lugones se enamoró de una jovencita que se había dirigido a él para que le proporcionara un ejemplar de uno de sus primeros libros de poemas, difícil de conseguir, y sobre el que le habían encargado un trabajo en la clase de literatura. Fue un amor instantáneo y forzosamente clandestino --el poeta estaba casado-- que duró hasta su muerte, en 1938, y más allá.

Pero los encuentros secretos tuvieron que interrumpirse cuando se enteró el hijo, que llegó a intervenir las comunicaciones telefónicas de su padre y amenazó con internarle en una clínica psiquiátrica si seguía con esa historia y quizá con algo peor a la impúdica jovencita.

Un día de febrero tomó Lugones el tren en Constitución y luego, en Tigre, un barco hasta llegar a una de las islas del delta con un pequeño hotel. Pidió una habitación fresca, era verano, que le subieran una botella de whisky y que le avisaran a la hora de la cena. No bajó a cenar. El cianuro le libró de las garras del hijo.

            Mientras yo navegaba hace unos días por los canales que se entrecruzan entre los ríos que acompaña al inmenso Paraná, trataba de localizar la isla en que se suicidó el poeta y otra en la que, por las mismas fechas, Guillermo de Torre escribía sus “Soliloquios de un isleño”, unas reflexiones sobre la guerra civil española, entonces todavía en curso, que quedaron inéditas hasta que las rescató Pablo Rojas: “La sensación de paz es perfecta. Nada se mueve y todo está en su sitio. El paisaje en torno alcanza un equilibrio, conjuga una armonía de la que mi espíritu desazonado quisiera contagiarse”.

            Quizá Guillermo de Torre se contagió de ese equilibrio y de esa armonía; Lugones, no. O no quiso contagiarse: parece que llevaba ya escritas sus cartas de despedida, aunque en el tren le vieron leer atentamente un libro, tal vez no quería dejarlo sin terminar.

            En la orilla del río Luján, un insólito edificio acerca su columnata hasta el borde mismo del agua: el club Tigre, ahora museo, que completaba el hotel Tigre, ya desaparecido, donde Darío escribió algunas de sus eróticas ensoñaciones: “Amo más que la Grecia de los griegos / la Grecia de la Francia, porque en Francia / al eco de las risas y los juegos / su más dulce licor Venus escancia”.

 Leopoldo Lugones escogió un hermoso lugar para morir. El otro Leopoldo Lugones, el que había tratado al padre con la misma impasible crueldad que a los opositores políticos, también acabaría suicidándose.

Jueves, 4 de septiembre
NADA ES LO QUE ERA

Reaparece en la tertulia Abelardo Linares con su apocalíptico discurso sobre la decadencia de la cultura contemporánea. Ya nada es lo que era, y especialmente las revistas literarias, los suplementos culturales, las librerías, repite infatigable.

Todo cambia, nada permanece, pertinaz Abelardo. Pero para quien creció en un mundo sin libros, o sin los suficientes, las librerías de Buenos Aires siguen siendo una imagen del paraíso mejor que cualquier biblioteca.

“Ya todo está colonizado por Random House y Planeta”, dice Abelardo. Pero Ateneo Grand Splendid, en el local de un antiguo teatro, no solo es una de las más hermosas librerías del mundo, sino que no se puede pasear por ella sin encontrar maravillas (aunque yo prefiero otra librería Ateneo, la que está en la calle Florida frente a las antiguas galerías Mitre, menos espectacular, pero no menos hermosa y con más historia). Y junto a ellas, una constelación, de viejo y de nuevo, en las que nunca falta el título que buscábamos sin saberlo.

Hay a quien le angustian los muchos libros que ni en varias vidas podría leer. A mí, querer leerlo todo me parece tan absurdo como querer comer cuanto de apetitoso hay en un buen supermercado.

            El pasaje Mitre ya no existe, pero en Florida se encuentra otro que me ha fascinado desde mucho antes de pisarlo por primera vez: el pasaje Güemes, que al personaje de Cortázar le servía para unir Buenes Ares con París.

            Si envejecer es sentirse ajeno al mundo, lamentar que nada sea ya como antes, yo aún no me comenzado a envejecer: me fascina el presente y no hay ningún ayer que añore en exceso.

            De no vivir donde vivo, me gustaría vivir en Buenos Aires.