Lunes, 1 de enero
EL MEJOR REGALO
Me
levanto a las siete y media, como de costumbre, y en seguida me pongo con la
reseña de la semana. Hoy le toca a una biografía de César González Ruano, un
escritor con tanto talento como pocos escrúpulos.
Escribo todos los días, pero no mucho tiempo:
antes de las diez, ya he terminado mi trabajo. Luego me queda el resto del día
para leer, pasear, charlar o aburrirme. Admiro a esos escritores capaces de
pasarse seis o siete horas ante el ordenador. Yo no suelo pasar de hora y media,
a menudo menos. Y aún así dicen que escribo demasiado, y probablemente sea
verdad.
Constancia y rutina, ese es mi lema.
Hacer lo que tengo que hacer a primera hora de la mañana para luego darme el
gusto de no hacer nada, de estar disponible, al servicio de quien me quiera.
Nada más terminar mi trabajo del
día, me llama un amigo. "Nos vamos a la playa. ¿Te quieres venir con
nosotros?". No lo dudo ni un momento. "Te esperamos abajo, en el coche".
Me imagino que vamos a Rodiles, la
playa favorita de Martín y Yara, pero vamos más allá. Paramos en Berbes, un
hermoso lugar con sus calles en cuesta, sus casas de indianos y su antigua mina
de fluorita. Está desierto esta primera mañana del año y tiene algo de
escenario dispuesto para el rodaje de una película, parece que de un momento a
otro van a comenzar a aparecer los actores.
Bajamos luego hasta la playa de Vega, de
la que ni había oído hablar. El mar nos saluda antes de llegar, agitado y muy
azul. No hay nadie en la playa, inmensa, partida en dos por un manso arroyo.
Como todos los sedentarios, tengo nostalgia de las aventuras que no he vivido,
salvo en las novelas de Verne y Stevenson. Cierro los ojos y por un momento me
embarco hacia un destino ignoto en busca de un tesoro. Los abro y ese tesoro
está aquí, en torno mío y a mis pies: cientos de cantos rodados de las más
diversas formas y colores, cuarzos y fluoritas que resplandecen como joyas.
La primera comida del año es en el
desfiladero de Entrepeñas, que había entrevisto al llegar antes de atravesar un
pequeño túnel. Lo ha excavado el río Acebo entre las altas peñas coronadas de
árboles. Han puesto en su breve y curvo recorrido mesas y bancos de madera. El
sol, que luce tibiamente, no llega hasta aquí abajo, pero el frescor del día se
soporta fácilmente. Las risas de los niños, el rumor del agua clara, las altas
peñas: el primer regalo de año es el mejor regalo que se le puede hacer a un
solitario que nunca ha querido y siempre ha soñado con formar una familia.
Me fijo de pronto en que en medio
del desfiladero hay una placa conmemorativa. Me acerco a leerla, temiendo que
sea un burocrático manchón –como en tantos lugares hermosos-- que trate de
inmortalizar al politicastro que lo inauguró o que índique que fue reformado
con fondos europeos. Pero no. Lo leo en voz alta y no puedo evitar emocionarme:
"Nada trajimos y nada nos llevamos, / solo las vivencias que hemos disfrutado.
/ Es difícil asumir que ya no estás, / pero es bonito ver cuántos te quieren /
y no te olvidan. / Siempre contigo y siempre con nosotros / Goyo 9-6-2008".
¿Quién sería este Goyo al que se le
recuerda en un rincón tan hermoso? Sin duda amaba este lugar y por eso sus
amigos quisieron dejar memoria suya aquí para siempre.
Rutina y sorpresa, asombro y
emoción. Que todos los días del año que empieza sean como este primer día.
Martes, 2 de enero
DIARIO OFICIAL
Un
amigo bibliófilo, Daniel Rodríguez Rodero, poeta y opositor a notarías, me
presta un tomo del Diario oficial del Ministerio de la Guerra que ha
encontrado en el mercadillo leonés que frecuenta los sábados. Corresponde al
tercer trimestre de 1936 y pasar sus páginas es ver la historia de otra manera,
con detalles que no encontramos en ninguna
otra parte.
En el número del sábado 18 de julio aún no
parece haber pasado nada. Comienza con un decreto, que firman Manuel Azaña y
Santiago Casares Quiroga, en el que “se autoriza a la Casa Deutsche Zeppelin
Reederei, para instalar y explotar en el Aeropuerto de Sevilla los servicios de
abastecimiento y maniobra de sus aeronaves”. El permiso lo ha solicitado por
conducto de la Embajada de Alemania en España. Siguen otras disposiciones, en
una de las cuales se autoriza a un coronel médico para que disfrute del permiso
de verano en Francia y Portugal. Unos días antes se ha declarado reglamentaria
“para uso de la tropa, la camisa sport de algodón caqui, cuya descripción,
características de confección y calidad, y pruebas a que han de someterse los
tejidos se detallan a continuación”. Y siguen largos y minuciosos párrafos en
que se habla del dobladillo y de los canesús, de cómo han de ser los ojales y
de la resistencia al planchado.
La casi doméstica cotidianidad se ve
interrumpida en el diario del día siguiente con un decreto de Manuel Azaña: “A
propuesta del Ministro de la Guerra y de acuerdo con el Consejo de Ministros,
vengo en decretar la anulación del estado de guerra en todas las plazas de la
Península, Marruecos, Baleares y Canarias, donde se haya dictado esta medida,
quedando incursos en las máximas responsabilidades penales los infractores de
este decreto y relevadas de obediencia a los jefes facciosos las fuerzas
militares. Dado en Madrid a dieciocho de julio de mil novecientos treinta y
seis”. ¡Lástima que un estado de guerra no se pueda anular por decreto!
