sábado, 14 de septiembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Comienza el curso

 

Sábado, 7 de septiembre
DUELO A PRIMERA SANGRE

“A ti lo que te gusta no es conversar, a ti lo que te gusta es que te escuchen”, me han reprochado más de una vez. Y no diré yo que no, pero me parece que no soy el único.

“No dejas hablar a nadie, siempre sabes lo que uno va a decir y le replicas antes de que termine de decirlo”, se queja Abelardo Linares, con quien llevo debatiendo sobre cuestiones varias, especialmente la decadencia de la literatura contemporánea, desde los años setenta. En alguna ocasión, hemos conversado en vivo y en directo, en Oviedo o en Madrid, en Sevilla o en Nueva York, pero la mayor parte de las veces ha sido por teléfono. Casi siempre me llama él y las conversaciones nunca duran menos de una hora. Le interrumpo, claro, pero pocas veces antes de los primeros tres cuartos de hora. Hay conferencias que duran menos tiempo. Y a los conferenciantes tampoco les gusta que les interrumpan. El coloquio, si lo hay, debe quedar para el final.

“Deberías escribir eso que me cuentas”, le digo a menudo. “Yo no soy escritor, fui poeta y soy editor, eso es todo”. “Pues entonces deberías crear un podcast para que todos puedan escucharte sin interrumpirte”.

            No ha grabado sus charlas, pero yo he logrado que escriba un libro. Bueno, que lo escribamos a medias. Durante este verano, casi cada día, él me mandaba una carta sobre los asuntos que le obsesionan y yo le replicaba a vuelta de correo.

 Al resultado, que se publicará pronto, le he puesto el título de El juego del gato y el ratón, que no sé si conservará. A él, por supuesto, le he reservado el papel de gato y de protagonista; yo soy el ratón de los dibujos animados que se burla siempre del gato que trata de darle caza. De Abelardo no me burlaba, por supuesto (en su editorial aparecerá el libro), o lo hacía sin que se notara demasiado. Me limitaba a ponerle el anzuelo (casi siempre picaba) y a dejarle la última palabra. De sobra sé que el que dice la última palabra sobre un asunto no es el que habla el último, como creen los políticos y los publicistas, sino el más certero. En cualquier caso, aquí la última palabra la tendrán los lectores. Ellos pronto podrán decidir quién ha ganado este duelo a primera sangre por ver quién es el más listo.

            Abelardo piensa que ha quedado claro que es él; yo tengo otra opinión y espero que pronto los lectores la compartan.

Domingo, 8 de septiembre
FAMILIA NUMEROSA

A partir de cierta edad, no hacemos más que repetir las mismas bromas y contar las mismas anécdotas. ¿Cuántas veces habré dicho yo aquello de que “no comprendo cómo hay gente que pueda vivir sola, yo llevo viviendo solo más de cincuenta años y aún no me he acostumbrado”?

            Vivo solo, pero tengo mucha familia y quizá eso haga que no lo note. Y no me refiero únicamente a la familia legal, sino a la otra sin papeles que yo me he ido tejiendo poco a poco. Tengo bastantes más hermanos de los que tengo (yo siempre el hermano mayor) y también hijos y nietos.

Mi familia la forman aquellos cuya felicidad me importa tanto como la mía, aunque la mía no le importe a ellos (pero eso pasa en las mejores familias).

Martes, 10 de septiembre
LO PRIMERO ES LO PRIMERO

A Arthur Miller no le dieron el premio Príncipe de Asturias el primer año en que era el principal candidato porque no podía asistir a la entrega, y la asistencia es condición indispensable, ya que en esa fecha tenía una audiencia con el emperador del Japón.

            Si yo hoy tuviera una audiencia, no ya con el emperador del Japón (respetable señor que a mí me interesa poco), sino con el rey de Inglaterra, con el que simpatizo bastante más (con él, como le escuché decir una vez a Jacobo Siruela, se puede hablar de cualquier cosa, del cambio climático o de la proporción áurea, de la poesía de Eliot o de la homeopatía), la rechazaría sin duda alguna. Hoy tengo algo más importante que hacer.

            Primer día de clase. Yara, que aún no ha cumplido tres años, espera impaciente en el parque infantil al lado del colegio. Con su mochila y su mandilón, desdeña columpios y toboganes. Le entusiasma la idea de ir al colegio de los mayores, al Novo Mier (se ha aprendido el nombre), lo mismo que su hermano Martín.

