Sábado, 20 de septiembre
TOMO NOTA
Mientras
miro caer la lluvia, en la melancolía del anochecer, pienso que ayer fue el
último día del verano. Un hermoso día. Por la tarde, en un jardín de Las
Caldas, nuestro refugio cuando nos expulsaron del convento de Valdediós, donde
cada año celebrábamos un encuentro poético, nos reunimos en torno a Xuan Bello,
presente en su poesía y también en imagen: una gran fotografía tomada
precisamente ante el acebo en que la colocaron. Atendió, muy complacido, a los
versos que se leyeron en su honor y a tantos gratos recuerdos como allí se
evocaron. Al final, cuando los asistentes se desplazaron a otra parte del
jardín para charlar y disfrutar de la grata merienda, se quedó solo, frente al
lento crepúsculo. Yo recordé la rima de Bécquer, sonreí y me acerqué a
saludarle.
---¡Menos mal que todo ha salido
bien, Xuan! Hasta el último momento me temí lo peor.
---¿Y por qué?
---Como inauguraste las lecturas de
Valdediós, allá por el año 2002, y estuviste en la más reciente, de este mismo
año, se me ocurrió que sería una buena idea terminar el verano leyendo tus
versos, y los de los amigos, en este mismo lugar. Y regalar un pequeño libro a
los asistentes, como es costumbre. Dicho y hecho, ya me conoces. En seguida, me
puse a prepararlo todo, con la ayuda de Martín Caicoya y de los editores de
Impronta. No caí en la cuenta de que tú ya no mandas en tu obra. Ahora está en
manos de un agente riguroso, que no perdona una, y que hizo todo lo posible
para que no fuera posible El vuelo de la celebración.
---¡No me digas!
---Yo temía que acabara
prohibiéndonos la reproducción de tus poemas, aunque fuera una edición no
venal. Tenía un plan B para ese caso, pero por suerte no hizo falta emplearlo. Y
todo salió de la más emocionante manera. Respiro aliviado. Y tomo nota.
---Si te refieres a quien yo me
imagino, un buen amigo de los dos, no se lo tengas en cuenta, seguro que lo ha
hecho con buena intención.
---Seguro. Carmen Balcells no lo
habría hecho mejor.
Mientras escribo, tengo a mi lado el
gran retrato de Xuan frente al acebo del jardín. Al terminar el acto, al que no
asistió nadie de su familia, los organizadores me dijeron: “¿Quieres
llevártelo? A fin de cuentas, tú eres el más cercano a él de los que estamos
aquí. Seguro que queda en buenas manos”.
Seguro. La promoción editorial otros
la harán mejor que yo, que nunca he formado parte de ese negociado, pero hay
otras maneras de hacer buen uso de la literatura, otras maneras que no tienen
que ver con la intención –muy respetable-- de hacer dinero con la literatura.
Domingo, 22 de septiembre
DE MOMENTO
De
momento, no me puedo quejar. Cada día me trae un rato de felicidad y no he
perdido la capacidad de olvidar pronto los malos ratos ni de pasar página tras
los inevitables conflictos.
Como me gusta hacer recuentos,
compruebo que son más los que me quieren bien que los que me quieren mal –no
tengo en cuenta los damnificados por mis reseñas, a los que por lo general no
conozco personalmente— y que suelen ser más infundadas las razones de estos que
las de aquellos.
No he participado nunca del relumbrón del
éxito, que siempre avillana un poco, pero tampoco he sentido la amargura del
fracaso o los mordiscos del resentimiento.
Para
desesperación de mis editores, siempre he pensado que vender mucho es una
vulgaridad y me he esforzado todo lo posible por no incurrir en ella.
Respeto a los mercaderes, pero yo no he nacido con esa vocación.
Lunes, 22 de septiembre
DEJARSE ACARICIAR
El rato
de felicidad de hoy, fiesta local que trastroca las costumbres, y además un día
lluvioso y desapacible, ha sido la película de Fernando Colomo Las delicias
del jardín, un divertimento escrito y protagonizado por un padre y un hijo.
Un
entretenimiento intrascendente, dirán algunos. Una travesura inteligente, digo
yo. Viene bien dejarse acariciar de vez en cuando. Bastantes bofetadas nos dan
Trump y Netanyahu.
Martes, 23 de septiembre
OTRO FINAL
“Nos
has escrito nada sobre Antonio Rivero Taravillo”, me reprocha un amigo. La
nueva costumbre se ha convertido en obligación: cuando muere un escritor
conocido, las redes sociales se llenan de lamentos, de evocaciones, de fotos
compartidas. Es otra forma de dar el pésame.