El siguiente número del Diario no
aparece hasta el 26 de agosto, casi un mes después. Y los primeros decretos que
publica, subrayan el caos y el desconcierto que siguió a la sublevación: se
admite la dimisión de Casares Quiroga como presidente del Consejo y ministro de
la Guerra, se nombra ministro de la Guerra al general José Miaja, se admite la
dimisión de José Miaja y se nombra ministro de la guerra al general Luis
Catelló Pantoja, y todo ello el 19 de julio. No aparece, por cierto, el
nombramiento de José Giral como presidente del gobierno.
El gobierno y el ejército
republicano desaparecieron el 18 de julio; fue el pueblo armado, por decirlo a
la manera decimonónica, quien evitó que triunfara en toda España la
sublevación. Luego uno y otro se reconstituirían con Largo Caballero y Negrín.
Pero esa es otra historia muchas veces contada. La del desconcierto inicial
está en estas páginas del diario oficial mejor reflejada, sobre todo en las
páginas ausentes, que en ninguna otra parte.
Miércoles, 3 de
enero
DOS EN UNO
¡A
saber a quien odia la gente que me odia! Seguro que no es a la misma persona
que quiere la gente que me quiere.
Jueves, 4 de enero
SALVAR LAS JOYAS
La
lectura de una nueva biografía de González Ruano me lleva a releer al que en un tiempo fue su discípulo
predilecto, Marino Gómez Santos, autor de una divertida crónica del café Gijón
que motivó su expulsión del mismo y también, por solidaridad, la del maestro.
A Gómez Santos, como a Zunzunegui, le
adjudicaron una fama de gafe que le amargó la vida, a pesar de su creciente
éxito como biógrafo de grandes personalidades. No conocía su libro La reina
Victoria Eugenia, de cerca. Es una crónica rosa que pasa por alto las
muchas sombras de su desdichado matrimonio, pero alguna se deja entrever. Habla
Victoria Eugenia de sus lecturas: “Como me casé muy joven y el rey era muy
severo, no le gustaba nada que yo leyese, por ejemplo, una novela francesa.
Como los ingleses entonces eran muy decentitos y buenos, yo leía a los
ingleses”. ¡El rey adúltero era, sin embargo, “muy severo” con su mujer y
vigilaba sus lecturas! Nada de novelas francesas, perniciosas para la moral.
La reina Victoria Eugenia vivió
veinticuatro años con una suegra acostumbrada a mandar y de costumbres
contrarias a las suyas. “Ella estuvo siempre, siempre con nosotros”, le indica
al biógrafo. “Conmigo se mostró muy cariñosa”. Un pequeño apunte nos deja
adivinar el calvario: al conocer la desaparición de Lord Kitchener en 1916 –el
barco en que viajaba chocó con una mina, la regente –austriaca--, no pudo
evitar expresar su alegría; Victoria Eugenia, que lo había conocido de niño, calló
su tristeza, pero el esfuerzo por contenerse hizo que sus uñas dejaran un
desgarro en el mantel.
De la noche del 14 de abril, que pasó
sola, abandonada de su marido, nos cuenta algo que no lo deja en buen lugar.
“Yo tuve que pasar la noche en Palacio, justamente para sacar varias cosas que
interesaban al rey. Mis propias cosas las tenía ya embaladas”. ¿Y qué es lo que
no había tenido tiempo de llevarse el rey? “Las joyas las tenía yo en mi cuarto
y podía disponer de ellas en cualquier momento; pero debía recoger las de la
reina Cristina, que el rey me había encargado que las sacase, y había que
hacerlo durante la noche aquella”.
Viernes, 5 de
enero
DOLOR Y NIÑERÍAS
Un amigo de Madrid, personal y literario, me cuenta que otro amigo de Sevilla,
personal y literario, le ha leído las cartas que un amigo de Rota, solo
literario, me escribió y que al parecer anda haciendo circular por ahí. Amenaza con destruir por completo mi reputación si vuelvo a mencionarlo. ¡Pobre Felipe,
con tanto talento y perder el tiempo en esas niñerías de patio del colegio!
Otro amigo de siempre es el que ahora me
preocupa. Durante largos meses he tratado de frenarle en su carrera
autodestructiva, cada vez más acelerada, y no he tenido más remedio que dejarle
ir para que no me arrastrara consigo.
De sobra sé que no podía hacer otra cosa,
pero eso no evita el dolor del corazón.
Detrás de la cadena de amigos personales y/o literarios madrileños, sevillanos y roteños se adivinan perfectamente los nombres. ¿No hubiera sido mejor ponerlos directamente en vez de camuflarlos como X trapiellescas?
ResponderEliminarNo entiendo el razonamiento. Si se adivinan perfectamente los nombres, ¿a qué ponerlos?
ResponderEliminarY dudo,. por cierto, de que sea así. Tengo pocos amigos, pero puedo asegurarte que tengo más de un amigo madrileño. Y no hay camuflaje, sino que el nombre no viene a cuento, salvo el que sí se cita.
Lo de las X (que yo tanto he criticado, y creo que con razón, en los diarios de AT) es un recurso legítimo si no se utiliza mecánicamente en todos los casos, sino solo cuando no conviene (por la razón que sea) citar un nombre propio.
Creo que el que citas se habría adivinado aunque hubieras seguido llamándolo "un amigo de Rota". No es dificil para los que te seguimos desde hace tiempo. En los otros dos puede haber dudas. En fin, el no poner los nombres (como en las equis) tiene la ventaja de que estimula el espíritu detectivesco
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