 Este primer día, para que los que empiezan la escolaridad se vayan acostumbrando, entran en pequeños grupos y solo están menos de una hora. A Yara le toca a las doce y cuarto. Nada más abrirse la puerta, suelta la mano de su madre y entra decidida, la primera. Junto a la maestra, que trata de consolarlos, contempla extrañada al resto de sus compañeros –apenas media docena-- que lloran y patalean no queriendo abandonar los confortables brazos de padres o abuelos. Mientras camina hacia la clase, se acerca a uno de ellos para tratar de consolarlo.

            “Martín también lloró; Yara es distinta”, me dice el padre. Luego, a la salida, Yara sigue sonriendo feliz.

            “Lo siento mucho, majestad –le diría yo a Carlos III--. Nada me gustaría más que charlar un rato, en Buckingham Palace o en Balmoral, de la sucesión de Fibonacci o de arquitectura contemporánea, pero compréndame, por favor, hoy tenía cosas más importantes que hacer”.

Miércoles, 11 de septiembre
PROBLEMAS DE FAMILIA

Hay personas que sienten la tentación del abismo. Siempre caminan al borde del precipicio. Más de una vez me ha tocado ejercer de buen samaritano. Y como no hay buena acción que no reciba su merecido, yo a menudo he recibido el mío.

            A veces, no hay más remedio que soltar la mano y dejar que el amigo que tratamos de salvar siga su destino. De tarde en tarde alguien me contaba que le había visto vagando oscuro por la noche sola. Yo, por fin, aprendí a no sentirme responsable y ojos que no ven corazón indiferente.

            Ayer, tras pedir permiso, volvió a pasar por la cafetería habitual de los martes el atormentador de sí mismo y de todos los que tratan de ayudarle. Quien vino era el doctor Jekyll, no míster Hyde, una víctima más de su siniestro compañero de viaje.

Sé que la única manera de que no me vuelva a dar algún zarpazo sería seguir evitándolo. Pero el corazón tiene razones que la razón no comprende. Estaré alerta, sin embargo, para esquivarlo a tiempo.

Jueves, 12 de septiembre
UN RUMOR

Se reeditan en Cátedra los dos libros de poesía de Julio Llamazares. A propósito de su inclusión en mi antología Las voces y los ecos, allá por 1980, el prologuista escribe: “Puesto que Llamazares era un autor bastante desconocido, con un solo libro publicado en provincias, durante un tiempo circuló el rumor de que ese tal Julio Alonso Llamazares era un trasunto de José Luis García Martín”.

            ¡Vaya mala fama que tenía yo en aquellos años de Jugar con fuego! Parece que convertía en heterónimo todo lo que tocaba.

Viernes, 13 de septiembre
YO NO DIGO NADA

Hoy es una fecha señalada en mi historia particular y en la más negra historia de España. Otro viernes y trece de hace exactamente medio siglo, en la cafetería Rolando, estalló una bomba que se llevó por delante muchas vidas y dejó casi un centenar de heridos.

En su momento, como no podía ser de otra manera, ocupó muchas primeras páginas en los periódicos y acaparó el debate público. Pero pronto se olvidó a las víctimas, se dejó a los asesinos libres y nadie quiso ocuparse más de un asunto en el que ni la justicia militar, que primero llevó el caso, ni la policía política, que usó de sus malas artes habituales, estuvo a la altura de las circunstancias.

Yo fui una víctima más, pero no de la metralla, sino de una oscura estrategia que aún no se ha aclarado, que a nadie le interesa aclarar. Salvo ese asunto que me toca tan de cerca, el libro de Xuan Cándano Operación Caperucita deja pocos puntos oscuros. Es el único, de los varios que se han publicado sobre el atentado, que habla de mí.

Yo fui el oculto peón de una jugada maestra que se le ocurrió a alguna mente retorcida para hacer rápida justicia y escarmiento, sin importarle que las víctimas escogidas para el sacrificio fueran inocentes.

Por el libro de Xuan Cándano, me entero de que “a García Martín ni le pegaron ni torturaron”. Si él lo afirma tan rotundamente, habrá que creerle. Yo no digo nada.




 

sábado, 7 de septiembre de 2024

Al servicio de quien me quiera: Magia y confesiones

 

Sábado, 31 de agosto
ATARDECER EN FERROÑES

Evito, siempre que puedo, las lecturas poéticas. No me gusta leer mis versos en público; no me gusta demasiado que me lean los de los demás. La poesía es una criatura delicada, se esconde detrás de las palabras del poema y solo aparece en la ocasión propicia. El silencio y la soledad suele ser la compañía que prefiere. Al menos, la poesía que a mí más me interesa.