Con Rivero Taravillo –yo siempre le
llamé así-- entré en contacto en los años noventa cuando él trabajaba en una
librería inglesa de Sevilla y publicaba sus primeras colaboraciones en el
suplemento “La mirada”, de El Diario de Andalucía, que dirigía José Luna
Borge. Yo le animé a reunir aquellas primeras colaboraciones en el libro Las
ciudades del hombre que editó en Gijón. La sugerente cubierta fue idea mía:
una imagen de las cúpulas de Buenos Aires que yo había encontrado en el
mercadillo de San Telmo. Luego dirigió durante un tiempo la Casa del Libro de
Sevilla y en ella organizó la presentación de algún libro mío. Cuando le
despidieron de ese puesto, no por ser mal director, sino por todo lo contrario:
por prestar más atención a las editoriales literarias que a best sellers
y libros de autoayuda, decidió dedicarse profesionalmente a la literatura. E
hizo bien: tenía talento y capacidad de trabajo. Colaboró con asiduidad en la
revista Clarín. Yo recuerdo especialmente algunas de sus páginas
viajeras, sus memorables traducciones poéticas, su biografía de Cernuda. De
Cernuda vino a hablar a Castropol, donde el poeta situó uno de sus relatos “En
la costa de Santiniebla”; le acompañaba, Ángel Yanguas, el sobrino de Cernuda.
Él mismo nos fue dejando constancia de su enfermedad a través de Facebook y era
desolador ver las huellas del cáncer en su rostro. Parecía al final que lo
había vencido y en su último libro de poemas, que se publicó también en Gijón,
dejó constancia de su lucha.
Me enteré de su muerte, ocurrida el
19 de septiembre, cuando en el jardín de Las Caldas celebrábamos la obra de
Xuan Bello. Eran casi coetáneos: uno había nacido en 1963, el otro en 1965.
Seguí la carrera de los dos desde sus inicios hasta el final. Pero con Xuan
compartí también charlas y viajes y desengaños personales. Dos heridas, pero
una más profunda y a traición que la otra. Y dos recordatorios de lo que nos
espera no sabemos dónde, ni el día ni la hora.
Queda la obra, queda el ejemplo. Los
dos murieron con la pluma, o con el ordenador en la mano. Xuan Bello publicó
dos días antes su último artículo, que no sabíamos que sería el último, y de
Rivero Taravillo nos llegará dentro de muy poco su última biografía, la dedicada
a Álvaro Cunqueiro. Como Horacio, los dos pueden proclamar con orgullo: “Non
omnis moriar”. Han muerto, pero siguen vivos.
Miércoles, 24 de septiembre
DISTRACCIONES DE
LA CENSURA
Para
visitar librerías de viejo, no necesito salir de casa. Está tan llena de
sorpresas como cualquier librería. Hoy, buscando otra cosa, encuentro tres
amarillentos ejemplares de Sí, el suplemento literario del diario Arriba,
que no recuerdo haber visto nunca. Son de 1943. Uno de ellos está dedicado
monográficamente a “crónicas literarias de autores jóvenes”.
Me
sorprende el título de la que firma Luis Ponce de León: “Sodoma and Gomorra,
Ltd. Society”. Habla de Inglaterra, la Inglaterra de 1943, un país que ha
renunciado “a la limpieza, autenticidad y energía de vivir” y, cuando eso
ocurre, cuando un país “toma partido resueltamente por lo morboso, en su arte o
en sus costumbres, le ha llegado sin duda la hora de buscar heredero”.
Es
fácil imaginarse cuál sería el heredero en el que pensaba Ponce de León: la
Alemania nazi. Lo que no podríamos imaginarnos es el motivo de esa
descalificación moral de Inglaterra: la película Rebeca, que por
entonces se estrena en España: “Rebeca es una criatura morbosa y despreciable.
Rebeca no tiene hijos; engaña a su marido con señoritos de una vulgaridad
brutal; se suicida por no morirse y, para que nada falte, frecuenta Lesbos en
compañía de su ama de llaves, como insinúan con cierta delicadeza unas escenas
que serían por demás inadmisibles, y que a bastantes espectadores han hecho
pensar en las distracciones de la censura”.
Jueves, 25 de septiembre
LISTAS NEGRAS
Soy muy
de listas negras y la más negra de todas es aquella en la que incluyo al
subgrupo, en mi caso no demasiado numeroso, afortunadamente, de los amigos que
te clavan un puñal en la espalda.
---No seas rencoroso, Martín.
---Lo
soy bastante, Xuan.
---Recuerda
los versos de Botas, que a mí me gusta repetir: “Algunas veces / ponemos dulces
máscaras a aquellos / que están en nuestras vidas / para seguir queriéndolos”.
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