            Pero cómo me alegro de haber hecho esta tarde una excepción. La cita era en la casa-taller del escultor Benjamín Menéndez. Ya había estado allí una vez, con Marisa Fanjul, y no podía desaprovechar la ocasión de volver a uno de esos lugares en los que apetece quedarse para siempre.

            Atardecía cuando nos detuvimos junto a la iglesia de Ferroñes, situada en un alto, con el tejo de las leyendas a un lado y el cementerio al otro. Estaba llena de gente, rodeada de coches. Nos imaginamos un funeral, que es uno de los pocos motivos que suele reunir en la iglesia a la gente de los pueblos. Luego supimos que era un bautizo. ¿Un bautizo a esa hora? Formaba parte de la magia del momento, como el toro minoico que nos miró majestuoso tras su cerca de alambre, el altivo gallo rodeado de su corte, las esquilas de las vacas. Me acompañaban Javier Almuzara y Mercedes Polledo (siguen siendo una pareja feliz a pesar de haberse casado), con su rara conjunción de ingenio y cordialidad, de entusiasmo y sabiduría. Por su parte, Dios parecía haberse esmerado especialmente en dibujar, difuminar, colorear el escenario. Daban ganas de aplaudir. Qué maravilla de nubes, brumas, verdes y sugerentes manchones oscuros, qué dominio de la perspectiva.

            Benjamín Menéndez, que ha dado un toque maestro al perfil de la ría de Avilés, y por eso le estaré siempre agradecido, nos habló de su obra con la sensatez del artista que es también artesano, que hace lo que dice y dice lo que hace; las poetas leyeron sus versos y alguno ajeno; sonó la gaita y la voz de Socorro Gutiérrez Caño, con su pandereta y su pandero. No estaba la cantante en su mejor momento, o al menos eso dijo ella, pero qué importaba. Las flores son las joyas de los pobres, afirmó no sé quién. Y la música popular, esa voz que de pronto se alza en el crepúsculo y parece cantar solo para sí misma, es la que a mí más me llega al corazón, la que expresa mejor el alma de la tierra y la herida del tiempo que pasa y no vuelve, pero que en algún momento parece no pasar. “Como quieres que vaya, / que vaya a verte, / si la tu despedida / me da la muerte”.

            El sigilo del gato que aparecía y desaparecía entre los asistentes, el tintineo de alguna esquila y el murmullo mozárabe de una rústica acequia completaban la magia del momento; hasta el sol tardó en ponerse para no perderse ni una nota.                                                                                                           

Domingo, 1 de septiembre
POR QUÉ SOY TAN HIPÓCRITA

Me gusta presumir de defectos que no tengo para mejor ocultar aquellos que sí tengo y que me avergüenzan un poco. Aunque la saque a relucir a cada paso, y la exhiba como un pavo real, mi vanidad es la justa, quizá un poco por debajo de la media de los que se dedican a mi oficio.

El vanidoso necesita de la admiración ajena, yo a veces tengo la sensación de que me basta con la mía, no siempre fácil de conseguir. Hace falta ser muy humilde para ser vanidoso. Y yo, humilde no lo soy demasiado. Orgulloso, sí. Seguro de lo que valgo (que es bien poco si me comparo con quien suelo compararme: Virgilio, Goethe, Borges), también. No crecería mi autoestima si me dieran el Nobel (que en literatura no es más que un premio Planeta mejor considerado) ni descendería si vendo aún menos de lo que espera mi siempre poco optimista editor.

            Menos mal que estas cosas las callo con bien educada hipocresía. Si las confesara públicamente, perdería las escasas simpatías que aún tengo.

Martes, 3 de septiembre
LA ZORRA Y LAS UVAS

“Lo mires por donde lo mires, a tu edad, y como escritor, eres un fracasado. No has ganado dinero, no tienes premios, tampoco fama (si acaso, mala fama)”.

Me lo repito una y otra vez y también las palabras de Beckett: “Fracasaste. Da igual. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”.

Me lo repito, pero no me lo acabo de creer. Si he fracasado, no creo que se pueda fracasar mejor. O al menos, más a mi gusto.

Miércoles, 4 de septiembre
OTRO PUIGDEMONT

Leo: “El chavismo ordena la captura de Edmundo González”. Bueno, ya tiene Venezuela su Puigdemont. A ver cómo le trata la prensa española. ¿Le calificarán de huido de la justicia, se burlarán de él tratándole de cobarde por no dejarse detener por la policía?

            ---No confundas, Martín, un país democrático, como es España, con una dictadura como Venezuela.

            ---¿O sea que en un país democrático, si uno desobedece al Tribunal Supremo, tiene que atenerse a las consecuencias, pero en una dictadura puede hacerlo todas las veces que quiera y sin que le pase nada, porque, si intentan aplicar la ley, todo “el mundo libre” se alza en su defensa?

            ---No me seas demagogo.

            ---Comparo y saco conclusiones. En España, como es un país democrático, los jueces pueden criticar públicamente las leyes antes de que se promulguen y después utilizar todos los argucias posibles para no aplicarlas si no son acordes con sus intereses políticos; en Venezuela, como es una dictatura, la oposición puede infringir cualquier ley sin atenerse a las consecuencias, que ahí están papá Estados Unidos y Su Seguro Servidor (la Unión Europea, por otro nombre) para proteger al infractor y castigar al gobierno, y de paso a los ciudadanos, por querer aplicar la ley.

            ---Ese infractor ganó las elecciones.

            ---Sí, como Trump según Trump, aunque los tribunales dijeran otra cosa. Pero yo de política no hablo, que de política no sé nada, que solo sé pensar por cuenta propia.

Jueves, 5 de septiembre
¿DE PROFESIÓN, POETA?

¿Puede la poesía convertirse en un oficio? Yolanda Castaño piensa que sí. Hoy, en la tertulia virtual de los miércoles, comentamos unas declaraciones suyas a favor de la profesionalización de los poetas. “Creo que hay muchos lastres, de herencia probablemente romántica, que asocian la poesía a una suerte de espiritualidad o misticismo, y que la separan de las condiciones materiales en que debe desarrollarse cualquier esfuerzo creativo”, dice. Y se pone ella, que lleva veinte años viviendo de la poesía, como ejemplo.

Viviendo de la poesía, pero no de los derechos de autor de sus libros de poesía ni de lo que cobra por sus lecturas poéticas, sino de sus actividades como gestora cultural: organiza un ciclo de poesía con poetas internacionales y de lengua gallega desde hace más de quince años, dirige un taller internacional de traducción en la isla de San Simón (por allí han pasado poetas asturianos como Antón García), ha creado una residencia internacional de escritores; todo ello financiado, por supuesto, con dinero público. No desaprovecha oportunidad de conseguirlo. Por eso, durante su estancia en Panamá en la Feria Internacional del Libro, en la que España es país invitado, intenta que Panamá se asocie a su proyecto y financie la estancia de algún escritor panameño. Ella vive de la poesía, pero de becas y ayudas y estancias no puede vivir nadie y menos mantener a una familia. “Las personas que nos dedicamos a la poesía también debemos ser remunerados por nuestro trabajo”, afirma. Cierto. ¿Pero cómo se hace esa remuneración? ¿Con una partida en los presupuestos generales del Estado? ¿Y quién tendría derecho a cobrarla? ¿Todos los que escriben poemas? ¿Todos los que han publicado algún libro? ¿Todos los que han ganado algún premio?

            ---Tú es que pareces creer que todos los ingresos de un escritor que no provengan de los derechos de autor son subvención, prebenda e incluso limosna.

            ---No diría yo tanto, pero casi. Incluso las lecturas poéticas, en las que no se cobra la entrada, pero sí cobra el autor, por muy escaso que sea el público, son una subvención y no un rendimiento propiamente profesional. Si quieres vivir de la literatura, tienes que aceptar las reglas del mercado literario. Las ayudas con dinero público son una ayuda, un complemento, no un modo de vida. Yo financiaría con dinero público escuelas y bibliotecas y pagaría a los escritores, como a los abogados, cuando se les hace algún encargo específico. Y como hay mucha más oferta que demanda, la mayoría –y no solo de los poetas, también de los novelistas o de los dramaturgos-- deberían tener, como tienen, otro oficio. También lo tiene Yolanda Novo, que no se gana la vida escribiendo versos. 

Viernes, 6 de septiembre
QUIZÁ

---¿No tienes la sensación, ahora que te acercas a la última vuelta del camino, de haberte equivocado?

            ---Quizá, pero tampoco importa mucho. Todos llevan al mismo sitio.